viernes, 6 de enero de 2012

Paz y educación






Construir la paz es una tarea que toca a cada generación humana. Lo que se sembró ayer es lo que cosechamos hoy. Lo que hagamos hoy, si nos convertimos en auténticos educadores para la paz, servirá para que mañana guarden silencio los cañones guarden silencio y para que sea posible un mundo más justo, desde la verdad y el amor.

En cierto sentido, esas son algunas de las claves del Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2012), firmado por Benedicto XVI el 8 de diciembre de 2011 y hecho público el 16 de diciembre.

¿A quiénes se dirige el Papa? En primer lugar, a los jóvenes, “convencido de que ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza” (Mensaje, n. 1). Luego, a los padres y educadores, a los responsables de diversos ámbitos religiosos y sociales, a los comunicadores.

Tras la introducción, el documento entra de lleno en el tema de la educación y su función para la paz. En la experiencia educativa se encuentran dos libertades, la del educador y la del educando, el cual está llamado a darse a sí mismo y a ser, sobre todo, testigo. Un auténtico educador no puede limitarse a ofrecer reglas o conocimientos, sino que tiene que ser “el primero en vivir el camino que propone” (Mensaje, n. 2).

El primer lugar educativo es la familia. El Papa no cierra los ojos a los muchos peligros que amenazan a esta institución básica de la vida social. Superando los inconvenientes de un ritmo de vida frenético, los padres necesitan hacerse presentes en sus hogares, para transmitir a los hijos sus experiencias, su sabiduría. Especialmente Benedicto XVI recuerda a los padres que están llamados a exhortar “con el ejemplo de su vida a los hijos a que pongan la esperanza ante todo en Dios, el único del que mana justicia y paz auténtica” (Mensaje, n. 2).

El documento ofrece a los encargados de la educación indicaciones sumamente ricas, entre otras la necesidad de que “todo ambiente educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha” (Mensaje, n. 2).

Un párrafo denso y exigente se dirige a los políticos, para recordarles su deber de ayudar de modos concretos a la paternidad y a la maternidad, además de promover la reunificación familiar allí donde haga falta.

Luego el Papa habla sobre los medios de comunicación social: no se limitan a informar, sino que también forman, por lo que desempeñan una labor importante en el ámbito educativo.

Tras haberse dirigido a los diferentes educadores para señalarles sus respectivas responsabilidades, ¿qué sugerencias se les ofrece? El Mensaje gira en torno a cuatro nociones clave: verdad, libertad, justicia y paz (nn. 3-5).

En concreto, es necesario reconocer una verdad irrenunciable, la que se refiere al ser humano. “El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad -no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida- porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios” (Mensaje, n. 3). Reconocer el origen en Dios hace posible la aceptación de la dignidad propia y la de los demás, así como el reconocimiento de la inviolabilidad de toda persona humana.

En este marco antropológico se entiende la correcta noción de libertad, no fundada en un relativismo peligroso, en el que cada uno se convierte en regla de sus actos y se encierra en sí mismo por adoptar una falsa visión de la libertad. Sólo si se reconoce y acepta la relación entre libertad y verdad el hombre llega a acoger la ley moral natural, en la que resulta posible “la convivencia justa y pacífica entre las personas” (Mensaje, n. 3).

La libertad unida a la verdad lleva al respeto y está íntimamente relacionada con una serie de elementos esenciales para la promoción de la paz; en concreto, los siguientes: “la confianza recíproca, la capacidad de entablar un diálogo constructivo, la posibilidad del perdón, que tantas veces se quisiera obtener pero que cuesta conceder, la caridad recíproca, la compasión hacia los más débiles, así como la disponibilidad para el sacrificio” (Mensaje, n. 3).

El tema de la justicia es tratado de forma breve en el Mensaje, pero con una importante indicación: no puede ser comprendida de modo adecuado sin el reconocimiento de sus “raíces transcendentes”, que la relacionan con la caridad y la misericordia (Mensaje, n. 4).

El n. 5 centra su mirada en el tema de la paz, que no se obtiene simplemente con el esfuerzo humano, sino que se acoge como don de Dios. “Pero la paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir”. Por lo mismo, continúa Benedicto XVI, se hace necesario ser educados en virtudes como “la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad”, además de trabajar concretamente en la búsqueda de “modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción del crecimiento, de cooperación al desarrollo y de resolución de los conflictos”.

La parte final del documento es una invitación a la fe, a la oración, a la esperanza que reconoce que el amor puede salvar al mundo. Por eso el Papa aprecia en los jóvenes, que son “un don precioso para la sociedad”, unas posibilidades enormes para la construcción de la paz. Les pide, igualmente, que venzan los miedos, que trabajen por superar injusticias y corrupciones, al tiempo que les recuerda lo que la Iglesia les ofrece: “la posibilidad de levantar los ojos hacia Dios, de encontrar a Jesucristo, Aquel que es la justicia y la paz” (Mensaje, n. 6).

En el último párrafo, Benedicto XVI se dirige a todos, sin dejar de mirar a los jóvenes: “La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro, animémonos mutuamente en nuestro camino, trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y del mañana, particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz” (Mensaje, n. 6).

El Mensaje, en su conjunto, ofrece una mirada de esperanza, al mismo tiempo que invita al compromiso. No deja de lado las dificultades, pero las afronta desde una visión de fe, con la que es posible proponer retos exigentes, también cuando hay que sacrificarse e ir contracorriente (cf. Mensaje, n. 5). Por eso, una breve cita del himno de la caridad de la Primera carta a los Corintios sirve para recordar que “el amor se complace en la verdad, es la fuerza que nos hace capaces de comprometernos con la verdad, la justicia, la paz, porque todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cf. 1Cor 13,1-13)” (Mensaje, n. 6).

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