domingo, 8 de enero de 2012

PADRE nuestro.


PADRE nuestro,
PADRE de todos,
líbrame del orgullo
de estar solo.



No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando CONTIGO,
con mis hermanos estoy;
y sé, que estando con ellos,
TÚ estás en medio, SEÑOR.



No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye de un exilio
de aristrocacia interior.
Pues vine huyendo del ruido,
pero de los hombres no.



Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
Y dice siempre nosotros;
incluso si dice ;yo;.

(Del diurnal del sábado de la II semana)

La coherencia entre la fe que se profesa y la vida no admite “medias tintas”. Al rezar la oración del Padrenuestro, decimos, quizás sin darnos mucha cuenta: “Hágase tu voluntad... así en la tierra, como en el cielo”.

Quizás podríamos añadir hoy que es precisamente “su voluntad” y no la nuestra, lo que marca la diferencia entre un espíritu auténtico de seguimiento de Cristo y otro que no lo es. Esa es la voluntad que hace que nuestra vida se edifique sobre un sólido cimiento.

Porque, ¿qué seguridad futura, qué tranquilidad de conciencia nos daría seguir “nuestra” voluntad, si no está unida a Dios? No son pocos los que sin pensarlo siguen como modo de vida sus impulsos, sus caprichos y su comodidad... Sin darse cuenta edifican su vida sobre arena, y por ello sufren tantas depresiones y hay tanto vacío, tanta desilusión incluso entre nuestros familiares y conocidos. Las dificultades y desgracias no tienen ya sentido ni esperanza.

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