jueves, 19 de enero de 2012

Muerte digna








Acabo de leer en el diario El País (22-12-11), la noticia de la muerte de Pedro, un enfermo de ELA (Esclerosis lateral amiotrófica), y que dicho periódico expone bajo el epígrafe de "El debate de la muerte digna".
No voy a juzgar, ni tan siquiera opinar sobre la decisión de Pedro ni entrar en dicho debate, pero sí voy a exponer mi propia experiencia, ya que mi padre, hace dos años y medio murió de la misma enfermedad.

Cuando se la diagnosticaron, en enero del 2009, y nos dijeron a mi hermano y a mí qué era, ciertamente sentí un enorme mazazo en lo profundo de mi alma. Que te digan que a tu padre le quedan pocos años de vida, y que esos años van a estar cubiertos de degeneración física y probablemente psicológica, junto al sacrificio que para la familia, en especial mi madre, iba a suponer, te deja helado.

Miles de preguntas te surcan la mente, por qué ahora que podían vivir mis padres, tras tantos años trabajando duramente, se les truncan las esperanzas. Cómo afrontar el sufrimiento que se va a generar, qué vamos a hacer para acompañarle y soportar lo que nos viene encima.

Yo le pedía a Dios tres cosas, la primera que realizara el milagro de la curación, o que fuera un error médico, la segunda que si no se puede curar que el desenlace fuera lo más rápido posible a fin de evitar sufrimientos a él y a nosotros. La tercera, y la que más me costaba, era que si no era así, nos diera la paciencia, serenidad y amor necesarios para llevar la cruz y sostenerle con fortaleza.

Gracias a Dios nos concedió la segunda, aunque tengo que decir, que siempre he pensado que mi petición pudo ser bastante egoísta. Mi padre murió el día de los Santos Pedro y Pablo, tras cinco meses de enfermedad donde no llegó a sufrir una degeneración severa, ya que hasta casi el final pudo valerse casi por sí mismo. Una mala caída quince días antes de su muerte, y que le rompió cinco costillas, aceleró un proceso que visto desde el hoy, creo que fue una gracia de Dios.

La víspera de su muerte, tras levantarse de la cama para ver un poco los partidos del domingo, estuvimos con él con buen ánimo. Se encontraba dolorido por la caída, y para facilitarle la movilidad le trasladábamos en silla de ruedas por casa.

Pero con todo tenía buen ánimo y comía algo. Ese fin de semana tuve la llamada de su neuróloga, excelente profesional del hospital de Basurto (Bilbao), para decirme que estaba a disposición de mi padre una habitación por si teníamos que llevarle con urgencia. Confieso que eso me extrañó, pero prefería creer en la cortesía de la doctora más que en la gravedad del caso, que ella bien conocía.

El caso es que hacia las 9 de la noche mi madre me llama para decirme que mi padre tiene serias dificultades de respiración y que no está tranquila. Llamamos a una ambulancia para llevarle al hospital, y también llamo a la doctora, quien puesta en contacto con los sanitarios, les dice que le lleven directamente a la habitación preparada para él y que en ningún caso le administren oxígeno.
Cuando llegamos nos dice que "es cuestión de horas", pero que no va a sufrir ya que la sedación que le han puesto, no acelerará nada, pero le evitará sufrimiento.

Esa noche la pasamos a su lado tomándolo de la mano, sin dejarle un momento, llorando mis hermanos y cuñadas junto con mi madre, riendo cuando tras los lloros recordábamos anécdotas y tantos momentos de dicha vividos. Rezando el rosario a su lado para ponerlo en las manos de Dios.

Doy gracias a Dios por haber podido administrarle, junto al capellán del hospital, el Sacramento de la Unción de los enfermos, bendito don de salud y esperanza.
Y así cuando a la mañana siguiente celebraba la misa en honor de los santos apóstoles, mi padre nos dejaba para cruzar el umbral hacia la Vida en plenitud.

Doy gracias a Dios por la vida de mi padre, y sobre todo por su muerte, una enorme experiencia de amor, de misericordia y de ternura, donde los gestos de solidaridad de amigos y compañeros fueron tan intensos, donde la unidad de mi familia se fortaleció, y sobre todo, donde experimenté de forma extraordinaria lo que es la Muerte Digna

Es el paso de este mundo a la vida eterna, acompañado de la familia que te quiere, te sostiene y conforta, y que en un gesto de donación te entrega en las manos amorosas de Dios. Es el tránsito natural de una vida digna, cuidada con dignidad y despedida con amor y respeto. La muerte que yo quiero para mí.

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