domingo, 22 de enero de 2012

Algunos obstáculos en el caminar hacia la santidad familiar


1. Soñar con la familia ideal

Un peligro es soñar con la familia ideal y, por eso, rechazar la familia real. Amar al grupo familiar es amar a personas reales, concretas, de carne y hueso. Quien ama a su sueño de familia más que a la familia misma, la juzga, la acusa y condena. Los cristianos somos idealistas. Nuestros ideales son sumamente altos: una familia santa es un desafío fuera de lo común. Pero los cristianos somos también realistas. Sabemos que el crecimiento es lento y que nos exige mucha comprensión, paciencia y confianza. Amemos a nuestra familia tal como es. Amemos a nuestros familiares tal como son, con sus valores y limitaciones. Y a partir de ese amor que es la base de todo, construyamos el futuro.

2. Incapacidad de cambiar

Un elemento que puede dificultar el desarrollo de una familia es la incapacidad de cambiar. Estar dispuesto al cambio o no estarlo es algo que puede causar grandes roces en la vida diaria. El crecimiento siempre lleva consigo transformación de la persona, de su mentalidad y de su vida.

No existe santidad sin grandes cambios. Y el cambio requiere una combinación de humildad, valentía, fuerza y energía que pueden debilitarse con el tiempo. Artritis mental o reumatismo espiritual, lo llama Carlos Vallés, S.J. El lema a partir de los cuarenta puede muy bien ser: “¡dejadme en paz!” Pero en nosotros, que somos cristianos, es decir, jóvenes de espíritu, no debería darse eso.

El gran enemigo del cambio es el deseo de seguridad. Los caminos de siempre son claros, seguros, de fiar. Andando por ellos sabemos lo que nos espera y cómo hacerle frente. Lo nuevo siempre implica riesgo, y el ser humano huye del peligro. El cambio es siempre contra la corriente.

Sin embargo, si aspiramos a la santidad tenemos que tener la fe, el valor y la sencillez de cambiar. Dejemos que Dios nos enseñe nuevas tierras y nos lleve por caminos desconocidos. Negarse a cambiar es endurecerse, estancarse. Estar dispuestos a cambiar es estar dispuestos a vivir, a crecer, a madurar. ¿Estamos dispuestos a ello?

3. Juzgar los demás

Otro obstáculo es nuestra inclinación a juzgar a los demás. Las diferencias entre nosotros, de mentalidad, manera de ser, criterios distintos, nos llevan a criticar y a juzgar con facilidad.

Y el juicio destruye toda relación. Jesús mismo insistía: “No juzguéis”. No juzgar es mandamiento evangélico, es regla básica de relaciones humanas y es precepto inevitable de salud mental. Y, es muy difícil.

No puedo evitar que mis ojos vean lo que es obvio y que mi mente declare en forma espontánea que semejante conducta está mal. El juicio de que algo esté bien o mal, más vale reservárselo a Dios, el Juez supremo.

Lo que yo puedo hacer es expresar claramente mi opinión sobre una conducta concreta, sin emitir un juicio moral sobre ella.

Y lo que tengo que aprender es limitar mis comentarios a la acción, sin juzgar a la persona. Condenar el pecado y no al pecador, es otro gran principio cristiano. Además, se le clasifica a la persona, se le pone etiqueta, se le condena - sin recurso de apelación.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Somos resistentes a los cambios?

2. ¿Juzgamos a los demás?

3. ¿Cómo actúo ante la falta de un familiar?


Abrazo en Familia. Oración para un hogar feliz.


Señor Jesús, Tú viviste en una familia feliz.
Haz de esta casa una morada de tu presencia,
un hogar cálido y dichoso.
Venga la tranquilidad a todos sus miembros,
la serenidad a nuestros nervios,
el control a nuestras lenguas,
la salud a nuestros cuerpos.

Que los hijos sean y se sientan amados
y se alejen de ellos para siempre
la ingratitud y el egoísmo.
Inunda, Señor, el corazón de los padres
de paciencia y comprensión,
y de una generosidad sin límites.

Extiende, Señor Dios, un toldo de amor
para cobijar y refrescar, calentar y madurar
a todos los hijos de la casa.

Danos el pan de cada día,
y aleja de nuestra casa
el afán de exhibir, brillar y aparecer;
líbranos de las vanidades mundanas
y de las ambiciones que inquietan y roban la paz.

Que la alegría brille en los ojos,
la confianza abra todas las puertas,
la dicha resplandezca como un sol;
sea la paz la reina de este hogar
y la unidad su sólido entramado.
Te lo pedimos a Ti que fuiste un hijo feliz
en el hogar de Nazaret junto a María y José.
Amén.

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