miércoles, 22 de junio de 2016

Temor de Dios: un don salvador del Espíritu Santo


Temor de Dios: Espíritu contrito ante Dios, conscientes de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios, humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).

La Sagrada Escritura afirma que "Principio del saber, es el temor de Yahveh" (Sal 110/111, 10; Pr 1, 7). ¿Pero de que temor se trata? No ciertamente de ese «miedo de Dios» que impulsa a evitar pensar o acordarse de El, como de algo que turba e inquieta. Ese fue el estado de ánimo que, según la Biblia, impulsó a nuestros progenitores, después del pecado, a «ocultarse de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín» (Gen 3, 8); este fue también el sentimiento del siervo infiel y malvado de la parábola evangélica, que escondió bajo tierra el talento recibido (cfr Mt 25, 18. 26).

Pero este concepto del temor-miedo no es el verdadero concepto del temor-don del Espíritu. Aquí se trata de algo mucho más noble y sublime: es el sentimiento sincero y trémulo que el hombre experimenta frente a la tremenda malestas de Dios, especialmente cuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de ser «encontrado falto de peso» (Dn 5, 27) en el juicio eterno, del que nadie puede escapar. El creyente se presenta y se pone ante Dios con el «espíritu contrito» y con el «corazón humillado» (cfr Sal 50/51, 19), sabiendo bien que debe atender a la propia salvación «con temor y temblor» (Flp, 12). Sin embargo, esto no significa miedo irracional, sino sentido de responsabilidad y de fidelidad a su ley.

2. El Espíritu Santo asume todo este conjunto y lo eleva con el don del temor de Dios. Ciertamente ello no excluye la trepidación que nace de la conciencia de las culpas cometidas y de la perspectiva del castigo divino, pero la suaviza con la fe en la misericordia divina y con la certeza de la solicitud paterna de Dios que quiere la salvación eterna de todos. Sin embargo, con este don, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad (cfr Jn 15, 4-7).

3. De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor de Dios, depende toda la práctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, de la castidad, de la mortificación de los sentidos. Recordemos la exhortación del Apóstol Pablo a sus cristianos: "Queridos míos, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios» (2 Cor 7, 1).

Es una advertencia para todos nosotros que, a veces, con tanta facilidad transgredimos la ley de Dios, ignorando o desafiando sus castigos. Invoquemos al Espíritu Santo a fin de que infunda largamente el don del santo temor de Dios en los hombres de nuestro tiempo. Invoquémoslo por intercesión de Aquella que, al anuncio del mensaje celeste o se conturbó» (Lc 1, 29) y, aun trepidante por la inaudita responsabilidad que se le confiaba, supo pronunciar el fiat» de la fe, de la obediencia y del amor.


Es popular decir: "Dios es amor y no se le debe temer". Es cierto que a Dios no le debemos tener "miedo" en el sentido en que hoy se usa la palabra, ese miedo que paraliza o que impulsa a huir de Dios y evitar pensar o acordarse de El. Ciertamente Dios es amor infinito y nos creó para que amemos. Jesús enseña sobre los Mandamientos de Dios:

«El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» (Mc 12:29-31)

Pero existe un temor de Dios que es un don del Espíritu Santo: Temer ofenderle, tememos al realizar nuestra propia debilidad y al saber que con facilidad podemos caer en pecado mortal y condenarnos. San Agustín decía "ama y haz lo que quieras" pero por su propia experiencia también escribió ampliamente sobre la necesidad del temor como motivo para el arrepentimiento (5) El temor, según San Agustín, lleva al dolor del corazón por el pecado. "Compunctus corde non solet dici nisi stimulus peccatorum in dolore penitendi"(6).

Los buenos padres no solo hablan de amor sino que también ayudan a sus hijos a comprender los peligros. Y, como saben que la comprensión de los pequeños es muy limitada, inculcan un sano temor al castigo. Se trata del sano temor, la justa medicina. No el temor excesivo que quita la confianza y traumatiza. Recordemos que Dios es el Padre perfecto, modelo de todo padre. El sano temor es parte de su pedagogía divina para que nos mantengamos en guardia contra el grave peligro que acecha a todo hombre en la batalla espiritual contra el mundo, la carne y el demonio

Si somos humildes y realistas sobre nuestra tendencia al pecado, comprendemos que nuestro amor no siempre es perfecto. Somos niños ante Dios. Por eso, tener conciencia de las consecuencias del pecado y tenerle un sano temor nos ayuda a ser sobrios y no racionalizar el pecado, ni pretender que no ofende a Dios.

El Antiguo Testamento

Una de las expresiones mas comunes del Antiguo Testamento es la "exhortación al temor del Señor" (Ecl. 1:13; 2:19). Sin el temor de Dios no hay justificación.(ibis 1:28; 2:1; 2:19). En este temor hay "confianza y  fortaleza" y es "la fuente de vida" (Prov, 14:26, 27)

El Nuevo Testamento

Muchos piensan que el temor de Dios es exclusivo del Antiguo Testamento y que al llegar la ley del amor ya no se debe hablar del temor de Dios. Sin embargo Jesús, en muchísimos pasajes, nos enseña a temer las consecuencias del pecado y la negligencia. Es un aspecto necesario de su infinito amor porque no quiere que nadie se pierda.  Se trata de advertencias sobre la justicia divina (de la que no nos gusta hoy día hablar). Las citas son muy numerosas, he aquí solo unos ejemplos:

La gran tribulación de Jerusalén (Mt. 24:15); La parábola del mayordomo (Mt 24:45ss); El Juicio Final (Mt 25:31ss); La parábola de las diez vírgenes (Mt 25:1ss); La Higuera estéril (Lc 13:6ss); Los invitados que se excusan (Mt 22:2).

Jesús hace numerosas advertencias:

"¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días!" Mateo 24:19
"Pero ¡ay de vosotros, los ricos!" Lucas 6:24
"¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas."
"Dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!" Lucas 6:26
Sin duda Jesús quiso sacudir a los hombres con el santo temor para sacarlos de su complacencia. No solo a los que le escuchaban hace 2000 años sino a todos los que escuchan la Palabra.

La historia del Hijo Pródigo, que tanto resalta la misericordia del Padre, nos hace ver al mismo tiempo que la motivación original para el regreso del hijo no fue el amor al Padre, sino una toma de conciencia de la miseria en que había resultado su pecado. Esa motivación, pobre aun, es el comienzo de la reconciliación que lo lleva al Padre,.

Dos temores contrarios.

Una razón por la confusión sobre el temor es que muchos confunden el miedo o temor al mundo (que no debemos tener) con el sano temor a ofender a Dios (que si debemos tener).

Jesús dice: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna." Mt 10:28.

El temor del mundo llevó al siervo perezoso a esconder sus talentos (Mt 25:25). El temor de Dios mueve los discípulos a crecer en fe: "Ellos, llenos de temor, se decían entre sí maravillados: «Pues ¿quién es éste, que impera a los vientos y al agua, y le obedecen?" (Lucas 8:25)

Algunos textos sobre el temor que no debemos tener:

"No recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor" Romanos 8:15
"Es preciso someterse, no sólo por temor al castigo, sino también en conciencia". Romanos 13:5
Algunos textos sobre el santo temor que debemos tener:

"Por tanto, conociendo el temor del Señor, tratamos de persuadir a los hombres, pues ante Dios estamos al descubierto, como espero que ante vuestras conciencias también estemos al descubierto." II Corintios 5:11
"Purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios." II Corintios 7:1
"Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo." Efesios 5:21
"Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación" Filipenses 2:12
Esta claro que para Pablo el amor y el temor de Dios no son contrarios, mas bien se complementan. El temor de Dios nos dispone a poner nuestro corazón en lo bueno. Queremos llegar a hacer todo por amor pero, en el camino, nos ayuda recordar el peligro. Quien se cree ya perfecto en el amor y pretende no necesitar del temor cae con facilidad en el engaño o en la soberbia.

Los Padres de la Iglesia

Los Padres enseñan que el temor a los castigos de Dios como una virtud que ayuda a la salvación.

San Clemente de Alejandría escribió sobre la utilidad del temor para ayudarnos en el arrepentimiento y a la rectitud de vida.

San Basilio enseña que, para los que comienzan la vida de piedad las "exhortaciones basadas en el temor son de la mayor utilidad" (cuarto interrogatorio a la Regla) El cita las Sagradas Escrituras: "El temor de Yahveh es el principio de la ciencia; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción" Proverbios 1:7

San Ambrosio escribió sobre el temor de Dios que engendra caridad, (Hunc timorem sequitur charitas, P.L., xv, 1424), y su discípulo San Agustín, en su sermón 161 (P.L., XXXVIII, 882 ss), habla de no pecar por temor al juicio de Dios y pregunta: "¿Me atrevo a decir que ese temor es un error? El mismo responde que no se atreve a decirlo porque el Señor Jesucristo urge a los hombres a no hacer el mal y sugiere el motivo del temor: (Mat 10:28).

San Juan Crisóstomo y muchos otros padres también escribieron sobre la importancia del temor de Dios.

La doctrina Católica sobre la Contrición por los pecados.

Para que los pecados sean perdonados, el penitente debe tener dolor de los pecados (contrición). La contrición perfecta procede de la caridad: Se duele por haber ofendido a Dios por ser quien es y porque se le debe amar sobre todas las cosas. Pero la Iglesia reconoce también la validez de la contrición imperfecta (atrición) que nace principalmente de la consideración de la fealdad del pecado, y del temor a las penas del infierno. Esta contrición imperfecta puede que no haya llegado todavía a ser motivada por amor a Dios, sin embargo, la Iglesia enseña que "es un movimiento bueno y útil que dispone a la gracia" (1). El Catecismo de la Iglesia Católica (1453) enseña que la atrición "es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo.

¿Cómo puede la atrición ser buena si se basa en el temor? El mismo Catecismo explica: "Tal conmoción de la conciencia (la atrición) puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental". (1453). Dios quiere, por medio del sano temor, llevar las almas a la gracia de vivir en el amor. El sano temor al pecado "conmociona", sacude la conciencia que fácil se acomoda. Es entonces que el alma comienza a moverse hacia el amor. 

Es muy común que el demonio confunda a las mentes llevándoles a perder conciencia del peligro del pecado. Cuantas veces hemos visto personas caer en robo, adulterio y otros graves pecados y al mismo tiempo justificarse como si nada de lo que hacen ofendiese a Dios.  Hasta llegan a justificar que lo hacen por amor (porque así les dice el mundo, el demonio y la carne).  Vemos aquí la necesidad del temor de Dios como base, para no falsificar el amor. El don de temor de Dios no contradice sino mas bien ayuda a llegar y sostener el verdadero amor. 

Los Reformadores Protestantes consideraron que la atrición era una hipocresía que hace al hombre mas pecador. (2) Baius y Jansenio eran de esta opinión. Este último enseñaba que el temor sin caridad es malo porque procede, no del amor de Dios, sino del amor propio. (3)

La herejía Jansenista excluía la validez del sano temor. Entre sus errores formalmente condenados por la Iglesia (4) :

"El temor del infierno no es sobrenatural"
"La atrición que se concibe por miedo al infierno y a los castigos, sin el amor a la benevolencia a Dios por sí mismo, no es movimiento bueno ni sobrenatural"
El Concilio de Trento (Ses. XIV, iv) enseñó que no solo no es la atrición una hipocresía ni hace al hombre mas pecador, sino que es un don de Dios; un impulso del Espíritu Santo, el cual aunque todavía no habita en el penitente, lo dispone para recibir la gracia en la confesión. El Concilio utilizó el ejemplo de los Ninivitas que, llenos de temor por sus pecados después de la predicación de Jonás, hicieron penitencia y obtuvieron la misericordia de Dios. El temor de Dios no se limita a una emoción sino que incluye la voluntad de renunciar al pecado y al afecto al pecado. El Concilio Vaticano II y el Catecismo confirman esta doctrina.

Conclusión

El temor de Dios no es una ruta alternativa al camino del amor. Se trata mas bien de un don divino que nos hace comprender la seriedad del pecado por el castigo que merece ante un Dios justo. Por otra parte, el olvido del don del temor de Dios está llevando a muchos a la negación del pecado y sus consecuencias. El camino está entonces abierto a pretender que todo lo que la carne, el mundo y el demonio sugieren es amor.  ¡Cuantas vidas destruidas por ese engaño!

Ver también: Atrición y Penitencia

1. Dezinger, índice sistemático, XI, E, a, 2-a
2. Condenado en la Bula de León X, Exurge Domine, prop. VI; Concilio de Trento, Ses. XIV, can. iv.
3. Condenado por Alejandro VIII, 7 diciembre, 1690; y por Clemente X, "Unigenitus", 8 Septiembre, 1717. También la Bula de Pío VI "Auctorem Fidei", prop. 25.
4. Condenados por decreto del Santo Oficio el 7 diciembre, 1690 (Dezinger 1291-1321)
5  Sermón 161; P.L., XXXVIII, 882 sqq
6  P.L., Vol. VI of Augustine, col. 1440. Cita de Catholic Encyclopedia Edición edición html ©www.newadvent.org/cathen/02065a.htm

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