Perdonar sí es posible
No necesitas del otro para perdonar, para perdonar basta contigo mismo
Te perdono... Pero no lo olvido; te perdono… Pero te lo recuerdo constantemente; te perdono... Pero algún día sentirás lo mismo que yo.
No hay duda, no es fácil perdonar, y muchas veces estamos llenos de resentimientos y recuerdos negativos.
Resentimiento es volver a sentir, revivir aquella ofensa que alguien voluntaria o involuntariamente nos hizo, y que a pesar del tiempo, poco o mucho sigue afectando nuestra vida.
Vivir con resentimiento es como llevar veneno dentro de nosotros, es como cargar un costal a nuestras espaldas. La mayoría de las personas no somos capaces de dar salida a la reacción emocional, y esta ira reprimida puede causar ansiedad, cansancio, angustia, mal humor, enojo y hasta enfermedad.
¿Qué hacer para evitar el resentimiento?
Es muy importante saber dar la bienvenida al sentimiento, es decir, verbalizar lo que sentiste cuando otra u otras personas te ofendieron: entender qué fue lo que te molestó para poder decirlo, o bien escribirlo. Analiza si la ofensa es realmente objetiva, o es algo subjetivo y que tú has creado. Lo importante es nunca quedarse con este sentimiento negativo para evitar llegar así al resentimiento.
El valor que le demos a la ofensa, dependerá mucho más de nuestra respuesta personal, que de la gravedad de ésta. En este sentido hay que utilizar nuestra inteligencia para encontrar los motivos o razones del agresor, más que el dejarnos llevar por nuestras emociones.
Se ha hablado del resentimiento, pero entonces ¿Qué es el perdón?
Es aprender a vivir el presente con amor, sin rencores ni resentimientos. Es una decisión personal para ver más allá de la ofensa, de comprender y ser compasivo con el otro. Por supuesto es un proceso, no sucede de una vez, toma su tiempo y va surgiendo poco a poco. Pero ante todo, es una actitud personal donde se elige mirar al otro sin juzgarlo, y que se convierte en una forma de vida.
Por eso es que encontramos personas felices que viven en paz con los demás, y otras que van por la vida llenas de rencores y resentimientos hacia seres muy cercanos a ellas, o hacia otros muy lejanos.
Ahora bien, es importante mencionar que podemos confundir el perdonar con el aceptar determinadas acciones, por ejemplo:
Perdonar no es justificar comportamientos ajenos: Es alcohólico porque...; no trabaja porque…; me pega porque... Si justificamos podemos cometer el error de aprobar o defender una conducta propia o ajena.
Perdonar no es hacer como que todo va bien, cuando se siente que no es así: Prefiero no reclamar o decir que algo anda mal en nuestra relación...
Perdonar no es adoptar una actitud de superioridad hacia el otro: ¡Pobrecito!, ¡no entiende lo que hace!
Tampoco perdonar significa que debo cambiar mi comportamiento: Mi marido es descuidado con el dinero de la familia. Lo puedo perdonar, pero no implica que no deba exigirle que cambie.
Lo interesante de esto es que si queremos perdonar a alguien, no es necesario decirle “te perdono”. Podemos hacerlo internamente, basta con nosotros mismos. Incluso podemos perdonar a una persona que ya murió. Claro que si somos dos en lugar de uno, se puede dar una reconciliación.
No puedo dejar de mencionar la gran relevancia que tiene el que, en primer lugar, sepamos perdonarnos a nosotros mismos, aceptar nuestros errores, nuestros defectos, alejarnos de las culpas, y saber que como seres humanos nos equivocamos mucho más seguido de lo que nos gustaría.
Son muchos los beneficios que recibimos al perdonarnos y perdonar a otros:
• Nos liberamos de lo que nos tiene atados al pasado.
• Dejamos de somatizar estos sentimientos negativos. Ansiedad, angustia y cansancio disminuyen.
• Se reduce nuestra agresión e intolerancia, y las relaciones con nosotras mismas y con los demás se vuelven más armoniosas.
• Mejora nuestro estado de ánimo.
• Mejora nuestra salud.
En definitiva es un regalo que nos damos a nosotros mismos y que nos permitirá relacionarnos sanamente con los demás, aceptarnos y aceptarlos como son, y sobre todo, amarlos plenamente.
Te invito a que hagamos un alto en nuestra vida, y pensemos qué tenemos que perdonarnos y a qué persona o personas, cercanas o lejanas no hemos logrado perdonar. Liberémonos de este costal, de este veneno que nos impide vivir en paz y en armonía. Y recuerda:
“No necesitas del otro para perdonar, para perdonar basta contigo mismo”.
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