A veces, como no “sentimos” el ir a Misa y el comulgar, lo dejamos de hacer, dejamos de asistir a Misa y de recibir la Sagrada Comunión.
¡Que grave error el nuestro! Porque tanto la Misa como la Eucaristía son como remedios que nos curan toda clase de males.
Debemos recibir la Comunión lo más frecuentemente que podamos, aunque no sintamos un consuelo especial, al menos debemos recibirla como si tomáramos una aspirina, porque el Cuerpo y la Sangre del Señor son un Remedio para nuestra alma, nuestra mente y cuerpo.
Ojalá tengamos mucha devoción al recibir a Jesús sacramentado. Pero si no “sentimos” nada, igualmente no dejemos de ir a Misa y comulgar, porque el bien que nos viene de ello es incalculable.
Ya no somos niños, acostumbrados a los caramelos. El Señor nos trata como a adultos, a los que no les hace falta darles caramelos. Y así el Señor nos quita a veces el consuelo, el fervor y el gusto por las cosas de Dios. Pero está en nosotros seguir yendo a Misa, comulgando y rezando, viviendo de la fe, que se fortalece en la aridez. Dios a veces nos quita un poco los consuelos, los “caramelos”, para que nos hagamos adultos en la fe. Si dejamos todo apenas sentimos desabrimiento, eso muestra que no buscábamos al Dios de los consuelos, sino más bien lo que buscábamos eran los consuelos de Dios.
Aunque no sintamos nada al comulgar, sigamos recibiendo la Comunión como un remedio, constante y frecuentemente, y veremos que al fin Dios nos dará de vez en cuando algún consuelo mayor, que se alternará con tiempos de sequedad, para que no nos acostumbremos a los “caramelos”, sino que busquemos por encima de todo la gloria de Dios y el bien de las almas, comenzando por el bien de nuestra propia alma, asistiendo a Misa y recibiendo la Eucaristía, si es posible, diariamente.
¡Que grave error el nuestro! Porque tanto la Misa como la Eucaristía son como remedios que nos curan toda clase de males.
Debemos recibir la Comunión lo más frecuentemente que podamos, aunque no sintamos un consuelo especial, al menos debemos recibirla como si tomáramos una aspirina, porque el Cuerpo y la Sangre del Señor son un Remedio para nuestra alma, nuestra mente y cuerpo.
Ojalá tengamos mucha devoción al recibir a Jesús sacramentado. Pero si no “sentimos” nada, igualmente no dejemos de ir a Misa y comulgar, porque el bien que nos viene de ello es incalculable.
Ya no somos niños, acostumbrados a los caramelos. El Señor nos trata como a adultos, a los que no les hace falta darles caramelos. Y así el Señor nos quita a veces el consuelo, el fervor y el gusto por las cosas de Dios. Pero está en nosotros seguir yendo a Misa, comulgando y rezando, viviendo de la fe, que se fortalece en la aridez. Dios a veces nos quita un poco los consuelos, los “caramelos”, para que nos hagamos adultos en la fe. Si dejamos todo apenas sentimos desabrimiento, eso muestra que no buscábamos al Dios de los consuelos, sino más bien lo que buscábamos eran los consuelos de Dios.
Aunque no sintamos nada al comulgar, sigamos recibiendo la Comunión como un remedio, constante y frecuentemente, y veremos que al fin Dios nos dará de vez en cuando algún consuelo mayor, que se alternará con tiempos de sequedad, para que no nos acostumbremos a los “caramelos”, sino que busquemos por encima de todo la gloria de Dios y el bien de las almas, comenzando por el bien de nuestra propia alma, asistiendo a Misa y recibiendo la Eucaristía, si es posible, diariamente.
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