viernes, 6 de marzo de 2015

No dejar la oración.


Así como el cuerpo no puede vivir sin respirar, el alma tampoco puede vivir sin la oración, porque si queremos conservarla viva, es decir en gracia y amistad con Dios, y así estar bien preparados por si tenemos que pasar a la eternidad, entonces tenemos que rezar, puesto que la gracia debe ser alimentada por Dios mismo, y eso se hace a través de la oración y de los sacramentos.
Si dejamos la oración, poco a poco nos iremos enfriando en las cosas de Dios, y bajaremos la mirada, y de las cosas celestiales la posaremos en las cosas materiales, y si continuamos sin rezar, el próximo paso es quedar envueltos en pecados cada vez más graves.
No dejemos la oración por nada del mundo, porque si la dejamos de lado, muy pronto estaremos perdidos en el tiempo y en la eternidad.
Hagamos el propósito, al menos, de rezar todos los días las tres Avemarías. Cualquiera puede practicar esta devoción, y quien no la practica, no es por falta de tiempo, sino por falta de amor a Dios y de amor a sí mismo, a su propia alma, y a sus seres queridos, porque esta sencilla devoción de rezar cada día tres avemarías lo puede hacer cualquiera. Si no lo hacemos es señal de que no nos interesan las cosas de Dios ni la salvación de nuestras almas.
Los santos no fueron santos sino porque rezaron muchísimo. Ellos, que creemos que no necesitaban de nada y que lo tenían todo, sin embargo han rezado, ¡y cuánto! ¿Y nosotros, faltos de todo, queremos pasar esta prueba de la vida sin elevar siquiera unas pocas oraciones cada día? Qué equivocados estamos, y en este convencimiento, no poca influencia debe tener Satanás, puesto que él lo que más desea es que no recemos, para ser sus fáciles presas.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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