LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Julio 31
¡Qué poco cuesta ser agradecido y, sin embargo, cuánto se estima la gratitud!
Esa propina que dejas sobre la mesa del restaurante sin decir palabra, sabría mejor si añadieras una sola palabrita y fácil de pronunciar: “¡Gracias!”. Esas monedas que depositas en la mano del que te lustra los zapatos, serían recibidas con mayor alegría si las acompañaras de una palabra que diera a conocer a ese hombre a tus pies que su trabajo es dignificador y que por ello le estás agradecido.
Esa carta que recibes, esa verdura que compras, ese llamado telefónico que atiendes, ese servicio que te presta un empleado público, esa información que te dan en la estación terminal… todo eso y muchas otras cosas, si estuvieran salpicadas de la palabrita “¡Gracias!” y de una amable sonrisa, sincera, cálida, no dejarían de llegar hasta el corazón de los demás y los volvería más abiertos, más dispuestos a la ayuda del prójimo, más solícitos.
Si cada día dijeras “¡Gracias!” a Dios por darte un nuevo día y por hacerte gozar de salud y de tantas otras cosas, la vida de tu espíritu sería más intensa y la vivirías con otra proyección.
“Cristo sanó a los diez leprosos de su enfermedad; solamente uno de ellos volvió para agradecer a Dios la salud recibida; Cristo tomó la palabra y dijo: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero? Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado” (Lc 17, 11-19).
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