sábado, 11 de abril de 2015

“David”


rey david berrugete

1. Presencia permanente de David.

La figura de David, como hombre y como rey, tiene un relieve tal que no cesa de ser para Israel el tipo del Mesíasque debe nacer de su raza. A partir de David, la alianza con el pueblo se hace a través del rey, como lo hace notar Ben Sirá al final del retrato que hace de él (Eclo 47,2-11). Así el trono de Israel es el trono de David (Is 9,6; Lc 1,32): sus victorias anuncian la que el Mesías, lleno del Espíritu que reposa sobre el hijo de Jesé (1Sa 16,13; 15 11,1-9), reportara sobre la injusticia. Por la victoria de su resurrección cumplirá Jesús las promesas hechas a David(Hech 13,32-37) y dará a la historia su sentido (Ap 5,5).
¿Cómo logró el personaje David este puesto distinguido en la historia de la salvación? Veamos:

2. El elegido de Dios.

David, llamado por Dios y consagrado por la unción (1Sa 16,1-13), es constantemente el “bendito” de Dios, al que Dios asiste con su presencia; porque Dios está con él, prospera en todas sus empresas (1Sa 16,18), en su lucha con Goliat (1Sa 17,45ss), en sus guerras al servicio de Saúl (1Sa 18,14ss) y en las que él mismo emprenderá como rey y liberador de Israel: “Por dondequiera que iba le daba Yahveh la victoria” (2Sa 8,14).
David, encargado como Moisés de ser el pastor de Israel (2Sa 5,2), hereda las promesas hechas a los patriarcas, y en primer lugar la de poseer la tierra de Canaán. Es el artífice de esta toma de posesión por la lucha contra los filisteos, inaugurada en tiempos de Saúl y proseguida durante su propio reinado (2Sa 5,17-25; cf. 10-12). La conquista definitiva es coronada por la toma de Jerusalén (2Sa 5,6-10), a la que se llamará “ciudad de David”. Se convierte en la capital de todo Israel, en torno a la cual se efectúa la unidad de las tribus. Es que el arca introducida por David ha hecho de Jerusalén una nueva ciudad santa (2Sa 6,1-9) y David desempeña en ella las funciones sacerdotales (2Sa 6,17s). Así “David y toda la casa de Israel” no forman sino un solo pueblo en torno a su Dios.

3. El héroe de Israel.

rey-david-1David responde a su vocación con unaprofunda adhesión a Dios. Su religión se caracteriza porla espera de la hora de Dios; así se guarda de atentar contra la vida de Saúl, incluso cuando tiene ocasión de deshacerse de su perseguidor (1Sa 24; 26). Perfectamente abandonado a la voluntad de Dios, está pronto a aceptarlo todo de él (2Sa 11,25s) y espera que el Señor transforme en bendiciones todas las desgracias que tiene que sufrir (16, 10ss). Es el humilde servidor, confuso por los privilegios que Dios le otorga (2Sa 7,18-29), y por esto es el modelo de los “pobres” que, imitando su abandono a Dios y su esperanza llena de certidumbre, prolongan su oración en las alabanzas y en las súplicas del salterio. Sin embargo, las intuiciones profundas de su piedad no quitan nada del carácter arcaico de su religión, ya se trate del efod utilizado como instrumento adivinatorio (1Sa 23,9; 30,7) o de la presencia de un terafim en su casa (19,13).
rey david cantorAl “cantor de los cánticos de Israel” (2Sa 23,1) los levitas atribuyen, además de numerosossalmos, el plano delTemplo (1Par 22; 28), así como la organización del culto(1Par 23-25) y de sus cantos (Neh 12,24.36), e incluso, ya en tiempos de Amós, la invención de los instrumentos músicos(Am 6,5).
La gloria religiosa de David no debe hacer olvidar al hombre; tuvo sus debilidades y sus grandezas; rudo guerrero, astuto también (1Sa 27,10ss), cometió graves faltas y se mostró débil con sus hijos ya antes de su vejez. Su moral es todavía burda: durante su permanencia con los filisteos, se comporta como jefe de bandidos (1Sa 27,8-12) y es lo bastante avisado para que al cabo de más de un año Aquis no se dé cuenta de nada (29,6s). No se pueden pasar en silencio sus despiadadas reacciones después del incendio de Siceleg (30,17) y en su lucha contra Moab (2Sa 8,2). Finalmente, atado por su palabra y no pudiendo cebarse en todos los que le han hecho daño, confía sus venganzas póstumas a Salomón. Pero ¡qué magnanimidad en su fiel amistad con Jonatás, en el respeto que muestra siempre hacia Saúl!; algunos detalles revelan su nobleza de alma: respeto del arca (2Sa 15,24-29), respeto de la vida de sus soldados (2Sa 23,13-17), generosidad (1Sa 30,21-25) y perdón (2Sa 19,16-24). Por lo demás se muestra político avisado, que se granjea simpatías en la corte de Saúl y cerca de los ancianos de Judá (1Sa 30,26-31), desaprobando el asesinato de Abner (2Sa 3,28-37) y vengando el homicidio de Isbaal (2Sa 4,9-12).

4. El Mesías, hijo de David.

El éxito de David hubiera podido hacer pensar que se habían realizado las promesas de Dios. Pero entonces una nueva y solemne profecía da nuevo impulso a la esperanza mesiánica(2Sa 7,12-16). A David que proyecta construir un templo responde Dios que quiere construirle una descendencia eterna (banah = “edificar”; ben: “hijo”); “yo te edificaré una casa” (7,27). Así orienta Dios hacia el porvenir la mirada de Israel. Promesa incondicionada, que no destruye la alianza del Sinaí, sino que la confirma concentrándola en el rey (7,24). En adelante Dios, presente en Israel, le guía y le mantiene en la unidad por la dinastía de David. El salmo 132 canta el vínculo establecido entre el arca, símbolo de la presencia divina, y el descendiente de David.
Así se comprende la importancia del problema de la sucesión al trono davídico y las intrigas a que da lugar (cf. 2Sa 9-20; 1Re 1). Y todavía se comprende mejor el puesto de David en los oráculos proféticos (Os 3,5; Jer 30,9; Ez 34,23s). Para ellos, evocar a David es afirmar el amor celoso de Dios a su pueblo (Is 9,6) y su fidelidad a su alianza (Jer 33,20ss), “alianza eterna, hecha de las gracias prometidas a David” (Is 55,3). De esta fidelidad no se puede dudar aun en lo más duro de la prueba (Sal 89,4s.20-46).
Cuando se cumplen los tiempos se llama, pues, a CristoHijo de David” (Mt 1,1); este título mesiánico no había sido nunca rehusado por Jesús, pero no expresaba plenamente el misterio de su persona.
Por eso Jesús, viniendo a cumplir las promesas hechas a David, proclama que es más grande que él: es su Señor (Mt 22,42-45). No es solamente “el siervo David”, pastor del pueblo de Dios (Ez 34,23s), sino que es Dios mismo que viene a apacentar y a salvar a su pueblo (Ez 34, 15s), este Jesús, “retoño de la raza de David”, cuyo retorno aguardan e invocan el Espíritu y la esposa (Ap 22,16s).
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