viernes, 13 de marzo de 2015

Dulce Lopes Pontes (1914-1992)



La beata Dulce Rita Lopes Pontes nace el 26 de mayo de 1914 en Salvador (Bahía. Brasil), hija de Augusto y Dulce María. De muy joven frecuenta las favelas o colonias de pobres de la ciudad. El sótano de su casa lo convierte en un lugar de asistencia a los necesitados de alimentos, ropa y medicinas. En el año 1932 profesa en la OFS. Y en 1933 ingresa en el Instituto de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios y emite los votos en agosto de 1934. Pone toda su atención en el seguimiento de Jesús por medio de pequeños actos de servicio a los marginados. Trabaja en hospital Español de Bahía de enfermera, sacristana y portera, imparte clases en el colegio de Santa Bernadete y colabora con obreros de Itapagipe. Funda las Hijas de María Siervas de los Pobres, además crea colegios para los niños, albergues para los pobres sin techo, el sindicato de los obreros de San Francisco en Bahía y una red de hospitales donde recoge a los enfermos. En el Hospital de San Antonio llega a asistir a 3.000 enfermos al día. Es candidata al Premio Nobel de la Paz en 1988. Tiene una especial devoción al Corazón de Jesús y a María Inmaculada. Fallece en Bahía el 13 de marzo de 1992. Es beatificada el 22 de mayo de 2011 durante el pontificado de Benedicto XVI.

                                               Común de Vírgenes

Oración. Señor, tú que te complaces en habitar en los limpios de corazón, concédenos, por intercesión de la beata Dulce Lopes, virgen, vivir, por tu gracia, de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.

Lecturas
«En nombre de Jesucristo echa a andar»
            Los seguidores de Jesús, después de la experiencia de la Resurrección y la recepción del Espíritu en Pentecostés (cf. Hech 2,1-4), comienzan su misión de continuar en la historia la salvación que Dios inicia con Jesús. Los discípulos son meros mediadores de la salvación (cf. Hech 4,9.12). Ellos actúan en «nombre de Jesús», el Salvador (cf. Hech 5,31; 13,23), al que los nuevos cristianos se unen por el bautismo (cf. Hech 2,38; Rom 6,1-11). La salvación abarca toda la realidad creada (cf. Rom 8,19). Recuperar la salud es, pues, un signo de que la salvación incide decididamente en la vida humana.

            Lectura de los Hechos de los Apóstoles         3,1-10

            Salmo responsorial   143,1-2.9-10

            La vida humana nos somete a muchos peligros: peligros de la guerra, de la enfermedad, en definitiva, de la muerte con la que desparece la vida de la historia. El Señor, entonces, se presenta como un alcázar, como un escudo, como un médico: la roca sobre la que se asienta la vida. Él es el salvador, que vence al enemigo, a la enfermedad, a la muerte. Por eso se le alaba y se le alaba cantando.

            V. Bendito el Señor, mi roca.
            R. Bendito el Señor, mi roca.

Aleluya                                                                        Mt 9,12

            Aleluya. Aleluya.
            «No necesitan médico los que están sanos, sino los enfermos»
            Aleluya



            Evangelio

                        «Los que lo tocaban se ponían sanos»

            Marcos comienza su Evangelio con la proclamación de la filiación divina de Jesús y el anuncio del Reino (cf. Mc 1,1.15). La presencia salvadora de Dios en la historia la realiza por medio de signos, y uno de ellos es la curación de los enfermos. Por la curación, Jesús comunica que Dios actúa salvando, que no condenando. Ante ello, los creyentes buscan y se acercan a Jesús con sus enfermedades y miserias y encuentran al Hijo de Dios, que no sólo sana, sino también perdona y ofrece las condiciones fundamentales para conducirse con una existencia digna. 


            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6,53-56

           
                                                           Para meditar

            «Si alguno de los hermanos cayere en enfermedad, dondequiera estuviere, los otros hermanos no lo abandonen, sino que se asigne a uno de los hermanos o más, si fuere necesario, que le sirvan, como querrían ellos ser servidos (Mt 7,12); pero en una necesidad extrema, pueden dejarlo a alguna persona que deba satisfacer por su enfermedad.
            Y ruego al hermano enfermo que dé gracias de todo al Creador; y que desee estar tal cual le quiere el Señor, ya sano ya enfermo, porque a todos los que Dios predestinó a la vida eterna (Hech 13,48) los instruye con los aguijones de los azotes y enfermedades y con el espíritu de compunción, como dice el Señor: Yo a los que amo corrijo y castigo(Ap 3,19).
Y si alguno se turba o irrita, ya contra Dios ya contra los hermanos, o si por casualidad exigiere con inquietud medicinas, anhelando en demasía liberar la carne que en seguida morirá, que es enemiga del alma, del malo le viene esto y es carnal, y no parece ser de los hermanos, porque ama más al cuerpo que al alma» (San Francisco, RegNB, 10,1-4).






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