Hoy, 3 de febrero, conmemoramos a San ÓSCAR, Misionero.
SAN ÓSCAR (801-865) nació en Corbie, en la actual Francia, y falleció en Bremen, en la actual Alemania. Fue educado por frailes benedictinos, y a la joven edad de trece años tomó los hábitos.
A San Óscar, llamado también San Anscario, se le conoce como el “Apóstol del Norte”, ya que su labor contribuyó en buena medida a la cristianización de los países escandinavos: Suecia, Noruega y Dinamarca. Recordemos que era una época en la que los habitantes de esas tierras eran paganos y poco civilizados, y además muy feroces, como lo demostraban los piratas vikingos.
En 826, el príncipe Harald de Dinamarca, aspirante al trono de ese país, acudió con el emperador Ludovico Pío para establecer una alianza. Harald se bautizó, y Ludovico se comprometió a apoyarlo políticamente y a enviarle misioneros.
Uno de los designados fue Óscar. Sus pocos logros de evangelización, sin embargo, se truncaron en 828, cuando Harald es depuesto y él tiene que salir por piernas de Dinamarca.
Al año siguiente fue el rey de Suecia el que solicitó ayuda. Anscario se ofreció como voluntario para ir en su representación. Durante el viaje su barco fue atacado por piratas, que le robaron los obsequios y presentes que llevaba para el rey Björk. Y el año que pasó antes de ser expulsado de ahí fue igualmente poco fructífero.
De común acuerdo con Ludovico Pío, el papa Gregorio IV, pone a San Óscar al frente de la nueva diócesis de Hamburgo, establecida con el fin de organizar desde ahí la penetración del cristianismo en Escandinavia. Así se convierte en el primer obispo de esa ciudad. Más adelante es nombrado también obispo de Bremen, unificando a ambas diócesis.
Su labor misionera tampoco tuvo mayor suerte en Schleswig y Holstein, donde estableció la primera iglesia de Dinamarca dedicada a la Virgen María. Para colmo, los piratas normandos arrasaron Hamburgo, quemando la catedral junto con el monasterio y todos sus libros.
Se dice que tenía el don del vaticinio y que era capaz de hacer milagros, a lo que San Óscar respondía humildemente: “Si tuviera yo ese don, mi primer milagro sería el transformarme en un hombre bueno.”
SAN ÓSCAR nos enseña la importancia de vencer siempre al desaliento.
SAN ÓSCAR (801-865) nació en Corbie, en la actual Francia, y falleció en Bremen, en la actual Alemania. Fue educado por frailes benedictinos, y a la joven edad de trece años tomó los hábitos.
A San Óscar, llamado también San Anscario, se le conoce como el “Apóstol del Norte”, ya que su labor contribuyó en buena medida a la cristianización de los países escandinavos: Suecia, Noruega y Dinamarca. Recordemos que era una época en la que los habitantes de esas tierras eran paganos y poco civilizados, y además muy feroces, como lo demostraban los piratas vikingos.
En 826, el príncipe Harald de Dinamarca, aspirante al trono de ese país, acudió con el emperador Ludovico Pío para establecer una alianza. Harald se bautizó, y Ludovico se comprometió a apoyarlo políticamente y a enviarle misioneros.
Uno de los designados fue Óscar. Sus pocos logros de evangelización, sin embargo, se truncaron en 828, cuando Harald es depuesto y él tiene que salir por piernas de Dinamarca.
Al año siguiente fue el rey de Suecia el que solicitó ayuda. Anscario se ofreció como voluntario para ir en su representación. Durante el viaje su barco fue atacado por piratas, que le robaron los obsequios y presentes que llevaba para el rey Björk. Y el año que pasó antes de ser expulsado de ahí fue igualmente poco fructífero.
De común acuerdo con Ludovico Pío, el papa Gregorio IV, pone a San Óscar al frente de la nueva diócesis de Hamburgo, establecida con el fin de organizar desde ahí la penetración del cristianismo en Escandinavia. Así se convierte en el primer obispo de esa ciudad. Más adelante es nombrado también obispo de Bremen, unificando a ambas diócesis.
Su labor misionera tampoco tuvo mayor suerte en Schleswig y Holstein, donde estableció la primera iglesia de Dinamarca dedicada a la Virgen María. Para colmo, los piratas normandos arrasaron Hamburgo, quemando la catedral junto con el monasterio y todos sus libros.
Se dice que tenía el don del vaticinio y que era capaz de hacer milagros, a lo que San Óscar respondía humildemente: “Si tuviera yo ese don, mi primer milagro sería el transformarme en un hombre bueno.”
SAN ÓSCAR nos enseña la importancia de vencer siempre al desaliento.
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