Sermon de Justino Mártir - Padre de la Iglesia
El Primer Apologista
(160 D.C)
San
Justino nació en Flavia Neápolis. Fue el primer apologeta cristiano,
laico. Como buscador incansable de la verdad, profundizó principalmente
en el sistema de los estoicos, los pitagóricos y de Platón.
Tuvo
un encuentro que le motivó a estudiar "una filosofía más noble" que las
que él conocía. Así, comenzó a estudiar las Sagradas Escrituras y a
informarse sobre el cristianismo. San Justino tenía 30 años cuando se
convirtió al cristianismo y recorrió varios países discutiendo con los
paganos, los herejes y los judíos sobre la fe. Los escritos de Justino
mártir que han llegado completos hasta nosotros son las dos Apologías y
el Diálogo con Trifón. En la primera Apología, San Justino protesta
contra la condenación de los cristianos por razón de su religión o de
falsas acusaciones. En ella fundamenta que es injusto acusarlos de
ateísmo y de inmoralidad, ya que son ciudadanos pacíficos, cuya lealtad
al emperador se basa en sus mismos principios religiosos. La segunda
Apología es un apéndice de la primera. En su tercer libro, el mártir
hace una defensa del cristianismo en contraste con el judaísmo, bajo la
forma de diálogo con un judío llamado Trifón.
San Justino se negó
a la orden dada por Crescencio de ofrecer sacrificios a los ídolos y,
confesando valientemente a Cristo, fue condenado por el juez a morir
decapitado [1]
Apologia
Porque Eva,
cuando era todavía virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que
recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte: en cambio, la
virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena
noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo
la cubriría con su sombra, por lo cual lo santo nacido de ella seria hijo de
Dios; a lo que ella contestó: “Hágase en mi según tu palabra.” Justino Mártir
(160 d.C.)
María,
la antítesis de Eva.- “Eva, virgen e intacta, habiendo concebido la
palabra de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte. La
Virgen María, habiendo concebido fe y alegría, cuando el ángel Gabriel
le anunció que el Espíritu del Señor vendría a ella y la virtud del
Altísimo la cubriría con su sombra, de suerte que el Ser Santo, nacido
de Ella, sería el Hijo de Dios, respondió: Hágase en Mí según tu
palabra; y de Ella nació Él… por quien Dios destruye la serpiente y a
los ángeles y hombres que a ella –a la serpiente- se asemejan, y libra
de la muerte a los que se arrepienten de su maldad y creen en Él”.
(Diálog. Con Trif., c.100, PG, VI, 700).
El
binomio Eva-María es la primera visión de la era patrística sobre la
Santísima Virgen. Esta primera raíz del paralelismo Eva-María irá
creciendo pujante hasta formar un árbol exuberante: la Mariología.
La
siempre Virgen María.- “Fue la virtud de Dios la que vino sobre la
Virgen y la cubrió con su sombra, y, permaneciendo virgen, hizo que
concibiera”. (Apolog. I, c.33, PG, VI, 381).
La
doctrina sobre la virginidad de María se fue desarrollando lentamente
en los primeros siglos de la Iglesia hasta culminar felizmente en la
definición dogmática de la perpetua virginidad de María en el concilio
provincial de Letrán, celebrado el año 649 por el papa San Martín I,
como veremos luego. María, Madre de Dios.- La maternidad divina de Nuestra Señora aparece ya también en san Justino. No
aparece, es verdad, el clásico theotókos, Deigenitrix, en estos
comienzos de la literatura mariana que será más tarde el término técnico
para expresar el dogma de la maternidad divina de María; pero la
doctrina es exactamente la misma: la del Evangelio, la de la tradición
primitiva. He aquí dos textos de gran apologista del siglo II:
“El Hijo de Dios, que es también Dios, quiso el Padre naciera hombre de la Virgen”. (BAC, 116, p. 525).
La atribución de dos nacimientos en Cristo –eterno y temporal- a una misma persona está clara en Justino.
“Noé,
Enoc, Jacob, etc., se salvaron junto con los que reconocen a Cristo,
Hijo de David; Él por un lado, existía antes del lucero y de la luna; y,
por otro, consintió, encarnándose, en ser engendrado por esta Virgen,
que procedía del linaje de David”. (Ib., p. 376).
Si,
pues, Jesús es el Hijo de Dios engendrado eternamente por el Padre y
engendrado temporalmente, virginalmente, por María, síguese en buena
lógica que María es la Madre de Dios.
San Justino
Mártir
Flavia Neápolis (Palestina), hacia 100 - Roma, hacia 165
El nombre completo por el que a veces se le conoce es: San Justino
filósofo y mártir. Pero se le pueden añadir otros títulos no menos
merecidos, como teólogo y exegeta, además de apologista.
Nació en Flavia Neápolis, ciudad fundada el año 72 por el emperador
Vespasiano, apenas terminada la guerra judía, guerra sellada por la
destrucción del templo de Jerusalén. Estaba situada en el terreno de la
antigua Mabarta («El Paso»), en Samaria, entre los montes Ebal y
Garizín, cerca de las ruinas de la bíblica Siquén. […]
El nacimiento de Justino debió de ocurrir en torno al año 100, finales del siglo I o comienzos del II. […]
La extensión y profundidad de sus conocimientos, que podemos
comprobar en sus obras supervivientes, suponen un ambiente familiar
capaz de proporcionarle una formación cultural de base muy notable y de
ponerle en condiciones de enfrentarse incluso con doctrinas difíciles y
muy especulativas, como las que presentaban los gnósticos de su
tiempo.[…]
Esa formación y su propia índole intelectual y espiritual le inclinaron
muy pronto hacia el campo de la filosofía. A ella se dedicó por entero,
tan pronto como terminó los estudios liberales o medios.[…]
Para Justino, «la filosofía es el mayor de los bienes en realidad, y
el más precioso ante Dios, al cual ella sola nos conduce y nos
recomienda. Y santos son, en verdad, aquellos que consagran su
inteligencia a la filosofía» (Diál. 2, 1). Esto lo dice Justino,
naturalmente, cuando ya era cristiano, pero constituye, sin duda, el
programa que balizó todo su largo itinerario hacia una meta que él
vislumbraba, en su anhelo, pero que aún no conocía.
El proceso de ese itinerario filosófico y espiritual lo dejó él
consignado en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón. Quizás la
redacción es una elaboración y una reconstrucción literaria, pero el
fondo corresponde a la realidad histórica, pues todas las etapas
aludidas han dejado algún poso, alguna huella, aunque desigual, en las
obras conservadas de Justino. En esa búsqueda filosófica de Justino, que
desemboca en una conversión al cristianismo, hay, efectivamente, varias
etapas que marcan su evolución, aunque no tienen igual duración. Parece
que primeramente frecuentó a un estoico.[…] Acudió luego a un
peripatético o seguidor de la doctrina de Aristóteles. […] El tercer
filósofo al que acudió, siempre en busca de «lo que es peculiar y más
excelente en la filosofía», era un pitagórico, de no poca fama, que
«tenía pensamientos muy elevados acerca de su propia sabiduría». […] Por
fin recaló en la escuela de Platón. […]
-
Conversión al cristianismo
En este momento preciso es cuando, en «aquel paraje solitario, no
lejos del mar», tuvo su casual —providencial— encuentro con «aquel
anciano, de aspecto no despreciable, que manifestaba poseer un carácter
suave y venerable» y que le abrió el camino hacia la verdadera
«filosofía que produce felicidad», haciéndole ver que «la inteligencia
humana jamás será capaz de ver a Dios, si no está adornada con el
Espíritu Santo» (3, 7). El anciano le habló de los maestros que
superaban con mucho a todos los filósofos, incluidos los más grandes, le
habló de «los hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que
hablaron inspirados por el Espíritu divino, y divinamente inspirados
predijeron el futuro, aquello justamente que ahora se está cumpliendo;
son los llamados profetas, los únicos hombres, anteriores a todos los
filósofos, que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni
adular a nadie, horros de vanagloria y llenos del Espíritu Santo» (7,
1).
El anciano, pues, le orientó al estudio de las Sagradas Escrituras, y
él, reflexionando sobre ello, una vez despedido del anciano, halló «que
ésta es la única filosofía segura y provechosa», y que ahora era cuando
él podía sentirse «filósofo de verdad». […] Todo ello le condujo a una
sincera y total conversión a la fe cristiana. No era una «conversión
filosófica» más de las muchas que hallamos entre sus contemporáneos —y
aun anteriores—, y eso que, como ya se apuntó, para la mayoría de los
intelectuales y de la gente de cierta cultura de entonces la filosofía
no era un mero estudio, más o menos estéril, de problemas metafísicos y
morales, sino que realmente se la consideraba como un género o método de
vida, muy emparentado con lo que hoy es la religión en general, que
tenía repercusiones serias en todo el ser y proyección de la persona.
Solamente es «conversión filosófica» en cuanto que Justino, al final
de su itinerario filosófico, considera al cristianismo como la
«verdadera filosofía». En la Escrituras, en la vida cotidiana de los
cristianos y en el ejemplo de los mártires, Justino ha descubierto
valores humanos esenciales cuya necesidad se ha agudizado en su época,
pero sobre todo ha encontrado la novedad de Cristo, que aporta al hombre
no sólo la gracia necesaria para un cambio radical en el corazón y en
las costumbres —conversión—, sino sobre todo la renovación total del
hombre, con reflejos de vida nueva en el mundo circundante.
En Cristo ve al único Logos —razón, palabra— de Dios, que da sentido
al hombre y al mundo. La conversión al cristianismo era sobre todo una
adhesión personal y total a Cristo, con todas las exigencias de la fe y
todas las consecuencias para la vida de cada día, individual y
comunitaria. Por eso escribe Justino en su Apología, hablando, como
cristiano ya, en primera persona: «Los que antes nos complacíamos en el
libertinaje, ahora estamos enamorados de la castidad; los que
recurríamos a la magia, ahora estamos enteramente consagrados al Dios
bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el dinero y las
propiedades, ahora ponernos en común lo que poseemos, y lo compartimos
con el necesitado; los que mutuamente nos odiábamos y unos a otros nos
matábamos, los que no admitíamos en nuestro hogar a extranjeros, por su
raza y costumbres, ahora, después de la manifestación de Cristo,
compartimos con ellos mesa y techo, rogarnos por nuestros enemigos y nos
esforzarnos por convencer a quienes injustamente nos aborrecen, con el
fin cíe que, viviendo según los buenos preceptos de Cristo compartan con
nosotros la esperanza de recibir, por parte de Dios, Soberano del
Universo, los mismos bienes que nosotros», (14, 2-3). […]
En ningún momento parece que Justino tuviera la menor intención de
formar parte del clero en alguna comunidad, y menos de la jerarquía
eclesiástica. Fue siempre un laico, pero un laico incondicionalmente
comprometido con su fe cristiana, y comprometido con lo que él considera
su carisma personal: la enseñanza. […] Justino será un didáskalos, un
maestro, y allá donde vaya abrirá un didaskaléion, una escuela para
impartir sus enseñanzas.
En uno de sus viajes, llegó a Roma, y allí se quedó. Mediaba el siglo II. Estableció un didaskaléion, donde pudiera enseñar.
Consciente y responsable de los dones que Dios le había regalado,
especialmente para comprender y explicar las Escrituras, desde su
conversión se dedicó sin reservas a estudiarlas a fondo, con miras
siempre a hacer a los demás partícipes de sus hallazgos. Para ello puso
en ejecución los instrumentos intelectuales que le había deparado su
largo itinerario preparatorio. Esta base y su inevitable contacto con la
intelectualidad pagana y con las especulaciones de los pujantes
movimientos gnósticos, le llevaron a un esfuerzo de exégesis o
interpretación de la palabra de Dios y a una seria, metódica y profunda
reflexión sobre la misma y sobre la regla de fe, que le convirtieron en
el primero en merecer el título de «teólogo».
[Justino] No tiene inconveniente en dirigir a las autoridades del
imperio una defensa razonada del cristianismo, no sólo contra las
acusaciones de la plebe ignorante, sino también, y muy especialmente,
contra las provenientes de los intelectuales paganos, que consideraban
al cristianismo como «perniciosa superstición, entre otras lindezas.
Justino piensa que lo más efectivo para lograrlo es convertir la defensa
en propaganda, por eso presenta una exposición, sencilla pero íntegra,
de la fe y de la vida de los cristianos correspondiente a esa fe. En sus
Apologías hallamos la descripción fiel, entusiasta y emocionada, de
cómo los cristianos vivían su fe, es decir, de cómo la vivía él mismo.
[…]
Justino había luchado y luchaba en varios frentes: pagano, gnóstico y
judío, por lo que estaba muy expuesto. Sin embargo, el peligro acechaba
por otro flanco. Su labor de maestro filósofo tenía en Roma mucho
éxito, y su discipulado seguía creciendo no sólo en número, sino sobre
todo en calidad, con un seguimiento que iba mucho más allá de lo
puramente intelectual. Era una época en que abundaban, según quedó ya
señalado, los filósofos y seudofilósofos itinerantes, tan bien
retratados por Luciano de Samosata, que en todas partes buscaban la
polémica y se hacían feroz competencia. Alguno se establecía en una
ciudad, como el propio Justino había hecho. Era natural que abundaran en
Roma.
Es Justino mismo quien nos cuenta en su Apología las agarradas que
sostuvo con el filósofo cínico Crescente, del que, por ello, temía lo
peor. Y el historiador Eusebio de Cesarea, que cita ampliamente a
Justino, aporta nuevas noticias sobre dicho individuo nada halagüeñas,
tomadas del apologista Taciano, discípulo de Justino, y afirma sin
vacilar: Justino, «según su predicción, murió víctima de las
maquinaciones de Crescente» (HE IV 16, 7).
Así, pues, el martirio coronó la vida y la obra de Justino.
Un día arrestaron a Justino y a unos cuantos discípulos de los más
relevantes, que tuvieron que comparecer y responder de sus vidas ante el
prefecto de Roma Quinto Junio Rústico.[…]
[En los interrogatorios] ante la pregunta pertinente: «¿Eres
cristiano? —Responde Justino: Sí, soy cristiano». Es también la
respuesta definitiva, la que irán repitiendo uno tras otro sus
discípulos y compañeros del trance: Garitón, Evelpisto, Hiéraco, Peón y
Liberiano. Entonces Rústico le insiste a Justino: «Vas a ser azotado y
decapitado, ¿crees que subirás al cielo? —Responde Justino: Confío
lograrlo con mi perseverancia, si no dejo de perseverar. Sé que esto
está reservado a los que llevan una vida recta, hasta la conflagración
universal. —Preguntó el prefecto Rústico: ¿Entonces tú opinas eso, que
subirás? —Respondió Justino: No es una opinión: estoy absolutamente
convencido de ello. —El prefecto Rústico dijo: Si no obedecéis, seréis
ajusticiados. —Y el prefecto Rústico proclamó la sentencia: Todos
cuantos no han querido sacrificar a los dioses, que sean azotados y
conducidos a la ejecución, conforme al procedimiento de la ley». Y
Justino y sus compañeros fueron ajusticiados, mártires de Cristo.
Debió de ocurrir hacia el año 165. […] En Oriente se le dio culto muy
pronto, a Justino solo; más tarde, con el culto de Justino ya
introducido —y sin duda por la llegada de las Actas del martirio— se le
celebró junto con sus compañeros de martirio, y siempre el 1 de junio,
según los menologios. En Occidente, se les celebra juntos ya desde el
comienzo. Los Martirologios de Usuardo y Ación señalan la fiesta el 13
de abril. El papa León XIII extendió la fiesta a toda la Iglesia.
Martirologio: San Justino mártir: año 100-168.
SAN JUSTINO MARTIR
(100 – 168)
San Justino.
Nació en Palestina, en la ciudad de Flavia Neápolis (actual Nablus, en
Cisjordania); llamada Siquem en el Antiguo Testamento. Considerado como
el Padre apologista griego más importante del siglo II y una de las
personalidades más noble de la literatura cristiana. De padres paganos y
origen romano, hombre de su tiempo fue filósofo, santo y mártir. Tres
dimensiones de la vida humana cada una de las cuales es suficiente para
dignificarla, se realiza con plenitud, conciencia y autenticidad.
San Justino cumplió con las tres. Como filósofo, amó la verdad y se
entregó a su estudio; como santo, respondió con virtudes a la gracia
suficiente, difundiendo la verdad con el ejemplo de su vida tanto o más
pulcramente que con sus escritos; y como mártir confesó con valentía y
serenidad, pero sin jactancia, su fe en Jesucristo, negándose a
sacrificar a los ídolos.
La búsqueda de la verdad y el heroísmo de los mártires cristianos
provocaron su conversión al cristianismo. Desde ese momento,
permaneciendo siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al
servicio de la fe.
Llegó a Roma en el reinado de Marco Aurelio (138 -161) y allí fundó la
primera escuela de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a
causa de las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que
comparecer ante el prefecto Rústico y por el solo delito de confesar su
fe, fue condenado junto con Caritón, Caridad, Evelpisto, Hierax, Peón y
Liberiano a muerte probablemente en el año 165. Las actas que se
conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más
impresionantes que se conservan de la antigüedad
De sus variados escritos, dos de sus Apologías escritas en defensa de
los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pío; y en la obra
titulada Diálogo con el judío Trifón que es el más importante de éstos
escritos apologéticos, defiende la fe cristiana de los ataques del
judaísmo. La argumentación de Justino se apoya mucho ahora en el
Antiguo Testamento, donde expone que la ley de Moisés era provisional,
mientras que el cristianismo es la ley nueva, universal y definitiva y
explica porque hay que adorar a Cristo como a Dios y describe a los
pueblos que siguen a Cristo como el nuevo Israel. En esta obra relata
autobiográficamente su conversión. En las Apologías, admira en su
exposición el profundo conocimiento de la religión y mitología
paganas – que se propone refutar – y de las doctrinas filosóficas más
en boga; cómo intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el
bagaje cultural de paganismo; su valentía para anunciar a Cristo –
sabiendo que se jugaba la vida – y su capacidad de ofrecer los
argumentos racionales más adecuados a la mentalidad de sus oyentes.
Conociendo que la Verdad es sólo una y que reside en plenitud en el
Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar los rastros de verdad que
se encuentran en los más grandes filósofos, poetas e historiadores de
la antigüedad; llega a afirmar en su segunda apología que cuanto de
bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos.
Los escritos de Justino son también importantes en cuanto nos dan a
conocer las formas del culto y de la vida cristiana en su tiempo,
principalmente en lo que se refiere a la celebración del bautismo y de
la eucaristía. Describe la celebración eucarística que tiene lugar
después de la recepción del bautismo, y la de todos los domingos; el
domingo, dice, se ha elegido porque en este día creó Dios el mundo y
resucitó Cristo. Primero se hace una lectura de los Evangelios, a la que
sigue la homilía; después se dicen unas oraciones rogando por los
cristianos y por todos los hombres, seguidas del ósculo de paz; luego
viene la presentación de las ofrendas, su consagración, y su
distribución por medio de los diáconos. El pan y el vino, consagrados,
son ya el Cuerpo y la Sangre del Señor, y esta ofrenda constituye el
sacrificio puro de la nueva ley, pues los demás sacrificios son indignos
de Dios.
La vida de San Justino es un testimonio palpitante de cómo ha de
vivir su fe un filósofo cristiano. Cierto que su tiempo no es el
nuestro, ni su circunstancia la que hoy nos rodea, ni su estadio es como
nuestro anfiteatro; pero no es menos cierto que la situación radical es
y seguirá siendo análoga o muy semejante hasta el final de los tiempos.
San Justino despliega sus actividades con una sencillez, entusiasmo y sinceridad que sorprende.
San Justino al igual que sus amigos declara que ningún cristiano que
sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión
por quemar incienso a falsos dioses. Nada mas honroso que ofrecer su
vida en sacrificio por proclamar el amor que siente por Nuestro Señor
Jesucristo.
Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza.
“Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete
mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera
concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la
gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
San Justino
Apologista cristiano, nació en Flavia Neapolis, cerca del año 100 d.C., se convirtió al cristianismo alrededor del año 130 d.C., enseñó y defendió la religión cristiana en Asia Menor y en Roma,
donde sufrió el martirio cerca del año 165 d.C. De él nos han llegado
dos “Apologías” que llevan su nombre y su “Diálogo con el Judío Trifón”.
El Papa León XIII hizo componer una Misa y un Oficio en su honor y fijó su fiesta para el día 14 de abril.
Vida
Entre los Padres del siglo II su vida es la mejor conocida, y la que proviene de los documentos más auténticos. En ambos, las “Apologías” y su “Diálogo” él da muchos detalles personales, por ejemplo, acerca de sus estudios en filosofía y sobre su conversión; ellos no son, sin embargo, una autobiografía, pero están parcialmente idealizados, y hay necesidad de distinguir en ellos entre poesía y verdad;
empero, ellos nos proveen con varias pistas valiosas y confiables.
Para su martirio tenemos documentos de indiscutible autoridad. En
primera línea, en su “Apología” él se llama a sí mismo “Justino, el
hijo de Priscos, hijo de Baccheios, de Flavia Neápolis, en la Siria palestina”. Flavia Neápolis, su pueblo natal, fundado por Vespasiano (72 d.C.), fue construido en un lugar llamado Mabortha, o Mamortha, bastante cerca de Siquem (Guérin, "Samarie", I, Paris, 1874, 390-423; Schürer, "Historia del Pueblo Judío", tr., I, Edimburgo, 1885). Sus habitantes eran todos, o en su mayoría, paganos.
Los nombres del padre y abuelo de Justino sugieren un origen pagano, y
él habla de sí mismo como incircunciso (Diálogo, XXVIII). La fecha de su nacimiento es incierta, pero parece haber sido en los primeros años del siglo II. Recibió una buena educación en filosofía, relato que nos da al principio de su “Diálogo con el Judío Trifón”; primero estuvo bajo la enseñanza de un estoico), pero después de algún tiempo encontró que no había aprendido nada sobre Dios
y que su maestro no tenía nada que enseñarle sobre ese tema.
Conoció a un peripatético, el cual lo recibió con gusto al principio
pero luego le exigió el pago por sus servicios, lo cual demostraba que
no era un filósofo. Un pitagórico) se negó a enseñarle nada hasta que el aprendiera música, astronomía y geometría. Finalmente un platónico)
llegó a la escena y por algún tiempo complació a Justino. Este relato
no se puede tomar literalmente, los datos parecen haber sido arreglados
con la intención de mostrar la debilidad de las filosofías paganas y
de contrastarlas con las enseñanzas de Cristo y los profetas.
Los datos principales, sin embargo, pueden ser aceptados; los
trabajos de Justino parecen mostrar justamente tal desarrollo
filosófico como se describe aquí, ecléctico),
pero debiéndole mucho al estoicismo y más al platonismo. Estando
todavía bajo el encanto del platonismo, cuando, caminando un día por la
orilla del mar, encontró a un misterioso anciano; la conclusión de su
larga discusión fue que el alma no puede llegar a la idea de Dios a través del conocimiento humano), sino que se necesita ser instruida por los profetas, los cuales, inspirados por el Espíritu Santo,
han conocido a Dios y pueden darlo a conocer ("Dialogue", III, VII; cf.
Zahm, "Dichtung and Wahrheit in Justins Dialog mit dem Jeden Trypho" in
"Zeitschr. für Kirchengesch.", VIII, 1885-1886, 37-66).
Las “Apologías” arrojan luz sobre otra fase de la conversión
de Justino: “Cuando yo era discípulo de Platón”, escribe, “oyendo las
acusaciones hechas contra los cristianos y viéndolos intrépidos ante la
muerte y ante todo lo que los hombres temen, me dije a mí mismo que era imposible que ellos pudieran vivir en el mal y en el amor al placer.” (II Apol., XVIII, 1). Ambos relatos presentan los dos aspectos del cristianismo que mayormente influenciaron a San Justino; en las “Apologías” él es movido por su belleza moral
(I Apol., XIV), en el “Diálogo” por su verdad. Su conversión debe
haber ocurrido a más tardar hacia el 130 d.C, pues San Justino sitúa
durante la guerra
de Bar-Cocheba (132-135) la entrevista con el judío Trifón, relatada en
su “Diálogo”. Esta entrevista evidentemente no está descrita
exactamente según se realizó, y sin embargo el relato no puede ser
completamente ficticio. Trifón, según Eusebio de Cesarea
(Hist. eccl., IV, XVIII, 6), era “el judío más conocido de esa época”,
cuya descripción el historiador puede haber tomado prestada de la
introducción al “Diálogo”, ahora perdida. Es posible identificar de una
forma general a este Trifón con el Rabí Tarfón, mencionado a menudo en el Talmud
(Schürer, "Gesch. d. Jud. Volkes", 3rd ed., II, 377 seq., 555 seq.,
cf., sin embargo, Herford, "Christianity in Talmud and Midrash", London,
1903, 156). Definitivamente, no se menciona el lugar de la
entrevista, pero Éfeso
está bastante claramente indicado; el ambiente de la entrevista no
carece ni de verosimilitud ni de vida, los encuentros fortuitos bajo
los pórticos, los grupos de observadores curiosos que se detienen un
momento y luego se dispersan durante las entrevistas, ofrecen una
descripción animada de tales conferencias improvisadas. San Justino
ciertamente vivió algún tiempo en Éfeso; las actas de su martirio nos
dicen que él fue a Roma dos veces y vivió “cerca de los baños de Timoteo con un hombre llamado Martín”. El enseñó catecismo allí, y en las antes mencionadas actas de su martirio leemos que muchos de sus discípulos fueron condenados con él.
En su segunda “Apología” (III) Justino dice: “Yo, también, espero ser perseguido y crucificado por alguno de aquellos que he mencionado, o por Crescens, ese amigo del ruido y la ostentación.” De hecho Tatiano relata (Discurso, XIX) que el filósofo cínico
Crescens los persiguió a él y a Justino; no nos cuenta el resultado y,
además, no es cierto que el “Discurso” de Tatiano fue escrito después
de la muerte de Justino. Eusebio (Hist. eccl., IV, XVI, 7, 8) dice que
fueron las intrigas de Crescens las que provocaron la muerte de Justino;
eso es creíble, pero no cierto; Eusebio aparentemente no tenía otra
razón para afirmarlo que los dos pasajes citados antes de Justino y
Tatiano. San Justino fue condenado a muerte por el prefecto Rústico,
cerca del año 165 d.C., junto con seis compañeros, Chariton, Charito,
Evelpostos, Paeon,
Hierax y Liberianos. Todavía tenemos el relato auténtico de su
martirio. ("Acta SS.", April, II, 104-19; Otto, "Corpus Apologetarum",
III, Jena, 1879, 266-78; P. G., VI, 1565-72). El examen
termina como sigue:
“El Prefecto Rústico dice: Acérquense y sacrifiquen, todos ustedes, a
los dioses. Justino dice: “Nadie en sus cabales da la piedad por impiedad.” El Prefecto Rústico dice: “Si ustedes no obedecen, serán torturados sin misericordia.” Justino contesta: “Ese es nuestro deseo, ser torturados por Nuestro Señor, Jesucristo, y así ser salvados, porque eso nos dará la salvación y firme confianza
en el tribunal universal más terrible de Nuestro Señor y Salvador.” Y
todos los mártires dijeron: “Haga lo que quiera; porque somos
cristianos y no ofrecemos sacrificios a los ídolos.” El Prefecto
Rústico lee la sentencia: “Aquellos que no quieran hacer sacrificios a los dioses y obedecer al emperador serán azotados y decapitados según la ley.”
Los santos mártires glorificando a Dios se trasladan al lugar
acostumbrado, donde serán decapitados y será consumado su martirio
reconociendo a su Salvador.”
Obras
Justino fue un escritor importante y prolífico. El mismo menciona un “Tratado contra la Herejía” (I Apology, XXVI, 8); San Ireneo (Adv. Hær., IV, VI, 2) cita un "Tratado contra Marción"
el cual puede haber sido sólo una parte del trabajo anterior. Eusebio
menciona ambos (Hist. eccl., IV, XI, 8-10), pero no parece haberlos
leído él mismo; un poco más adelante en (IV, XVIII) el da la siguiente
lista de las obras de Justino: "Discurso en favor de nuestra fe a Antonino Pío, a sus hijos y al Senado Romano"; una "Apología" dirigida a Marco Aurelio Antonino;
"Discurso a los Griegos"; otro discurso llamado "Una Refutación”;
"Tratado sobre la Divina Monarquía"; un libro llamado "El Salmista";
"Tratado sobre el alma"; "Diálogo contra los judíos", el cual él tuvo en la ciudad de Éfeso con Trifón, el más célebre israelita
de ese tiempo. Eusebio añade que muchos más de sus libros se hallan
en las manos de los hermanos. Los escritores posteriores no añaden
nada cierto a esta lista, posiblemente no toda confiable. Existen
sólo tres libros de Justino, cuya autenticidad es segura: las dos
“Apologías” y el “Diálogo”. Ellos están en dos manuscritos:
París gr. 450, terminado el 11 de septiembre de 1364; y Claromont.
82, escrito en 1571, actualmente en Cheltenham, como propiedad de
M.T.F. Fenwick. El segundo es sólo una copia del primero, el cual es
por lo tanto nuestra única autoridad, desafortunadamente este manuscrito
es muy imperfecto (Harnack, "Die Ueberlieferung der griech.
Apologeten" in "Texte and Untersuchungen", I, Leipzig, 1883, I, 73-89;
Archambault, "Justin, Dialogue a vec Tryphon", Paris, 1909, p.
XII-XXXVIII). Hay muchas grandes lagunas en este manuscrito, así II
Apol., II. está casi completamente defectuoso, pero se ha hecho
posible restaurar el texto del manuscrito de una cita de Eusebio (Hist.
eccl., IV, XVII). El “Diálogo” estaba dedicado
a cierto Marco Pompeyo (CXLI, VIII); por lo tanto debe haber estado
precedido por una epístola dedicatoria y probablemente por una
introducción o prefacio, ambos faltantes. Falta una gran parte del
capítulo número 74, incluyendo el final del primer libro y el comienzo
del segundo (Zahn, "Zeitschr. f. Kirchengesch.", VIII, 1885, 37 sq.,
Bardenhewer, "Gesch. der altkirchl. Litter", I, Friburgo
im Br., 1902, 210). Hay otras lagunas menos importantes y muchas
transcripciones defectuosas. No habiendo otro manuscrito, la
corrección de éste es muy difícil, las conjeturas a menudo han sido
poco acertadas, y Krüger, el último editor de la “Apología”, a duras
penas lo que ha hecho es más que regresar al texto del manuscrito.
En el manuscrito los tres trabajos se hallan en el siguiente
orden: segunda “Apología”, primera “Apología”, el “Diálogo”. Dom Maran (París, 1742) reestableció el orden original, y todos los otros editores le han seguido. De hecho, no hay duda
sobre el orden adecuado de las “Apologías”, la primera está citada en
la segunda (IV, 2; I, 5; VIII, 1). La forma de estas referencias
muestra que Justino se refiere, no a un trabajo diferente, sino al que
estaba escribiendo (II Apol., IX, 1, cf. VII, 7; I Apol., LXIII, 16, cf.
XXXII, 14; LXIII, 4, cf. XXI, 1; LXI, 6, cf. LXIV, 2). Además la
segunda “Apología” es evidentemente un trabajo no completado
independiente del primero, sino más bien un apéndice, debido al hecho
que vino al conocimiento
de los escritores, y el cual él deseaba utilizar sin rehacer ambos
trabajos. Es de notar que Eusebio a menudo alude a la segunda
“Apología” como la primera (Hist. eccl., IV, VIII, 5; IV, XVII, 1),
pero las citas que hizo Eusebio de Justino son muy inexactas para
nosotros darle mucho valor a este dato (cf. Hist. eccl., IV, XI, 8;
Bardenhewer, op. cit., 201). Probablemente Eusebio erró al decir que
Justino escribió una apología en el tiempo de Antonino (161) y otra en
el de Marco Aurelio. La segunda “Apología”, a la cual no se le conoce
otro autor, sin duda no existió nunca. (Bardenhewer, loc. cit.;
Harnack, "Chronologie der christl. Litter", I, Leipzig, 1897, 275). La
fecha de la “Apología” no puede ser determinada por su dedicatoria, la
cual no es segura, pero puede ser establecida con la ayuda de los
siguientes datos: van ciento cincuenta años desde el nacimiento de
Cristo (I, XLVI, 1); Marción ya ha extendido ampliamente su error (I, XXVI,5); ahora, según San Epifanio (Hæres., XLII, 1), él no comenzó a enseñar sino hasta después de la muerte de Papa San Higinio (140 d.C). El prefecto de Egipto,
Félix (I, XXIX, 2) ocupó su cargo en septiembre de 151, probablemente
desde 150 a 154 (Grenfell-Hunt, "Oxyrhinchus Papyri", II, London, 1899,
163, 175; cf. Harnack, "Theol. Literaturzeitung", XXII, 1897, 77). De
todo esto podemos concluir que la “Apología” fue escrita en alguna fecha
entre 153 y 155. La segunda “Apología, como se dijo antes, es un
apéndice de la primera y debe haber sido escrita un poco después. El
prefecto Urbino mencionado en ella estaba en el poder de 144 a 160. El
“Diálogo” es ciertamente posterior que la “Apología”, a la cual se
refiere ("Dial.", CXX, cf. "I Apol.", XXVI); parece, además, de esta
misma referencia que los emperadores a los cuales iba dirigida la
“Apología” todavía vivían cuando se escribió el “Diálogo”. Esto lo
sitúa en algún tiempo antes de 161 d.C., fecha de la muerte de Antonino Pío.
La “Apología” y el “Diálogo” son difíciles de analizar, ya que
el método de composición de Justino es libre y caprichoso, y reta
nuestras reglas habituales de lógica.
El contenido de la primera “Apología” (Viel, "Justinus des Phil.
Rechtfertigung", Estrasburgo]], 1894, 58 seq.) es un poco como lo que
sigue:
Primera Apología:
- I-III: exordio a los emperadores: Justino va a iluminarlos y
librarse de responsabilidad, la cual será completamente de ellos
ahora.
- IV-XII: primera parte o introducción:
- el procedimiento anti-cristiano es perverso: ellos persiguen en los cristianos un nombre solamente (IV, V);
- los cristianos no son ni ateos ni criminales (VI, VII);
- ellos prefieren mejor ser asesinados antes que negar a su Dios (VIII);
- ellos se niegan a adorar ídolos (IX, XII);
- conclusión (XII).
- XIII-LXVII: Segunda parte (exposición y demostración del cristianismo):
- Los cristianos adoran al Cristo Crucificado, tanto como a Dios (XIII);
- Cristo es su Maestro; preceptos morales (XIV-XVII);
- la vida futura, juicio, etc. (XVIII-XX).
- Cristo es el Verbo Encarnado (XXI-LX);
- comparación con héroes paganos, Hermes, Esculapio, etc. (XXI-XXII);
- superioridad de Cristo y del cristianismo antes de Cristo (XLVI).
- los parecidos que encontramos entre el culto pagano y la filosofía provienen de los demonios. (LIV-LX).
- descripción del culto cristiano: bautismo (LXI);
- la Eucaristía (LXV-LXVI);
- observancia del domingo (LXVII).
Segunda "Apología":
- Reciente injusticia del Prefecto Urbino hacia los cristianos (I-III).
- Por qué Dios permite estos males: la providencia, la libertad humana, juicio final (IV-XII).
El "Diálogo" es mucho más largo que las dos Apologías tomadas
juntas ("Apol." I y II en P.G., VI, 328-469; "Dial.", ibid., 472-800),
la abundancia de discusiones exegéticas hace particularmente difícil cualquier análisis. Los siguientes puntos son dignos de ser notados:
- I-IX. Introducción: Justino da la historia de su educación filosófica y su conversión. Uno puede conocer a Dios solamente a través del Espíritu Santo; el alma no es inmortal por su naturaleza; para conocer la verdad es necesario estudiar los profetas.
- X-XXX: Sobre la ley.
Trifón reprocha a los cristianos el no observar la ley. Justino
replica que de acuerdo a los Profetas mismos la ley debe ser abrogada,
solamente fue dada a los judíos debido a su dureza. Superioridad de la circuncisión cristiana, necesaria aun para los judíos. La ley eterna dictada por Cristo.
- XXXI-CVIII: Sobre Cristo: Sus dos venidas (XXXI sqq.); la ley
como figura de Cristo (XL-XLV); la Divinidad y la pre-existencia de
Cristo demostrada sobre todo por las apariciones del Antiguo Testamento (teofanías) (LVI-LXII); Encarnación y Concepción virginal (LXV sqq.); la muerte de Cristo profetizada (LXXXVI sqq.); Su Resurrección (CVI sqq.).
- CVIII hasta el final: Sobre los cristianos. La conversión
de las naciones predicha por los profetas (CIX sqq.); Los cristianos
son más santos
que los judíos (CXIX sqq.); las promesas fueron hechas para ellos
(CXXI); ellos están prefigurados en el Antiguo Testamento (CXXXIV
sqq.). El "Diálogo" concluye con deseos por la conversión de los judíos.
Además de estas obras auténticas tenemos otras con el nombre de Justino que son dudosas o apócrifas.
- "Sobre la Resurrección" (por sus numerosos fragmentos ver Otto,
"Corpus Apolog.", 2nd ed., III, 210-48 y la "Sacra Parallela", Holl,
"Fragmente vornicänischer Kirchenväter aus den Sacra Parallela" en
"Texte und Untersuchungen", new series, V, 2, Leipzig, 1899, 36-49). Metodio atribuyó a San Justino el tratado del cual se obtuvo estos fragmentos, (temprano en el siglo IV) y fue citado por San Ireneo y Tertuliano,
quienes, sin embargo, no mencionan el autor. La atribución de los
fragmentos a Justino es por lo tanto probable. (Harnack, "Chronologie",
508; Bousset, "Die Evangeliencitaten Justins", Göttingen, 1891, 123sq.;
archambault, "Le témoignage de l'ancienne littérature Chrétienne sur
l'authenticité d'un traité sur la resurrection attribué à Justin
l'Apologiste" en "Revue de Philologie", XXIX, 1905, 73-93). El principal
interés de estos fragmentos consiste en la introducción, donde se
explica con mucha eficacia la naturaleza trascendente de la fe y la naturaleza propia de sus motivos.
- "Discurso a los griegos" (Otto, op. cit., III, 1, 2, 18), tracto
apócrifo, fechado por (Sitzungsberichte der k. preuss. Akad. d. Wiss.
zu Berlin, 1896, 627-46), cerca de 180-240 d.C. Más tarde fue alterado y ampliado en siríaco: texto y traducción al inglés por Cureton, "Spicileg. Syr.", London, 1855, 38-42, 61-69.
- "Exhortación a los griegos" (Otto, op. cit., 18-126). Widman
ha defendido sin éxito la autenticidad de esta obra. ("Die Echtheit
der Mahnrede Justins an die Heiden", Mainz, 1902); Puech, "Sur le logos
parainetikos attribué à Justin" in "Mélanges Weil", Paris, 1898,
395-406, la sitúa cerca de 260-300 d.C., pero la mayoría de los
críticos dicen, con más probabilidad, 180-240 d.C. (Gaul, "Die
Abfassungsverhältnisse der pseudojustinischen Cohortatio ad Græcos",
Potsdam, 1902).
- "Sobre la monarquía" (Otto, op. cit., 126-158), tracto de fecha
incierta, en el cual se cita libremente a poetas griegos alterados por
algún judío.
- "Exposición de la Fe" (Otto, op. cit., IV, 2-66), un tratado dogmático sobre la Santísima Trinidad y la Encarnación conservados en dos copias, de las cuales la más larga parece ser más antigua. Es citado por primera vez por Leoncio de Bizancio
(m. 543) y se refiere a las discusiones cristológicas del siglo V,
parece, sin embargo, datar de la segunda mitad de dicho siglo.
- Carta a Zenas y Sereno" (Otto, op. cit., 66-98), Batiffol, en "Revue Biblique", VI, 1896, 114-22, la atribuyó a Sisinios, el obispo novaciano de Constantinopla, cerca de 400 d.C.
- Respuestas a los ortodoxos."
- Preguntas de los cristianos a los griegos."
- Preguntas de los griegos a los cristianos."
- Refutación a algunas tesis aristotélicas" (Otto, op. cit., IV, 100-222; V, 4-366).
Las "Respuestas a los Ortodoxos" fue re-editado en una forma
diferente y más primitiva por Papadopoulos-Kerameus (St. Petersburg,
1895), de un manuscrito de Constantinopla que le atribuía la obra a Teodoreto.
Aunque esta adscripción fue adoptada por el editor, no ha sido
generalmente aceptada. Harnack ha estudiado profundamente estos cuatro
libros y mantiene, no sin probabilidad, que son el trabajo de Diodoro de Tarso.
(Harnack, "Diodor von Tarsus., vier pseudojustinische Schriften als
Eigentum Diodors nachgewiesen" in "Texte und Untersuch.", XII, 4,
Leipzig, 1901).
Doctrina
Justino y la filosofía
Las únicas citas paganas halladas en las obras de Justino son de
Homero, Eurípides, Jenofonte, Menandro y especialmente Platón (Otto, II,
593 sq.) Su desarrollo filosófico ha sido bien apreciado por Purvo
("El Testimonio de Justino Mártir
a la Cristiandad Primitiva", London, 1882, 132): "El parece haber
sido un hombre de cultura moderada. Ciertamente no fue un genio ni un
pensador original.” Un verdadero ecléctico, él obtiene inspiración de
diferentes sistemas, especialmente del estoicismo y del platonismo.”
Weizsäcker (Jahrbücher f. Protest. Theol., XII, 1867, 75) pensó que el
reconoció una idea peripatética, o inspiración, en su concepción de
Dios como inamovible por encima de los cielos (Dial., CXXVII); es
mucho más probable una idea prestada de el judaísmo
alejandrino, y una que proveyó un argumento muy eficaz a Justino en su
polémica anti-judaica. Justino admira especialmente la ética de los estoicos
(II Apol., VIII, 1); él voluntariamente adopta su teoría de una
conflagración universal (ekpyrosis). En I Apol., XX, LX; II, VII, él
adopta, pero a la misma vez transforma, su concepto del Verbo seminal
(logos spermatikos). Sin embargo, el condena su fatalismo (II apolo., VII) y su ateísmo
(Dial., II). Su simpatía está sobre todo con el platonismo. A él
le gusta compararlo con el cristianismo; a propósito del juicio final,
el señala, sin embargo (I Apol., VIII, 4), que según Platón el castigo
durará cien años, mientras que según los cristianos, será eterno;
hablando de la Creación (I Apol., XX, 4; LIX), él dice que Platón le tomó prestada a Moisés
su teoría de la materia informe caótica; similarmente él compara a
Platón y al cristianismo a propósito de la responsabilidad humana (I
Apol., XLIV, 8) y el Verbo y el Espíritu (I Apol., LX). Sin embargo,
su familiaridad con Platón era superficial; igual que sus
contemporáneos (Filo, Plutarco, San Hipólito)
él encontró su principal inspiración en el Timæus. Algunos
historiadores han pretendido que la filosofía pagana dominó
completamente el cristianismo de Justino (Aubé, "S. Justin", Paris,
1861), o por lo menos lo debilitó (Engelhardt, "Das Christentum Justins
des Märtyrers", Erlangen, 1878). Para apreciar justamente esta
influencia es necesario recordar que en su “Apología” Justino busca
sobre todo los puntos de contacto entre el helenismo y el cristianismo.
Ciertamente sería erróneo concluir a partir de la primera “Apología”
(XXII) que Justino realmente equipara a Cristo con los héroes o
semi-héroes paganos, Hermes, Perseo o Esculapio; ni se puede concluir
desde su primera “Apología” (IV, 8 o VII, 3, 4) que la filosofía jugó
entre los griegos el mismo papel que el cristianismo jugó entre los
bárbaros, sino sólo que su posición y reputación eran análogas.
En muchos pasajes, sin embargo, Justino trata de rastrear un
vínculo entre la filosofía y el cristianismo: según él ambas tienen
una parte en el Logos, parcialmente diseminado entre los hombres y
completamente manifestado en Jesucristo (I, V 4; I, XLVI; II, XIII, 5,
6). La idea desarrollada en todos estos pasajes es dada en la forma
estoica, pero esto le da un mayor valor a su expresión. Para los
estoicos el Verbo seminal (logos spermatikos) es la forma de cada ser;
esa es la razón
hasta donde tiene algo de Dios. Esta teoría de la completa
participación en el Verbo Divino (Logos) por el sabio tiene su valor
completo sólo en el estoicismo. En el pensamiento y expresión de
Justino son antitéticos, y esto presta cierta incoherencia a la teoría;
la relación establecida entre el Verbo integral, es decir Jesucristo, y
el Verbo parcial diseminado por el mundo, es más aparente que
profundo. Lado a lado con esta teoría, y bastante diferente en su
origen y extensión, encontramos en Justino, como en muchos de sus
contemporáneos, la convicción que la filosofía griega tomó prestado de
la Biblia:
fue robándole a Moisés y los profetas como Platón y otros filósofos
desarrollaron sus doctrinas (I, XLIV, LIX, LX). A pesar de las
oscuridades e incoherencias de este pensamiento, él afirma clara y positivamente el carácter trascendental del cristianismo. “Nuestra doctrina
supera toda doctrina humana porque el verdadero Verbo se convirtió en
Cristo, quien se manifestó El mismo a nosotros, cuerpo, palabra y alma.”
(II, Apol., X, 1.) Este origen divino le asegura al cristianismo
una verdad
absoluta (II, XIII, 2) y le da a los cristianos completa confianza;
ellos mueren por la doctrina de Cristo; nadie murió por la de Sócrates (II, x, 8). Los primeros capítulos del “Diálogo” completan y corrigen estas ideas. En ellos el sincretismo bastante complaciente de la “Apología” desaparece y el pensamiento cristiano es más fuerte.
El principal reproche de Justino a los filósofos es sus divisiones mutuas; el las atribuye al orgullo de los jefes de las sectas y la conformidad servil de sus seguidores; también dice luego en (VI): “No me preocupo ni por Platón ni por Pitágoras.” De ello él concluye que para los paganos la filosofía no es una cosa seria o profunda; la vida
no depende de ello, ni la acción. “Tú eres un amigo del discurso”, le
dijo el anciano antes de su conversión, “pero no de acción ni de verdad”
(IV). Él retuvo un sentimiento afectuoso por el platonismo como por
una asignatura querida en la niñez o en la juventud. Aun así él lo
ataca en dos puntos esenciales: la relación entre Dios y el hombre,
y la naturaleza del alma (Dial., III, VI). Sin embargo él todavía
parece influenciado por él en su concepción de la trascendencia divina y
la interpretación que él da a las antedichas teofanías.
Justino y la revelación cristiana
Lo que Justino se desesperó) por obtener a través de la filosofía ahora está seguro de poseerlo a través de la revelación judía y cristiana. El admite que el alma puede naturalmente comprender que Dios es justo según entiende que la virtud es hermosa (Dial., IV) pero niega que el alma sin la ayuda del Espíritu Santo pueda ver a Dios o contemplarlo) directamente a través del éxtasis, como sostenían los filósofos platónicos. Y aun así este conocimiento de Dios es necesario para nosotros: “No podemos conocer a Dios
como conocemos la música, la aritmética o la astronomía” (III); es
necesario para nosotros conocer a Dios no con un conocimiento abstracto,
sino como conocemos a cualquier persona con la que nos relacionemos.
El problema que parece imposible de resolver está establecido por la
revelación: Dios ha hablado directamente a través de los profetas,
quienes en su momento nos lo han dado a conocer (VIII). Es la primera
vez en la teología cristiana que encontramos una explicación tan concisa de la diferencia que separa la revelación cristiana de la especulación humana.
Disipa la confusión que pueda surgir de la teoría, tomada de la
“Apología”, del Logos parcial y del Logos absoluto o entero.
La Biblia de Justino
El Antiguo Testamento
Para Filo la Biblia es verdadera particularmente el Pentateuco (Ryle, "Filo y la Sagrada Escritura",
XVII, Londres, 1895, 1-282). Para mantenerse con la diferencia de su
propósito, Justino tiene otras preferencias. El cita el Pentateuco a
menudo y liberalmente, especialmente el Génesis, Éxodo y Deuteronomio, pero cita más frecuentemente y con mayor prolijidad los Salmos y los Libros Proféticos---sobre todo, Isaías.
Los Libros Sapienciales son raramente citados, los Históricos mucho
menos. Los libros que nunca encontramos en sus escritos son Jueces, Esdras (excepto un pasaje que se le atribuye por error-Dial., LXXII), Tobías, Judit, Ester, el Cantar, Sabiduría, Eclesiástico, Abdías, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo.
Se ha notado también (St. John Thackeray in "Journ. of Theol.
Study", IV, 1903, 265, n.3), que él nunca cita los últimos capítulos de Jeremías
(a propósito de la primera “Apología”, XLVII, Otto está errado en su
referencia a Jer. 1,3). De estas omisiones la más digna de mención es
la de la Sabiduría, precisamente debido a la similitud de ideas. Se
debe señalar, además, que este libro, seguramente usado en el Nuevo Testamento, citado por Clemente de Roma (XXVII, 5) y luego por San Ireneo ( Eusebio,
Hist. eccl., V, XXVI), nunca se halla en las obras de los apologistas
(la referencia de Otto a Tatiano, VII, es inexacta). Por otro lado se
encuentra en Justino algunos textos apócrifos: seudo-Esdras (Dial.,
LXXII), seudo-Jeremías (ibid.), Ps. xevi (XCV), 10 (Dial., LXXII; I
Apol., XLI); algunas veces también errores en la adscripción de citas:
Zacarías por Malaquías (Dial., XLIX), Oseas
por Zacarías por Malaquías (Dial., XIV). Para el texto bíblico de
Justino, vea Swete, "Introducción al Antiguo Testamento en Griego",
Cambridge, 1902, 417-24.
El Nuevo Testamento
El testimonio de Justino es aquí de todavía mayor importancia, especialmente por los Evangelios,
y ha sido más a menudo discutido. El lado histórico del asunto es dado
por W. Bousset, "Die Evangeliencitaten Justins" (Göttingen, 1891),
1-12, y desde entonces, por Baldus, "Das Verhältniss Justins der Märt.
zu unseren synopt. Evangelien" (Münster, 1895); Lippelt, "Quæ fuerint
Justini mart. apomnemoneumata quaque ratione cum forma Evangeliorum
syro-latina cohæserint" (Halle, 1901). Los libros citados por Justino
son llamados por él "Memorias de los Apóstoles". Este término, de otro modo muy raro, aparece en Justino muy probable como una analogía
con la “Memorabilia” de Jenofonte (citado en "II Apol.", XI, 3) y de un
deseo de adaptar su lenguaje al modo de pensar de sus lectores. De
todos modos parece que desde ese momento la palabra “evangelios” entró
al uso común; es en Justino que la encontramos por primera vez usada en
plural, “los Apóstoles en sus memorias que son llamadas evangelios” (I
Apol. LXVI, 3). Estas memorias tienen autoridad, no sólo porque relatan
las palabras de Nuestro Señor (como afirma Bossuet, op. Cit., 16 seq.),
sino porque, aun en sus partes narrativas, son consideradas como
Escritura (Dial., 49: citando Mt. 17,13). Esta opinión de Justino
es sostenida, además, por la Iglesia,
quien, en su servicio público lee las memorias de los Apóstoles tanto
como los escritos de los profetas (I Apol., LXVII, 3). Estas memorias
fueron compuestas por los Apóstoles y por aquellos que los siguieron
(Dial., CIII); él se refiere probablemente a los cuatro Evangelistas,
es decir, a dos Apóstoles y dos discípulos de Cristo (Stanton, "canon
del Nuevo Testamento" en Hastings, "Diccionario de la Biblia ", III,
535). Los autores, sin embargo no son mencionados: sólo una vez
(Dial., CIII) se menciona las “memorias de Pedro”, pero el texto es muy
oscuro e incierto. (Bousset, op. cit., 18).
Todos los datos sobre la vida de Cristo que Justino toma de estas
memorias se encuentran ciertamente en nuestros Evangelios (Baldus,
op. cit., 13 sqq.); él les añade otros pocos datos menos importantes (I
Apol., XXXII; XXXV; Dial., XXXV, XLVII, LI, LXXVIII), pero él no afirma
que los encontró en las memorias. Es muy probable que Justino usó una
concordancia, o armonía, en la cual se unieron los tres Evangelios Sinópticos
(Lippelt, op. cit., 14, 94) y parece que el texto de esta
concordancia se asemejaba en más de un punto al llamado texto occidental
de los Evangelios (cf. Ibid., 97) La dependencia de Justino sobre San Juan
es indiscutiblemente establecida por los hechos que toma de él (I
Apol., LXI, 4, 5; Dial., LXIX, LXXXVIII), aun más por la muy
sobresaliente similitud en vocabulario y doctrina. Es seguro, sin
embargo, que Justino no usa el Cuarto Evangelio
tan abundantemente como hacen con los otros (Purves, op. cit., 233);
esto se puede deber a la antedicha concordancia, o armonía, de los Evangelios Sinópticos.
Parece que él usó el evangelio apócrifo de Pedro (I Apol., XXXV, 6;
cf. Dial., CIII; Revue Biblique, III, 1894, 531 sqq.; Harnack,
"Bruchstücke des Evang. des Petrus", Leipzig, 1893, 37). Su
dependencia del protoevangelio de Santiago (Dial., LXXVIII) es dudosa.
Método apologético
La actitud de Justino hacia la filosofía, descrita arriba, revela de
una vez la tendencia de sus polémicas; él nunca exhibe la indignación de
un Tatiano o aun de un Tertuliano. A las repugnantes calumnias
diseminadas en el extranjero sobre los cristianos él algunas veces
contesta, como hacen los otros apologistas, tomando la ofensiva y
atacando la moralidad pagana (I Apol., XXVII; II, XII, 4, 5), pero a él
le disgusta insistir sobre estas calumnias: el interlocutor en el
“Diálogo” (IX) es solícito en ignorar a aquellos que lo molestaban con
sus ruidosas carcajadas. El no tiene la elocuencia de Tertuliano, y
puede obtener una audiencia sólo en un pequeño círculo de hombres
capaces de entender la razón y de ser persuadidos por una idea. Su
principal argumento, y uno calculado para convertir a sus oyentes según
lo había convertido a él (II Apol., XII), es la nueva gran realidad de
la moralidad cristiana. Él habla de hombres y mujeres que no temen a la muerte (II Apol., XII), quienes prefieren la verdad
a la vida (I Apol., II; II, IV) y aun así están dispuestos a esperar
el tiempo destinado por Dios (II, IV, 1); él da a conocer su devoción
por sus hijos (I, XXVII), su caridad aun hasta hacia sus enemigos, y su deseo de salvarlos (I Apol., LVII; Dial., CXXXIII), su paciencia y sus oraciones en la persecución (Dial., XVIII), su amor a la humanidad (Dial., XCIII, CX). Cuando él contrasta la vida que ellos llevaban en el paganismo con su vida cristiana (I Apol., XIV), él expresa el mismo sentimiento de liberación y alborozo que experimentó San Pablo
(1 Cor. 6,11). El es cuidadoso, además, de enfatizar, especialmente
del Sermón de la Montaña, la enseñanza moral de Cristo para mostrar en
ellas la fuente real de estas nuevas virtudes (I Apol., XV-XVIII). A través de su exposición de la nueva religión es en la castidad cristiana y en el valor de los mártires que el hace más hincapié.
Justino encuentra las evidencias racionales del cristianismo
especialmente en las profecías; él le dedica a este argumento más de
una tercera parte de su “Apología” (XXX-LIII) y casi completamente el
“Diálogo”. Cuando discute con los paganos le satisface llamar la
atención sobre el hecho de que los libros de los profetas fueron muy
anteriores a Cristo, cuya autenticidad está garantizada por los judíos
mismos, y dice que contienen profecías concernientes a la vida de
Cristo y a la expansión de la Iglesia que sólo pueden ser explicados
por una revelación
Divina (I Apol., XXXI). En el “Diálogo”, argumentando con los
judíos, él puede asumir esta revelación que ellos también reconocen, y
puede invocar las Escrituras como oráculos
sagrados. Estas evidencias de las profecías son para él absolutamente
ciertas. “Escuchen los textos que les voy a citar; no es necesario
que les comente sobre ellos, sino sólo que ustedes los oigan.” (Dial.,
LIII; cf. I Apol., XXX, LIII). Sin embargo, reconoce que Cristo solo
los pudo haber explicado (I Apol., XXXII; Dial., LXXVI; cv); para
entenderlos los hombres y mujeres de su tiempo deben tener las
disposiciones interiores que hacen al verdadero cristiano (Dial., CXII),
es decir, es necesaria la gracia Divina (Dial., VII, LVIII, XCII, CXIX). Él también recurre a los milagros (Dial., VII; XXXV; LXIX; cf. II Apol., VI), pero con menor insistencia que a las profecías.
Teología
Dios
Las enseñanzas de Justino concernientes a Dios han sido interpretadas
de varias formas, algunos ven en ellas nada más que una especulación
filosófica. (Engelhardt, 127 sq., 237 sqq.), otros una fe cristiana
verdadera (Flemming, "Zur Beurteilung des Christentums Justins des
Märtyrers", Leipzig, 1893, 70 sqq.; Stählin, "Justin der Märtyrer und
sein neuester Beurtheiler", 34 sqq., Purves, op. cit., 142 sqq.). En
realidad es posible encontrar en ellas estas dos tendencias; por un
lado la influencia de la filosofía se traiciona a sí misma en su
concepto de trascendencia divina, así Dios es inamovible (I Apol., IX;
X, 1; LXIII, 1; etc.); Él está sobre el cielo, no puede ser visto ni contenido dentro de un espacio
(Dial., LVI, LX, CXXVII); El es llamado Padre, en sentido filosófico y
platónico, puesto que El es el Creador del mundo (I Apol., XLV, 1;
LXI, 3; LXV, 3; II Apol., VI, 1, etc.). Por otro lado, vemos a Dios en
la Biblia
en toda su omnipotencia (Dial., LXXXIV; I Apol., XIX, 6), y Dios
misericordioso (Dial., LXXXIV; I Apol., XIX, 6), y Dios misericordioso
(Dial., CVIII, LV, etc.); si Él ordenó el día de descanso
no fue porque necesitara el homenaje de los judíos, sino que deseaba
unirlos a Sí mismo (Dial., XXII); a través de Su misericordia
preservó entre ellos una semilla de salvación (LV); a través de Su Divina Providencia
hizo a las naciones dignas de su herencia (CXVUUUCXXX); El retrasa
el fin del mundo debido a los cristianos (XXXIX; I Apol., XXVIII, XLV).
Y el gran deber del hombre es amarlo a Él. (Dial., XCIII).
El Verbo (Logos)
El Verbo es numéricamente diferente al Padre (Dial., CXXVIII, CXXIX; cf. LVI, LXII). El nació de la misma sustancia
del Padre, no que esa sustancia fuese dividida, sino que El procede de
ella como un fuego procede de otro (CXXVIII, LXI); esta forma de
producción (procesión) se compara también con el lenguaje humano
(LXI). El Verbo (Logos) es por consiguiente el Hijo: mucho más,
El solo puede ser propiamente llamado Hijo (II Apol., VI, 3); El es
el monogenes, the unigenitus (Dial., CV). En otra parte, sin
embargo, Justino, como san Pablo,
Lo llama el primogénito, prototokos (I Apol., XXXIII; XLVI; LXIII;
Dial., LXXXIV, LXXXV, CXXV). El Verbo es Dios (I Apol., LXIII; Dial.,
XXXIV, XXXVI, XXXVII, LVI, LXIII, LXXVI, LXXXVI, LXXXVII, CXIII, CXV,
CXXV, CXXVI, CXVIII). Su Divinidad, sin embargo, parece subordinada,
según lo es el culto que se le rinde (I Apol., VI; cf. lxi, 13; Teder,
"Justins des Märtyrers Lehre von Jesus Christus", Freiburg im Br., 1906,
103-19). El Padre lo engendró por un acto libre y voluntario
(Dial., LXI, C, CXXVII, CXXVIII; cf. Teder, op. cit., 104), al
principio de todas Sus obras (Dial., LXI, LXII, II Apol., VI, 3); en
este ultimo texto algunos autores distinguieron en el Verbo dos estados
del ser, uno íntimo, el otro extrovertido, pero esta distinción,
aunque encontrada en otros apologistas, es en Justino muy dudosa. A
través de la Palabra Dios lo ha hecho todo (II Apol., VI; Dial., CXIV).
El Verbo está difundido a través de toda la humanidad (I Apol.,
VI; II, VIII; XIII); fue El quien se apareció a los patriarcas
(I Apol., LXII; LXIII; Dial., LVI, LIX, LX etc.). Dos influencias son
claramente perceptibles en el antedicho cuerpo de doctrina. Es, por
supuesto, a la revelación cristiana que Justino debe su concepto de personalidad
distinta del Verbo, Su Divinidad y Encarnación; pero la especulación
filosófica es responsable de sus infortunados conceptos de la
generación temporal y voluntaria del Verbo, y del subordinacionismo de
la teología de Justino. Se debe reconocer, además, que estas últimas
ideas sobresalen más claramente en la “Apología” que en el “Diálogo.”
El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad
(I Apol., VI). Él inspiró a los profetas (I Apol., VI; XXXI; Dial.,
VII). Él le dio los siete dones a Cristo y descendió sobre Él (Dial.,
LXXXVII, LXXXVIII). Para la diferencia real entre el Hijo y el
Espíritu vea Teder, op. cit., 119-23. Justino insiste constantemente
en el nacimiento virginal (I Apol., XXII; XXXIII; Dial., XLIII, LXXVI,
LXXXIV, etc.) y en la realidad del cuerpo de Cristo (Dial., XLVIII,
XCVIII, CIII; cf. II Apol., X, 1). Él establece que entre los
cristianos hay algunos que no admiten la divinidad de Cristo, pero ellos
son una minoría, él difiere de ellos debido a la autoridad de los
profetas (Dial., XLVI); el “Diálogo” completo, además, está dedicado a
probar esta tesis. Cristo es el Maestro cuya doctrina nos ilumina (I
Apol., XIII, 3; XXIII, 2; XXXII, 2; II, VIII, 5; XIII, 2; Dial., VIII,
LXXVII, LXXXIII, C, CXIII), también el Redentor cuya Sangre nos salva (I
Apol., LXIII, 10, 16; Dial., XIII, XL, XLI, XCV, CVI; cf. Rivière,
"Hist. du dogme de la rédemption", Paris, 1905, 115, and tr., London,
1908). El restante de la teología de Justino es menos personal, sin
embargo menos interesante. La Eucaristía, la Misa bautismal y la Misa
dominical están descritas en la primera “Apología” (LXV-LXVII), con una
riqueza de detalles única para esa época. Justino aquí explica el dogma de la Presencia Real
con una claridad maravillosa (LXVI, 2): "Del mismo modo que a través
del poder de la Palabra de Dios Jesucristo nuestro Salvador tomó
cuerpo y sangre para nuestra salvación, así los alimentos consagrados
por la oración
formada de las palabras de Cristo… es el Cuerpo y la Sangre de ese
Jesús Encarnado.” El “Diálogo” (CXVII; cf. XLI) completa la doctrina
con la idea del sacrificio Eucarístico como memorial de la Pasión.
El rol de San Justino puede ser resumido en una palabra: y esa es la de testigo.
Contemplamos en él uno de las más altas y puras almas paganas de su
tiempo en contacto con el cristianismo, forzado a aceptar su
irrefragable verdad, su pura enseñanza moral y a admirar su constancia
sobrehumana. El es también testigo de la Iglesia del siglo II, la cual
describe para nosotros en su fe, su vida, su culto, en un tiempo en
que el cristianismo carecía de la organización firme que pronto
desarrollaría (v. San Ireneo),
pero los grandes perfiles de cuya constitución y doctrina son ya
luminosamente expuestos por Justino. Finalmente, Justino fue un testigo
de Cristo hasta su muerte.
Bibliografía: PRINCIPAL EDITIONS:-MARAN, S. Patris Nostri
Justini philosophi et martyris opera quæ exstant omnia (Paris, 1742), y
en P. G.., VI; OTTO, Corpus apologetarum christianorum sæculi secundi,
I-V (3rd ed., Jena, 1875-81); Krüger, Die Apologien Justins des
Märtyrers (3rd ed., ed., Tübingen, 1904); PAUTIGNY, Justin, Apologies
(Paris, 1904); ARCHAMBAULT, Justin, Dialogue avec Tryphon, I (Paris,
1909).
PRINCIPAL STUDIES:-VON ENGELHARDT, Das Christenthum Justins des
Märtyrers. Eine Untersuchung über die Anfänge der katholischen
Glaubenslehre (Erlangen, 1878); PURVES, El Testimonio de Justino Mártir
del Cristianismo Primitivo (conferencias dictadas en el L.P. Stone
Foundation en en Seminario Teológico de Princeton) (London, 1888);
TEDER, Justins des Märtyrers Lehre von Jesus Christus, dem Messias und
dem menschgewordenen Sohne Gottes (Freiburg im Br., 1906). Trabajos
sobre puntos especiales y trabajos de menor importancia han sido
mencionados en el curso del artículo. Una bibliografía más completa se
puede hallar en BARDENHEWER, Gesch. der altkirchl. Litteratur, I
(Freiburg im Br., 1902), 240-42.
San
Justino, mártir
Conocemos
bien la historia de Justino por diversas fuentes.
Sus
antepasados eran paganos de Flavia Neápolis (Siquem, Samaria).
Ruta
intelectual: estoicos ®
peripatéticos
®
pitagóricos
®
neoplatónicos
®
cristianismo.
En
Roma pasa los últimos años de su vida. Choca violentamente
contra el filósofo Crescencio.
Junio
Rústico lo condena a muerte (Chronicon Paschale) el año
165.
Entre
150 y 160 escribe sus dos Apologías y el Diálogo con Trifón.
No
cabe esperar de sus obras una teología sistematizada. Sólo
aseveraciones importantes sobre la Trinidad, cristología, doctrina
de la creación, exégesis, etc.
1.
La primera apología
-Dos
partes:
1ª
capítulos 1 a 29: inculpación de los dioses paganos,
que son realmente demonios malos. Jesucristo ha desenmascarado su
falsedad.
2ª capítulos 30 a 60: pruebas del Antiguo Testamento de
que Jesús es Hijo de Dios. Los capítulos 61 a 67 incluyen
la celebración bautismal y la eucarística. El capítulo
68 es una transcripción del rescripto del emperador Adriano.
Justino
sigue un razonamiento lineal y riguroso. Las disgresiones quizá
se deban a que sigue también de cerca alguna fuente literaria.
Parte
de dos premisas: 1ª) el ideal del hombre religioso temeroso de
Dios (que admitían también los filósofos), 2ª)
la defensa de los cristianos que aparecen como hombres con poco temor
de Dios (por no querer adorar a los ídolos), pero que, sin embargo,
son los más sensatos. Ataca al culto a los dioses paganos homéricos
haciendo ver su inmoralidad. Pone el ejemplo de Sócrates que
tuvo que morir mártir por sus convicciones. Dios ha sembrado
el logoV spermatikoV en todos los hombres buenos de la antigüedad.
2.
La segunda apología
San
Justino escribe la segunda apología poco después de la
primera para protestar por la injusticia cometida por el prefecto Úrbico
contra tres cristianos que fueron decapitados sólo por confesar
el nomen Christianum.
Explica
cómo los cristianos son denunciados por envidia de la verdad.
Hace ver su perseverancia ante las persecuciones como prueba de la superioridad
de su fe. Enseña porqué Dios permite la muerte de los
cristianos y su sufrimiento. Muestra la diferencia que hay para un cristiano
entre la muerte del martirio y la del suicidio. Pide clemencia y piedad
al Empdrador. Alude a la costumbre apostólica de apelar al Cesar.
3.
El «Diálogo con Trifón»
Es
la apologética antijudía más antigua. Fue escrita
después de las dos apologías. Se ha perdido la introducción
y una parte del capítulo 74. Tiene 142 capítulos.
La
introducción es un relato en forma de diálogo (inspirado
en los Dialogos de Platón) en el que Justino cuenta su vida (2-8).
El la primera parte (9-47), como se dirige a los judíos, argumenta
con el Antiguo Testamento la validez del cristianismo frente a la ley
mosaica. La segunda parte (48-108) muestra porqué Cristo ha de
ser adorado. La tercera parte (109-142) es una defensa de la Iglesia
como Nuevo Israel, Nuevo Pueblo de Dios.
Excurso
1. El diálogo en la Antigüedad y en el cristianismo
La
primera obra literiaria cristiana en forma de diálogo es la perdida
Discusión entre Jasón y Papisco sobre Cristo de Aristón
de Pella (c.140).
Los diálogos -tanto para los clásicos paganos como para
los cristianos- no son una transcripción literal. Si subyace
una conversación real, esta es envuelta en un ropaje literario.
Este estilo se presta para exponer temas éticos, históricos
o filosóficos con una vivacidad y plasticidad para la que no
se presta la forma de tratado.
Los cristianos se inspirarán, durante toda la época patrística,
en los diálogos de Platón y Cicerón.
En cuanto a la forma, los diálogos pueden tener una estructura
dramática, pero también pueden ser casi un monólogo
con diálogos al principio y al final. Pueden parecerse a la diatriba
("pero alguien podría objetar…"), o tomar la materia
de un tercero.
En cuanto al contenido, hay cuatro formas de diálogo:
1)
diálogo apologético (Diálogo contra Trifón
de San Juastino);
2) diálogo teológico (El Banquete de las Diez Vírgenes
o Sobre la Virginidad de Metodio de Olimpo);
3) diálogo filosófico (De beata vita de San Agustín);
4) diálogo biográfico (Vita de San Martín
escrita por Sulpicio Severo).
Oficio de Lectura: San Justino
OFICIO DE LECTURA
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires. Aleluya.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: TESTIGOS DE AMOR
Testigos de amor
de Cristo Señor,
mártires santos.
Rosales en flor
de Cristo el olor,
mártires santos.
Palabras en luz
de Cristo Jesús,
mártires santos.
Corona inmortal
del Cristo total,
mártires santos. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. Dios mío, no te cierres a mi súplica, pues me turba la voz del enemigo.
Salmo 54, 2-15. 17-24 I – ORACIÓN ANTE LA TRAICIÓN DE UN AMIGO
Dios mío, escucha mi oración,
no te cierres a mi súplica;
hazme caso y respóndeme,
me agitan mis ansiedades.
Me turba la voz del enemigo,
los gritos del malvado:
descargan sobre mí calamidades
y me atacan con furia.
Se estremece mi corazón,
me sobrecoge un pavor mortal,
me asalta el temor y el terror,
me cubre el espanto,
y pienso: «¡Quién me diera alas de paloma
para volar y posarme!
Emigraría lejos,
habitaría en el desierto,
me pondría en seguida a salvo de la tormenta,
del huracán que devora, Señor;
del torrente de sus lenguas.»
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Dios mío, no te cierres a mi súplica, pues me turba la voz del enemigo.
Ant. 2. El Señor nos librará del poder de nuestro enemigo y adversario.
Salmo 54, 2-15. 17-24 II
Violencia y discordia veo en la ciudad:
día y noche hacen la ronda
sobre las murallas;
en su recinto, crimen e injusticia;
dentro de ella, calamidades;
no se apartan de su plaza
la crueldad y el engaño.
Si mi enemigo me injuriase,
lo aguantaría;
si mi adversario se alzase contra mí,
me escondería de él;
pero eres tú, mi compañero,
mi amigo y confidente,
a quien me unía una dulce intimidad:
juntos íbamos entre el bullicio
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. El Señor nos librará del poder de nuestro enemigo y adversario.
Ant. 3. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.
Salmo 54, 2-15. 17-24 III
Pero yo invoco a Dios,
y el Señor me salva:
Por la tarde, en la mañana, al mediodía,
me quejo gimiendo.
de la guerra que me hacen,
porque son muchos contra mí.
Dios me escucha, los humilla
el que reina desde siempre,
porque no quieren enmendarse
Levantan la mano contra su aliado,
violando los pactos;
su boca es más blanda que la manteca,
pero desean la guerra;
sus palabras son más suaves que el aceite,
pero son puñales.
Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás
que el justo caiga.
Tú, Dios mío, los harás bajar a ellos
a la fosa profunda.
Los traidores y sanguinarios
no cumplirán ni la mitad de sus años.
Pero yo confío en ti.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.
V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.
R. Presta oído a mi inteligencia.
PRIMERA LECTURA
De la segunda carta a los Corintios 11, 30–12, 13
EL APÓSTOL SE GLORIA DE SU DEBILIDAD
Hermanos: Si es preciso gloriarse, me gloriaré de mi debilidad. El Dios
y Padre de Jesús, el Señor -que sea bendito por siempre jamás-, sabe
que no miento. En Damasco, el etnarca del rey Aretas había puesto
guardia en la ciudad con el propósito de apoderarse de mí; yo tuve que
ser descolgado por una ventana muralla abajo, metido en una espuerta.
Así escapé de sus manos.
¿Continuaré gloriándome? En verdad no hay por qué; pero voy a
recurrir a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre que
vive en Cristo, que hace catorce años fue arrebatado al tercer cielo (no
sabría decir si en su cuerpo o fuera de su cuerpo, Dios lo sabe); y puedo decir que este hombre fue arrebatado al paraíso (si en su cuerpo o fuera de su cuerpo, no lo sé, Dios
lo sabe) y oyó cosas inefables, que a un hombre no le es permitido
proferir. De este hombre sí me gloriaré; pero de lo que soy por mí
mismo, sólo me gloriaré de mis debilidades. Que si yo realmente
pretendiera vanagloriarme, no haría el fatuo, porque diría la verdad.
Pero me abstengo, para que nadie forme de mí un concepto superior a lo
que en mí ve, o a lo que de mí oye hablar.
Y para que no me enorgullezca por la sublimidad de esas revelaciones,
me ha sido dada una espina en mi cuerpo, un emisario de Satanás, para
que me abofetee a fin de que no me envanezca. Tres veces pedí al Señor
que lo alejase de mí, pero él me dijo: «Te basta mi gracia,
que en la debilidad se muestra perfecto mi poder.» Así que muy a gusto
presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de
Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los
insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas
por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. Me he hecho
el fatuo. Vosotros me habéis obligado.
Yo necesitaba que vosotros mismos me acreditaseis una y otra vez,
pues, aunque no soy nada, en ninguna cosa he sido inferior a esos
«superapóstoles». Y de veras que manifesté entre vosotros las señales de
un apóstol verdadero: una paciencia probada en todos los sufrimientos,
signos, prodigios y milagros. ¿Qué cosa habéis tenido de menos que las
otras Iglesias, si no es la de no haber sido yo una carga para vosotros?
¡Perdonadme este agravio!
RESPONSORIO Cf. 2Co 12, 9; 4, 7
R. Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo, * pues el poder de Dios se muestra perfecto en nuestra debilidad.
V. Llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca evidente que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios.
R. Pues el poder de Dios se muestra perfecto en nuestra debilidad.
SEGUNDA LECTURA
De las Actas del martirio de los santos Justino y compañeros
(Cap. 1-5: cf. PG 6, 1566-1571)
HE ABRAZADO LAS VERDADERAS ENSEÑANZAS DE LOS CRISTIANOS
Aquellos santos varones, una vez
apresados, fueron conducidos al prefecto de Roma, que se llamaba
Rústico. Cuando estuvieron ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a
Justino:
«Antes que nada, profesa tu fe en los dioses y obedece a los emperadores.»
Justino respondió:
«No es motivo de acusación ni de detención el hecho de obedecer a los mandamientos de nuestro Salvador Jesucristo.»
Rústico dijo:
«¿Cuáles son las enseñanzas que profesas?»
Respondió Justino:
«Yo me he esforzado en conocer toda clase de enseñanzas, pero he
abrazado las verdaderas enseñanzas de los cristianos, aunque no sean
aprobadas por los que viven en el error.»
El prefecto Rústico dijo:
«¿Y tú las apruebas, miserable?»
Respondió Justino:
«Así es, ya que las sigo según sus rectos principios.»
Dijo el prefecto Rústico:
«¿Y cuáles son estos principios?»
Justino respondió:
«Que damos culto al Dios
de los cristianos, al que consideramos como el único creador desde el
principio y artífice de toda la creación, de todo lo visible y lo
invisible, y al Señor Jesucristo, de quien anunciaron los profetas que
vendría como mensajero de salvación al género humano y maestro de
insignes discípulos. Y yo, que no soy más que un mero hombre, sé que mis
palabras están muy por debajo de su divinidad infinita, pero admito el
valor de las profecías que atestiguan que éste, al que acabo de
referirme, es el Hijo de Dios. Porque sé que los profetas hablaban por inspiración divina al vaticinar su venida a los hombres.»
Rústico dijo:
«Luego, ¿eres cristiano?»
Justino respondió:
«Así es, soy cristiano.»
El prefecto dijo a Justino:
«Escucha, tú que eres tenido por sabio y crees estar en posesión de la
verdad: si eres flagelado y decapit ¿estás persuadido de que subirás al
cielo?»
Justino respondió:
«Espero vivir en la casa del Señor, si sufro tales cosas, pues sé que, a
todos los que hayan vivido rectamente, les está reservado el don de Dios para el fin del mundo.»
El prefecto Rústico dijo:
«Tú, pues, supones que has de subir al cielo, para recibir un cierto premio merecido.»
Justino respondió:
«No lo supongo, lo sé con certeza.»
El prefecto Rústico dijo:
«Dejemos esto y vayamos a la cuestión que ahora interesa y urge. Poneos de acuerdo y sacrificad a los dioses.»
Justino dijo:
«Nadie que piense rectamente abandonará la piedad para caer en la impiedad.»
El prefecto Rústico dijo:
«Si no hacéis lo que se os manda, seréis atormentados sin piedad.»
Justino respondió:
«Nuestro deseo es llegar a la salvación a través de los tormentos
sufridos por causa de nuestro Señor Jesucristo, ya que ello será para
nosotros motivo de salvación y de confianza ante el tribunal de nuestro Señor y Salvador, que será universal y más temible que éste.»
Los otros mártires dijeron asimismo:
«Haz lo que quieras; somos cristianos y no sacrificamos a los ídolos.»
El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Por haberse negado a sacrificar a los dioses y a obedecer las órdenes
del emperador, serán flagelados y de-capitados en castigo de su delito y
a tenor de lo establecido por la ley.»
Los santos mártires salieron, glorificando a Dios, hacia el lugar acostumbrado y allí fueron decapitados, coronando así el testimonio de su fe en el Salvador.
RESPONSORIO Cf. Hch 20, 20. 21. 24; Rm 1, 16
R. No
he ahorrado medio alguno al insistiros a creer en nuestro Señor Jesús; *
a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y
cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del
Evangelio, que es la gracia de Dios. Aleluya.
V. No me avergüenzo del Evangelio; es, en verdad, poder de Dios para salvación de todo el que crea, primero de los judíos y luego de los gentiles.
R. A
mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y
cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio,
que es la gracia de Dios. Aleluya.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios
nuestro, que enseñaste a san Justino a descubrir en la locura de la
cruz la incomparable sabiduría de Jesucristo, concédenos, por la
intercesión de éste mártir, la gracia de alejar los errores que nos cercan y de mantenernos siempre firmes en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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Nació
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APOLOGÍA PRIMERA
Exordio
1. 1. Al emperador Tito Elio Adriano
Antonino Pío, Augusto, César, César, hijo de Augusto, filósofo, y a
Lucio, filósofo, hijo por naturaleza del César, y de Antonino Pío por
adopción, amantes del saber, al sagrado Senado y a todo el pueblo
romano, en favor de los hombres de toda raza, injustamente odiados y
perseguidos, yo, Justino, uno de ellos, hijo de Prisco, nieto de
Bacquio, natural de Flavia Neápolis, ciudad de Siria Palestina, dirijo
este discurso y esta súplica.
2. 1. Los que son de verdad piadosos y
filósofos, manda la razón que, desechando las opiniones de los antiguos,
si no son buenas, sólo estimen y amen la verdad: la sana razón ordena,
en efecto, no seguir a quienes han obrado o enseñado la injusticia, pues
el amador de la verdad, por todos los modos, con preferencia a su
propia vida, así se le amenace con la muerte, debe estar siempre
decidido a decir y practicar lo que es justo. 2. Ahora bien, ustedes se
oyen llamar por doquiera piadosos y filósofos, guardianes de la justicia
y amantes de la instrucción; pero que realmente lo sean, es cosa que
tendrá que demostrarse. 3. Porque no venimos a halagarlos con el
presente escrito ni a dirigirles un discurso por conseguir sus favores,
sino a pedirles que pronuncien su juicio al cabo de una exacta y
rigurosa investigación, y que no dicten sentencia contra ustedes mismos,
llevados de un prejuicio o del deseo de complacer a hombres
supersticiosos, o movidos por una irreflexiva precipitación o de unos
pérfidos rumores inveterados. 4. Contra ustedes, decimos, porque
nosotros estamos convencidos de que por parte de nadie se nos puede
hacer daño alguno, mientras no se demuestre que somos obradores de
alguna acción criminal o nos reconozcamos culpables. Ustedes pueden
matarnos, pero dañarnos, no.
3. 1. Para que nadie crea que se trata de
propósitos insensatos y temerarios, pedimos que se examinen las
acusaciones contra nosotros, y si se demuestra que son reales, se los
castigue como es conveniente; pero si no hay crimen de que argüirnos, la
recta razón prohíbe que por rumores malévolos se cometa una injusticia
con hombres inocentes, o, por mejor decir, la cometan contra ustedes
mismos, si es que creen justo que los asuntos se resuelvan no por
juicio, sino por pasión. 2. Porque todo hombre sensato ha de declarar
que la exigencia mejor y aun la única exigencia justa es que los
súbditos puedan presentar una vida y un pensar irreprensibles; pero que
igualmente, por su parte, los que mandan den su sentencia, no llevados
de violencia y tiranía, sino siguiendo la piedad y la filosofía, pues de
este modo gobernantes y gobernados pueden gozar de felicidad. 3. Y es
así que, en alguna parte, dijo uno de los antiguos: “Si tanto los
gobernantes como los gobernados no son filósofos, no es posible que los
estados prosperen” (cf. Platón, República V, 473; Filón de Alejandría, Vida de Moisés II,2; Alcínoo, Didascalikón
34). 4. A nosotros, pues, nos toca permitir a todos el examen de
nuestra vida y de nuestras enseñanzas, no sea que nos hagamos
responsables del castigo, en lugar de quienes hacen profesión de ignorar
nuestra religión, de las faltas que cometen por ceguera contra
nosotros; pero también es deber de ustedes, oyéndonos, mostrarse buenos
jueces. 5. Porque ya en adelante, instruidos como están, no tendrán
excusa alguna delante de Dios, en caso que no obren justamente.
Argumentación
Refutación de las acusaciones dirigidas contra los cristianos
4. 1. Por el sólo hecho llevar un nombre no
se puede juzgar a nadie bueno ni malo, si se prescinde de las acciones
que ese nombre supone; ahora bien, ateniéndose al nombre de que se nos
acusa, se comprueba que somos los mejores ciudadanos. 2. Pero como no
tenemos por justo pretender se nos absuelva por nuestro nombre, si somos
convictos de maldad; por el mismo caso, si ni por nuestro nombre ni por
nuestra conducta en la ciudad se ve que hayamos dilinquido, es deber de
ustedes poner todo empeño para no hacerse responsables de justo
castigo, condenando injustamente a quienes no han sido convencidos de
crimen alguno. 3. En efecto, de un nombre no puede razonablemente
originarse alabanza ni reproche, si no puede demostrarse por hechos algo
virtuoso o vituperable. 4. Y es así que a nadie que sea acusado ante
sus tribunales, le castigan antes de que sea convicto; sin embrago,
tratándose de nosotros, toman el nombre como prueba, siendo así que, si
por el nombre va, más bien deberían castigar a nuestros acusadores. 5.
Porque se nos acusa de ser cristianos, pero no es bueno odiar lo que es
excelente. 6. Y hay más, con sólo que un acusado niegue de viva voz ser
cristiano, lo ponen en libertad, como quien no tiene otro crimen de que
acusarle; pero el que confiesa que lo es, por la sola confesión le
castigan. Lo que se debiera hacer es examinar la conducta lo mismo del
que confiesa que del que niega, a fin de poner en evidencia, por sus
obras, la calidad de cada uno. 7. Porque de la misma manera que algunos,
que han aprendido en la escuela Cristo a no negarle (cf. Mt
10,33), cuando son interrogados dan una lección de coraje; otros, con su
mala conducta ofrecen asidero a quienes ya de suyo están dispuestos a
calumniar a todos los cristianos de impiedad e iniquidad. 8. Al obrar
así no se procede rectamente; pues sabido es que el nombre y atuendo de
filósofo se lo arrogan algunos que no practican acción alguna digna de
su profesión; y ustedes no ignoran que entre los antiguos, personas que
profesaron opiniones y doctrinas opuestas, son designados con la común
denominación de filósofos. 9. Y de éstos hubo quienes enseñaron el
ateísmo, y los que fueron poetas cuentan las impudencias de Zeus y de
sus hijos; y, sin embargo, a nadie prohíben profesar las doctrinas de
ellos, antes bien establecen premios y honores para quienes sonora y
elegantemente insulten a sus dioses.
5. 1. ¿Qué decir entonces? Nosotros nos
comprometemos por juramento a no cometer injusticia alguna y no admitir
esas impías opiniones; y ustedes no examinan las acusaciones que nos
hacen , sino que, movidos de irracional pasión y aguijoneados por
perversos demonios, nos castigan sin proceso alguno y sin sentir por
ello remordimiento. 2. Vamos, pues, a decir la verdad: antiguamente unos
demonios perversos, multiplicando sus apariciones, violaron a las
mujeres, corrompieron a los jóvenes y mostraron fenómenos espantosos a
los hombres (cf. Gn 6,1-4). Con ello se aterraron aquellos que no
juzgaban por razonamiento las acciones practicadas, y así, llevados del
miedo, y no sabiendo que eran demonios malos, les dieron nombres de
dioses y llamaron a cada uno con el nombre que cada demonio se había
puesto a sí mismo. 3. Pero cuando Sócrates, con razonamiento verdadero e
investigando las cosas, intentó poner en claro todo eso y apartar a los
hombres de los demonios, éstos lograron por medio de hombres perversos
que se gozan en la maldad, que fuera también ejecutado como ateo e
impío, alegando contra él que introducía nuevos demonios. Y lo mismo
exactamente intentan contra nosotros. 4. Porque no sólo entre los
griegos, por obra de Sócrates, se demostró por razón la acción de los
demonios, sino también entre los bárbaros por el Verbo en persona, que
tomó forma, se hizo hombre y fue llamado Jesucristo; por cuya fe,
nosotros, a los demonios que esas cosas hicieron, no sólo no decimos que
son buenos, sino malvados e impíos demonios, cuya conducta no se
asemeja minímamente a la de los hombres que aspiran a la virtud.
6. 1. De ahí que se nos dé también nombre de
ateos; y, si de esos supuestos dioses se trata, confesamos ser ateos;
pero no respecto del Dios verdaderísimo, Padre de la justicia, de la
castidad y de las demás virtudes, en quien no hay mezcla de maldad
alguna. 2. A Él y al Hijo, que de Él vino y nos enseñó todo esto, y al
ejército de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes, y
al Espíritu profético, le damos culto y adoramos, honrándolos con razón
y verdad, enseñando sin reserva, a quien quiera saberlo, lo mismo que
nosotros hemos aprendido.
7. 1. Se nos objetará que ya algunos
cristianos, han sido detenidos y condenados como malhechores. 2. De
hecho, cuando examinan la vida de cada uno de los acusados, a menudo
condenan también a muchos otros, pero no los condenan por los que
anteriormente fueron convictos. 3. Ahora bien, de modo general, no hay
inconveniente en admitir que, del mismo que entre los griegos a quienes
siguen las doctrinas que les placen, aunque sean contradictorias entre
sí, siempre y por todas partes se les da el nombre único de filósofos;
así también, un solo nombre común llevan los que entre los bárbaros han
adquirido la reputación de sabios: todos se llaman cristianos. 4. De ahí
que les pidamos sean examinadas las acciones de todos los que los son
denunciados, a fin de que quien sea hallado culpable de un crimen sea
castigado como tal, pero no como cristiano (cf. 1P 4,15-16); pero
el que aparezca inocente, sea absuelto como cristiano, por no haber en
nada dilinquido. 5. Porque no les vamos a pedir que castiguen a nuestros
acusadores, pues bastante tienen con la maldad que llevan consigo y con
su ignorancia del bien.
8. 1. Lo que les hemos dicho es en el
interés de ustedes; reconózcanlo por el hecho de que está en nuestra
mano negar cuando somos interrogados; 2. pero no queremos vivir en la
mentira, porque deseando la vida eterna y pura, aspiramos a la
convivencia con Dios, padre y creador del universo, y por ello nos
apresuramos a confesar nuestra fe, persuadidos como estamos y creyendo
que pueden esos bienes aquellos que por sus obras demostraron a Dios
haberle seguido y deseado su convivencia, allí donde ninguna maldad ha
de contrastarnos. 3. A la verdad, y dicho compendiosamente, eso es lo
que esperamos, eso es lo que aprendimos de Cristo y nosotros enseñamos.
4. También Platón, de modo semejante, dijo que Minos y Radamante han de
castigar a los inicuos que se presentan ante ellos (cf. Platón, Gorgias 523e; Apología de Sócrates 41a; Homero, Odisea
XI, 568); nosotros afirmamos que eso mismo sucederá, pero por medio de
Cristo, y que el castigo que recibirán en sus mismos cuerpos, unidos a
sus almas, será eterno (cf. Dt 32,22; Is 1,16-20; 66,24; Mt 5,29; 25,41; Mc 9,48; Rm 8,10; 1Co 15,35), y no sólo por un período de mil años, como lo dijo Platón (Fedro 249a; República
X,615a). 5. Ahora, si hay quien diga que esto es increíble o imposible,
a nosotros nos toca el engaño y no a otro, mientras no seamos
declarados culpables de haber cometido algún delito.
9. 1. Tampoco honramos con variedad de
sacrificios y coronas de flores a esos seres que los hombres, tras
fabricarlos y colocarlos en los templos, los llaman dioses, pues sabemos
que son objetos sin alma y sin vida, que no tienen forma divina (cf. Sal
134,15-18); nosotros no creemos, en efecto, que la divinidad tenga una
forma semejante como pretenden algunos haber imitado para tributarle
honor, sino que llevan los nombres y figuras de aquellos malos demonios
que un día aparecieron en el mundo. 2. Porque ¿qué necesidad hay de
explicarles a ustedes, que lo saben, los modos como los artífices
transforman la materia, ora puliendo y tallando, ora fundiendo y
martillando? Y muchas veces a partir de un material sin valor, con sólo
cambiarle la figura y darle forma conveniente por medio del arte, se le
pone nombre de dios. 3. Lo cual no sólo lo tenemos por cosa irracional,
sino un insulto a la divinidad, pues teniendo, la que poseyendo gloria y
belleza inefables, ve su nombre atribuido a cosas corruptibles y que
necesitan de atentos cuidados. 4. Ustedes saben perfectamente que los
artífices de tales dioses son gente disoluta y que viven envueltos en
toda clase de vicios, que no voy a enumerar aquí. No faltan entre ellos
quienes llegan hasta violar a las esclavas que trabajan a su lado. 5.
¡Qué estupidez decir que hombres intemperantes fabrican y transforman
dioses para ser adorados! Y que tales gentes sean puestas por custodios
de los templos en que aquéllos son consagrados, sin comprender que es
una impiedad pensar o decir que los hombres son guardianes de los
dioses.
10. 1. Por el contrario, nosotros hemos
aprendido que Dios no tiene necesidad de ofrendas materiales por parte
de los hombres, porque vemos que es Él quien nos lo procura todo (cf. Is 1,11-15; 58,6s; 2M 14,35; Hch 17,25); en cambio, se nos ha enseñado (cf. 1Co
11,23; 15,1), y de ello estamos persuadidos y así lo creemos, que sólo
aquellos le son a Él gratos que tratan de imitar los bienes que le son
propios: la templanza, la justicia, el amor a los hombres y cuanto
conviene a un Dios que por ningún nombre impuesto puede ser nombrado. 2.
También se nos ha enseñado que Él, al principio, porque es bueno, creó
todas las cosas de una materia informe, por causa de los hombres (cf. Gn
1,1-29); los cuales, si por sus obras se muestran dignos del designio
de Dios, nosotros hemos recibido la creencia que se les concederá
habitar con Él, hechos incorruptibles (cf. 1Co 15,52) e impasibles, participando de su reino (cf. 2Tm
2,12). 3. Porque a la manera que al principio creó los seres que no
existían, así creemos que a quienes han escogido lo que a Él es grato,
les concederá, a causa de esa misma libre elección, la incorrupción y
convivencia con Él. 4. Porque el hecho de ser creados no fue mérito
nuestro; pero ahora Él nos persuade y nos lleva a la fe, para que
busquemos, por libre elección, por medio de las potencias racionales que
Él mismo nos regaló, lo que le es agradable. 5. También consideramos
que es de interés para todos los hombres no se les impida aprender estas
verdades, antes bien exhortarlos vivamente a ellas. 6. Porque lo que no
lograron las leyes humanas, ya lo hubiera realizado el Verbo, puesto
que es divino, si los malvados demonios no hubieran esparcido muchas e
impías calumnias, tomando por aliado el deseo perverso, multiforme, que
habita en cada hombre; calumnias con las que nada tenemos que ver
nosotros.
11. 1. Ya que ustedes han oído que nosotros
esperamos un reino, suponen sin más averiguación que se trata de un
reino humano (cf. Jn 18,36), cuando nosotros hablamos del reino
de Dios, como aparece claro por el hecho de que al ser por ustedes
interrogados confesemos ser cristianos, sabiendo como sabemos que
semejante confesión lleva consigo la pena de muerte. 2. Porque si
esperáramos un reino humano, negaríamos (ser cristianos) para evitar la
muerte y trataríamos de vivir ocultos, a fin de alcanzar lo que
esperamos; pero como no ponemos nuestra esperanza en lo presente, nada
se nos importa de nuestros verdugos, más que más que de todos modos
tenemos que morir.
12. 1. Nosotros somos sus mejores
auxiliares y aliados para el mantenimiento de la paz, pues profesamos
doctrinas como la de que no es posible que se le oculte a Dios un
malhechor, un avaro, un conspirador, como tampoco un hombre virtuoso, y
que cada uno camina, según el mérito de sus acciones, al castigo o a la
salvación eterna. 2. Porque si todos los hombres conocieran esto, nadie
escogería la maldad, ni siquiera por un breve instante, sabiendo que va a
su condenación eterna por el fuego, sino que por todos modos se
contendría y se adornaría de virtud, a fin de alcanzar la felicidad que
viene de Dios y verse libre de los castigos. 3. Quienes ahora, por causa
de las leyes y castigos por ustedes impuestos, tratan de ocultarse al
cometer sus crímenes y, sin embargo, los cometen por saber que ustedes
no son más que hombres (cf. Sb 17,3), y es posible ocultárselos,
si se enteraran y persuadieran que no puede ocultarse a Dios nada, ni
acción ni intención, siquiera por el castigo que les amenaza se
moderarían de todos modos, como ustedes mismos han de convenir. 4.
Parece que temen que todos se decidan a obrar bien y no tengan ya a
quien castigar; semejante actitud convendría a verdugos, pero de ninguna
forma a príncipes buenos. 5. Estamos persuadidos que eso es también,
como dijimos, obra de los demonios perversos, los cuales exigen de
quienes viven irracionalmente sacrificios y adoraciones; pero no podemos
concebir que ustedes, que aspiran a la piedad y a la filosofía, hagan
nada irracionalmente. 6. Pero si también ustedes, de modo parecido a los
insensatos, estiman en más la costumbre que la verdad, procedan
conforme a lo que pueden; pero sepan que el poder de los príncipes, que
ponen la opinión por encima de la verdad, equivale al de los bandidos en
el desierto. 7. Pero no será bajo auspicios favorables que ustedes
inmolarán las víctimas, declara el Verbo, que es el príncipe más alto y
más justo que conocemos, después de Dios que le engendrara. 8. Porque a
la manera que rehúsan todos heredar de sus padres la pobreza, los
sufrimientos o las deshonras; así no habrá hombre sensato que acepte lo
que el Verbo le manda que no debe aceptarse. 9. Que todo esto sucedería
lo predijo, como digo, nuestro Maestro, Jesucristo, que es el Hijo y el
enviado (cf. Hb 3,1) de Dios, Padre y Señor del universo, de
quien hemos recibido nuestro nombre de cristianos. 10. De ahí justamente
viene nuestra firmeza para aceptar todas sus enseñanzas, pues aparecen
en la realidad cumplidas cuantas cosas se adelantó Él a predecir que
sucederían. Ciertamente esta es una obra de Dios: predecir cada
acontecimiento antes de su realización y que aparezca luego realizado
tal como fue predicho. 11. Aquí pudiéramos terminar nuestro discurso sin
añadir nada más, considerando que reclamamos justicia y verdad; pero
como sabemos bien que no es fácil cambiar a prisa un alma poseída de la
ignorancia, hemos determinado añadir unos breves puntos más, con el fin
de persuadir a los amantes de la verdad, pues sabemos que no es
imposible disipar la ignorancia cuando se expone la verdad.
Exposición de la doctrina cristiana
¿Quién es Jesucristo?
13. 1. No somos ateos, nosotros que
adoramos al creador de este universo, que decimos, según se nos ha
enseñado, no tener necesidad ni de sangres, ni de libaciones, ni de
inciensos (cf. Is 1,11-14), nosotros que le alabamos, conforme a
nuestras fuerzas, por todo alimento que tomamos, con palabra de oración y
acción de gracias; nosotros que hemos aprendido que la única forma
digna de honrarlo es ésta: no consumir inútilmente (cf. 1S 15,22; Sal 51,18-21; Is 1,17; Am 5,24; Mi
4,2s.) por el fuego lo que por Él fue creado para nuestra subsistencia,
sino usarlo para nosotros mismos y para los necesitados. 2. Y
mostrándonos a Él agradecidos, dirigirle en solemne homenaje preces e
himnos por habernos llamado a la existencia, por los medios todos de
salud, por la variedad de seres de toda especie y por los cambios de
estaciones, a par que le suplicamos nos conceda revivir en la
incorrupción por la fe que en Él tenemos, ¿qué hombre sensato no
aceptará esto? 3. Luego demostraremos que con razón honramos también a
Jesucristo, que ha sido nuestro maestro en estas cosas y que para ello
nació; el mismo que fue crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que
fue de Judea en tiempo de Tiberio César, que hemos aprendido ser el hijo
del mismo verdadero Dios y a quien tenemos en el segundo lugar, así
como al Espíritu profético, a quien ponemos en el tercero. 4. A este
respecto, efectivamente, se nos tacha de locura (cf. 1Co 1,23)
diciendo que damos el segundo puesto después del Dios inmutable, aquel
que siempre es y creó el Universo, a un hombre que fue crucificado (cf. Dt 21,23); y es que ignoran el misterio que hay en ello, al que les exhortamos que atiendan cuando nosotros lo expongamos.
Jesucristo es el maestro divino
14. 1. De antemano les avisamos que esos
mismos demonios, que nosotros acabamos de desenmascarar, no los engañen y
los aparten de leer hasta el final y de entender lo que decimos, pues
ellos pugnan por tenerlos por sus esclavos y servidores, y ora por
apariciones entre sueños, ora por artes de magia, se apoderan de todos
aquellos que de un modo u otro no trabajan por su propia salvación;
tengan cuidado, como nosotros lo hemos hecho, después de creer en el
Verbo, nos apartamos de ellos y por medio de su Hijo seguimos al solo
Dios ingénito. 2. Los que antes nos complacíamos en la disolución, ahora
abrazamos sólo la castidad; los que nos entregábamos a las artes
mágicas, ahora nos hemos consagrado al Dios bueno e ingénito; los que
amábamos por encima de todo procurarnos dinero y bienes, ahora lo que
tenemos lo ponemos en común (cf. Hch 2,42-45) y lo compartimos
con todo el que está necesitado; 3. los que nos odiábamos y matábamos
los unos a los otros y no compartíamos el hogar con quienes no eran de
nuestra propia raza por la diferencia de costumbres, ahora después de la
manifestación de Cristo, compartimos con ellos el mismo género de vida,
rogamos por nuestros enemigos y tratamos de persuadir a los que nos
aborrecen injustamente (cf. Mt 5,44; Lc 6,28; 23,34; Hch
7,60), a fin de que, viviendo conforme a los hermosos consejos de
Cristo, tengan buenas esperanzas de recibir junto con nosotros los
mismos bienes de parte de Dios, soberano de todas las cosas. 4. Pero
para que no parezca que recurrimos a argumentos sofísticos, hemos creído
oportuno, antes de la demostración, recordar unas pocas de las
enseñanzas del mismo Cristo, y quede ya a cargo de ustedes, en virtud de
la autoridad imperial, examinar si verdaderamente eso es lo que se nos
ha enseñado y lo que nosotros enseñamos. 5. Sus discursos, empero, son
breves y compendiosos, pues no era Él ningún sofista, sino que su
palabra era una fuerza de Dios.
La enseñanza de Cristo sobre la castidad
15. 1. Ahora bien, sobre la castidad dijo
lo siguiente: “Cualquiera que mirare a una mujer para desearla, ya
cometió adulterio en su corazón delante de Dios” (Mt 5,28). 2. Y:
“Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo, pues más te vale con un
solo ojo entrar en el reino de los cielos, que no con los dos ser
enviado al fuego eterno” (Mt 18,9). 3. Y: “El que se casa con una mujer repudiada por otro hombre, comete adulterio” (Mt 5,32; Lc
16,18). 4. Y: “Hay quienes han sido hechos eunucos por los hombres; hay
también quienes nacieron ya eunucos; pero hay quienes se hicieron a sí
mismos eunucos por causa del reino de los cielos; sólo que no todos
comprenden esto (Mt 19,12. 11). 5. Así, pues, para nuestro
maestro, no sólo son pecadores los que contraen doble matrimonio
conforme a la ley humana, sino también los que miran a una mujer para
desearla, porque para él no sólo es reprobable el que comete de hecho un
adulterio, sino también el que quiere cometerlo, como quiera que ante
Dios no están sólo patentes las obras, sino también los deseos. 6. Y
entre nosotros hay muchos y muchas que, hechos discípulos de Cristo
desde niños, perseveran en la virginidad hasta los sesenta y setenta
años, y yo me glorío de podérselos mostrar de entre toda la raza de
hombres. 7. Y eso sin contar la muchedumbre incontable de los que se han
convertido de una vida disoluta y han aprendido esta doctrina, pues no
vino Cristo a llamar a penitencia a los justos ni a los castos, sino a
los impíos, intemperantes e injustos. 8. Pues dijo así: “No vine a
llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia” (Mt 9,13). Pues el Padre celestial quiere la penitencia del pecador, no su castigo.
9. Sobre el amar a todos enseñó lo
siguiente: «Si aman a los que los aman, ¿qué cosa nueva hacen? ¿No hacen
eso también los impúdicos? Yo, en cambio, les digo: “Rueguen por sus
enemigos y amen a los que los aborrecen y rueguen por los que los
calumnian”» (Lc 6,32. 27-28). 10. Sobre el deber de compartir con
los necesitados y no hacer nada por ostentación, dijo así: «A todo el
que les pida, denle y no se aparten del que quiere pedirles prestado (Mt 5,42). Porque si prestan sólo a aquellos de quienes esperan recibir (Lc 6,34), ¿qué cosa nueva hacen? Eso hasta los publicanos lo hacen (Mt
5,46)». 11. “Pero ustedes no atesoren para ustedes sobre la tierra,
donde la polilla y la herrumbre destruyen y los ladrones socavan, sino
atesoren para ustedes en los cielos, donde ni la polilla ni la herrumbre
destruyen” (Mt 6,19-20). 12. «Porque, ¿qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué dará a cambio de ella? (Mt 16,26). Atesoren, pues, en los cielos, donde ni polilla ni herrumbre destruyen» (Mt 6,20). 13. Y: «Sean benignos y misericordiosos, como el padre de ustedes es benigno y misericordioso (Lc 6,36), y hace salir su sol sobre pecadores, y sobre justos y malvados» (Mt 5,45). 14. «No se preocupen sobre qué comerán o qué vestirán (Mt 6,25). ¿No valen ustedes más que los pájaros y las fieras? Y Dios los alimenta» (Mt 6,26 + Lc 12,24). 15. «No se preocupen, pues, sobre qué comeréis o qué vestirán (Mt
6,25), pues su Padre celestial sabe que tienen necesidad de estas
cosas. 16. Busquen el reino de los cielos, y todo eso se les dará por
añadidura (Mt 6,32-33). Porque donde está el tesoro del hombre, allí también está su espíritu» (Mt
6,21). 17. Y: “No hagan estas cosas para ser vistos de los hombres;
pues en ese caso, no tendrán recompensa de su Padre que está en los
cielos” (Mt 6,1).
Paciencia, no violencia, sinceridad
16. 1. Sobre que seamos pacientes, prontos a
servir a todos y ajenos a la ira, lo que dijo es esto: “A quien te
golpee en una mejilla, preséntale la otra, y a quien quiera quitarte tu
túnica o tu manto, no se lo impidas” (Lc 6,29). 2. «Quienquiera que se irrite, es reo de fuego (cf. Mt 5,22). A quien te requiera para una milla, acompáñale dos (Mt 5,41). Brillen sus obras delante de los hombres, a fin de que viéndolas admiren a su Padre que está en los cielos» (Mt
5,16). 3. No debemos, pues, ofrecer resistencia, porque no quiere Él
que seamos imitadores de los malvados, sino que nos exhortó a practicar
la paciencia y la bondad para apartar a todos los hombres de la
abyección y del deseo del mal (cf. Mt 5,39). 4. Esto lo podemos
demostrar con muchos que han vivido entre ustedes, que dejaron sus
hábitos de violencia y tiranía, convencidos ora contemplando la
constancia de vida de sus vecinos, ora considerando la extraña paciencia
de compañeros de viaje víctimas de injusticias, ora por haberlo
experimentado ellos mismos en los negocios que tuvieron con aquellos. 5.
Sobre no jurar absolutamente, sino decir siempre la verdad, nos mandó
como sigue: «No juren de ninguna manera (Mt 5,34); que su sí sea sí no, y su no, no (St 5,12), pues todo lo que pasa de esto viene del Maligno (Mt 5,37)».
6. En cuanto que a solo Dios hay que adorar, nos lo persuadió diciendo así: «El más grande mandamiento (cf. Mt 22,28) es éste: Al Señor Dios tuyo adorarás y a Él solo servirás (Mt 4,10) con todo tu corazón y toda tu fuerza (Mc 12,30; cf. Dt
6,5), al Señor Dios que te ha creado». 7. Y una vez que se le acercó
uno y le dijo “Maestro bueno”, Él respondió diciendo: “Nadie es bueno
sino sólo Dios” (Mc 10,17-18), que creó el universo.
8. Pero aquellos que se vea no viven como
Él enseñó, sean declarados como no cristianos, por más que con la lengua
repitan las enseñanzas de Cristo, pues Él dijo que habían de salvarse
no los que sólo hablaran, sino que también practicaran las obras. 9. Y
efectivamente dijo así: «No todo el que me diga “Señor, Señor”, entrará
en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que
está en los cielos (Mt 7,21). 10. Porque el que me oye y hace lo que yo digo, oye a aquel que me ha enviado (Lc 10,16; cf. Mt
7,24). 11. Muchos me dirán: “Señor, Señor, ¿no es así que en tu nombre
comimos y bebimos e hicimos prodigios?”. Y entonces les contestaré yo:
“Apártense de mí, obradores de iniquidad (Mt 7,22-23; cf. Lc 13,26). 12. Entonces habrá llanto y crujir de dientes, cuando los justos brillen como el sol (Mt 13,42-43) y los injustos sean enviados al fuego eterno. 13. Porque muchos vendrán en mi nombre (Mt 24,5), vestidos por fuera con pieles de oveja, pero que son por dentro lobos rapaces; por sus obras los conocerán (Mt 7,15-16). Todo árbol que no produzca buen fruto, será cortado y echado al fuego (Mt
7,19)». 14. Ahora bien, que quienes no viven conforme a las enseñanzas
de Cristo y sólo de nombre son cristianos, sean castigados, nosotros
somos los primeros en pedírselo.
La lealtad de los cristianos
17. 1. En cuanto a tributos y a los
impuestos, nosotros procuramos pagarlos antes que nadie a quienes
ustedes tienen para ello ordenados por todas partes, tal como fuimos por
Él enseñados. 2. Pues por aquel tiempo se le acercaron algunos a
preguntarle si había que pagar tributo al César. Y Él respondió:
«“Díganme, ¿qué efigie lleva la moneda?”. Ellos le dijeron: “La del
César”. Él les respondió: Entonces den al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios”» (cf. Lc 20,22-25). 3. De ahí que sólo a
Dios adoramos; pero en todo lo demás, les servimos a ustedes con gusto,
confesando que son reyes y gobernantes de los hombres y rogando en
nuestras oraciones (cf. Rm 13,1-7; Tt 3,1; 1P
2,13-17) que, junto con el poder imperial, se halle que también tienen
prudente razonamiento. 4. Pero si no hacen caso de nuestras súplicas, a
pesar de esta exposición detallada que les hacemos públicamente,
nosotros ningún daño hemos de recibir, creyendo o, más bien, estando
como estamos persuadidos que cada uno pagará la pena conforme merezcan
sus obras en el fuego eterno, y que tendrá que dar cuenta a Dios según
las facultades que de Él mismo recibió, conforme nos lo indicó Cristo
diciendo: “A quien Dios dio más, más se le exigirá de parte de Él” (Lc 12,48).
La enseñanza de los “fines últimos”
18. 1. Miren, en efecto, el fin que han
tenido los emperadores que los han precedido: han padecido la suerte
común a todos los hombres, la muerte. Y si la muerte terminara en la
inconsciencia, ella sería buena suerte para los malvados todos. 2. Pero
puesto que la conciencia permanece en todos los nacidos, y nos amenaza
un castigo eterno, no sean negligentes en convencerse y creer que son
verdad estas cosas. 3. La nigromancia, en efecto, la adivinación hecha
sobre las entrañas de niños inocentes, las evocaciones de las almas
humanas, las prácticas entre los magos de los llamados “enviados de los
sueños” y “asistentes”, y los fenómenos que se dan bajo la acción de los
que saben estas cosas, deben persuadirles que aún después de la muerte
conservan las almas la conciencia. 4. También podríamos citar a los
hombres que son arrebatados y agitados por las almas de los muertos, a
quienes todos llaman posesos y locos furiosos, los que entre ustedes se
llaman oráculos de Anfíloco, de Dodona y de Pitó, y otros que hay por el
estilo. 5. Y también las doctrinas de escritores como Empédocles,
Pitágoras, Platón y Sócrates, el hoyo aquel de Homero, la bajada de
Ulises para visitar los infiernos y los relatos de otros autores que han
dicho cosas semejantes. 6. Reciban entonces nuestro testimonio, por lo
menos de modo semejante a éstos, pues no menos que ellos creemos en
Dios, sino más, como que esperamos recuperar nuestros propios cuerpos
después de muertos y arrojados a la tierra, porque nosotros afirmamos
que para Dios nada hay imposible.
La resurrección
19. 1. Para quien bien lo considera, ¿qué
cosa pudiera parecer más increíble que, de no estar nosotros en nuestro
cuerpo, nos dijeran que de una menuda gota del semen humano sea posible
nacer huesos, tendones y carnes con la forma en que los vemos? 2.
Digámoslo, en efecto, por vía de suposición. Si ustedes no fueran lo que
son y de quienes son, y alguien les mostrara el semen humano y una
imagen pintada de un hombre y les asegurara que ésta se forma de aquél,
¿acaso le creerían antes de verlo nacido? Nadie se atrevería a
contradecirlo. 3. De la misma manera, por el hecho de no haber visto
nunca resucitar un muerto (cf. 1Co 15,34s.; 2Co 5,4), la
incredulidad los domina ahora. 4. Pero de la misma manera que al
principio no hubieran creído que de una gota pequeña de esperma nacieran
tales seres y, sin embargo, los ven nacidos; así, consideren que no es
imposible que los cuerpos humanos, después de disueltos y esparcidos
como semillas en la tierra, resuciten a su tiempo por orden de Dios y
“se revistan de la incorrupción” (cf. 1Co 15,53). 5. Porque, a la
verdad, no sabríamos decir de qué potencia digna de Dios hablan los que
dicen que todo ha de volver allí de donde procede y que, fuera de esto,
nadie, ni Dios mismo, puede nada; pero sí que vemos bien lo que
dijimos: que no hubieran éstos creído ser posible que un día llegaran a
ser tales como se ven a sí mismos lo mismo que el mundo entero, creados,
y a partir de qué elementos. 6. Por lo demás, nosotros hemos aprendido
ser mejor creer aun lo que está por encima de nuestra propia naturaleza y
es a los hombres imposible, que ser incrédulos a la manera de otros,
como quienes sabemos que Jesucristo, maestro nuestro, dijo: “Lo que es
imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18,27). 7. Y
dijo más: “No teman a los que los matan y después de eso nada pueden
hacer; teman más bien a Aquel que después de la muerte puede arrojar
alma y cuerpo al infierno” (Lc 12,4-5; cf. Mt 10,28). 8.
Es de saber que el infierno es el lugar donde han de ser castigados los
que hubieren vivido inicuamente y no creyeren han de suceder estas cosas
que Dios enseñó por medio de Cristo.
El combate final
20. 1. Por lo demás, la Sibila e Histaspes
anunciaron que todo lo corruptible había de ser consumido por el fuego;
2. y los filósofos llamados estoicos tienen por dogma que Dios mismo ha
de resolverse en fuego y afirman que nuevamente, por transformación,
volverá a nacer el mundo. Pero nosotros tenemos a Dios, creador de todas
las cosas, por algo superior a todos los seres que experimentan
transformaciones. 3. Si sobre ciertos puntos estamos de acuerdo con los
poetas y filósofos que ustedes estiman, y sobre otros nuestra doctrina
es más elevada y digna de Dios, sin embargo, somos los únicos que
ofrecemos una demostración, ¿por qué entonces más que a todos los otros
se nos odia injustamente? 4. Cuando nosotros decimos que todo fue
ordenado y hecho por Dios, no parecerá sino que enunciamos un dogma de
Platón; al afirmar la conflagración universal, otro de los estoicos; al
decir que son castigadas las almas de los inicuos que aun después de la
muerte conservarán su conciencia, y que las de los buenos, libres de
todo castigo, serán felices, parecerá que hablamos como sus poetas y
filósofos. 5. En fin, que no haya de adorarse a las obras de las manos
de los hombres (cf. Lv 26,1; Is 2,18; Sal 115,4-6;
135,15, etc.), no es sino repetir lo que dijeron Menandro, el poeta
cómico, y otros con él, que afirmaron ser mayor el artífice que lo que
él fabrica.
Jesucristo es el Verbo divino
21. 1. Cuando nosotros decimos también que el Verbo, que es el primogénito de Dios (cf. Col
1,15), fue engendrado sin comercio carnal, es decir, Jesucristo,
nuestro maestro, y que éste después de ser crucificado y matado,
resucitó y subió al cielo (cf. Sal 3,6), nada nuevo presentamos,
si se atiende a los que ustedes llaman hijos de Zeus. 2. Porque ustedes
saben bien la cantidad de hijos que los escritores por ustedes estimados
atribuyen a Zeus: Hermes, el verbo que interpreta y enseña todas las
cosas; Asclepio, que fue médico y después de haber sido fulminado, subió
al cielo; Dionisio, después que fue despedazado; Heracles, después de
arrojarse a sí mismo al fuego para huir de sus dolores; los Dioscuros,
hijos de Leda; Perseo de Dánae, y Belerofonte, nacido de hombres, sobre
el caballo Pegaso. 3. ¿Para qué hablar de Ariadna y de los que, de modo
semejante a ella, se dice haber sido colocados en las estrellas? Y paso
igualmente por alto sus emperadores difuntos, a quienes tienen siempre
por dignos de la inmortalidad y nos presentan a algún infeliz que jura
haber visto remontarse al cielo desde la pira al César hecho cenizas. 4.
Tampoco hay necesidad de repetir aquí las acciones que se cuentan de
cada uno de los supuestos hijos de Zeus, pues ustedes las saben
perfectamente. Basta indicar que eso se ha escrito para utilidad e
incitación de los jóvenes que se educan, porque todos tienen por cosa
bella ser imitadores de los dioses. 5. Sin embargo, un hombre sensato
rechazaría semejante concepción de la divinidad que admite que Zeus
mismo, jefe y padre de todos los dioses, haya sido parricida y nacido de
parricida y, vencido por placeres bajos y vergonzosos (cf. Lv
18,22; 20,13), haya ido a Ganimédes y a muchedumbre de mujeres con las
que cometió adulterio, y aceptar que sus hijos practicaron acciones
semejantes. 6. La verdad es, como anteriormente dijimos, que fueron los
demonios malvados quienes tales cosas hicieron. Ahora alcanzar la
inmortalidad, a nosotros se nos ha enseñado que sólo la alcanzan los que
viven santa y virtuosamente cerca de Dios, así como creemos que han de
ser castigados con fuego eterno quienes vivieren injustamente y rehúsen
convertirse.
Jesús es el Hijo de Dios
22. 1. En cuanto al Hijo de Dios, que se
llama Jesús, aún cuando fuera hombre al modo común, merecería, por su
sabiduría, llamarse Hijo de Dios, pues todos los escritores llaman a
Dios padre de hombres y de dioses (cf. Homero, Ilíada 1, 544; 4,
68). 2. Y si afirmamos que Él, el Verbo de Dios, fue engendrado de modo
peculiar, diferente de la común generación, como ya dijimos (cf.
I,21,1), admitan entonces que este punto es coincidente con lo que
ustedes dicen de Hermes, a quien llaman el Verbo mensajero de parte de
Dios. 3. Si se nos echa en cara que fue crucificado, también esto es
común con los antes enumerados hijos de Zeus que ustedes admiten haber
sufrido. 4. En efecto, se cuenta de ellos que no sufrieron un mismo
género de muerte, sino diferentes; de suerte que ni por el hecho de
haber sufrido (Cristo) una pasión particular es inferior a ellos; al
contrario, como lo habíamos prometido (cf. I,13,3) demostraremos que es
muy superior, o, por mejor decir, ya está demostrado (cf. I,15-17),
pues el que es superior se muestra por sus obras. 5. Nosotros,
predicamos que nació de una virgen, y ustedes deben admitir que este un
punto común con Perseo. 6. En fin, que sanara a lisiados, paralíticos,
enfermos de nacimiento y resucitara muertos (cf. Mt 11,5), también en esto parecerá que decimos cosas semejantes a lo que se cuenta haber hecho Asclepio.
Excelencia de la doctrina cristiana
23. 1. Todo lo que nosotros afirmamos, por
haberlo aprendido de Cristo y de los profetas que le precedieron, es la
sola doctrina verdadera y más antigua que todos los escritores que han
existido, y no pedimos se acepte nuestra doctrina por coincidir con
ellos, sino porque decimos la verdad, a saber: 2. que sólo Jesucristo
fue engendrado como Hijo de Dios en el sentido propio del término,
siendo su Verbo (cf. Jn 1,1), su primogénito (cf. Col 1,15; Rm 8,29; Hb 1,6; 11,28; 12,23; Pr 8,22) y su potencia (cf. 1Co
1,24); que, hecho hombre por designio suyo, nos enseñó esas verdades
para la transformación y renovación del género humano; 3. antes de
hacerse hombre entre los hombres, hubo algunos, digo los malvados
demonios antes mentados, que se adelantaron a decir por medio de los
poetas haber sucedido los mitos que se inventaron, a la manera que
fueron ellos también los que hicieron las obras ignominiosas e impías de
las que se nos acusa, sin que para ello haya testigo ni demostración
alguna. Para que todo esto les quede claro, haremos la refutación que
sigue.
El politeísmo
24. 1. La primera prueba es que, diciendo
nosotros cosas semejantes a los griegos, somos los únicos a quienes se
odia por el nombre de Cristo y, sin cometer crimen alguno, como a
malvados se nos quita la vida. Mientras que unos acá y otros acullá, dan
culto a árboles, a ríos, a ratones, a gatos, a cocodrilos y a
muchedumbre de animales irracionales; aún más, no todos lo dan a los
mismos, sino unos son honrados en una parte, otros en otra, con lo que
todos (sus adoradores) son impíos los unos a los ojos de los otros,
porque no adoran los mismos objetos. 2. Lo único que ustedes nos pueden
recriminar, es que no veneramos los mismos dioses que ustedes y que, en
las acciones públicas, no ofrecemos ni libaciones, ni grasas de
víctimas, ni coronas, ni sacrificios. 3. Ahora bien, que los mismos
animales son por unos considerados dioses, por otros fieras, por otros
víctimas para sacrificios, ustedes lo saben perfectamente.
La mitología
25. 1. En segundo lugar, porque hombres de
toda raza, que antes dábamos culto a Dionisio, hijo de Sémele, y a
Apolo, hijo de Leto, de los cuales sería una vergüenza el sólo narrar
las acciones que cometieron por amor a los jóvenes; los que adorábamos a
Perséfone y Afrodita, que fueron aguijoneadas de amor por Adonis y
cuyos misterios aún celebran ustedes, o a Asclepio u otro de los demás
llamados dioses; ahora, no obstante amenazársenos con la muerte, a todos
ésos los hemos despreciado por amor de Jesucristo, 2. y nos hemos
consagrado al Dios ingénito e impasible; el Dios que creemos no ha de
ir, aguijoneado por el deseo, a seducir una Antíope ni a otras por el
estilo ni a Ganimédes, ni tendrá que ser desatado con ayuda de Tetis de
aquel famoso gigante de cien brazos, ni que preocuparse, para pagar este
favor, de matar a una muchedumbre de griegos, por la mano de Aquiles,
el hijo de Tetis, a causa de su concubina Briseida. 3. Lo que sí hacemos
es compadecer a quienes tales cosas hacen, y bien sabemos que los
responsables de ellos son los demonios.
Las herejías
26. 1. En tercer lugar, después de la
ascensión de Cristo al cielo, los demonios han impulsado a ciertos
hombres a decir que ellos eran dioses, y ésos no sólo no han sido
perseguidos por ustedes, sino que han llegado hasta juzgarlos dignos de
recibir honores. 2. Así, a un tal Simón, samaritano (cf. Hch
8,9-11), originario de una aldea por nombre Gitón, habiendo hecho en
tiempo de Claudio César prodigios mágicos, por arte de los demonios que
en él obraban, en su imperial ciudad de Roma, fue tenido por dios y como
dios fue por ustedes honrado con una estatua, que se levantó en la isla
del Tíber, entre los dos puentes, y lleva esta inscripción latina: “A
Simón Dios Santo”. 3. Casi todos los samaritanos, y algunos pocos
individuos en las otras naciones, le adoran considerándole como a su
primer dios; y a una cierta Helena, que le acompañó por aquel tiempo en
sus peregrinaciones, que antes había estado en el prostíbulo, y sería su
primera emanación. 4. Sabemos también que un cierto Menandro,
igualmente samaritano, natural de la aldea de Caparatea, discípulo que
fue de Simón, poseído también por los demonios, hizo su aparición en
Antioquía y allí engañó a muchos por sus artes mágicas, llegando a
persuadir a sus discípulos que no habían de morir jamás. Y no faltan aún
ahora algunos de ellos que se lo siguen creyendo. 5. En fin, un tal
Marción, natural del Ponto, está ahora mismo enseñando a los que le
siguen a creer en un Dios superior al Creador, y con la ayuda de los
demonios ha conducido a muchos, en todas las naciones, a proferir
blasfemias y negar al Dios Creador del universo, confesando, en cambio,
otro Dios al que, por suponérsele superior, se le atribuyen obras
mayores. 6. Todos los que de éstos proceden, como dijimos (I,4,7; 7,3),
son llamados cristianos, a la manera que quienes no participan de las
mismas doctrinas entre los filósofos, reciben de la filosofía el nombre
común con que se les conoce. 7. Ahora, si también practican todas esas
ignominiosas obras que contra nosotros se propalan, a saber: echar por
tierra el candelero, unirnos promiscuamente y alimentarnos de carnes
humanas, no lo sabemos; de lo que sí estamos ciertos es de que no son
por ustedes perseguidos ni condenados a muerte, por lo menos a causa de
sus doctrinas. 8. Por lo demás, nosotros mismos hemos compuesto una
“Tratado contra todas las herejías” (obra perdida), si quieren leerlo,
lo pondremos en sus manos.
Costumbres abominables del paganismo
27. 1. Nosotros, en cambio, a fin no
cometer ninguna injusticia ni impiedad, profesamos la doctrina de que
exponer a los recién nacidos es obra de malvados. En primer lugar,
porque vemos que casi todos van a parar a la prostitución, no sólo las
niñas, sino también los varones; y al modo como de los antiguos se
cuenta que mantenían rebaños de bueyes, cabras, ovejas o de caballos de
pasto, así se reúnen ahora rebaños de niños con el único fin de usar
torpemente de ellos, y una muchedumbre, lo mismo de afeminados que de
andróginos y pervertidos, está preparada por cada provincia para
semejante abominación. 2. Por ello perciben ustedes tasas,
contribuciones y tributos, siendo así que el deber de ustedes sería
extirparlos de raíz de su imperio. 3. Ahora bien, cuando de tales seres
se abusa, aparte de tratarse de una unión propia de gentes sin Dios,
impía y abyecta, posiblemente no faltará quien se una con un hijo, con
un pariente o con un hermano.
4. Hay también quienes prostituyen a sus
propios hijos y mujeres; otros se mutilan públicamente para la torpeza y
refieren el origen de esos misterios a la madre de los dioses; en fin,
en todos los que ustedes tienen por dioses, una serpiente es
representada como un símbolo eminente y un misterio. 5. Lo mismo que
ustedes practican y honran públicamente, nos lo achacan a nosotros, como
si lo cumpliéramos después de haber derribado y extinguido la luz
divina; pero, libres como estamos de practicar nada de eso, ningún daño
nos hacen sus calumnias; sí a quienes esas torpezas cometen y encima nos
levantan falsos testimonios.
El culto a la serpiente
28. 1. Entre nosotros, el príncipe de los malos demonios se llama serpiente, Satanás, diablo (cf. Ap
20,2), como pueden aprenderlo consultando nuestras escrituras; y que él
con todo su ejército juntamente con los hombres que le siguen haya de
ser enviado al fuego para ser castigado eternamente (cf. Mt
25,41), cosa es que de antemano fue anunciada por Cristo. 2. La
paciencia que Dios muestra en no hacerlo de pronto, tiene su causa en su
amor al género humano, pues Él sabe con antelación que algunos han de
salvarse por la penitencia, de los que algunos tal vez no han nacido
todavía. 3. Al principio, creó Él al género humano racional y capaz de
escoger la verdad y obrar el bien, de suerte que no hay hombre que tenga
excusa delante de Dios, como quiera que todos han sido creados
racionales y capaces de contemplar la verdad (cf. Rm 1,18-21). 4.
Pero si alguno no cree que Dios se cuide de las cosas humanas, una de
dos, o tendrá que confesar indirectamente que no existe o que,
existiendo, se complace en la maldad o permanece insensible como una
piedra. Virtud y vicio no tendrían entonces ninguna consistencia, y por
su sola opinión distinguirían los hombres unas cosas por buenas y otras
por malas, lo que es el colmo de la impiedad e injusticia.
La castidad cristiana
29. 1. En segundo lugar (cf. I,27,1),
[evitamos la exposición de los niños], por temor de que, al no ser
recogidos algunos de los expósitos, vengan a morir y seamos culpables de
homicidio. Nosotros o nos casamos desde el principio por el solo fin de
la generación de los hijos, o si renunciamos al matrimonio, es para
observar una castidad perfecta. 2. Ya se ha dado el caso que uno de los
nuestros, para demostrarles que la unión promiscua no es misterio que
nosotros celebramos, presentó un memorial al prefecto Félix en
Alejandría, suplicándole autorizara a su médico para cortarle los
testículos, pues decían los médicos de allí que semejante operación no
podía hacerse sin permiso del gobernador. 3. Félix se negó en absoluto a
firmar el memorial, y el joven permaneció célibe, contentándose con el
testimonio de su conciencia y con el apoyo de sus hermanos en la fe. 4. Y
aquí hemos creído no estaría fuera de lugar recordar a Antínoo, que
vivió recientemente, a quien todos, por miedo, se apresuraron a honrar
como a un dios, no obstante saber muy bien quién era y de adónde venía.
Demostración de la divinidad de Cristo
El argumento profético
30. 1. Se nos podría objetar: ¿Qué
inconveniente hay en que ese que nosotros llamamos Cristo sea un hombre
que viene de otros hombres y que por arte mágica (cf. Mt 9,34; 12,24; Mc 3,22; Lc
11,15) hizo los prodigios que decimos y por ello pareció ser hijo de
Dios? Vamos, pues, ya a presentar la demostración, no dando fe a quienes
nos cuentan los hechos, sino creyendo por necesidad a los que los
profetizaron antes de suceder, como quiera que los vemos cumplidos o que
se están cumpliendo ante nuestra vista tal como fueron profetizados,
demostración que creemos ha de parecerles la más fuerte y la más
verdadera.
Las fuentes bíblicas: la versión de los Setenta
31. 1. Hubo entre los judíos hombres que fueron profetas de Dios (cf. Hch 1,16; 28,25 [que cita Is 6,9s.]; 1P
1,11), por medio de los cuales el Espíritu profético anunció
anticipadamente los acontecimientos por venir; y los reyes que según los
tiempos se sucedieron entre los judíos, haciendo propiedad suya tales
profecías, las guardaron cuidadosamente, tal como fueron dichas al
momento de su proclamación y tal como los mismos profetas las
consignaron en sus libros escritos en su propia lengua hebrea. 2. Pero
cuando Ptolomeo, rey de Egipto, trató de formar una biblioteca y reunir
en ella las obras de todos los escritores, habiendo tenido noticia de
estas profecías, solicitó al que entonces era rey de los judíos,
Herodes, le remitiera los libros de los profetas. 3. El rey Herodes le
envió esos escritos, como hemos dicho, en hebreo, su lengua original; 4.
pero como su contenido no podía ser entendido por los egipcios, le
dirigió una nueva petición, rogándole le enviara hombres que los
vertieran a la lengua griega. 5. Esto hecho, se quedaron los libros
entre los egipcios hasta el presente, y los judíos los usan por todo el
mundo, pero sin embargo, no entienden al leerlos lo que está escrito,
sino que nos tienen por enemigos y adversarios, matándonos lo mismo que
ustedes y atormentándonos apenas tienen poder para hacerlo, como pueden
fácilmente persuadirse. 6. Efectivamente, en la reciente guerra de
Judea, Bar Kokebas, el cabecilla de la rebelión judía, sólo a los
cristianos mandaba someter a terribles tormentos, si se negaban a
renegar y blasfemar contra Jesucristo.
7. Ahora bien, en los libros de los
profetas hallamos de antemano anunciado que Jesús, nuestro Cristo, había
de venir, debía nacer de una virgen (cf. Is 7,14); que había de llegar a edad viril y curar toda enfermedad y toda debilidad (cf. Mt
4,23), y resucitar muertos; que había de ser odiado, desconocido y
crucificado; que moriría, resucitaría y subiría a los cielos; que es y
se llama Hijo de Dios; que habían de ser enviados por Él algunos para
proclamar estas cosas a todo el género humano, y serían los hombres de
las naciones paganas (cf. Mt 28,19) quienes más le creerían. 8.
Estas profecías se hicieron unas cinco mil años, otras tres mil, otras
dos mil, otras mil u ochocientos años antes de que Él apareciera; pues
es de saber que los profetas se fueron sucediendo unos a otros de
generación en generación.
La profecía de Moisés
32. 1. Así, pues, Moisés, que fue el
primero de los profetas, dijo literalmente así: “No faltará rey de la
descendencia de Judá, ni jefe de sus muslos hasta que venga aquel a
quien está reservado. Y Él será la expectación de las naciones, atando a
la viña su pollino, lavando sus vestidos en la sangre de la uva” (Gn
49,10-11). 2. Ahora es deber de ustedes averiguar con todo rigor y
enterarse hasta cuándo tuvieron los judíos jefe y rey salido de su
nación: hasta la aparición de Jesucristo, Maestro nuestro e intérprete
de las profecías desconocidas, tal como fue de antemano dicho por el
Espíritu Santo profético por medio de Moisés, que no faltaría príncipe
de los judíos hasta venir Aquel a quien está reservado el reino (cf. Gn
49,10). 3. Porque Judá fue el antepasado de los judíos y de él
justamente han recibido ese nombre; y ustedes, después de la
manifestación de Cristo, establecieron su reino sobre los judíos y se
apoderaron de toda su tierra. 4. Lo de que: “Él será la expectación de
las naciones” (Gn 49,10), quería decir que los hombres de todas
las naciones esperarán su segunda venida, cosa que pueden ver con su
propios ojos y comprobar en la realidad; pues de todas las razas de
hombres esperan al que fue crucificado en Judea, tras cuya muerte,
inmediatamente, la tierra de los judíos, tomada a punta de lanza, les
fue entregada a ustedes. 5. La expresión: “Atando a la cepa su pollino,
lavando su vestido en la sangre de la uva” (Gn 49,11), era un
símbolo de lo que había de suceder a Cristo y de lo que por Él mismo
había de ser hecho. 6. Porque fue así que a la entrada de cierta aldea
estaba un pollino (cf. Mt 21,1) atado a una parra (cf. Mt
21,2), y Él mandó a sus discípulos que se lo trajeran y, traído que fue
el pollino, montó sobre él y así entró en Jerusalén (cf. Mt
21,10), donde estaba el templo más grande de los judíos, el mismo que
fue más adelante destruído por ustedes. Después de la entrada en
Jerusalén fue crucificado, a fin de que se cumpliera el resto de la
profecía. 7. Puesto que lo de que “había de lavar su vestido en la
sangre de la uva” (Gn 49,11), era anuncio anticipado de su
pasión, la que había de padecer para lavar por su sangre a los que
creyeran en Él. 8. Porque lo que el Espíritu divino llama por el profeta
“su vestido”, son los hombres que creen en Él, en los que mora la
semilla que de Dios procede, que es el Verbo. 9. Y se habla también de
“la sangre de la uva”, para dar a entender que el que había de aparecer
tendría ciertamente sangre, pero no de semen humano, sino de poder
divino. 10. Ahora bien, el primer poder después de Dios, Padre y Señor
de todas las cosas, es el Verbo, que es también su Hijo. Cómo se haya
Éste hecho carne y nacido hombre (cf. Jn 1,14), lo diremos más
adelante. 11. Porque a la manera que la sangre de la uva no la hace el
hombre, sino Dios, por semejante manera se daba a entender en esas
palabras que la sangre de Cristo no procedería de semen humano, sino del
poder de Dios, como ya hemos dicho (cf. I,32,9).
12. Isaías, otro profeta, viene a decir lo mismo con otras palabras, profetizando así: “Se levantará una estrella de Jacob (Nm 24,1) y una flor subirá de la raíz de Jesé (Is 11,1); y en su brazo, las naciones esperarán” (Is
51,5). 13. En efecto, una estrella brillante se levantó y una flor
subió de la raíz de Jesé, que es Cristo. 14. Porque Él fue concebido,
con el poder de Dios (cf. Lc 1,35), por una virgen de la
descendencia de Jacob, que fue el padre de Judá, antepasado, como lo
hemos demostrado, de los judíos; y Jesé, según el oráculo, fue un
ancestro de Cristo, y Él, según la sucesión de las generaciones, hijo de
Jacob y (nieto) de Judá.
La concepción virginal de Cristo
33. 1. Escuchen ahora cómo a su vez fue
literalmente profetizado por Isaías que Cristo había de ser concebido
por una virgen. Sus palabras son éstas: «Miren que una virgen concebirá y
dará a luz un hijo y le pondrán por nombre “Dios con nosotros”» (Is 7,14; Mt
1,23). 2. Porque lo que los hombres pudieran tener por increíble e
imposible de suceder, eso mismo indicó Dios anticipadamente por medio de
su Espíritu profético que se realizaría, para que cuando sucediera no
se le negara la fe (cf. Jn 14,29), sino que fuera creído por
haber sido predicho. 3. Y vamos ahora a poner en claro las palabras de
la profecía, no sea que, por no entenderla, se nos objete lo mismo que
nosotros decimos contra los poetas cuando nos hablan de Zeus que, por
satisfacer su pasión libidinosa, se unió con diversas mujeres. 4. Así,
pues, lo de que “una virgen concebirá” (Is 7,14) significa que la
concepción sería sin comercio carnal, pues de darse éste, ya no sería
virgen; al contrario, fue el poder de Dios el que vino sobre la virgen y
la cubrió con su sombra (cf. Lc 1,35) y, permaneciendo virgen,
hizo que concibiera. 5. Fue así que el ángel que de parte de Dios le fue
enviado por aquel tiempo a la misma virgen, le dio la buena noticia
diciéndole: “Mira que concebirás del Espíritu Santo, y darás a luz un
hijo y se llamará Hijo del Altísimo (Lc 1,31-32), y le pondrás por nombre Jesús, pues Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt
1,21). Así nos lo han enseñado los que consignaron todos los recuerdos
referentes a nuestro Salvador Jesucristo, y nosotros les hemos dado fe,
puesto que el Espíritu profético, como ya hemos indicado, anunció por el
citado Isaías su futuro nacimiento. 6. Ahora bien, ninguna otra cosa es
lícito entender por el Espíritu y el poder que de Dios procede sino el
Verbo, que es el primogénito de Dios, como Moisés, profeta antes
mentado, lo reveló; y viniendo éste Espíritu sobre la virgen y
cubriéndola con su sombra, no por comercio carnal, sino por el poder de
Dios, hizo que ella concibiera. 7. “Jesús” es un nombre que significa,
en hebreo, Hombre; y en griego, Salvador. 8. De ahí que el ángel le dijo
a la virgen: “Le pondrás por nombre Jesús, pues Él salvará a su pueblo
de sus pecados” (Mt 1,21). 9. Ahora, que los que profetizan no
son inspirados por otro ninguno, sino por el Verbo divino, aún ustedes,
como supongo, convendrán en ello.
La profecía de Miqueas: el lugar del nacimiento
34. 1. Escuchen ahora cómo Miqueas, otro de
los profetas, predijo el lugar de la tierra en que había de nacer. He
aquí sus palabras: “Y tú, Belén, tierra de Judá, en modo alguno eres la
más pequeña entre las principales ciudades de Judá, pues de ti ha de
salir el jefe que pastoreará a mi pueblo” (Mt 2,6; cf. Mi
5,1. 3). 2. Belén es una aldea de Judea, distante de Jerusalén treinta y
cinco estadios; en ella nació Jesucristo, como pueden comprobarlo por
las listas del censo, hechas en tiempos de Quirino, que fue el primer
procurador de ustedes en Judea.
Profecías diversas sobre la misión de Cristo
35. 1. También fue predicho que Cristo,
después de nacer, había de vivir oculto a los otros hombres hasta llegar
a la edad viril. Escuchen lo que a este propósito fue anticipadamente
dicho. 2. He aquí las palabras: “Un niño nos ha nacido, un pequeñuelo
nos ha sido regalado, cuyo imperio reposa sobre sus hombros” (Is
9,5), este (texto) señala el poder de la cruz, sobre la cual él apoyó
sus hombros cuando fue crucificado, como andando el discurso se mostrará
más claramente. 3. El mismo profeta Isaías, inspirado por el Espíritu
profético, dijo: “Yo extenderé mis manos hacia un pueblo que no cree y
que contradice, a los que andan por camino no bueno” (Is 65,2). 4. “Y ahora me vienen a pedir juicio y tienen atrevimiento para acercarse a Dios” (cf. Is
58,2). 5. De nuevo, por otro profeta dice con otras palabras: “Ellos
taladraron mis pies y mis manos; y echaron a suerte mis vestiduras” (Sal 21,17. 19).
6. David, rey y profeta, que esto dijo,
nada de eso padeció, pero Jesucristo extendió sus manos al ser
crucificado por los judíos que le contradecían y decían que no era el
Cristo. En efecto, como lo había anunciado el profeta, para burlarse de
Él, le sentaron sobre un estrado, y le dijeron: “Júzganos”. 7. Lo de
“taladraron mis manos y mis pies” (Sal 21,17) significaba los
clavos que traspasaron en la cruz sus pies y manos. 8. Y después de
crucificarle, los que le crucificaron echaron a suerte sus vestiduras (Sal 21,19), y se las repartieron entre sí (cf. Jn 19,24). 9. Y que todo esto sucedió así, pueden comprobarlo por las Actas redactadas en tiempo de Poncio Pilato.
10. Vamos también a citar la profecía de
otro profeta, Sofonías, cómo literalmente fue profetizado que había de
montar sobre un pollino y entrar así a Jerusalén. 11. He aquí sus
palabras: “Alégrate sobremanera, hija de Sión; proclámalo, hija de
Jerusalén; mira que tu rey viene hacia ti manso, montado sobre la cría
de un asno, hijo de animal de yugo” (Za 9,9; Mt 21,5).
Reglas de interpretación
36. 1. Cuando oyen que los profetas hablan
en nombre de algún personaje, no deben de pensar que eso lo dicen los
mismos hombres inspirados, sino el Verbo divino que los mueve. 2. Porque
unas veces habla como anunciando de antemano lo que ha de suceder, a la
manera de una predicción; otras como en persona de Dios, Maestro y
Padre del universo; otras en persona de Cristo; otras, en fin, en nombre
de las naciones que responden al Señor o a su Padre. Algo semejante
pueden constatar entre sus escritores: es un mismo autor el que compuso
todo la obra, pero pone en escena varias personas que dialogan entre sí.
3. Por no entender eso los judíos, que son quienes poseen los libros de
los profetas, no sólo no reconocieron a Cristo ya venido, sino que nos
aborrecen a nosotros, que decimos haber en efecto venido y mostramos
que, como estaba profetizado, fue por ellos crucificado.
Profecías atribuidas al Padre
37. 1. Para que también eso les resulte
claro, he aquí unas palabras que fueron dichas por el profeta Isaías,
antes mentado, en nombre del Padre: «El buey conoció a su amo y el asno
el pesebre de su señor; pero Israel no me ha conocido y mi pueblo no me
ha entendido. 2. ¡Ay de la nación pecadora, el pueblo lleno de pecados,
descendencia mala, hijos inicuos: han abandonado al Señor!» (Is
1,3-4). 3. Y nuevamente, en otro pasaje en que habla igualmente el mismo
profeta en nombre del Padre: «¿Qué casa me van a edificar?, dice el
Señor. 4. El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies» (Is
66,1). 5. Y otra vez en otro pasaje: «Sus novilunios y sus sábados, mi
alma los aborrece; y su día grande de ayuno y su ociosidad, no los
soporto (Is 1,13-14), ni aun cuando se presenten ante mi vista (Is 1,12), los escucharé.6. Llenas están de sangre sus manos (Is 1,15). 7. Aun cuando me traigan flor de harina o incienso, me es una abominación (Is 1,13); grasa de corderos o sangre de toros, no la quiero. 8. Porque, ¿quién requirió esas ofrendas de sus manos? (Is
1,11-12). Desata más bien toda atadura de injusticia, rompe las cadenas
de los violentos contratos, cubre al sin techo y al desnudo, comparte
tu pan con el hambriento (Is 58,6-7)». 9. Por estos pasajes pueden entender de qué naturaleza son las enseñanzas que en nombre de Dios dan los profetas.
Profecías atribuidas al Hijo
38. 1. Cuando el Espíritu profético habla
en persona de Cristo, se expresa así: “Yo extendí mis manos a un pueblo
que no cree y que contradice, a los que andan por camino no bueno” (Is
65,2). 2. Y de nuevo: «Presenté mi espalda a los azotes y mis mejillas a
las bofetadas, y mi rostro no lo aparté del ultraje de los salivazos.
3. Pero el Señor se hizo mi ayudador; por eso no quedé confundido, sino
que puse mi rostro como roca dura, y supe que no había de ser
confundido, pues cerca está el que me justifica» (Is 50,6-8). 4. Y lo mismo cuando dice: «Ellos echaron suerte sobre mis vestiduras, y taladraron mis manos y mis pies (Sal 21,19. 17). 5. Pero yo me dormí y me entregué al sueño, y resucité, porque el Señor me protegió» (Sal 3,6). 6. Y otra vez, cuando dice: «Cuchicheaban con sus labios y movieron su cabeza diciendo: “Que se salve a sí mismo”» (Sal
21,8-9). Todo esto pueden comprobar que se cumplió por los judíos en
Cristo. 8. Pues cuando fue Él crucificado, retorcían sus labios y
meneaban sus cabezas diciendo: “El que resucitó muertos, que se salve a
sí mismo” (cf. Mt 27,39. 43).
Profecías atribuidas al Espíritu
39. 1. Cuando el Espíritu profético habla
para profetizar lo por venir, dice así: “De Sión saldrá la ley, y la
palabra del Señor de Jerusalén; Él juzgará en medio de las naciones y
convencerá a un pueblo numeroso. De sus espadas forjarán arados y de sus
lanzas hoces; y no tomará nación contra nación espada ni sabrán ya qué
cosa sea la guerra” (Is 2,3-4; cf. Mi 4,2-3). Que así haya sucedido, en sus manos está comprobarlo. 3. Porque de Jerusalén salieron doce hombres (cf. Mt 10,2s.; Mc 3,14s.; Lc 16,13s.) por el mundo, y éstos ignorantes (cf. Hch
4,13), incapaces de elocuencia, que, sin embargo, anunciaron por el
poder de Dios a todo el género humano haber sido ellos enviados por
Cristo para enseñar a todos la palabra de Dios (cf. Hch 2,6-11). Y
los que antes nos matábamos unos a otros, no sólo no hacemos ahora la
guerra a nuestros enemigos, sino que, por no mentir ni engañar a
nuestros jueces al interrogarnos, morimos gustosos por confesar a
Cristo. 4. Sin embargo, pudiéramos nosotros aplicar a nuestro caso el
dicho famoso: “La lengua juró, pero el corazón no ha jurado” (Eurípides,
Hipólito 612). 5. Pero seguramente sería ridículo que los
soldados que ustedes reclutan y enrolan, pongan la lealtad hacia ustedes
por encima de su propia vida, por encima de sus padres, su patria y
cuanto les pertenece, siendo así que nada imperecedero les pueden
procurar, y nosotros, que aspiramos a la incorrupción, no lo soportemos
todo a trueque de recibir los bienes que esperamos ardientemente de
Aquel que tiene poder para dárnoslo.
Los Salmos 18, 1 y 2
40. 1. Escuchen ahora lo que fue predicho
sobre los que predicaron su doctrina y anunciaron su venida; el ya
mentado profeta y rey dice así por moción del Espíritu profético: «El
día al día le transmite una palabra, y la noche a la noche le anuncia
conocimiento. 2. No hay discursos ni palabras cuya voz no se oiga. 3.
Sobre toda la tierra se esparció el sonido de su voz y a los términos
del orbe de la tierra llegaron sus palabras. 4. En el sol puso su
tienda, y éste, como esposo que sale de su cámara nupcial, se regocijará
como gigante para recorrer su camino» (Sal 18,3-6).
5. Hemos creído oportuno y propio hacer
mención de otras palabras profetizadas por el mismo David, por las que
podrán enterarse qué regla de vida el Espíritu profético propone a los
hombres, 6. y cómo anuncia la conjura que se tramó contra Cristo entre
Herodes, rey de los judíos; éstos mismos judíos y Pilato, que fue
procurador de ustedes en Judea, y los soldados de éste (cf. Hch
4,27). 7. Noten también cómo se profetiza que habían de creer en Él
hombres de toda raza; que Dios le llama Hijo suyo y le promete someterle
a todos sus enemigos; cómo los demonios, en cuanto pueden, tratan de
escapar al poder de Dios Padre y Soberano de todo y al de Cristo; y
cómo, en fin, llama Dios a todos los hombres a la penitencia antes que
llegue el día del juicio. 8. Las profecías dicen así: «Bienaventurado el
hombre que no camina según el consejo de los impíos, ni se para en el
camino de los pecadores, ni se sienta sobre la cátedra pestilente, sino
que su voluntad está en la ley del Señor, y en su ley medita día y
noche. 9. Será como árbol plantado junto a las corrientes de las aguas,
que dará su fruto a debido tiempo y sus hojas no caerán, y todo cuanto
hiciere le saldrá prósperamente. 10. No así los impíos, no así, sino que
serán como el polvo que esparce el viento sobre la superficie de la
tierra. Por eso, no se levantarán los impíos en el juicio, ni los
pecadores en el consejo de los justos; porque conoce el Señor el camino
de los justos y el camino de los impíos perecerá (Sal 1,1-6). 11.
¿Por qué bramaron las naciones y los pueblos vanos pensamientos? Se
levantaron los reyes de la tierra y los príncipes se aliaron contra el
Señor y contra su Cristo, diciendo: “Rompamos sus ataduras y arrojemos
de nosotros su yugo”. 12. El que mora en los cielos se reirá de ellos, y
el Señor los hará objeto de su mofa. Entonces les hablará en su ira, y
en su furor los conturbará. 13. Yo, en cambio, fui por Él constituido
rey sobre Sión, su monte santo, para anunciar su decreto. 14. El Señor
me dijo: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. 15. Pídemelo y te
daré las naciones por herencia, y por posesión tuya los confines de la
tierra. Los apacentarás con vara de hierro, como vasos de alfarero los
harás añicos. 16. Y ahora, reyes, entiendan; instrúyanse los que juzgan
la tierra. 17. Sirvan al Señor con temor y exulten en Él con temblor.
18. Sométanse a sus enseñanzas, en el temor de que se irrite el Señor y
se pierdan fuera del camino recto, cuando de pronto se encienda su
cólera. 19. Bienaventurados todos los que confían en Él”» (Sal 2,1-12).
El triunfo de Cristo: Salmo 95
41. 1. En otra profecía, el Espíritu
profético anuncia por medio del mismo David que Cristo había de reinar
después de ser crucificado, dijo así: «Alabe al Señor toda la tierra, y
anuncien de día en día su salvación, porque grande es el Señor y digno
de alabanza sobremanera, temible sobre todos los dioses. Porque todos
los dioses de las naciones son imágenes de demonios, pero Dios hizo los
cielos. 2. Gloria y alabanza en su presencia, fuerza y esplendor en el
lugar de su santificación. Den gloria al Señor, al que es Padre de los
siglos. 3. Presenten la ofrenda, llévenla a su presencia y adórenle en
sus atrios santos. Tema ante su faz toda la tierra, que se afirme y no
vacile. 4. Alégrense en las naciones: el Señor estableció su reino desde
lo alto del madero» (1Cro 16,23-25. 28a. 29b.-31; cf. Sal 95.1-10).
La predicción del futuro
42. 1. Vamos también a aclarar el caso en
que el Espíritu profético habla de lo porvenir como ya cumplido, como
puede ya conjeturarse en los textos antes alegados, a fin de que tampoco
en esto tengan excusa los que leen. 2. Lo absolutamente conocido como
que va a suceder, el Espíritu profético lo predice como ya sucedido; y
que haya de tomarse así, pongan toda la atención de su mente a lo que
vamos a decir. 3. Las profecías citadas las pronunció David mil
quinientos años antes de que Cristo, hecho hombre, fuera crucificado, y
ninguno de los antes nacidos procuró, al ser crucificado, alegría a las
naciones (cf. Sal 96,10; I,41,4), ni nadie tampoco después de Él.
4. En cambio, fue en nuestro tiempo que Jesucristo fue crucificado,
murió y resucitó, y que después de subir al cielo estableció su reino; y
porque esto fue proclamado en su nombre por medio de los apóstoles en
todas las naciones, la alegría reina entre quienes esperan la
inmortalidad que Él nos ha prometido.
Profecías, destino y libertad
43. 1. De lo anteriormente por nosotros
dicho no tiene nadie que sacar la consecuencia de que nosotros afirmamos
que cuanto ocurre, sucede por necesidad del destino, por el hecho de
que decimos ser de antemano conocidos los acontecimientos. Para ello,
vamos a resolver también esta dificultad. 2. Nosotros hemos aprendido de
los profetas (cf. Jr 17,9-10), y afirmamos que ésa es la verdad,
que los castigos y tormentos, lo mismo que las buenas recompensas, se
dan a cada uno conforme a sus obras; pues de no ser así, sino que todo
sucediera por destino, no habría en absoluto libre albedrío. Y, en
efecto, si está determinado que éste sea bueno y el otro malo, ni aquél
merece alabanza, ni éste vituperio. 3. Si el género humano no tiene
poder para huir por libre determinación del mal y escoger el bien, es
irresponsable de cualesquiera acciones que haga. 4. Pero que el hombre
es virtuoso y peca por libre elección, lo demostramos por el siguiente
argumento: 5. Vemos que el mismo sujeto pasa de un contrario a otro. 6.
Ahora bien, si estuviera determinado ser malo o bueno, no sería capaz de
cosas contrarias ni se cambiaría con tanta frecuencia. En realidad, ni
podría decirse que unos son buenos y otros malos, desde el momento que
afirmamos que el destino es la causa de buenos y malos, y que se
contradice a sí mismo en su accionar, o habría que tomar por verdad lo
que ya anteriormente insinuamos, a saber, que la virtud y el vicio son
puras palabras, y que sólo por opinión se tiene algo por bueno o por
malo. Lo cual, como demuestra la verdadera razón, es el colmo de la
impiedad y de la iniquidad. 7. Lo que sí afirmamos ser destino
ineludible es que a quienes escogieron el bien, les espera digna
recompensa; y a los que lo contrario, les espera igualmente digno
castigo. 8. Porque no hizo Dios al hombre a la manera de las otras
criaturas, por ejemplo, árboles o cuadrúpedos, que nada pueden hacer por
libre determinación; pues en este caso el hombre no sería digno de
recompensa o alabanza, no habiendo por sí mismo escogido el bien, sino
nacido ya bueno; ni, de haber sido malo, se le castigaría justamente, no
habiéndolo sido libremente, sino por no haber podido ser otra cosa que
lo que fue.
Libre arbitrio y responsabilidad
44. 1. Esta doctrina nos la ha enseñado el
Espíritu profético, que por medio de Moisés le hacer decir a Dios la
siguiente sentencia al primer hombre, al que había creado: “Mira que
ante ti está el bien y el mal, escoge el bien” (Dt 30,15. 19). 2.
A su vez, por Isaías, otro de los profetas, hablando en nombre de Dios,
Padre y Señor del universo, le hace decir: 3. «Lávense, purifíquense,
quiten la maldad de sus almas. Aprendan a obrar el bien, obren
rectamente con el huérfano, hagan justicia a la viuda, y entonces vengan
y conversemos, dice el Señor. Aún cuando sus pecados fueren como la
púrpura, como lana los dejaré blancos; aún cuando fueren como escarlata,
como nieve los blanquearé. 4. Y si quieren y me escuchan, comerán los
bienes de la tierra; pero si no me escuchan, la espada los devorará,
porque la boca del Señor lo ha dicho» (Is 1,16-20). 5. La anterior expresión: “La espada os devorará” (Is
1,20), no quiere decir que hayan de ser pasados a filo de espada los
que desobedecieren, sino que por “la espada del Señor” hay que entender
el fuego, cuya presa son los que han escogido practicar el mal. 6. Por
eso dice: “La espada los devorará, porque la boca del Señor lo ha dicho”
(Is 1,20). 7. Porque si hubiera hablado de la espada que corta y
mata al instante, no hubiera dicho “los devorará”. 8. De suerte que
Platón mismo, al decir: “La culpa es de quien elige, Dios no tiene
culpa” (República X,617e), lo dijo por haberlo tomado del profeta
Moisés, pues es de saber que éste es más antiguo que todos los
escritores griegos. 9. Y, en general, cuanto filósofos y poetas dijeron
acerca de la inmortalidad del alma, de los castigos después de la
muerte, de la contemplación de las cosas celestiales y de otras
doctrinas semejantes, de los profetas tomaron los principios no sólo
para poderlo entender, sino también para expresarlo. 10. De ahí que
parezca haber en todos, unas como semillas de verdad; sin embargo, se
les puede reprochar no haberlo entendido exactamente por el hecho de que
se contradicen unos a otros. 11. En conclusión, si decimos que los
acontecimientos futuros han sido profetizados, no por eso afirmamos que
sucedan por necesidad del destino; lo que afirmamos es que Dios conoce
de antemano cuanto ha de ser hecho por cada hombre, es decreto suyo
recompensar a cada uno según el mérito de sus obras, y por ello
justamente anuncia por medio del Espíritu profético lo que a cada uno ha
de venir de parte de Él, conforme a lo que sus obras merezcan: con lo
que constantemente conduce al género humano a la reflexión y al
recuerdo, demostrándole que tiene cuidado y providencia de los hombres.
12. Sin embargo, por la acción de los malvados demonios, se decretó pena
de muerte contra quienes leyeran los libros de Histaspe, de la Sibila o
de los profetas, a fin de apartar a los hombres, por el terror, de
alcanzar, leyéndolos, el conocimiento del bien, y retenerlos ellos como
esclavos suyos; cosa que en definitiva, no pudieron conseguir los
demonios. 13. Porque no sólo los leemos intrépidamente nosotros, sino
que, como ven, se los ofrecemos para que los examinen ustedes, seguros
como estamos que han de aparecer gratos a todos. Y aún cuando sólo a
unos pocos logremos persuadir, nuestra ganancia será muy grande, pues
recibiremos del amo, como buenos agricultores, nuestra remuneración.
La Ascensión y el triunfo
45. Ahora escuchen lo que dijo el profeta
David sobre que Dios, Padre del universo, había de llevar a Cristo al
cielo después de su resurrección de entre los muertos, y retenerle
consigo hasta herir a los demonios, enemigos suyos, y completar el
número de los que Él sabía de antemano serían buenos y virtuosos,
aquellos justamente por cuyo causa no ha cumplido todavía la universal
destrucción. 2. Las palabras del profeta son éstas: «Dijo el Señor a mi
Señor: “Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies”. 3. Cetro de poder te enviará el Señor desde
Jerusalén y tú domina en medio de tus enemigos. 4. Contigo el imperio en
el día de tu potencia en medio de los esplendores de tus santos. De mi
seno, antes del lucero de la mañana, te he engendrado» (Sal 109,1-3).
5. Ahora bien, las palabras: “Cetro de poder te enviará desde Jerusalén” (Sal
109,2), era anticipado anuncio de la palabra poderosa, que, saliendo de
Jerusalén, predicaron por doquiera sus apóstoles; y que nosotros, a
despecho de la muerte decretada contra los que enseñan o sólo confiesan
el nombre de Cristo, por doquiera, también la abrazamos y la enseñamos.
6. Si también ustedes leen como enemigos estas palabras nuestras, fuera
de matarnos, como ya antes dijimos (I,2,4; 11,2; 12,6), nada pueden
hacer; y eso, a nosotros, ningún daño nos acarrea; a ustedes, empero, y a
todos los que injustamente nos aborrecen y no se convierten, ha de
traerles castigo de fuego eterno.
La salvación de los hombres antes de Cristo
46. 1. Algunos, sin razón, para rechazar
nuestra enseñanza, pudieran objetarnos que, diciendo nosotros que Cristo
nació hace sólo ciento cincuenta años bajo Quirino y enseñó su doctrina
más tarde, en tiempo de Poncio Pilato, ninguna responsabilidad tienen
los hombres que le precedieron. Adelantémonos a resolver esta
dificultad. 2. Nosotros hemos recibido la enseñanza de que Cristo es el
primogénito de Dios, y anteriormente hemos indicado (cf. I,23,2) que Él
es el Verbo, de que todo el género humano ha participado. 3. Así,
quienes vivieron conforme al Verbo, son cristianos, aún cuando fueron
tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates,
Heráclito y otros semejantes, y entre los bárbaros con Abrahám, Ananías,
Azarías y Misael, y otros muchos cuyos hechos y nombres, que sería
largo enumerar, omitimos por ahora. 4. De suerte que también los que
anteriormente vivieron sin el Verbo, fueron malvados, enemigos de Cristo
y asesinos de quienes viven con el Verbo; pero los que han vivido y
siguen viviendo con el Verbo son cristianos y no saben de miedo ni
turbación. 5. Ahora bien, por qué causa nació hombre de una virgen por
el poder del Verbo conforme al designio de Dios, Padre y Soberano del
universo, fue llamado Jesús y después de crucificado y muerto, resucitó y
subió al cielo, el lector inteligente podrá perfectamente comprenderlo
por las largas explicaciones hasta aquí dadas (cf. I,45-46,4). 6. Por
nuestra parte, como quiera que no sea al presente necesario demostrar
ese punto, pasaremos por ahora a las demostraciones más urgentes.
La ruina de Jerusalén
47. 1. Escuchen ahora lo que por el
Espíritu profético fue predicho sobre la devastación futura de la tierra
de los judíos. Las palabras están dichas como pronunciadas por las
naciones que se maravillan de lo sucedido. 2. Son de este tenor:
«Desierta ha quedado Sión, como soledad ha quedado Jerusalén, execrada
ha sido la casa, nuestro santuario; y su gloria que nuestros padres
celebraron, ha venido a ser presa del fuego y todas sus maravillas se
han hundido. 3. Ante todo esto, tú permaneciste impasible, te callaste y
nos has humillado sobremanera» (Is 64,9-11). 4. Ahora bien, que
Jerusalén haya quedado desierta, tal como había sido predicho, cosa es
de que están bien persuadidos. 5. Y no sólo se predijo su devastación,
sino también, por el profeta Isaías, que a ninguno de ellos se le
permitiría habitar en ella, con estas palabras: “La tierra de ellos está
desierta, delante de ellos sus enemigos la devoran (cf. Is 1,7), y ninguno de ellos la habitará” (Jr
50,3 [27,3 LXX]). 6. Ustedes mismos tienen montada guardia para que
nadie se halle en ella, y han decretado la pena de muerte contra el
judío que sea sorprendido queriendo retornar, esto lo saben
perfectamente.
El poder de Cristo y la persecución de los discípulos
48. 1. Que nuestro Cristo había de curar todas las enfermedades (cf. Is
35,5) y resucitar muertos, escuchen las palabras con que fue
profetizado: 2. Son éstas: “Ante su advenimiento, saltará el lisiado
como ciervo, y se soltará la lengua de los mudos (Is 35,6), los ciegos recobrarán la vista, los leprosos quedarán limpios, los muertos resucitarán y echarán a andar” (cf. Mt 11,5; Is
35,5; 26,19). 3. Que todo esto lo hizo Cristo, pueden comprobarlo por
las “Actas” redactadas en tiempo de Poncio Pilato. 4. Y sobre cómo fue
de antemano señalado que a Él lo iban a matar, junto con los hombres que
en Él esperan, escuchen las palabras del profeta Isaías: 5. «He aquí
cómo hicieron perecer el justo y nadie reflexiona en su corazón; varones
justos son quitados de en medio y nadie presta atención. 6. A la vista
de la iniquidad es eliminado el justo y su sepultura estará en paz; ha
sido quitado de en medio de los hombres» (Is 57,1-2).
La conversión de los paganos y la incredulidad de Israel
49. 1. Escuchen lo que dice el profeta
Isaías: los pueblos de las naciones que no le esperaron habían de
adorarle; los judíos, en cambio, que le estaban esperando, venido que
hubo, le desconocieron. Las palabras están dichas en nombre de Cristo
mismo, 2. y son de este tenor: «Me manifesté a quienes no preguntaban
por mí, fui hallado por quienes no me buscaban. Dije: “Heme aquí”, a una
nación que no invocaba mi nombre. 3. Extendí mis manos a un pueblo que
no cree y que contradice, a los que andan por un camino no bueno, tras
sus pecados. 4. El pueblo que me exaspera, está delante de mí» (Is 65,1-3; cf. Rm
10,20-21). 5. En efecto, los judíos que estaban en posesión de las
profecías y esperaban continuamente a Cristo, venido que fue, no le
reconocieron; y no sólo eso, sino que le hicieron violencia (cf. Hch
13,27-28) [a las profecías]; en cambio, los gentiles, que jamás habían
oído hablar de Él hasta que los Apóstoles salidos de Jerusalén les
contaron su vida y les entregaron las profecías, llenos de alegría y de
fe (cf. Hch 13,48) renunciaron a los ídolos y se consagraron por
medio de Cristo al Dios ingénito. 6. Y que de antemano fueron conocidas
estas calumnias que habían de propalarse contra los que confiesan a
Cristo y que la desgracia debía golpear a quienes los maldicen
pretendiendo que es bueno conservar las antiguas tradiciones, escuchen
cómo brevemente lo dice el profeta Isaías. 7. Son sus palabras: “¡Ay de
los que llaman a lo dulce amargo y a lo amargo dulce!” (Is 5,20).
Los sufrimientos de Cristo
50. 1. Escuchen ahora las profecías
relativas a la pasión y ultrajes que había de sufrir por nosotros hecho
hombre, y a la gloria con que ha de volver (cf. Is 53,12 LXX). 2.
Son éstas: «Porque entregaron su alma a la muerte y fue contado entre
los inicuos, Él cargó con los pecados de muchos y obtendrá misericordia
para los criminales (Is 53,12). 3. Porque he aquí que mi siervo
entenderá, será levantado y glorificado sobremanera. 4. Al igual que
muchos quedarán atónitos ante ti, así tu apariencia será objeto de burla
para los hombres, y tu gloria arrojada lejos de ellos; así también se
maravillarán las naciones y quedarán mudos los reyes; porque aquellos a
quienes no se les anunció sobre Él, lo verán, y los que no oyeron,
entenderán. 5. Señor, ¿quién creyó en nuestra palabra? Y el brazo del
Señor, ¿a quién le fue revelado? Anunciamos la noticia delante de Él,
como niño pequeño, como raíz en tierra sedienta. 6. No tiene figura ni
gloria; le vimos y no tenía figura ni hermosura, sino que su figura
estaba deshonrada y deficiente en parangón con los hombres. 7. Hombre
entregado a los azotes y que sabe de soportar el sufrimiento; ante su
rostro se desvía la mirada, fue deshonrado y no fue considerado. 8. Él
lleva sobre sí nuestros pecados, y por nosotros sufre dolor, pero
nosotros consideramos que Él estaba en el sufrimiento, los suplicios y
los malos tratos. 9. Él fue llagado por causa de nuestras iniquidades y
sufrió por causa de nuestros pecados. El castigo que nos procura la paz
cayó sobre Él, por sus llagas fuimos nosotros curados. 10. Todos
anduvimos errantes como ovejas; cada uno erró en su camino; Él fue
entregado a causa de nuestros pecados, y Él, al ser maltratado, no abre
su boca. Como oveja fue llevado al matadero; como cordero que está mudo
ante el que le trasquila, así tampoco Él abre su boca. 11. En su
humillación, su juicio fue abolido» (Is 52,13-53,8). 12. Ahora bien, después de ser crucificado, hasta sus discípulos todos le abandonaron y negaron (cf. Mt
26,70); pero luego, cuando hubo resucitado de entre los muertos y fue
por ellos visto; después que les enseñó a leer las profecías en que
estaba predicho que todo eso había de suceder (cf. Lc 24,27) y le vieron subir al cielo (cf. Hch 1,9), creyeron y recibieron la fuerza que Él les envió de lo alto, y se esparcieron entre los hombres de toda raza (cf. Hch 1,8), para enseñarnos todas estas cosas y fueron llamados apóstoles.
El regreso de Cristo en la gloria
51. 1. Para darnos a entender que aquel que
conoció sus sufrimientos tiene un origen inefable y que reina sobre sus
enemigos, el Espíritu profético dijo así: «La generación de Él, ¿quién
la explicará? Porque es arrebatada de la tierra su vida, por las
iniquidades de ellos va a la muerte. 2. E intercambiaré a los malos por
su sepultura y a los ricos por su muerte, porque Él no cometió iniquidad
ni se halló engaño en su boca. El Señor quiere purificarle de su
herida. 3. Si hicieran una ofrenda por el pecado, el alma de ustedes
recibirá una descendencia duradera.4. El Señor quiere apartar el
sufrimiento del alma de Él, mostrarle la luz y formarle en inteligencia,
justificar al justo que ha servido bien a muchos, y Él mismo llevará
nuestros pecados. 5. Por eso, Él recibirá en herencia a muchos pueblos y
repartirá los despojos de los fuertes, por haber sido contado entre los
inicuos, por haber llevado los pecados de muchos y haberse entregado
por las iniquidades de ellos» (Is 53,8-12). 6. Y que había de
subir al cielo, como fue profetizado, escúchenlo. 7. La profecía es
ésta: “Levanten las puertas de los cielos; ábranse, puertas, para que
entre el rey de la gloria. ¿Quién es ese rey de la gloria? El Señor
fuerte, el Señor poderoso” (Sal 23,7-8). 8. Pero que también ha
de venir de los cielos con gloria, escuchen lo que sobre esto fue dicho
por el profeta Jeremías. 9. Dice así: “He aquí como un hijo de hombre
viene sobre las nubes del cielo (Dn 7,13; cf. Za 14,5; Judas 14), y sus ángeles con Él” (cf. Mt 25,31).
El doble advenimiento de Cristo
52. 1. Ahora, pues, como hemos demostrado
que todo lo hasta ahora sucedido fue de antemano anunciado por los
profetas, es necesario también que creamos ha de cumplirse íntegramente
lo que ha sido igualmente profetizado, pero tiene todavía que suceder.
2. Porque a la manera que lo ya sucedido, anticipadamente anunciado, por
más que no fuera comprendido, ha sucedido; del mismo modo, lo que aún
falta por cumplirse sucederá, por más que no se lo comprenda ni se le dé
fe. 3. Pues los profetas anunciaron dos advenimientos de Cristo: uno
cumplido ya, como hombre depreciado y pasible (cf. Is 53,3); el segundo, cuando venga con gloria de los cielos acompañado de su ejército de ángeles (cf. Dn
7,13), que es cuando resucitará también los cuerpos de todos los
hombres que han existido, y a los que sean dignos los revestirá de
incorrupción (cf. 1Co 15,53), y a los inicuos los enviará, junto con los perversos demonios, al fuego eterno, para un sufrimiento eterno (cf. Mt
25,41). 4. Vamos a mostrar cómo también fue profetizado que ha de
suceder esto. 5. El profeta Ezequiel fue quien lo dijo así: «Se unirá
articulación con articulación, y hueso con hueso, y volverán a brotar
las carnes (cf. Ez 37,7-8). 6. Y toda rodilla se doblará ante el Señor y toda lengua le confesará» (cf. Is 45,23; Rm 14,11; Flp
2,10). 7. En qué tormento y castigo han de hallarse los injustos,
escuchen lo que sobre esto fue dicho. 8. Es lo siguiente: “Su gusano no
descansará y su fuego no se extinguirá” (Is 66,24). 9. Entonces,
sí se arrepentirán, cuando ya de nada les servirá. 10. Qué dirán y harán
entonces las tribus de los judíos, cuando vean al Cristo volver en
gloria, por el profeta Zacarías fue dicho en esta profecía: «Yo mandaré a
los cuatro vientos que reúnan a mis hijos dispersos, mandaré al Bóreas
(viento del norte) que los traiga (cf. Za 2,10; Is 11,12) y al Noto (viento del sur) que no se oponga. 11. Y entonces habrá en Jerusalén llanto grande (cf. Za 12,11), no llanto de bocas ni de labios, sino llanto de corazón (cf. Is 29,13); y no rasgarán sus vestidos, sino sus conciencias (cf. Jl 2,13). 12. Se lamentarán tribu por tribu, y entonces mirarán al que traspasaron (cf. Za 2,10; Ap 1,7) y dirán: “¿Por qué, Señor, nos extraviaste lejos de tu camino?” (Is 63,17). La gloria que nuestros padres bendijeron, se nos ha convertido en oprobio» (Is 64,10).
La fuerza demostrativa de las profecías bíblicas
53. 1. Muchas otras profecías pudiéramos
alegar; aquí, sin embargo, ponemos término a esta prueba, considerando
que las citadas son bastante para persuadir a quienes tengan oídos para
oír y entender (cf. Mt 13,9). Porque creemos que pueden
percatarse que no somos nosotros como los inventores de fábulas sobre
los supuestos hijos de Zeus, que nos contentamos con sólo afirmar, y no
tenemos pruebas que alegar. 2. Pues ¿con qué razón íbamos a creer que un
hombre crucificado es el primogénito del Dios ingénito y que Él ha de
juzgar a todo el género humano, si no halláramos testimonios sobre Él
proclamados antes que viniera y se hiciera hombre, y no los viéramos
literalmente cumplidos: 3. la devastación de la tierra de los judíos,
hombres de todas las naciones que creen por la enseñanza de sus
apóstoles y rechazan sus antiguas costumbres, en cuyos errores se
criaron, y aún al vernos a nosotros mismos, los cristianos que
procedemos de la gentilidad, que somos más numerosos y sinceros que los
de origen judío y samaritano? 4. Porque es de saber que el resto de las
naciones todas, son llamadas por el Espíritu profético: “Gentiles”; la
nación, empero, de judíos y samaritanos se llama “tribu de Israel” y
“casa de Jacob”. 5. Y vamos a citarles la profecía en que se predice que
serán más los creyentes que proceden de la gentilidad que los de origen
judío y samaritano. Dice así: “Alégrate, estéril, la que no das a luz;
prorrumpe en gritos de júbilo, la que no sufres dolores de parto; porque
más son los hijos de la abandonada que de la que tiene marido” (Is 54,1 [LXX]; cf. Ga
4,27). 6. Es así que abandonadas del verdadero Dios estaban todas las
naciones que daban culto a obras de las manos; los judíos y samaritanos,
empero, que tenían la palabra de Dios, que les fue transmitida por los
profetas, y estaban constantemente esperando a Cristo, venido que fue,
no le reconocieron, fuera de unos pocos, que había predicho el Espíritu
Santo profético por Isaías que habían de salvarse. 7. Dijo éste hablando
en su nombre: “Si el Señor no nos hubiera dejado un pequeño resto,
habríamos venido a ser como Sodoma y Gomorra” (Is 1,9; cf. Rm
9,29). Sodoma y Gomorra, de las que cuenta Moisés la historia, fueron
ciudades de hombres impíos, que Dios destruyó abrasándolas con fuego y
azufre, sin que en ellas se salvara nadie más que un extranjero, de
origen caldeo, llamado Lot, juntamente con sus hijas (cf. Gn 19).
9. Aún ahora el que quiera puede ver toda aquella tierra que sigue
desierta, calcinada y estéril. 10. Sobre que los cristianos de la
gentilidad habían de ser más sinceros y más fieles, lo demostraremos
citando al profeta Isaías. 11. He aquí lo que dijo: “Israel es
incircunciso de corazón, las naciones lo son de prepucio” (Jr
9,25). 12. La contemplación, por ende, de tantos hechos bien pueden
llevar, con la ayuda de la razón, a la persuasión y a la fe a quienes
aman la verdad, no son amigos de la gloria ni se dejan dominar por sus
pasiones.
Las fábulas paganas
54. 1. Los que enseñan los mitos inventados
por los poetas, ninguna prueba pueden ofrecer a los jóvenes que los
aprenden de memoria, y nosotros vamos a demostrar que esos mitos fueron
compuestos por instigación de los malvados demonios para engaño y
extravío del género humano. 2. En efecto, como oyeran por los profetas
que el Cristo anunciado debía venir y que los hombres impíos habían de
ser castigados por el fuego, produjeron leyendas atribuyendo a Zeus una
multitud de hijos, creyendo que así lograrían que los hombres
consideraran la historia de Cristo como un cuento fabuloso, semejante a
las leyendas contadas por los poetas. 3. Estos relatos se propagaron en
Grecia y en todas las demás naciones, en que los demonios habían
previsto, por los anuncios de los profetas, que más se había de creer en
Cristo. 4. Sin embargo, nosotros vamos a poner de manifiesto que, no
obstante oír lo que dicen los profetas, no lo entendieron exactamente,
sino que imitaron como a tientas lo referente a nuestro Cristo.
5. Así, pues, el profeta Moisés, es más
antiguo de todos los escritores, como ya dijimos (cf. I,44,8), hizo la
profecía siguiente, que antes citamos (cf. I,32,1): “No faltará rey de
la descendencia de Judá, ni jefe de sus muslos hasta que venga aquel a
quien está reservado. Y Él será la expectación de las naciones, atando a
la viña su asno, lavando sus vestidos en la sangre de la uva” (Gn
49,10-11). 6. Oyendo los demonios estas palabras proféticas, dijeron
que Dioniso había sido hijo de Zeus, enseñaron haber él inventado la
viña; inscribieron al vino en el número de sus misterios y divulgaron
que Dionisio después de haber sido despedazado subió al cielo. 7. Pero
como en la profecía de Moisés no se significaba con toda claridad si el
que había de nacer sería Hijo de Dios (o un hombre), ni si el que había
de montar un asno se quedaría en la tierra o subiría al cielo. Por otra
parte, el nombre de asno, originariamente, lo mismo puede significar la
cría del asno que del caballo. De ahí que no sabiendo si el profetizado
había de tomar por símbolo de su venida montar en una cría de asno o de
caballo, ni si había ser hijo de Dios, como dijimos (cf. I,21,1; 32,10),
o de hombre, los demonios se inventaron que Belerofonte, hombre nacido
de hombres, subió al cielo sobre el caballo Pegaso. 8. Como además
oyeron lo dicho por otro profeta Isaías, que el Cristo había de nacer de
una virgen (cf. Is 7,14) y que por su propio poder subiría al
cielo, produjeron de Perseo. 9. Por la misma razón, conociendo lo que
fue dicho de Él en las profecías anteriormente citadas: “Fuerte como un
gigante para recorrer su camino” (Sal 18,6), se inventaron un
Heracles (= Hércules), héroe poderoso, que recorrió toda la tierra. 10.
En fin, al enterarse que estaba profetizado que había de curar toda
enfermedad y resucitar muertos, suscitaron a Asclepio.
El símbolo de la cruz
55. 1. Sin embargo, jamás, ni siquiera uno
de los supuestos hijos de Zeus, propusieron una imitación de la
crucifixión, por no haberla entendido, como quiera que, según antes
manifestamos (cf. I,35; Is 9,5-6), todo lo referente a la cruz
fue dicho de modo simbólico. 2. Justamente lo que es, como predijo el
profeta (cf. I,35,2), el símbolo más importante de la fuerza de Cristo y
de su autoridad, como se muestra aún por las mismas cosas que caen bajo
nuestros ojos. Consideren, en efecto, si cuanto hay en el mundo puede
ser administrado o tener consistencia sin esta figura. 3. Porque el mar
no se surca si ese trofeo, llamado mástil, no se alza intacto en la
nave; sin ella no se ara la tierra; ni cavadores ni artesanos llevan a
cabo su obra si no es por instrumentos que tienen esa figura. 4. La
misma figura humana no se distingue en otra ninguna cosa de los animales
irracionales, sino por ser recta, poder extender los brazos y llevar,
partiendo de la frente, la prominencia llamada nariz, por la que se
verifica la respiración del viviente, designando precisamente la imagen
de la cruz. 5. Y el profeta dijo de esta manera: “El aliento delante de
nuestra cara, es Cristo, el Señor” (Lm 4,20). 6. Incluso sus
mismas enseñas ponen de manifiesto la fuerza de esta figura, quiero
decir, sus estandartes y sus trofeos de victoria, que los preceden por
dondequiera realizan sus marchas, mostrando los signos de la autoridad y
del poder de ustedes, aun cuando lo hagan sin percatarse de ello. 7.
Las mismas imágenes de sus emperadores, cuando mueren, las consagran por
esta figura, y los llaman dioses en sus inscripciones. 8. Ahora bien,
una vez que los hemos exhortado por la vía del razonamiento y por una
figura patente, en cuanto nuestra fuerza lo ha consentido, nosotros nos
sentiremos en adelante irresponsables, aún cuando ustedes sigan
incrédulos, pues lo que de nosotros dependía, hecho está y a término ha
llegado.
La falsedad de las herejías: Simón y Menandro
56. 1. Pero no se contentaron los malos
demonios con inventar, antes de la aparición de Cristo, las fábulas de
los supuestos hijos de Zeus, sino que aparecido ya y habiendo conversado
con los hombres, como había sido anunciado por los profetas que se le
creería y sería esperado en todas las naciones, nuevamente, como dijimos
(cf I,26,1 y 4), echaron por delante a otros personajes como Simón y
Menandro, ambos de Samaria, los cuales, obrando prodigios mágicos,
engañaron a muchos y los tienen todavía engañados. 2. En efecto, como
antes dijimos (cf. I,26,2), estando Simón en su imperial ciudad de Roma
en tiempo de Claudio César, de tal manera impresionó tanto al venerable
Senado y al pueblo romano, que fue tenido por un dios y honrado con una
estatua, al igual que los otros que ustedes tienen por dioses. 3. Por
eso les suplicamos soliciten al venerable Senado y al pueblo romano
actuar como jueces asociados de este escrito nuestro, a fin de que si
alguno hubiere que sea aún engañado por las enseñanzas de aquél,
conocida la verdad, pueda huir del error. 4. Y la estatua, si les place,
háganla destruir.
La muerte del cristiano
57. 1. Porque los demonios no logran
persuadir que no se producirá la destrucción del mundo por el fuego para
castigo de los impíos, a la manera que tampoco lograron que la venida
de Cristo permaneciera oculta. Lo único que pueden hacer es que quienes
viven irracionalmente, y se crían en malas costumbres, entregados a sus
pasiones y siguiendo la vana opinión, nos quiten la vida y nos
aborrezcan; pero nosotros, no sólo no los aborrecemos a ellos, sino que,
como es patente, queremos, por pura compasión que les tenemos,
persuadirles que cambien de parecer. 2. Porque no tememos la muerte,
cuando reconocemos que hay absolutamente que morir y nada nuevo sucede
en este orden de cosas, sino lo mismo de siempre (cf. Qo 1,9-10).
Y si éstas producen disgusto a los que las gozan aún sólo un año, que
atiendan a nuestra enseñanza, para que estén siempre exentos de dolor y
de necesidades. 3. Pero si creen que nada hay después de la muerte, sino
que afirman que los que mueren van a parar a un estado de
insensibilidad, en ese caso nos hacen un beneficio al librarnos de los
sufrimientos y necesidades de acá; sin embargo, ellos se muestran
malvados, enemigos de los hombres y amigos de las apariencias, pues no
nos quitan la vida para liberarnos, sino que nos matan para privarnos de
la vida y del placer.
La herejía de Marción
58. 1. También a Marción, originario del
Ponto, como antes dijimos (cf. I,26,5), lo suscitaron los malos
demonios, quien ahora mismo está enseñando a negar al Dios creador de
todo lo que existe en la tierra y en el cielo, así como a Cristo, su
Hijo, que fue anunciado por los profetas, y predica no sabemos qué otro
Dios fuera del artesano de todas las cosas, así como a otro hijo suyo.
2. Muchos le han prestado creído, como si fuera el único que conoce la
verdad, y se burlan de nosotros, a pesar de que no tienen prueba alguna
de lo que dicen, sino que, sin razón ninguna, como ovejas arrebatadas
por el lobo (cf. Mt 7,15; Jn 10,12), son presa de
doctrinas ateas y de los demonios 3. Porque en nada ponen los llamados
demonios tanto empeño como en apartar a los hombres de Dios Creador y de
Cristo, su primogénito; para lo cual, a quienes no son capaces de
levantarse de la tierra, los clavaron y siguen clavando a las cosas
terrenas y hechas por manos de los hombres; y a los que buscan elevarse a
la contemplación de lo divino, si no poseen un juicio sano,
permaneciendo en una vida pura y exenta de pasiones, les acechan para
precipitarlos en la impiedad.
Platon, discípulo de Moisés. La creación
59. 1. De nuestros maestros también,
queremos decir del Verbo que habló por medio de los profetas, tomó
Platón lo que dijo sobre que Dios creó el mundo, transformando una
materia informe. Para convencernos de ello, escuchen lo que literalmente
dijo Moisés, que fue el primero de los profetas, como se dijo antes
(cf. I,10,2), más antiguo que los escritores griegos. Por él, dándonos a
entender el Espíritu profético cómo y de qué elementos hizo Dios al
principio al mundo, dijo así: 2. «En el principio creó Dios el cielo y
la tierra. 3. La tierra era invisible e informe, las tinieblas estaban
encima del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía por sobre las aguas.
4. Y dijo Dios: “Sea hecha la luz”. Y fue hecha luz» (Gn 1,1-3).
5. En conclusión, que todo el universo fue hecho por la palabra de Dios a
partir de los elementos señalados por Moisés, cosa es que aprendió
Platón y los que siguen sus doctrinas y también la aprendimos nosotros, y
ustedes pueden persuadirse de ello. 6. Sabemos asimismo que lo que
entre los poetas se llama “Erebo” (abismo), fue antes mencionado por
Moisés.
La segunda y tercera potestad
60. 1. La explicación, a partir de los
principios naturales, dada por Platón en el Timeo sobre el Hijo de Dios,
cuando dice: “Le dio forma de X en el universo” (Timeo 36bc), la
tomó igualmente de Moisés. 2. Efectivamente, en los escritos de Moisés
se cuenta que por el tiempo en que los israelitas habían salido de
Egipto y se hallaban en el desierto, les acometieron fieras venenosas,
víboras, áspides y todo género de serpientes, que causaban la muerte al
pueblo. 3. Entonces, por inspiración e impulso de Dios, tomó Moisés
bronce e hizo una figura en forma de cruz y la colocó sobre el santo
tabernáculo, diciendo al pueblo: “Si miran a esta figura y creen, por
ella se salvarán”. 4. Hecho esto, cuenta él que murieron las serpientes y
que el pueblo escapó así de la muerte (cf. Nm 21,6-9). 5. Platón
hubo de leer esto, y, no comprendiéndolo exactamente ni entendiendo que
se trataba de la figura de una cruz y tomándolo él por la X griega,
dijo que después de Dios, el primer principio, la segunda potencia,
estaba extendida por el universo en forma de X. 6. Y hablar él de un
tercer principio, se debe también a haber leído, como dijimos (cf.
I,59,3), las palabras de Moisés en las que de dice que el Espíritu de
Dios se cernía por sobre las aguas (cf. Gn 1,2). 7. Porque Platón
da el segundo lugar al Verbo, que viene de Dios y que él dijo estar
esparcido en forma de X en el universo; y el tercero, al Espíritu que se
dijo cernerse por encima de las aguas, y así dice: “Lo tercero sobre lo
tercero” (Seudo Platón, Epístola II, 312c).
8. Que se producirá una destrucción del
mundo por el fuego, escuchen cómo de antemano lo anunció el Espíritu
profético por Moisés. 9. Dijo así: “Bajará un fuego siempre vivo y
devorará hasta el fondo del abismo” (cf. Dt 32,22; 2R 1,10; Platón, Las leyes [Epinomis]
566a). 10. No somos, pues, nosotros los que profesamos opiniones
iguales a los otros, sino que todos, no hacen más que imitar y repetir
nuestras doctrinas. 11. Ahora bien, entre nosotros todo eso, puede oírse
y aprenderse aún de quienes ignoran las formas de las letras, gentes
ignorantes y bárbaras de lengua, pero sabias y fieles de pensamiento, y
hasta de enfermos y ciegos; de donde cabe entender que esto no es el
efecto de una humana sabiduría, sino la expresión del poder de Dios (cf.
1Co 2,5).
Los ritos cristianos
El bautismo
61. 1. Vamos a explicar ahora de qué modo,
después de renovados por Cristo, nos hemos consagrado a Dios, no sea
que, omitiendo este punto, demos la impresión de presentar una
exposición en parte defectuosa. 2. Cuantos se convencen y tienen fe de
que son verdaderas estas cosas que nosotros enseñamos y decimos, y
prometen poder vivir conforme a ellas, se les instruye ante todo para
que oren y pidan, con ayunos, perdón a Dios de sus pecados,
anteriormente cometidos, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con
ellos. 3. Luego los conducimos a sitio donde hay agua, y por el mismo
modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son
regenerados ellos, pues en el nombre de Dios, Padre y Soberano del
universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19), toman entonces un baño en esa agua.
4. Porque Cristo dijo: “Si no son regenerados, no entrarán en el reino de los cielos” (cf. Jn 3,3. 5; Mt
18,3). 5. Ahora bien, evidente es para todos que no es posible, una vez
nacidos, volver a entrar en el seno de nuestras madres (cf. Jn
3,4). 6. También el profeta Isaías, como anteriormente lo citamos (cf.
I,44,3), dijo la manera como habían de ser liberados de sus pecados
aquellos que antes pecaron y ahora hacen penitencia. 7. He aquí sus
palabras: «Lávense, purifíquense, quiten la maldad de sus almas.
Aprendan a obrar el bien, obren rectamente con el huérfano, hagan
justicia a la viuda, y entonces vengan y conversemos, dice el Señor. Aún
cuando sus pecados fueren como la púrpura, como lana los dejaré
blancos; aún cuando fueren como escarlata, como nieve los blanquearé (Is
1,16-18). 8. Y si quieren y me escuchan, comerán los bienes de la
tierra; pero si no me escuchan, la espada los devorará, porque la boca
del Señor lo ha dicho» (Is 1,20). 9. La razón que para esto
aprendimos de los apóstoles es ésta: 10. Puesto que de nuestro primer
nacimiento no tuvimos conciencia, engendrados que fuimos por necesidad
de un germen húmedo por la mutua unión de nuestros padres, y nos criamos
en costumbres malas y en conducta perversa; ahora, para que no sigamos
siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y
del conocimiento, para obtener el perdón de nuestros anteriores pecados,
se pronuncia en el agua sobre el que ha elegido regenerarse, y se
arrepiente de sus pecados, el nombre de Dios, Padre y Soberano del
universo, y este solo nombre se invoca por aquellos que conducen al baño
a quien ha de ser lavado. 11. Porque nadie es capaz de poner nombre al
Dios inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe,
sufriría la más incurable locura. 12. Este baño se llama iluminación
(cf. 2Co 4,4-6), para dar a entender que son iluminados los que
aprenden estas cosas. 13. El que es iluminado es lavado también en el
nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el
nombre del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19; Hch 1,5; 11,16), que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús.
Las falsificaciones paganas
62. 1. También este baño oyeron los demonios que estaba anunciado por el profeta (cf. Is
1,16-20), y de ahí es que hicieron también rociarse a los que entran en
sus templos y van a presentarse ante ellos para ofrecerles libaciones y
sacrificios, y aún llegan a obligar a lavarse completamente antes de
entrar a los templos donde residen. 2. Asimismo el que los sacerdotes
manden descalzarse a quienes entran en los templos y dan culto a los
demonios, lo imitaron éstos después de haberlo aprendido de lo sucedido a
Moisés, el profeta de que antes hablamos. 3. Pues es de saber que por
el tiempo en que se le mandó a Moisés bajar a Egipto para sacar de allí
al pueblo de Israel, cuando estaba él apacentando en tierra de Arabia
las ovejas de su tío materno (cf. Ex 3,1; 4,18), nuestro Cristo
habló con él, bajo la apariencia de un fuego saliendo desde una zarza, y
le dijo: “Desata las sandalias de tus pies, acércate y oye” (cf. Ex
3,1-5). 4. Él de descalzo, se acercó y oyó que se le mandaba bajar a
Egipto y sacar de allí al pueblo de Israel. Fue entonces cuando recibió
fuerza considerable del mismo Cristo que le hablara bajo la apariencia
de un fuego; bajó, en efecto, (a Egipto) y sacó al pueblo, después de
cumplir grandes y maravillosos prodigios, que, si lo desean, pueden
conocer detalladamente en sus escritos.
Las teofanías veterotestamentarias
63. 1. Todos los judíos, empero, aun ahora,
enseñan que fue el Dios innominado el que habló a Moisés. 2. De ahí que
el Espíritu profético por boca del ya mentado profeta Isaías,
reprendiéndolos en texto ya citado anteriormente (cf. I,37,1; 63,12)
dijo: “Conoció el buey a su dueño y el asno el pesebre de su señor, pero
Israel no me ha conocido y mi pueblo no me ha entendido” (cf. Is 1,3). 3. También Jesucristo mismo, reprendiendo a los judíos por no conocer qué cosa fuera el Padre ni qué el Hijo (cf. Jn
8,19; 16,3), dijo también: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; ni al
Hijo le conoce nadie, sino el Padre y a quienes el Hijo lo revelare” (Mt
11,27). 4. Ahora bien, el Verbo de Dios es Hijo suyo, como antes
dijimos (cf. I,21,1; 22,2; 32,10). 5. Y también se llama Ángel
(mensajero) y Apóstol (enviado), porque Él anuncia lo que hay que
conocer y es enviado para revelarnos todo lo que está anunciado, como Él
mismo, nuestro Señor, nos lo ha dicho: “El que a mí me oye, oye a Aquel
que me ha enviado” (Lc 10,16; cf. Mt10,40). 6. Esto ha de resultar
patente por los escritos de Moisés 7. En éstos, en efecto, se dice así:
«Habló el ángel del Señor en la llama del fuego desde la zarza con
Moisés (cf. Ex 3,2) y le dijo: “Yo soy el que es (cf. Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de tus padres (Ex 3,15). 8. Baja a Egipto y saca de allí a mi pueblo» (cf. Ex
3,10). 9. Lo que sigue, pueden, si quieren, saberlo por sus propios
escritos, pues no es posible transcribirlo aquí todo. 10. Pero las
palabras citadas bastan para demostrar que Jesús el Cristo es el Hijo de
Dios y su Enviado, el que antes era su Verbo, y que apareció unas veces
en forma de fuego, otras en imagen incorpórea; y ahora, hecho hombre
por voluntad de Dios, para la salvación del género humano, se sometió a
sufrir todos los malos tratos que los demonios quisieron infligirle por
medio de los insensatos judíos. 11. Éstos, teniendo expresamente dicho
en los escritos de Moisés: «Habló el ángel de Dios a Moisés en una llama
de fuego desde la zarza y le dijo: “Yo soy el que soy (Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”» (Ex
3,15), pretendían haber sido el Padre y creador del universo quien dijo
esas palabras. 12. De ahí que, reprendiéndolos, dijo el Espíritu
profético: “Israel no me conoció, ni mi pueblo me ha entendido” (Is
1,3). 13. A su vez, Jesús, como ya indicamos, estando entre ellos,
dijo: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; ni al Hijo le conoce nadie,
sino el Padre y a quienes el Hijo se lo revelare” (Mt 11,27). 14.
Así, pues, los judíos que piensan haber sido siempre el Padre del
universo quien habló a Moisés, cuando en realidad le habló el Hijo de
Dios, que se llama también Ángel y Enviado suyo, con razón son
reprendidos por el Espíritu profético y por el mismo Cristo de no haber
conocido ni al Padre ni al Hijo (cf. Jn 8,19; 16,3). 15. Porque
los que dicen que el Hijo es el Padre, dan prueba de que ni saben quién
es el Padre ni se han enterado de que el Padre del universo tiene un
Hijo, que, siendo Verbo (cf. Jn 1,1) y primogénito (cf. Col
1,15) de Dios, es también Dios. 16. Él fue quien primeramente apareció a
Moisés y a los otros profetas en forma de fuego o de una figura
incorpórea, y el que ahora, en los tiempos del imperio de ustedes, como
ya dijimos, nació hombre de una virgen, conforme al designio del Padre;
para la salvación de los que creen en Él, quiso ser despreciado y sufrir
(cf. Mc 9,12), para vencer, con su muerte y resurrección, la
muerte misma. 17. Ahora, las palabras que Moisés oyó salir de la zarza
(cf. Ex 3,12): “Yo soy el que es (Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob y el Dios de sus padres” (Ex 3,15), significaban que, aún después de muertos, aquellos personajes seguían existiendo (cf. Lc
20,37), y que son hombres de Cristo mismo, como que ellos fueron los
primeros de entre todos los hombres que se ocuparon en la búsqueda de
Dios: Abraham, padre que fue de Isaac y éste de Jacob, como el mismo
Moisés dejó escrito.
Los mitos de Core y de Atenas
64. 1. De lo hasta aquí dicho pueden
entender que fueron también los demonios quienes introdujeron el uso de
colocar la imagen de la diosa llamada Core sobre las fuentes de las
aguas, diciendo ser ella la hija de Zeus; con lo que quisieron imitar lo
que dijo Moisés. 2. Este, en efecto, como antes citamos (cf. I,59,3),
dijo: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra. 3. La tierra era
invisible e informe, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» (Gn
1,1-2). 4. A imitación, pues, de este Espíritu de Dios que se dijo
cernerse sobre las aguas, dijeron los demonios que Core era una hija de
Zeus. 5. Con parecida malicia dijeron que Atenas era también hija de
Zeus, pero no nacida de unión carnal; sino que como supieron que Dios
creó el mundo por medio de su Verbo, que antes había concebido en su
pensamiento, pretendieron que Atenas era de alguna forma aquel primer
pensamiento; cosa que tenemos por absolutamente ridícula, presentar a
una figura femenina como imagen del pensamiento. 6. De manera semejante
(ocurre) con los otros pretendidos hijos de Zeus; sus acciones les
condenan.
La Eucaristía bautismal
65. 1. Por nuestra parte, nosotros, después
de haber conducido al baño al que ha abrazado la fe y se ha adherido a
nuestra (doctrina), le llevamos a los que se llaman hermanos, allí donde
están reunidos; elevamos fervorosamente oraciones en común por nosotros
mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros
esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos
conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras, personas de buena
conducta y observantes de los mandamientos, para así alcanzar la
salvación eterna. 2. Terminadas las oraciones, nos saludamos mutuamente
con un beso. 3. Luego, al que preside (cf. 1Tm 5,17) la asamblea
de los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de agua y vino templado, y
tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el
nombre de su Hijo y por del Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción
de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen.
Cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo
presente aclama diciendo: “Amén” (cf. 1Co 14,16). 4. “Amén”, en
hebreo, quiere decir “así sea”. 5. Una vez que el presidente ha
terminado la acción de gracias y todo el pueblo ha manifestado su
acuerdo, los que entre nosotros se llaman “diáconos”, dan a cada uno de
los asistentes parte del pan y del vino mezclado con agua sobre los que
se dijo la acción de gracias, y lo llevan a los ausentes.
66. 1. Este alimento se llama entre
nosotros “Eucaristía”, de la que a nadie es lícito participar, sino al
que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y ha recibido el baño para
la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a los
preceptos que Cristo nos enseñó. 2. Porque no tomamos estas cosas como
pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo,
nuestro Salvador, hecho carne (cf. Jn 1,14) por virtud del Verbo
de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así también el
alimento “eucaristía” por una oración que viene de Él -alimento con el
que son alimentados nuestra sangre y nuestra carne mediante una
transformación-, es precisamente, conforme a lo que hemos aprendido, la
carne y la sangre de Jesús hecho carne. 3. Es así que los Apóstoles en
las “Memorias”, por ellos escritos, que se llaman “Evangelios”, nos
transmitieron que así le fue a ellos mandado obrar, cuando Jesús,
tomando el pan y dando gracias, dijo: “Hagan esto en memoria mía, éste
es mi cuerpo” (Lc 22,19). E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: “Esta es mi sangre” (c. Mt 26,27-28), y que sólo a ellos se las dio.
4. Por cierto que también esto, por
imitación, enseñaron los perversos demonios que se hiciera en los
misterios de Mitra; pues en los ritos de un nuevo iniciado se presenta
pan y un vaso de agua con ciertas recitaciones; ustedes lo saben o
pueden de ello informarse.
La asamblea dominical
67. 1. En cuanto a nosotros, después de
esta primera iniciación, recordamos constantemente entre nosotros estas
cosas; y los que tenemos (bienes), socorremos a los necesitados todos y
nos asistimos siempre unos a otros. 2. Por todo lo que comemos,
bendecimos siempre al Creador de todas las cosas por medio de su Hijo
Jesucristo y por el Espíritu Santo. 3. El día que se llama del sol se
celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los
campos; y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las “Memorias de
los Apóstoles o los escritos de los profetas. 4. Luego, cuando el
lector termina, el que preside toma la palabra para hacernos una
exhortación e invitación para que imitemos esas hermosas enseñanzas. 5.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos (a Dios) nuestras
preces, y éstas terminadas, como ya dijimos (cf. I,65,3), se ofrece pan,
vino y agua, y el que preside, según sus fuerzas, hace igualmente subir
a Dios sus oraciones y acciones de gracias, y todo el pueblo expresa su
conformidad diciendo: “Amén”. Luego se hace la distribución y
participación de la eucaristía, para cada uno. Enviándose su parte, por
medio de los diáconos, a los ausentes. 6. Los que tienen y quieren, cada
uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo
recogido se entrega al que preside. 7. Y él socorre con ello a huérfanos
y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están en la
indigencia, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso,
y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en
necesidad. 8. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el
día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia,
hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador,
resucitó de entre los muertos; pues es de saber que le crucificaron el
día antes del día de Saturno, y al siguiente al día de Saturno, que es
el día del sol, se apareció a sus apóstoles (cf. Mt 28,9) y discípulos, enseñándoles estas mismas doctrinas que nosotros les exponemos para su examen.
Recapitulación
68. 1. Ahora, pues, si les parece que tales
doctrinas son conformes a la razón y a la verdad, tómenlas en
consideración; pero si las tienen por charlatanería, como cosa de
charlatanes desprécienlas, mas no decreten pena de muerte, como contra
enemigos, contra quienes ningún crimen cometen. 2. Porque de antemano
les avisamos que, si se obstinan en su injusticia, no escaparán al
venidero juicio de Dios (cf. Mt 3,7). Nosotros, por nuestra parte, exclamaremos: “¡Lo que a Dios sea grato, eso suceda” (cf. Mt 6,10; 26,42, Platón, Critón 43d).
3. Pudiéramos también exigirles que manden
celebrar los juicios sobre los cristianos conforme a nuestra petición,
fundándonos en la carta del máximo y gloriosísimo César Adriano, padre
de ustedes; sin embargo, no les hemos hecho nuestra súplica ni dirigido
nuestra exposición porque Adriano lo haya decidido así, sino porque
estamos persuadidos de la justicia de nuestras peticiones. 4. Con todo,
adjunta les hemos puesto copia de la carta de Adriano, para que vean
cómo también a tenor de ella decimos la verdad.
5. La copia es la siguiente: “A Minucio
Fundano. 6. Recibí una carta que me fue escrita por Serenio Graniano,
varón clarísimo, a quien tú has sucedido. 7. No me parece, pues, que el
asunto deba dejarse sin examen, a fin de que ni se perturben los
inocentes ni se dé facilidad a los calumniadores para sus fechorías. 8.
Así, pues, si los habitantes de las provincias son capaces de sostener
abiertamente sus acusaciones contra los cristianos, de suerte que
respondan de ellas ante el tribunal, a este procedimiento han de
atenerse; pero prohíbo las peticiones y simples griterías. 9. Mucho más
conveniente es, en efecto, que si alguno intenta una acusación,
entiendas tú en el asunto. 10. En conclusión, si alguno acusa a los
cristianos y demuestra que obran en algo contra las leyes, determina la
pena conforme a la gravedad del delito. Pero, ¡por Hércules!, si la
acusación es calumniosa, determina el grado de su perversidad y ten buen
cuidado que no quede impune”.
Texto obtenido de la página web del
Monasterio Benedictino Santa María de Los Toldos (Argentina).
Agradecemos la encomiosa labor de los monjes que trabajaron en su muy
cuidadosa edición electrónica.
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Ambiente social del Imperio romano
Marco Aurelio (a. 161-180), imbuido por las ideas
estoicas, quiso hacer del imperio una monarquía igualitaria en la cual
el emperador interpretase la voluntad suprema, ya que consideraba el
imperio como una solidaridad representada por él. Trajano y lo mismo
Marco Aurelio no tuvieron escrúpulos en distribuir al pueblo, además de
víveres, sumas enormes en forma de donativos gratuitos, en ofrecerle
juegos de circo, combates de gladiadores y espectáculos a menudo muy
crueles para conquistar el favor de la opinión pública, que
desmoralizada por la ociosidad, clamaba por distraerse con las emociones
más violentas y sádicas.
Plutarco, que en sus Vidas paralelas y sus
escritos filosóficos hace el balance de la civilización antigua, acude a
Roma a dar conferencias. De todas partes afluyen a la ciudad literatos y
filósofos griegos, y la renovación intelectual que llevaba en sí misma
un germen de decadencia, ya aspiraba más a la vulgarización que a la
creación. El culto de la forma, de la retórica, encubren con frecuencia
la falta de contenido en los autores de moda; la razón se arredra, y con
ella el mérito y la independencia del pensamiento. A pesar de la
irradiación de su cultura, Roma continuaba bajo la influencia del gran
centro científico de Alejandría; pero inspirada en fuentes helenísticas,
desempeña en el siglo II un papel civilizador decisivo en las
provincias occidentales latinizadas.
Bajo Marco Aurelio, sobre los escombros de la
antigua aristocracia senatorial surgió una flamante nobleza que, poco a
poco había de convertirse en oligarquía gubernamental. La enorme
transformación político-social que se manifiesta bajo los severos,
igualitaria y benigna, se inspira a un tiempo en el respeto a la
personalidad humana y en la solidaridad social; pero estos dos
principios, inspirados en ideas estoicas, no tardaron en chocar. El
individuo fue sacrificado a la sociedad confundida con el Estado, y en
menos de un siglo, las doctrinas humanitarias dieron como resultado la
total sumisión de todos los ciudadanos al Estado omnipotente.
Durante el reinado de Marco Aurelio el ambiente
contra los cristianos fue más benigno que los anteriores; aunque ello no
significó que dejaran de haber abundantes persecuciones y aumento de
mártires debido al fanatismos de las autoridades locales. Durante este
periodo se produjo la cuarta persecución aguijoneada por las pasiones
populares y el modo de ser de Marco Aurelio que al ser amigo de las
leyes establecidas por Trajano, no permitía los desórdenes que siempre
eran atribuidos -sin pruebas- a los cristianos.
San Justino
San Justino, oriundo de una familia griega pagana, nació en Palestina, en Flavia Neápolis. Él mismo narra en el Diálogo con el judío Trifón
que buscó apasionadamente la verdad de los sistemas filosóficos de los
estoicos, de los peripatéticos, de los pitagóricos, y, sobre todo, de
los platónicos; pero la halló sólo en la doctrina de Jesucristo -esto
nos debe hacer reflexionar y a tener el convencimiento de que todo aquel
que busca a Dios con verdadera sinceridad y deseos, Él se deja
encontrar y da las gracias suficiente para encontrarle [1]-. También sabemos por él que el heroico desprecio de los cristianos por la muerte, influyó en gran manera en su conversión: " Y
es así que yo mismo, cuando seguía las doctrinas de Platón, oía las
calumnias contra los cristianos; pero al ver cómo iban intrépidamente a
la muerte y a todo lo que se tiene por espantoso, me puse a reflexionar
ser imposible que tales hombres vivieran en la maldad y en el amor a los
placeres" [2].
Después de su conversión, dedicó toda su vida a la defensa de la fe
cristiana, se puso un manto usado por los filósofos griegos y comenzó a
viajar en calidad de predicador ambulante. Fundó una escuela en Roma
durante el reinado de Antonino Pío (138-161), teniendo como discípulo a
Taciano. En Roma encontró al filósofo Crescencio que era un fogoso
adversario, al que había acusado de ignorancia. En esta ciudad, sufrió
el martirio por decapitación junto con otros seis compañeros en el año
165. Se conserva el relato auténtico de su muerte en el Martyrium S. Iustini et Sociorum[3], basado en las actas oficiales del tribunal que le condenó.
Sus escritos
San Justino se distinguió por sus abundantes
escritos de apologética y polémicas a la campaña insidiosa de los
escritores y filósofos paganos. Es el apologista más importante del
siglo II y la personalidad más noble de la literatura cristiana
primitiva.
Por Eusebio en sus escritos de la Historia de la Iglesia, han llegado hasta nosotros tres de sus obras: dos Apologías, Diálogo contra el judío Trifón.
En la Historia de la Iglesia de Eusebio, nos narra de San Justino:
"Justino, cuando menciona a Simón, por el mismo
hecho añade también este comentario sobre el otro: «Tenemos noticias
además de que un tal Menandro, también samaritano, de la aldea de
Caparatea, habiendo sido discípulo de Simón y aguijoneado por los
demonios, vino a Antioquia y engañó a muchos con su arte mágica.
Convenció a sus seguidores de que no morirán, y aún hay algunos de los
suyos que lo confiesan».
Se trataba de la obra diabólica que, por medio de
estos magos disfrazados con nombres cristianos, se esforzaba en
desacreditar, con su magia, el gran misterio de la piedad y en
ridiculizar, por medio de ellos, los dogmas de la Iglesia referentes a
la inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos".
"Justino, que fue persona notable de nuestra
doctrina poco después de los apóstoles, también muestra este hecho. A
este autor lo iremos citando cuando sea preciso. En su primera Apología, dirigida a Antonio, escribe lo siguiente en defensa de nuestras creencias: « Después
de la ascensión del Señor al cielo, los demonios compelían a algunos
hombres a llamarse a sí mismos dioses, y a éstos no sólo no perseguiste
sino que han sido tenidos por dignos de veneración. Cierto Simón,
samaritano, de la aldea llamada Gibón, realizaba, en tiempos del césar
Claudio, milagros mágicos por arte de los demonios que operaban en él;
fue considerado dios en Roma, nuestra ciudad real, y como tal fue
honrado entre vosotros con una estatua en el río Tíber entre los dos
puentes, con la siguiente inscripción en latín: "SIMONI DEO SANCTO", lo
que significa: A Simón, el dios santo.» Y casi todos los
samaritanos, e incluso algunos de otros pueblos, le reconocen y adoran
como el primer Dios. También decían que una tal Elena, que por entonces
iba con él, aunque anteriormente había estado en un prostíbulo -en Tiro
de Fenicia- era el primer pensamiento producido por él». Esto es lo que
expone Justino, y con él está de acuerdo Ireneo en su primer libro Contra las herejías, donde
describe a este hombre junto con su enseñanza sacrílega y malvada.
Sería excesivo referirla en la presente obra, cuando todos los
interesados en el origen, las vidas y los falsos principios de los
heresiarcas que le siguieron, juntamente con sus formas de actuar,
pueden encontrarlos en el libro de Ireneo que ya hemos mencionado." [4]
También, Eusebio escribe Acerca del mago Menandro, repite:
"Justino, cuando menciona a Simón, por el mismo hecho añade también este comentario sobre el otro: «Tenemos
noticias además de que un tal Menandro, también samaritano, de la aldea
de Caparatea, habiendo sido discípulo de Simón y aguijoneado por los
demonios, vino a Antioquía y engañó a muchos con su arte mágica.
Convenció a sus seguidores de que no morirán, y aún hay algunos de los
suyos que lo confiesan».
Se trataba de la obra diabólica que, por medio de
estos magos disfrazados con nombres cristianos, se esforzaba en
desacreditar, con su magia, el gran misterio de la piedad y en
ridiculizar, por medio de ellos, los dogmas de la Iglesia referentes a
la inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos." [5]
Pero más que sus textos como apologista, nos interesa desde la perspectiva de la Eucaristía, por lo que señalamos: Diálogo con el judío Trifón nº 41
"Ya os he dicho, oh varones, que la ofrenda de la
flor de la harina mandada a ofrecer por los que quedan limpios de la
lepra, era una figura del Pan Eucarístico que Cristo mandó a hacer en
memoria de la Pasión, cuyo fruto quedasen limpias de todo pecado las
conciencias de los hombres. Además tuvo también en esto el fin de que
así demos gracias a Dios porque se dignó no sólo crear para el hombre el
mundo y cuanto hay en él, sino también librarnos de todas las maldades
con las que estábamos manchados derrotando a la vez completamente a los
poderes y príncipes infernales merced a aquel que por voluntad de Dios
quiso someterse a la Pasión. Por esto como ya os lo llevo diciendo, dijo
Dios por boca de uno de los doce Profetas, Malaquías, sobre vuestros
sacrificios: "No está mi agrado en vosotros, dice el Señor, y no
recibiré vuestros sacrificios de esas manos vuestras: porque mi nombre
es glorificado entre las gentes desde el nacimiento del sol hasta el
ocaso; y en todo lugar se ofrenda el incienso a mi nombre lo mismo que
el sacrificio puro; porque grande es mi nombre entre las gentes: ese
nombre que vosotros profanáis" [6].
Esta fue una predicción de que se ofrecen sacrificios en todo lugar por
medio de nosotros los gentiles; cosa que se hace con el pan de la
Eucaristía y con el cáliz de la misma Eucaristía. Y así él mismo añade
que su nombre es glorificado por nosotros, y en cambio profanado por
vosotros... [7]
Como se ve por este texto de San Justino, reconoció
en la Eucaristía no sólo un sacramento, sino también el sacrificio de
los cristianos.
En Apología I, leemos:
" ... Luego, al que preside a los hermanos, se le
ofrece pan y un vaso de vino, y tomándolos él tributa alabanzas y
gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu
Santo y pronuncia una larga oración de gracias, por habernos concedido
esos dones que de Él nos vienen... Y una vez que el presidente ha dado
gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman
"ministros" o "diáconos" dan a cada uno de los asistentes parte del pan y
del vino y del agua sobre el que se dijo la acción de gracias y lo
llevan a los ausentes" [8]
" Y este alimento se llama entre nosotros
"Eucaristía", de la que nadie es lícito participar, sino el que cree ser
verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la
remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que
cristo nos enseñó... cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo:
"Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo". E igualmente tomando el
cáliz y dando gracias, dijo: "Esta es mi sangre", y que sólo a ellos
les dio parte" [9].
" Seguidamente, nos levantamos todos a una y
elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece
pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente
subir a Dios sus preces y acción de gracias y todo el pueblo exclama
diciendo "amén". Ahora viene la distribución y participación, que se
hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y
su envío por medio de los diáconos a los ausentes" [10].
" Pan le será dado, y el agua suya, fiel... Ahora
bien, es evidente que también habla en esta profecía acerca del pan que
nuestro Cristo nos mandó celebrar en memoria de haberse hecho Él hombre
por amor a los que creen en Él -por los que también se hizo pasible-, y
del cáliz que en recuerdo de su sangre nos mandó igualmente consagrar
con acción de gracias" [11].
" Mas para daros razón de la revelación hecha sobre Jesucristo, el santo, tomo otra vez la palabra del profeta (Zacarías) ,
y afirmo que aquella revelación se ha cumplido también en nosotros, que
hemos puesto nuestra fe en este sumo Sacerdote crucificado" [12].
" Porque a la manera que aquel Jesús, a quien el profeta[13]
llama sacerdote, apareció con vestiduras sucias..., así nosotros, que
hemos querido como un solo hombre en el Dios Hacedor del universo, por
el nombre de su Hijo primogénito nos despojamos de nuestras vestiduras
sucias, es decir, de nuestros pecados, y, abrasados por la palabra de su
llamamiento, somos el verdadero linaje de los sumos sacerdotes de Dios,
como el mismo Dios lo atestigua diciendo que en todo lugar le ofrecemos
en las naciones sacrificios a Él agradables y puros[14]. Ahora bien, Dios no acepta sacrificios mas que de sus sacerdotes" [15].
" Así, pues, Dios atestigua de antemano que el
son agradables todos los sacrificios que se le ofrecen por el nombre de
Jesucristo, los sacrificios que éste nos mandó ofrecer, es decir, los de
la Eucaristía del pan y del vino, que celebran los cristianos en todo
lugar de la tierra. En cambio, Dios rechaza los sacrificios que vosotros
le ofrecéis por medio de vuestros sacerdotes, cuando dice: "Y no
recibiré de vuestras manos vuestros sacrificios, porque desde el
nacimiento del sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado en las
naciones y vosotros profanáis[16]".
Vosotros seguís aun ahora diciendo porfiadamente que Dios dice no
recibir los sacrificios que se le ofrecían en Jerusalén por los
israelitas que aquel tiempo habitaban; sí, en cambio, las oraciones que
le hacías los hombres de aquel pueblo que se hallaba en la dispersión, y
estas oraciones son las que llama sacrificios perfectos y agradables a
Dios, yo mismo os lo concedo. Justamente ésos solo son los que los
cristianos han aprendido a ofrecer hasta en la conmemoración del pan y
del vino, en que se recuerda la Pasión que por su amor sufrió el Hijo de
Dios" [17]
[1] cf. Jer. 29, 13-14; Mt. 7, 7.
[3] BAC nº 75. Madrid 1.974, pág. 311-316.
[4] Lib 2, cap. XIII, 2-5. Acerca de Simón el mago.
[5] Lib. 3. Cap. XXVI, 3-4. Acerca del mago Menandro
[7] E. de Otto, pág. 139.
SAN JUSTINO,*
Filósofo y Mártir
El glorioso filósofo y antiguo apologista y mártir san
Justino
fue hijo de Prisco,
de linaje griego, y nació en Nápoles Flavia, ciudad de Palestina, Desde
su mocedad se
dio mucho a las letras humanas, y al estudio de la filosofía, y
se ejercitó en todas las sectas de los filósofos estoicos, peripatéticos
y
pitagóricos, con gran deseo de saber la verdad; y hallando en todas
ellas poca
firmeza, las dejó y se dio a la filosofía de Platón, por parecerle que
era más
grave y más cierta y segura para lo que él pretendía, que era alcanzar
la
sabiduría y con ella entender y ver a Dios. Para poder, pues, mejor
atender a sus estudios se retiró a un lugar
aparta do, vecino del mar,
donde estando ocupado y absorto en la contemplación de las cosas
divinas, se le presentó, corno e1 mismo santo escribe, un varón viejo y
muy
venerable que trabó plática con él; y entendiendo que era filósofo
platónico, y lo que buscaba en sus estudios, le desengañó que no lo
hallaría en los
libros de los filósofos, sino en solo los de los profetas y de los santos, a
quienes Dios había
alumbrado y abierto los ojos del alma para ver la luz del Cielo y entender sus misterios y verdades. Con esto se
fue el anciano
y san Justino no le vio más; pero quedó muy encendido en el amor de la verdad, e inclinado a leer os
libros de los
cristianos en que ella se halla, Por esos medios entró Cristo nuestro Se ñor
en el corazón de Justino, y de filósofo platónico y maestro de otros le
hizo filósofo cristiano y discípulo suyo, Escribió un libro
maravilloso y divino en defensa de la religión cristiana en el año 150 corno
él mismo lo dice, y se lo dio al emperador Antonino Pío, el cual después de haberlo leído,
hizo publicar en Asia un edicto en favor de los cristianos, mandando que
ninguno, por solo ser cristiano, fuese acusado ni conde nado. Pero como
muerto Antonino, sucediesen en el imperio Marco Aurelio Antonio y Lucio Vera,
y se tornase a embravecer
la tempestad, san Justino que a la sazón estaba en Roma escribió otro libro
o apología a los emperadores y al senado en favor de los cristianos para
aplacarla. Entonces fue el santo acusado por un enemigo suyo llamado Crescente, cínico
filósofo en el nombre y profesión, y en la vi da ,viciosísimo
y abominable; el cual era quien más atizaba a los magistrados contra los fieles de
Cristo. Mandó pues el prefecto de Roma prender a san Justino, y después de
haberle hecho azotar, dio sentencia que fuese degollado con otros seis compañeros,
como se dice en las Actas de su martirio, que escribieron los notarios de la
Iglesia romana.
REFLEXIÓN
Dice el glorioso san Justino en
su primera apología estas palabras admirables: «Cuando somos
atormentados,
nos regocijamos, porque estamos persuadidos que nos resucitará Dios por
Jesucristo; y cuando somos heridos con la espada y puestos en la cruz, y
echados a
las bestias fieras, y maltratados con prisiones, fuego y otros tormentos
y
suplicios, no nos apartamos de lo que profesamos; porque cuanto mayores
son
los tormentos, tanto más son los que abrazan la verdadera religión; como
cuando se poda la vid da más fruto; lo mismo hace el pueblo de Dios, que
es como una vid o viña bien plantada de su
mano». Pues ¿quién podrá leer estas cosas sin derramar lágrimas, viendo
lo que sentían de
la fe de Cristo aquellos filósofos tan sabios de los primeros tiempos de
la
cristiandad, comparando su heroísmo con la indiferencia criminal de
nuestros tiempos?
ORACIÓN
Oh Dios, que por la simplicidad de la Cruz enseñaste maravillosamente, al bienaventurado
Justino la eminente sabiduría de Jesucristo, concédenos por su intercesión
que rechazando las engañosas razones de las perversas doctrinas, alcancemos
la firmeza de la fe. Por J. C. N. S.
Los apologistas griegos del siglo II
a)
Características generales de la literatura apologética cristiana
de los primeros siglos
Los
Padres apostólicos y los primeros escritores cristianos se dirigen
principalmente a los fieles y buscan su edificación. Los apologistas
del siglo II, en cambio, salen en defensa del cristianismo ante los cada
vez más frecuentes ataques de los paganos.
—Ataques
de los paganos al cristianismo en el siglo II
Los
principales ataques se centran en la idea falsa de que el cristianismo
destruye la sociedad y es enemigo del imperio. Atacaban a los cristianos
de:
-
- ateísmo,
-
- antropofagia,
-
- desórdenes
morales,
-
- odio
al género humano.
Según
San Justino el origen está en el odio de los judíos al cristianismo.
Bastaba la denuncia para condenar a los cristianos (cfr. rescripto de
Trajano a Plinio, en el siglo II).
Los
principales escritores paganos cultos que escribieron para desprestigiar
al cristianismo (el emperador Teodosio quemó muchos de estos escritos)
fueron los siguientes:
-
- Luciano
de Samosata: De morte peregrini (170). Se mofa del afecto fraternal
de los fieles y de su amor a la muerte.
-
- Frontón
de Cirta: Discurso. Profesor de Marco Aurelio.
-
- Celso:
Discurso verdadero ("alethes logos")(178). Ve en
el cristianismo una mezcla de superstición y fanatismo
(cfr. Trevijano, p. 97: buen resumen del pensamiento pagano).
—Posición
de los Apologistas griegos del siglo II ante estos ataques
En
resumen son tres:
-
- Salir
al paso de la acusación de que la Iglesia era un peligro para el Estado.
-
- Presentar
la verdad sobre Dios, el hombre y el mundo contra los errores paganos.
-
- Presentar
el cristianismo como la verdadera filosofía.
—Veamos
más detenidamente cómo salían los Apologistas en defensa
del cristianismo:
-
- refutaban
las calumnias; hacían ver cómo la Iglesia es necesaria para el bienestar
y orden del mundo: la Iglesia no es un peligro;
-
- defendían
a los cristianos de las críticas populares (canibalismo, incesto, orgías)
señalando las virtudes cristianas; las apologías están dirigidas
a la autoridad civil y a personas cultas; son una defensa apasionada de la libertad
de las conciencias necesaria para un verdadero culto a Dios;
-
- manifestaban
la inconformidad de los cristianos con las leyes persecutorias (iniciadas con
Nerón —religio illicita— y concretadas con Trajano), haciendo ver
la ejemplaridad del comportamiento civil de los cristianos.
-
- criticaban
la religión romana (idolatría, culto al emperador), señalando
un camino más perfecto;
-
- manifestaban
la superioridad del cristianismo en relación con la filosofía
pagana (monoteísmo, providencia divina, etc.). El argumentos fundamental era
la antigüedad del cristianismo como continuación del pueblo de Israel.
Los apologistas, al exponer sus ideas en moldes helénicos, cristianizaban
el helenismo.
-
- mostraban
cómo el cristianismo es la religión verdadera (milagros de Cristo,
profecías, etc.)
-
- difundían
el Evangelio entre las clases altas e intelectuales, con un lenguaje más
culto y razonamientos más acordes con la mentalidad de la época.
Con ese fin, especialmente explican las doctrinas que podrían impactar
más a los paganos: el monoteísmo (contra la idolatría), la
libertad unida a la responsabilidad (contra el determinismo estoico), la resurrección
de la carne, etc.
-
- hacían
ver a los judíos que no había llegado a la verdad plena;
-
- rebatían
los errores de los herejes, que son un verdadero obstáculo para la propagación
del cristianismo.
—Cristianismo
y filosofía pagana
Los
apologistas, al contacto con la cultura helénica, comienzan la
exposición filosófica de las verdades cristianas. Los apologistas
son paganos cultos que se convierten en los primeros teólogos.
Asumen la filosofía helénica, pero dando por supuesto que
el cristianismo es superior a la filosofía. Por ejemplo, San Justino
dice: "los que han dicho alguna verdad... son de los nuestros y su verdad
nos pertenece".
Aunque
algunos apologistas rechazan y critican la filosofía pagana, otros
la admiten como una preparación para el Evangelio, ya sea porque
conceden a la razón la posibilidad de conocer algunas verdades
reveladas de tipo natural, ya sea porque piensan que los antiguos filósofos
pudieron recoger algunas de estas verdades de los escritos de Moisés.
Especialmente
Homero y sobre todo Platón (concepto de creación en el Timeo,
concepto de alma en Fedro, huida del mundo para acercarse a Dios en el
Teeto) fueron fuentes de inspiración para la tarea de los apologistas.
La utilización del concepto de Logos (como ser intermedio
a través del cual Dios crea el mundo: concepción cosmológica)
para referirlo a Cristo siguiendo la doctrina paulina y joánica
de considerar a Cristo como Logos, Sabiduría del Padre,
se revelaría muy importante para el futuro, tanto por el peligro
de subordinacionismo que encerraba como por la gran riqueza que contiene
para la formulación del dogma cristológico.
—Tipos
de apologías
-
- Refutaciones.
-
- Amonestaciones
a los paganos.
-
- Resolución
de dudas privadas de algún pagano concreto.
—Transmisión
de los textos
Casi
todas las obras de los apologistas las conocemos a través del Codex
Parisinus gr.451. Se trata de un manuscrito que Aretas, obispo de
Cesarea, mandó copiar en 914. En este manuscrito, que esta en la
Biblioteca Nacional de Paris, faltan los escritos de Justino, los tres
libros de Teófilo Ad Autolycum, la Irrisio de Hermias
y la Epistulam ad Diognetum.
—Bibliografía:
Simonetti, c. 5, Quasten I, 187-250.
—Introducción
San
Justino es el apologista más importante porque utiliza ampliamente
la filosofía griega que para él es verdadera pero incompleta.
Toda la verdad que existe en los distintos sistemas filosóficos
nos pertenece a los cristianos que la tenemos en plenitud, ya que nosotros
hemos conocido al Verbo, y ellos sólo lo han conocido oscuramente
en la creación.
De
padres paganos, nace a principios del siglo II en Flavia Neápolis
(Sichem, Palestina). Busca la verdad primero con un estoico (que no le
logra explicar la esencia de Dios), luego con un peripatético (con
un interés económico que decepciona a Justino) y después
con un pitagórico (que le obliga a estudiar música, astromomía
y geometría). Se hace platónico pero en cierta ocasión,
paseando junto al mar, un viejo le habla de la sabiduría de los
profetas y Justino se convierte al cristianismo en Efeso. Se cubre con
el pallium (manto de los filósofos) y va a Roma, en epoca
de Antonino Pío (138-161), como predicador ambulante (profesor
itinerante). Funda una escuela privada. Una pugna con Crescencio, filósofo
cínico adversario suyo, le lleva al martirio con seis compañeros,
siendo prefecto Junio Rústico (165). Taciano es discípulo
suyo.
Sus
tres escritos —dos Apologiae y el Dialogo contra el judio Trifón—
se conservan en un manuscrito de mediocre calidad, de 1364 (Codex Parisinus
n.450). Tienen defectos literarios innegables: disgresiones frecuentes,
pensamiento desarticulado, falta de elocuencia y vehemencia, pero revelan
un carácter sincero y recto que trata de llegar a un acuerdo con
el adversario.
—Las
Apologías de San Justino
Parece
que la segunda (15 capítulos) es un apéndice o adición
de la primera (68 capítulos). Ambas van dedicadas a Antonino Pío
(138-161). Las escribió en Roma entre 148 y 161. La ocasión
fue el martirio de tres cristianos siendo Urbico prefecto. Eusebio las
cita.
—La
primera Apología
Tiene
68 capítulos. Escrita entre los años 150 y 155, en Roma,
y dirigida a Antonino Pío.
-
- Introducción
(cap. 1 a 3): apela al emperador en defensa de los cristianos perseguidos.
-
- Parte
principal (cap. 4 a 67):
-
- Primera
sección (4 a 12): contra el sistema judicial aplicado a los cristianos;
contra las calumnias; contra castigar sólo por el nombre cristiano; se
defiende de la acusación de "ateismo".
-
- Segunda
sección (13-67): es una justificación de la religión cristiana
(fundamentación histórica y filosófica):
-
- de su doctrina:
es la única verdadera; los filósofos paganos tomaron sus verdades
del Antiguo Testamento; Jesús es el Hijo de Dios, Salvador, Fundador de
la Iglesia.
-
- de
su culto: Bautismo, Eucaristía (describe el desarrollo de la liturgia eucarística).
Vida social.
-
- Conclusión
(cap. 68): es una amonestación severa al emperador; se adjunta un rescripto
del año 125 de Adriano a Minucio Fundano (proconsul de Asia) en el que
se establece un modo recto de juzgar:
- juicio
ordinario ante un tribunal;
- castigos
sólo después de pruebas de haber transgredido las leyes romanas;
- castigos
proporcionales a los delitos;
- castigos
de las falsas acusaciones.
—Segunda
Apología
Es
continuación de la primera. Escrita entre los años 150 y
160.
-
- Protesta
por la sentencia capital de tres cristianos por confesar su fe.
-
- Alega
el amor a la verdad, por parte de los cristianos, al ser interrogados.
-
- Considera
la persecución como un ataque del demonio.
-
- Explica
el gozo de los cristianos ante el martirio: sus sufrimientos y muerte les conseguirán
el premio eterno.
-
- Pide
al emperador justicia, piedad y amor a la verdad.
—Diálogo
con Trifón
Es
la más antigua apología contra los judíos. Es posterior
a las Apologías.
Se
trata de la recensión de un diálogo o disputa de dos días
de duración con el judío Trifón (Tarfón, probablemente,
rabino de Éfeso), sostenida en Éfeso entre los años
132 y 135. Dedicada a un tal Marco Pompeyo. Consta de 142 capítulos:
-
- Introducción
(cap. 2 al 8): cuenta su vida (formación intelectual, conversión)
-
- Cuerpo
principal (cap. 9 a 142):
- Primera
parte (9 a 47): sobre la concepción cristiana del Antiguo Testamento, al
que da gran importancia.
- Segunda
parte (48 a 108): defiende la divinidad de Cristo.
- Tercera
parte (109 a 142): la Iglesia es el pueblo escogido.
—Obras
perdidas y manuscritos pseudo justinianos
Obras
perdidas: Liber contra omnes haereses; Contra Marción;
Discurso contra griegos; Refutación; Sobre la
soberanía de Dios; Sobre el alma; Salterio; Sobre
la resurrección.
Manuscritos
pseudo justinianos: Cohortatio ad Graecos (s. III); Oratio ad
Graecos (que es una apología pro vita sua de un cristiano
griego convertido) (s. III); De monarchia; etc.
—Teología
de Justino
Hay
que tener en cuenta que las obras que conservamos no son propiamente teológicas.
En ellas se nota una fuerte influencia platónica, filosofía
que a juicio de Justino poseía el más alto valor. Se trata
del eclecticismo religioso del medio platonismo, que es una mezcla de
la ética y psicología estoica con un misticismo de tendencia
religiosa (Trevijano).
—Concepto
de Dios
Dios
es uno, bueno, sin principio, ingénito (agenetos), inefable y sin
nombre (nadie se lo ha puesto porque no hay nadie antes que El), trascendente.
Su mejor nombre es el de "Padre" por ser el Creador de todo.
Sostiene
la trascendencia absoluta de Dios; niega el panteísmo y la omnipresencia
substancial de Dios en el mundo.
Se
salva el abismo entre Dios y el mundo porque el Logos es una emanación
de Dios, una procesión del interior de Dios (como el fuego que
procede de otro fuego; como la Palabra mental). Hay una cierta tendencia
al subordinacionismo. Cristo es una persona divina pero subordinada al
Padre.
Dios
crea y ordena todo per Verbum (Logos), que es intermediario
entre Dios y los hombres. El Hijo de Dios es igual a Dios. En la razón
de cada hombre hay semillas ("sperma") ingénitas de verdad
("logicas"). Esto explica que ya entre los paganos (Heráclito,
Sócrates) encontremos gérmenes de verdad. En cierta manera
se puede decir que fueron verdaderos cristianos porque vivieron según
las normas del Logos. Más solamente los cristianos poseen
la verdad entera porque Cristo se les apareció como la Verdad en
persona. Existe un verdadero endiosamiento del hombre, por el Logos.
No
existe conflicto entre la fe y la razón. La razón tiene
un valor intrínseco para conocer algunas verdades.
—María
y Eva
Es
el primer autor cristiano que profundiza en el paralelismo de Adán-Cristo
y Eva-María. Por un lado están la obediencia, la fe, la
alegría. Por el otro la desobediencia, el pecado, la muerte.
—Angeles
y demonios
Justino
es uno de los primeros testigos del culto y patrocinio de los ángeles
a quienes concibe con un cuerpo espiritualizado. Explica su función
y naturaleza.
Los
demonios serían hijos de ángeles y mujeres que serán
castigados y lanzados al fuego eterno hasta la segunda venida de Cristo.
Los herejes son instrumentos de los demonios. Los demonios se someten
al nombre de Jesús.
—Pecado
original
Explica
cómo nuestros Primeros Padres eran hijos de Dios y dioses, de alguna
manera. El hombre es un ser capaz de deificación (poder de hacerse
dioses).
—Bautismo
y Eucaristía
Al
final de su Primera Apología, habla sobre la Eucaristía,
instituida por Cristo. Menciona la presencia real. En el capítulo
65, de los recién bautizados y en el capítulo 67, en general.
Explica el tipo semi-fijo de liturgia que se celebraba entonces. Los fieles
se reunían los domingos para asistir a la celebración en
que se leía la Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamento: "Memorias
de los Apóstoles") que iba seguida de un sermón. Después
tenía lugar la oración por todos los fieles y el ósculo
de la paz. Se presentaban el pan y el vino. Se pronunciaba la oración
consecratoria (las mismas palabras de Cristo en la Ultima Cena). Los diáconos
repartían la Comunión a los presentes y la llevaban a los
ausentes, enfermos, etc. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica,
1345).
Explica
también cómo se llevaba a cabo la ceremonia del Bautismo:
instrucción, oración, ayuno, penitencia, inmersión
en el agua y bautismo ("iluminación") en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo.
En
su "Diálogo con Trifón" (117,2) compara la Eucaristía
con el Sacrificio de Malaquías. Es el primero que menciona a la
Eucaristía como "oblatio rationabilis" (logike thusia) de
los filósofos, expresión utilizada en el Canon Romano. Rechaza
los sacrificios externos de sangre.
No
desarrolla una eclesiología especulativa, como sucede, por ejemplo
en la epístola a los Efesios y en el Pastor de Hermas.
—Ideas
escatológicas
Comparte
las ideas quialistas y milenaristas tan extendidas en su época
(mil años del reinado de Jesús antes de su segunda venida).
Piensa
que las almas de los fieles difuntos, al morir van al hades hasta el fin
del mundo, excepto la de los mártires que van al Cielo inmediatamente.
c)
Breves noticias sobre los demás apologistas griegos de este período:
Cuadrato y las Epístolas a Diogneto; Arístides; Aristón de
Pella; Taciano; Atenágorás; San Melitón de Sardes; San Teófilo
de Antioquía
—Cuadrato
Eusebio
menciona un pequeño fragmento de la Apología de Cuadrato
(a. 125) dirigida a Adriano (117-138), que encaja en una laguna del "Discurso
a Diogneto"; por eso, parece ser que la "Apología de Cuadrato a
Adriano" es nada menos que el conocido "Discurso a Diogneto" (o "Epístola
a Diogneto").
Cuadrato
es el primer apologista. Conoció a algunos "de los que fueron curados
o resucitados por Cristo". Es un griego culto, ateniense. Conoció
a Pablo y a Juan. Según San Jerónimo fue obispo de Atenas,
o por lo menos fue presbítero.
El
"Discurso a Diogneto", del año 124, es muy breve. Está dirigido
a Adriano, uno de cuyos apelativos era "Diogneto" ("conocido de Zeus").
Fue leido en público y entregado al emperador.
Es
de un estilo muy perfecto. Su autor dominaba la retórica. A la
vez es sencillo y profundo. Algunos piensan que su autor podría
ser el mismo Quadrato, otros (Trevijano) piensan que es posterior (años
190 a 200) y su autor podría localizarse en el ámbito alejandrino
(¿Panteno?).
—Contenido
-
- describe
la vida cristiana;
-
- los
cristianos son el alma del mundo,
-
- origen
divino del cristianismo;
-
- divinidad
de Cristo (milagros),
-
- exhorta
a sus oyentes a abrazar la doctrina cristiana.
—Bibliografía:
Simonetti, c.5.
—Arístides
de Atenas
La
primera Apología que conservamos (sin contar el "Discurso a Diogneto")
es la de Arístides de Atenas, también dirigida a Adriano.
Fue dirigida a Adriano hacia el año 124 a 126, cuando el emperador
estuvo en Atenas.
Es
un escrito sencillo, lleno de nobleza y de tono elevado.
—Contenido
-
- los cristianos
salvarán el mundo;
-
- demuestra
la existencia de Dios y sus atributos con argumentos de inspiración aristotélica;
-
- critica
el politeísmo;
-
- afirma
la divinidad de las Tres Personas;
-
- describe
las diversas religiones y la superioridad del cristianismo.
—Bibliografía:
Simonetti, c. 5.
—Aristón
de Pella
Aristón
de Pella (140) es un escritor antijudío.
—Taciano
el Sirio
Discípulo
de San Justino en Roma. En oriente fundo una secta herética (los
encratitas o abstinentes) caracterizada por su rigorismo moral: se abstenían
de la carne, del uso del matrimonio, del vino. Llamados también
"aquarii".
—Obras
-
- Discurso
contra los griegos: Menciona las relaciones entre el cristianismo y el helenismo
(la cultura griega ha de ser rechazada).
-
- Diatessaron:
Es la ordenación cronológica de los Cuatro Evangelios.
—Bibliografía:
Apuntes.
—Atenágoras
de Atenas
En
el año 177 escribe una apología (Legatio) a Marco
Aurelio y Cómodo. Es una súplica en favor de los cristianos.
Sus
obras tienen una gran calidad, son convincentes y tienen un estilo excelente.
De gran profundidad teológica, conoce a fondo la cultura griega.
La
Apología (Súplica en favor de los cristianos) tiene
tres partes:
-
- se defiende
de la acusación de ateísmo;
-
- rebate
la acusación de canibalismo e incesto;
-
- expone
la moral cristiana: indisolubilidad, procreación, no al aborto, vida después
de la muerte.
Descuida
la presentación del "Jesús histórico" (Trevijano).
Otra
obra es: Sobre la resurrección de la carne (opúsculo).
Está dirigida a los griegos que consideraban esta doctrina ininteligible.
—Bibliografía:
Apuntes.
—Melitón
de Sardes
Melitón
de Sardes (175): es un teólogo asiata; de esta teología
hay antecedentes del error monarquiano; en su doctrina cristológica
afirma la existencia de dos naturalezas en Cristo como reacción
al error monarquiano (Trevijano).
Melitón
de Sardes es autor de una de las Homilías pascuales de autores
cuartodecimanos que se conservan:
-
- La
Homilía pascual de Melitón de Sardes
-
- La
Homilia pascual "In sanctum Pascha" atribuida erróneamente al Crisóstomo.
Los
cuartodecimanos celebraban la Pascua el día 14 de Nisan, y daban
particular relieve a la Pasión de Cristo, en lugar de a la Resurrección,
como se hacía en Occidente.
—San
Teófilo de Antioquía
Nace
cerca del Eúfrates. Es el sexto obispo de Antioquía. Su
formación es helénica.
Escribió
Ad Autolycum (a. 180), que consta de tres libros:
-
- sobre
la espiritualidad de Dios, su naturaleza y atributos.
-
- sobre
la Trinidad (trias) y la creación del mundo ex
nihilo.
-
- sobre
la superioridad moral del cristianismo; refuta las acusaciones contra él
apelando a la vida real de los cristianos.
-
-
A
los primeros mártires cristianos –haciendo la Tradición e historia de
la Iglesia- no debemos olvidar. Y no podemos olvidar que la persona
humana es el único ser que posee historia y que hace historia. Y, puesto
que el hombre es el único ser que se mueve en una doble historia –la
que le conforma y la que él hace–, ningún hombre –y menos el cristiano–
debería pasar por la vida «sufriendo la historia», sin sentir la
urgencia de «hacer» la historia, ser protagonista de la misma. Menos que
otras personas, el cristiano no puede resignarse a «sufrir» la
historia. Se sabe llamado a realizarla, a darle vida, injertando en
aquella la fuerza de la gracia, que le hace capaz de «dominar la
tierra». Y proclamar hasta con su martirio la gloria de Jesús.
+++
Entre
las fuentes más preciosas de información con que contamos para la
historia de las persecuciones están los relatos de los sufrimientos de
los mártires. Se solían leer a las comunidades cristianas en los actos
litúrgicos que conmemoraban el aniversario del martirio. Desde el punto
de vista histórico pueden dividirse en tres grupos:
I.
El primer grupo comprende los procesos verbales oficiales del tribunal.
No contienen más que las preguntas dirigidas a los mártires por las
autoridades, sus respuestas tal como las anotaban los notarios públicos o
los escribientes del tribunal, y las sentencias dictadas. Estos
documentos se depositaban en los archivos públicos, y algunas veces los
cristianos lograban obtener copias. La apelación Actas de los mártires
(acta o gesta martyrum) tendría que reservarse para este grupo, pues
solamente aquí tenemos fuentes históricas inmediatas y absolutamente
dignas de crédito, que se limitan a consignar los hechos.
II. El segundo grupo comprende los relatos de testigos oculares o contemporáneos. A éstos se les llama passiones o martyria.
III.
El tercer grupo abarca las leyendas de mártires compuestas con fines de
edificación mucho después del martirio. A veces es una mezcla
fantástica de verdad e imaginación. En otros casos se trata de simples
novelas, sin ningún fundamento histórico.
I. Al primer grupo pertenecen:
I.
Las Actas de San Justino y compañeros. Estas actas no tienen precio por
contener el proceso oficial del tribunal que condenó al más importante
de los apologistas griegos, el célebre filósofo Justino. Fue encarcelado
junto con otros seis cristianos por orden del perfecto de Roma, Q.
Junio Rústico, durante el reinado del emperador Marco Aurelio Antonino,
el filósofo estoico. Las actas consisten en una breve introducción, el
interrogatorio, la sentencia y una corta conclusión. La sentencia que
pronuncia el prefecto es la siguiente: "Los que no han querido
sacrificar a los dioses ni someterse al mandato del emperador, sean
azotados y llevados a ser decapitados conforme a la ley." El martirio
tuvo lugar en Roma, probablemente el año 165.
2.
Las Actas de los mártires escilitanos en África son el documento
histórico más antiguo de la Iglesia africana y, al mismo tiempo, el
primer documento fechado en lengua latina que poseemos del África del
Norte. Contienen las actas oficiales del juicio de seis cristianos de
Numidia, que fueron sentenciados a muerte por el procónsul Saturnino y
decapitados el 17 de julio del año 180. A más del original latino, se
conserva una traducción griega de estas actas.
3.
Las Actas proconsulares de San Cipriano, obispo de Cartago, que fue
ejecutado el 14 de septiembre del 258, se basan en relaciones oficiales
unidas entre sí por unas pocas frases del editor. Consisten en tres
documentos separados que contienen: 1) el primer juicio, que condena a
Cipriano al destierro de Curubis; 2) detención y segundo juicio, y 3)
ejecución. Sufrió martirio bajo los emperadores Valeriano y Galieno.
II. A la segunda categoría pertenecen:
1. El Martyrium Policarpi, del año 156 (cf. supra p.83-5).
2.
La Carta de las Iglesias de Viena y Lión a las Iglesias de Asia y
Frigia es uno de los más interesantes documentos sobre las persecuciones
que nos ha conservado Eusebio (Hist. eccl. 5,l,l-2,8). Ofrece un relato
emocionante de los sufrimientos de los mártires que murieron en la
terrible persecución de la Iglesia de Lión en 177 ó 178. No disimula la
apostasía de algunos miembros de la comunidad. Entre los valerosos
mártires vemos al obispo Fotino, que "sobrepasaba los noventa años de
edad, y muy enfermo, a quien apenas dejaba respirar la enfermedad
corporal que le aquejaba, pero reconfortado por el soplo del Espíritu
por su ardiente deseo de martirio"; a la admirable Blandina, una esclava
frágil y delicada, que sostuvo el valor de sus compañeros con su
ejemplo y sus palabras; a Maturo, un neófito de admirable fortaleza; a
Santo, el diácono de Viena; a Alejandro, el médico, y a Póntico,
muchacho de quince años. A propósito de Blandina, las actas narran lo
siguiente: "La bienaventurada Blandina, la última de todos, cual
generosa madre que ha animado a sus hijos y los ha enviado por delante
victoriosamente al rey, recorrió por sí misma todos los combates de sus
hijos y se apresuraba a seguirlos, jubilosa y exultante ante su próxima
partida, como si estuviera convidada a un banquete de bodas y no
condenada a las fieras. Después de los azotes, tras las dentelladas de
las fieras, tras el fuego, fue, finalmente, encerrada en una red y
arrojada ante un toro bravo, que la lanzó varias veces a lo alto. Mas
ella no se daba ya cuenta de nada de lo que le ocurría, por su esperanza
y aun anticipo de los bienes de la fe, absorta en íntima conversación
con Cristo. También ésta fue al fin degollada. Los mismos paganos
reconocían que jamás habían conocido una mujer que hubiera soportado
tantos y tan grandes suplicios."
3.
La Pasión de Perpetua y Felicidad narra el martirio de tres
catecúmenos, Sáturo, Saturnino y Revocato, y de dos mujeres jóvenes,
Vibia Perpetua, de veintidós años de edad, "de noble nacimiento,
instruida en las artes liberales, honrosamente casada, que tenía padre,
madre y dos hermanos, uno de éstos catecúmeno como ella, y un hijo, que
criaba a sus pechos," y su esclava Felicidad, que estaba encinta cuando
la arrestaron y dio a luz una niña poco antes de morir en la arena.
Sufrieron martirio el 7 de marzo del 202, en Cartago. Este relato es uno
de los documentos más hermosos de la literatura cristiana antigua. Es
único por los autores que tomaron parte en su redacción. En su mayor
parte (c.3-10) es el diario de Perpetua: "a partir de aquí, ella misma
narra punto por punto la historia de su martirio, como la dejó escrita
de su mano, según sus propias impresiones" (c.2). Los capítulos 11 al 14
fueron escritos por Sáturo. Hay motivos para creer que el autor de los
demás capítulos y editor de la Pasión entera es Tertuliano,
contemporáneo de Perpetua y el más grande escritor de la Iglesia
africana de aquel tiempo. La analogía de estilo, de sintaxis, de
vocabulario y de ideas entre las obras de Tertuliano Ad Martyres y De
patientia y la Pasión de Perpetua y Felicidad es sorprendente. En tiempo
de San Agustín gozaban todavía estas actas de tal estimación, que hubo
de advertir a sus oyentes que no debían ponerlas al mismo nivel que las
Escrituras canónicas (De anima et eius origine 1,10,12).
Las
actas existen en latín y en griego. Parece que el texto latino es el
original, porque el griego ha modificado algunos pasajes y echa a perder
la conclusión. C. van Beek cree que el mismo autor editó la Passio en
griego y en latín; pero algunos pasajes, como los capítulos 21,2 y 16,3,
prueban que el texto latino es el original y que el texto griego no es
más que una traducción posterior, porque los juegos de palabras que
ocurren en los citados lugares sólo pueden entenderse en latín.
El
contenido de estas actas es de considerable importancia para la
historia del pensamiento cristiano. Especialmente las visiones que tuvo
Perpetua en su prisión, y que luego puso por escrito, son de inestimable
valor para conocer las ideas escatológicas de los primitivos
cristianos. La visión de Dinócrates y la de la escalera y el dragón son
ejemplos notables. Al martirio se le llama por dos veces un segundo
bautismo (18,3 y 21,2). En la visión del Buen Pastor se refleja el rito
de la comunión.
No
cabe duda que la Passio de Perpetua y Felicidad es el documento más
conmovedor que nos ha llegado del tiempo de las persecuciones.
Perpetua nos ha dejado un relato emocionante de las tentativas de su padre por librarla de la muerte:
De
allí a unos días se corrió el rumor de que íbamos a ser interrogados.
Vino también de la ciudad mi padre, consumido de pena, y se acercó a mí
con intención de derribarme, y me dijo: "Compadécete, hija mía, de mis
canas; compadécete de tu padre, si es que merezco ser llamado por ti con
el nombre de padre. Si con estas manos te he llevado hasta esa flor de
tu edad, si te he preferido a todos tus hermanos, no me entregues al
oprobio de los hombres. Mira a tus hermanos; mira a tu madre y a tu tía
materna; mira a tu hijito, que no ha de poder sobrevivirte. Depón tus
ánimos, no nos aniquiles a todos, pues ninguno de nosotros podrá hablar
libremente si a ti te pasa algo." Así hablaba como padre, llevado de su
piedad, a par que me besaba las manos y se arrojaba a mis pies y me
llamaba, entre lágrimas, no ya su hija, sino su señora. Y yo estaba
transida de dolor por el caso de mi padre, pues era el único en toda mi
familia que no había de alegrarse de mi martirio. Y traté de animarle
diciéndole: "Allá en el estrado sucederá lo que Dios quisiere; pues has
de saber que no estamos puestos en nuestro poder, sino en el de Dios." Y
se retiró de mi lado sumido de tristeza. Otro día, mientras estábamos
comiendo, se nos arrebató súbitamente para ser interrogados, y llegamos
al foro o plaza pública. Inmediatamente se corrió la voz por los
alrededores de la plaza, y se congregó una muchedumbre inmensa. Subimos
al estrado. Interrogados todos los demás, confesaron su fe. Por fin me
llegó a mí también el turno. Y de pronto apareció mi padre con mi hijito
en los brazos y me arrancó del estrado, suplicándome: "Compadécete del
niño chiquito." Y el procurador Hilariano, que había recibido a la sazón
el ius gladii, o poder de vida y muerte, en lugar del difunto procónsul
Minucio Timiniano: "Ten consideración — dijo — a la vejez de tu padre;
ten consideración a la tierna edad del niño. Sacrifica por la salud de
los emperadores." Y yo respondí: "No sacrifico." Hilariano: "¿Luego eres
cristiana?," dijo. Y yo respondí: "Sí, soy cristiana." Y como mi padre
se mantenía firme en su intento de derribarme, Hilariano dio orden de
que se le echara de allí, y aun le dieron de palos. Yo sentí los golpes
de mi padre como si a mí misma me hubieran apaleado. Así me dolí también
por su infortunada vejez. Entonces Hilariano pronuncia sentencia contra
todos nosotros, condenándonos a las fieras. Y bajamos jubilosos a la
cárcel (BAC 75,424-426).
4.
Las Actas de los santos Carpo, Papilo y Agatónica son la relación
autentica de un testigo ocular del martirio de Carpo y Papilo, que
murieron en la hoguera en el anfiteatro de Pérgamo, y de Agatónica, una
mujer cristiana que se arrojó a las llamas. Las actas, en su forma
actual, parecen incompletas. Agatónica había sido condenada como los
otros dos; pero, como esta parte falta en el texto, da la impresión de
que se suicidó. Los martirios ocurrieron en tiempo de Marco Aurelio y
Lucio Vero (161-169). Estas actas circulaban aún en tiempo de Eusebio
(Hist. eccl. 4,15,48).
5.
Las Actas de Apolonio. En su Hist. eccl. 5,21,2-5, Eusebio da un
resumen de estas actas. El las había incluido va en su colección de
martirios antiguos. Apolonio era un sabio filósofo. Juzgado por
Perennis, prefecto del Pretorio de Roma, fue decapitado durante el
reinado del emperador Cómodo (180-185). Los discursos con que Apolonio
defiende su fe ante Perennis se asemejan, en su argumentación, a los
escritos de los apologistas. Probablemente se basan en las respuestas
del mismo filósofo, consignadas en las Acta praefectoria oficiales. A.
Harnack las ha llamado "la más noble apología del cristianismo que nos
ha legado la antigüedad." Se han publicado dos traducciones de estas
actas, una en armenio por Conybeare, en 1893, y otra en griego por los
Bolandistas, en 1895.
III.
Al tercer grupo pertenecen las actas de los mártires romanos Santa
Inés, Santa Cecilia, Santa Felicidad y sus siete hijos, San Hipólito,
San Lorenzo, San Sixto, San Sebastián Santos Juan y Pablo, Cosme y
Damián; también el Martyrium S. Clementis (cf. supra p.52) y el
Martyrium S. Ignatii. El que estas actas no sean auténticas no prueba en
modo alguno que estos mártires no hayan existido, como han concluido
algunos sabios. La autenticidad o falsedad de estas actas no demuestra
ni la existencia ni la no existencia de los mártires; indica solamente
que estos documentos no se pueden usar como fuentes históricas.
Colecciones.
Eusebio reunió una colección de actas de mártires en su obra Sobre los
mártires antiguos. Desgraciadamente, esta fuente de tanto valor se ha
perdido. Sin embarco, en su Historia eclesiástica da un resumen de la
mayoría de esta actas. Tenemos, no obstante, su tratado sobre los
mártires de Palestina, que es un relato de las víctimas de las
persecuciones que se sucedieron del año 303 al 311, y que él presenció
siendo obispo de Cesarea. Un autor anónimo recogió las actas de los
mártires persas que murieron bajo Sapor II (339-379). Existen en
siríaco, que es la lengua en que fueron compuestas. Los procesos y los
interrogatorios, por su forma, recuerdan las relaciones de las
auténticas actas de los primeros mártires. Las actas siríacas de los
mártires de Edesa son pura leyenda.
La
finalidad que perseguían con sus obras los Padres Apostólicos y los
primeros escritores cristianos era guiar y edificar a los fieles. En
cambio, con los apologistas griegos la literatura de la Iglesia se
dirige por vez primera al mundo exterior y entra en el dominio de la
cultura y de la ciencia. Frente a la actitud agresiva del paganismo, la
palabra misionera, que era apologética sólo en ocasiones, es sustituida
por la exposición predominantemente apologética, que es lo que da a los
escritos del siglo II su sello característico. En el populacho
circulaban rumores contra el cristianismo. El Estado consideraba la
adhesión al cristianismo como un crimen gravísimo contra el culto
oficial y contra la majestad del emperador. El juicio ilustrado de los
sabios y el peso de la opinión de las clases más cultas de la sociedad
condenaban la nueva religión por considerarla como una amenaza siempre
creciente contra el imperio universal de Roma. Entre los principales
adversarios del cristianismo en el siglo II cabe mencionar al satírico
Luciano de Samosata, quien, en su De morte Peregrini, escrito hacia el
170, se burlaba del amor fraternal de los fieles y de su desprecio a la
muerte; al filósofo Frontón de Cirta, profesor del emperador Marco
Aurelio, en su Discurso, y, por encima de todos, al platónico Celso, que
el año 178 publicó contra el cristianismo el Discurso verdadero. Los
escritos de esta última obra citados por Orígenes en su refutación nos
permiten darnos cuenta de la habilidad y temible antagonismo del autor.
Celso no veía en el cristianismo más que una mezcolanza de superstición y
fanatismo.
No
podían quedar sin respuesta tamaños insultos a una causa que se iba
convirtiendo paso a paso en un factor influyente de la historia, y que
iba ganando cada día más adeptos entre los hombres distinguidos por su
educación.
Por eso, los apologistas se propusieron tres objetivos:
1)
Se dedicaron a refutar las calumnias que se habían difundido
enormemente y pusieron particular interés en responder a la acusación de
que la Iglesia suponía un peligro para el Estado. Llamaban la atención
sobre la manera de vivir seria, austera, casta y honrada de sus
correligionarios, y afirmaban con insistencia que la fe era una fuerza
de primer orden para el mantenimiento y el bienestar del mundo y, por
ende, necesaria, no solamente al emperador y al Estado, mas también a la
misma civilización.
2)
Expusieron lo absurdo e inmoral del paganismo y de los mitos de sus
divinidades, demostrando al mismo tiempo que solamente el cristiano
tiene una idea correcta de Dios y del universo. En consecuencia,
defendieron los dogmas de la unidad de Dios, el monoteísmo, la divinidad
de Cristo y la resurrección del cuerpo.
3)
No se contentaron con refutar los argumentos de los filósofos, sino que
demostraron que la misma filosofía, por apoyarse únicamente en la razón
humana, no había logrado nunca alcanzar la verdad, o, si la había
alcanzado, no era sino fragmentariamente y mezclada con muchos errores,
"fruto de los demonios." El cristianismo, en cambio, decían, posee la
verdad absoluta, porque el Logos, que es la misma Razón divina, vino al
mundo por Cristo. De esto se sigue necesaria mente que el cristianismo
está inconmensurablemente por encima de la filosofía griega; más aún,
que es una filosofía divina.
Al
hacer esta demostración de la fe, los apologistas pusieron los
cimientos de la ciencia de Dios. Son, por lo tanto, los primeros
teólogos de la Iglesia, lo que acrecienta su importancia. Como es de
suponer, en su obra encontramos tan sólo los primeros pasos de un
estudio formal de la doctrina teológica, porque ni intentaron hacer una
exposición científica ni se propusieron abarcar todo el cuerpo de la
revelación. Seria, sin embargo, equivocado tildar su esfuerzo de
helenización del cristianismo. Era de esperar, evidentemente, que
influyeran en su manera de concebir la religión los hábitos mentales que
tenían tan arraigados desde antes de su conversión; también en teología
los apologistas son hijos de su tiempo. Esto se manifiesta
principalmente en la terminología que usan y en su manera de abordar la
interpretación del dogma. También aparece en la forma que dan a sus
escritos — predominantemente dialéctica o de diálogo, según las normas
de la retórica griega. Pero en su contenido teológico la filosofía
griega ha influido mucho menos de lo que se ha afirmado algunas veces.
Esta influencia se reduce a detalles insignificantes. Se puede, por
consiguiente, hablar de una cristianización del helenismo, pero apenas
de una helenización del cristianismo, sobre todo si se quiere dar una
apreciación de conjunto de la obra intelectual de los apologistas.
Al
vindicar su religión, no se dirigían estos autores únicamente a los
paganos y a los judíos. La mayoría escribió tratados antiheréticos, que,
por desgracia, se han perdido. Habrían sido de inestimable valor para
conocer plenamente la teología de los apologistas. Al abordar, por
tanto, las obras que actualmente nos quedan de los apologistas, debemos
hacerlo con precaución. Cabía esperar, en los apologistas, mayor número
de pruebas de un contacto íntimo con las doctrinas e ideales católicos;
sin embargo, la escasez de tales pruebas no debe interpretarse como
indicio de una tendencia hacia el racionalismo. No podemos afirmar que a
los lectores de las apologías les animara una simpatía bastante grande
hacia las ideas cristiana o adecuado espíritu de comprensión. La falta
de preparación en los destinatarios explica que pasaran a segundo plano,
entre otros puntos, la persona del Salvador y la eficiencia de la
gracia. Al cristianismo se le presenta, ante todo, aunque no
exclusivamente, como la religión de la verdad. Raramente se reivindican
sus derechos aduciendo como prueba los milagros de Cristo, sino que se
recurre con frecuencia su antigüedad como motivo de credibilidad. A la
Iglesia no se la presenta como una institución nueva o reciente. El
Nuevo Testamento está estrechamente ligado al Antiguo por una unión
interior, por una relación inmanente, que son las profecías sobre el
Redentor que debía venir; y como Moisés vivió mucho antes que los
pensadores y filósofos griegos, el cristianismo es la más antigua y la
más venerable de todas las religiones y filosofías.
Quizás
los apologistas alcanzan la cima de su grandeza cuando se proclaman a
sí mismos campeones de la libertad de conciencia como raíz y fuente de
toda religión verdadera, como elemento indispensable para que la
religión pueda sobrevivir.
Transmisión del texto.
La
mayor parte de los manuscritos de los apologistas griegos dependen del
códice de Aretas de la Bibliothèque Nationale (Codex Parisinus gr.451),
que fue copiado a petición del arzobispo Aretas de Cesárea el año 914,
con la intención de formar un Corpus Apologetarum desde los tiempos
primitivos hasta Eusebio. En ese códice faltan, sin embargo, los
escritos de San Justino, los tres libros de Teófilo Ad Autolycum, la
Irrisio de Hermias y la Epístola a Diogneto.
Cuadrato
es el apologista cristiano más antiguo. Todo lo que sabemos de él se lo
debemos a Eusebio por este pasaje de su Historia eclesiástica
(4,3,1-2): "Después del gobierno de Trajano, que duró veinte años menos
seis meses, sucede en el imperio Elio Adriano. A Adriano le dirigió
Cuadrato un discurso, consistente en una Apología que compuso en defensa
de nuestra religión, porque algunos malvados trataban de molestar a los
nuestros. Este escrito lo conservan todavía muchos hermanos, y nosotros
poseemos también una copia, y en él pueden verse brillantes pruebas del
talento de Cuadrato y de su ortodoxia apostólica. Y él mismo afirma su
antigüedad, como se refiere de estas palabras: Las obras, empero, de
nuestro Salvador estuvieron siempre presentes, puesto que eran
verdaderas: los que él curó, los que resucito de entre los muertos no
fueron vistos solamente en el momento de ser curados y resucitados, sino
que estuvieron siempre presentes; y eso no solo mientras el Salvador
vivía aquí abajo, sino aun después de su muerte, han sobrevivido mucho
tiempo, de suerte que algunos de ellos han llegado hasta nuestros días."
Estas palabras, que Eusebio cita como pronunciadas por Cuadrato, son el
único fragmento que nos queda de su apología. Harris creyó que las
Pseudo-Clementinas, las Actas de Santa Catalina del Sinaí, la Crónica de
Juan Malalas y la novela de Barlaam y Joasaph contienen intercalados
algunos fragmentos de la apología de Cuadrato; pero ya está demostrado
que esta hipótesis es falsa. Probablemente Cuadrato presentó su apología
al emperador Adriano durante la estancia de éste en el Asia Menor por
los 123-124, o el año 129. Resulta difícil probar su identidad con el
profeta y discípulo de los Apóstoles mencionado por Eusebio (Hist. eccl
3,37,1; 5,17,2), y se equivoca ciertamente Jerónimo (De vir. ill. 19;
Ep. 70,4) cuando le identifica con el obispo Cuadrato de Atenas, que
vivió durante el reinado de Marco Aurelio. No ha convencido tampoco el
intento de Andriessen de identificar la apología perdida de Cuadrato con
la Epístola a Diogneto.
La
apología de Arístides de Atenas es la más antigua que se conserva.
Eusebio en su Historia eclesiástica (4,33)" después de sus observaciones
acerca de Cuadrato, prosigue: "También Arístides, varón fiel en la
profesión de nuestra religión, dejó, igual que Cuadrato, una apología de
la fe, dirigida a Adriano. Su escrito está también en manos de muchos."
Eusebio nos dice en otro lugar que Arístides fue un filósofo de la
ciudad de Atenas. Por mucho tiempo se consideró perdida su obra, hasta
que en 1878, con gran sorpresa de los sabios, los Mequitaristas de San
Lázaro de Venecia publicaron un manuscrito del siglo X, fragmento
armenio de una apología intitulada "Al emperador Adriano César de parte
del filósofo ateniense Arístides." Casi todos los eruditos se
convencieron de que el fragmento contenía restos de una traducción
armenia de la apología de Arístides mencionada por Eusebio. Esta opinión
había de encontrar una confirmación inesperada. El año 1889, el sabio
americano Rendel Harris descubrió en el monasterio de Santa Catalina del
monte Sinaí una traducción completa en sirio de esta apología. Esta
versión siríaca permitió a J. A. Robinson probar que el texto griego de
la apología no solamente existía, sino que había sido publicado hacía
algún tiempo bajo la forma de una famosa novela religiosa relacionada
con Barlaam y Joasaph. La novela se encuentra entre las obras de San
Juan Damasceno; su autor presenta la apología como escrita por un
filósofo pagano en favor del cristianismo. El texto nos ha llegado en
tres formas. La leyenda de Barlaam y Joasaph, que poseemos en griego, no
fue compuesta por el abad Eutimio de Iberon en el siglo XI, como opina
P. Peeters, sino por el mismo Juan Damasceno, tal como acaba de
demostrarlo F. Doelger. El manuscrito del monasterio de Santa Catalina
que tiene la versión siríaca fue verosímilmente escrito entre los siglos
VI y VII, si bien la traducción hay que datarla hacia el año 350. Queda
aún por determinar la fecha de la traducción armenia. Recientemente se
han publicado dos grandes fragmentos del texto original griego (c.5 y 6 y
15,6-16,1) de un papiro del British Museum. Con la ayuda de todo este
material es posible hoy día reconstruir el texto en sus líneas
principales.
Contenido.
La
introducción describe al Ser Divino en términos estoicos. Nos dice
también que Arístides llegó al conocimiento del Creador y Conservador
del universo por sus meditaciones sobre el orden y la armonía del mundo.
A pesar del poco valor de la especulación y de las discusiones sobre el
Ser Divino, se puede, al menos, determinar hasta cierto punto de una
manera negativa los atributos de la divinidad. El único concepto
correcto que se obtiene de ese modo debe servir como piedra de toque
para probar las antiguas religiones. El autor divide los seres humanos
en cuatro categorías según sus religiones respectivas: bárbaros,
griegos, judíos y cristianos. Los bárbaros adoraron los cuatro
elementos. Pero el cielo, la tierra, el agua, el fuego, el aire, el sol,
la luna y, finalmente, el mismo hombre no son sino obras de Dios y, por
lo tanto, no tuvieron jamás derecho y los honores divinos. Los griegos
adoran dioses que por las debilidades e infamias que se les atribuyen
prueban que no son dioses. Los judíos merecen ser respetados por tener
un concepto más puro de la naturaleza divina, como también normas más
elevadas de moralidad. Pero tributaron más honor a los ángeles que a
Dios y dieron a los ritos externos del culto, como la circuncisión, el
ayuno, el cumplimiento de los días festivos, más importancia que a la
adoración auténtica. Solamente los cristianos están en posesión de la
única idea justa de Dios y "son los que, por encima de todas las
naciones de la tierra, han hallado la verdad, pues conocen al Dios
creador y artífice del universo en su Hijo Unigénito y en el Espíritu
Santo y no adoran a ningún otro Dios" (15,3). Su pureza de vida prueba
que los cristianos adoran al verdadero Dios. Arístides elogia en estos
términos las costumbres de los cristianos:
Los
mandamientos del mismo Señor Jesucristo los tienen grabados en sus
corazones, y ésos guardan, esperando la resurrección de los muertos y la
vida del siglo por venir. No adulteran, no fornican, no levantan falso
testimonio, no codician los bienes ajenos, honran al padre y a la madre,
aman a su prójimo y juzgan con justicia. Lo que no quieren se les haga a
ellos no lo hacen a otros. A los que los agravian, los exhortan y
tratan de hacérselos amigos, ponen empeño en hacer bien a sus enemigos,
son mansos y modestos... Se contienen de toda unión ilegítima y de toda
impureza. No desprecian a la viuda, no explotan al huérfano; el que
tiene, le suministra abundantemente al que no tiene. Si ven a un
forastero, le reciben bajo su techo y se alegran con él como con un
verdadero hermano. Porque no se llaman hermanos según la carne, sino
según el alma... Están dispuestos a dar sus vidas por Cristo, pues
guardan con firmeza sus mandamientos, viviendo santa y justamente según
se lo ordenó el Señor Dios, dándole gracias en todo momento por toda
comida y bebida y por los demás bienes... Este es, pues, verdaderamente
el camino de la verdad, que conduce a los que por él caminan al reino
eterno, prometido por Cristo en la vida venidera (XV 3-11: BAC
116-130-131).
La
apología de Arístides es limitada en su perspectiva. Su estilo no es
rebuscado; su pensamiento y su orden, sin artificio. Pero;·a pesar de
toda su simplicidad, tiene cierta nobleza y elevación de tono. Como
desde una altura Arístides contempla la humanidad en su unidad compleja y
siente profundamente la importancia extraordinaria y la misión sublime
de la nueva religión. Con una seguridad llena de confianza cristiana, ve
en el pequeño rebaño de los fieles al nuevo pueblo, la nueva raza que
ha de sacar al mundo corrompido de la ciénaga de inmoralidad en que se
encuentra:
Las
demás naciones yerran y a sí mismas se engañan; caminan en tinieblas y
chocan unas con otras como borrachos (16). No dudo en afirmar que el
mundo sigue existiendo gracias únicamente a las oraciones y súplicas de
los cristianos.
Parece
que fue Aristón de Pella el primer apologista cristiano que defendió
por escrito el cristianismo contra el judaísmo. Fue autor de la
Discusión entre Jasan y Papisco sobre Cristo, que desgraciadamente se ha
perdido. Jasón es un judeo-cristiano, y Papisco un judío de Alejandría
en Egipto. Sabemos por Orígenes que, en su obra Discurso verdadero, el
filósofo pagano Celso atacó esta apología porque su autor manifestaba
particular predilección por la interpretación alegórica del Antiguo
Testamento. Orígenes defiende el breve tratado. Advierte que estaba
destinado al público en general y que, por consiguiente, no tenía por
qué dar pie a ningún comentario desfavorable por parte de ninguna
persona imparcial. Según Orígenes (Cont. Cels. 4,52), esta apología
explica "cómo un cristiano, basándose en escritos judíos (Antiguo
Testamento), disputa con un judío y demuestra que las profecías
relativas a Cristo tienen su cumplimiento en Jesús, al paso que el
adversario, de manera resuelta y no sin cierta habilidad, hace las veces
del judío en la controversia." La discusión termina reconociendo el
judío Papisco a Cristo como Hijo de Dios y pidiendo el bautismo. El
fragmento de una traducción latina del diálogo, igualmente perdida,
reproduce la misma historia. Este fragmento, falsamente atribuido a
Cipriano bajo el título Ad Vigilium episcopum de iudaica incredulitate,
era de hecho el prefacio de la versión latina. Aristón debió de componer
su tratado hacia el 140. Tanto el uso de la exégesis alegórica corno el
hecho de que Papisco fuera alejandrino parecen señalar Alejandría como
lugar de origen.
San
Justino Mártir es el apologista griego más importante del siglo II y
una de las personalidades más nobles de la literatura cristiana
primitiva. Nació en Palestina, en Flavia Neápolis, la antigua Sichem.
Sus padres eran paganos. El mismo nos refiere (Dial. 2-8) que probó
primero la escuela de un estoico, luego la de un peripatético y,
finalmente, la de un pitagórico. Ninguno de estos filósofos logró
convencerle ni satisfacerle. El estoico fracasó porque no le dio
explicación alguna sobre la esencia de Dios. El peripatético exigió muy
inoportunamente a Justino el pago inmediato de la matrícula, a lo que
respondió éste dejando de asistir a sus clases. El pitagórico le exigió
que estudiara primero música, astronomía y geometría; pero Justino no
sentía la menor inclinación hacia estos estudios. El platonismo, por su
parte, le atrajo por un tiempo, hasta que un día, mientras se paseaba
por la orilla del mar, un anciano logró convencerle de que la filosofía
platónica no podía satisfacer al corazón del hombre y le llamó la
atención sobre los "profetas, los únicos que han anunciado la verdad."
"Esto dicho — relata Justino — y muchas otras cosas que no hay por qué
referir ahora, marchóse el viejo, después de exhortarme a seguir sus
consejos, y no le volví a ver más. Mas inmediatamente sentí que se
encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas
y a aquellos hombres que son amigos de Cristo, y, reflexionando conmigo
mismo sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la
filosofía segura y provechosa. De este modo, pues, y por estos motivos
soy yo filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo
fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador" (Dial. 8). La
búsqueda de la verdad le llevó al cristianismo. También sabemos por él
que el heroico desprecio de los cristianos por la muerte tuvo una parte
no pequeña en su conversión: "Y es así que yo mismo, cuando seguía las
doctrinas de Platón, oía las calumnias contra los cristianos; pero, al
ver cómo iban intrépidamente a la muerte y a todo lo que se tiene por
espantoso, me puse a reflexionar ser imposible que tales hombres
vivieran en la maldad y en el amor a los placeres" (Apol. 2,12). La
sincera búsqueda de la verdad y la oración humilde le llevaron
finalmente a abrazar la fe de Cristo: "Porque también yo, al darme
cuenta que los malvados dios habían echado un velo a las divinas
enseñanzas de con el fin de apartar de ellas a los otros hombres,
desprecié lo mismo a quienes tales calumnias propalaban que el velo de
los demonios y la opinión del vulgo. Yo confieso que mis oraciones y mis
esfuerzos todos tienen por blanco mostrarme cristiano" (Apol. 2,13).
Después de su conversión, que probablemente tuvo lugar en Efeso, dedicó
su vida toda a la defensa de la fe cristiana. Se vistió el pallium,
manto usado por los filósofos griegos, y se puso a viajar en calidad de
predicador ambulante. Llegó a Roma durante el reinado de Antonino Pío
(138-161) y fundó allí una escuela; uno de sus discípulos fue Taciano,
que más tarde sería también apologista. En Roma encontró también un
fogoso adversario en la persona del filósofo cínico Crescencio, al que
había acusado de ignorancia. Tenemos un relato auténtico de su muerte en
el Martyrium S. lustini et Sociorum, basado en las actas oficiales del
tribunal que le condenó. Según este documento, Justino y seis compañeros
más fueron decapitados, probablemente el año 165, siendo prefecto Junio
Rústico (cf. supra p.73s).
Escritos.
Justino
fue un escritor fecundo. Pero solamente tres de sus obras, ya conocidas
por Eusebio (Hist. eccl. 4,18), han llegado hasta nosotros. Están
contenidas en un único manuscrito de mediocre calidad, copiado en 1364
(París, n.450). Son sus dos Apologías contra los paganos y su Diálogo
contra el judío Trifón. El estilo de estas obras dista mucho de ser
agradable. Como no estaba acostumbrado a seguir un plan bien definido,
Justino se deja llevar de la inspiración del momento. Las digresiones
son frecuentes, su pensamiento es desarticulado, y tiene una debilidad
por frases largas que se arrastran. Su forma de expresión está
desprovista de fuerza y son raros los momentos en que llega a la
elocuencia o a la vehemencia. Con todo, a pesar de estos defectos, sus
escritos ejercen una atracción irresistible. Nos revelan un carácter
sincero y recto, que trata de llegar a un acuerdo con el adversario.
Justino estaba convencido de que "todo el que, pudiendo decir la verdad,
no la dice, será juzgado por Dios" (Dial. 82,3). Es el primer escritor
eclesiástico que intenta crear un nexo entre el cristianismo y la
filosofía pagana.
I. Las Apologías de San Justino.
Los escritos más importantes de Justino son sus apologías. Hablando de ellas, comenta Eusebio (Hist. eccl. 4,18):
Justino
nos ha dejado muchas obras, testimonio de una inteligencia culta y
entregada al estudio de las cosas divinas, llenas de toda utilidad. A
ellas remitiremos a los amigos de saber, después de haber citado
útilmente las que han venido a nuestro conocimiento. En primer lugar
tiene un discurso dirigido a Antonino, por sobrenombre Pío, a los hijos
de éste y al Senado romano en favor de nuestros dogmas, y luego otro,
que contiene una segunda apología de nuestra fe, dirigido al que fue
sucesor del citado emperador y lleva su mismo nombre, Antonino Vero (BAC
116,161).
Tenemos,
efectivamente, dos apologías de Justino. En el manuscrito, la más larga
de las dos, que tiene sesenta y ocho capítulos, va dirigida a Antonino
Pío: la más corta, de quince capítulos, al Senado romano. Pero E.
Schwartz considera la última como la conclusión de la primera. El hecho
de que Eusebio hable de dos apologías fue probablemente causa de que la
obra se dividiera en dos en el manuscrito y se colocara la conclusión al
principio como un escrito independiente. En la actualidad, la mayor
parte de los eruditos están de acuerdo en considerar la segunda apología
como un apéndice o adición de la primera. La ocasión hay que buscarla
probablemente en los incidentes que ocurrieron siendo prefecto Urbico;
Justino empieza la segunda apología narrando estos hechos. Ambas obras
van dirigidas al emperador Antonino Pío (138-161). San Justino las debió
de componer entre los años 148 a 161, puesto que observa (Apol. I 46):
"Cristo nació hace sólo ciento cincuenta años, bajo Quirinio." Los
escribió en Roma.
1. La primera apología.
A)
En la introducción (c.1-3) Justino pide al emperador, en nombre de los
cristianos, que tome el caso personalmente en sus manos y que se forme
su propio juicio, sin dejarse influenciar por los prejuicios o el odio
del pueblo.
B) La parte principal comprende dos secciones.
I.
La primera sección (c.4-12) condena la actitud oficial respecto de los
cristianos. En ella el autor critica el procedimiento judicial seguido
regularmente por el gobierno contra sus correligionarios y las falsas
acusaciones lanzadas contra ellos. Protesta contra la absurda actuación
de las autoridades, que castigan el simple hecho de reconocerse uno
cristiano; el nombre "cristiano," lo mismo que el de "filósofo," no
prueba ni la culpa ni la inocencia de una persona. Únicamente se puede
imponer castigos por crímenes de los que el acusado sea convicto, mas
los crímenes de que se acusa a los cristianos son puras calumnias. No
son ateos. Si se niegan a adorar a los dioses, es porque creen que
venerar tales divinidades es cosa ridícula. Sus ideas escatológicas y su
miedo a los castigos eternos les impiden obrar el mal y hacen de ellos
el mejor sostén del gobierno.
II.
La segunda parte (c.13-67) viene a ser una justificación de la religión
cristiana. Describe en forma detallada principalmente su doctrina, su
culto, su fundamento histórico y las razones que hay para abrazarla.
1. La doctrina dogmática y moral de los cristianos
Se
puede probar por las divinas profecías que Jesucristo es el Hijo de
Dios y el fundador de la religión cristiana. La fundó por voluntad de
Dios con el fin de transformar y restaurar la humanidad. Los demonios
imitaron y remedaron las profecías del Antiguo Testamento en los ritos
de los misterios paganos. A esto se deben las frecuentes semejanzas y
puntos de contacto que hay entre la religión cristiana y las formas
paganas de culto. También los filósofos, como Platón, hicieron suyas
muchas cosas del Antiguo Testamento. No es, pues, de extrañar que se
descubran ideas cristianas en el platonismo.
2. El culto cristiano.
El
autor hace luego una descripción del sacramento del bautismo, de la
liturgia eucarística y de la vida social de los cristianos.
C)
La conclusión (c.68) es una severa amonestación al emperador. Al final
de la primera apología se añade copia del rescripto que hacia el año 125
envió el emperador Adriano al procónsul de Asia, Minucio Fundano. Este
documento es de suma importancia para la historia de la Iglesia.
Promulga cuatro normas para un procedimiento judicial más justo y
correcto en las causas contra los cristianos:
1. Los cristianos deben ser juzgados por medio de un procedimiento regular ante un tribunal criminal.
2. Únicamente se les puede condenar si hay pruebas de que el acusado ha transgredido las leyes romanas.
3. El castigo debe ser proporcionado a la naturaleza y calidad de los crímenes.
4. Toda falsa acusación debe ser castigada con severidad.
Según
Eusebio (Hist. eccl. 4,8,8), el mismo Justino incorporó este documento,
en su texto latino original, a su apología. Eusebio lo tradujo al
griego y lo incluyó en su Historia eclesiástica (4,9).
2. La segunda apología.
Este
escrito empieza con la narración de un incidente reciente. El prefecto
de Roma, Urbico, hizo decapitar a tres cristianos por el único crimen de
haber confesado su fe. Justino apela directamente a la opinión pública
de Roma, protestando de nuevo contra estas crueldades sin justificación
posible y refutando varias críticas. Contesta, por ejemplo, al sarcasmo
de los paganos que se preguntaban por qué no permiten los cristianos el
suicidio a fin de poder reunirse más pronto con su Dios. Dice Justino:
"Con lo que también nosotros, de hacer eso, obraríamos de modo contrario
al designio de Dios. En cuanto a no negar al ser interrogados, ello se
debe a que nosotros no tenemos conciencia de cometer mal alguno y
consideramos, por el contrario, como una impiedad no ser en todo
veraces" (Apol. 2,4). Las persecuciones contra los cristianos se deben a
la instigación de los demonios, que odian la verdad y la virtud. Estos
mismos enemigos molestaron ya a los justos del Antiguo Testamento y del
mundo pagano. Pero no tendrían poder alguno sobre los cristianos si Dios
no quisiera conducir a sus seguidores, a través de tribulaciones y
sufrimientos, a la virtud y al premio; a través de la muerte y de la
destrucción, a la vida y felicidad eternas. Al mismo tiempo, las
persecuciones dan a los cristianos la oportunidad de demostrar de manera
impresionante la superioridad de su religión sobre el paganismo.
Finalmente, pide también al emperador que, al juzgar a los cristianos,
se deje guiar solamente por la justicia, la piedad y el amor a la
verdad.
II. El "Diálogo Con Trifón."
El
Diálogo con Trifón es la más antigua apología cristiana contra los
judíos que se conserva. Por desgracia, no poseemos su texto completo. Se
han perdido la introducción y gran parte del capítulo 74. El Diálogo
debe de ser posterior a las apologías, porque en el capítulo 120 se hace
una referencia a la primera de ellas. Se trata de una disputa de dos
días con un sabio judío, verosímilmente el mismo rabino Tarfón
mencionado en la Mishna. Según Eusebio (Hist. eccl. 4,18,6), el
escenario de estas conversaciones fue Efeso. San Justino dedicó la obra a
un tal Marco Pompeyo. El Diálogo es de considerable extensión, pues
consta de 142 capítulos. En la introducción (c.2-8) narra Justino
detenidamente su formación intelectual y su conversión. La primera parte
del cuerpo principal de la otra (c.9-47) explica el concepto que tienen
los cristianos del Antiguo Testamento. La ley mosaica tuvo validez sólo
por cierto tiempo. El cristianismo es la Ley nueva y eterna para toda
la humanidad. La segunda parte (c.48-103) justifica la adoración de
Cristo como Dios. La tercera (c.109-142) prueba que las naciones que
creen en Cristo y siguen su ley representan al nuevo Israel y al
verdadero pueblo escogido de Dios.
El
método apologético del Dialogo difiere del de las apologías, porque se
dirigía a una clase totalmente diferente de lectores. En su Diálogo con
el judío Tritón, San Justino da mucha importancia al Antiguo Testamento y
cita a los profetas para probar que la verdad cristiana existía aun
antes de Cristo. Un examen cuidadoso de las citas del Antiguo Testamento
nos revela que Justino da preferencia a aquellos pasajes que hablan del
repudio de Israel y de la elección de los gentiles. Es evidente que el
Diálogo no es, ni mucho menos, la reproducción exacta de una discusión
real recogida estenográficamente. Por otro lado, su forma dialogada
tampoco es una mera ficción literaria. Seguramente hubo verdaderas
conversaciones y disputas que precedieron a la composición de la obra.
Es posible que estos intercambios se dieran en Efeso durante la guerra
de Bar Kochba, mencionada en los capítulos 1 y 9.
III. Obras Perdidas.
A
más de las Apólogas y del Diálogo, Justino compuso otras muchas obras,
que se han perdido. No quedan más que los títulos o pequeños fragmentos.
El mismo Justino menciona una de estas obras; San Ireneo da una cita de
otra; Eusebio enumera una larga lista. Autores más recientes citan
todavía otras obras. En total conocemos, al presente, las obras
siguientes:
A) Liber contra omnes haereses, mencionado por el mismo Justino (cf. Apol. 1,26).
B) Contra Marción, utilizado por Ireneo (Adv. haer. 4, 6.2) y mencionado también por Eusebio (Hist. eccl. 4.11,8s).
C)
Discurso contra los griegos, en el cual, según Eusebio (4·,18,3),
"después de largos y extensos argumentos sobre diversas cuestiones de
interés para los cristianos y para los filósofos, San Justino diserta
sobre la naturaleza de los demonios."
D) Una Refutación, otro tratado dirigido a los griegos, según Eusebio (4,184).
E)
Sobre la soberanía de Dios, "que compuso no solamente a base de
nuestras propias escrituras, sino también de los libros de los griegos"
(ibid.)
F)
Sobre el alma. Eusebio (4,18,5) describe así su contenido: "Propone
varias cuestiones relativas al problema discutido y trae a colación las
opiniones de los filósofos griegos; promete refutarlas y dar su propia
opinión en otro libro."
G) Salterio.
H)
En los Sacra Parallela de San Juan Damasceno se conservan tres
fragmentos de su obra Sobre la resurrección. Se duda de su autenticidad.
Mientras
todos estos escritos se han perdido, los manuscritos contienen cierto
número de obras pseudo-justinianas. Es curioso que tres ostenten títulos
semejantes a los de obras auténticas que se perdieron.
a)
La Cohortatio ad Graecos, en forma de discurso, trata de convencer a
los griegos sobre cuál es la verdadera religión. Las ideas de los poetas
griegos acerca de los dioses no pueden admitirse; las doctrinas de los
filósofos relativas a los problemas religiosos están llenas de
contradicciones. La verdad se encuentra en Moisés y en los profetas, que
son anteriores a los filósofos griegos. Sin embargo, incluso en los
poetas y filósofos griegos se hallan vestigios del verdadero
conocimiento de Dios. Pero lo poco bueno que hay en ellos lo recibieron
de los libros de los judíos. El autor de la Cohortatio difiere
notablemente de Justino en su actitud respecto a la filosofía griega.
Esta sola razón bastaría para no atribuirla a Justino. Pero es que,
además, el autor de la Cohortatio tiene un estilo muy superior y
vocabulario mucho más selecto que Justino. Todo lo cual constituye una
prueba suficiente contra la autenticidad del tratado. Probablemente la
Cohortatio data del siglo III; tiene treinta y ocho capítulos, y es el
más largo de los escritos falsamente atribuidos a San Justino.
b)
La Oratio ad Graecos es mucho más breve, pues tiene solamente cinco
capítulos. De estilo animado y enérgico, de forma condensada y
composición atrayente, es más que la justificación personal de un griego
convertido, más que una Apologia pro vita sua. El autor ataca la
inmoralidad de los dioses tal como la describen Hornero y Hesíodo.
Concluye con una invitación entusiasta a convertirse al cristianismo. El
estilo retórico y el perfecto conocimiento de la mitología griega
excluyen la paternidad de Justino. La Oratio es probablemente de la
primera mitad del siglo III. Han llegado hasta nosotros dos recensiones;
la más breve, en griego. De la más extensa, compilada un tal Ambrosio,
tenemos solamente la versión siríaca.
c)
De monarchia (seis capítulos) es un tratado que prueba el monoteísmo
con citas de los más famosos poetas griegos. La diferencia de estilo
prueba que su autor no es Justino. Además, la descripción que nos ofrece
Eusebio de la obra auténtica De monarchia no coincide con el contenido
de este tratado.
Además
de estos tres escritos, existen otros que los manuscritos atribuyen a
Justino. Cuatro de ellos son de un estilo y doctrina teológica tan
semejantes que deben de ser obra de un mismo autor, que parece haber
vivido hacia el 400 y haber estado relacionado con Siria. Estos cuatro
tratados son:
a)
Quaestiones et responsiones ad orthodoxos, obra que contiene ciento
sesenta y una preguntas y respuestas sobre problemas históricos,
dogmáticos, éticos y exegéticos.
b)
Quaestiones christianorum ad gentiles. Los cristianos proponen a los
paganos cinco cuestiones teológicas, a las que éstos responden. Pero las
respuestas son rechazadas por estar llenas de contradicciones.
c)
Quaestiones graecorum ad christianos. Este tratado contiene quince
preguntas de los paganos y otras tantas respuestas de los cristianos
sobre la esencia de Dios, la resurrección de los muertos y otros dogmas
cristianos.
d)
Confutatio dogmatum quorumdam Aristotelicorum, una refutación en
sesenta y cinco párrafos de las doctrinas de Aristóteles sobre Dios y el
universo.
Hasta
el presente ha sido imposible dar con el verdadero autor de estos
escritos. A. Harnack los atribuyó a Diodoro de Tarso. Otros han pensado
en Teodoreto de Ciro, a quien un manuscrito de Constantinopla atribuye
el Quaestiones et responsiones ad orthodoxos. Pero no hay suficiente
base en ninguna de las dos atribuciones.
Aparte de estos cuatro, los manuscritos atribuyen a Justino los siguientes opúsculos:
a)
Expositio fidei seu de Trinitate, una explicación de la doctrina de la
Trinidad. Se ha probado que el autor de este texto es Teodoreto de Ciro.
Esta atribución la había formulado ya Severo de Antioquía en su Contra
impium grammaticum (3,1,5).
b)
Epistola ad Zenam et Serenum, una guía detallada de la conducta
ascética del cristiano, con instrucciones sobre las virtudes de
mansedumbre y serenidad que recuerdan las doctrinas éticas de la
filosofía estoica. P. Batiffol cree que su autor es Sisinio de
Constantinopla y que hay que fecharla hacia el 400.
La Teología de Justino.
Al
analizar la teología de Justino debe tenerse en cuenta que no poseemos
de el una exposición completa y exhaustiva de la fe cristiana. No hay
que olvidar que sus obras propiamente teológicas, como los tratados
Sobre la soberanía de Dios, De la resurrección, Refutación de todas las
herejías y Contra Marción, se han perdido. Las Apologías y el Diálogo
con Trifón no nos dan un retrato acabado de Justino como teólogo. Las
obras antiheréticas desaparecidas le brindaban más la ocasión de abordar
las cuestiones doctrinales, mientras que, al defender la fe contra los
infieles, tiene que hacer hincapié, ante todo, en sus fundamentos
racionales. Se esfuerza en señalar los puntos de contacto y las
semejanzas que hay entre las enseñanzas de la Iglesia y las de los
poetas y pensadores griegos, a fin de demostrar que el cristianismo es
la única filosofía segura y provechosa. No es, pues, de extrañar que la
teología de Justino acuse la influencia del platonismo, ya que éste era
el sistema filosófico que tenía para Justino el más alto valor.
1. Concepto de Dios
Ya
en el concepto que Justino tiene de Dios aparece su inclinación hacia
la filosofía platónica. Dios no tiene principio. De donde se sigue la
conclusión: Dios es inefable, sin nombre.
Porque
el Padre del universo, ingénito como es, no tiene nombre impuesto, como
quiera que todo aquello que lleva un nombre supone a otro más antiguo
que se lo impuso. Los de Padre, Dios, Creador, Señor, Dueño, no son
propiamente nombres, sino denominaciones tomadas de sus beneficios y de
sus obras... La denominación "Dios" no es nombre, sino una concepción
ingénita en la naturaleza humana de una realidad inexplicable (2,5: BAC
116,226).
El
nombre que mejor le cuadra es el de Padre; siendo Creador, es realmente
el Padre de todas las cosas (πατήρ των όλων, σ πάντων πατήρ). Justino
niega la omnipresencia substancial de Dios. Dios Padre vive, según él,
en las regiones situadas encima del cielo. No puede abandonar su morada,
y consiguientemente no puede aparecer en el mundo:
Nadie,
absolutamente, por poca inteligencia que tenga, se atreverá a decir que
fue el Creador y Padre del universo quien, dejando todas sus moradas
supracelestes, apareció en una mínima porción de la tierra (Diál. 60,2:
BAC 116,408). Porque el Padre inefable y Señor de todas las cosas ni
llega a ninguna parte, ni se pasea, ni duerme, ni se levanta, sino que
permanece siempre en su propia región — dondequiera que ésta se halle —,
mirando con penetrante mirada, oyendo agudamente, pero no con ojos ni
orejas, sino por una potencia inefable. Y todo lo vigila y todo lo
conoce, y nadie de nosotros le está oculto, sin que tenga que moverse
El, que no cabe en un lugar ni en el mundo entero y era antes de que el
mundo existiera. ¿Cómo, pues, pudo éste hablar a nadie y aparecerse a
nadie ni circunscribirse a una porción mínima de tierra, cuando no pudo
el pueblo resistir la gloria de su enviado en el Sinaí? (Diál. 127,2-3:
BAC 116, 524.525).
Mas
como Dios es trascendente y está por encima de todo ser humano, es
necesario salvar el abismo que media entre Dios y el hombre. Esto fue
obra del Logos. El es el mediador entre Dios Padre y el mundo. Dios no
se comunica al mundo más que a través del Logos y no se revela al mundo
más que por medio de El. El Logos es, pues, el guía que conduce a Dios y
el maestro del hombre. En un principio, el Logos moraba en Dios como
una potencia. Pero poco antes de la creación del mundo emanó y procedió
de El, y el mundo fue creado por el Logos. En su Diálogo, Justino se
vale de dos imágenes para explicar la generación del Logos.
Algo
semejante vemos también en un fuego que se enciende de otro, sin que se
disminuya aquel del que se tomó la llama, sino permaneciendo el mismo. Y
el fuego encendido también aparece con su propio ser, sin haber
disminuido aquel de donde se encendió (Diál. 61,2: BAC 116,410).
Una
obra procede del hombre sin que disminuya la substancia de éste. Así
hay que entender también la generación del Logos, la Palabra divina,
como una procesión en el interior de Dios.
Justino
parece inclinarse al subordinacionismo por lo que respecta a las
relaciones entre el Padre y el Logos. Prueba clara de ello la tenemos en
la Apología 2,6:
Su
Hijo, aquel que sólo propiamente se dice Hijo, el Verbo, que está con
El antes de las criaturas y es engendrado cuando al principio creó y
ordenó por su medio todas las cosas, se llama Cristo por su unción y por
haber Dios ordenado por su medio todas las cosas (BAC 116,266).
Consecuentemente,
Justino supone, al parecer, que el Verbo se hizo externamente
independiente sólo con el fin de crear y gobernar el mundo. Su función
personal le dio su existencia personal. Vino a ser persona divina, pero
subordinada al Padre (cf. Diál. 61).
La
doctrina más importante de Justino es la doctrina del Logos; forma una
especie de nexo entre la filosofía pagana y el cristianismo. Justino
enseña, en efecto, que, si bien el Logos divino no apareció en su
plenitud más que en Cristo, una "semilla del Logos" estaba ya esparcida
por toda la humanidad mucho antes de Cristo. Porque cada ser humano
posee en su razón una semilla del Logos. Así, no sólo los profetas del
Antiguo Testamento, sino también los mismos filósofos paganos llevaban
en sus almas una semilla del Logos en proceso de germinar. Justino cita
los ejemplos de Heráclito, Sócrates y el filósofo estoico Musonio, que
vivieron según las normas del Logos, el Verbo divino. Estos pensadores,
de hecho, fueron verdaderos cristianos:
Nosotros
hemos recibido la enseñanza de que Cristo es el primogénito de Dios, y
anteriormente hemos indicado que El es el Verbo, de que todo el género
humano ha participado. Y así, quienes vivieron conforme el Verbo, son
cristianos, aun cuando fueron tenidos por ateos, como sucedió entre los
griegos con Sócrates y Heráclito y otros semejantes (Apol. I 46,2-3: BAC
116,232-33).
Por eso no puede haber oposición entre cristianismo y filosofía, porque:
Ahora
bien, cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a
nosotros los cristianos, porque nosotros adoramos y amamos, después de
Dios, el Verbo, que procede del mismo Dios ingénito e inefable; pues El,
por amor nuestro, se hizo hombre para ser participe de nuestros
sufrimientos y curarlos. Y es que los escritores todos sólo oscuramente
pudieron ver la realidad gracias a la semilla del Verbo en ellos
ingénita. Una cosa es, en efecto, el germen e imitación de algo que se
da conforme a la capacidad, y otra aquello mismo cuya participación e
imitación se da, según la gracia que de aquél también procede (Apol. II
13,4-6: BAC 116,277). Porque cuanto de bueno dijeron y hallaron jamás
filósofos y legisladores, fue por ellos elaborado, según la parte de
Verbo que les cupo, por la investigación e intuición; mas como no
conocieron al Verbo entero, que es Cristo, se contradijeron también con
frecuencia unos a otros. Y los que antes de Cristo intentaron, conforme a
las fuerzas humanas, investigar y demostrar las cosas por razón, fueron
llevados a los tribunales como impíos y amigos de novedades. Y el que
más empeño puso en ello, Sócrates, fue acusado de los mismos crímenes
que nosotros, pues decían que introducía nuevos demonios y que no
reconocía a los que la ciudad tenía por dioses... Que fue justamente lo
que nuestro Cristo hizo por su propia virtud. Porque a Sócrates nadie le
creyó hasta dar su vida por esta doctrina, pero sí a Cristo — que en
parte fue conocido por Sócrates — porque El era y es el Verbo que está
en todo ser humano (Apol. II 10,2-8: BAC 116,272-273).
Justino
da así una prueba metafísica de la existencia de los Cementos de verdad
en la filosofía pagana. Aduce, además, una prueba histórica. Los
filósofos paganos dijeron muchas verdades, porque se las apropiaron de
la literatura de los judíos, del Antiguo Testamento:
Pues
es de saber que Moisés es más antiguo que todos los escritores griegos.
Y, en general, cuanto filósofos y poetas dijeron acerca de la
inmortalidad del alma y de la contemplación de las cosas celestes, de
los profetas tomaron ocasión no sólo para poderlo entender, sino también
para expresarlo. De ahí que parezca haber en todos unos gérmenes de
verdad (Apol. I 44.8-10: BAC 116,230).
Mas solamente los cristianos poseen la verdad entera, porque Cristo se les apareció como la Verdad en persona.
2. María y Eva.
Justino
es el primer autor cristiano que presenta el paralelismo paulino
Cristo-Adán añade como contrapartida el del María-Eva. Dice en su
Diálogo (100):
Cristo
nació de la Virgen como hombre, a fin de que por el mismo camino que
tuvo principio la desobediencia de la serpiente, por ése también fuera
destruida. Porque Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo
concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la
desobediencia y la muerte; mas la virgen María concibió fe y alegría
cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del
Señor vendría sobre ella y la fuerza del Altísimo la sombrearía, por lo
cual lo nacido en ella, santo, sería Hijo de Dios; a lo que respondió
ella: "Hágase en mí según tu palabra." Y de la virgen nació Jesús, al
que hemos demostrado se refieren tantas Escrituras, por quien Dios
destruye la serpiente y a los ángeles y hombres que a ella se asemejan
(100,4,6: BAC 116,478-479).
3. Ángeles y demonios.
Justino
es uno de los primeros testigos del culto de los ángeles: "Al ejército
de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes y al
espíritu profetice le damos culto y adorarnos" (Apol. I 6).
Desde
el cielo cuidan de todos los seres humanos: "Entregó la providencia de
los hombres, así como de las cosas bajo el cielo, a los ángeles que para
esto señaló" (Apol. II 5).
Justino
atribuye a los ángeles, a pesar de su naturaleza espiritual, un cuerpo
semejante al cuerpo humano: "Como para nosotros es patente, se alimentan
en el cielo (los ángeles), siquiera no tomen los mismos manjares que
usamos los hombres (del maná, en efecto, de que vuestros padres se
alimentaron en el desierto dice la Escritura que comieron pan de
ángeles)" (Diál. 57).
La
manera que tiene San Justino de concebir la caída de los ángeles
demuestra que les atribuye un cuerpo. El pecado de los ángeles consistió
en relaciones sexuales con mujeres humanas: "Los ángeles, traspasando
este orden, se dejaron vencer por su amor a las mujeres y engendraron
hijos, que son los llamados demonios" (Apol. II 5).
El
castigo de los demonios en el fuego eterno no empezará hasta la segunda
venida de Cristo (Apol. I 28). Por eso pueden ahora extraviar y seducir
al hombre. Desde que vino Cristo, todo el esfuerzo de los demonios
consiste en impedir la conversión del ser humano a Dios y al Lógos
(Apol. I 26.54.57.62). La prueba está en los herejes, que son
instrumentos de los demonios, porque enseñan un Dios distinto del Padre y
del Hijo. Los demonios fueron los que cegaron e indujeron a los judíos a
infligir todos esos sufrimientos al Logos que apareció en Jesús. Pero,
sabiendo que Cristo reclutaría la mayoría de sus seguidores de entre los
paganos, puso el demonio particular empeño en que fracasara con ellos.
Desde este punto de vista es interesante lo que dice Justino del efecto
del nombre de Jesús sobre los demonios:
Porque
llamamos ayudador y Redentor nuestro a Aquél, la fuerza de cuyo nombre
hace estremecer a los mismos demonios, los cuales se someten hoy mismo
conjurados en el nombre de Jesucristo, crucificado bajo Poncio Pilato,
procurador que fue de Judea. De suerte que por ahí se hace patente a
todos que su Padre le dio tal poder, que a su nombre y a la dispensación
de su pasión se someten los mismos demonios (Diál. 30,3: BAC 116,350).
4. Pecado original y deificación.
Justino
está convencido de que todo ser humano es capaz de deificación. Ese era
el caso, por lo menos, al principio de la creación. Pero nuestros
primeros padres pecaron y atrajeron la muerte sobre sí mismos. Mas ahora
el hombre ha vuelto a recobrar el poder de hacerse Dios:
Habiendo
sido creados impasibles e inmortales, como Dios, con tal de guardar sus
mandamientos, y habiéndoles El concedido ser llamados hijos de Dios,
son ellos los que, por hacerse semejantes a Adán y Eva, se procuran a sí
mismos la muerte. Sea la interpretación del salmo (81) la que vosotros
queráis; aun así queda demostrado que a los seres humanos se les concede
llegar a ser dioses y que pueden convertirse en hijos del Altísimo y
culpa suya es si, como Adán y Eva, son juzgados y condenados (Diál.
124,4: BAC 116,520).
5. Bautismo y Eucaristía.
Tiene
un valor especial la descripción de la liturgia del bautismo y de la
eucaristía que nos da Justino al final de su primera apología. A
propósito del bautismo observa:
Vamos
a explicar ahora de qué modo, después de ser renovados por Jesucristo,
nos hemos consagrado a Dios, no sea que, omitiendo este punto, demos la
impresión de proceder en algo maliciosamente en nuestra exposición.
Cuantos se convencen y tienen fe de que son verdaderas estas cosas que
nosotros enseñamos y decimos y prometen vivir conforme a ellas, se les
instruye ante todo para que oren y pidan, con ayunos, perdón a Dios de
sus pecados, anteriormente cometidos, y nosotros oramos y ayunamos
juntamente con ellos. Luego, los conducimos a sitio donde hay agua, y
por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también
regenerados, son regenerados ellos, pues entonces toman en el agua el
baño en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro
Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo... La razón que para esto
aprendimos de los Apóstoles es ésta: Puesto que de nuestro primer
nacimiento no tuvimos conciencia, engendrados que fuimos por necesidad
de un germen húmedo por la mutua unión de nuestros padres y nos criamos
en costumbres malas y en conducta perversa; ahora, para que no sigamos
siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y
del conocimiento, y alcancemos juntamente perdón de nuestros anteriores
pecados, se pronuncia en el agua sobre el que ha determinado regenerarse
y se arrepiente de sus pecados el nombre de Dios, Padre y Soberano del
universo, y este solo nombre aplica a Dios el que conduce al baño a
quien ha de ser lavado. Porque nadie es capaz de poner nombre al Dios
inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe,
sufriría la más imprudente locura. Este baño se llama iluminación, para
dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. Y el
iluminado se lava también en el nombre de Jesucristo, que fue
crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que
por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús
(Apol. I 61.1-3.7-13: BAC 116, 250-251).
En
la Apología de San Justino se describe dos veces la liturgia
eucarística. En la primera (c.65) se trata de la liturgia eucarística de
los recién bautizados. En la segunda (c.67) se describe detalladamente
la celebración eucarística de todos los domingos. Los domingos la
liturgia empezaba con una lectura tomada de los evangelios canónicos, a
los que se llama aquí explícitamente "Memorias de los Apóstoles," o de
los libros de los profetas. Seguía luego un sermón con una aplicación
moral de las lecturas. Seguidamente la comunidad rogaba por los
cristianos y por todos los seres humanos del mundo entero. Al terminar
estas plegarias, todos los asistentes se daban el ósculo de paz. Seguía
luego la presentación del pan, del vino y del agua al presidente, el
cual recitaba sobre ellas la oración consecratoria. Los diáconos
distribuían los dones consagrados a todos los presentes y los llevaban a
los ausentes. Justino añade expresamente que estos dones no son pan y
bebida comunes, sino la carne y la sangre de Jesús encarnado. Para
probarlo cita las palabras de la institución. Pertenece al celebrante
que preside el formular la oración eucarística; sin embargo, observa
Justino, el alimento eucarístico es consagrado por una oración que
contiene las mismas palabras de Cristo. Esto hace suponer que no
solamente las mismas palabras de la institución, sino todo el relato de
la institución formaba parte fija de la oración consagratoria. Se puede
hablar, pues, de un tipo semifijo de liturgia, porque contenía elementos
regulares y, al mismo tiempo, dejaba un margen suficientemente amplio a
la inspiración personal del sacerdote consagrante. Es interesante notar
que en la descripción del rito eucarístico que sigue inmediatamente a
la recepción del sacramento del bautismo Justino no menciona la lectura
de la Escritura ni el sermón del presidente. Seguramente se omitirían
por razón de la ceremonia bautismal que había precedido. La descripción
de la misa para los recién bautizados es como sigue:
Por
nuestra parte, nosotros, después de así lavado el que ha creído y se ha
adherido a nosotros, le llevamos a los que se llaman hermanos, allí
donde están reunidos, con el fin de elevar fervorosamente oraciones en
común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos
los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya
que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de
buena conducta y guardadores de lo que se nos ha mandado, y consigamos
así la salvación eterna. Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente
el beso de paz. Luego, al que preside a los hermanos se le ofrece pan y
un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al
Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y
pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones
que de El nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones
y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén.
"Amén," en hebreo, quiere decir "así sea." Y una vez que el presidente
ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se
llaman "ministros" o diáconos dan a cada uno de los asistentes parte del
pan y del vino y del agua sobre que se dijo la acción de gracias y lo
llevan a los ausentes. Y este alimento se llama entre nosotros
"Eucaristía," de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree
ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la
remisión de los pecados y la regeneración, y. vive conforme a lo que
Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni
bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro
Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre
por nuestra salvación, así se nos ha enseñado que por virtud de la
oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre que fue dicha la
acción de gracias — alimento de que, por transformación, se nutren
nuestra sangre y nuestras carnes — es la carne y la sangre de aquel
mismo Jesús encarnado. Y es así que los Apóstoles en los Recuerdos, por
ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así les
fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo:
"Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo." E igualmente, tomando
el cáliz y dando gracias, dijo: "Esta es mi sangre," y que sólo a ellos
les dio parte (Apol. I 65-66: BAC 116,256-257).
En
el capítulo 67, Justino describe la misa de los domingos ordinarios.
Dice que este día fue elegido para la celebración de la reunión
litúrgica de la comunidad cristiana porque ese día Dios creó el mundo y
Cristo resucitó de entre los muertos:
El
día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que
habitan en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el
tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los
profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra,
hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos.
Seguidamente nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y,
éstas terminadas, como va dijimos, se ofrecen pan y vino y agua, y el
presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y
acciones de gracias, y todo el pueblo exclama diciendo "amén." Ahora
viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los
alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de
los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su
libre determinación, dan lo que bien les parece, y lo recolectado se
entrega al presidente y él ayuda con ello a huérfanos y viudas, a los
que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están
en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se
constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. Y celebramos esta
reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios,
transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día
también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los
muertos (BAC 116,258-9).
Ha
habido una acalorada discusión, que todavía sigue, sobre si Justino
consideró la Eucaristía como sacrificio. El pasaje decisivo en esta
cuestión se halla en el Diálogo con Trifón (c.41):
"No
está mi complacencia en vosotros — dice el Señor —, y vuestros
sacrificios no los quiero recibir de vuestras manos. Porque, desde donde
nace el sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado entre las
naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y sacrificio
puro. Porque grande es mi nombre en las naciones — dice el Señor —, y
vosotros lo profanáis." Ya entonces, anticipadamente, habla de los
sacrificios que nosotros le ofrecemos en todo lugar, es decir, del pan
de la Eucaristía y lo mismo del cáliz de la Eucaristía, a par que dice
que nosotros glorificamos su nombre y vosotros lo profanáis (BAC
116,370).
No
cabe duda que aquí Justino identifica claramente la Eucaristía con el
sacrificio profetizado por Malaquías. Existen, no obstante, otros
pasajes en los que Justino parece resaltar todo sacrificio. Por ejemplo,
dice en el Diálogo (117,2):
Ahora
bien, que las oraciones y acciones de gracias hechas por las personas
dignas son los únicos sacrificios perfectos y agradables a Dios, yo
mismo os lo concedo (BAC 116,505).
En el capítulo 13 de la primera Apología emite una opinión análoga:
Porque
el solo honor digno de El que hemos aprendido es no el consumir por el
fuego lo que por El fue creado para nuestro alimento, sino ofrecerle
para nosotros mismos y para los necesitados, y mostrándonos a El
agradecidos, enviarle por nuestra palabra preces e himnos por habernos
creado (BAC 116,193-194).
De
estas observaciones se ha sacado la conclusión de que Justino rechaza
todo sacrificio y aprueba sólo el de la oración, especialmente de la
oración eucarística. Pero esta interpretación no hace justicia a su
pensamiento. No se puede entender su concepto de sacrificio sin tener en
cuenta su doctrina del Logos. Lo que Justino rechaza es el sacrificio
material de cosas creadas tal como lo practicaban los judíos y los
paganos. Con su concepto de sacrificio trata de salvar la distancia que
hay entre la filosofía pagana y el cristianismo, exactamente igual que
se sirve del concepto del Logos con el mismo fin. Su ideal es la λογική
θυσία, la oblatio rationabilis, el sacrificio espiritual, única forma de
veneración digna de Dios, según los filósofos griegos. En este caso
como en el del Logos, el cristianismo representa la realización de un
ideal filosófico porque está en posesión de un sacrificio espiritual.
Justino concuerda, pues, tanto con los filósofos paganos como con los
profetas del Antiguo Testamento cuando afirma que los sacrificios
externos tienen que ser suprimidos. En adelante los sacrificios
materiales sangrientos no han lugar. La Eucaristía es el sacrificio
espiritual por tanto tiempo deseado, la λογική Θυσία, porque el mismo
Logos, Jesucristo, es aquí la víctima. La identificación de la λογική
Θυσία con la Eucaristía fue en extremo feliz. Al incorporar esta idea a
la doctrina cristiana, hacía suyas el cristianismo las realizaciones más
elevadas de la filosofía griega, al mismo tiempo que se subrayaba el
carácter nuevo y único del culto cristiano. Pudo así mantener un
sacrificio objetivo y al mismo tiempo dar toda la importancia al
carácter espiritual del culto cristiano, que le confiere su superioridad
sobre todos los sacrificios paganos o judíos. Así, pues, el término
oblatio rationabilis del canon de la misa romana expresa mejor que
ninguna otra el concepto de sacrificio de San Justino.
6. Ideas escatológicas.
En
cuanto a su doctrina escatológica, Justino comparte las ideas
quiliastas sobre el milenio: "Yo, por mi parte, y si hay algunos otros
cristianos de recto sentir en todo, no sólo admitimos la futura
resurrección de la carne, sino también mil años en Jerusalén,
reconstruida, hermoseada y dilatada" (Diálogo 80). Sin embargo, se ve
obligado a admitir que no todos los cristianos comparten las mismas
ideas: "También te he indicado que hay muchos cristianos de la pura y
piadosa sentencia, que no admiten esas ideas" (ibid.). Según Justino,
las almas de los difuntos deben ir primero al Hades, donde permanecen
hasta el fin del mundo. Se exceptúan solamente los mártires. Sus almas
son recibidas inmediatamente en el cielo. Pero incluso en el Hades las
almas buenas están separadas de las malas. Las almas buenas se regocijan
esperando su salvación eterna, mientras que las malas son desgraciadas
por causa de su inminente castigo (Diálogo 5,80).
Taciano
nació en Siria de una familia pagana. Como indicamos arriba, fue
discípulo de Justino. Tiene de común con su maestro el que, después de
mucho vagar y discutir, encontró que la doctrina cristiana era la única
filosofía verdadera. Sobre los motivos de su conversión él mismo nos da
la siguiente información:
Habiendo,
pues, visto todo eso, después, además que me hube iniciado en los
misterios y examinado las religiones de todos los hombres, instituidas
por afeminados eunucos, hallando que entre los romanos el que ellos
llaman Júpiter Laciar se complace en sacrificios humanos y en sangre de
los ejecutados; que Diana, no lejos de la gran ciudad, exigía la misma
clase de sacrificios: en fin, que en una parte un demon y en otra otro
se entregaban a perpetrar iniquidades por el estilo; entrando en mí
mismo, empecé a preguntarme de qué modo me sería posible encontrar la
verdad. En medio de mis graves reflexiones, vinieron casualmente a mis
manos unas escrituras bárbaras, más antiguas que las doctrinas de los
griegos y, si a los errores de éstos se mira, realmente divinas. Y hube
de creerlas por la sencillez de su dicción, por la naturalidad de los
que hablan, por la fácil comprensión de la creación del universo, por la
previsión de lo futuro, por la excelencia de los preceptos y por la
unicidad de mando en el universo. Y enseñada mi alma por Dios mismo,
comprendí que la doctrina helénica me llevaba a la condenación; la
bárbara, en cambio, me libraba de la esclavitud del mundo y me apartaba
de muchos señores y de tiranos infinitos. Ella nos da no lo que no
habíamos recibido, sino lo que, una vez recibido, el error nos impedía
poseer (Discurso 29: BAC 116.612-613).
La
conversión de Taciano ocurrió, a lo que parece, en Roma. Allí acudió a
la escuela de Justino. A pesar de que Justino fue maestro de Taciano, se
advierten vivos contrastes entre ambos al comparar sus escritos. Esto
se echa de ver, sobre todo, en la manera particular de cada uno de
valorar la cultura y la filosofía no cristianas. Porque, mientras
Justino trata de encontrar en los escritos de los pensadores griegos al
menos ciertos elementos de verdad, Taciano propugna por principio el
repudio total de la filosofía griega. En su defensa del cristianismo,
Justino dio muestras de gran respeto por la filosofía cristiana.
Taciano, en cambio, manifiesta un odio decidido contra todo lo que
pertenece a la civilización griega, a su arte, ciencia y lengua. Su
temperamento era tan dado a extremos, que, a su juicio, el cristianismo
no había procedido aún con suficiente energía a rechazar la educación y
la cultura contemporáneas. A su vuelta al Oriente, hacia el año 172,
fundó la secta de los encratitas, es decir, de los abstinentes, que
pertenece al grupo de los gnósticos cristianos. Esta herejía rechazaba
el matrimonio como adulterio, condenaba el uso de carnes en todas sus
formas y llegó a sustituir el agua por el vino en la Eucaristía. Por eso
a sus secuaces se les llamaba aquarii. No sabemos nada sobre la muerte
de Taciano.
Escritos de Taciano.
1. El "Discurso contra los griegos."
Solamente
se conservan dos obras, de Taciano, el Discurso contra los griegos y el
Diatessaron. Son aún objeto de controversia la fecha de composición del
Discurso contra los griegos y la finalidad del mismo. Probablemente lo
escribió después de la muerte de Justino y, según parece, fuera de Roma.
Sigue en duda si lo compuso antes o después de su apostasía. Algunos
sabios opinan que el discurso no es una apología destinada a defender el
cristianismo ni a justificar la conversión del autor, sino un discurso
inaugural cuyo fin es invitar a los oyentes a frecuentar su escuela.
Pero, aun suponiendo que lo hubiera pronunciado en la inauguración de un
curso, no cabe duda que desde un principio se le consideró como un
discurso destinado al público. Hay que admitir, sin embargo, que el
discurso no es tanto una apología del cristianismo como un tratado
polémico, vehemente y sin mesura, que rechaza y desprecia toda la
cultura griega. La filosofía, la religión y las realizaciones de los
griegos son para él necias, engañosas, inmorales y sin ningún valor.
Taciano llega incluso a decir que todo lo que la civilización griega
tiene de bueno lo ha tomado de los bárbaros. Pero las más de las veces
no vale nada o incita a la inmoralidad; así, por ejemplo, su poesía,
filosofía y retórica.
La parte principal de la obra comprende cuatro secciones:
I. La primera sección (c.4,3-7,6) contiene una cosmología cristiana.
1. El autor define primero el concepto cristiano de Dios (c.4,3-5).
2. Trata luego de la relación entre el Logos y el Padre, la formación de la materia y la creación del mundo (c.5).
3. Sigue una descripción de la creación del hombre, de la resurrección y del juicio universal (c.6-7,1).
4.
Taciano termina esta sección (c.7,2-8) tratando de la creación de los
ángeles, de la libertad de la voluntad, de la caída de los ángeles, del
pecado de Adán y Eva, de los ángeles malos y de los demonios. Este
último tema lleva a la sección siguiente.
II. La sección segunda es una demonología cristiana (c.8-20).
1.
La astrología es invención de los demonios. El ser humano abusó de la
libertad de su albedrío, convirtiéndose en esclavo del demonio. Pero
existe una posibilidad de librarse de esta esclavitud renunciando
totalmente a las cosas mundanas (c.8-11).
2.
Para adquirir la fuerza necesaria para esta renuncia y escapar así al
poder de los demonios, debemos unir nuestra alma con el pneuma, el
espíritu celestial. En un principio este pneuma vivía en el interior del
ser humano, pero fue expulsado por el pecado, que es obra de los
demonios (c.12-15,1)
3.
Los demonios son imágenes de la materia y de la iniquidad; son
incapaces de hacer penitencia. Los seres humanos, en cambio, son
imágenes de Dios y pueden conseguir la inmortalidad mediante la propia
mortificación (c.15. 2-16,6).
4.
La persona humana no debe tenerle miedo a la muerte, pues debe rechazar
toda materia si quiere alcanzar la inmortalidad (c.16, 7,20).
III. La civilización griega a la luz de la actitud cristiana ante la vida forma el contenido de la sección tercera (c.21-30).
1. La necedad de toda teología griega forma violento contraste con la sublimidad del misterio de la encamación (c.21).
2.
Los teatros griegos son escuelas de vicio. La arena se asemeja a un
matadero. La danza, la música y la poesía son pecaminosas y de ningún
valor (c.22-24).
3. La filosofía y el derecho griegos son contradictorios y engañosos (c.25-28).
4. La religión cristiana brilla con resplandor más vivo sobre este fondo oscuro de la civilización griega (c.29-30).
IV. Edad y valor moral del cristiano (c.31-41).
1.
La religión cristiana es más antigua que todas las demás, porque Moisés
vivió antes que Homero, mucho antes que los legisladores de Grecia e
incluso antes que los siete sabios (c.31,1-6,36-41).
2.
La filosofía cristiana y la conducta de los cristianos están libres de
toda envidia y mala voluntad, y, por lo mismo, difieren de la sabiduría
de los escritores griegos. Las acusaciones de inmoralidad y canibalismo
lanzadas falsamente contra los cristianos revierten sobre sus autores,
los adoradores de los dioses griegos, porque tales crímenes son
frecuentes y bien conocidos en el culto de los griegos. No se puede
manchar la moralidad y pureza de los cristianos con tales calumnias
(c.31,7-35).
Al
final, Taciano se ofrece a responder a todas las críticas que se le
hagan: "Tales son las cosas, ¡oh helenos!, que para vosotros he
compuesto yo, Taciano, que profeso la filosofía bárbara, nacido en
tierra de asirios, formado primero en vuestra cultura y luego en las
doctrinas que ahora anuncio como predicador. Ahora bien, conociendo ya
quién es Dios y su creación, me presento a vosotros dispuesto al examen
de mis enseñanzas, advirtiendo que jamás he de renegar de mi conducta
según Dios" (c.42: BAC 116,628).
2. El "Diatessaron."
La
obra más importante de Taciano en su Diatessaron. Es, en realidad, una
concordancia de los evangelios. Taciano lo llamó "(sacado) de los
cuatro," porque dispone textos tomados de los cuatro evangelios en forma
de una historia evangélica continua. Durante mucho tiempo este libro se
vino usando en la liturgia de la Iglesia siríaca, hasta que fue
reemplazado por los cuatro evangelios canónicos hacia el siglo V.
Taciano compuso probablemente el Diatessaron después de su regreso al
Oriente. El original se ha perdido y se duda si lo compuso en griego o
en siríaco. Hay razones para creer que lo hizo en griego y que más tarde
lo tradujo al siríaco. Unos arqueólogos americanos descubrieron
recientemente un fragmento del texto griego. Es un fragmento de catorce
líneas, hallado en Dura Europos, en Siria, el año 1934, durante las
excavaciones realizadas por la John Hopkins University. Es ciertamente
anterior al año 254. Un texto griego tan antiguo parece favorecer el
origen griego del Diatessaron. Se puede reconstruir todo el texto a base
de las traducciones que se conservan. Las hay en árabe, latín y
holandés de la Edad Media. Además, entre los años 360 y 370, Efrén Siro
compuso un comentario del Diatessaron; aunque se perdió el original
siríaco de este comentario, poseemos una traducción armenia del siglo
VI. Todas estas versiones hacen pensar que el Diatessaron ejerció
notable influjo en el texto evangélico de toda la Iglesia. La traducción
latina se hizo en fecha muy temprana y representa el primer intento de
evangelio en lengua latina.
Todos
los demás escritos de Taciano se han perdido. Tres de ellos los
menciona el mismo autor en su Apología. El capítulo 15 de esta obra da a
entender que Taciano había escrito anteriormente un tratado Sobre los
animales (περί ζoων). En el capνtulo 16 dice él mismo que en otra
ocasión había compuesto un trabajo Sobre los demonios. En el capítulo 14
promete escribir un libro Contra los que han tratado de cosas divinas.
Clemente de Alejandría cita (Stromata 3,81-lss) un pasaje del tratado de
Taciano Sobre la perfección según los preceptos del Salvador. Rhodon
refiere (Eusebio, Hist. eccl. 5,13,8) que su maestro Taciano "había
preparado un libro Sobre los problemas, en el que intentó explicar lo
que estaba oscuro y oculto en las Escrituras sagradas." Eusebio afirma,
además, que Taciano ese atreve a cambiar algunas palabras del Apóstol
(Pablo), como corrigiendo su estilo" (Hist. eccl. 4,29,6).
El
retórico Milcíades nació en el Asia Menor. Fue contemporáneo de Taciano
y, probablemente, al igual que él, discípulo de Justino.
Desgraciadamente, todos sus escritos se han perdido. Tertuliano (Adv.
Valent. 5) e Hipólito (Eusebio, Hist. eccl. 5,28,4) atestiguan que
defendió el cristianismo contra los paganos y herejes. Según Eusebio
(Hist. eccl. 5,17,5), escribió una Apología de la filosofía cristiana
dirigida a los "príncipes temporales." Estos "príncipes" eran
probablemente Marco Aurelio (161-180) y su colega Lucio Vero (161-169).
Sus otras dos obras: Contra los griegos, en dos libros, y Contra los
judíos, también en dos libros, eran igualmente de carácter apologético.
El tratado que escribió contra los montañistas versaba sobre la cuestión
Que un profeta no debería hablar en éxtasis y defendía que los profetas
montañistas eran seudoprofetas. Milcíades escribió también otro tratado
antiherético contra los gnósticos valentinianos.
Claudio
Apolinar era obispo de Hierápolis, la ciudad de Papías, en tiempo de
Marco Aurelio (161-180). Eusebio refiere de él (Hist. eccl. 4,27):
"De
los escritos de Apolinar, muchos en número y larga mente difundidos,
han llegado hasta nosotros los siguientes: un discurso al citado
emperador (Marco Aurelio), cinco libros Contra los griegos (πρός
Έλληνας), dos libros Sobre la verdad (περί αληθείας), dos libros Contra
los judíos (πρός Ιουδαίους). y luego los tratados que escribió contra la
herejía de los frigios (montañistas), que habían empezado poco antes a
propagar sus innovaciones y estaban, como quien dice, empezando a
brotar, mientras Montano con sus seudo-profecías estaba dando los
primeros pasos en el error.
No
se ha conservado ninguno de los libros que menciona Eusebio. Otro tanto
ocurre con otro escrito de Apolinar, no mencionado por Eusebio, pero
conocido por el autor del Chronicon Paschale. Su titulo era Sobre la
Pascua (περί του πάσχα). Las dos citas que trae el autor del Chronicon
dan a entender que Apolinar estaba en contra del uso cuartodecímano de
la Pascua.
Atenágoras
fue contemporáneo de Taciano, pero difiere tanto de éste como de
Justino. Tenía sobre la filosofía y cultura griegas una opinión mucho
más moderada que la de Taciano. Por otro lado, muestra una habilidad
mucho mayor que Justino en el lenguaje, en el estilo, en la manera de
ordenar el material. Es, a la verdad, el más elocuente de los
apologistas cristianos primitivos. Le gusta dar citas de poetas y
filósofos y usa expresiones y frases filosóficas. Su estilo y su ritmo
revelan al autor que ha seguido cursos de retórica y que trata de imitar
a los escritores áticos. No sabemos casi nada de su vida, pues en toda
la literatura cristiana antigua sólo se le menciona una vez (METODIO, De
resurrectione 1,36,6-37,1). Th. Zahn lo identifica con el Atenágoras a
quien, al decir de Focio (Bibl. Cod. 154ss), dedicó su obra Sobre las
expresiones difíciles de Platón, el platónico Boetos. En el título de su
Súplica en favor de los cristianos se le llama "filósofo cristiano de
Atenas." Además de esta obra, compuso el tratado Sobre la resurrección
de los muertos.
Escritos.
1. Súplica en favor de los cristianos
La
Súplica en favor de los cristianos (πρεσβεία περί των χριστιανών) fue
escrita hacia el año 177 y estaba dirigida a los emperadores Marco
Aurelio Antonino y Lucio Aurelio Cómodo. Este último era hijo de Marco
Aurelio y recibió el título imperial el año 176. La Súplica está
redactada en un tono moderado y hay orden en la composición. La
introducción (c.1-3) contiene la dedicatoria y expresa su propósito con
toda claridad: "Por nuestro discurso habéis de comprender que sufrimos
sin causa y contra toda ley y razón, y os suplicamos que también sobre
nosotros pongáis alguna atención, para que cese, en fin, el degüello a
que nos someten los calumniadores." Luego Atenágoras refuta (c.4-36) las
tres acusaciones que hacían los paganos a los cristianos: ateísmo,
canibalismo e incesto edipeo.
1.
Los cristianos no son ateos. Aunque no crean en los dioses, creen en
Dios. Son monoteístas. Tendencias monoteístas se pueden descubrir
incluso en algunos de los poetas y filósofos paganos; sin embargo, nadie
pensó jamás en acusarlos de ateísmo, a pesar de que no eran capaces de
probar sus ideas con pruebas sólidas. Los cristianos, en cambio,
recibieron sobre este punto una revelación de Dios por medio de sus
profetas, que estaban inspirados por el Espíritu Santo. Además, pueden
probar su fe con argumentos racionales. El concepto cristiano de Dios es
mucho más puro y perfecto que el de todos los filósofos. Y esto lo
demuestran los cristianos no solamente con palabra, sino con obras:
"¿Quiénes (de los filósofos paganos) tienen almas tan purificadas, que
en lugar de odiar a sus enemigos los aman, en lugar de maldecir a quien
los maldijo primero — cosa naturalísima — los bendigan, y nieguen por
los que atenían contra la propia vida?... Entre nosotros, empero, fácil
es hallar a gentes sencillas, artesanos y vejezuelas, que si de palabra
no son capaces de poner de manifiesto la utilidad de su religión, lo
demuestran por las obras" (Súpl. 11). Los cristianos, por lo mismo que
son monoteístas, no son politeístas. No tienen, pues, sacrificios como
los paganos, y no creen en los dioses. Ni siquiera adoran el mundo, que
es una obra de arte superior a cualquier ídolo, sino que adoran a su
Creador.
2.
Los cristianos no son culpables de canibalismo. Les está prohibido
matar a nadie. Más aún, ni siquiera miran cuando se está perpetrando un
asesinato, al paso que los paganos encuentran en ello un placer
especial, como lo demuestran los espectáculos de gladiadores. Los
cristianos tienen mucho más respeto por la vida humana que los paganos.
De aquí que condenen la costumbre de abandonar a los niños recién
nacidos. Su fe en la resurrección del cuerpo bastaría para que se
abstuvieran de comer carne humana.
3.
La acusación de incesto edipeo es un producto del odio. La historia
prueba que la virtud ha sido perseguida siempre por el vicio. Tan lejos
están los cristianos de cometer estos crímenes, que ni siquiera permiten
un pecado de pensamiento contra la pureza. Las ideas cristianas sobre
el matrimonio y la virginidad prueban bien a las claras cuál sea su
aprecio de la castidad.
La Apología concluye (c.37) suplicando que se juzgue con justicia a los cristianos.
"Inclinad
vuestra imperial cabeza a quien ha deshecho todas las acusaciones y
demostrado, además, que somos piadosos, modestos y puros en nuestras
almas. ¿Quiénes con más justicia merecen alcanzar lo que piden que
quienes rogamos por vuestro imperio, para que lo heredéis, como es de
estricta justicia, de padre a hijo, y crezca y se acreciente, por la
sumisión de todos los hombres? Lo que también redunda en provecho
nuestro, a fin de que, llevando una vida tranquila, cumplamos
animosamente cuanto nos es mandado."
2. Sobre la resurrección de los muertos.
Al
final de la Apología (c.36), Atenágoras anuncia un discurso sobre la
resurrección. Este escrito se ha conservado bajo el título Sobre la
resurrección de los muertos (περι αναστάσεως νεκρών). En un estudio
reciente, R. M. Grant ha intentado probar que este tratado no es la obra
de Atenágoras, sino un escrito antes del año 310 que pertenece a la
literatura origenista. El códice Arethas del año 914 dice expresamente
que es obra de Atenágoras y la pone inmediatamente después de la
Apología. El tratado sobre la resurrección tiene un carácter
marcadamente filosófico y prueba la doctrina de la resurrección con
argumentos racionales. Comprende dos partes. La primera (c. l-10) trata
de Dios y la resurrección. Demuestra que la sabiduría, omnipotencia y
justicia de Dios no son obstáculos para la resurrección de los muertos,
sino que se compaginan bien con ella. La segunda parte (c.11-25) trata
de la persona humana y la resurrección. La resurrección es necesaria por
razón de la naturaleza humana, ante todo porque el ser humano fue
creado para la eternidad (c.12-13) y, en segundo lugar, porque está
compuesto de alma y cuerpo. Esta unidad, que es destruida por la muerte,
debe ser restaurada por la resurrección a fin de que el ser humano
pueda vivir para siempre (c.14-17). En tercer lugar, tanto el cuerpo
como el alma deben ser premiados, porque ambos están sujetos a la ley
moral. Sería injusto que el alma sola hiciera penitencia de las cosas
que hizo por instigación del cuerpo, como lo sería también no premiar al
cuerpo por las obras buenas realizadas con su cooperación (c.18-23). En
cuarto y último lugar, el hombre está destinado a la felicidad, que no
se puede alcanzar en esta vida, pero que tiene que darse en la otra
(c.24-25).
Aspectos de la Teología de Atenágoras.
1.
Atenágoras fue el primero que intentó una demostración científica del
monoteísmo. Con este fin trata de demostrar por vía especulativa o
racional la unidad de Dios, atestiguada por los profetas. Lo hace
estudiando las relaciones entre la existencia de Dios y el espacio:
Pues
que el Dios Hacedor de todo este universo sea desde el principio uno
solo, consideradlo del modo siguiente, a fin de que tengáis también el
razonamiento de nuestra fe. Si hubiera habido desde el principio dos o
más dioses, hubieran ciertamente tenido que estar o los dos en uno solo y
mismo lugar o cada uno aparte en su lugar. Ahora bien, es imposible que
estuvieran en uno solo y mismo lugar; porque no serían, por dioses,
iguales, sino, por increados, desiguales. En efecto, lo creado es
semejante a sus modelos; pero lo increado no es semejante a nada, pues
no ha sido hecho por nadie ni para nadie... Mas si cada uno de ellos
ocupa su propio lugar, estando el que creó el mundo más alto que todas
las cosas creadas y por encima de lo que El hizo y ordenó, ¿dónde estará
el otro de los dos? Porque si el mundo, que tiene figura esférica
perfecta, está limitado por los círculos del cielo, y el Hacedor de este
mismo mundo está más alto que todo lo creado, conservándolo todo por su
providencia, ¿qué lugar queda para el otro o para los otros dioses?
(Súpl. 8: BAC 116,657-658).
2.
Atenágoras es mucho más explícito y menos reservado que Justino al
definir la divinidad del Logos y su unidad esencial con el Padre. Evita
el subordinacionismo de los otros apologistas griegos, como se desprende
del siguiente pasaje:
Y
si por la eminencia de vuestra inteligencia se os ocurre preguntar qué
quiere decir "hijo," lo diré brevemente: El Hijo es el primer brote del
Padre, no como hecho, puesto que desde el principio, Dios, que es
inteligencia eterna, tenía en sí mismo al Verbo, siendo eternamente
racional, sino como procediendo de Dios, cuando todas las cosas
materiales eran naturaleza informe y tierra inerte y estaban mezcladas
las más gruesas con las más ligeras para ser sobre ellas idea y
operación. Y concuerda con nuestro razonamiento el Espíritu profetice:
"El Señor — dice — me crió principio de sus caminos para sus obras"
(Súpl. 10: BAC 660-661).
3. Sobre el Espíritu Santo, Atenágoras afirma:
Y
a la verdad, el mismo Espíritu Santo, que obra en los que hablan
proféticamente, decimos que procede del Padre, emanando y volviendo,
como un rayo de sol (ibid.).
4.
Uno de los mejores pasajes de la Apología es la definición ingeniosa
que da de la Trinidad. Es de una trama y desarrollo realmente
sorprendentes para la época antenicena:
Así,
pues, suficientemente queda demostrado que no somos ateos, pues
admitimos a un solo Dios... ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír
llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un
Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en
el orden? (ibid.).
5. En el mismo capítulo habla de la existencia de los ángeles:
Decimos
existir una muchedumbre de ángeles y ministros, a quienes Dios, Hacedor
y Artífice del mundo, por medio del Verbo que de El viene, distribuyó y
ordenó para que estuvieran en torno a los elementos y a los cielos y al
mundo y lo que en el mundo hay, y cuidaran de su buen orden.
6. Atenágoras es testigo de importancia para la doctrina de la inspiración:
Porque
los poetas y filósofos, aquí como en los demás, han procedido por
conjeturas, movidos, según la simpatía del soplo de Dios, cada uno por
su propia alma, a buscar si era posible hallar y comprender la verdad, y
sólo lograron entender" no hallar el ser, pues no se dignaron aprender
de Dios sobre Dios, sino de sí mismo cada uno. De ahí que cada uno
dogmatizó a su modo, no sólo acerca de Dios, sino sobre la materia, las
formas y el mundo. Nosotros, en cambio, de lo que entendemos y creemos,
tenemos por testigos a los profetas, que, movidos por el Espíritu
divino, han hablado acerca de Dios y de las cosas de Dios. Ahora bien,
vosotros mismos... diríais que es irracional adherirse a opiniones
humanas, abandonando la fe en el Espíritu de Dios, que ha movido como
instrumentos suyos, las bocas de los profetas (Súpl. 7: BAC
116,656-657).
7. Alaba la virginidad como uno de los más hermosos frutos de la moral cristiana:
Y
hasta es fácil hallar a muchos entre nosotros, hombres y mujeres, que
han llegado a la vejez célibes, con la esperanza de más íntimo trato con
Dios (Sápl. 33: BAC 116,703-704).
Estas palabras definen muy bien el objetivo de la virginidad cristiana en su aspecto positivo.
8. Sobre la idea del matrimonio dice lo siguiente en el mismo capítulo:
Como
tendamos, pues, esperanza de la vida eterna, despreciamos las cosas de
la presente y aun los placeres del alma, teniendo cada uno de nosotros
por mujer la que tomó conforme a las leyes que por nosotros han sido
establecidas, y esto con miras a la procreación de hijos. Porque al modo
que el labrador, echada la semilla en tierra, espera a la siega y no
sigue sembrando; así, para nosotros, la medida del deseo es la
procreación de los hijos (BAC 116,703).
Estas
palabras de Atenágoras indican claramente que la procreación es el
primero y último fin del matrimonio. Igualmente, en otro lugar, muestra
la lucha que el cristianismo primitivo hubo de sostener para defender el
derecho a la vida de las criaturas humanas antes de nacer. Cuando los
paganos acusaban a los cristianos de cometer crímenes en sus funciones
de culto, Atenágoras les replicó de la siguiente forma:
Nosotros
afirmamos que los que intentan el aborto cometen un homicidio y tendrán
que dar cuenta a Dios de él; entonces, ¿por qué razón habíamos de matar
a nadie? Porque no se puede pensar a la vez que lo que lleva la mujer
en el vientre es un ser viviente y objeto, por ende, de la providencia
de Dios, y matar luego al que ya ha avanzado en la vida; no exponer lo
nacido, por creer que exponer a los hijos equivale a matarlos, y quitar
la vida a lo que ha sido ya creado. No, nosotros somos en todo y siempre
iguales y acordes con nosotros mismos, pues servimos a la razón y no la
violentamos (Súpl. 35: BAC 116,706).
Es
cosa muy digna de notarse que aquí Atenágoras se refiere al feto como a
un ser creado, cuando, según el Derecho romano de aquel tiempo, no era
un ser en absoluto y no se le reconocía derecho a la existencia.
9.
Atenágoras está tan convencido de la indisolubilidad del matrimonio,
que, para él, ni siquiera la muerte puede disolver el vínculo
matrimonial. Hasta llega a afirmar que las segundas nupcias son "un
adulterio decente":
O
permanecer cual se nació, o no contraer más que un matrimonio, pues el
segundo es un decente adulterio... Porque quien se separa de su primera
mujer, aun cuando haya muerto, es un adúltero disimulado, transgrediendo
la mano de Dios, pues en el principio formó Dios a un solo varón y a
una sola mujer (Súpl. 33: BAC 116,704).
Según
Eusebio (Hist. eccl. 4,20), Teófilo fue el sexto obispo de Antioquía de
Siria. De sus escritos se deduce claramente que nació cerca del
Eufrates, de familia paparía, y que recibió educación helenística. Se
convirtió al cristianismo siendo de edad madura, tras larcas reflexiones
y después de un estudio concienzudo de las Escrituras. Relata su
conversión de esta manera:
No
seas, pues, incrédulo, sino cree. Porque tampoco yo en otro tiempo
creía que ello hubiera de ser; mas ahora, tras haberlo bien considerado,
lo creo, y porque juntamente leí las sagradas Escrituras de los santos
profetas, quienes, inspirados por el Espíritu de Dios, predijeron lo
pasado tal como pasó, lo presente tal como sucede y lo por venir tal
como se cumplirá. Teniendo, pues, la prueba de las cosas sucedidas
después de haber sido predichas, no soy incrédulo, sino que creo y
obedezco a Dios (I 14: BAC 116,781).
Escritos.
1.
De sus obras se han conservado únicamente los tres libros Ad Autolycum.
Debió de componerlos poco después del año 180, porque el libro tercero
da una cronología de la historia del mundo que llega hasta la muerte de
Marco Aurelio (17 de marzo de 180). El autor defiende el cristianismo
contra las objeciones de su amigo Autólico. En el primer libro habla de
la esencia de Dios, a quien sólo pueden ver los ojos del alma:
Dios,
en efecto, es visto por quienes son capaces de mirarle, si tienen
abiertos los ojos del alma. Porque, sí. todos tienen ojos; pero hay
quienes los tienen obscurecidos y no ven la luz del sol. A sí mismos y a
sus ojos deben echar los ciegos la culpa... Como un espejo brillante,
así de pura debe tener su alma el hombre. Apenas el orín toma al espejo,
ya no puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el
pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios (1,2: BAC
116.769).
El
primer libro trata, además, de las contradicciones internas de la
idolatría y de la diferencia que hay entre el honor tributado al
emperador y la adoración debida a Dios:
Por
ello, más bien honraría yo al emperador, si bien no adorándole, sino
rogando por él. Adorar, sólo adoro al Dios real y verdaderamente Dios,
pues sé que el emperador ha sido creado por El (1,11: BAC 116,778).
Al
final del libro, Teófilo trata del sentido e importancia del nombre
cristiano, objeto de burla por parte de su adversario. Tras una
explicación sobre la fe en la resurrección, termina con estas palabras:
Pues me replicaste, ¡oh amigo!: "Muéstrame tu Dios"; éste es mi Dios y te aconsejo que le temas y creas (1,14: BAC 116,782).
El
segundo libro opone las enseñanzas de los profetas, inspirados por el
Espíritu Santo, a la necedad de la religión pagana y a las doctrinas
contradictorias de los poetas griegos, como Hornero y Hesíodo, en lo que
atañe a Dios y al origen del mundo. El relato del Génesis sobre la
creación del mundo y del hombre, el paraíso y la caída, lo analiza con
detalle y lo interpreta alegóricamente. Al final, el autor cita algunas
instrucciones de los profetas sobre la manera recta de honrar a Dios y
encauzar la vida. Es interesante advertir que, entre estas
instrucciones, Teófilo no duda en aducir también la autoridad de la
Sibila. De esta manera nos ha conservado dos largos fragmentos de sus
oráculos, que no se hallan en ningún otro manuscrito de los Oracula
Sibyllina. Estos dos fragmentos constan de ochenta y cuatro versos, y
ensalzan en términos sublimes la fe en un solo Dios.
El
libro III demuestra la superioridad del cristianismo desde el punto de
vista moral. Refuta las calumnias de los paganos y las acusaciones de
inmoralidad hechas contra los cristianos. Prueba, por otra parte, la
inmoralidad de la religión pagana fundándose en la maldad que atribuyen a
los dioses los escritores paganos. Finalmente, para demostrar que la
doctrina cristiana es más antigua que todas las demás religiones,
Teófilo echa mano de una cronología del mundo y prueba que Moisés y los
profetas son más antiguos que todos los filósofos.
2.
Escritos perdidos. Aparte los tres libros Ad Autolycum, Teófilo
compuso, según Eusebio (Hist. eccl. 4,24), un tratado Contra la herejía
de Hermógenes, una obra Contra Marción y "algunos escritos
catequéticos." Jerónimo (De vir. ill. 25) menciona, además de los
tratados catequéticos, dos obras más de Teófilo, los Comentarios al
Evangelio y Sobre los Proverbios de Salomón. En otro lugar (Ep.
121,6,15) habla Jerónimo de una concordancia evangélica. Teófilo mismo
se refiere a veces a una obra περί Ιστορίων que compuso antes de
escribir su Catado Ad Autolycum. De sus palabras se desprende que era
una historia de la humanidad, pues dice (2,30):
"A
los que quieran conocer todas las demás generaciones, fácil es
mostrárselas por las santas Escrituras. Porque, como arriba hemos
indicado, en parte ya hemos tratado nosotros de ello, de la formación de
las genealogías, en otra obra, en el libro primero Sobre las
historias."
A
excepción de los tres libros Ad Autolycum, todos sus escritos se han
perdido. Ha habido algunos intentos de reconstruirlos, pero hasta ahora
han fracasado. Zahn creyó haber descubierto el Comentario a los
evangelios en un comentario latino de los cuatro evangelios publicado
por M. de la Bigne bajo el nombre de Teófilo en la Bibliotheca SS.
Patrum (París 1575) 5,169-192. Pero se ha averiguado que este comentario
no es más que una compilación de Cipriano, Ambrosio, del Pseudo-Arnobio
el Joven y Agustín, compuesta hacia fines del siglo V. Igualmente
fracasó Loofs cuando intentó probar que el tratado de Teófilo Contra
Marción podía reconstruirse en parte a base del Adversus haereses de
Ireneo. Aunque Teófilo diga de sí mismo "que no estaba formado en el
arte de hablar," muestra conocer bien la retórica. Escribe, es verdad,
de una manera fácil y graciosa, llena de vida y de vigor; pero también
está familiarizado con los artificios de la retórica, como la antítesis y
la anáfora. Hace particularmente atractiva su obra la abundancia de
acertadas metáforas. Se muestra muy versado en literatura y filosofía
contemporáneas, lo que significa que tuvo una educación muy completa y
poseía vastos conocimientos. Aunque, en conjunto, dependa de las mismas
fuentes que los demás apologistas griegos, recurre a los escritos del
Nuevo Testamento mucho más que ellos. A su juicio, los evangelistas
estuvieron menos inspirados que los profetas del Antiguo Testamento:
"Además, se ve que están de acuerdo los profetas y los evangelistas,
pues todos, portadores de espíritu, hablaron por el solo Espíritu de
Dios" (3,12). Para él, los evangelios son la "palabra santa," e
introduce constantemente las epístolas de San Pablo con estas palabras:
"La divina palabra nos enseña, διδάσκει ημάς ό θειος λόγος” (3,14).
A
San Juan le nombra explícitamente entre los hombres portadores del
Espíritu: "De ahí que nos enseñan las santas Escrituras y todos los
inspirados por el Espíritu, de entre los cuales Juan dice: En el
principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios" (2,22). Teófilo es,
pues, el primer escritor que enseña claramente la inspiración del Nuevo
Testamento.
Aspectos de la Teología de Teófilo.
1.
Teófilo es asimismo el primero que usó la palabra Τριας (trinitas) para
expresar la unión de las tres divinas personas en Dios. En los tres
primeros días que preceden a la creación del sol y de la luna, ve
imágenes de la Trinidad:
Los
tres días que preceden a la creación de los luminares son símbolo de la
Trinidad, de Dios, de su Verbo y de su Sabiduría (2,15).
2.
Teófilo es el primer autor cristiano que distingue entre el Logos
ένδιάθετος y el Logos προφορικός, el Verbo interno o inmanente en Dios y
el Verbo emitido o proferido por Dios. Sobre el origen del Logos
declara:
Teniendo,
pues. Dios a su Verbo inmanente en sus propias entrañas, le engendró
con su propia sabiduría, emitiéndole antes de todas las cosas. A este
Verbo tuvo El por ministro de su creación y por su medio hizo todas las
cosas (2,10: BAC 116,796).
Este Logos habló a Adán en el Paraíso:
Dios,
sí, el Padre del universo, es inmenso y no se halla limitado a un
lugar, pues no hay lugar de su descanso; mas su Verbo, por el que hizo
todas las cosas, como potencia y sabiduría suya que es. tomando la
figura del Padre y Señor del universo, ése fue el que se presentó en el
jardín en figura de Dios y conversaba con Adán. Y, en efecto, la misma
divina Escritura nos enseña que Adán dijo haber oído su voz. Y esa voz,
¿qué otra cosa es sino el Verbo de Dios, que es también hijo suyo? Hijo,
no al modo que poetas y mitógrafos dicen que nacen hijos de los dioses
por unión carnal, sino como la verdad explica que el Verbo de Dios está
siempre inmanente en el corazón de Dios. Porque antes de crear nada, a
éste tenía por consejero, como mente y pensamiento suyo que era. Y
cuando Dios quiso hacer cuanto había deliberado, engendró a este Verbo
proferido (προφορικόν) como primogénito de toda creación, no vaciándose
de su Verbo, sino engendrando al Verbo y conversando siempre con él
(2,22: BAC 116,813).
3.
Como Justino (Dial. 5) e Ireneo (Adv. haer. 4,4,3), Teófilo considera
la inmortalidad del alma no como algo inherente a su naturaleza, sino
como recompensa a la observancia de los mandamientos de Dios. El alma
humana de suyo no es ni mortal ni inmortal, pero es capaz de mortalidad e
inmortalidad:
¿No
fue el hombre creado mortal por naturaleza? De ninguna manera. ¿Luego
fue creado inmortal? Tampoco decimos eso. Pero se nos dirá: ¿Luego no
fue nada? Tampoco decimos eso. Lo que afirmamos, pues, es que naturaleza
no fue hecho ni mortal ni inmortal. Porque, si desde el principio le
hubiera creado inmortal, le hubiera hecho dios; y, a la vez, si le
hubiera creado mortal, hubiera parecido ser Dios la causa de su muerte,
negó no le hizo ni mortal ni inmortal, sino, como anteriormente dijimos,
capaz de lo uno y de lo otro. Y así, la persona humana se inclinaba a
la inmortalidad, guardando mandamiento de Dios, recibiría de Dios como
galardón la inmortalidad y llegaría a ser dios; mas si se volvía a las
cosas de la muerte, desobedeciendo a Dios, él sería para sí mismo la
causa de su muerte. Porque Dios hizo al ser humano libre y señor de sus
actos (2,27: BAC 116,818).
Melitón,
obispo de Sardes, en Lidia, es una de las figuras más venerables del
siglo II. En su carta al papa Víctor (189-199), Polícrates de Efeso le
nombra entre los "grandes luminares" del Asia que gozan ya del descanso
eterno. Le llama "Melitón, el eunuco (célibe), que vivió enteramente en
el Espíritu Santo, que yace en Sardes, aguardando la visita del cielo
cuando resucite de entre los muertos" (Eusebio, Hist. eccl. 5,24,5).
Poco más sabemos de su vida. Melitón escribió mucho sobre los temas más
variados, en el transcurso de la segunda mitad del siglo II.
1.
Hacia el año 170 dirigió una apología en favor de los cristianos al
emperador Marco Aurelio. Subsisten tan sólo unos pocos fragmentos
conservados por Eusebio y en el Chronicon Paschale. Entre estos
fragmentos se encuentran unas frases que son importantes para conocer
cómo enfocaba Melitón la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y
el Estado. Es el primero en abogar en favor de la solidaridad del
cristianismo con el Imperio. El imperio universal y la religión
cristiana son hermanos de leche; forman, si vale la frase, como una
pareja. Además, la religión cristiana representa para el Imperio una
bendición y prosperidad.
En
efecto, nuestra filosofía floreció primeramente entre los bárbaros y se
extendió entre tus gentes bajo el glorioso imperio de tu antecesor
Augusto y se ha convertido en una cosa de buen agüero. Porque desde
entonces el poder de Roma ha aumentado en extensión y en esplendor. Tú
eres ahora su sucesor deseado y seguirás siéndolo junto con tu hijo, si
defiendes la filosofía que creció con el Imperio y empezó con Augusto.
Tus antepasados la honraron también junto a las demás religiones. La
prueba más convincente de su bondad es que el florecimiento de nuestra
doctrina ha coincidido con el feliz principio del Imperio y que a partir
del reinado de Augusto no ha ocurrido nada malo, antes bien todo ha
sido brillante y glorioso de acuerdo con las oraciones de todos
(Eusebio, Hist. eccl. 4,26,7-8).
2.
De esta Apología, como de todas sus demás obras, no teníamos hasta hace
poco sino pequeños fragmentos, o tan sólo el título, conservados por
Eusebio (Hist. eccl. 4,26,2) y por Atanasio el Sinaíta (Viae dux 12,13).
Por eso mismo cobra mayor interés un hallazgo reciente. Campbell Bonner
descubrió y publicó una Homilía sobre la Pasión de Melitón casi
completa. Aunque Eusebio no la mencione en su catálogo, se conocía el
título de esta homilía, citado por Anastasio el Sinaíta en el siglo VII.
Existían fragmentos sin identificar en siríaco, copto y griego. La
Homilía ocupa la última parte de un manuscrito en papiro del siglo IV,
que contiene los últimos capítulos de Enoc. Ocho hojas de este códice
pertenecen a la colección Mr. A Chester Beatty y del British Museum, y
seis a la Universidad de Michigán. Como lo indica el mismo título το
πάθο, el sermσn recientemente descubierto trata de la pasión del Señor.
Las primeras palabras hacen pensar en un sermón pronunciado en la misa
después de una lectura del Antiguo Testamento. El asunto de esta homilía
encaja tan perfectamente en la Semana Santa, que Bonner la llama
"sermón de Viernes Santo." Como Melitón seguía la práctica
cuartodecimana, para él ese día era la fiesta pascual. La homilía
parafrasea la historia del Éxodo y especialmente la institución de la
Pascua hebrea, presentándolos como tipo de la obra redentora de Cristo. A
ambos los llama μυστήρια en el sentido de acciones que tienen un efecto
sobrenatural que trasciende su marco histórico. El Éxodo y la Pascua
fueron el tipo de lo que sucedió después en la muerte y resurrección de
Jesús. La pasión y muerte de Jesús garantizan a los cristianos la
emancipación del pecado y de la muerte, exactamente como el cordero
pascual inmolado aseguró la huida de los hebreos. Los cristianos, lo
mismo que los hebreos, han recibido un sello en señal de su liberación.
Pero los judíos, como lo anunciaban las profecías, rechazaron al Señor y
lo mataron, y, aunque su muerte estaba predicha, su responsabilidad fue
voluntariamente aceptada. Ellos están perdidos, pero los fieles a los
que Cristo predicó en los infiernos, al igual que los que están sobre la
tierra, participan del triunfo de la resurrección.
El
lenguaje de este sermón revela una predilección por las palabras raras y
por los artificios estilísticos. El estilo es artificiales y afectado
en extremo, abundando las anáforas y las antítesis. Se explica que
Tertuliano, hablando de Melitón, dijera: elegans et declamatorium
ingenium (JERÓNIMO, De vir. ill. 24).
P.
Nautin no admite, con C. Bonner, la autenticidad de esta homilía. Le
asigna un origen más reciente. Sin embargo, la ausencia total de un
vocabulario propiamente filosófico en la discusión de las cuestiones
cristológicas es impresionante y hace poco probable una composición
tardía. E. Peterson ha demostrado que este texto ha sido utilizado en el
Adversus iudaeos, escrito del siglo III, probablemente, y atribuido sin
fundamento a San Cipriano.
1. Cristología.
a)
El concepto de la divinidad y de la preexistencia de Cristo domina toda
la teología de Melitón. Le llama θεός, λόγος, πατήρ, Υιός, ό πρωτότοκος
του Θεού, δεσπότης, ό βασιλευς Ισραήλ, υμών βασιλεύς. El tνtulo de
"Padre" aplicado a Cristo es inusitado. Aparece en un importante pasaje
donde se describen las diversas funciones de Cristo:
Porque,
nacido como Hijo, conducido como cordero, sacrificado como una oveja,
enterrado como un hombre, resucitó de los muertos como Dios, siendo por
naturaleza Dios y hombre. El es todo: por cuanto juzga, es Ley; en
cuanto enseña, Verbo; en cuanto salva, Gracia; en cuanto que engendra,
Padre; en cuanto que es engendrado, Hijo; en cuanto que sufre, oveja
sacrificial; en cuanto que es sepultado, Hombre; en cuanto que resucita,
Dios. Este es Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos de
los siglos (8-10).
Esta
completa identificación de Cristo con la misma Divinidad podría
interpretarse a favor del modalismo monarquiano de un período posterior.
De ser éste el caso, se explicaría mejor el olvido y la desaparición
ulterior de las obras de Melitón.
b) Por otro lado, Melitón no puede ser más claro cuando habla de la Encarnación:
Este
es el que se hizo carne en una virgen, cuyos (huesos) no fueron
quebrados sobre el madero, quien en la tumba no se convirtió en polvo,
quien resucitó de entre los muertos y levantó al hombre desde las
profundidades de la tumba hasta las alturas de los cielos. Este es el
cordero que fue inmolado, éste es el cordero que permanecía mudo, éste
es el que nació de María, la blanca oveja (70-71).
El autor llama asimismo a Cristo Υιον Θεου [σαρκωθέντα] δια παρθένου Μαρίας (66).
c) Se afirma la preexistencia de Cristo en forma de alabanzas himnológicas; por ejemplo, en el siguiente pasaje:
Este es el primogénito de Dios
que fue engendrado antes que el lucero matutino,
que hizo levantarse a la luz,
que hizo brillar al día,
que separó las tinieblas,
que puso la primera base,
que suspendió la tierra en su lugar,
que secó los abismos,
que extendió el firmamento,
que puso orden en el mundo (82).
d) La misión de Cristo fue rescatar al ser humano del pecado (54.103), de la muerte (102.103) y del diablo (67.68.102).
e)
La descripción que Melitón hace del descenso de Cristo al Hades da pie
para suponer que quizá incluyó en su sermón parte de un antiguo himno
litúrgico:
Y
El resucitó de entre los muertos y os gritó: "¿Quién es el que lucha
contra mí? Que se presente delante d mí. Yo di libertad a los condenados
e hice revivir a los muertos, yo suscité a los que estaban enterrados.
¿Quién es el que levanta su voz contra mí? Yo — sigue diciendo — soy el
Cristo, yo soy el que destruí la muerte y triunfé sobre mis enemigos, y
aplasté al Hades, y até al fuerte, y conduje al hombre hasta las alturas
de los cielos; Yo — dice — el Cristo (101-102).
2. Doctrina del pecado original.
Melitón la expresa claramente:
El
pecado imprime su sello en cada alma y a todas por igual las destina a
la muerte. Deben morir. Toda carne cayó bajo el poder del pecado, todos
bajo el poder de la muerte (54-55).
3. La Iglesia.
A la Iglesia la llama "el depósito de la verdad," άποδοχεϊον (40).
Además de la Apología y del sermón recientemente descubierto, Melitón fue autor de los siguientes escritos:
1. Dos libros Sobre la Pascua, en los que defiende el llamado uso cuartodecimano (compuestos hacia el 166-167).
2. Un tratado Sobre la vida cristiana y los profetas, de probable carácter antimontanista.
3. Sobre la Iglesia.
4. Sobre el día del Señor.
5. Sobre la fe del hombre.
6. De la creación.
7. Sobre la obediencia de la fe.
8. De los sentidos.
9. Sobre el alma y el cuerpo.
10. De la hospitalidad.
11. Sobre el bautismo.
12. Sobre la verdad.
13. De la fe y el nacimiento de Cristo.
14. De la profecía.
15. La Llave.
16. Sobre el Diablo.
17. Sobre el Apocalipsis de San Juan.
18. Del Dios encarnado.
19.Seis
libros de Extractos de la Ley y de los profetas sobre nuestro Salvador y
de toda nuestra fe. El prefacio de esta obra nos lo ha conservado
Eusebio (Hist. eccl. 4,26,13-14). Contiene la lista más antigua de las
Escrituras canónicas del Antiguo Testamento.
20. Sobre la encarnación de Cristo.
Por
todos estos títulos de obras desaparecidas se echa de ver que Melitón
trató con espíritu amplio muchas cuestiones prácticas y teológicas de su
tiempo. O. Perler atribuye también a Melitón un himno para la Noche
Pascual, encontrado recientemente en el Papiro Bodmer XII.
Escritos no auténticos.
1.
Un manuscrito siríaco del British Museum (Add. 14658) contiene una
apología bajo el nombre de Melitón, que, sin embargo, no es suya. El
texto muestra que su autor conocía bien las apologías de Arístides y de
Justino. Parece que se trata de un escrito siriaco, no de una traducción
del griego. Probablemente fue compuesta durante el reinado de
Caracalla.
2.
Existe también otro escrito, en una versión latina del siglo V, que fue
falsamente atribuido a Melitón. Su título es De transitu, Beatae
Virginis Mariae (ή κοίμηση της Θεοτόκου).
Hay
indicios de que esta narración apócrifa de la muerte y asunción de la
Virgen no es anterior al siglo IV. Es la contrapartida de los evangelios
de la infancia. El texto se ha conservado en varias revisiones griegas y
en cierto número de traducciones. En el curso de los últimos años, este
apócrifo ha sido objeto de estudio preferente y ha sido utilizado por
la literatura provocada por la definición solemne del dogma de la
Asunción por el papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950.
3.
Otra obra no auténtica es la Clavis Scripturae, glosario bíblico,
compilado a base de las obras de Agustín, Gregorio Magno y de otros
escritores latinos. Fue editado por el cardenal Pitra en los Analecta
Sacra, vol.2 (1884).
La
Epístola a Diogneto es una apología del cristianismo compuesta en forma
de carta dirigida a Diogneto, eminente personalidad pagana. No se sabe
nada más ni del autor ni del destinatario. H. Lietzmann cree que
Diogneto podría ser el tutor de Marco Aurelio. La fecha de composición
está todavía sujeta a conjeturas. El contenido de la carta ofrece muchos
puntos comunes con los escritos de Arístides. No parece, sin embargo,
que haya dependencia directa. El autor usó también las obras de San
Ireneo. Por otra parte, el capítulo 7,1 al 5 recuerda mucho al
Philosophumena 10,33 de Hipólito, y capítulos 11 y 12 no son más que una
reproducción de la conclusión de esta obra. Por eso N. Bonwetsch y R.
H. Connolly creyeron que el autor de la epístola fue Hipólito. De ser
esta suposición verdadera, la carta sería de principios del siglo III.
En favor de esta fecha está también la observación que hace el autor en
su obra de que el cristianismo se halla ya extendido por todo el mundo.
Recientemente
se ha lanzado una nueva hipótesis sobre el autor de esta epístola. O.
Andriessen cree que fue Cuadrato quien la compuso y que la carta no es
más que la apología perdida de este autor. Bien es verdad que en la
Epístola a Diogneto no se encuentra la única frase de la apología de
Cuadrato citada por Eusebio (Hist. eccl. 4,3,2), pero entre los versos 6
y 7 del capítulo 7 existe una laguna, en la cual el fragmentó en
cuestión encajaría perfectamente. Por otra parte, lo que sabemos de
Cuadrato por Eusebio, Jerónimo, Focio, por el martirologio de Beda y por
la carta apócrifa de Santiago dirigida a él, concuerda con el contenido
de la Epístola a Diogneto. La impresión que acerca del autor se saca de
la lectura de la epístola coincide con lo que sabemos del apologista
Cuadrato por la tradición, o sea: que fue discípulo de los Apóstoles,
que escribió en estilo clásico y que no solamente luchó contra el
paganismo, sino también contra el judaísmo. Sabemos, además, por Eusebio
que Cuadrato dirigió su apología a Adriano, y los datos que nos
proporciona la obra sobre su destinatario, Diogneto, convendrían
perfectamente a este emperador. Finalmente, si suponemos que Cuadrato es
el autor de la Epístola a Diogneto, la cuestión de la autenticidad de
los dos últimos capítulos (11-12), que forman como el epílogo, hay que
plantearla de muy diferente manera. El autor de este epílogo se llama a
sí mismo discípulo de los Apóstoles y maestro de los paganos. P.
Andriessen es del parecer de que no hay otro autor eclesiástico a quien
esto pueda aplicársele mejor. Sin embargo, queda en pie la cuestión de
la diferencia de estilo entre el cuerpo de la epístola y los dos últimos
capítulos. H. I. Marrou cree que el autor verdadero de la Epístola a
Diogneto es Panteno de Alejandría.
Por
desgracia, no queda ni un solo manuscrito de la carta. El único que
había fue destruido durante la guerra franco-prusiana en el incendio de
la biblioteca de Estrasburgo. Este manuscrito, que era del siglo XIII o
XIV. había pertenecido antes a la biblioteca del monasterio alsaciano de
Maursmuenster. La epístola se encontraba entre las obras de Justino
Mártir. Todas las ediciones se basan en este manuscrito.
La
epístola fue escrita a reherimientos de Diogneto, que pedía a su amigo
cristiano le informara acerca de su religión. Las preguntas de Diogneto
pueden deducirse de la introducción de la carta:
Pues
veo, excelentísimo Diogneto, tu extraordinario interés por conocer la
religión de los cristianos y que muy puntual y cuidadosamente has
preguntado sobre ella: primero, qué Dios es ese en que confían y qué
género de culto le tributan para que así desdeñen todos ellos el mundo y
desprecien la muerte, sin que, por una parte, crean en los dioses que
los griegos tienen por tales y, por otra, no observen tampoco la
superstición de los judíos; y luego, qué amor es ese que se tienen unos a
otros; y por qué, finalmente, apareció justamente ahora y no antes en
el mundo esta nueva raza, o nuevo género de vida (BAC 65,845).
Luego
el autor (c.2,4) pinta en términos brillantes la superioridad del
cristianismo sobre la necia idolatría de los paganos y sobre el
formalismo externo del culto de los judíos. En esta crítica de las
religiones judía y pagana emplea argumentos que se hallan ya en los
escritos de los apologistas griegos. Lo mejor de la carta es la
descripción que hace el autor de la vida sobrenatural de los cristianos
(c.5-6):
Los
cristianos, en electo, no se distinguen de los demás hombres ni por su
tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan
ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un
género de vida aparte de los demás. A la verdad, esta doctrina no ha
sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres
curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que,
habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno
le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los
usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar
conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente. Habitan sus
propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como
ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es
para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. Se casan como todos;
como todos, engendran lujos, pero no exponen los que nacen. Ponen mesa
común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne.
Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo.
Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las
leyes. A todos aman y de todos son perseguidos. Se los desconoce y se
los condena. Se los mata y en ello se les da la vida. Son pobres y
enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados y
en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los
declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se les injuria y ellos
dan honra. Hacen bien y se los castiga como malhechores; castigados de
muerte, se alegran como si se les diera la vida. Por los judíos se los
combate como a extranjeros; por los griegos son perseguidos, y, sin
embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su
odio.
(6)
Mas, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son
los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los
miembros del cuerpo, y cristianos hay por todas las ciudades del mundo.
Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los
cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible
está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; así los cristianos son
conocidos como quienes viven en el mundo, pero su religión sigue siendo
invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido
agravio alguno de ella, porque no le deja gozar de los placeres; a los
cristianos les aborrece el mundo, sin haber recibido agravio de ellos,
porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros
que la aborrecen, y los cristianos aman también a los que los odian. El
alma está encerrada en el cuerpo, pero ella es la que mantiene unido al
cuerpo; así los cristianos están detenidos en el mundo como en una
cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma
inmortal habita en una tienda mortal; así los cristianos viven de paso
en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos.
El alma, maltratada en comidas y bebidas, se mejora; lo mismo los
cristianos, castigados de muerte cada día, se multiplican más y más. Tal
el puesto que Dios les señaló y no les es lícito desertar de él (BAC
65,850-852).
Los
capítulos 7 y 8 contienen una breve instrucción sobre el origen divino
de la fe cristiana, que fue revelada por el Hijo de Dios con el
propósito de manifestar la esencia de Dios. El Reino tardó tanto en
aparecer sobre la tierra, porque Dios quiso mostrar a la humanidad su
impotencia y la necesidad que tenía de la redención (c.9). A modo de
conclusión, el autor exhorta a Diogneto a aceptar la doctrina cristiana
(c.10). Esta epístola merece que se la coloque entre las obras más
brillantes y hermosas de la literatura cristiana griega. El autor es un
maestro en retórica; el ritmo de sus frases está lleno de encanto y
graciosamente balanceado; su estilo es limpio. El contenido revela a un
hombre de fe ardiente y vastos conocimientos, un espíritu totalmente
imbuido de los principios del cristianismo. Su lenguaje rebosa vitalidad
y entusiasmo.
Debemos
mencionar aquí todavía otra obra de carácter apologético: la Sátira
sobre los filósofos profanos, Διασυρμός των φιλοσόφων, de un tal
Hermias. A lo largo de los diez capítulos de su libro, Hermias trata de
probar con sarcasmos la nulidad de la filosofía pagana, mostrando las
contradicciones que encierran sus enseñanzas sobre la esencia de Dios,
el mundo y el alma. Hasta el presente nada se sabe de la persona del
autor. Sería un error imaginarse que se trata de un filósofo de
profesión. Sus conocimientos de filosofía no los ha adquirido en un
estudio profundo de los antiguos filósofos, sino que los toma de los
manuales de filosofía. Su obra es ante todo satírica, no didáctica. No
se menciona esta sátira en ninguna parte de la literatura cristiana
antigua. Es imposible, por tanto, establecer la fecha de composición,
sobre todo no presentando el mismo texto, como no presenta, ningún
indicio que pueda ayudar en la empresa. Las opiniones oscilan entre el
200 y el 600; a juzgar, no obstante, por la evidencia interna, parece
más probable el siglo III. Quedan dieciséis manuscritos del tratado,
pero todos ellos posteriores al siglo XV, a excepción del Codex Patmius
202, que es del siglo X.
El
cristianismo tuvo que defenderse contra dos enemigos exteriores: el
judaísmo y el paganismo, y, a la par, contra dos enemigos interiores: el
gnosticismo y el montañismo. Aunque estos últimos tenían como punto de
partida el cristianismo, eran de carácter totalmente distinto. Mientras
los gnósticos eran partidarios de un cristianismo adaptado al mundo, los
montanistas predicaban la renuncia total del mismo. Los gnósticos
trataban de crear un cristianismo que, ajustándose a la cultura de su
tiempo, absorbiera los mitos religiosos del Oriente y atribuyera a la
filosofía religiosa de los griegos un papel predominante, de suerte que
no quedara más que un espacio reducido para la revelación como
fundamento de la ciencia teológica, para la fe y para el evangelio de
Cristo. En cambio, los montañistas, que esperaban de un momento a otro
la destrucción del mundo, proponían como único ideal cristiano, al que
todos los fieles debían aspirar, una vida religiosa en retiro y en total
alejamiento del mundo y de sus placeres. Ambas sectas organizaron una
propaganda muy eficaz y ganaron adeptos en las comunidades cristianas.
La Iglesia, por consiguiente, sufrió una doble crisis. El gnosticismo
amenazaba su fundamento espiritual y su carácter religioso: el
montañismo ponía en peligro su misión y carácter universales. De estos
dos enemigos, el gnosticismo era, con mucho, el más peligroso.
Los
orígenes del gnosticismo hay que buscarlos en los tiempos
precristianos. Investigaciones recientes han demostrado que desde que
Alejandro Magno inauguró el período helenístico con sus conquistas
triunfales en Oriente (334-324 a.C.), se había ido desarrollando esta
extraña mezcla de religión oriental y filosofía griega, que llamamos
gnosticismo. De las religiones orientales, el gnosticismo heredó su fe
en un dualismo absoluto entre Dios y el mundo, entre el alma y el
cuerpo; su teoría del origen del bien y del mal de dos principios y
substancias fundamentalmente diferentes, y el anhelo de la redención y
de la inmortalidad. De la filosofía griega, el gnosticismo recibió su
elemento especulativo. Así, las especulaciones sobre los mediadores
entre Dios y el mundo las tomó del neoplatonismo; el neopitagorismo le
legó esa especie de misticismo naturalista; y aprendió del neoestoicismo
el valor del individuo y el sentido del deber moral.
Simón Mago.
El
último representante del gnosticismo precristiano fue Simón Mago,
contemporáneo de los Apóstoles. Cuando el día-cono Felipe se fue a
Samaria, Simón Mago era allí muy conocido y tenía muchos secuaces. Los
Hechos de los Apóstoles refieren (8,9-24) que le llamaban "el poder de
Dios," "el grande." Su nombre aparece junto al de Cerinto, como
representante de la herejía gnóstica, en la introducción de la llamada
Epístola Apostolorum (cf. supra p.149s). Justino afirma que había nacido
en Gitton, Samaria, y que llegó a Roma durante el reinado del emperador
Claudio, donde fue venerado como un dios. Hipólito de Roma le atribuye
(Phil. 6.7-20) la obra que tiene por título La gran Revelación. Parece
que contenía una interpretación alegórica de la narración mosaica de la
creación, lo cual hace suponer la influencia de la filosofía religiosa
de Alejandría. Es, con todo, muy dudoso que este escrito, del que restan
tan sólo poco fragmentos, fuera compuesto por Simón Mago.
Dositeo y Menandro.
En
la literatura cristiana antigua se mencionan dos samaritanos más como
gnósticos. Los dos están relacionados con Simón Mago; Dositeo es su
maestro, y Menandro, su discípulo. Al decir de las Pseudoclementinas,
Dositeo fue el fundador de una escuela en Samaria. Según cuenta
Orígenes, trató de convencer a los samaritanos de que él era el mesías
predicho por Moisés. Menandro nació en Caparatea de Samaria, como afirma
Justino. Según Ireneo, decía a sus seguidores que había sido enviado
por las potencias invisibles como redentor para la salvación de la
humanidad. Discípulo de Simón Mago, fue el maestro de Satornil y
Basílides. Es, pues, el eslabón entre el gnosticismo precristiano y el
gnosticismo cristiano.
Cuando
el cristianismo entró en las grandes ciudades de Oriente, se
convirtieron a la nueva religión muchos hombres de esmerada educación.
Entre ellos figuraban algunos que habían pertenecido a las sectas
gnósticas precristianas. En vez de renunciar a sus antiguas creencias,
no hicieron más que añadir las nuevas doctrinas cristianas a sus ideas
gnósticas. El gnosticismo cristiano había nacido. El gnosticismo
precristiano difiere del gnosticismo cristiano en que la persona de
Jesús no figura para nada en sus sistemas. En el gnosticismo cristiano,
por el contrarío, la afirmación de un solo Dios, Padre de Jesucristo, el
Redentor, es una de las doctrinas fundamentales. Los fundadores de las
diferentes sectas gnósticas cristianas trataron de elevar el
cristianismo del nivel de la fe al de la ciencia, procurándole de esta
manera derecho de ciudadanía en el mundo helenístico.
La
producción literaria del gnosticismo fue enorme, sobre todo en el siglo
II. La primera literatura teológica cristiana y la primera poesía
cristiana fueron obra de los gnósticos. Gran parte de esta producción
literaria es anónima. Forman parte de ese grupo muchos evangelios
apócrifos, epístolas y hechos apócrifos de los Apóstoles y apocalipsis
apócrifos (cf. supra p.110s). Esta propaganda hizo estragos por el
carácter popular de su contenido.
La
literatura gnóstica comprende principalmente tratados teológicos,
compuestos por los mismos fundadores de las diferentes sectas y por sus
discípulos. Hasta hace poco se creía perdida la mayor parte de esta
literatura. En 1945 se descubrió en el Egipto Superior una biblioteca
gnóstica de cuarenta y ocho tratados, todos inéditos. Es de esperar que
estos textos, cuando se publiquen, proyecten nueva luz sobre la historia
y naturaleza del gnosticismo.
Basílides.
Basílides
fue, según Ireneo (Adv. haer. 1,24,1), un profesor de Alejandría, en
Egipto. Vivió durante el tiempo de Adriano y Antonio Pío (120-145).
Escribió un evangelio, del que solamente resta un fragmento (cf. supra
p.130), y un comentario al mismo, llamado Exegetica, del que subsisten
varios fragmentos. Por ejemplo, Hegemonio (Acta Archelai 67,4-11 ed.
Benson) cita un pasaje del libro 13 de Exegetica en el que se describe
la lucha entre la luz y las tinieblas. Clemente de Alejandría (Stromata
4,12,81,1 al 88,5) copia varios pasajes del libro 23 que tratan del
problema del sufrimiento. Estos fragmentos, sin embargo, no permiten
formarnos una idea exacta del sistema doctrinal de Basílides. Compuso,
además, salmos y odas, de los que no queda nada.
Ireneo (Adv. haer. 1,24,3-4) da el siguiente sumario de las enseñanzas de Basílides:
Basílides,
a fin de aparentar que ha descubierto algo más sublime y plausible, da
un desarrollo inmenso a sus doctrinas. Avanza la teoría de que el Nous
fue el primogénito del Padre Ingénito, que de él a su vez nació el
Logos, del Logos la Frónesis, de la Frónesis la Sofía y la Dínamis; de
la Dínamis y la Sofía, las potestades, los principados y los ángeles, a
los cuales llama también los primeros. Por ellos fue hecho el primer
cielo. Luego los demás ángeles, formados por emanación de éstos, crearon
otro cielo semejante al primero. Del mismo modo, habiendo sido formados
aún otros ángeles por emanación de los segundos, antitipos de los que
están encima de ellos, hicieron un tercer cielo. Y de este tercer cielo
hubo, degradándose, una cuarta generación de descendientes. Y así
sucesivamente declaraban que se habían ido formando nuevas series de
principados y de ángeles y trescientos sesenta y cinco cielos. De donde
el año tiene el misino número de días conforme al número de cielos.
Los
ángeles que ocupan el cielo inferior, a saber, el que es visible a
nosotros, formaron todas las cosas que hay en el mundo y se
distribuyeron entre si las partes de la tierra y las naciones que hay en
ellas. El jefe de todos ellos es aquel que se considera como Dios de
los judíos; y porque quiso sujetar a las demás naciones bajo el dominio
de su propio pueblo, esto es. el de los judíos, los demás príncipes le
resistieron y se le opusieron. Por esta razón, todas las demás naciones
se enemistaron con la suya. Pero el Padre ingénito y sin nombre, viendo
que iban a ser destruidos, les mandó su propio Nous, primogénito, es el
que llaman Cristo, para librar a los que creen en él del poder de los
que hicieron el mundo. El se apareció entonces como hombre, sobre la
tierra, a las naciones de estas potestades y obró milagros. Por eso no
fue él mismo quien sufrió muerte, sino Simón, cierto hombre de Cirene,
que fue forzado a llevar la cruz en su lugar. Este último, transfigurado
por él de manera que pudiera tomársele por Jesús, fue crucificado por
ignorancia y error, mientras Jesús, que se había transformado en Simón y
estaba a su lado, se reía de ellos. Porque, siendo como era una
potestad incorpórea y el Nous del Padre ingénito, se transfiguraba como
le antojaba, y así ascendió a Aquel que le había enviado burlándose de
ellos porque no habían podido echarle mano y porque era invisible a
todos. Aquellos, pues, que saben estas cosas, han sido librados de los
principados que formaron este mundo; de suerte que no tenemos obligación
de confesar al que fue crucificado, sino al que vino en forma de hombre
y se cree fue crucificado, cuyo nombre era Jesús y fue enviado por el
Padre, a fin de que con esta obra pudiera destruir la obra de los
hacedores del mundo.
Del pasaje que sigue después se ve claramente que Basílides dedujo de su cosmología las siguientes conclusiones prácticas:
1. El conocimiento (gnosis) libra de los principados que hicieron este mundo.
2. Solamente unos pocos, uno por mil, dos por diez mil, pueden poseer el verdadero conocimiento.
3. Los misterios deben guardarse en secreto.
4. El martirio es inútil.
5. La redención afecta solamente al alma, no al cuerpo, que está sujeto a corrupción.
6. Todas las acciones, incluso los más horrendos pecados de lujuria, son materia totalmente indiferente.
7.
El cristiano no debería confesar a Cristo crucificado, sino a Jesús, el
enviado del Padre. De otra suerte sigue siendo esclavo y bajo el poder
de los que formaron su cuerpo.
8. Hay que despreciar los sacrificios paganos, pero puede hacerse uso de ellos sin escrúpulo alguno, porque no son nada.
De
este resumen de Ireneo resulta evidente que Basílides no profesaba el
dualismo, como han pretendido algunos sabios. El fragmento de su
Exegetica en los Acta Archelai, que trata de la lucha entre la luz y las
tinieblas, no puede aducirse como prueba de su creencia dualista, pues
precisamente en él se inicia una refutación del dualismo de Zoroastro
entre la luz y las tinieblas como potestades del bien y del mal.
Isidoro.
La
obra de Basílides la continuó su hijo y discípulo Isidoro, de quien
sabemos menos aún que de su padre. Clemente de Alejandría (Strom. 2,113;
6,53; 3,1-3) cita pasajes de tres de sus escritos. Escribió una
Explicación del profeta Parchor, donde intentó probar la influencia de
los profetas en los filósofos griegos. Compuso, además, una Etica y un
tratado sobre El alma adventicia. Este último examinaba las pasiones
humanas, que emanan de una segunda parte del alma. El pasaje que
Clemente aduce de la Etica da una extraña interpretación de las palabras
del Señor sobre el eunuco (Mt. 19,10ss).
Valentín.
Contemporáneo
de Basílides y de su hijo Isidoro, pero mucho más importante que ellos,
es Valentín. Ireneo (Adv. haer. 3, 4,3) escribe de él: "Valentín vino a
Roma en tiempo de Higinio (c.155-160). Epifanio (Haer. 31,7-12) es el
primero en decirnos que era egipcio de nación, que fue educado en
Alejandría y que propagó sus doctrinas en Egipto antes de irse a Roma.
Más tarde, añade el mismo autor, abandonó Roma con dirección a Chipre.
Clemente de Alejandría incorpora seis fragmentos de sus escritos en su
Stromata: dos de ellos están tomados sus cartas, dos de sus homilías, y
los dos restantes no de qué escritos provienen. He aquí uno de los
pasajes de sus cartas, citado por Clemente (Strom. 2,20,114).
Hay
un solo ser bueno, y su libertad de palabra es su manifestación por el
Hijo, y solamente por él puede purificarse el corazón cuando haya sido
expulsado de él todo espíritu maligno. Porque la muchedumbre de
espíritus que en él habita no permite que sea puro, pues cada uno de
ellos realiza sus propias obras, manchándolo a menudo con impurezas
increíbles. Sucede con el corazón algo parejo a lo que acaece en una
posada; ésta, en efecto, está llena de agujeros y como surcada de una
parte a otra, y a menudo llena de inmundicias, y los hombres viven
suciamente y no se cuidan del local, por pertenecer a otros. Así es
tratado el corazón: mientras nadie se cuida de él, permanece inmundo y
es morada de muchos demonios. Pero cuando el único Padre que es bueno lo
visita, es santificado y resplandece de luz. El que posee un corazón
así es bienaventurado porque verá a Dios.
Pasajes
como éste explican que Valentín tuviera tantos adeptos entre los
fieles. Nos hacen comprender lo que Ireneo (Adv. haer. 3,15,2) dice de
Valentín y de sus discípulos:
Con
sus palabras engañan a los más simples y los seducen, imitando nuestra
manera de hablar, para que vayan a escucharles con frecuencia. Y se
quejan de nosotros: "Profesan doctrinas semejantes a las nuestras; no
tenemos, pues, motivo para no mantener relaciones con ellos; dicen las
mismas cosas que nosotros, tienen la misma doctrina, y, sin embargo, los
llamamos herejes."
Valentín
tuvo muchos secuaces, tanto en Oriente como en Occidente; Hipólito
habla de dos escuelas, una oriental y otra italiana. Algunos de los
nuevos tratados gnósticos descubiertos en Chenoboskion son de origen
valentiniano. El Códice Jung contiene más de tres tratados; alguno es
seguramente del mismo Valentín (cf. infra p.265s).
Ptolomeo.
El
miembro más eminente de la escuela italiana de Valentín fue Ptolomeo.
Escribió una Carta a Flora, que trata del valor de la Ley mosaica.
Divide la Ley en tres partes esenciales. La primera es de origen divino;
la segunda viene de Moisés, y la tercera, de los ancianos del pueblo
judío. La parte que viene de Dios se divide asimismo en tres secciones.
La primera sección contiene la ley pura, sin mancha de mal, o sea los
diez mandamientos. Esta es la sección de la ley mosaica que Jesús vino a
cumplir y no a suprimir. La segunda sección es la ley corrompida por la
injusticia, es decir, la ley del talión, que fue abolida por el
Salvador. La tercera es la ley ritual que el Salvador espiritualizó.
Esta carta nos ha sido conservada por Epifanio (Haer. 33,3-7). De toda
la literatura gnóstica, ésta es la pieza más importante que poseemos.
Heracleón.
Según
refiere Clemente de Alejandría (Strom. 4,71,1), era el más estimado de
los discípulos de Valentín. Pertenece, como Ptolomeo, a la escuela
italiana. Compuso un comentario al evangelio de San Juan. Orígenes cita
no menos de cuarenta y ocho pasajes de esta obra en su comentario a este
mismo evangelio. Clemente de Alejandría aduce dos pasajes de Heracleón
sin decir si los toma de este comentario o de otro escrito suyo.
Florino.
El
presbítero romano Florino era también miembro de la escuela italiana de
Valentín. Eusebio es el primero en informarnos que Irenco escribió una
carta a Florino Sobre la única soberanía y que Dios no es el autor del
mal; parece, pues, que o defendió la opinión contraria. Eusebio (Hist.
eccl. 5,20,4) cita un pasaje de esta carta en la que Ireneo habla de
Florino:
Estas
opiniones de Florino, para decirlo con moderación, no pertenecen a la
sana doctrina. Estas ideas son incompatibles con la Iglesia y arrastran a
los que creen en ellas a la mayor de las impiedades. Ni siquiera los
herejes que están fuera de la Iglesia osaron nunca defender tales
creencias. Estas opiniones no nos las transmitieron los presbíteros,
nuestros predecesores, los que acompañaron a los Apóstoles.
Ireneo
le trae luego a la memoria el recuerdo del obispo Policarpo de Esmirna,
a quien Florino había conocido personalmente en su juventud.
Además
de esta carta, Ireneo escribió contra Florino una obra Sobre la Ogdoada
"cuando éste fue atraído al error valentiniano" (Eusebio, Hist. eccl.
5,20,1). Existe un fragmento siríaco de una carta que Ireneo escribió al
papa Víctor. En ella Ireneo le pide al Papa que tome medidas contra los
escritos de un presbítero romano, porque estos escritos se han
extendido hasta las Galias, poniendo en peligro la fe de los cristianos.
El título de este fragmento menciona a Florino como secuaz de las
necedades de Valentín y autor de un libro abominable.
Bardesano.
De
la escuela oriental de Valentín tenemos menos noticias que de la
italiana. Uno de sus discípulos orientales más importantes es Bardesano
(Bar Daisan). Nació el 11 de julio del año 154, en Edesa. Hijo de
familia noble, fue educado por un sacerdote pagano en Mabug
(Hierópolis). Tuvo por amigo al rey Abgaro IX de Osroene. Se hizo
cristiano cuando contaba veinticinco años. Cuando Caracalla conquistó
Edesa el año 216-217, Bardesano huyó a Armenia. Murió el año 222-223,
después de su regreso a Siria. Eusebio (Hist. eccl. 4,30), que llama a
Bardesano "hombre nobilísimo, versado en la lengua siríaca," nos informa
que en un principio había sido miembro de la escuela de Valentín, pero
que más tarde condenó esta secta y refutó muchas de sus fábulas. Sin
embargo, como dice Eusebio, "no se limpió completamente de la inmundicia
de su antigua herejía." La misma fuente nos hace saber que "compuso
diálogos contra los marcionitas y contra jefes de otras creencias y los
publicó en su propia lengua y escritura, juntamente con otros muchos
escritos suyos. Merced a su extraordinaria habilidad dialéctica se
granjeó muchos discípulos, que tradujeron sus obras del siríaco al
griego. Entre ellas figura un diálogo de gran fuerza Sobre el destino,
dirigido a Antonino, y todos los demás libros que escribió a raíz de la
persecución de aquel tiempo."
Todos
sus escritos perecieron, excepto el diálogo Sobre el destino o Libro de
las leyes de las raíces, que menciona Eusebio y subsiste en su original
siríaco. El autor, sin embargo, no es Bardesano, sino su discípulo
Felipe, si bien aquél aparece como el personaje principal del diálogo,
contestando a las preguntas y dificultades de sus secuaces sobre los
caracteres de los hombres y la posición de las estrellas. Si se ha de
dar crédito a Efrén, Bardesano fue el creador de la himnodia siríaca,
pues compuso ciento cincuenta himnos con el fin de propagar su doctrina.
Su éxito fue tan portentoso que, en la segunda mitad del siglo IV,
Efrén tuvo que componer himnos para combatir la secta de Bardesano.
Algunos eruditos opinan que el magnífico poema Himno del alma, que se
encuentra en los Hechos de Tomás (cf. supra p.139), es obra de
Bardesano. En contra de esta tesis está el hecho de que en el himno no
aparezca ningún vestigio de la gnosis de Bardesano. El árabe Ibn Abi
Jakub, en su lista de las ciencias llamada Fihrist, que data de fines
del siglo X, atribuye a Bardesano tres escritos más, de los cuales uno
trataba de La luz y las tinieblas; el segundo, de La naturaleza
espiritual de la verdad, y el tercero, de Lo mutable y lo inmutable.
Harmonio.
Harmonio,
hijo de Bardesano, continuó la obra de su padre. El primero en
hablarnos de él es el historiador Sozomeno, a mediados del siglo V.
Según él (Hist. eccl. 3,16), Harmonio "estaba sólidamente impuesto en la
cultura griega y fue el primero que compuso versos en su lengua
vernácula, entregándolos a los coros. Hasta el presente los sirios
cantan frecuentemente, no ya los versos escritos por Harmonio, sino sus
melodías. Porque, como Harmonio no estaba totalmente exento de los
errores de su padre ni de ciertas opiniones de los filósofos griegos
sobre el alma, sobre la generación y la destrucción del cuerpo y sobre
la doctrina de la transmigración, introdujo algunas de estas ideas en
las canciones líricas que compuso. Cuando Efrén se dio cuenta de que los
sirios gustaban del elegante estilo y del ritmo musical de Harmonio, y
que por esa razón se iban dejando contaminar por las mismas ideas,
aunque él ignoraba la cultura griega, se dedicó al estudio de los metros
de Harmonio y, sobre las melodías de sus poemas, compuso otros más
conformes con las doctrinas de la Iglesia; tales son los que compuso en
forma de himnos sagrados y cantos de alabanza a los santos. Desde
entonces los sirios cantan las odas de Efrén sobre las melodías de
Harmonio."
En
esta cita, Harmonio pasa a ocupar completamente el lugar de su padre;
lo único que Sozomeno, en un pasaje anterior, atribuye a Bardesano es
haber fundado la herejía que lleva su nombre. Sin embargo, Efrén no
menciona para nada a Harmonio; podemos, pues, deducir que éste no hizo
sino continuar la obra de su padre.
Teodoto.
Otro
miembro de la escuela oriental de Valentín fue Teodoto. Le conocemos
por los llamados Excerpta ex scriptis Theodoti, que son un apéndice de
los Stromata de Clemente de Alejandría. Ochenta y seis de los Excerpta
contienen citas de los escritos de Teodoto, aunque se le mencione
solamente en cuatro de ellos. Tratan de los misterios del bautismo, de
la eucaristía del pan y del agua, y de la unción, como medios para
librarnos de la dominación del poder maligno. Contiene, además,
doctrinas típicamente valentinianas sobre el pleroma, sobre las Ogdoadas
y sobre las tres clases de hombres.
Marco.
Ireneo
menciona a un tal Marco, que enseñó en el Asia proconsular como miembro
de la escuela oriental de Valentín. De las palabras de Ireneo se
infiere que Marco era partidario de las doctrinas de Valentín sobre los
eones, que celebraba la eucaristía con medios mágicos y fraudulentos y
que seducía a muchas mujeres. Sus discípulos predicaron incluso en las
Galías, en la región del Ródano, e Ireneo conoció a alguno de ellos
personalmente. En su Adv. haer. 1,20,1, afirma que hacía uso de gran
cantidad de escritos apócrifos y espurios que habían compuesto ellos
mismos.
Carpocrates.
Además
de Basílides y Valentín, Alejandría vio nacer al tercer fundador de la
secta gnóstica, Carpócrates. Según Ireneo (Adv. haer. 1,25,1),
Carpócrates y sus seguidores sostenían "que el mundo y las cosas que hay
en él fueron creados por ángeles muy inferiores al Padre ingénito.
También afirmaban que Jesús era hijo de José y que era en todo semejante
a los demás hombres. Únicamente se diferenciaba en que su alma, gracias
a su constancia y pureza, recordaba perfectamente las cosas que había
presenciado en la esfera del Dios ingénito. Y por esta razón descendió
del Padre sobre esta alma un poder para que pudiera eludir a los
creadores del mundo; tras haber pasado por medio de toda clase de
acciones y haberse librado de todas ellas, volvió a subir al Padre."
Esta
situación otorgada a Jesús no es en manera alguna única, porque, en
forma parecida, "el alma que, igual que la de Cristo, logra despreciar a
los principados que crearon el mundo, recibe poderes que le permiten
realizar cosas parecidas. Esta idea ha engendrado en ellos (en los
discípulos de Carpócrates) un orgullo tal, que algunos dicen ser iguales
a Cristo, al paso que otros se declaran aún más poderosos que él y
superiores a sus discípulos, como Pedro y Pablo y los demás apóstoles, a
quienes no consideran inferiores a Jesús" (1,25,2).
Los
seguidores de Carpócrates practicaron un culto sincretista peculiar:
"Tienen también imágenes, algunas de ellas pintadas y otras hechas de
diferentes clases de material; sostienen que Pilatos hizo una imagen de
Cristo durante el tiempo en que Jesús vivió entre los hombres. A esas
imágenes las coronan y las colocan entre las estatuas de los filósofos
del mundo; es decir, entre las imágenes de Pitágoras, Platón,
Aristóteles, etc. Tienen también otras maneras de venerar estas
imágenes, al estilo de los gentiles" (Adv. haer. 1,25,6).
"Los
discípulos de Carpócrates practican asimismo las artes mágicas y de
encantamiento, los filtros y pociones de amor. Recurren a los espíritus
familiares, a los que envían sueños, y a otras abominaciones, declarando
que tienen el poder de mandar incluso sobre los príncipes y los
creadores de este mundo, y no solamente sobre ellos, sino también sobre
las cosas que hay en él" (Adv. haer. 1,25,3).
Para
poder determinar el tiempo en que floreció Carpócrates conviene tener
presente lo que dice Ireneo de Marcelina, una de sus discípulas, que fue
a Roma durante el reinado del papa Aniceto (154-165) y allí sedujo a
muchos. Esto prueba que Carpócrates fue contemporáneo de Valentín.
No
ha llegado hasta nosotros ninguno de los escritos de Carpócrates; se
conservan, en cambio, algunos fragmentos del tratado Sobre la justicia,
compuesto por su hijo Epífanes. Epífanes escribió ese libro como un
verdadero niño prodigio. Murió a los diecisiete años y fue adorado como
Dios en Cefalonia, la isla natal de su madre, Alejandra. Los cefalonios
le dedicaron un templo en la ciudad de Same, y sus seguidores celebran
su apoteosis con himnos y sacrificios en los novilunios. Los fragmentos
de su tratado Sobre la justicia, citados por Clemente de Alejandría
(Strom. 3,2,5-9), muestran que Epífanes defendía la comunidad de bienes.
Fue tan lejos que incluso llegó a declarar que las mujeres, como
cualquier otro bien, eran comunes a todos.
Marción
nació en Sínope, en el Ponto, actualmente Sinob, en la costa del mar
Negro. Su padre fue obispo, y su familia pertenecía a la más alta clase
social de este importante puerto y ciudad comercial. El mismo hizo una
gran fortuna como armador. Fue a Roma hacia el año 140, durante el
reinado de Antonino Pío, y al principio se asoció a la comunidad de los
fieles. Pero muy pronto sus doctrinas suscitaron viva oposición, hasta
el punto que los jefes de la Iglesia le exigieron que diera cuenta de su
fe. El resultado fue que en julio del año 144 fue excomulgado. Hay una
gran diferencia entre Marción los demás gnósticos. Estos se limitaron a
fundar escuelas. Marción, en cambio, después de su separación de la
Iglesia de Roma, constituyó su propia Iglesia, con una jerarquía de
obispos, presbíteros y diáconos. Las reuniones litúrgicas eran muy
semejantes a las de la Iglesia romana. Merced a ello, logró más
seguidores que las demás sectas gnósticas. Diez años después de su
excomunión, Justino refiere que su Iglesia se había extendido "por toda
la humanidad." A mediados del siglo y había aún comunidades marcionitas
en Oriente, especialmente en Siria. Algunas de ellas sobrevivían todavía
a principios de la Edad Media.
Como
hecho interesante cabe anotar que, antes de ir a Roma, Marción había
sido excomulgado ya por su padre. Probablemente, en su ciudad natal de
Sínope, halló la misma oposición a sus doctrinas que luego encontró en
Roma. Sería, pues, muy interesante conocer algo sobre sus enseñanzas.
Desgraciadamente, la única obra que escribió, las Antítesis, en la que
exponía su doctrina, se ha perdido. También se ha perdido su carta
dirigida a los jefes de la Iglesia romana, en la que daba cuenta de su
fe. Ireneo asocia a Marción con el gnóstico sirio Cerdón, que vivió en
Roma bajo Higinio (136-140) "y enseño que el Dios proclamado por la Ley y
los Profetas no es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque aquél
es conocido, éste desconocido; el uno es justo, el otro bueno" (Adv.
haer. 1,27,1).
Ireneo
afirma que Marción dio nuevo impulso a la escuela de Cerdón en Roma,
blasfemando desvergonzadamente del Dios que la Ley y los Profetas han
anunciado; afirmando que es un ser maléfico y amigo de guerras, y
también inconstante en sus juicios y en contradicción consigo mismo. En
cuanto a Jesús, atestigua que vino del Padre, que está por encima del
Dios que hizo el mundo, a Palestina, en tiempo del gobernador Poncio
Pilalos, procurador de Tiberio César, y se manifestó en forma humana a
los habitantes de Judea, para abolir la Ley y los Profetas y todas las
obras de este Dios que hizo el mundo, a quien llama también el
Cosmocrator (Soberano del mundo). Mutila, además, el evangelio según San
Lucas, eliminando todo lo que estaba escrito sobre el nacimiento del
Señor y gran parte de la doctrina de los discursos de nuestro Señor,
donde está escrito que nuestro Señor reconocía como Padre al Creador de
este mundo. Convence a sus discípulos que él es mucho más digno de
crédito que los Apóstoles que escribieron el evangelio; siendo así que
él pone en sus manos, no el evangelio, sino tan sólo una pequeña parte
de él. Lo mismo hace con las epístolas de San Pablo, que también mutila,
eliminando todos aquellos pasajes en donde el Apóstol habla claramente
del Dios que hizo el mundo, y de cómo El es el Padre de nuestro Señor
Jesucristo. Elimina igualmente todos los escritos proféticos, que el
Apóstol cita en sus enseñanzas como profecías de la venida del Señor. Y
la salvación, añade, está reservada a las almas iniciadas en su
doctrina. Pero el cuerpo, por lo mismo que ha sido tomado de la tierra,
no puede participar de la salvación" (Adv. haer. 1,27,2-3).
En
otro pasaje (Adv. haer. 3,3,4) refiere Ireneo que una vez el obispo
Policarpo de Esmirna se encontró con Marción, y, al ser preguntado por
éste: "¿Me conoces?," Policarpo respondió: "Sí, reconozco en ti al
primogénito de Satanás."
Como
todos los demás escritores antiheréticos, Ireneo incluye a Marción
entre los gnósticos. A. von Harnack, sin embargo, opina que Marción no
fue gnóstico, sino el primer reformador y restaurador cristiano del
paulinismo. Harnack tiene razón en el sentido de que Marción no intentó
salvar la distancia entre lo infinito y lo finito con la ayuda de toda
una serie de eones, como hacían los gnósticos. Tampoco se preocupó de
especular sobre la causa del desorden que reina en el mundo visible.
También difiere de los gnósticos en cuanto que repudia la interpretación
alegórica de las Escrituras. Pero, aparte de eso, la teología de
Marción revela la misma mezcla típica de ideas cristianas y paganas que
caracteriza el gnosticismo. Su concepto de la divinidad es gnóstico,
porque supone una distinción real entre el dios bueno, que vive en el
tercer cielo, y el dios justo, que es inferior a él. El mismo carácter
gnóstico se encuentra en su cosmología. El segundo dios que creó el
mundo y al hombre no es sino el demiurgo, que conocemos por otras sectas
gnósticas. Asimismo es gnóstica la opinión de Marción según la cual
este segundo dios no creó el mundo de la nada, sino que lo formó de la
materia eterna, principio de todo mal. Marción identifica este segundo
dios con el Dios los judíos, el Dios de la Ley y de los Profetas. Es
justo, tiene pasiones; es iracundo y vengativo; es el autor de todo mal,
tanto físico como moral. Por eso es el instigador de las guerras.
La
cristología de Marción refleja la misma tendencia gnóstica. Cristo no
es el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento; no nació de la Virgen
María, por la sencilla razón de que ni nació ni creció. Ni siquiera en
apariencia. En el año decimoquinto del reinado de Tiberio se manifestó
de repente en la sinagoga de Cafarnaúm. A partir de este momento tuvo
una apariencia humana, que conservó hasta su muerte en la cruz.
Derramando su sangre, redimió a todas las almas del poder del demiurgo,
cuyo reino destruyó con su predicación y con sus milagros. Aparece aquí
otra idea gnóstica. Según Marción, en efecto, la redención afecta sólo
al alma. El cuerpo, por lo tanto, sigue sujeto al poder del demiurgo y
está destinado a la destrucción. La inconsciencia y la falta de toda
lógica en estas doctrinas son evidentes. Marción no cree de su
incumbencia el explicar el origen de su dios de justicia, ni por qué el
sacrificio de la cruz reviste tal importancia a sus ojos, cuando en
realidad no es sino el sacrificio de un fantasma.
También
es decididamente gnóstico el sistema de "depurar" los textos del Nuevo
Testamento, eliminando todos los pasajes que afirman la identidad de
Dios, el Padre de Jesucristo, con el creador del mundo; de Cristo con el
Hijo de Dios, que hizo el cielo y la tierra; del Padre de Jesucristo
con el Dios de los judíos. Todos estos pasajes estaban en manifiesta
oposición con las ideas gnósticas. Además, Marción tiene en común con
Valentín que rechaza de plano todo el Antiguo Testamento. Se diferencia,
empero, de la mayoría de los gnósticos en que no escribió nuevos
evangelios o libros sagrados, aunque pusiera reparos a algunos de los
escritos del Nuevo Testamento y rechazara completamente el Antiguo.
Estaba convencido de que los judíos habían falsificado el evangelio
original de Cristo introduciendo en él elementos judíos. Por esta razón,
Cristo llamó al apóstol Pablo a restablecer el Evangelio en su forma
original. Pero los enemigos de San Pablo llegaron a corromper incluso
sus epístolas. Marción eliminó, en consecuencia, los evangelios de
Mateo, Marcos y Juan, y rechazó lo que llama interpolaciones judías en
el evangelio de Lucas, el cual, a su juicio, contenía en substancia el
Evangelio de Cristo. De la colección de las cartas de San Pablo excluyó
las epístolas pastorales y la epístola a los Hebreos. De las cartas que
conserva omitió algunos pasajes. Colocó en primer lugar la carta a los
Gálatas, y cambió el nombre de la epístola a los Efesios por el de
epístola a los Laodicenses. Por medio de esta revisión redujo el Nuevo
Testamento a dos documentos de fe, a los que daba los nombres de
Evangelio y Apóstol. A estos documentos agregó su libro Antítesis, en el
que justificaba su repudio del Antiguo Testamento por la acumulación de
todos los pasajes que prueban el carácter malo del Dios de los judíos.
Expone igualmente sus objeciones contra los Evangelios y los Hechos de
los Apóstoles.
Apeles.
Apeles
fue el discípulo más importante de Marción. Según Tertuliano, vivió
primero con Marción en Roma, pero, después de algunas desavenencias con
su maestro, partió para Alejandría de Egipto. Más tarde volvió a Roma.
Rodón, su adversario literario, que le conoció personalmente, nos da la
siguiente valiosa información sobre los discípulos de Marción, y en
particular sobre Apeles:
Por
eso, ellos (los seguidores de Marción, los marcionitas) están en
desacuerdo entre ellos mismos, sosteniendo pareceres incompatibles. Uno
de su grey, Apeles, venerado por el género de vida que lleva y por su
edad avanzada, admite un solo principio, pero dice que las profecías
provienen de un espíritu enemigo. A ello le persuadieron los oráculos de
una doncella poseída, llamada Filomena. Pero otros, entre ellos el
propio capitán (Marción), introducen dos principios. A esta escuela
pertenecen Potito y Basílico. Estos siguieron al Lobo del Ponto
(Marción), siendo como él incapaces de percibir la división de las
cosas, y recurrieron a una solución simple, estableciendo, pura y
simplemente, dos principios, sin prueba alguna. Otros aún, pasando a un
error todavía peor, suponen la existencia, no ya de dos naturalezas,
sino de tres. Su jefe y director fue Sinero, como aseguran los que
representan a su escuela (Eusebio, Hist. eccl. 5,13,24).
Reviste
particular importancia la discusión que tuvieron Rodón y Apeles. A.
Harnack no ha dudado en calificarla "la más importante disputa religiosa
de la historia." Rodón hace la siguiente relación de esta discusión:
Porque
el anciano Apeles, cuando vino a conversar con nosotros, quedó
convencido que hacía muchas afirmaciones falsas. Desde entonces
acostumbraba decir que no es necesario investigar a fondo el asunto,
sino que cada cual debe permanecer en su propia creencia. Afirmaba que
todos los que ponen su confianza en el Crucificado serán salvos, con tal
de que perseveren en las buenas obras. Pero, como dijimos, la parte más
obscura de sus doctrinas es lo que decía sobre Dios. Porque seguía
enseñando que hay un solo principio, tal como lo afirma nuestra
doctrina... Y cuando yo le dije: "¿Cómo pruebas tu aserto, o cómo puedes
decir que hay solamente un principio? Dínoslo," respondió que las
profecías se refutan a sí mismas por no haber dicho de ninguna manera la
verdad, y porque son discordantes, falsas y contradictorias. En cuanto
al punto de por qué hay un solo principio, dijo que no lo sabía, sino
que sencillamente se sentía inclinado a ello como por instinto. Después,
cuando yo le conjuré a que me dijera la verdad, juró que decía la
verdad cuando decía que no sabía cómo el Dios ingénito es uno, pero que
lo creía. Yo me burlé de él y le condené, porque, aunque se llamaba a sí
mismo maestro, no sabía cómo probar lo que enseñaba (Eusebio, Hist.
eccl. 5,13,5-7).
De
este relato se deduce que Apeles discrepaba de Marción en cuestiones
muy importantes. En primer lugar, rechazaba el dualismo reconocido de su
maestro y procuraba volver a un primer Principio único.
Consecuentemente, presentaba al demiurgo como una criatura de Dios, como
un ángel que creó el mundo. En segundo lugar, Apeles eliminó el
docetismo de Marción. Jesucristo no era un fantasma; tenía un cuerpo
real, aunque no lo recibiera de la Virgen María, sino que lo tomó de los
cuatro elementos de las estrellas. En su ascensión restituyó su cuerpo a
los cuatro elementos.
Por
lo demás, Apeles fue mucho más lejos que Marción en su desprecio por el
Antiguo Testamento. Marción consideraba el Antiguo Testamento como un
documento de valor puramente histórico, sin significación religiosa.
Para Apeles era un libro mentiroso, lleno de contradicciones y de
fábulas, en el que puede absolutamente confiar. Para probar el valor
nulo del Antiguo Testamento, Apeles compuso una obra intitulada
Silogismos, que comprendía al menos treinta y ocho libros. Ambrosio nos
ha conservado gran número de párrafos de esta en su tratado De Paradiso.
Nada queda del libro de Apeles Manifestaciones, en el que divulgaba las
visiones de la profetisa Filomena.
Los Encratitas.
Los
llamados encratitas están relacionados por su doctrina con Marción. Su
fundador fue Taciano el Sirio (cf. Supra p.211). Ireneo dice que los
encratitas coincidían con Marción rechazar el matrimonio. El hecho de
que en el Diatessaron de Taciano falten las genealogías de Jesús es otro
indicio de que tuvo algo en común con Marción.
Julio Casiano.
Otra
figura representativa de los encratitas es Julio Casiano. Clemente de
Alejandría menciona dos de sus escritos en Stromata (3,13,92). El
primero se titulaba Exegetica. Sabemos por Clemente que el primer libro
de esta obra trataba de la época de Moisés. El título de la segunda obra
era Sobre abstinencia o El estado de eunuco, Περί εγκράτεια ή περί
ευνουχίας. Dos pasajes de esta obra, que cita Clemente, condenan toda
relación sexual, y un tercero usa el escrito gnóstico Evangelio de los
egipcios (cf. supra p.116s). Clemente lo asocia a Valentín y a Marción
por causa de su docetismo. Parece que Julio Casiano enseñó en Egipto
hacia el año 170.
Además
de las obras gnósticas mencionadas por los autores eclesiásticos,
existen otros escritos gnósticos que se han conservado en traducciones
coptas.
I.
El Codex Askewianus, manuscrito en pergamino que antiguamente fue
propiedad de A. Askew y ahora está en el British Museum (Add. 5114),
contiene cuatro libros que se designan generalmente con el nombre de
Pistis Sophia. Pero estos cuatro libros no constituyen una obra única.
El cuarto comprende supuestas revelaciones que hizo Jesús a sus
discípulos inmediatamente después de su resurrección. Es más antiguo que
los otros tres libros, los cuales contienen revelaciones del mismo
género, pero fechadas el año 12 después de la resurrección. El libro
cuarto debió de componerse en la primera mitad del siglo III, y los tres
primeros, en la segunda mitad del mismo siglo. Los cuatro proceden
probablemente de los círculos barbelo-gnósticos de Egipto. A Pistis
Sophia se la menciona solamente en los tres primeros libros, donde
Jesucristo da instrucciones sobre el destino, la caída y la redención de
Pistis Sophia. Es ésta un ser espiritual que pertenece al mundo de los
eones y que debe correr la misma suerte que la humanidad en general.
Parece que el original fue escrito en griego, porque en el texto
aparecen muchas palabras griegas. Según la opinión de Cari Schmidt, el
manuscrito es de la segunda mitad del siglo IV.
II. El Codex Brucianus,
antigua propiedad de James Bruce, ahora en la biblioteca Bodleiana de
Oxford, es un papiro del siglo V ο VI, que abarca dos manuscritos
diferentes. El primero comprende los dos libros del Misterio del gran
Logos (Λóγos κατά μυστήριον), identificados por Carl Schmidt con los dos
Libros de Jeû citados en la Pistis Sophia. Contienen las revelaciones
de Jesús sobre "los tesoros por los que debe pasar el alma." Se van
indicando los tesoros con diagramas místicos números y colecciones de
letras sin sentido. La segunda obra del Codex Brucianus está mutilada.
Contiene especulaciones sobre el origen y evolución del mundo
trascendental y parece proceder de la escuela gnóstica de los setianos.
III.
Un tercer manuscrito se conserva en Berlín. Comprende tres tratados. El
primero se titula el Evangelio de María, que contiene revelaciones
transmitidas por María. El segundo es el Apócrifo de Juan, traducción de
una obra griega refutada por Ireneo en el primer libro de su tratado
Contra las herejías (1,29). Jesús se aparece en una visión al apóstol
Juan como "el Padre, la Madre y el Hijo." El tercer tratado se llama
Sophia Iesu Christi. Según C. Schmidt, esta Sophia seria la que atribuye
a Valentín.
IV.
Los nuevos escritos gnósticos de Chenoboskion. En 1946 se descubrió en
Egipto una importante colección de textos gnósticos, consistentes en
trece volúmenes, que vienen a comprender más de mil páginas en lengua
copta. Fueron hallados en una vasija cerca de Nag-Hammadi, en las
cercanías del antiguo Chenoboskion, a 48 kilómetros al norte de Luxor,
en la orilla oriental del Nilo. Estas páginas contienen treinta y siete
obras completas y cinco fragmentarías. Todos estos opúsculos se habían
perdido. Algunos corresponden a obras citadas va por Ireneo, Hipólito,
Orígenes y Epifanio en sus escritos polémicos antignósticos. Otras obras
son completamente desconocidas; muchas, probablemente, eran obras
secretas que no se podían dar a conocer a los incrédulos. Así, pues, los
escritores eclesiásticos que escribieron contra los gnósticos no las
vieron, probablemente, nunca. Cinco de estas obras se atribuyen a Hermes
Trimégistos ("tres veces grande"). Otras llevan títulos como éstos: La
ascensión de Pablo Primero, el Segundo Apocalipsis de Santiago, el
Evangelio según Tomás, el Evangelio según Felipe, el Libro secreto de
Juan, las Cinco revelaciones de Set, el Evangelio de los egipcios, las
Tradiciones de Matías, la Sabiduría de Jesús, la Epístola del
bienaventurado Eugnosto y el Diálogo del Salvador. Algunos títulos son
iguales a los que llevan los evangelios apócrifos conocidos, pero parece
que el contenido es distinto. No cabe duda que estos papiros
recuperados proyectarán abundante luz sobre la historia del gnosticismo y
de los primeros siglos de la Iglesia, en que la teología cristiana
estaba todavía en su fase de cristalización.
Hasta
ahora ninguno de estos textos había sido editado. El año 1946, Togo
Mina, director del Museo Copto de El Cairo, adquirió uno de esos trece
volúmenes. El anticuario belga Eid compró otro. En 1949 se ofrecieron
los volúmenes restantes al Museo Copto de El Cairo, donde se conservaron
en espera de una valoración.
En forma detallada solamente conocemos los dos primeros volúmenes. El códice comprado por Togo Mina contiene cinco tratados:
1.
El Apocryphon Iohannis o Libro secreto de Juan (p.1-40). Se presenta
como un apocalipsis o revelación concedida al apóstol por un ser divino
que se le aparece en forma de Padre, Madre e Hijo.
2.
El Evangelio de los egipcios (p.40-69), tratado cosmogónico y
escatológico, completado con fórmulas bautismales. La obra atribuye su
propia redacción al maestro Eugnosto el Agapético.
3.
La Epístola del bienaventurado Eugnosto a los suyo (p.70-90), que
explica la naturaleza divina y la generación del universo invisible y
visible.
4. La Sabiduría de Jesús (p.90 etc.), diálogo entre el Salvador y sus discípulos.
5. El Diálogo del Salvador, conversación de Cristo con sus discípulos sobre cuestiones escatológicas.
El
más antiguo de estos cinco tratados parece ser el Libro secreto de
Juan. Efectivamente, lo utilizó San Ireneo como fuente para el capítulo
29 del libro I de su Adversus haereses. Debió, pues, de componerse antes
del año 185. El Diálogo del Salvador parece ser de la segunda mitad del
siglo III. En cuanto al Evangelio de los egipcios, la Epístola de
Eugnosto y la Sabiduría de Jesús, son probablemente posteriores al Libro
secreto de Juan, pero anteriores al Diálogo del Salvador. La Sabiduría
de Jesús parece estar relacionada con el libro gnóstico Pistis Sophia.
El Evangelio de los egipcios contenido en este códice no tiene nada que
ver con la obra del mismo nombre que conocieron Clemente de Alejandría y
otros Padres de la Iglesia (cf. supra, p.116). En cambio, muchas ideas
le son comunes con el Libro secreto de Juan. El códice, en su totalidad,
fue redactado a mediados del siglo IV, lo más tarde.
El
códice adquirido por el belga Eid estuvo perdido algún tiempo, hasta el
5 de mayo de 1952. G. Quispel consiguió comprarlo en nombre del
Instituto Jung de Zurich. En homenaje al conocido psicólogo suizo, el
papiro recibió el nombre de Codex Jung. Contiene los siguientes
escritos:
1.
La Carta de Santiago, en la cual el apóstol cuenta una revelación
secreta que ha recibido de Cristo, juntamente con San Pedro, quinientos
cincuenta días después de la resurrección y poco antes de la ascensión
(p.1-16). No sé dice quién sea el destinatario. La carta trata en primer
lugar de la cuestión: ¿conviene o no conviene sufrir la muerte del
martirio? La respuesta del Señor es ésta: "Despreciad, pues, la muerte y
preocupaos de la vida. Acordaos de mi cruz y de mi muerte y viviréis...
El reino de Dios pertenece a los que consienten en la muerte." El autor
aborda seguidamente la discusión de una profecía que ve cumplida en la
degollación de San Juan Bautista. El resto trata del Logos, de la Gnosis
y de la Ascensión del Señor. La obra revela en su contenido tendencias
valentinianas.
2.
El Evangelio de Verdad es, probablemente, el tratado más importante de
toda la colección. H. Ch. Puech y G. Quispel piensan que se trata de la
obra del mismo nombre que, según Ireneo " (Adv. haer. 3,11,9),
utilizaban los valentinianos. Sugieren como fecha probable de
composición el año 150. El autor conoce todos los escritos canónicos del
Nuevo Testamento, aun la epístola a los Hebreos. Esto es de gran
importancia para la historia del canon neo-testamentario. G. Quispel se
siente tentado a atribuir su composición al mismo Valentín antes de su
separación de la Iglesia, lo que adelantaría su origen a unos cuantos
años antes del 150.
3.
La Carta de Reginos sobre la resurrección demuestra que Cristo
"destruyó la muerte con su resurrección y nos condujo a la
inmortalidad." Habla de una "resurrección pneumática" que absorberá el
lado "psíquico" y "carnal." Valentín y su escuela atribuían a Cristo un
cuerpo pneumático. Apoyándose en esto, Puech y Quispel se inclinan a
considerar al mismo Valentín como autor de esta carta.
4.
El Tratado sobre las tres naturalezas, por sus ideas, que provienen
claramente de la doctrina de Heracleón, recuerda a uno de los jefes de
la escuela "italiana" de Valentín (cf. supra p.251).
5. La Oración del apóstol, oración atribuida quizás a San Pedro.
Parecen,
pues, de origen valentiniano tres de los tratados del Codex Jung. El
códice fue redactado en el siglo IV por dos manos distintas. Epifanio
atestigua la existencia de valentinianos en el siglo IV en distintas
partes de Egipto (Panarion 30,7,1). Los tratados del Codex Jung están
escritos en dialecto subakmímico, pero los tres primeros son
traducciones del griego.
+++
Santa
Blandina: «Soy cristiana, nosotros no negociamos ninguna maldad» mártir
del + 178ca. Lyon- France- Testimonio de la Iglesia Católica
+++
La ‘catolicidad’ la decretó Cristo, el ‘catolicismo’ va mucho del interés personal.
+++
La
Iglesia no se edifica sobre comités, juntas o asambleas. La palabra y
la acción de sus miembros salvarán al mundo en la medida en que estén
conectados con el sacrificio redentor de Cristo, actualizado en el
misterio eucarístico, que aplica toda su fuerza salvífica. Toda palabra
que se oye en la Iglesia, sea docente, exhortativa, autoritativa o
sacramental, sólo tiene sentido salvífico, y edifica la Iglesia, en la
medida en que es preparación, resonancia, aplicación o interpretación de
la "protopalabra" [48]: la palabra de la “anamnesis” ("hoc est enim
corpus meum...") que hace sacramentalmente presente al mismo Cristo y su
acción redentora eternamente actual, al actualizar el sacrificio del
Calvario para que se realice la obra de la salvación con la cooperación
de la Iglesia, su esposa.
+++
Las
costumbres cambian, es cierto, igual que cambian las modas. Pero el
bien y el mal son fácilmente discernibles. Hay verdades que no dependen
del valor subjetivo que les demos y que serán verdades siempre y a pesar
de los nuevos inquisidores, la verdad es la verdad, dígala Agamenón o
su porquero.
+++
HOY
pocos son los que se atreven a decir lo que está bien o lo que está
mal. Aquello de que nada es verdad ni es mentira, sino que todo depende
del color del cristal con que se mira, ha quedado elevado a categoría
absoluta. Lo importante ya no es lo que miramos, sino el color del
cristal a través del cual miramos. Lo importante ya no es la verdad,
sino el valor que le demos a esa verdad.
+++
“De
la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a
contemplar a su Autor”. S. S. Benedicto XVI. P.M. – MMV.XI.X.
“Dios
no aparece en la Biblia como un Señor impasible e implacable, ni es un
ser oscuro e indescifrable, como el hado, con cuya fuerza misteriosa es
inútil luchar”.
Dios
se manifiesta «como una persona que ama a sus criaturas, que vela por
ellas, les acompaña en el camino de la historia y sufre por la
infidelidad de su pueblo «a su amor misericordioso y paterno».
«El
primer signo visible de esta caridad divina hay que buscarlo en la
creación»: «los cielos, la tierra, las aguas, el sol, la luna y las
estrellas».
«Incluso antes de descubrir a Dios que se revela en
la historia de un pueblo, se da una revelación cósmica, abierta a todos,
ofrecida a toda la humanidad por el único Creador»
«Existe, por
tanto, un mensaje divino, grabado secretamente en la creación», signo
de «la fidelidad amorosa de Dios que da a sus criaturas el ser y la
vida, el agua y la comida, la luz y el tiempo».
«De las obras creadas se llega a la grandeza de Dios, a su amorosa misericordia».
El
Papa acabó su discurso, dejando a un lado sus papeles, comentó un
pensamiento de san Basilio Magno, doctor de la Iglesia, obispo de
Cesárea de Capadocia, quien constataba que algunos, «engañados por el
ateísmo que llevaban dentro de sí, imaginaron el universo sin un guía ni
orden, a la merced de la casualidad».
«Creo que las palabras de
este padre del siglo IV son de una actualidad sorprendente», reconoció
S. S. Benedicto XVI preguntándose: «¿Cuántos son estos "algunos" hoy?».
«Engañados por el ateísmo, consideran y tratan de demostrar que es científico pensar que todo carece de un guía y de orden».
«El
Señor, con la sagrada Escritura, despierta la razón adormecida y nos
dice: al inicio está la Palabra creadora. Al inicio la Palabra creadora
--esta Palabra que ha creado todo, que ha creado este proyecto
inteligente, el cosmos-- es también Amor».
El Papa concluyó
exhortando a dejarse «despertar por esta Palabra de Dios» e invitando a
pedirle que «despeje nuestra mente para que podamos percibir el mensaje
de la creación, inscrito también en nuestro corazón: el principio de
todo es la Sabiduría creadora y esta Sabiduría es amor y bondad». S. S. Benedicto XVI. P.M. MMV.XI.X.
+++
Alabemos con las poéticas palabras del teólogo san Gregorio Nacianceno, doctor de la Iglesia Católica, año 330+390:
« Gloria a Dios Padre y al Hijo, Rey del universo. Gloria al Espíritu, digno de alabanza y santísimo. La Trinidad es un solo Dios que creó y llenó cada cosa: el cielo de seres celestes y la tierra de seres terrestres. Llenó el mar, los ríos y las fuentes de seres acuáticos, vivificando cada cosa con su Espíritu, para que cada criatura honre a su sabio Creador, causa única del vivir y del permanecer. Que lo celebre siempre más que cualquier otra la criatura racional como gran Rey y Padre bueno ».
(9) Poemas dogmáticos, XXXI, Hymnus alias: PG 37, 510-511
+++
«Cuando
digo a un joven: mira, allí hay una estrella nueva, una galaxia, una
estrella de neutrones, a cien millones de años luz de lejanía. Y, sin
embargo, los protones, los electrones, los neutrones, los mesones que
hay allí son idénticos a los que están en este micrófono (...). La
identidad excluye la probabilidad. Lo que es idéntico no es probable
(...). Por tanto, hay una causa, fuera del espacio, fuera del tiempo,
dueña del ser, que ha dado al ser, ser así. Y esto es Dios (...). «El
ser, hablo científicamente, que ha dado a las cosas la causa de ser
idénticas a mil millones de años-luz de distancia, existe. Y partículas
idénticas en el universo tenemos 10 elevadas a la 85a potencia...
¿Queremos entonces acoger el canto de las galaxias? Si yo fuera
Francisco de Asís proclamaría: ¡Oh galaxias de los cielos inmensos,
alabad a mi Dios porque es omnipotente y bueno! ¡Oh átomos, protones,
electrones! ¡Oh canto de los pájaros, rumor de las hojas, silbar del
viento, cantad, a través de las manos del hombre y como plegaria, el
himno que llega hasta Dios!» Por Enrico Medi 2005.
+++
El Sabbat, culminación de la obra de los "seis días". El
texto sagrado dice que "Dios concluyó en el séptimo día la obra que
había hecho" y que así "el cielo y la tierra fueron acabados"; Dios, en
el séptimo día, "descansó", santificó y bendijo este día (Gn 2, 1-3).
Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:
346 En la creación
Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen estables (cf Hb 4,
3-4), en los cuales el creyente podrá apoyarse con confianza, y que son
para él el signo y garantía de la fidelidad inquebrantable de la Alianza
de Dios (cf Jr 31, 35-37, 33, 19-26). Por su parte el hombre deberá
permanecer fiel a este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación.
347 La creación
está hecha con miras al Sabbat y, por tanto, al culto y a la adoración
de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación (cf Gn 1,
14). "Operi Dei nihil praeponatur" ("Nada se anteponga a la dedicación a
Dios"), dice la regla de S. Benito, indicando así el recto orden de las
preocupaciones humanas.
348
El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los
mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios,
expresadas en su obra de creación.
349 El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación.
Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la
Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera (cf MR, vigilia pascual 24, oración después de la primera lectura).
San Justino |
Escritos de los Padres de la Iglesia |
|
San Justino, mártir, es el Padre apologista griego más
importante del siglo II y una de las personalidades más
nobles de la literatura cristiana primitiva. Nació en Palestina, en
Flavia Neápolis, la antigua Siquem. De padres paganos y origen
romano, pronto inició su itinerario intelectual frecuentando las escuelas estoica,
aristotélica, pitagórica y platónica. La búsqueda de la verdad y
el heroísmo de los mártires cristianos provocaron su conversión al
cristianismo. Desde ese momento, permaneciendo siempre laico, puso sus conocimientos
filosóficos al servicio de la fe.
Llegó a Roma durante el
reinado de Marco Aurelio (138-161) y allí fundó una escuela,
la primera de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a
causa de las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que
comparecer ante el Prefecto de la Urbe y, por el
solo delito de confesar su fe, fue condenado con otros
seis compañeros a muerte, probablemente en el año 165.
De sus
variados escritos, sólo conservamos dos Apologías, escritas en defensa de
los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pío; y una obra
titulada Diálogo con el judío Trifón, donde defiende la fe
cristiana de los ataques del judaísmo. En esta obra relata
autobiográficamente su conversión. En las Apologías, admira en su exposición
el profundo conocimiento de la religión y mitología paganas—que se
propone refutar—y de las doctrinas filosóficas más en boga; cómo
intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el bagaje cultural
del paganismo; su valentía para anunciar a Cristo—sabiendo que se
jugaba la vida—y su capacidad de ofrecer los argumentos racionales
más adecuados a la mentalidad de sus oyentes. Conociendo que
la Verdad es sólo una y que reside en plenitud
en el Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar los
rastros de verdad que se encuentran en los más grandes
filósofos, poetas e historiadores de la antigüedad; llega a afirmar
en su segunda apología que cuanto de bueno está dicho
en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos. (LOARTE)
San
Justino nació en Naplusa, la antigua Siquem, en Samaria, a
comienzos del siglo Il. Si lo que él mismo nos
narra tiene valor autobiográfico y no es —como pretenden algunos—
mera ficción literaria, se habría dedicado desde joven a la
filosofía, recorriendo, en pos de la verdad, las escuelas estoica,
peripatética, pitagórica y platónica, hasta que, insa tisfecho de todas
ellas, un anciano le llamó la atención sobre las Escrituras
de los profetas, "los únicos que han anunciado la verdad".
Esto, junto a la consideración del testimonio de los cristianos
que arrostraban la muerte por ser fieles a su fe,
le llevó a la conversión.
Más adelante Justino pasa a Roma,
donde funda una especie de escuela filosófico-religiosa, y muere martirizado
hacia el año 165.
Se conocen los títulos de una decena
de obras de Justino: de ellas sólo se han conservado
dos Apologías (que quizás no son sino dos partes de
una misma obra), y un Diálogo con un judío, por
nombre Trifón.
Tanto por la extensión de sus escritos como por
su contenido, Justino es el más importante de los apologetas.
Es el primero que de una manera que pudiéramos decir
sistemática intenta establecer una relación entre el mensaje cristiano y
el pensamiento helénicos predeterminando en gran parte, bajo este aspecto,
la dirección que iba a tomar la teología posterior.
La aportación
más fundamental de Justino es el intento de relacionar la
teología ontológica del platonismo con la teología histórica de la
tradición judaica, es decir, el Dios que los filósofos concebían
como Ser supremo, absoluto y transcendente, con el Dios que
en la tradición semítica aparecía como autor y realizador de
un designio de salvación para el hombre.
En el esfuerzo por
resolver el problema de la posibilidad de relación entre el
Ser absoluto y transcendente y los seres finitos, las escuelas
derivadas del platonismo habían postulado la necesidad del Logos en
función de intermediario ontológico: la idea se remonta al «logos
universal» de Heraclito, y viene a expresar que la inteligibilidad
limitada del mundo es una expresión o participación de la
inteligibilidad infinita del Ser absoluto.
Justino, reinterpretando ideas del evangelio de
Juan, identifica al Logos mediador ontológico con el Hijo eterno
de Dios, que recientemente se ha manifestado en Cristo, pero
que había estado ya actuando desde el principio del mundo,
lo mismo en la revelación de Dios a los patriarcas
y profetas de Israel, que en la revelación natural por
la que los filósofos y sabios del paganismo fueron alcanzando
cada vez un conocimiento más aproximado de la verdad.
De esta
forma Justino presenta al cristianismo como integrando, en un plan
universal e histórico de salvación, lo mismo las instituciones judaicas
que la filosofía y las instituciones naturales de los pueblos
paganos. Así intenta resolver uno de los problemas más graves
de la teología en su época: el de la relación
del cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura
pagana. Ambas son praeparatio evangelica, estadio inicial y preparatorio de
un plan salvífico, que tendrá su consumación en Cristo.
Sin embargo,
al identificar Justino al Logos con el mediador ontológico entre
el Dios supremo y transcendente y el mundo finito, a
la manera en que era postulado de los filósofos, introduce
una concepción que inevitablemente tenderá hacia el subordinacionismo y, finalmente,
hacia el arrianismo. Cuando Justino afirma que el Dios supremo
no podía aparecerse con su gloria transcendente a Moisés y
los profetas, sino sólo su Logos, implícitamente afirma que el
Logos no participa en toda su plenitud de la gloria
de Dios y que es en alguna manera inferior a
Dios.
Los escritos de Justino son también importantes en cuanto nos
dan a conocer las formas del culto y de la
vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que se
refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía.
(JOSEP VIVES)
La verdadera sabiduría (Diálogo con Trifón, 1-8)
Una mañana que
paseaba bajo los porches del gimnasio, se cruzó conmigo cierto
sujeto:
—¡Salud, filósofo!, me dijo.
Y a la vez que saludaba, se
dio la vuelta y se puso a pasear a mi
lado, y con él también sus amigos. Yo le devolví
el saludo:
—¿Qué ocurre?, le contesté.
—Me enseñó en Argos Corinto el
socrático—respondió—que no se debe descuidar a los que visten hábito
como el tuyo, sino, ante todo, mostrarles estima y buscar
conversación con el fin de sacar algún provecho, pues, aun
en el caso de que saliese beneficiado sólo uno de
los dos, ya sería un bien para ambos. Por eso,
siempre que veo a alguien con este hábito, me acerco
a él con gusto. También los que me acompañan esperan
oír de ti algo de provecho...
—¿Y quién eres tú, oh
el mejor de los mortales?, le repliqué, bromeando un poco.
Entonces
me indicó, sencillamente, su nombre y su raza:
—Mi nombre es
Trifón, y soy hebreo de la circuncisión que, huyendo de
la guerra recientemente finalizada, vivo en Grecia, la mayor parte
del tiempo en Corinto.
—¿Y cómo—le respondí—puedes sacar más provecho de
la filosofía que de tu propio legislador y de los
profetas?
—¿No tratan de Dios—me replicó—los filósofos en todos sus discursos
y no versan sus disputas sobre su unicidad y providencia?
¿Y no es objeto de la filosofía investigar acerca de
Dios?
—Ciertamente—le dije—, y ésa es también mi opinión; pero la
mayoría de los filósofos ni se plantean siquiera el problema
de si hay un solo Dios o muchos, ni si
tiene o no providencia de cada uno de nosotros, pues
opinan que semejante conocimiento no contribuye para nada a nuestra
felicidad (...).
Entonces él, sonriendo, dijo cortésmente:
—Y tú ¿qué opinas de
esto, qué piensas de Dios y cuál es tu filosofía?
—Te
diré lo que me parece claro, respondí. La filosofía, efectivamente,
es en realidad el mayor de los bienes y el
más precioso ante Dios, a quien nos conduce y recomienda
1. Y santos, en verdad, son aquellos que a la
filosofía consagran su inteligencia. Sin embargo, qué es en realidad
y por qué fue enviada a los hombres, es algo
que escapa a la mayoría de la gente; pues siendo
una ciencia única, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos,
ni teóricos, ni pitagóricos (...).
(Al llegar a este punto, Justino
explica a sus interlocutores cómo fue pasando por diversas escuelas
filosóficas en busca de la sabiduría, pero ninguna le satisfizo).
Con
esta disposición de ánimo, determiné un día refugiarme en la
soledad y evitar todo contacto con los hombres. Me dirigí
a cierto paraje, no lejos del mar. Cerca ya del
lugar, me seguía a poca distancia un anciano de aspecto
venerable. Me di la vuelta y clavé los ojos en
él.
—¿Es que me conoces?, preguntó.
Contesté que no.
—Entonces, ¿por qué me
miras de esa manera?
—Estoy maravillado—dije—de que hayas venido a parar
a este mismo lugar, donde no esperaba encontrar a hombre
alguno.
—Ando preocupado—repuso él—por unos parientes míos que están de viaje.
He venido a mirar si aparecen por alguna parte. Y
a ti—concluyó—¿qué te trae por acá?
—Me gusta—le dije—pasar así el
rato: puedo conversar conmigo mismo sin estorbo. Para quien ama
la meditación no hay parajes tan propios como éstos.
—Luego, ¿eres
amigo de la idea y no de la acción y
de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más bien
un hombre práctico y no sofista?
—¿Y qué mayor bien hay—le
repliqué—que demostrar cómo la idea lo dirige todo y, concebida
en nosotros y dejándonos conducir por ella, contemplar el extravío
de los demás y que en nada de sus ocupaciones
hay algo sano y grato a Dios? Sin la filosofía
y la recta razón no es posible que haya prudencia
(...).
(El relato continúa con las más variadas preguntas del anciano
acerca de la inmortalidad del alma, sus capacidades, la relación
de las criaturas con Dios... Justino intenta responder, pero llega
un momento en el que comprende que los filósofos no
son capaces con la sola razón de dar cuenta de
todos los interrogantes que se plantean los hombres.)
—Entonces—volví a replicar—,
¿a quién vamos a tomar por maestro o de donde
podemos sacar provecho, si ni en éstos, como en Platón
o en Pitágoras, se halla la verdad?
—Existieron hace mucho tiempo—me
contestó el viejo—unos hombres más antiguos que todos éstos tenidos
por filósofos; hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que
hablaron por inspiración divina; y divinamente inspirados predijeron el porvenir,
lo que justamente se está cumpliendo ahora: son los llamados
profetas.
Éstos son los que vieron y anunciaron la verdad a
los hombres, sin temer ni adular a nadie, sin dejarse
vencer de la vanagloria; sino, que llenos del Espíritu Santo,
sólo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus escritos se
conservan todavía y quien los lea y les preste fe,
puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de
los principios y fin de las cosas y, en general,
sobre aquello que un filósofo debe saber.
No compusieron jamás sus
discursos con demostración, ya que fueron testigos fidedignos de la
verdad por encima de toda demostración. Por lo demás, los
sucesos pasados y actuales nos obligan a adherirnos a sus
palabras. También por los milagros que hacían es justo creerles,
pues por ellos glorificaban a Dios Hacedor y Padre del
Universo, y anunciaban a Cristo Hijo suyo, que de Él
procede. En cambio, los falsos profetas, llenos del espíritu embustero
e impuro, no hicieron ni hacen caso, sino que se
atreven a realizar ciertos prodigios para espantar a los hombres
y glorificar a los espíritus del error y a los
demonios.
Ante todo, por tu parte, ruega para que se te
abran las puertas de la luz, pues estas cosas no
son fáciles de ver y comprender por todos, sino a
quien Dios y su Cristo concede comprenderlas.
Esto dijo y muchas
otras cosas que no tengo por qué referir ahora. Se
marchó y después de exhortarme a seguir sus consejos, no
le volví a ver jamás. Sin embargo, inmediatamente sentí que
se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba
de mí el amor a los profetas y a aquellos
hombres que son amigos de Cristo y, reflexionando sobre los
razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía
segura y provechosa.
De este modo, y por estos motivos, yo
soy filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el
mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador. Pues
hay en ellas un no sé qué de temible y
son capaces de conmover a los que se apartan del
recto camino, a la vez que, para quienes las meditan,
se convierten en dulcísimo descanso.
Ahora bien, si tú también te
preocupas algo de ti mismo y aspiras a tu salvación
y tienes confianza en Dios, como a hombre que no
es ajeno a estas cosas, te es posible alcanzar la
felicidad, reconociendo a Cristo e iniciándote en sus misterios.
Las obras
del cristiano (Apología 1, 3, 10, 12, 14-17)
Tenemos la obligación
de dar ejemplo con nuestra vida y nuestra doctrina, no
sea que hayamos de pagar nosotros el castigo de quienes
parecen ignorar nuestra religión, y así pecaron por su ceguera.
Pero también vosotros debéis oírnos y juzgar con rectitud porque,
en adelante, estando instruidos, no tendréis excusa alguna ante Dios
si no obráis justamente (...).
Consideramos de interés para todos los
hombres que no se les impida aprender esta doctrina, sino
que se les exhorte a ella, porque lo que no
lograron las leyes humanas, ya lo hubiera realizado el Verbo
divino si los malvados demonios no hubieran esparcido muchas e
impías calumnias, tomando por aliada a la pasión que habita
en cada uno, mala para todo, y multiforme por naturaleza:
con esos crímenes nada tenemos que ver nosotros (...).
Vuestra mejor
ayuda para el mantenimiento de la paz somos nosotros, pues
profesamos doctrinas como la de que no es posible que
un malhechor, un avaro o un conspirador, pasen inadvertidos a
Dios—como tampoco pasa un hombre virtuoso—. Por el contrario, cada
uno camina, según el mérito de sus acciones, hacia el
castigo o hacia la salvación eterna. Si todos los hombres
fuesen conscientes de esto, nadie escogería la maldad por un
momento, sabiendo que así emprendía la marcha hacia su condena
eterna en el fuego, sino que por todos los medios
se contendría y se adornaría con las virtudes, para alcanzar
los bienes de Dios y verse libre de la pena.
Quienes, por miedo a las leyes y castigos decretados por
vosotros, tratan de ocultarse al cometer sus crímenes, los cometen
conscientes de que sois hombres, y que de vosotros es
posible esconderse. Si supieran y estuvieran persuadidos de que nadie
puede ocultar a Dios, no ya una acción, sino tampoco
un pensamiento, al menos por el castigo que les amenaza,
se moderarían (...).
CV/FE: Los que antes nos complacíamos en la
disolución, ahora sólo amamos la castidad; los que nos entregábamos
a las artes mágicas, ahora nos hemos consagrado al Dios
bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo
el dinero y el beneficio de nuestros bienes, ahora, aun
lo que tenemos lo ponemos en común, y de ello
damos parte a todo el que está necesitado; los que
nos odiábamos y matábamos, y no compartíamos el hogar con
nadie de otra raza que la nuestra, por la diferencia
de costumbres, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos
juntos y rogamos por nuestros enemigos, y tratamos de persuadir
a los que nos aborrecen injustamente para que, viviendo conforme
a los preclaros consejos de Cristo, tengan la esperanza de
alcanzar, junto con nosotros, los bienes de Dios, soberano de
todas las cosas (...).
Sobre la castidad, (Cristo] dijo: todo el
que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio
en su corazón. Si tu ojo derecho te escandoliza, arráncatelo
y tíralo; porque más te vale que se pierda uno
de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea
arrojado al infierno (Mt 5, 2829). Y el que se
casa con una divorciada de otro marido, comete adulterio (Mt
5, 32) (...). Así, para nuestro Maestro, no sólo son
pecadores los que contraen doble matrimonio conforme a la ley
humana, sino también los que miran a una mujer para
desearla. No sólo rechaza al que comete adulterio de hecho,
sino también al que lo querría, pues ante Dios son
patentes tanto las obras como los deseos. Entre nosotros hay
muchos y muchas que, hechos discípulos de Cristo desde la
niñez, permanecen incorruptos hasta los sesenta y los setenta años,
y yo me glorío de que os los puedo mostrar
de entre toda raza humana. Y esto, sin contar a
la ingente muchedumbre de los que se han convertido después
de una vida disoluta y han aprendido esta doctrina, pues
Cristo no llamó a penitencia a los justos y a
los castos, sino a los impíos, a los intemperantes y
a los inicuos. Así lo dijo: no he venido a
llamar a penitencia a los justos, sino a los pecadores
(Lc 5, 32) (...).
Sus palabras sobre el ejercicio de la
paciencia, y sobre el estar prontos a servir y ajenos
a la ira, son éstas: a quien te golpee en
una mejilla, preséntale la otra, y a quien quiera quitarte
la túnica o el manto, no se lo impidas (Lc
6, 29). Mas quienquiera que se irrite, es reo del
fuego (Mt 5 22) A quien te contrate para una
milla, acompáñale dos (Mt 5, 41). Brillen, pues, vuestras obras
delante de los hombres, para que viéndolas admiren a vuestro
Padre que está en los cielos (Mt 5, 16). No
debemos, pues, ofrecer resistencia. Él no quiere que seamos imitadores
de los malvados, sino que nos exhortó a apartar a
todos de la vergüenza y del deseo del mal por
medio de la paciencia y la mansedumbre. Y esto lo
podemos demostrar por muchos que han vivido entre vosotros, que
dejaron sus hábitos de violencia y tiranía, y se convencieron,
ora contemplando la constancia de vida de sus vecinos, ora
considerando la extraña paciencia de sus compañeros de viaje al
ser defraudados, ora poniendo a prueba a sus compañeros de
negocio (...).
En cuanto a los tributos y contribuciones, nosotros antes
que nadie procuramos pagarlos a quienes vosotros habéis designado para
ello en todas partes: así se nos enseñó. Cuando se
le acercaron algunos para preguntarle si había que pagar el
tributo al César, Él respondió: ¿De quién es esta imagen
y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les dijo:
Dad, pues, al César lo que es del César y
a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 20-21).
Por eso, sólo adoramos a Dios, pero en todo lo
demás os servimos a vosotros con gusto, reconociendo que sois
emperadores y gobernantes de los hombres y rogando que, junto
con el poder imperial, se advierta que también sois hombres
de prudente juicio.
Como los Apóstoles nos enseñaron (Apología 1, 65-67)
Después
de ser lavado de ese modo, y adherirse a nosotros
quien ha creído 2, le llevamos a los que se
llaman hermanos, para rezar juntos por nosotros mismos, por el
que acaba de ser iluminado, y por los demás esparcidos
en todo el mundo. Suplicamos que, puesto que hemos conocido
la verdad, seamos en nuestras obras hombres de buena conducta,
cumplidores de los mandamientos, y así alcancemos la salvación eterna.
Terminadas
las oraciones, nos damos el ósculo de la paz. Luego,
se ofrece pan y un vaso de agua y vino
a quien hace cabeza, que los toma, y da alabanza
y gloria al Padre del universo, en nombre de su
Hijo y por el Espíritu Santo. Después pronuncia una larga
acción de gracias por habernos concedido los dones que de
Él nos vienen. Y cuando ha terminado las oraciones y
la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo:
Amén, que en hebreo quiere decir así sea. Cuando el
primero ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado,
los que llamamos diáconos dan a cada asistente parte del
pan y del vino con agua sobre los que se
pronunció la acción de gracias, y también lo llevan a
los ausentes.
A este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le
es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son
verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión
de los pecados y la regeneración, y vive conforme a
lo que Cristo nos enseñó. Porque no los tomamos como
pan o bebida comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro
Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para
nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta
comida—de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre—es
la Carne y la Sangre del mismo Jesús encarnado, pues
en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la
oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles—en
sus comentarios, que se llaman Evangelios—nos transmitieron que así se
lo ordenó Jesús cuando, tomó el pan y, dando gracias,
dijo: Haced esto en conmemoración mía; esto es mi Cuerpo.
Y de la misma manera, tomando el cáliz dio gracias
y dijo: ésta es mi Sangre. Y sólo a ellos
lo entregó (...).
Nosotros, en cambio, después de esta iniciación, recordamos
estas cosas constantemente entre nosotros. Los que tenemos, socorremos a
todos los necesitados y nos asistimos siempre los unos a
los otros. Por todo lo que comemos, bendecimos siempre al
Hacedor del universo a través de su Hijo Jesucristo y
por el Espíritu Santo.
El día que se llama del sol
[el domingo], se celebra una reunión de todos los que
viven en las ciudades o en los campos, y se
leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de
los profetas, mientras hay tiempo. Cuando el lector termina, el
que hace cabeza nos exhorta con su palabra y nos
invita a imitar aquellos ejemplos. Después nos levantamos todos a
una, y elevamos nuestras oraciones. Al terminarlas, se ofrece el
pan y el vino con agua como ya dijimos, y
el que preside, según sus fuerzas, también eleva sus preces
y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama: Amén.
Entonces viene la distribución y participación de los alimentos consagrados
por la acción de gracias y su envío a los
ausentes por medio de los diáconos.
Los que tienen y quieren,
dan libremente lo que les parece bien; lo que se
recoge se entrega al que hace cabeza para que socorra
con ello a huérfanos y viudas, a los que están
necesitados por enfermedad u otra causa, a los encarcelados, a
los forasteros que están de paso: en resumen, se le
constituye en proveedor para quien se halle en la necesidad.
Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser
el primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la
materia, hizo el mundo; y también porque es el día
en que Jesucristo, Nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos;
pues hay que saber que le entregaron en el día
anterior al de Saturno [sábado], y en el siguiente—que es
el día del sol—, apareciéndose a sus Apóstoles y discípulos,
nos enseñó esta misma doctrina que exponemos a vuestro examen.
........................
1. San Justino se refiere a la filosofía en cuanto
participación de la misma Sabiduna divina.
2. En los párrafos
precedentes ha expuesto la doctrina sobre el Bautismo.
I. El cristianismo
y la filosofía
CR/ANONIMOS: Para que no haya nadie que sin
razón rechace nuestra enseñanza objetando que Cristo nació hace sólo
ciento cincuenta años en tiempos de Quirino... y de Poncio
Pilato, urgiendo con ello que ninguna responsabilidad tuvieron los hombres
de épocas anteriores, nos daremos prisa a resolver esta dificultad.
Nosotros hemos aprendido que Cristo es el primogénito de Dios,
el cual, como ya hemos indicado, es el Logos, del
cual todo el género humano ha participado. Y así, todos
los que han vivido conforme al Logos son cristianos, aun
cuando fueran tenidos como ateos, como sucedió con Sócrates, Heráclito
y otros semejantes entre los griegos, y entre los bárbaros
con Abraham, Azarias, Misael, Elías y otros muchos... De esta
suerte, los que en épocas anteriores vivieron sin razón, fueron
malvados y enemigos de Cristo, y asesinaron a los que
vivían según la razón. Por el contrario, los que han
vivido y siguen vi- viendo según la razón son cristianos,
viviendo sin miedo y en paz... 1.
Declaro que todas mis
oraciones y mis denodados esfuerzos tienen por objeto el mostrarme
como cristiano: no que las doctrinas de Platón sean simplemente
extrañas a Cristo, pero sí que no coinciden en todo
con él, lo mismo que las de los otros filósofos,
como los estoicos, o las de los poetas o historiadores.
Porque cada uno de éstos habló correctamente en cuanto que
veía que tenía por connaturalidad una parte del Logos seminal
de Dios. Pero es evidente que quienes expresaron opiniones contradictorias
y en puntos importantes, no poseyeron una ciencia infalible ni
un conocimiento inatacable. Ahora bien, todo lo que ellos han
dicho correctamente nos pertenece a nosotros, los cristianos, ya que
nosotros adoramos y amamos, después de Dios, al Logos de
Dios inengendrado e inexpresable, pues por nosotros se hizo hombre
para participar en todos nuestros sufrimientos y así curarlos. Y
todos los escritores, por la semilla del Logos inmersa en
su naturaleza, pudieron ver la realidad de las cosas, aunque
de manera oscura. Porque una cosa es la semilla o
la imitación de una cosa que se da según los
limites de lo posible, y otra la realidad misma por
referencia a la cual se da aquella participación o imitación...
2
II. Dios
Al Padre de todas las cosas no se le
puede imponer nombre alguno, pues es inengendrado. Porque todo ser
al que se impone un nombre, presupone otro más antiguo
que él que se lo imponga. Los nombres de Padre,
Dios. Creador. Señor, Dueño, no son propiamente nombres, sino apelaciones
tomadas de sus beneficios y de sus obras. En cuanto
a su Hijo—el único a quien con propiedad se llama
Hijo, el Logos que está con él, siendo engendrado antes
de las criaturas, cuando al principio creó y ordenó por
medio de él todas las cosas—se le llama Cristo a
causa de su unción y de que fueron ordenadas por
medio de él todas las cosas. Este nombre encierra también
un sentido incognoscible, de manera semejante a como la apelación
de «Dios» no es un nombre, sino que representa una
concepción, innata en la naturaleza humana, de lo que es
una realidad inexplicable. En cambio «Jesús» es un nombre humano,
que tiene el sentido de «salvador». Porque el Logos se
hizo hombre según el designio de Dios Padre y nació
para bien de los creyentes y para destrucción de los
demonios... 3.
El Padre inefable y Señor de todas las cosas,
ni viaja a parte alguna. ni se pasea, ni duerme,
ni se levanta, sino que permanece siempre en su sitio,
sea el que fuere, con mirada penetrante y con oído
agudo, pero no con ojos ni orejas, sino con su
poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce; ninguno de
nosotros se le escapa, sin que para ello haya de
moverse el que no cabe en lugar alguno ni en
el mundo entero, el que existía antes de que el
mundo fuera hecho. Siendo esto así, ¿cómo puede él hablar
con alguien, o ser visto de alguien, o aparecerse en
una mínima parte de la tierra, cuando en realidad el
pueblo no pudo soportar la gloria de su enviado en
el Sinaí, ni pudo el mismo Moisés entrar en la
tienda que él había hecho, pues estaba llena de la
gloria de Dios, ni el sacerdote pudo aguantar de pie
delante del templo cuando Salomón llevó el arca a la
morada que él mismo había construido en Jerusalén? Por tanto,
ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni hombre alguno vio
al que es Padre y Señor inefable absolutamente de todas
las cosas y del mismo Cristo, sino que vieron a
éste, que es Dios por voluntad del Padre, su Hijo,
ángel que le sirve según sus designios. El Padre quiso
que éste se hiciera hombre por medio de una virgen,
como antes se había hecho fuego para hablar con Moisés
desde la zarza... Ahora bien, que Cristo es Señor y
Dios, Hijo de Dios, que en otros tiempos se apareció
por su poder como hombre y como ángel y en
la gloria del fuego en la zarza y que se
manifestó en el juicio contra Sodoma, lo he mostrado ya
largamente... 4.
Al principio, antes de todas las criaturas, engendró Dios
una cierta potencia racional de sí mismo, a la cual
llama el Espíritu Santo «gloria del Señor», y a veces
también Hijo, a veces Sabiduría, a veces ángel, a veces
Dios, a veces Señor o Palabra y a veces se
llama a sí mismo Caudillo, cuando se aparece en forma
humana a Josué, hijo de Navé. Todas estas apelaciones le
vienen de estar al servicio de la voluntad del Padre
y del hecho de estar engendrado por el querer del
Padre. Algo semejante vemos que sucede en nosotros: al emitir
una palabra, engendramos la palabra, pero no por modo de
división de algo de nosotros que, al pronunciar la palabra,
disminuyera la razón que hay en nosotros. Así también vemos
que un fuego se enciende de otro sin que disminuya
aquel del que se tomó la llama, sino permaneciendo el
mismo... Y tomaré el testimonio de la palabra de la
sabiduría, siendo ella este Dios engendrado del Padre del universo,
que subsiste como razón, sabiduría, poder y gloria del que
la engendró, y que dice por boca de Salomón: ...EI
Señor me fundó desde el principio de sus ca minos
para sus obras. Antes del tiempo me cimentó, en el
principio, antes de hacer la tierra, antes de crear los
abismos, antes de brotar las fuentes de las aguas... 5.
III.
Pecado y salvación
Oid cómo el Espiritu Santo dice acerca de
este pueblo que son todos hijos del Altísimo y que
en medio de su junta estará Cristo, haciendo justicia a
todo género de hombres (cf. Sal 81)... En efecto, el
Espiritu Santo reprende a los hombres porque habiendo sido creados
impasibles e inmortales a semejanza de Dios con tal de
que guardaran sus mandamientos, y habiéndoles Dios concedido el honor
de llamarse hijos suyos, ellos, por querer asemejarse a Adán
y a Eva, se procuran a sí mismos la muerte...
Queda así demostrado que a los hombres se les concede
el poder ser dioses, y que a todos se da
el poder ser hijos del Altísimo, y culpa suya es
si son juzgados y condenados como Adán y Eva... 6.
A
nosotros nos ha revelado él cuanto por su gracia hemos
entendido de las Escrituras, reconociendo que él es el primogénito
de Dios anterior a todas las criaturas, y al mismo
tiempo hijo de los patriarcas, pues se digna nacer hombre
sin hermosura, sin honor y pasible, hecho carne de una
virgen del linaje de los patriarcas. Por esto en sus
propios discursos, hablando de su futura pasión dijo: «Es necesario
que el Hijo del hombre sufra muchas cosas, y que
sea reprobado por los escribas y los fariseos, y sea
crucificado, y resucite al tercer día» (Mc 8, 31; Lc
9, 22). Ahora bien, él se llamaba a sí mismo
Hijo del hombre o bien a causa de su nacimiento
por medio de una virgen que era del linaje de
David, de Jacob, de Isaac y de Abraham, o bien
porque el mismo Adán era padre de todos esos que
acabo de nombrar, de quienes Maria trae su linaje... Por
haberle reconocido como Hijo de Dios por revelación del Padre,
Cristo cambió el nombre a uno de sus discipulos, que
antes se llamaba Simón y luego se llamó Pedro. Como
Hijo de Dios le tenemos descrito en los «Recuerdos de
los apóstoles», y como tal le tenemos nosotros, entendiendo que
procedió del poder y de la voluntad del Padre antes
de todas las criaturas. En los discursos de los profetas
es llamado Sabiduría, Día, Oriente, Espada, Piedra, Vara, Jacob, Israel,
unas veces de un modo y otras de otro; y
sabemos que se hizo hombre por medio de una virgen,
a fin de que por el mismo camino por el
que tuvo comienzo la desobediencia de la serpiente, por el
mismo fuera también destruida. Porque Eva, cuando era todavía virgen
e incorrupta, habiendo concebido la palabra que recibió de la
serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte: en
cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el
ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el
Espiritu del Señor vendría sobre ella y el poder del
Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual lo
santo nacido de ella seria hijo de Dios; a lo
que ella contestó: «Hágase en mi según tu palabra» (Lc
1, 38). Y de la Virgen nació aquel al que
hemos mostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios
destruye la serpiente y los ángeles y hombres que a
ella se asemejan, y libra de la muerte a los
que se arrepienten de sus malas obras y creen en
él...
IV. Vida cristiana
El bautismo
A cuantos se convencen y aceptan por
la fe que es verdad lo que nosotros enseñamos y
decimos, y prometen ser capaces de vivir según ello, se
les instruye a que oren y pidan con ayunos el
perdón de Dios para sus pecados anteriores, y nosotros oramos
y ayunamos juntamente con ellos. Luego los llevamos a un
lugar donde haya agua, y por el mismo modo de
regeneración con que nosotros fuimos regenerados, lo son también ellos:
en efecto, se someten al baño por el agua, en
el nombre del Padre de todas las cosas y Señor
Dios, y en el de nuestro salvador Jesucristo y en
el del Espíritu Santo. Porque Cristo dijo: «Si no volvierais
a nacer, no entraréis en el reino de los cielos»
(Jn 3, 3), y es evidente para todos que no
es posible volver a entrar en el seno de nuestras
madres una vez nacidos. Y también está dicho en el
profeta Isaías el modo como podían librarse de los pecados
aquellos que habiendo pecado se arrepintieran: «Lavaos, volveos limpios, quitad
las maldades de vuestras almas, aprended a hacer el bien...»
(Is 1, 16ss). La razón que para esto aprendimos de
los apóstoles es la siguiente: En nuestro primer nacimiento no
teníamos conciencia, y fuimos engendrados por necesidad por la unión
de nuestros padres, de un germen húmedo, criándonos en costumbres
malas y en conducta malvada. Ahora bien, para que no
sigamos siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia,
sino de la libertad y del conocimiento, alcanzando el perdón
de los pecados que anteriormente hubiéramos cometido, se invoca sobre
el que ha determinado regenerarse y se arrepiente de sus
pecados, estando él en el agua, el nombre del Padre
de todas las cosas y Señor Dios, el único nombre
que invoca el que conduce a este lavatorio al que
ha de ser lavado... Este baño se llama iluminación, para
dar a entender que son iluminados los que aprenden estas
cosas. Y el que es así iluminado, se lava también
en el nombre de Jesucristo, el que fue crucificado bajo
Poncio Pilato, y en el nombre del Espiritu Santo, que
nos anunció previamente por los profetas todo lo que se
refiere a Jesús 8.
La eucaristía
Después del baño (del bautismo), llevamos
al que ha venido a creer y adherirse a nosotros
a los que se llaman hermanos, en el lugar donde
se tiene la reunión. con el fin de hacer preces
en común por nosotros mismos, por el que acaba de
ser iluminado y por todos los demás esparcidos por todo
el mundo, con todo fervor, suplicando se nos conceda, ya
que hemos conocido la verdad, mostrarnos hombres de recta conducta
en nuestras obras y guardadores de lo que tenemos mandado,
para conseguir así la salvación eterna. Al fin de las
oraciones nos damos el beso de paz. Luego se presenta
pan y un vaso de agua y vino al que
preside de los hermanos, y él, tomándolos, tributa alabanzas y
gloria al Padre de todas las cosas por el nombre
del Hijo y del Espíritu Santo, haciendo una larga acción
de gracias por habernos concedido estos dones que de él
nos vienen. Cuando el presidente ha terminado las oraciones y
la acción de gracias, todo el pueblo presente asiente diciendo
Amen, que en hebreo significa «Asi sea». Y cuando el
presidente ha dado gracias y todo el pueblo ha hecho
la aclamación, los que llamamos ministros o diáconos dan a
cada uno de los asistentes algo del pan y del
vino y agua sobre el que se ha dicho la
acción de gracias, y lo llevan asimismo a los ausentes.
Esta
comida se llama entre nosotros eucaristía, y a nadie le
es licito participar de ella si no cree ser verdaderas
nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño del
perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de
acuerdo con lo que Cristo nos enseñó. Porque esto no
lo tomamos como pan común ni como bebida ordi naria,
sino que así como nuestro salvador Jesucristo, encarnado por virtud
del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra
salvación, así se nos ha enseñado que en virtud de
la oración del Verbo que de Dios procede, el alimento
sobre el que fue dicha la acción de gracias—del que
se nutren nuestra sangre y nuestra carne al asimilarlo—es el
cuerpo y la sangre de aquel Jesús encarnado. Y en
efecto, los apóstoles en los Recuerdos que escribieron, que se
llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue mandado, cuando
Jesús tomó el pan, dio gracias y dijo: «Haced esto
en memoria mia»...
Y nosotros, después, hacemos memoria de esto constantemente
entre nosotros, y los que tenemos algo socorremos a los
que tienen necesidad, y nos ayudamos unos a otros en
todo momento. En todo lo que ofrecemos bendecimos siempre al
Creador de todas las cosas por medio de su Hijo
Jesucristo y por el Espíritu Santo. El día llamado del
sol (el domingo) se tiene una reunión de todos los
que viven en las ciudades o en los campos, y
en ella se leen, según el tiempo lo permite, los
Recuerdos de los apóstoles o las Escrituras de los profetas.
Luego, cuando el lector ha terminado, el presidente toma la
palabra para exhortar e invitar a que imitemos aquellos bellos
ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a la vez, y elevamos
nuestras preoes; y terminadas éstas, como ya dije, se ofrece
pan y vino y agua, y el presidente dirige a
Dios sus oraciones y su acción de gracias de la
mejor manera que puede, haciendo todo el pueblo la aclamación
del Amén. Luego se hace la distribución y participación de
los dones consagrados a cada uno, y se envian asimismo
por medio de los diáconos a los ausentes. Los que
tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan
lo que les parece, y lo que así se recoge
se entrega al presidente, el cual socorre con ello a
los huérfanos y viudas, a los que padecen necesidad por
enfermedad o por otra causa, a los que están en
las cárceles, a los forasteros y transeúntes, siendo así él
simplemente provisor de todos los necesitados. Y celebramos esta reunión
común de todos en el día del sol, por ser
el día primero en el que Dios, transformando las tinieblas
y la materia, hizo el mundo, y también el día
en el que nuestro salvador Jesucristo resucitó de entre los
muertos... 9.
V. Escatología
¿Realmente confesáis vosotros que ha de reconstruirse la
ciudad de Jerusalén, y esperáis que allí ha de reunirse
vuestro pueblo, y alegrarse con Cristo, con los patriarcas y
profetas y los santos de nuestro linaje, y hasta los
prosélitos anteriores a la venida de vuestro Cristo...?
Si habéis tropezado
con algunos que se llaman cristianos y no confiesan esto,
sino que se abreven a blasfemar del Dios de Abraham
y de Isaac y de Jacob, y dicen que no
hay resurrección de los muertos, sino que en el momento
de morir sus almas son recibidas en el cielo, no
los tengáis por cristianos... Yo por mi parte, y cuantos
son en todo ortodoxos, sabemos que habrá resurrección de los
muertos y un periodo de mil años en la Jerusalén
reconstruida y hermoseada y dilatada, como lo prometen Ezequiel, Isaías
y otros profetas... 10.
........................
1. JUSTINO, 1 Apologia, 46.
2. JUSTINO,
2 Apología, 13.
3. Ibid. 5.
4. JUSTINO, Diálogo, 127-128.
5. Ibid. 61.
6.
Ibid. 124.
7. Ibid. 100.
8. JUSTINO, 1 Apol. 61.
9. Ibid. 65-67.
10.
JUSTINO, Dial. 80.
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