viernes, 1 de junio de 2012

San Justino Mártir Flavia

 
 
 
San Justino, mártir
fecha: 1 de junio
fecha en el calendario anterior: 14 de abril
†: c. 165 - país: Italia
canonización: pre-congregación
Memoria de san Justino, mártir, que, como filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida en la verdad de Cristo y la confirmó con sus costumbres, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión cristiana, fue conducido al prefecto Rústico, ante quien se declaró cristiano, siendo condenado a la pena capital.
patronazgo: patrono de los filósofos.
refieren a este santo: Santos Pedro y Pablo, San Pío I
oración:
Señor, tú que has enseñado a San Justino a encontrar en la locura de la cruz la incomparable sabiduría de Cristo, concédenos, por intercesión de tu mártir, la gracia de alejar los errores que nos cercan y de mantenernos firmes en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

Uno de los más distinguidos mártires del reinado de Marco Aurelio fue san Justino. A pesar de que era laico, fue el primer apologeta cristiano cuyas obras principales han llegado hasta nosotros. Sus escritos ofrecen detalles muy interesantes sobre los primeros años del santo y las circunstancias de su conversión. El mismo Justino cuenta que era samaritano, ya que había nacido en Flavia Neápolis (Nablus, cerca de la antigua Siquem); no conocía el hebreo, pues sus padres eran paganos, probablemente de origen griego. Justino recibió una excelente educación liberal, que aprovechó muy bien, y se consagró especialmente al estudio de la retórica y a la lectura de los poetas e historiadores. Más tarde, su sed de saber le movió a estudiar filosofía. Durante algún tiempo profundizó el sistema de los estoicos, pero lo abandonó al comprender que no tenían nada que enseñarle sobre Dios. Recurrió entonces a un maestro peripatético, pero el interés de éste por el dinero, le decepcionó muy pronto. Los pitagóricos le dijeron que, para empezar, necesitaba conocer la música, la geometría y la astronomía. Finalmente, un discípulo de Platón le ofreció enseñarle la ciencia de Dios. Un día en que paseaba por la playa, tal vez en Éfeso, reflexionando sobre uno de los principios de Platón, vio que le seguía un venerable anciano; al punto empezó a discutir con él el problema de Dios. El anciano despertó su interés, diciéndole que él conocía una filosofía más noble y satisfactoria que cuantas Justino había estudiado; Dios mismo había revelado dicha filosofía a los profetas del Antiguo Testamento y su punto culminante había sido Jesucristo. El anciano exhortó al joven a pedir que se le abrieran las puertas de la luz para llegar al conocimiento que sólo Dios podía dar. La conversación con el anciano movió a Justino a estudiar la Sagrada Escritura y a informarse sobre el cristianismo, aunque ya desde antes se había interesado por la religión de Jesús: «Aun en la época en que me satisfacían las enseñanzas de Platón -escribe-, al ver a los cristianos arrostrar la muerte y la tortura con indomable valor, comprendía yo que era imposible que hubiesen llevado la vida criminal de que se les acusaba». A lo que parece, Justino tenía unos treinta años cuando se convirtió al cristianismo; pero ignoramos el sitio y la fecha exacta de su bautismo. Muy probablemente tuvo éste lugar en Éfeso o en Alejandría, pues consta que Justino estuvo en esas ciudades.
Aunque ya había habido antes algunos apologetas cristianos, los paganos conocían muy poco de las creencias y las prácticas de los discípulos de Cristo. Los primitivos cristianos, la mayor parte de los cuales eran hombres sencillos y poco instruidos, aceptaban tranquilamente las falsas interpretaciones para proteger los sagrados misterios contra la profanación. Pero Justino estaba convencido, por su propia experiencia, de que muchos paganos abrazarían el cristianismo, si se les presentaba en todo su esplendor. Por otra parte -citemos sus propias palabras- «tenemos la obligación de dar a conocer nuestra doctrina para no incurrir en la culpa y el castigo de los que pecan por ignorancia». Así pues, tanto en su enseñanza como en sus escritos, expuso claramente la fe y aun describió las ceremonias secretas de los cristianos. Ataviado con las vestimentas características de los filósofos, Justino recorrió varios países, discutiendo con los paganos, los herejes y los judíos, En Roma tuvo una argumentación pública con un cínico llamado Crescencio, en la que demostró la ignorancia y la mala fe de su adversario. Según parece, la aprehensión de Justino en su segundo viaje a Roma se debió al odio que le profesaba Crescencio. Justino confesó valientemente a Cristo y se negó a ofrecer sacrificios a los ídolos. El juez le condenó a ser decapitado. Con él murieron otros seis cristianos, una mujer y cinco hombres. Desconocemos le fecha exacta de la ejecución.
Los únicos escritos de Justino mártir que nos han llegado completos son las dos Apologías y el Diálogo con Trifón. La primera Apología, de la que la segunda no es más que un apéndice, está dedicada al emperador Antonino, a sus dos hijos, al senado y al pueblo romanos. En ella protesta Justino contra la condenación de los cristianos por razón de su religión o de falsas acusaciones. Después de demostrar que es injusto acusarles de ateísmo y de inmoralidad insiste en que no sólo no son un peligro para el Estado, sino que son ciudadanos pacíficos, cuya lealtad al emperador se basa en sus mismos principios religiosos. Hacia el fin, describe el apologeta el rito del bautismo y de la misa dominical, incluyendo el banquete eucarístico y la distribución de limosnas. El tercer libro de Justino es una defensa del cristianismo en contraste con el judaismo, bajo la forma de un diálogo con un judío llamado Trifón. Parece que san Ireneo utilizó un tratado de Justino contra la herejía.
Las actas del juicio y del martirio de san Justino son uno de los documentos más valiosos y auténticos que han llegado hasta nosotros. El prefecto romano, Rústico, ante el que comparecieron Justino y sus compañeros, los exhortó a someterse a los dioses y a obedecer a los emperadores. Justino replicó que no era un delito obedecer a la ley de Jesucristo:
Rústico:
¿En qué disciplina estás especializado?
Justino:
Estudié primero todas las ramas de la filosofía; acabé por escoger la religión de Cristo, por desagradable que esto pueda ser para los que se hallan en el error.
Rústico:
Pero, debes estar loco para haber escogido esa doctrina.
Justino:
Soy cristiano porque en el cristianismo está la verdad.
Rústico:
¿En qué consiste exactamente la doctrina cristiana?
Justino le explicó que los cristianos creían en un solo Dios, creador de todas las cosas y que confesaban a su hijo, Jesucristo, anunciado por los profetas, quien había venido a salvar y juzgar a la humanidad. Rústico preguntó entonces dónde se reunían los cristianos.
Justino:
Donde pueden. ¿Acaso crees que todos nos reunimos en el mismo sitio? No. El Dios de los cristianos no está limitado a un solo lugar; es invisible y se halla en todas partes, así en el cielo como en la tierra, de suerte que los cristianos pueden adorarle en todas partes.
Rústico:
Está bien. Pero dime entonces, dónde te reuniste tú con tus discípulos.
Justino:
Siempre me he hospedado en casa de un hombre llamado Martín, junto a los baños de Timoteo. Este es mi segundo viaje a Roma y nunca me he alojado en otra parte. Todos los que lo desean pueden ir a verme y oírme en casa de Martín.
Rústico:
Así pues, ¿eres cristiano?
Justino:
Sí, soy cristiano.
Después de preguntar a los otros si eran también cristianos, Rústico dijo a Justino:
Rústico:
Dime, tú que eres elocuente y crees poseer la verdad, si yo te mando torturar y decapitar, ¿crees que irás al cielo?
Justino:
Si sufro por Cristo todo lo que dices, espero recibir el premio prometido a quienes guardan sus mandamientos. Yo creo que todos los que cumplen sus mandamientos permanecen en gracia de Dios eternamente.
Rústico:
¿De suerte que crees que irás al cielo a recibir el premio?
Justino:
No es una simple creencia, sino una certidumbre. No tengo la menor duda sobre ello.
Rústico:
Está bien. Acércate y sacrifica a los dioses.
Justino:
Ningún hombre sensato renuncia a la verdad por la mentira.
Rústico:
Si no lo haces, te mandaré torturar sin misericordia.
Justino:
Nada deseamos más que sufrir por nuestro Señor Jesucristo y salvarnos. Así podremos presentarnos con confianza ante el trono de nuestro Dios y Salvador para ser juzgados, cuando se acabe este mundo.
Los otros cristianos ratificaron cuanto había dicho Justino. El juez los sentenció a ser flagelados y decapitados. Los mártires murieron por Cristo en el sitio acostumbrado. Algunos de los fieles recogieron, en secreto, los cadáveres y les dieron sepultura, sostenidos por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Como es natural, existe una literatura muy abundante sobre un apologeta, cuya vida y escritos plantean tantos problemas. Recomendamos a este propósito la excelente bibliografía que da G. Bardy en su artículo Justin en DTC, vol. vm (1924), ce. 2228-2277. Fuera del hecho de su martirio, todo lo que sabemos acerca de San Justino se reduce a lo que él mismo nos cuenta en su «Diálogo con Trifón». San Ireneo, Eusebio y san Jerónimo, mencionan a san Justino, pero apenas añaden algún dato nuevo. El texto de las actas de su martirio se halla en Acta Sanctorum (junio, vol. I). En casi todas las colecciones modernas de actas de los mártires, se encuentran las actas de san Justino. Es curioso que en Roma no se conserve ninguna huella del culto a san Justino; su nombre no se halla ni en el calendario filocaliano ni en el Hieronymianum.
N.ETF: Además de las actas del martirio, cuyo extracto se lee en el Oficio de Lecturas del oficio del santo, en la liturgia de las horas se utilizan dos lecturas más de sus obras, por demás preciosas: de la I Apología, sobre el bautismo cristiano, y de la misma obra, sobre la celebración eucarística. También es posible leer aquí algo más de material del autor traducido al castellano. Testimonios tan preciosos de la Iglesia inmediatamente post apostólica se consiguen fácilmente en la red para ser leídos enteros en inglés, en alemán, y en otros idiomas, menos, naturalmente, en zulú y en español. Hay edición española de los textos en BAC, «Padres apologetas griegos», 1954, por Daniel Ruiz Bueno. SS Benedicto XVI dedicó en 2007 una de sus catequesis sobre los Padres a presentar a san Justino.
Justino Mártir
Justin Martyr.jpg
San Justino Mártir.
Nacimiento c. 103
Fallecimiento c. 165
Festividad 1 de junio
Justino Mártir (c. 100/114 - 162/168) fue uno de los primeros apologistas cristianos.

Biografía

Nació en la ciudad de Flavia Neapolis (actual Nablus, en Cisjordania; llamada Siquem en el Antiguo Testamento).1 Aunque afirma ser samaritano, su familia era pagana de habla griega, por lo que fue educado en ese contexto cultural.2 En su Diálogo con Trifón cuenta que estudió filosofía con diferentes maestros que por una u otra razón le decepcionaron y, tras convertirse al cristianismo en Éfeso, en tiempos de Adriano, dedicó el resto de su vida a difundir lo que él consideraba la verdadera filosofía. Parece ser que viajó bastante, y que al final de su vida se instaló en Roma, donde fundó el Didascáleo romano, una escuela de filosofía cristiana. Sufrió martirio en la capital del Imperio, al parecer debido a sus disputas con el cínico Crescencio,2 durante el reinado de Marco Aurelio, siendo Junio Rústico prefecto de la ciudad (entre 162 y 168).

Obras

La primera mención de Justino se encuentra en la Oratio ad Graecos de Taciano, quien lo llama "el muy admirable Justino", cita una frase suya e informa de que el cínico Crescencio lo denunció a las autoridades. Ireneo (Haer. I., xxviii. 1) habla de su martirio y explica que Taciano fue su discípulo, le cita en dos ocasiones (IV., vi. 2, V., xxvi. 2) y muestra su influencia en otros lugares. Tertuliano, en su Adversus Valentinianos, lo llama filósofo y mártir, y el primer antagonista de los herejes. Hipólito de Roma y Metodio de Olimpia también lo mencionan y lo citan. Eusebio de Cesarea lo trata con cierta extensión en su Historia eclesiástica (iv. 18), y le atribuye las siguientes obras, de las cuales sólo se tienen por auténticas la primera y la última:2
  1. La Primera Apología de Justino Mártir, dirigida a Antonino Pío, a sus hijos, y el Senado Romano;
  2. una Segunda Apología dirigida al Senado Romano;
  3. el Discurso a los griegos, una discusión con filósofos griegos acerca de la naturaleza de sus dioses;
  4. una Exhortación dirigida a los griegos;
  5. un tratado Sobre la soberanía de Dios;
  6. una obra titulada El salmista;
  7. un tratado Sobre el alma; y
  8. el Diálogo con Trifón.

Su visión del Logos

La idea del Logos siempre le llamaba la atención a Justino. Es demasiado asumir una unión directa con Filón de Alejandría, en este detalle. La idea del Logos era extensamente familiar a hombres cultos, y la designación del Hijo de Dios como Logos no era nueva a la teología cristiana. El significado está claro, sin embargo, en la manera en la cual Justino identifica al Cristo histórico con la fuerza racional vigente en el universo, que conduce hasta la reclamación de toda la verdad y virtud para los cristianos y a la demostración de la veneración de Cristo, que despertó tanta oposición, como la única actitud razonable. Es principalmente para esta justificación de la veneración de Cristo que Justino emplea la Idea del Logos.
Justino ve al Logos de Dios como un Dios engendrado:
El Logos de la Sabiduría, quien es este mismo Dios engendrado del Padre de todo, Logos, Sabiduría, Poder, y gloria del Engendrador.
Diálogo con Trifón LXI
Considera al Logos un Dios subordinado a Dios, manifestando un claro subordinacionismo:
Yo te persuadiré, desde que tú has entendido las Escrituras (de la verdad), de que hay, y se dice que existe, otro Dios y Señor subordinado al Hacedor de todo; quien es llamado Ángel, porque Él anuncia a los hombres cualquier cosa que el hacedor de todo, sobre quien no hay otro Dios, desea decirles a ellos.
Diálogo con Trifón LVI
El siguiente pasaje es motivo de controversia y de interpretación, para entender cuál es el sentido, en el cual, Justino considera a los ángeles semejantes a Cristo y dignos de ser también homenajeados:
Nosotros confesamos que somos ateos en lo que se refiere a los dioses, pero no con respecto al más grande verdadero Dios, el Padre de la Justicia y la templanza y de otras virtudes, quien es libre de toda impureza. Pero Él y el Hijo quien proviene de Él y nos enseñó estas cosas y a la hueste de los otros ángeles buenos que le siguen y que son similares a él, y al Espíritu profético, nosotros veneramos y rendimos homenaje.
Primera Apología VI

Notas

  1. «...en Flavia Neápolis, la antigua Sichem.» (Quasten 2004:196)
  2. a b c Simon & Benoit, p. 64

Bibliografía

  • DANIEL RUIZ BUENO: Padres apologetas griegos. Ed. Biblioteca de autores cristianos. Madrid 1954. ISBN 84-220-0147-0
  • EUSEBIO DE CESAREA: Historia Eclesiástica (IV, 16-18). Ed. Biblioteca de autores cristianos. Madrid 1973. ISBN 84-220-0657-X
  • SIMON, MARCEL; BENOIT, ANDRÉ: El judaísmo y el cristianismo antiguo, de Antíoco Epífanes a Constantino. Colección Nueva Clío, Editorial Labor, Barcelona, 1972

Enlaces externos




SAN JUSTINO
(†  166)
 
San Justino, hombre de su tiempo, fue filósofo, santo y mártir. Tres dimensiones de la vida humana, cada una de las cuales es suficiente para dignificarla si se realiza con plenitud, conciencia y autenticidad. San Justino cumplió con las tres. Como filósofo, amó la verdad y se entregó a su estudio; como santo, respondió con virtudes a la gracia suficiente, difundiendo la verdad con el ejemplo de su vida tanto o más pulcramente que con sus escritos, con ser éstos, en la opinión de algunos críticos, muy bellos. Su estilo literario es, a decir verdad, harto discutible; su estilo de vida es, sin lugar a dudas, admirable. Como mártir, confesó con valentía y serenidad, pero sin jactancia, su fe en Jesucristo, negándose a sacrificar a los ídolos.
 Había nacido en Flavia Neápolis, en los primeros años del siglo II. Flavia Neápolis es la moderna Naplusa, Nabulus o Nablus. El nombre se lo dio a la ciudad Flavio Vespasiano al apoderarse de ella el año 72. El nombre samaritano primitivo fue Siquem; estaba considerada corno uno de los puntos más fértiles y hermosos de la Palestina central. Ciudad ancha y fecunda, centro de heredades bíblicas, granero y fortaleza. Veinticinco mil habitantes cuenta. En el siglo II, cuando San Justino nace, se mezclan judíos de origen, resentidos y torvos, con colonos paganos, orgullosos, privilegiados y en expectativa.
 El nombre Justino, aunque de clara ascendencia samaritana, no engaña a los naturales. Denuncia el origen de la tierra, pero no supone ascendencia judía del linaje. Abuelo y padre de Justino fueron, a buen seguro, gentiles. Nuestro Santo parece tenerlo a gala, fundándose en la mejor disposición que muestran los paganos en abrazar la fe de Cristo y en la más firme voluntad para defenderla que la que demostraban los judíos.
 San Justino parece como un primer anuncio de San Agustín. Su itinerario intelectual es muy semejante, y representa entre los apologetas lo que San Agustín significará, con majestad, entre los Padres de la Iglesia.
 De la corteza de la lengua griega pasa, afilándola, al corazón de las ideas, sin que las bellezas literarias, que le cantan al oído, le encanten o detengan en la penetración de la verdad,
 Sigue en el estudio y en la persecución de la verdad el camino que le señala la sinceridad de la búsqueda. Lee y escucha a los estoicos, porque es el sosiego del alma lo que busca, y en ellos parece que podrá encontrarlo; pero no alcanza la paz consigo mismo porque algo más hondo le grita. Es el primer destello de Dios en el alma de Justino. Un Dios presentido y querido, que los estoicos no aciertan a escuchar. Después asistirá a las lecciones de los peripatéticos, pitagóricos y platónicos, sin que la inteligencia de sus textos ofrezcan al corazón de Justino el fervor que el corazón le pide, y sin que el corazón entregue a la inteligencia la claridad y el amor que solicita.
 Lo que no consigue la ciencia de los sabios lo logrará el ejemplo, la constancia y la fortaleza de los humildes. Justino advierte en los mártires cristianos cómo la ciencia vana se transforma en sabiduría plena. Al profundizar en las razones misteriosas que ordenan la formación de ejércitos de mártires y la sucesión de los tiranos en los primeros siglos del cristianismo convendrá no echar nunca en olvido la gracia santificadora de los tormentos, derramándose por todos los miembros de los que buscan la verdad por caminos de buena voluntad. La persecución de Adriano y la divinización de Antinoo pudieron abrir, en invitación sobrenatural, los portones del alma de Justino a la recepción de la gracia de la fe. "Cuanto más se nos persigue —dice en el Diálogo con Trifón— tanto mas crece el número de los que se convierten a la fe por el nombre de Jesús. Nos sucede como con la cepa, a la que se podan los sarmientos que han dado ya fruto para que broten otros más vigorosos y lozanos. La viña plantada por Dios y por nuestro Salvador Jesucristo es su pueblo. No hay quien amedrente o reduzca a servidumbre a los que por todo el ámbito de la tierra creemos en Jesucristo."
 El fenómeno de la conversión del hijo de Presco a la gracia sobrenatural del cristianismo, algunos años antes de cumplir los cuarenta, la edad de la gracia natural del filósofo, que diría Platón, sólo se explica suficientemente por la virtud y eficacia misteriosa de la gracia divina, es cierto; pero en las galerías del alma de Justino oímos cómo discurren los pasos de la sinceridad, de la inteligencia, del ejemplo de los mártires en vida y en muerte, de la meditación silenciosa, de la vigilancia de las pasiones y, finalmente, de la lectura de los profetas. Estos pasos andados con humildad ensanchan su mirada y ahondan sus ecos hasta llegar a la fuente divina de la voz primera y esencial. En efecto, Justino abraza el cristianismo sin tener por ello que abandonar la filosofía, sin apagar sus fervores didascálicos, sin renunciar su pujante vitalidad, sin contradecir a la fe con la razón ni humillar a la razón con la fe.
 Justino, convertido al cristianismo, no desfallece en la búsqueda iniciada de la verdad —conviene repetirlo— ni abandona la filosofía. Este es el alcance que hay que dar a muchas de sus frases entusiásticas y que, lejos de racionalizar la fe, lo que señalan es la posibilidad racional de alcanzarla y la injusticia que supone atacarla. La filosofía no depone contra la fe, sino que el vivir en la fe delata una excelsitud sobre el mero pensar filosófico. En San Justino la fe es siempre un don de Dios, original y sobrenatural. Se opera en Justino una transformación. Es como una elevación del sentido, como un ahondamiento por profundidades, como una transverberación de luces inéditas y sobrenaturales en la constelación intelectual de sus conocimientos anteriores. La conversión al cristianismo le ha enseñado para qué sirve la vida, le ha descubierto una nueva faz de la verdad, le ha iluminado y enfervorizado el anhelo. Lejos de despreciar lo sabido, lo tiene en más, como si el cristianismo fuera la coronación de todos los saberes, por su superación sobrenatural. "He procurado —dice al prefecto Rústico-- adquirir conocimiento de todo linaje de doctrinas, pero sólo me he adherido a las doctrinas de los cristianos, que son las verdaderas, aunque no sean gratas a quienes siguen falsas opiniones."
 Antes de convertirse su alma era como un desierto, ahora es como una antorcha; y abre escuela en Roma para mostrar y demostrar que la filosofía o conduce a la fe en Jesucristo, Verdad verdadera, voz entre los ecos, plenitud de tiempo y verdades, o se convierte en retórica vana. Para nuestro Santo la verdad que persigue la filosofía es una fuerza luminosa y penetrante. Pero no por ello le entregará las llaves de la fe. Grande es, ciertamente, Sócrates —nos dice—; pero a Sócrates nadie le ha creído hasta el punto de dar su vida por mantener esta doctrina. Por la de Cristo, sí; dan su vida los filósofos, los sabios, los artesanos y los humildes. Y ésta es la doctrina a que aspiran los hombres: una verdad por la que valga la pena morir, si llega el caso.
 San Justino sabe muy bien que no ha sido la filosofía la que le ha abierto el cielo de su alma, pero no ignora tampoco que la filosofía no es obstáculo para abrazar la fe, y defiende que una filosofía con fe es una filosofía auténticamente humana. San Justino se percató de que cabe hablar de una filosofía cristiana, pues la razón sólo engendra monstruos cuando con ella se comete la monstruosidad de oponerla a la fe en Cristo. Tan fuerte es esta convicción en San Justino que llega a considerar como un deber de filósofo cristiano el predicar la fe con los medios de expresión de que cada uno dispone y que resulten inteligibles y comprensibles. El se vale de expresiones platónicas. Sólo si algún filósofo arremete contra la fe en nombre de la filosofía impugnará al filósofo y a su filosofía. Justino es antes que nada el filósofo de la sinceridad en la búsqueda, de la autenticidad en la conducta, de la humildad en el hallazgo, del fervor en la predicación de su fe, del heroísmo en el testimonio de su creencia.
 La vida de San Justino es un testimonio palpitante de cómo ha de vivir su fe un filósofo cristiano. Cierto que su tiempo no es el nuestro, ni su circunstancia la que hoy nos rodea, ni su estadio es como nuestro anfiteatro; pero no es menos cierto que la situación radical es y seguirá siendo análoga o muy semejante hasta el final de los tiempos. Más aún: San Justino conserva un no sé qué de modernidad palpitante para esta Europa lacerada.
 San Justino despliega sus actividades con una sencillez, entusiasmo y sinceridad que sorprende. Como la bondad y la verdad son difusivas, y el consejo evangélico señala que la luz de la inteligencia ha de manifestarse en público y en privado, San Justino escribe, habla, predica y peregrina. Suena un filósofo cínico, enemigo del cristianismo, y Justino entabla polémica pública en términos filosóficos. Surge un judío recalcitrante, y Justino abre diálogo en términos de milagros y profecías cumplidas por Cristo. Arrecian las persecuciones, y Justino alza solemne su voz, proclamando directa y audazmente la verdad y la seguridad de su fe en un Dios vivo y viviente, creador, conservador, redentor y juez. No hay en San Justino impertinencia, no hay tampoco imprudencia, pero jamás cederá en la defensa de la verdad ni celará su fervor. Su presencia intelectual, moral y religiosa se multiplica oportuna e importunamente, porque los tiempos exigían esta presencia en la importunidad. Resuena en él San Pablo como un eco potente.
 San Justino está todo él, de cuerpo entero, en las llamadas Apologías y en el Diálogo con Trifón. Es de lamentar que otros escritos suyos se hayan perdido, pero sólo con lo que nos resta San Justino queda retratado maravillosamente. Dedica sus Apologías a Antonino Pío y a Marco Aurelio. Les imputa error, debilidad, cobardía e injusticia, basando la acusación en pruebas morales y en el influjo maléfico de los demonios. Las Apologías están esmaltadas de pensamientos luminosos y eficaces, relieves de sus lecturas platónicas, purificadas por la sinceridad de su fe cristiana. Conservan hoy su validez intacta. Son los hechos —alega San Justino— los que reflejan la piedad o la iniquidad, el amor o el odio que se esconde en los pensamientos y en el corazón de los hombres. El que acusa al cristianismo de iniquidad bastante castigo tiene con el delito que comete con la acusación. El que castiga a un cristiano quebranta la paz, porque el cristiano, por serlo, la busca y la defiende para él y para los demás. El que, conocida la verdad, la persigue comete iniquidad. Vosotros —dirá en los comienzos de la Apología— os oís llamar por doquiera piadosos y filósofos, guardianes de la justicia y amantes de la instrucción; pero que realmente lo seáis es cosa que tendrá que demostrarse. Vosotros —añadirá— matarnos sí podéis; pero dañarnos, no. Instruidos como estáis, no tendréis excusa delante de Dios si no obráis según la justicia.
 En San Justino adquieren relieve expositivo los puntos fundamentales de la teología dogmática, de la moral y de la liturgia. Alcanzan un valor superior al meramente apologético. En él se lee con claridad la divinidad de Jesucristo Y su misión redentora. Cristo ha muerto para librarnos de la esclavitud de los demonios que rondan por el mundo desde el pecado del Paraíso. La madre virginal de Cristo aparece vinculada a la obra redentora. En la unidad de todos los cristianos se aprecia la comunión de los santos, mantenida por la fe. El valor de la tradición es claramente expuesto y defendido. La Eucaristía es el misterio en el que “no tomamos el pan consagrado como un pan común, ni el cáliz consagrado como bebida común, sino que sabemos que son el cuerpo y la sangre del mismo Jesucristo, que se encarnó por nosotros". Es quizá el testimonio más expresivo y terminante si se advierte que una confesión tan explícita no podía resultar grata a los paganos ni a los judíos. El testimonio de San Justino sobre la Eucaristía, como transustanciación del pan y del vino en cuerpo y sangre de Cristo, revela la doctrina creída y defendida por todos los cristianos a los que nuestro Santo sirve y expresa. Aunque sus Apologías sólo nos hubieran legado las reuniones de los cristianos y la liturgia del sacramento, serían un documento maravilloso. Y aunque el Diálogo con Trifón se hubiera reducido a los pasajes en los que desarrolla el sacrificio de la misa, ya merecería la honra de todos los cristianos.
 San Justino presiente el martirio, porque sabe que los demonios acechan, y ha podido comprobar cómo los enemigos de la fe son por naturaleza calumniadores. Una descripción de las reuniones cristianas como la que San Justino había escrito, y la exposición de la verdad eucarística, no podían menos que armar el brazo de los amigos y confidentes del emperador Marco Aurelio. Ante la doctrina expuesta por San Justino sobraban los testigos. El discípulo era tratado como el maestro, una vez confesada la divinidad. La fecunda semilla del Verbo Divino fecundó en sangre, que es una de las ramas en que maduran sus frutos cuando la persecución arrecia.
 No hubo en la gracia del martirio de San Justino necesidad de purificación de errores doctrinales, pues los que pueden atribuírsele se desvanecen si se atiende bien al siglo en que vivió o se leen las páginas con benevolencia crítica. Que los filósofos griegos bebieran o no aguas de inspiración en lecturas y tradiciones del Antiguo Testamento no es asunto que inquiete demasiado al que lo asegure con denuedo, sobre todo si la convicción esconde una toma de posición subjetiva. Este convencimiento es el que permite al filósofo cristiano asegurar que en Platón o en los estoicos se descubren resplandores anunciadores de verdades más altas y sublimes. La concordia de verdades cristianas con sentencias estoicas no supone una dependencia de los dogmas cristianos, sino una proclamación, por diversos caminos, de la verdad divina. Es a las sentencias estoicas a las que San Justino obliga a descubrir sentidos que no pueden tener, no es a los dogmas cristianos a los que arrodillará ante la adivinación estoica o platónica. El panteísmo de los estoicos es algo que no cabe en la doctrina de San Justino. Todo aparece claro cuando leemos en San Justino que la fe es un don de Dios que se conquista con la plegaria humilde, y que es la oración la que nos descubre el significado y la inteligencia de las Sagradas Escrituras.
 El apostolado seglar —seglar fue nuestro Santo— tiene en San Justino un buen maestro. El santo patrono de los filósofos se presenta a su vez, y con los mismos títulos, como el santo abogado de los creyentes humildes y sencillos. Todo un símbolo para nuestra época.

Sermon de Justino Martir Padre de la Iglesia

Sermon de Justino Mártir - Padre de la Iglesia
El Primer Apologista

(160 D.C)
San Justino nació en Flavia Neápolis. Fue el primer apologeta cristiano, laico. Como buscador incansable de la verdad, profundizó principalmente en el sistema de los estoicos, los pitagóricos y de Platón.

Tuvo un encuentro que le motivó a estudiar "una filosofía más noble" que las que él conocía. Así, comenzó a estudiar las Sagradas Escrituras y a informarse sobre el cristianismo. San Justino tenía 30 años cuando se convirtió al cristianismo y recorrió varios países discutiendo con los paganos, los herejes y los judíos sobre la fe. Los escritos de Justino mártir que han llegado completos hasta nosotros son las dos Apologías y el Diálogo con Trifón. En la primera Apología, San Justino protesta contra la condenación de los cristianos por razón de su religión o de falsas acusaciones. En ella fundamenta que es injusto acusarlos de ateísmo y de inmoralidad, ya que son ciudadanos pacíficos, cuya lealtad al emperador se basa en sus mismos principios religiosos. La segunda Apología es un apéndice de la primera. En su tercer libro, el mártir hace una defensa del cristianismo en contraste con el judaísmo, bajo la forma de diálogo con un judío llamado Trifón.

San Justino se negó a la orden dada por Crescencio de ofrecer sacrificios a los ídolos y, confesando valientemente a Cristo, fue condenado por el juez a morir decapitado [1]


Apologia
Porque Eva, cuando era todavía virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte: en cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual lo santo nacido de ella seria hijo de Dios; a lo que ella contestó: “Hágase en mi según tu palabra.” Justino Mártir (160 d.C.)
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María, la antítesis de Eva.- “Eva, virgen e intacta, habiendo concebido la palabra de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte.
La Virgen María, habiendo concebido fe y alegría, cuando el ángel Gabriel le anunció que el Espíritu del Señor vendría a ella y la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra, de suerte que el Ser Santo, nacido de Ella, sería el Hijo de Dios, respondió: Hágase en Mí según tu palabra; y de Ella nació Él… por quien Dios destruye la serpiente y a los ángeles y hombres que a ella –a la serpiente- se asemejan, y libra de la muerte a los que se arrepienten de su maldad y creen en Él”. (Diálog. Con Trif., c.100, PG, VI, 700).
El binomio Eva-María es la primera visión de la era patrística sobre la Santísima Virgen. Esta primera raíz del paralelismo Eva-María irá creciendo pujante hasta formar un árbol exuberante: la Mariología.
La siempre Virgen María.- “Fue la virtud de Dios la que vino sobre la Virgen y la cubrió con su sombra, y, permaneciendo virgen, hizo que concibiera”. (Apolog. I, c.33, PG, VI, 381).
La doctrina sobre la virginidad de María se fue desarrollando lentamente en los primeros siglos de la Iglesia hasta culminar felizmente en la definición dogmática de la perpetua virginidad de María en el concilio provincial de Letrán, celebrado el año 649 por el papa San Martín I, como veremos luego.
María, Madre de Dios.- La maternidad divina de Nuestra Señora aparece ya también en san Justino.
No aparece, es verdad, el clásico theotókos, Deigenitrix, en estos comienzos de la literatura mariana que será más tarde el término técnico para expresar el dogma de la maternidad divina de María; pero la doctrina es exactamente la misma: la del Evangelio, la de la tradición primitiva.
He aquí dos textos de gran apologista del siglo II:
“El Hijo de Dios, que es también Dios, quiso el Padre naciera hombre de la Virgen”. (BAC, 116, p. 525).
La atribución de dos nacimientos en Cristo –eterno y temporal- a una misma persona está clara en Justino.
“Noé, Enoc, Jacob, etc., se salvaron junto con los que reconocen a Cristo, Hijo de David; Él por un lado, existía antes del lucero y de la luna; y, por otro, consintió, encarnándose, en ser engendrado por esta Virgen, que procedía del linaje de David”. (Ib., p. 376).
Si, pues, Jesús es el Hijo de Dios engendrado eternamente por el Padre y engendrado temporalmente, virginalmente, por María, síguese en buena lógica que María es la Madre de Dios.






San Justino

Mártir

Flavia Neápolis (Palestina), hacia 100 - Roma, hacia 165

El nombre completo por el que a veces se le conoce es: San Justino filósofo y mártir. Pero se le pueden añadir otros títulos no menos merecidos, como teólogo y exegeta, además de apologista.
  • Nacimiento y formación

Nació en Flavia Neápolis, ciudad fundada el año 72 por el emperador Vespasiano, apenas terminada la guerra judía, guerra sellada por la destrucción del templo de Jerusalén. Estaba situada en el terreno de la antigua Mabarta («El Paso»), en Samaria, entre los montes Ebal y Garizín, cerca de las ruinas de la bíblica Siquén. […]
El nacimiento de Justino debió de ocurrir en torno al año 100, finales del siglo I o comienzos del II. […]
La extensión y profundidad de sus conocimientos, que podemos comprobar en sus obras supervivientes, suponen un ambiente familiar capaz de proporcionarle una formación cultural de base muy notable y de ponerle en condiciones de enfrentarse incluso con doctrinas difíciles y muy especulativas, como las que presentaban los gnósticos de su tiempo.[…]
Esa formación y su propia índole intelectual y espiritual le inclinaron muy pronto hacia el campo de la filosofía. A ella se dedicó por entero, tan pronto como terminó los estudios liberales o medios.[…]
Para Justino, «la filosofía es el mayor de los bienes en realidad, y el más precioso ante Dios, al cual ella sola nos conduce y nos recomienda. Y santos son, en verdad, aquellos que consagran su inteligencia a la filosofía» (Diál. 2, 1). Esto lo dice Justino, naturalmente, cuando ya era cristiano, pero constituye, sin duda, el programa que balizó todo su largo itinerario hacia una meta que él vislumbraba, en su anhelo, pero que aún no conocía.
El proceso de ese itinerario filosófico y espiritual lo dejó él consignado en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón. Quizás la redacción es una elaboración y una reconstrucción literaria, pero el fondo corresponde a la realidad histórica, pues todas las etapas aludidas han dejado algún poso, alguna huella, aunque desigual, en las obras conservadas de Justino. En esa búsqueda filosófica de Justino, que desemboca en una conversión al cristianismo, hay, efectivamente, varias etapas que marcan su evolución, aunque no tienen igual duración. Parece que primeramente frecuentó a un estoico.[…] Acudió luego a un peripatético o seguidor de la doctrina de Aristóteles. […] El tercer filósofo al que acudió, siempre en busca de «lo que es peculiar y más excelente en la filosofía», era un pitagórico, de no poca fama, que «tenía pensamientos muy elevados acerca de su propia sabiduría». […] Por fin recaló en la escuela de Platón. […]
  • Conversión al cristianismo

En este momento preciso es cuando, en «aquel paraje solitario, no lejos del mar», tuvo su casual —providencial— encuentro con «aquel anciano, de aspecto no despreciable, que manifestaba poseer un carácter suave y venerable» y que le abrió el camino hacia la verdadera «filosofía que produce felicidad», haciéndole ver que «la inteligencia humana jamás será capaz de ver a Dios, si no está adornada con el Espíritu Santo» (3, 7). El anciano le habló de los maestros que superaban con mucho a todos los filósofos, incluidos los más grandes, le habló de «los hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que hablaron inspirados por el Espíritu divino, y divinamente inspirados predijeron el futuro, aquello justamente que ahora se está cumpliendo; son los llamados profetas, los únicos hombres, anteriores a todos los filósofos, que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a nadie, horros de vanagloria y llenos del Espíritu Santo» (7, 1).
El anciano, pues, le orientó al estudio de las Sagradas Escrituras, y él, reflexionando sobre ello, una vez despedido del anciano, halló «que ésta es la única filosofía segura y provechosa», y que ahora era cuando él podía sentirse «filósofo de verdad». […] Todo ello le condujo a una sincera y total conversión a la fe cristiana. No era una «conversión filosófica» más de las muchas que hallamos entre sus contemporáneos —y aun anteriores—, y eso que, como ya se apuntó, para la mayoría de los intelectuales y de la gente de cierta cultura de entonces la filosofía no era un mero estudio, más o menos estéril, de problemas metafísicos y morales, sino que realmente se la consideraba como un género o método de vida, muy emparentado con lo que hoy es la religión en general, que tenía repercusiones serias en todo el ser y proyección de la persona.
  • Filósofo cristiano

Solamente es «conversión filosófica» en cuanto que Justino, al final de su itinerario filosófico, considera al cristianismo como la «verdadera filosofía». En la Escrituras, en la vida cotidiana de los cristianos y en el ejemplo de los mártires, Justino ha descubierto valores humanos esenciales cuya necesidad se ha agudizado en su época, pero sobre todo ha encontrado la novedad de Cristo, que aporta al hombre no sólo la gracia necesaria para un cambio radical en el corazón y en las costumbres —conversión—, sino sobre todo la renovación total del hombre, con reflejos de vida nueva en el mundo circundante.
En Cristo ve al único Logos —razón, palabra— de Dios, que da sentido al hombre y al mundo. La conversión al cristianismo era sobre todo una adhesión personal y total a Cristo, con todas las exigencias de la fe y todas las consecuencias para la vida de cada día, individual y comunitaria. Por eso escribe Justino en su Apología, hablando, como cristiano ya, en primera persona: «Los que antes nos complacíamos en el libertinaje, ahora estamos enamorados de la castidad; los que recurríamos a la magia, ahora estamos enteramente consagrados al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el dinero y las propiedades, ahora ponernos en común lo que poseemos, y lo compartimos con el necesitado; los que mutuamente nos odiábamos y unos a otros nos matábamos, los que no admitíamos en nuestro hogar a extranjeros, por su raza y costumbres, ahora, después de la manifestación de Cristo, compartimos con ellos mesa y techo, rogarnos por nuestros enemigos y nos esforzarnos por convencer a quienes injustamente nos aborrecen, con el fin cíe que, viviendo según los buenos preceptos de Cristo compartan con nosotros la esperanza de recibir, por parte de Dios, Soberano del Universo, los mismos bienes que nosotros», (14, 2-3). […]
  • Maestro laico

En ningún momento parece que Justino tuviera la menor intención de formar parte del clero en alguna comunidad, y menos de la jerarquía eclesiástica. Fue siempre un laico, pero un laico incondicionalmente comprometido con su fe cristiana, y comprometido con lo que él considera su carisma personal: la enseñanza. […] Justino será un didáskalos, un maestro, y allá donde vaya abrirá un didaskaléion, una escuela para impartir sus enseñanzas.
En uno de sus viajes, llegó a Roma, y allí se quedó. Mediaba el siglo II. Estableció un didaskaléion, donde pudiera enseñar.
  • Teólogo

Consciente y responsable de los dones que Dios le había regalado, especialmente para comprender y explicar las Escrituras, desde su conversión se dedicó sin reservas a estudiarlas a fondo, con miras siempre a hacer a los demás partícipes de sus hallazgos. Para ello puso en ejecución los instrumentos intelectuales que le había deparado su largo itinerario preparatorio. Esta base y su inevitable contacto con la intelectualidad pagana y con las especulaciones de los pujantes movimientos gnósticos, le llevaron a un esfuerzo de exégesis o interpretación de la palabra de Dios y a una seria, metódica y profunda reflexión sobre la misma y sobre la regla de fe, que le convirtieron en el primero en merecer el título de «teólogo».
  • Apologista

[Justino] No tiene inconveniente en dirigir a las autoridades del imperio una defensa razonada del cristianismo, no sólo contra las acusaciones de la plebe ignorante, sino también, y muy especialmente, contra las provenientes de los intelectuales paganos, que consideraban al cristianismo como «perniciosa superstición, entre otras lindezas. Justino piensa que lo más efectivo para lograrlo es convertir la defensa en propaganda, por eso presenta una exposición, sencilla pero íntegra, de la fe y de la vida de los cristianos correspondiente a esa fe. En sus Apologías hallamos la descripción fiel, entusiasta y emocionada, de cómo los cristianos vivían su fe, es decir, de cómo la vivía él mismo. […]
  • Mártir

Justino había luchado y luchaba en varios frentes: pagano, gnóstico y judío, por lo que estaba muy expuesto. Sin embargo, el peligro acechaba por otro flanco. Su labor de maestro filósofo tenía en Roma mucho éxito, y su discipulado seguía creciendo no sólo en número, sino sobre todo en calidad, con un seguimiento que iba mucho más allá de lo puramente intelectual. Era una época en que abundaban, según quedó ya señalado, los filósofos y seudofilósofos itinerantes, tan bien retratados por Luciano de Samosata, que en todas partes buscaban la polémica y se hacían feroz competencia. Alguno se establecía en una ciudad, como el propio Justino había hecho. Era natural que abundaran en Roma.
Es Justino mismo quien nos cuenta en su Apología las agarradas que sostuvo con el filósofo cínico Crescente, del que, por ello, temía lo peor. Y el historiador Eusebio de Cesarea, que cita ampliamente a Justino, aporta nuevas noticias sobre dicho individuo nada halagüeñas, tomadas del apologista Taciano, discípulo de Justino, y afirma sin vacilar: Justino, «según su predicción, murió víctima de las maquinaciones de Crescente» (HE IV 16, 7).
Así, pues, el martirio coronó la vida y la obra de Justino.
Un día arrestaron a Justino y a unos cuantos discípulos de los más relevantes, que tuvieron que comparecer y responder de sus vidas ante el prefecto de Roma Quinto Junio Rústico.[…]
[En los interrogatorios] ante la pregunta pertinente: «¿Eres cristiano? —Responde Justino: Sí, soy cristiano». Es también la respuesta definitiva, la que irán repitiendo uno tras otro sus discípulos y compañeros del trance: Garitón, Evelpisto, Hiéraco, Peón y Liberiano. Entonces Rústico le insiste a Justino: «Vas a ser azotado y decapitado, ¿crees que subirás al cielo? —Responde Justino: Confío lograrlo con mi perseverancia, si no dejo de perseverar. Sé que esto está reservado a los que llevan una vida recta, hasta la conflagración universal. —Preguntó el prefecto Rústico: ¿Entonces tú opinas eso, que subirás? —Respondió Justino: No es una opinión: estoy absolutamente convencido de ello. —El prefecto Rústico dijo: Si no obedecéis, seréis ajusticiados. —Y el prefecto Rústico proclamó la sentencia: Todos cuantos no han querido sacrificar a los dioses, que sean azotados y conducidos a la ejecución, conforme al procedimiento de la ley». Y Justino y sus compañeros fueron ajusticiados, mártires de Cristo.
Debió de ocurrir hacia el año 165. […] En Oriente se le dio culto muy pronto, a Justino solo; más tarde, con el culto de Justino ya introducido —y sin duda por la llegada de las Actas del martirio— se le celebró junto con sus compañeros de martirio, y siempre el 1 de junio, según los menologios. En Occidente, se les celebra juntos ya desde el comienzo. Los Martirologios de Usuardo y Ación señalan la fiesta el 13 de abril. El papa León XIII extendió la fiesta a toda la Iglesia.


Martirologio: San Justino mártir: año 100-168.



SAN JUSTINO MARTIR



(100 – 168)
San Justino. Nació en Palestina, en la ciudad de Flavia Neápolis (actual Nablus, en Cisjordania); llamada Siquem en el Antiguo Testamento. Considerado como el Padre apologista griego más importante del siglo II y una de las personalidades más noble de la literatura cristiana. De padres paganos y origen romano, hombre de su tiempo fue filósofo, santo y mártir. Tres dimensiones de la vida humana cada una de las cuales es suficiente para dignificarla, se realiza con plenitud, conciencia y autenticidad.
San Justino cumplió con las tres. Como filósofo, amó la verdad y se entregó a su estudio; como santo, respondió con virtudes a la gracia suficiente, difundiendo la verdad con el ejemplo de su vida tanto o más pulcramente que con sus escritos; y como mártir confesó con valentía y serenidad, pero sin jactancia, su fe en Jesucristo, negándose a sacrificar a los ídolos.
La búsqueda de la verdad y el heroísmo de los mártires cristianos provocaron su conversión al cristianismo. Desde ese momento, permaneciendo siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe.
Llegó a Roma en el reinado de Marco Aurelio (138 -161) y allí fundó la primera escuela de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a causa de las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que comparecer ante el prefecto Rústico y por el solo delito de confesar su fe, fue condenado junto con Caritón, Caridad, Evelpisto, Hierax, Peón y Liberiano a muerte probablemente en el año 165. Las actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más impresionantes que se conservan de la antigüedad
De sus variados escritos, dos de sus Apologías escritas en defensa de los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pío; y en la obra titulada Diálogo con el judío Trifón que es el más importante de éstos escritos apologéticos, defiende la fe cristiana de los ataques del judaísmo. La argumentación de Justino se apoya mucho ahora en el Antiguo Testamento, donde expone que la ley de Moisés era provisional, mientras que el cristianismo es la ley nueva, universal y definitiva y explica porque hay que adorar a Cristo como a Dios y describe a los pueblos que siguen a Cristo como el nuevo Israel. En esta obra relata autobiográficamente su conversión. En las Apologías, admira en su exposición el profundo conocimiento de la religión y mitología paganas – que se propone refutar – y de las doctrinas filosóficas más en boga; cómo intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el bagaje cultural de paganismo; su valentía para anunciar a Cristo – sabiendo que se jugaba la vida – y su capacidad de ofrecer los argumentos racionales más adecuados a la mentalidad de sus oyentes. Conociendo que la Verdad es sólo una y que reside en plenitud en el Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar los rastros de verdad que se encuentran en los más grandes filósofos, poetas e historiadores de la antigüedad; llega a afirmar en su segunda apología que cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos.
Los escritos de Justino son también importantes en cuanto nos dan a conocer las formas del culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que se refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía. Describe la celebración eucarística que tiene lugar después de la recepción del bautismo, y la de todos los domingos; el domingo, dice, se ha elegido porque en este día creó Dios el mundo y resucitó Cristo. Primero se hace una lectura de los Evangelios, a la que sigue la homilía; después se dicen unas oraciones rogando por los cristianos y por todos los hombres, seguidas del ósculo de paz; luego viene la presentación de las ofrendas, su consagración, y su distribución por medio de los diáconos. El pan y el vino, consagrados, son ya el Cuerpo y la Sangre del Señor, y esta ofrenda constituye el sacrificio puro de la nueva ley, pues los demás sacrificios son indignos de Dios.
La vida de San Justino es un testimonio palpitante de cómo ha de vivir su fe un filósofo cristiano. Cierto que su tiempo no es el nuestro, ni su circunstancia la que hoy nos rodea, ni su estadio es como nuestro anfiteatro; pero no es menos cierto que la situación radical es y seguirá siendo análoga o muy semejante hasta el final de los tiempos.
San Justino despliega sus actividades con una sencillez, entusiasmo y sinceridad que sorprende.
San Justino al igual que sus amigos declara que ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada mas honroso que ofrecer su vida en sacrificio por proclamar el amor que siente por Nuestro Señor Jesucristo.
Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza.
“Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.


San Justino

Apologista cristiano, nació en Flavia Neapolis, cerca del año 100 d.C., se convirtió al cristianismo alrededor del año 130 d.C., enseñó y defendió la religión cristiana en Asia Menor y en Roma, donde sufrió el martirio cerca del año 165 d.C. De él nos han llegado dos “Apologías” que llevan su nombre y su “Diálogo con el Judío Trifón”. El Papa León XIII hizo componer una Misa y un Oficio en su honor y fijó su fiesta para el día 14 de abril.

Vida

Entre los Padres del siglo II su vida es la mejor conocida, y la que proviene de los documentos más auténticos. En ambos, las “Apologías” y su “Diálogo” él da muchos detalles personales, por ejemplo, acerca de sus estudios en filosofía y sobre su conversión; ellos no son, sin embargo, una autobiografía, pero están parcialmente idealizados, y hay necesidad de distinguir en ellos entre poesía y verdad; empero, ellos nos proveen con varias pistas valiosas y confiables. Para su martirio tenemos documentos de indiscutible autoridad. En primera línea, en su “Apología” él se llama a sí mismo “Justino, el hijo de Priscos, hijo de Baccheios, de Flavia Neápolis, en la Siria palestina”. Flavia Neápolis, su pueblo natal, fundado por Vespasiano (72 d.C.), fue construido en un lugar llamado Mabortha, o Mamortha, bastante cerca de Siquem (Guérin, "Samarie", I, Paris, 1874, 390-423; Schürer, "Historia del Pueblo Judío", tr., I, Edimburgo, 1885). Sus habitantes eran todos, o en su mayoría, paganos. Los nombres del padre y abuelo de Justino sugieren un origen pagano, y él habla de sí mismo como incircunciso (Diálogo, XXVIII). La fecha de su nacimiento es incierta, pero parece haber sido en los primeros años del siglo II. Recibió una buena educación en filosofía, relato que nos da al principio de su “Diálogo con el Judío Trifón”; primero estuvo bajo la enseñanza de un estoico), pero después de algún tiempo encontró que no había aprendido nada sobre Dios y que su maestro no tenía nada que enseñarle sobre ese tema. Conoció a un peripatético, el cual lo recibió con gusto al principio pero luego le exigió el pago por sus servicios, lo cual demostraba que no era un filósofo. Un pitagórico) se negó a enseñarle nada hasta que el aprendiera música, astronomía y geometría. Finalmente un platónico) llegó a la escena y por algún tiempo complació a Justino. Este relato no se puede tomar literalmente, los datos parecen haber sido arreglados con la intención de mostrar la debilidad de las filosofías paganas y de contrastarlas con las enseñanzas de Cristo y los profetas. Los datos principales, sin embargo, pueden ser aceptados; los trabajos de Justino parecen mostrar justamente tal desarrollo filosófico como se describe aquí, ecléctico), pero debiéndole mucho al estoicismo y más al platonismo. Estando todavía bajo el encanto del platonismo, cuando, caminando un día por la orilla del mar, encontró a un misterioso anciano; la conclusión de su larga discusión fue que el alma no puede llegar a la idea de Dios a través del conocimiento humano), sino que se necesita ser instruida por los profetas, los cuales, inspirados por el Espíritu Santo, han conocido a Dios y pueden darlo a conocer ("Dialogue", III, VII; cf. Zahm, "Dichtung and Wahrheit in Justins Dialog mit dem Jeden Trypho" in "Zeitschr. für Kirchengesch.", VIII, 1885-1886, 37-66).
Las “Apologías” arrojan luz sobre otra fase de la conversión de Justino: “Cuando yo era discípulo de Platón”, escribe, “oyendo las acusaciones hechas contra los cristianos y viéndolos intrépidos ante la muerte y ante todo lo que los hombres temen, me dije a mí mismo que era imposible que ellos pudieran vivir en el mal y en el amor al placer.” (II Apol., XVIII, 1). Ambos relatos presentan los dos aspectos del cristianismo que mayormente influenciaron a San Justino; en las “Apologías” él es movido por su belleza moral (I Apol., XIV), en el “Diálogo” por su verdad. Su conversión debe haber ocurrido a más tardar hacia el 130 d.C, pues San Justino sitúa durante la guerra de Bar-Cocheba (132-135) la entrevista con el judío Trifón, relatada en su “Diálogo”. Esta entrevista evidentemente no está descrita exactamente según se realizó, y sin embargo el relato no puede ser completamente ficticio. Trifón, según Eusebio de Cesarea (Hist. eccl., IV, XVIII, 6), era “el judío más conocido de esa época”, cuya descripción el historiador puede haber tomado prestada de la introducción al “Diálogo”, ahora perdida. Es posible identificar de una forma general a este Trifón con el Rabí Tarfón, mencionado a menudo en el Talmud (Schürer, "Gesch. d. Jud. Volkes", 3rd ed., II, 377 seq., 555 seq., cf., sin embargo, Herford, "Christianity in Talmud and Midrash", London, 1903, 156). Definitivamente, no se menciona el lugar de la entrevista, pero Éfeso está bastante claramente indicado; el ambiente de la entrevista no carece ni de verosimilitud ni de vida, los encuentros fortuitos bajo los pórticos, los grupos de observadores curiosos que se detienen un momento y luego se dispersan durante las entrevistas, ofrecen una descripción animada de tales conferencias improvisadas. San Justino ciertamente vivió algún tiempo en Éfeso; las actas de su martirio nos dicen que él fue a Roma dos veces y vivió “cerca de los baños de Timoteo con un hombre llamado Martín”. El enseñó catecismo allí, y en las antes mencionadas actas de su martirio leemos que muchos de sus discípulos fueron condenados con él.
En su segunda “Apología” (III) Justino dice: “Yo, también, espero ser perseguido y crucificado por alguno de aquellos que he mencionado, o por Crescens, ese amigo del ruido y la ostentación.” De hecho Tatiano relata (Discurso, XIX) que el filósofo cínico Crescens los persiguió a él y a Justino; no nos cuenta el resultado y, además, no es cierto que el “Discurso” de Tatiano fue escrito después de la muerte de Justino. Eusebio (Hist. eccl., IV, XVI, 7, 8) dice que fueron las intrigas de Crescens las que provocaron la muerte de Justino; eso es creíble, pero no cierto; Eusebio aparentemente no tenía otra razón para afirmarlo que los dos pasajes citados antes de Justino y Tatiano. San Justino fue condenado a muerte por el prefecto Rústico, cerca del año 165 d.C., junto con seis compañeros, Chariton, Charito, Evelpostos, Paeon, Hierax y Liberianos. Todavía tenemos el relato auténtico de su martirio. ("Acta SS.", April, II, 104-19; Otto, "Corpus Apologetarum", III, Jena, 1879, 266-78; P. G., VI, 1565-72). El examen termina como sigue: “El Prefecto Rústico dice: Acérquense y sacrifiquen, todos ustedes, a los dioses. Justino dice: “Nadie en sus cabales da la piedad por impiedad.” El Prefecto Rústico dice: “Si ustedes no obedecen, serán torturados sin misericordia.” Justino contesta: “Ese es nuestro deseo, ser torturados por Nuestro Señor, Jesucristo, y así ser salvados, porque eso nos dará la salvación y firme confianza en el tribunal universal más terrible de Nuestro Señor y Salvador.” Y todos los mártires dijeron: “Haga lo que quiera; porque somos cristianos y no ofrecemos sacrificios a los ídolos.” El Prefecto Rústico lee la sentencia: “Aquellos que no quieran hacer sacrificios a los dioses y obedecer al emperador serán azotados y decapitados según la ley.” Los santos mártires glorificando a Dios se trasladan al lugar acostumbrado, donde serán decapitados y será consumado su martirio reconociendo a su Salvador.”

Obras

Justino fue un escritor importante y prolífico. El mismo menciona un “Tratado contra la Herejía” (I Apology, XXVI, 8); San Ireneo (Adv. Hær., IV, VI, 2) cita un "Tratado contra Marción" el cual puede haber sido sólo una parte del trabajo anterior. Eusebio menciona ambos (Hist. eccl., IV, XI, 8-10), pero no parece haberlos leído él mismo; un poco más adelante en (IV, XVIII) el da la siguiente lista de las obras de Justino: "Discurso en favor de nuestra fe a Antonino Pío, a sus hijos y al Senado Romano"; una "Apología" dirigida a Marco Aurelio Antonino; "Discurso a los Griegos"; otro discurso llamado "Una Refutación”; "Tratado sobre la Divina Monarquía"; un libro llamado "El Salmista"; "Tratado sobre el alma"; "Diálogo contra los judíos", el cual él tuvo en la ciudad de Éfeso con Trifón, el más célebre israelita de ese tiempo. Eusebio añade que muchos más de sus libros se hallan en las manos de los hermanos. Los escritores posteriores no añaden nada cierto a esta lista, posiblemente no toda confiable. Existen sólo tres libros de Justino, cuya autenticidad es segura: las dos “Apologías” y el “Diálogo”. Ellos están en dos manuscritos: París gr. 450, terminado el 11 de septiembre de 1364; y Claromont. 82, escrito en 1571, actualmente en Cheltenham, como propiedad de M.T.F. Fenwick. El segundo es sólo una copia del primero, el cual es por lo tanto nuestra única autoridad, desafortunadamente este manuscrito es muy imperfecto (Harnack, "Die Ueberlieferung der griech. Apologeten" in "Texte and Untersuchungen", I, Leipzig, 1883, I, 73-89; Archambault, "Justin, Dialogue a vec Tryphon", Paris, 1909, p. XII-XXXVIII). Hay muchas grandes lagunas en este manuscrito, así II Apol., II. está casi completamente defectuoso, pero se ha hecho posible restaurar el texto del manuscrito de una cita de Eusebio (Hist. eccl., IV, XVII). El “Diálogo” estaba dedicado a cierto Marco Pompeyo (CXLI, VIII); por lo tanto debe haber estado precedido por una epístola dedicatoria y probablemente por una introducción o prefacio, ambos faltantes. Falta una gran parte del capítulo número 74, incluyendo el final del primer libro y el comienzo del segundo (Zahn, "Zeitschr. f. Kirchengesch.", VIII, 1885, 37 sq., Bardenhewer, "Gesch. der altkirchl. Litter", I, Friburgo im Br., 1902, 210). Hay otras lagunas menos importantes y muchas transcripciones defectuosas. No habiendo otro manuscrito, la corrección de éste es muy difícil, las conjeturas a menudo han sido poco acertadas, y Krüger, el último editor de la “Apología”, a duras penas lo que ha hecho es más que regresar al texto del manuscrito.
En el manuscrito los tres trabajos se hallan en el siguiente orden: segunda “Apología”, primera “Apología”, el “Diálogo”. Dom Maran (París, 1742) reestableció el orden original, y todos los otros editores le han seguido. De hecho, no hay duda sobre el orden adecuado de las “Apologías”, la primera está citada en la segunda (IV, 2; I, 5; VIII, 1). La forma de estas referencias muestra que Justino se refiere, no a un trabajo diferente, sino al que estaba escribiendo (II Apol., IX, 1, cf. VII, 7; I Apol., LXIII, 16, cf. XXXII, 14; LXIII, 4, cf. XXI, 1; LXI, 6, cf. LXIV, 2). Además la segunda “Apología” es evidentemente un trabajo no completado independiente del primero, sino más bien un apéndice, debido al hecho que vino al conocimiento de los escritores, y el cual él deseaba utilizar sin rehacer ambos trabajos. Es de notar que Eusebio a menudo alude a la segunda “Apología” como la primera (Hist. eccl., IV, VIII, 5; IV, XVII, 1), pero las citas que hizo Eusebio de Justino son muy inexactas para nosotros darle mucho valor a este dato (cf. Hist. eccl., IV, XI, 8; Bardenhewer, op. cit., 201). Probablemente Eusebio erró al decir que Justino escribió una apología en el tiempo de Antonino (161) y otra en el de Marco Aurelio. La segunda “Apología”, a la cual no se le conoce otro autor, sin duda no existió nunca. (Bardenhewer, loc. cit.; Harnack, "Chronologie der christl. Litter", I, Leipzig, 1897, 275). La fecha de la “Apología” no puede ser determinada por su dedicatoria, la cual no es segura, pero puede ser establecida con la ayuda de los siguientes datos: van ciento cincuenta años desde el nacimiento de Cristo (I, XLVI, 1); Marción ya ha extendido ampliamente su error (I, XXVI,5); ahora, según San Epifanio (Hæres., XLII, 1), él no comenzó a enseñar sino hasta después de la muerte de Papa San Higinio (140 d.C). El prefecto de Egipto, Félix (I, XXIX, 2) ocupó su cargo en septiembre de 151, probablemente desde 150 a 154 (Grenfell-Hunt, "Oxyrhinchus Papyri", II, London, 1899, 163, 175; cf. Harnack, "Theol. Literaturzeitung", XXII, 1897, 77). De todo esto podemos concluir que la “Apología” fue escrita en alguna fecha entre 153 y 155. La segunda “Apología, como se dijo antes, es un apéndice de la primera y debe haber sido escrita un poco después. El prefecto Urbino mencionado en ella estaba en el poder de 144 a 160. El “Diálogo” es ciertamente posterior que la “Apología”, a la cual se refiere ("Dial.", CXX, cf. "I Apol.", XXVI); parece, además, de esta misma referencia que los emperadores a los cuales iba dirigida la “Apología” todavía vivían cuando se escribió el “Diálogo”. Esto lo sitúa en algún tiempo antes de 161 d.C., fecha de la muerte de Antonino Pío.
La “Apología” y el “Diálogo” son difíciles de analizar, ya que el método de composición de Justino es libre y caprichoso, y reta nuestras reglas habituales de lógica. El contenido de la primera “Apología” (Viel, "Justinus des Phil. Rechtfertigung", Estrasburgo]], 1894, 58 seq.) es un poco como lo que sigue:
Primera Apología:
  • I-III: exordio a los emperadores: Justino va a iluminarlos y librarse de responsabilidad, la cual será completamente de ellos ahora.
  • IV-XII: primera parte o introducción:
    • el procedimiento anti-cristiano es perverso: ellos persiguen en los cristianos un nombre solamente (IV, V);
    • los cristianos no son ni ateos ni criminales (VI, VII);
    • ellos prefieren mejor ser asesinados antes que negar a su Dios (VIII);
    • ellos se niegan a adorar ídolos (IX, XII);
    • conclusión (XII).
  • XIII-LXVII: Segunda parte (exposición y demostración del cristianismo):
    • Los cristianos adoran al Cristo Crucificado, tanto como a Dios (XIII);
    • Cristo es su Maestro; preceptos morales (XIV-XVII);
    • la vida futura, juicio, etc. (XVIII-XX).
    • Cristo es el Verbo Encarnado (XXI-LX);
    • comparación con héroes paganos, Hermes, Esculapio, etc. (XXI-XXII);
    • superioridad de Cristo y del cristianismo antes de Cristo (XLVI).
    • los parecidos que encontramos entre el culto pagano y la filosofía provienen de los demonios. (LIV-LX).
    • descripción del culto cristiano: bautismo (LXI);
    • la Eucaristía (LXV-LXVI);
    • observancia del domingo (LXVII).
Segunda "Apología":
  • Reciente injusticia del Prefecto Urbino hacia los cristianos (I-III).
  • Por qué Dios permite estos males: la providencia, la libertad humana, juicio final (IV-XII).
El "Diálogo" es mucho más largo que las dos Apologías tomadas juntas ("Apol." I y II en P.G., VI, 328-469; "Dial.", ibid., 472-800), la abundancia de discusiones exegéticas hace particularmente difícil cualquier análisis. Los siguientes puntos son dignos de ser notados:
  • I-IX. Introducción: Justino da la historia de su educación filosófica y su conversión. Uno puede conocer a Dios solamente a través del Espíritu Santo; el alma no es inmortal por su naturaleza; para conocer la verdad es necesario estudiar los profetas.
  • X-XXX: Sobre la ley. Trifón reprocha a los cristianos el no observar la ley. Justino replica que de acuerdo a los Profetas mismos la ley debe ser abrogada, solamente fue dada a los judíos debido a su dureza. Superioridad de la circuncisión cristiana, necesaria aun para los judíos. La ley eterna dictada por Cristo.
  • XXXI-CVIII: Sobre Cristo: Sus dos venidas (XXXI sqq.); la ley como figura de Cristo (XL-XLV); la Divinidad y la pre-existencia de Cristo demostrada sobre todo por las apariciones del Antiguo Testamento (teofanías) (LVI-LXII); Encarnación y Concepción virginal (LXV sqq.); la muerte de Cristo profetizada (LXXXVI sqq.); Su Resurrección (CVI sqq.).
  • CVIII hasta el final: Sobre los cristianos. La conversión de las naciones predicha por los profetas (CIX sqq.); Los cristianos son más santos que los judíos (CXIX sqq.); las promesas fueron hechas para ellos (CXXI); ellos están prefigurados en el Antiguo Testamento (CXXXIV sqq.). El "Diálogo" concluye con deseos por la conversión de los judíos.
Además de estas obras auténticas tenemos otras con el nombre de Justino que son dudosas o apócrifas.
  • "Sobre la Resurrección" (por sus numerosos fragmentos ver Otto, "Corpus Apolog.", 2nd ed., III, 210-48 y la "Sacra Parallela", Holl, "Fragmente vornicänischer Kirchenväter aus den Sacra Parallela" en "Texte und Untersuchungen", new series, V, 2, Leipzig, 1899, 36-49). Metodio atribuyó a San Justino el tratado del cual se obtuvo estos fragmentos, (temprano en el siglo IV) y fue citado por San Ireneo y Tertuliano, quienes, sin embargo, no mencionan el autor. La atribución de los fragmentos a Justino es por lo tanto probable. (Harnack, "Chronologie", 508; Bousset, "Die Evangeliencitaten Justins", Göttingen, 1891, 123sq.; archambault, "Le témoignage de l'ancienne littérature Chrétienne sur l'authenticité d'un traité sur la resurrection attribué à Justin l'Apologiste" en "Revue de Philologie", XXIX, 1905, 73-93). El principal interés de estos fragmentos consiste en la introducción, donde se explica con mucha eficacia la naturaleza trascendente de la fe y la naturaleza propia de sus motivos.
  • "Discurso a los griegos" (Otto, op. cit., III, 1, 2, 18), tracto apócrifo, fechado por (Sitzungsberichte der k. preuss. Akad. d. Wiss. zu Berlin, 1896, 627-46), cerca de 180-240 d.C. Más tarde fue alterado y ampliado en siríaco: texto y traducción al inglés por Cureton, "Spicileg. Syr.", London, 1855, 38-42, 61-69.
  • "Exhortación a los griegos" (Otto, op. cit., 18-126). Widman ha defendido sin éxito la autenticidad de esta obra. ("Die Echtheit der Mahnrede Justins an die Heiden", Mainz, 1902); Puech, "Sur le logos parainetikos attribué à Justin" in "Mélanges Weil", Paris, 1898, 395-406, la sitúa cerca de 260-300 d.C., pero la mayoría de los críticos dicen, con más probabilidad, 180-240 d.C. (Gaul, "Die Abfassungsverhältnisse der pseudojustinischen Cohortatio ad Græcos", Potsdam, 1902).
  • "Sobre la monarquía" (Otto, op. cit., 126-158), tracto de fecha incierta, en el cual se cita libremente a poetas griegos alterados por algún judío.
  • "Exposición de la Fe" (Otto, op. cit., IV, 2-66), un tratado dogmático sobre la Santísima Trinidad y la Encarnación conservados en dos copias, de las cuales la más larga parece ser más antigua. Es citado por primera vez por Leoncio de Bizancio (m. 543) y se refiere a las discusiones cristológicas del siglo V, parece, sin embargo, datar de la segunda mitad de dicho siglo.
  • Carta a Zenas y Sereno" (Otto, op. cit., 66-98), Batiffol, en "Revue Biblique", VI, 1896, 114-22, la atribuyó a Sisinios, el obispo novaciano de Constantinopla, cerca de 400 d.C.
  • Respuestas a los ortodoxos."
  • Preguntas de los cristianos a los griegos."
  • Preguntas de los griegos a los cristianos."
  • Refutación a algunas tesis aristotélicas" (Otto, op. cit., IV, 100-222; V, 4-366).
Las "Respuestas a los Ortodoxos" fue re-editado en una forma diferente y más primitiva por Papadopoulos-Kerameus (St. Petersburg, 1895), de un manuscrito de Constantinopla que le atribuía la obra a Teodoreto. Aunque esta adscripción fue adoptada por el editor, no ha sido generalmente aceptada. Harnack ha estudiado profundamente estos cuatro libros y mantiene, no sin probabilidad, que son el trabajo de Diodoro de Tarso. (Harnack, "Diodor von Tarsus., vier pseudojustinische Schriften als Eigentum Diodors nachgewiesen" in "Texte und Untersuch.", XII, 4, Leipzig, 1901).

Doctrina

Justino y la filosofía

Las únicas citas paganas halladas en las obras de Justino son de Homero, Eurípides, Jenofonte, Menandro y especialmente Platón (Otto, II, 593 sq.) Su desarrollo filosófico ha sido bien apreciado por Purvo ("El Testimonio de Justino Mártir a la Cristiandad Primitiva", London, 1882, 132): "El parece haber sido un hombre de cultura moderada. Ciertamente no fue un genio ni un pensador original.” Un verdadero ecléctico, él obtiene inspiración de diferentes sistemas, especialmente del estoicismo y del platonismo.” Weizsäcker (Jahrbücher f. Protest. Theol., XII, 1867, 75) pensó que el reconoció una idea peripatética, o inspiración, en su concepción de Dios como inamovible por encima de los cielos (Dial., CXXVII); es mucho más probable una idea prestada de el judaísmo alejandrino, y una que proveyó un argumento muy eficaz a Justino en su polémica anti-judaica. Justino admira especialmente la ética de los estoicos (II Apol., VIII, 1); él voluntariamente adopta su teoría de una conflagración universal (ekpyrosis). En I Apol., XX, LX; II, VII, él adopta, pero a la misma vez transforma, su concepto del Verbo seminal (logos spermatikos). Sin embargo, el condena su fatalismo (II apolo., VII) y su ateísmo (Dial., II). Su simpatía está sobre todo con el platonismo. A él le gusta compararlo con el cristianismo; a propósito del juicio final, el señala, sin embargo (I Apol., VIII, 4), que según Platón el castigo durará cien años, mientras que según los cristianos, será eterno; hablando de la Creación (I Apol., XX, 4; LIX), él dice que Platón le tomó prestada a Moisés su teoría de la materia informe caótica; similarmente él compara a Platón y al cristianismo a propósito de la responsabilidad humana (I Apol., XLIV, 8) y el Verbo y el Espíritu (I Apol., LX). Sin embargo, su familiaridad con Platón era superficial; igual que sus contemporáneos (Filo, Plutarco, San Hipólito) él encontró su principal inspiración en el Timæus. Algunos historiadores han pretendido que la filosofía pagana dominó completamente el cristianismo de Justino (Aubé, "S. Justin", Paris, 1861), o por lo menos lo debilitó (Engelhardt, "Das Christentum Justins des Märtyrers", Erlangen, 1878). Para apreciar justamente esta influencia es necesario recordar que en su “Apología” Justino busca sobre todo los puntos de contacto entre el helenismo y el cristianismo. Ciertamente sería erróneo concluir a partir de la primera “Apología” (XXII) que Justino realmente equipara a Cristo con los héroes o semi-héroes paganos, Hermes, Perseo o Esculapio; ni se puede concluir desde su primera “Apología” (IV, 8 o VII, 3, 4) que la filosofía jugó entre los griegos el mismo papel que el cristianismo jugó entre los bárbaros, sino sólo que su posición y reputación eran análogas.
En muchos pasajes, sin embargo, Justino trata de rastrear un vínculo entre la filosofía y el cristianismo: según él ambas tienen una parte en el Logos, parcialmente diseminado entre los hombres y completamente manifestado en Jesucristo (I, V 4; I, XLVI; II, XIII, 5, 6). La idea desarrollada en todos estos pasajes es dada en la forma estoica, pero esto le da un mayor valor a su expresión. Para los estoicos el Verbo seminal (logos spermatikos) es la forma de cada ser; esa es la razón hasta donde tiene algo de Dios. Esta teoría de la completa participación en el Verbo Divino (Logos) por el sabio tiene su valor completo sólo en el estoicismo. En el pensamiento y expresión de Justino son antitéticos, y esto presta cierta incoherencia a la teoría; la relación establecida entre el Verbo integral, es decir Jesucristo, y el Verbo parcial diseminado por el mundo, es más aparente que profundo. Lado a lado con esta teoría, y bastante diferente en su origen y extensión, encontramos en Justino, como en muchos de sus contemporáneos, la convicción que la filosofía griega tomó prestado de la Biblia: fue robándole a Moisés y los profetas como Platón y otros filósofos desarrollaron sus doctrinas (I, XLIV, LIX, LX). A pesar de las oscuridades e incoherencias de este pensamiento, él afirma clara y positivamente el carácter trascendental del cristianismo. “Nuestra doctrina supera toda doctrina humana porque el verdadero Verbo se convirtió en Cristo, quien se manifestó El mismo a nosotros, cuerpo, palabra y alma.” (II, Apol., X, 1.) Este origen divino le asegura al cristianismo una verdad absoluta (II, XIII, 2) y le da a los cristianos completa confianza; ellos mueren por la doctrina de Cristo; nadie murió por la de Sócrates (II, x, 8). Los primeros capítulos del “Diálogo” completan y corrigen estas ideas. En ellos el sincretismo bastante complaciente de la “Apología” desaparece y el pensamiento cristiano es más fuerte.
El principal reproche de Justino a los filósofos es sus divisiones mutuas; el las atribuye al orgullo de los jefes de las sectas y la conformidad servil de sus seguidores; también dice luego en (VI): “No me preocupo ni por Platón ni por Pitágoras.” De ello él concluye que para los paganos la filosofía no es una cosa seria o profunda; la vida no depende de ello, ni la acción. “Tú eres un amigo del discurso”, le dijo el anciano antes de su conversión, “pero no de acción ni de verdad” (IV). Él retuvo un sentimiento afectuoso por el platonismo como por una asignatura querida en la niñez o en la juventud. Aun así él lo ataca en dos puntos esenciales: la relación entre Dios y el hombre, y la naturaleza del alma (Dial., III, VI). Sin embargo él todavía parece influenciado por él en su concepción de la trascendencia divina y la interpretación que él da a las antedichas teofanías.

Justino y la revelación cristiana

Lo que Justino se desesperó) por obtener a través de la filosofía ahora está seguro de poseerlo a través de la revelación judía y cristiana. El admite que el alma puede naturalmente comprender que Dios es justo según entiende que la virtud es hermosa (Dial., IV) pero niega que el alma sin la ayuda del Espíritu Santo pueda ver a Dios o contemplarlo) directamente a través del éxtasis, como sostenían los filósofos platónicos. Y aun así este conocimiento de Dios es necesario para nosotros: “No podemos conocer a Dios como conocemos la música, la aritmética o la astronomía” (III); es necesario para nosotros conocer a Dios no con un conocimiento abstracto, sino como conocemos a cualquier persona con la que nos relacionemos. El problema que parece imposible de resolver está establecido por la revelación: Dios ha hablado directamente a través de los profetas, quienes en su momento nos lo han dado a conocer (VIII). Es la primera vez en la teología cristiana que encontramos una explicación tan concisa de la diferencia que separa la revelación cristiana de la especulación humana. Disipa la confusión que pueda surgir de la teoría, tomada de la “Apología”, del Logos parcial y del Logos absoluto o entero.

La Biblia de Justino

El Antiguo Testamento
Para Filo la Biblia es verdadera particularmente el Pentateuco (Ryle, "Filo y la Sagrada Escritura", XVII, Londres, 1895, 1-282). Para mantenerse con la diferencia de su propósito, Justino tiene otras preferencias. El cita el Pentateuco a menudo y liberalmente, especialmente el Génesis, Éxodo y Deuteronomio, pero cita más frecuentemente y con mayor prolijidad los Salmos y los Libros Proféticos---sobre todo, Isaías. Los Libros Sapienciales son raramente citados, los Históricos mucho menos. Los libros que nunca encontramos en sus escritos son Jueces, Esdras (excepto un pasaje que se le atribuye por error-Dial., LXXII), Tobías, Judit, Ester, el Cantar, Sabiduría, Eclesiástico, Abdías, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo. Se ha notado también (St. John Thackeray in "Journ. of Theol. Study", IV, 1903, 265, n.3), que él nunca cita los últimos capítulos de Jeremías (a propósito de la primera “Apología”, XLVII, Otto está errado en su referencia a Jer. 1,3). De estas omisiones la más digna de mención es la de la Sabiduría, precisamente debido a la similitud de ideas. Se debe señalar, además, que este libro, seguramente usado en el Nuevo Testamento, citado por Clemente de Roma (XXVII, 5) y luego por San Ireneo (Eusebio, Hist. eccl., V, XXVI), nunca se halla en las obras de los apologistas (la referencia de Otto a Tatiano, VII, es inexacta). Por otro lado se encuentra en Justino algunos textos apócrifos: seudo-Esdras (Dial., LXXII), seudo-Jeremías (ibid.), Ps. xevi (XCV), 10 (Dial., LXXII; I Apol., XLI); algunas veces también errores en la adscripción de citas: Zacarías por Malaquías (Dial., XLIX), Oseas por Zacarías por Malaquías (Dial., XIV). Para el texto bíblico de Justino, vea Swete, "Introducción al Antiguo Testamento en Griego", Cambridge, 1902, 417-24.
El Nuevo Testamento
El testimonio de Justino es aquí de todavía mayor importancia, especialmente por los Evangelios, y ha sido más a menudo discutido. El lado histórico del asunto es dado por W. Bousset, "Die Evangeliencitaten Justins" (Göttingen, 1891), 1-12, y desde entonces, por Baldus, "Das Verhältniss Justins der Märt. zu unseren synopt. Evangelien" (Münster, 1895); Lippelt, "Quæ fuerint Justini mart. apomnemoneumata quaque ratione cum forma Evangeliorum syro-latina cohæserint" (Halle, 1901). Los libros citados por Justino son llamados por él "Memorias de los Apóstoles". Este término, de otro modo muy raro, aparece en Justino muy probable como una analogía con la “Memorabilia” de Jenofonte (citado en "II Apol.", XI, 3) y de un deseo de adaptar su lenguaje al modo de pensar de sus lectores. De todos modos parece que desde ese momento la palabra “evangelios” entró al uso común; es en Justino que la encontramos por primera vez usada en plural, “los Apóstoles en sus memorias que son llamadas evangelios” (I Apol. LXVI, 3). Estas memorias tienen autoridad, no sólo porque relatan las palabras de Nuestro Señor (como afirma Bossuet, op. Cit., 16 seq.), sino porque, aun en sus partes narrativas, son consideradas como Escritura (Dial., 49: citando Mt. 17,13). Esta opinión de Justino es sostenida, además, por la Iglesia, quien, en su servicio público lee las memorias de los Apóstoles tanto como los escritos de los profetas (I Apol., LXVII, 3). Estas memorias fueron compuestas por los Apóstoles y por aquellos que los siguieron (Dial., CIII); él se refiere probablemente a los cuatro Evangelistas, es decir, a dos Apóstoles y dos discípulos de Cristo (Stanton, "canon del Nuevo Testamento" en Hastings, "Diccionario de la Biblia ", III, 535). Los autores, sin embargo no son mencionados: sólo una vez (Dial., CIII) se menciona las “memorias de Pedro”, pero el texto es muy oscuro e incierto. (Bousset, op. cit., 18).
Todos los datos sobre la vida de Cristo que Justino toma de estas memorias se encuentran ciertamente en nuestros Evangelios (Baldus, op. cit., 13 sqq.); él les añade otros pocos datos menos importantes (I Apol., XXXII; XXXV; Dial., XXXV, XLVII, LI, LXXVIII), pero él no afirma que los encontró en las memorias. Es muy probable que Justino usó una concordancia, o armonía, en la cual se unieron los tres Evangelios Sinópticos (Lippelt, op. cit., 14, 94) y parece que el texto de esta concordancia se asemejaba en más de un punto al llamado texto occidental de los Evangelios (cf. Ibid., 97) La dependencia de Justino sobre San Juan es indiscutiblemente establecida por los hechos que toma de él (I Apol., LXI, 4, 5; Dial., LXIX, LXXXVIII), aun más por la muy sobresaliente similitud en vocabulario y doctrina. Es seguro, sin embargo, que Justino no usa el Cuarto Evangelio tan abundantemente como hacen con los otros (Purves, op. cit., 233); esto se puede deber a la antedicha concordancia, o armonía, de los Evangelios Sinópticos. Parece que él usó el evangelio apócrifo de Pedro (I Apol., XXXV, 6; cf. Dial., CIII; Revue Biblique, III, 1894, 531 sqq.; Harnack, "Bruchstücke des Evang. des Petrus", Leipzig, 1893, 37). Su dependencia del protoevangelio de Santiago (Dial., LXXVIII) es dudosa.

Método apologético

La actitud de Justino hacia la filosofía, descrita arriba, revela de una vez la tendencia de sus polémicas; él nunca exhibe la indignación de un Tatiano o aun de un Tertuliano. A las repugnantes calumnias diseminadas en el extranjero sobre los cristianos él algunas veces contesta, como hacen los otros apologistas, tomando la ofensiva y atacando la moralidad pagana (I Apol., XXVII; II, XII, 4, 5), pero a él le disgusta insistir sobre estas calumnias: el interlocutor en el “Diálogo” (IX) es solícito en ignorar a aquellos que lo molestaban con sus ruidosas carcajadas. El no tiene la elocuencia de Tertuliano, y puede obtener una audiencia sólo en un pequeño círculo de hombres capaces de entender la razón y de ser persuadidos por una idea. Su principal argumento, y uno calculado para convertir a sus oyentes según lo había convertido a él (II Apol., XII), es la nueva gran realidad de la moralidad cristiana. Él habla de hombres y mujeres que no temen a la muerte (II Apol., XII), quienes prefieren la verdad a la vida (I Apol., II; II, IV) y aun así están dispuestos a esperar el tiempo destinado por Dios (II, IV, 1); él da a conocer su devoción por sus hijos (I, XXVII), su caridad aun hasta hacia sus enemigos, y su deseo de salvarlos (I Apol., LVII; Dial., CXXXIII), su paciencia y sus oraciones en la persecución (Dial., XVIII), su amor a la humanidad (Dial., XCIII, CX). Cuando él contrasta la vida que ellos llevaban en el paganismo con su vida cristiana (I Apol., XIV), él expresa el mismo sentimiento de liberación y alborozo que experimentó San Pablo (1 Cor. 6,11). El es cuidadoso, además, de enfatizar, especialmente del Sermón de la Montaña, la enseñanza moral de Cristo para mostrar en ellas la fuente real de estas nuevas virtudes (I Apol., XV-XVIII). A través de su exposición de la nueva religión es en la castidad cristiana y en el valor de los mártires que el hace más hincapié.
Justino encuentra las evidencias racionales del cristianismo especialmente en las profecías; él le dedica a este argumento más de una tercera parte de su “Apología” (XXX-LIII) y casi completamente el “Diálogo”. Cuando discute con los paganos le satisface llamar la atención sobre el hecho de que los libros de los profetas fueron muy anteriores a Cristo, cuya autenticidad está garantizada por los judíos mismos, y dice que contienen profecías concernientes a la vida de Cristo y a la expansión de la Iglesia que sólo pueden ser explicados por una revelación Divina (I Apol., XXXI). En el “Diálogo”, argumentando con los judíos, él puede asumir esta revelación que ellos también reconocen, y puede invocar las Escrituras como oráculos sagrados. Estas evidencias de las profecías son para él absolutamente ciertas. “Escuchen los textos que les voy a citar; no es necesario que les comente sobre ellos, sino sólo que ustedes los oigan.” (Dial., LIII; cf. I Apol., XXX, LIII). Sin embargo, reconoce que Cristo solo los pudo haber explicado (I Apol., XXXII; Dial., LXXVI; cv); para entenderlos los hombres y mujeres de su tiempo deben tener las disposiciones interiores que hacen al verdadero cristiano (Dial., CXII), es decir, es necesaria la gracia Divina (Dial., VII, LVIII, XCII, CXIX). Él también recurre a los milagros (Dial., VII; XXXV; LXIX; cf. II Apol., VI), pero con menor insistencia que a las profecías.

Teología

Dios

Las enseñanzas de Justino concernientes a Dios han sido interpretadas de varias formas, algunos ven en ellas nada más que una especulación filosófica. (Engelhardt, 127 sq., 237 sqq.), otros una fe cristiana verdadera (Flemming, "Zur Beurteilung des Christentums Justins des Märtyrers", Leipzig, 1893, 70 sqq.; Stählin, "Justin der Märtyrer und sein neuester Beurtheiler", 34 sqq., Purves, op. cit., 142 sqq.). En realidad es posible encontrar en ellas estas dos tendencias; por un lado la influencia de la filosofía se traiciona a sí misma en su concepto de trascendencia divina, así Dios es inamovible (I Apol., IX; X, 1; LXIII, 1; etc.); Él está sobre el cielo, no puede ser visto ni contenido dentro de un espacio (Dial., LVI, LX, CXXVII); El es llamado Padre, en sentido filosófico y platónico, puesto que El es el Creador del mundo (I Apol., XLV, 1; LXI, 3; LXV, 3; II Apol., VI, 1, etc.). Por otro lado, vemos a Dios en la Biblia en toda su omnipotencia (Dial., LXXXIV; I Apol., XIX, 6), y Dios misericordioso (Dial., LXXXIV; I Apol., XIX, 6), y Dios misericordioso (Dial., CVIII, LV, etc.); si Él ordenó el día de descanso no fue porque necesitara el homenaje de los judíos, sino que deseaba unirlos a Sí mismo (Dial., XXII); a través de Su misericordia preservó entre ellos una semilla de salvación (LV); a través de Su Divina Providencia hizo a las naciones dignas de su herencia (CXVUUUCXXX); El retrasa el fin del mundo debido a los cristianos (XXXIX; I Apol., XXVIII, XLV). Y el gran deber del hombre es amarlo a Él. (Dial., XCIII).

El Verbo (Logos)

El Verbo es numéricamente diferente al Padre (Dial., CXXVIII, CXXIX; cf. LVI, LXII). El nació de la misma sustancia del Padre, no que esa sustancia fuese dividida, sino que El procede de ella como un fuego procede de otro (CXXVIII, LXI); esta forma de producción (procesión) se compara también con el lenguaje humano (LXI). El Verbo (Logos) es por consiguiente el Hijo: mucho más, El solo puede ser propiamente llamado Hijo (II Apol., VI, 3); El es el monogenes, the unigenitus (Dial., CV). En otra parte, sin embargo, Justino, como san Pablo, Lo llama el primogénito, prototokos (I Apol., XXXIII; XLVI; LXIII; Dial., LXXXIV, LXXXV, CXXV). El Verbo es Dios (I Apol., LXIII; Dial., XXXIV, XXXVI, XXXVII, LVI, LXIII, LXXVI, LXXXVI, LXXXVII, CXIII, CXV, CXXV, CXXVI, CXVIII). Su Divinidad, sin embargo, parece subordinada, según lo es el culto que se le rinde (I Apol., VI; cf. lxi, 13; Teder, "Justins des Märtyrers Lehre von Jesus Christus", Freiburg im Br., 1906, 103-19). El Padre lo engendró por un acto libre y voluntario (Dial., LXI, C, CXXVII, CXXVIII; cf. Teder, op. cit., 104), al principio de todas Sus obras (Dial., LXI, LXII, II Apol., VI, 3); en este ultimo texto algunos autores distinguieron en el Verbo dos estados del ser, uno íntimo, el otro extrovertido, pero esta distinción, aunque encontrada en otros apologistas, es en Justino muy dudosa. A través de la Palabra Dios lo ha hecho todo (II Apol., VI; Dial., CXIV). El Verbo está difundido a través de toda la humanidad (I Apol., VI; II, VIII; XIII); fue El quien se apareció a los patriarcas (I Apol., LXII; LXIII; Dial., LVI, LIX, LX etc.). Dos influencias son claramente perceptibles en el antedicho cuerpo de doctrina. Es, por supuesto, a la revelación cristiana que Justino debe su concepto de personalidad distinta del Verbo, Su Divinidad y Encarnación; pero la especulación filosófica es responsable de sus infortunados conceptos de la generación temporal y voluntaria del Verbo, y del subordinacionismo de la teología de Justino. Se debe reconocer, además, que estas últimas ideas sobresalen más claramente en la “Apología” que en el “Diálogo.”
El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad (I Apol., VI). Él inspiró a los profetas (I Apol., VI; XXXI; Dial., VII). Él le dio los siete dones a Cristo y descendió sobre Él (Dial., LXXXVII, LXXXVIII). Para la diferencia real entre el Hijo y el Espíritu vea Teder, op. cit., 119-23. Justino insiste constantemente en el nacimiento virginal (I Apol., XXII; XXXIII; Dial., XLIII, LXXVI, LXXXIV, etc.) y en la realidad del cuerpo de Cristo (Dial., XLVIII, XCVIII, CIII; cf. II Apol., X, 1). Él establece que entre los cristianos hay algunos que no admiten la divinidad de Cristo, pero ellos son una minoría, él difiere de ellos debido a la autoridad de los profetas (Dial., XLVI); el “Diálogo” completo, además, está dedicado a probar esta tesis. Cristo es el Maestro cuya doctrina nos ilumina (I Apol., XIII, 3; XXIII, 2; XXXII, 2; II, VIII, 5; XIII, 2; Dial., VIII, LXXVII, LXXXIII, C, CXIII), también el Redentor cuya Sangre nos salva (I Apol., LXIII, 10, 16; Dial., XIII, XL, XLI, XCV, CVI; cf. Rivière, "Hist. du dogme de la rédemption", Paris, 1905, 115, and tr., London, 1908). El restante de la teología de Justino es menos personal, sin embargo menos interesante. La Eucaristía, la Misa bautismal y la Misa dominical están descritas en la primera “Apología” (LXV-LXVII), con una riqueza de detalles única para esa época. Justino aquí explica el dogma de la Presencia Real con una claridad maravillosa (LXVI, 2): "Del mismo modo que a través del poder de la Palabra de Dios Jesucristo nuestro Salvador tomó cuerpo y sangre para nuestra salvación, así los alimentos consagrados por la oración formada de las palabras de Cristo… es el Cuerpo y la Sangre de ese Jesús Encarnado.” El “Diálogo” (CXVII; cf. XLI) completa la doctrina con la idea del sacrificio Eucarístico como memorial de la Pasión.
El rol de San Justino puede ser resumido en una palabra: y esa es la de testigo. Contemplamos en él uno de las más altas y puras almas paganas de su tiempo en contacto con el cristianismo, forzado a aceptar su irrefragable verdad, su pura enseñanza moral y a admirar su constancia sobrehumana. El es también testigo de la Iglesia del siglo II, la cual describe para nosotros en su fe, su vida, su culto, en un tiempo en que el cristianismo carecía de la organización firme que pronto desarrollaría (v. San Ireneo), pero los grandes perfiles de cuya constitución y doctrina son ya luminosamente expuestos por Justino. Finalmente, Justino fue un testigo de Cristo hasta su muerte.

Bibliografía: PRINCIPAL EDITIONS:-MARAN, S. Patris Nostri Justini philosophi et martyris opera quæ exstant omnia (Paris, 1742), y en P. G.., VI; OTTO, Corpus apologetarum christianorum sæculi secundi, I-V (3rd ed., Jena, 1875-81); Krüger, Die Apologien Justins des Märtyrers (3rd ed., ed., Tübingen, 1904); PAUTIGNY, Justin, Apologies (Paris, 1904); ARCHAMBAULT, Justin, Dialogue avec Tryphon, I (Paris, 1909).
PRINCIPAL STUDIES:-VON ENGELHARDT, Das Christenthum Justins des Märtyrers. Eine Untersuchung über die Anfänge der katholischen Glaubenslehre (Erlangen, 1878); PURVES, El Testimonio de Justino Mártir del Cristianismo Primitivo (conferencias dictadas en el L.P. Stone Foundation en en Seminario Teológico de Princeton) (London, 1888); TEDER, Justins des Märtyrers Lehre von Jesus Christus, dem Messias und dem menschgewordenen Sohne Gottes (Freiburg im Br., 1906). Trabajos sobre puntos especiales y trabajos de menor importancia han sido mencionados en el curso del artículo. Una bibliografía más completa se puede hallar en BARDENHEWER, Gesch. der altkirchl. Litteratur, I (Freiburg im Br., 1902), 240-42.
Fuente: Lebreton, Jules. "St. Justin Martyr." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910. <http://www.newadvent.org/cathen/08580c.htm>.


San Justino, mártir
Conocemos bien la historia de Justino por diversas fuentes.
Sus antepasados eran paganos de Flavia Neápolis (Siquem, Samaria).
Ruta intelectual: estoicos ® peripatéticos ® pitagóricos ® neoplatónicos ® cristianismo.
En Roma pasa los últimos años de su vida. Choca violentamente contra el filósofo Crescencio.
Junio Rústico lo condena a muerte (Chronicon Paschale) el año 165.
Entre 150 y 160 escribe sus dos Apologías y el Diálogo con Trifón.
No cabe esperar de sus obras una teología sistematizada. Sólo aseveraciones importantes sobre la Trinidad, cristología, doctrina de la creación, exégesis, etc.
1. La primera apología
-Dos partes:
1ª capítulos 1 a 29: inculpación de los dioses paganos, que son realmente demonios malos. Jesucristo ha desenmascarado su falsedad.
2ª capítulos 30 a 60: pruebas del Antiguo Testamento de que Jesús es Hijo de Dios. Los capítulos 61 a 67 incluyen la celebración bautismal y la eucarística. El capítulo 68 es una transcripción del rescripto del emperador Adriano.
Justino sigue un razonamiento lineal y riguroso. Las disgresiones quizá se deban a que sigue también de cerca alguna fuente literaria.
Parte de dos premisas: 1ª) el ideal del hombre religioso temeroso de Dios (que admitían también los filósofos), 2ª) la defensa de los cristianos que aparecen como hombres con poco temor de Dios (por no querer adorar a los ídolos), pero que, sin embargo, son los más sensatos. Ataca al culto a los dioses paganos homéricos haciendo ver su inmoralidad. Pone el ejemplo de Sócrates que tuvo que morir mártir por sus convicciones. Dios ha sembrado el logoV spermatikoV en todos los hombres buenos de la antigüedad.
2. La segunda apología
San Justino escribe la segunda apología poco después de la primera para protestar por la injusticia cometida por el prefecto Úrbico contra tres cristianos que fueron decapitados sólo por confesar el nomen Christianum.
Explica cómo los cristianos son denunciados por envidia de la verdad. Hace ver su perseverancia ante las persecuciones como prueba de la superioridad de su fe. Enseña porqué Dios permite la muerte de los cristianos y su sufrimiento. Muestra la diferencia que hay para un cristiano entre la muerte del martirio y la del suicidio. Pide clemencia y piedad al Empdrador. Alude a la costumbre apostólica de apelar al Cesar.
3. El «Diálogo con Trifón»
Es la apologética antijudía más antigua. Fue escrita después de las dos apologías. Se ha perdido la introducción y una parte del capítulo 74. Tiene 142 capítulos.
La introducción es un relato en forma de diálogo (inspirado en los Dialogos de Platón) en el que Justino cuenta su vida (2-8). El la primera parte (9-47), como se dirige a los judíos, argumenta con el Antiguo Testamento la validez del cristianismo frente a la ley mosaica. La segunda parte (48-108) muestra porqué Cristo ha de ser adorado. La tercera parte (109-142) es una defensa de la Iglesia como Nuevo Israel, Nuevo Pueblo de Dios.
Excurso 1. El diálogo en la Antigüedad y en el cristianismo
La primera obra literiaria cristiana en forma de diálogo es la perdida Discusión entre Jasón y Papisco sobre Cristo de Aristón de Pella (c.140).

Los diálogos -tanto para los clásicos paganos como para los cristianos- no son una transcripción literal. Si subyace una conversación real, esta es envuelta en un ropaje literario. Este estilo se presta para exponer temas éticos, históricos o filosóficos con una vivacidad y plasticidad para la que no se presta la forma de tratado.

Los cristianos se inspirarán, durante toda la época patrística, en los diálogos de Platón y Cicerón.
En cuanto a la forma, los diálogos pueden tener una estructura dramática, pero también pueden ser casi un monólogo con diálogos al principio y al final. Pueden parecerse a la diatriba ("pero alguien podría objetar…"), o tomar la materia de un tercero.

En cuanto al contenido, hay cuatro formas de diálogo:
1) diálogo apologético (Diálogo contra Trifón de San Juastino);
2) diálogo teológico (El Banquete de las Diez Vírgenes o Sobre la Virginidad de Metodio de Olimpo);
3) diálogo filosófico (De beata vita de San Agustín);
4) diálogo biográfico (Vita de San Martín escrita por Sulpicio Severo).

Oficio de Lectura: San Justino

 

OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
Ant. Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires. Aleluya.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: TESTIGOS DE AMOR

Testigos de amor
de Cristo Señor,
mártires santos.

Rosales en flor
de Cristo el olor,
mártires santos.
Palabras en luz
de Cristo Jesús,
mártires santos.
Corona inmortal
del Cristo total,
mártires santos. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Dios mío, no te cierres a mi súplica, pues me turba la voz del enemigo.

Salmo 54, 2-15. 17-24 I – ORACIÓN ANTE LA TRAICIÓN DE UN AMIGO

Dios mío, escucha mi oración,
no te cierres a mi súplica;
hazme caso y respóndeme,
me agitan mis ansiedades.

Me turba la voz del enemigo,
los gritos del malvado:
descargan sobre mí calamidades
y me atacan con furia.
Se estremece mi corazón,
me sobrecoge un pavor mortal,
me asalta el temor y el terror,
me cubre el espanto,
y pienso: «¡Quién me diera alas de paloma
para volar y posarme!
Emigraría lejos,
habitaría en el desierto,
me pondría en seguida a salvo de la tormenta,
del huracán que devora, Señor;
del torrente de sus lenguas.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Dios mío, no te cierres a mi súplica, pues me turba la voz del enemigo.
Ant. 2. El Señor nos librará del poder de nuestro enemigo y adversario.

Salmo 54, 2-15. 17-24 II

Violencia y discordia veo en la ciudad:
día y noche hacen la ronda
sobre las murallas;

en su recinto, crimen e injusticia;
dentro de ella, calamidades;
no se apartan de su plaza
la crueldad y el engaño.
Si mi enemigo me injuriase,
lo aguantaría;
si mi adversario se alzase contra mí,
me escondería de él;
pero eres tú, mi compañero,
mi amigo y confidente,
a quien me unía una dulce intimidad:
juntos íbamos entre el bullicio
por la casa de Dios.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. El Señor nos librará del poder de nuestro enemigo y adversario.
Ant. 3. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.

Salmo 54, 2-15. 17-24 III

Pero yo invoco a Dios,
y el Señor me salva:
Por la tarde, en la mañana, al mediodía,
me quejo gimiendo.

Dios escucha mi voz:
su paz rescata mi alma
de la guerra que me hacen,
porque son muchos contra mí.
Dios me escucha, los humilla
el que reina desde siempre,
porque no quieren enmendarse
ni temen a Dios.
Levantan la mano contra su aliado,
violando los pactos;
su boca es más blanda que la manteca,
pero desean la guerra;
sus palabras son más suaves que el aceite,
pero son puñales.
Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás
que el justo caiga.
Tú, Dios mío, los harás bajar a ellos
a la fosa profunda.
Los traidores y sanguinarios
no cumplirán ni la mitad de sus años.
Pero yo confío en ti.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.
V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.
R. Presta oído a mi inteligencia.

PRIMERA LECTURA
De la segunda carta a los Corintios 11, 30–12, 13

EL APÓSTOL SE GLORIA DE SU DEBILIDAD

Hermanos: Si es preciso gloriarse, me gloriaré de mi debilidad. El Dios y Padre de Jesús, el Señor -que sea bendito por siempre jamás-, sabe que no miento. En Damasco, el etnarca del rey Aretas había puesto guardia en la ciudad con el propósito de apoderarse de mí; yo tuve que ser descolgado por una ventana muralla abajo, metido en una espuerta. Así escapé de sus manos.
¿Continuaré gloriándome? En verdad no hay por qué; pero voy a recurrir a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre que vive en Cristo, que hace catorce años fue arrebatado al tercer cielo (no sabría decir si en su cuerpo o fuera de su cuerpo, Dios lo sabe); y puedo decir que este hombre fue arrebatado al paraíso (si en su cuerpo o fuera de su cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe) y oyó cosas inefables, que a un hombre no le es permitido proferir. De este hombre sí me gloriaré; pero de lo que soy por mí mismo, sólo me gloriaré de mis debilidades. Que si yo realmente pretendiera vanagloriarme, no haría el fatuo, porque diría la verdad. Pero me abstengo, para que nadie forme de mí un concepto superior a lo que en mí ve, o a lo que de mí oye hablar.
Y para que no me enorgullezca por la sublimidad de esas revelaciones, me ha sido dada una espina en mi cuerpo, un emisario de Satanás, para que me abofetee a fin de que no me envanezca. Tres veces pedí al Señor que lo alejase de mí, pero él me dijo: «Te basta mi gracia, que en la debilidad se muestra perfecto mi poder.» Así que muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. Me he hecho el fatuo. Vosotros me habéis obligado.
Yo necesitaba que vosotros mismos me acreditaseis una y otra vez, pues, aunque no soy nada, en ninguna cosa he sido inferior a esos «superapóstoles». Y de veras que manifesté entre vosotros las señales de un apóstol verdadero: una paciencia probada en todos los sufrimientos, signos, prodigios y milagros. ¿Qué cosa habéis tenido de menos que las otras Iglesias, si no es la de no haber sido yo una carga para vosotros? ¡Perdonadme este agravio!

RESPONSORIO Cf. 2Co 12, 9; 4, 7
R. Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo, * pues el poder de Dios se muestra perfecto en nuestra debilidad.
V. Llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca evidente que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios.
R. Pues el poder de Dios se muestra perfecto en nuestra debilidad.

SEGUNDA LECTURA
De las Actas del martirio de los santos Justino y compañeros
(Cap. 1-5: cf. PG 6, 1566-1571)

HE ABRAZADO LAS VERDADERAS ENSEÑANZAS DE LOS CRISTIANOS

Aquellos santos varones, una vez apresados, fueron conducidos al prefecto de Roma, que se llamaba Rústico. Cuando estuvieron ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino:
«Antes que nada, profesa tu fe en los dioses y obedece a los emperadores.»
Justino respondió:
«No es motivo de acusación ni de detención el hecho de obedecer a los mandamientos de nuestro Salvador Jesucristo.»
Rústico dijo:
«¿Cuáles son las enseñanzas que profesas?»
Respondió Justino:
«Yo me he esforzado en conocer toda clase de enseñanzas, pero he abrazado las verdaderas enseñanzas de los cristianos, aunque no sean aprobadas por los que viven en el error.»
El prefecto Rústico dijo:
«¿Y tú las apruebas, miserable?»
Respondió Justino:
«Así es, ya que las sigo según sus rectos principios.»
Dijo el prefecto Rústico:
«¿Y cuáles son estos principios?»
Justino respondió:
«Que damos culto al Dios de los cristianos, al que consideramos como el único creador desde el principio y artífice de toda la creación, de todo lo visible y lo invisible, y al Señor Jesucristo, de quien anunciaron los profetas que vendría como mensajero de salvación al género humano y maestro de insignes discípulos. Y yo, que no soy más que un mero hombre, sé que mis palabras están muy por debajo de su divinidad infinita, pero admito el valor de las profecías que atestiguan que éste, al que acabo de referirme, es el Hijo de Dios. Porque sé que los profetas hablaban por inspiración divina al vaticinar su venida a los hombres.»
Rústico dijo:
«Luego, ¿eres cristiano?»
Justino respondió:
«Así es, soy cristiano.»
El prefecto dijo a Justino:
«Escucha, tú que eres tenido por sabio y crees estar en posesión de la verdad: si eres flagelado y decapit ¿estás persuadido de que subirás al cielo?»
Justino respondió:
«Espero vivir en la casa del Señor, si sufro tales cosas, pues sé que, a todos los que hayan vivido rectamente, les está reservado el don de Dios para el fin del mundo.»
El prefecto Rústico dijo:
«Tú, pues, supones que has de subir al cielo, para recibir un cierto premio merecido.»
Justino respondió:
«No lo supongo, lo sé con certeza.»
El prefecto Rústico dijo:
«Dejemos esto y vayamos a la cuestión que ahora interesa y urge. Poneos de acuerdo y sacrificad a los dioses.»
Justino dijo:
«Nadie que piense rectamente abandonará la piedad para caer en la impiedad.»
El prefecto Rústico dijo:
«Si no hacéis lo que se os manda, seréis atormentados sin piedad
Justino respondió:
«Nuestro deseo es llegar a la salvación a través de los tormentos sufridos por causa de nuestro Señor Jesucristo, ya que ello será para nosotros motivo de salvación y de confianza ante el tribunal de nuestro Señor y Salvador, que será universal y más temible que éste.»
Los otros mártires dijeron asimismo:
«Haz lo que quieras; somos cristianos y no sacrificamos a los ídolos.»
El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Por haberse negado a sacrificar a los dioses y a obedecer las órdenes del emperador, serán flagelados y de-capitados en castigo de su delito y a tenor de lo establecido por la ley.»
Los santos mártires salieron, glorificando a Dios, hacia el lugar acostumbrado y allí fueron decapitados, coronando así el testimonio de su fe en el Salvador.

RESPONSORIO Cf. Hch 20, 20. 21. 24; Rm 1, 16

R. No he ahorrado medio alguno al insistiros a creer en nuestro Señor Jesús; * a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios. Aleluya.
V. No me avergüenzo del Evangelio; es, en verdad, poder de Dios para salvación de todo el que crea, primero de los judíos y luego de los gentiles.
R. A mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios. Aleluya.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios nuestro, que enseñaste a san Justino a descubrir en la locura de la cruz la incomparable sabiduría de Jesucristo, concédenos, por la intercesión de éste mártir, la gracia de alejar los errores que nos cercan y de mantenernos siempre firmes en la fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.





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APOLOGÍA PRIMERA

Exordio

1. 1. Al emperador Tito Elio Adriano Antonino Pío, Augusto, César, César, hijo de Augusto, filósofo, y a Lucio, filósofo, hijo por naturaleza del César, y de Antonino Pío por adopción, amantes del saber, al sagrado Senado y a todo el pueblo romano, en favor de los hombres de toda raza, injustamente odiados y perseguidos, yo, Justino, uno de ellos, hijo de Prisco, nieto de Bacquio, natural de Flavia Neápolis, ciudad de Siria Palestina, dirijo este discurso y esta súplica.
2. 1. Los que son de verdad piadosos y filósofos, manda la razón que, desechando las opiniones de los antiguos, si no son buenas, sólo estimen y amen la verdad: la sana razón ordena, en efecto, no seguir a quienes han obrado o enseñado la injusticia, pues el amador de la verdad, por todos los modos, con preferencia a su propia vida, así se le amenace con la muerte, debe estar siempre decidido a decir y practicar lo que es justo. 2. Ahora bien, ustedes se oyen llamar por doquiera piadosos y filósofos, guardianes de la justicia y amantes de la instrucción; pero que realmente lo sean, es cosa que tendrá que demostrarse. 3. Porque no venimos a halagarlos con el presente escrito ni a dirigirles un discurso por conseguir sus favores, sino a pedirles que pronuncien su juicio al cabo de una exacta y rigurosa investigación, y que no dicten sentencia contra ustedes mismos, llevados de un prejuicio o del deseo de complacer a hombres supersticiosos, o movidos por una irreflexiva precipitación o de unos pérfidos rumores inveterados. 4. Contra ustedes, decimos, porque nosotros estamos convencidos de que por parte de nadie se nos puede hacer daño alguno, mientras no se demuestre que somos obradores de alguna acción criminal o nos reconozcamos culpables. Ustedes pueden matarnos, pero dañarnos, no.
3. 1. Para que nadie crea que se trata de propósitos insensatos y temerarios, pedimos que se examinen las acusaciones contra nosotros, y si se demuestra que son reales, se los castigue como es conveniente; pero si no hay crimen de que argüirnos, la recta razón prohíbe que por rumores malévolos se cometa una injusticia con hombres inocentes, o, por mejor decir, la cometan contra ustedes mismos, si es que creen justo que los asuntos se resuelvan no por juicio, sino por pasión. 2. Porque todo hombre sensato ha de declarar que la exigencia mejor y aun la única exigencia justa es que los súbditos puedan presentar una vida y un pensar irreprensibles; pero que igualmente, por su parte, los que mandan den su sentencia, no llevados de violencia y tiranía, sino siguiendo la piedad y la filosofía, pues de este modo gobernantes y gobernados pueden gozar de felicidad. 3. Y es así que, en alguna parte, dijo uno de los antiguos: “Si tanto los gobernantes como los gobernados no son filósofos, no es posible que los estados prosperen” (cf. Platón, República V, 473; Filón de Alejandría, Vida de Moisés II,2; Alcínoo, Didascalikón 34). 4. A nosotros, pues, nos toca permitir a todos el examen de nuestra vida y de nuestras enseñanzas, no sea que nos hagamos responsables del castigo, en lugar de quienes hacen profesión de ignorar nuestra religión, de las faltas que cometen por ceguera contra nosotros; pero también es deber de ustedes, oyéndonos, mostrarse buenos jueces. 5. Porque ya en adelante, instruidos como están, no tendrán excusa alguna delante de Dios, en caso que no obren justamente.

Argumentación

Refutación de las acusaciones dirigidas contra los cristianos

4. 1. Por el sólo hecho llevar un nombre no se puede juzgar a nadie bueno ni malo, si se prescinde de las acciones que ese nombre supone; ahora bien, ateniéndose al nombre de que se nos acusa, se comprueba que somos los mejores ciudadanos. 2. Pero como no tenemos por justo pretender se nos absuelva por nuestro nombre, si somos convictos de maldad; por el mismo caso, si ni por nuestro nombre ni por nuestra conducta en la ciudad se ve que hayamos dilinquido, es deber de ustedes poner todo empeño para no hacerse responsables de justo castigo, condenando injustamente a quienes no han sido convencidos de crimen alguno. 3. En efecto, de un nombre no puede razonablemente originarse alabanza ni reproche, si no puede demostrarse por hechos algo virtuoso o vituperable. 4. Y es así que a nadie que sea acusado ante sus tribunales, le castigan antes de que sea convicto; sin embrago, tratándose de nosotros, toman el nombre como prueba, siendo así que, si por el nombre va, más bien deberían castigar a nuestros acusadores. 5. Porque se nos acusa de ser cristianos, pero no es bueno odiar lo que es excelente. 6. Y hay más, con sólo que un acusado niegue de viva voz ser cristiano, lo ponen en libertad, como quien no tiene otro crimen de que acusarle; pero el que confiesa que lo es, por la sola confesión le castigan. Lo que se debiera hacer es examinar la conducta lo mismo del que confiesa que del que niega, a fin de poner en evidencia, por sus obras, la calidad de cada uno. 7. Porque de la misma manera que algunos, que han aprendido en la escuela Cristo a no negarle (cf. Mt 10,33), cuando son interrogados dan una lección de coraje; otros, con su mala conducta ofrecen asidero a quienes ya de suyo están dispuestos a calumniar a todos los cristianos de impiedad e iniquidad. 8. Al obrar así no se procede rectamente; pues sabido es que el nombre y atuendo de filósofo se lo arrogan algunos que no practican acción alguna digna de su profesión; y ustedes no ignoran que entre los antiguos, personas que profesaron opiniones y doctrinas opuestas, son designados con la común denominación de filósofos. 9. Y de éstos hubo quienes enseñaron el ateísmo, y los que fueron poetas cuentan las impudencias de Zeus y de sus hijos; y, sin embargo, a nadie prohíben profesar las doctrinas de ellos, antes bien establecen premios y honores para quienes sonora y elegantemente insulten a sus dioses.
5. 1. ¿Qué decir entonces? Nosotros nos comprometemos por juramento a no cometer injusticia alguna y no admitir esas impías opiniones; y ustedes no examinan las acusaciones que nos hacen , sino que, movidos de irracional pasión y aguijoneados por perversos demonios, nos castigan sin proceso alguno y sin sentir por ello remordimiento. 2. Vamos, pues, a decir la verdad: antiguamente unos demonios perversos, multiplicando sus apariciones, violaron a las mujeres, corrompieron a los jóvenes y mostraron fenómenos espantosos a los hombres (cf. Gn 6,1-4). Con ello se aterraron aquellos que no juzgaban por razonamiento las acciones practicadas, y así, llevados del miedo, y no sabiendo que eran demonios malos, les dieron nombres de dioses y llamaron a cada uno con el nombre que cada demonio se había puesto a sí mismo. 3. Pero cuando Sócrates, con razonamiento verdadero e investigando las cosas, intentó poner en claro todo eso y apartar a los hombres de los demonios, éstos lograron por medio de hombres perversos que se gozan en la maldad, que fuera también ejecutado como ateo e impío, alegando contra él que introducía nuevos demonios. Y lo mismo exactamente intentan contra nosotros. 4. Porque no sólo entre los griegos, por obra de Sócrates, se demostró por razón la acción de los demonios, sino también entre los bárbaros por el Verbo en persona, que tomó forma, se hizo hombre y fue llamado Jesucristo; por cuya fe, nosotros, a los demonios que esas cosas hicieron, no sólo no decimos que son buenos, sino malvados e impíos demonios, cuya conducta no se asemeja minímamente a la de los hombres que aspiran a la virtud.
6. 1. De ahí que se nos dé también nombre de ateos; y, si de esos supuestos dioses se trata, confesamos ser ateos; pero no respecto del Dios verdaderísimo, Padre de la justicia, de la castidad y de las demás virtudes, en quien no hay mezcla de maldad alguna. 2. A Él y al Hijo, que de Él vino y nos enseñó todo esto, y al ejército de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes, y al Espíritu profético, le damos culto y adoramos, honrándolos con razón y verdad, enseñando sin reserva, a quien quiera saberlo, lo mismo que nosotros hemos aprendido.
7. 1. Se nos objetará que ya algunos cristianos, han sido detenidos y condenados como malhechores. 2. De hecho, cuando examinan la vida de cada uno de los acusados, a menudo condenan también a muchos otros, pero no los condenan por los que anteriormente fueron convictos. 3. Ahora bien, de modo general, no hay inconveniente en admitir que, del mismo que entre los griegos a quienes siguen las doctrinas que les placen, aunque sean contradictorias entre sí, siempre y por todas partes se les da el nombre único de filósofos; así también, un solo nombre común llevan los que entre los bárbaros han adquirido la reputación de sabios: todos se llaman cristianos. 4. De ahí que les pidamos sean examinadas las acciones de todos los que los son denunciados, a fin de que quien sea hallado culpable de un crimen sea castigado como tal, pero no como cristiano (cf. 1P 4,15-16); pero el que aparezca inocente, sea absuelto como cristiano, por no haber en nada dilinquido. 5. Porque no les vamos a pedir que castiguen a nuestros acusadores, pues bastante tienen con la maldad que llevan consigo y con su ignorancia del bien.
8. 1. Lo que les hemos dicho es en el interés de ustedes; reconózcanlo por el hecho de que está en nuestra mano negar cuando somos interrogados; 2. pero no queremos vivir en la mentira, porque deseando la vida eterna y pura, aspiramos a la convivencia con Dios, padre y creador del universo, y por ello nos apresuramos a confesar nuestra fe, persuadidos como estamos y creyendo que pueden esos bienes aquellos que por sus obras demostraron a Dios haberle seguido y deseado su convivencia, allí donde ninguna maldad ha de contrastarnos. 3. A la verdad, y dicho compendiosamente, eso es lo que esperamos, eso es lo que aprendimos de Cristo y nosotros enseñamos. 4. También Platón, de modo semejante, dijo que Minos y Radamante han de castigar a los inicuos que se presentan ante ellos (cf. Platón, Gorgias 523e; Apología de Sócrates 41a; Homero, Odisea XI, 568); nosotros afirmamos que eso mismo sucederá, pero por medio de Cristo, y que el castigo que recibirán en sus mismos cuerpos, unidos a sus almas, será eterno (cf. Dt 32,22; Is 1,16-20; 66,24; Mt 5,29; 25,41; Mc 9,48; Rm 8,10; 1Co 15,35), y no sólo por un período de mil años, como lo dijo Platón (Fedro 249a; República X,615a). 5. Ahora, si hay quien diga que esto es increíble o imposible, a nosotros nos toca el engaño y no a otro, mientras no seamos declarados culpables de haber cometido algún delito.
9. 1. Tampoco honramos con variedad de sacrificios y coronas de flores a esos seres que los hombres, tras fabricarlos y colocarlos en los templos, los llaman dioses, pues sabemos que son objetos sin alma y sin vida, que no tienen forma divina (cf. Sal 134,15-18); nosotros no creemos, en efecto, que la divinidad tenga una forma semejante como pretenden algunos haber imitado para tributarle honor, sino que llevan los nombres y figuras de aquellos malos demonios que un día aparecieron en el mundo. 2. Porque ¿qué necesidad hay de explicarles a ustedes, que lo saben, los modos como los artífices transforman la materia, ora puliendo y tallando, ora fundiendo y martillando? Y muchas veces a partir de un material sin valor, con sólo cambiarle la figura y darle forma conveniente por medio del arte, se le pone nombre de dios. 3. Lo cual no sólo lo tenemos por cosa irracional, sino un insulto a la divinidad, pues teniendo, la que poseyendo gloria y belleza inefables, ve su nombre atribuido a cosas corruptibles y que necesitan de atentos cuidados. 4. Ustedes saben perfectamente que los artífices de tales dioses son gente disoluta y que viven envueltos en toda clase de vicios, que no voy a enumerar aquí. No faltan entre ellos quienes llegan hasta violar a las esclavas que trabajan a su lado. 5. ¡Qué estupidez decir que hombres intemperantes fabrican y transforman dioses para ser adorados! Y que tales gentes sean puestas por custodios de los templos en que aquéllos son consagrados, sin comprender que es una impiedad pensar o decir que los hombres son guardianes de los dioses.
10. 1. Por el contrario, nosotros hemos aprendido que Dios no tiene necesidad de ofrendas materiales por parte de los hombres, porque vemos que es Él quien nos lo procura todo (cf. Is 1,11-15; 58,6s; 2M 14,35; Hch 17,25); en cambio, se nos ha enseñado (cf. 1Co 11,23; 15,1), y de ello estamos persuadidos y así lo creemos, que sólo aquellos le son a Él gratos que tratan de imitar los bienes que le son propios: la templanza, la justicia, el amor a los hombres y cuanto conviene a un Dios que por ningún nombre impuesto puede ser nombrado. 2. También se nos ha enseñado que Él, al principio, porque es bueno, creó todas las cosas de una materia informe, por causa de los hombres (cf. Gn 1,1-29); los cuales, si por sus obras se muestran dignos del designio de Dios, nosotros hemos recibido la creencia que se les concederá habitar con Él, hechos incorruptibles (cf. 1Co 15,52) e impasibles, participando de su reino (cf. 2Tm 2,12). 3. Porque a la manera que al principio creó los seres que no existían, así creemos que a quienes han escogido lo que a Él es grato, les concederá, a causa de esa misma libre elección, la incorrupción y convivencia con Él. 4. Porque el hecho de ser creados no fue mérito nuestro; pero ahora Él nos persuade y nos lleva a la fe, para que busquemos, por libre elección, por medio de las potencias racionales que Él mismo nos regaló, lo que le es agradable. 5. También consideramos que es de interés para todos los hombres no se les impida aprender estas verdades, antes bien exhortarlos vivamente a ellas. 6. Porque lo que no lograron las leyes humanas, ya lo hubiera realizado el Verbo, puesto que es divino, si los malvados demonios no hubieran esparcido muchas e impías calumnias, tomando por aliado el deseo perverso, multiforme, que habita en cada hombre; calumnias con las que nada tenemos que ver nosotros.
11. 1. Ya que ustedes han oído que nosotros esperamos un reino, suponen sin más averiguación que se trata de un reino humano (cf. Jn 18,36), cuando nosotros hablamos del reino de Dios, como aparece claro por el hecho de que al ser por ustedes interrogados confesemos ser cristianos, sabiendo como sabemos que semejante confesión lleva consigo la pena de muerte. 2. Porque si esperáramos un reino humano, negaríamos (ser cristianos) para evitar la muerte y trataríamos de vivir ocultos, a fin de alcanzar lo que esperamos; pero como no ponemos nuestra esperanza en lo presente, nada se nos importa de nuestros verdugos, más que más que de todos modos tenemos que morir.
12. 1. Nosotros somos sus mejores auxiliares y aliados para el mantenimiento de la paz, pues profesamos doctrinas como la de que no es posible que se le oculte a Dios un malhechor, un avaro, un conspirador, como tampoco un hombre virtuoso, y que cada uno camina, según el mérito de sus acciones, al castigo o a la salvación eterna. 2. Porque si todos los hombres conocieran esto, nadie escogería la maldad, ni siquiera por un breve instante, sabiendo que va a su condenación eterna por el fuego, sino que por todos modos se contendría y se adornaría de virtud, a fin de alcanzar la felicidad que viene de Dios y verse libre de los castigos. 3. Quienes ahora, por causa de las leyes y castigos por ustedes impuestos, tratan de ocultarse al cometer sus crímenes y, sin embargo, los cometen por saber que ustedes no son más que hombres (cf. Sb 17,3), y es posible ocultárselos, si se enteraran y persuadieran que no puede ocultarse a Dios nada, ni acción ni intención, siquiera por el castigo que les amenaza se moderarían de todos modos, como ustedes mismos han de convenir. 4. Parece que temen que todos se decidan a obrar bien y no tengan ya a quien castigar; semejante actitud convendría a verdugos, pero de ninguna forma a príncipes buenos. 5. Estamos persuadidos que eso es también, como dijimos, obra de los demonios perversos, los cuales exigen de quienes viven irracionalmente sacrificios y adoraciones; pero no podemos concebir que ustedes, que aspiran a la piedad y a la filosofía, hagan nada irracionalmente. 6. Pero si también ustedes, de modo parecido a los insensatos, estiman en más la costumbre que la verdad, procedan conforme a lo que pueden; pero sepan que el poder de los príncipes, que ponen la opinión por encima de la verdad, equivale al de los bandidos en el desierto. 7. Pero no será bajo auspicios favorables que ustedes inmolarán las víctimas, declara el Verbo, que es el príncipe más alto y más justo que conocemos, después de Dios que le engendrara. 8. Porque a la manera que rehúsan todos heredar de sus padres la pobreza, los sufrimientos o las deshonras; así no habrá hombre sensato que acepte lo que el Verbo le manda que no debe aceptarse. 9. Que todo esto sucedería lo predijo, como digo, nuestro Maestro, Jesucristo, que es el Hijo y el enviado (cf. Hb 3,1) de Dios, Padre y Señor del universo, de quien hemos recibido nuestro nombre de cristianos. 10. De ahí justamente viene nuestra firmeza para aceptar todas sus enseñanzas, pues aparecen en la realidad cumplidas cuantas cosas se adelantó Él a predecir que sucederían. Ciertamente esta es una obra de Dios: predecir cada acontecimiento antes de su realización y que aparezca luego realizado tal como fue predicho. 11. Aquí pudiéramos terminar nuestro discurso sin añadir nada más, considerando que reclamamos justicia y verdad; pero como sabemos bien que no es fácil cambiar a prisa un alma poseída de la ignorancia, hemos determinado añadir unos breves puntos más, con el fin de persuadir a los amantes de la verdad, pues sabemos que no es imposible disipar la ignorancia cuando se expone la verdad.

Exposición de la doctrina cristiana

¿Quién es Jesucristo?

13. 1. No somos ateos, nosotros que adoramos al creador de este universo, que decimos, según se nos ha enseñado, no tener necesidad ni de sangres, ni de libaciones, ni de inciensos (cf. Is 1,11-14), nosotros que le alabamos, conforme a nuestras fuerzas, por todo alimento que tomamos, con palabra de oración y acción de gracias; nosotros que hemos aprendido que la única forma digna de honrarlo es ésta: no consumir inútilmente (cf. 1S 15,22; Sal 51,18-21; Is 1,17; Am 5,24; Mi 4,2s.) por el fuego lo que por Él fue creado para nuestra subsistencia, sino usarlo para nosotros mismos y para los necesitados. 2. Y mostrándonos a Él agradecidos, dirigirle en solemne homenaje preces e himnos por habernos llamado a la existencia, por los medios todos de salud, por la variedad de seres de toda especie y por los cambios de estaciones, a par que le suplicamos nos conceda revivir en la incorrupción por la fe que en Él tenemos, ¿qué hombre sensato no aceptará esto? 3. Luego demostraremos que con razón honramos también a Jesucristo, que ha sido nuestro maestro en estas cosas y que para ello nació; el mismo que fue crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que fue de Judea en tiempo de Tiberio César, que hemos aprendido ser el hijo del mismo verdadero Dios y a quien tenemos en el segundo lugar, así como al Espíritu profético, a quien ponemos en el tercero. 4. A este respecto, efectivamente, se nos tacha de locura (cf. 1Co 1,23) diciendo que damos el segundo puesto después del Dios inmutable, aquel que siempre es y creó el Universo, a un hombre que fue crucificado (cf. Dt 21,23); y es que ignoran el misterio que hay en ello, al que les exhortamos que atiendan cuando nosotros lo expongamos.

Jesucristo es el maestro divino

14. 1. De antemano les avisamos que esos mismos demonios, que nosotros acabamos de desenmascarar, no los engañen y los aparten de leer hasta el final y de entender lo que decimos, pues ellos pugnan por tenerlos por sus esclavos y servidores, y ora por apariciones entre sueños, ora por artes de magia, se apoderan de todos aquellos que de un modo u otro no trabajan por su propia salvación; tengan cuidado, como nosotros lo hemos hecho, después de creer en el Verbo, nos apartamos de ellos y por medio de su Hijo seguimos al solo Dios ingénito. 2. Los que antes nos complacíamos en la disolución, ahora abrazamos sólo la castidad; los que nos entregábamos a las artes mágicas, ahora nos hemos consagrado al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo procurarnos dinero y bienes, ahora lo que tenemos lo ponemos en común (cf. Hch 2,42-45) y lo compartimos con todo el que está necesitado; 3. los que nos odiábamos y matábamos los unos a los otros y no compartíamos el hogar con quienes no eran de nuestra propia raza por la diferencia de costumbres, ahora después de la manifestación de Cristo, compartimos con ellos el mismo género de vida, rogamos por nuestros enemigos y tratamos de persuadir a los que nos aborrecen injustamente (cf. Mt 5,44; Lc 6,28; 23,34; Hch 7,60), a fin de que, viviendo conforme a los hermosos consejos de Cristo, tengan buenas esperanzas de recibir junto con nosotros los mismos bienes de parte de Dios, soberano de todas las cosas. 4. Pero para que no parezca que recurrimos a argumentos sofísticos, hemos creído oportuno, antes de la demostración, recordar unas pocas de las enseñanzas del mismo Cristo, y quede ya a cargo de ustedes, en virtud de la autoridad imperial, examinar si verdaderamente eso es lo que se nos ha enseñado y lo que nosotros enseñamos. 5. Sus discursos, empero, son breves y compendiosos, pues no era Él ningún sofista, sino que su palabra era una fuerza de Dios.

La enseñanza de Cristo sobre la castidad

15. 1. Ahora bien, sobre la castidad dijo lo siguiente: “Cualquiera que mirare a una mujer para desearla, ya cometió adulterio en su corazón delante de Dios” (Mt 5,28). 2. Y: “Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo, pues más te vale con un solo ojo entrar en el reino de los cielos, que no con los dos ser enviado al fuego eterno” (Mt 18,9). 3. Y: “El que se casa con una mujer repudiada por otro hombre, comete adulterio” (Mt 5,32; Lc 16,18). 4. Y: “Hay quienes han sido hechos eunucos por los hombres; hay también quienes nacieron ya eunucos; pero hay quienes se hicieron a sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; sólo que no todos comprenden esto (Mt 19,12. 11). 5. Así, pues, para nuestro maestro, no sólo son pecadores los que contraen doble matrimonio conforme a la ley humana, sino también los que miran a una mujer para desearla, porque para él no sólo es reprobable el que comete de hecho un adulterio, sino también el que quiere cometerlo, como quiera que ante Dios no están sólo patentes las obras, sino también los deseos. 6. Y entre nosotros hay muchos y muchas que, hechos discípulos de Cristo desde niños, perseveran en la virginidad hasta los sesenta y setenta años, y yo me glorío de podérselos mostrar de entre toda la raza de hombres. 7. Y eso sin contar la muchedumbre incontable de los que se han convertido de una vida disoluta y han aprendido esta doctrina, pues no vino Cristo a llamar a penitencia a los justos ni a los castos, sino a los impíos, intemperantes e injustos. 8. Pues dijo así: “No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia” (Mt 9,13). Pues el Padre celestial quiere la penitencia del pecador, no su castigo.
9. Sobre el amar a todos enseñó lo siguiente: «Si aman a los que los aman, ¿qué cosa nueva hacen? ¿No hacen eso también los impúdicos? Yo, en cambio, les digo: “Rueguen por sus enemigos y amen a los que los aborrecen y rueguen por los que los calumnian”» (Lc 6,32. 27-28). 10. Sobre el deber de compartir con los necesitados y no hacer nada por ostentación, dijo así: «A todo el que les pida, denle y no se aparten del que quiere pedirles prestado (Mt 5,42). Porque si prestan sólo a aquellos de quienes esperan recibir (Lc 6,34), ¿qué cosa nueva hacen? Eso hasta los publicanos lo hacen (Mt 5,46)». 11. “Pero ustedes no atesoren para ustedes sobre la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen y los ladrones socavan, sino atesoren para ustedes en los cielos, donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen” (Mt 6,19-20). 12. «Porque, ¿qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué dará a cambio de ella? (Mt 16,26). Atesoren, pues, en los cielos, donde ni polilla ni herrumbre destruyen» (Mt 6,20). 13. Y: «Sean benignos y misericordiosos, como el padre de ustedes es benigno y misericordioso (Lc 6,36), y hace salir su sol sobre pecadores, y sobre justos y malvados» (Mt 5,45). 14. «No se preocupen sobre qué comerán o qué vestirán (Mt 6,25). ¿No valen ustedes más que los pájaros y las fieras? Y Dios los alimenta» (Mt 6,26 + Lc 12,24). 15. «No se preocupen, pues, sobre qué comeréis o qué vestirán (Mt 6,25), pues su Padre celestial sabe que tienen necesidad de estas cosas. 16. Busquen el reino de los cielos, y todo eso se les dará por añadidura (Mt 6,32-33). Porque donde está el tesoro del hombre, allí también está su espíritu» (Mt 6,21). 17. Y: “No hagan estas cosas para ser vistos de los hombres; pues en ese caso, no tendrán recompensa de su Padre que está en los cielos” (Mt 6,1).

Paciencia, no violencia, sinceridad

16. 1. Sobre que seamos pacientes, prontos a servir a todos y ajenos a la ira, lo que dijo es esto: “A quien te golpee en una mejilla, preséntale la otra, y a quien quiera quitarte tu túnica o tu manto, no se lo impidas” (Lc 6,29). 2. «Quienquiera que se irrite, es reo de fuego (cf. Mt 5,22). A quien te requiera para una milla, acompáñale dos (Mt 5,41). Brillen sus obras delante de los hombres, a fin de que viéndolas admiren a su Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). 3. No debemos, pues, ofrecer resistencia, porque no quiere Él que seamos imitadores de los malvados, sino que nos exhortó a practicar la paciencia y la bondad para apartar a todos los hombres de la abyección y del deseo del mal (cf. Mt 5,39). 4. Esto lo podemos demostrar con muchos que han vivido entre ustedes, que dejaron sus hábitos de violencia y tiranía, convencidos ora contemplando la constancia de vida de sus vecinos, ora considerando la extraña paciencia de compañeros de viaje víctimas de injusticias, ora por haberlo experimentado ellos mismos en los negocios que tuvieron con aquellos. 5. Sobre no jurar absolutamente, sino decir siempre la verdad, nos mandó como sigue: «No juren de ninguna manera (Mt 5,34); que su sí sea sí no, y su no, no (St 5,12), pues todo lo que pasa de esto viene del Maligno (Mt 5,37)».
6. En cuanto que a solo Dios hay que adorar, nos lo persuadió diciendo así: «El más grande mandamiento (cf. Mt 22,28) es éste: Al Señor Dios tuyo adorarás y a Él solo servirás (Mt 4,10) con todo tu corazón y toda tu fuerza (Mc 12,30; cf. Dt 6,5), al Señor Dios que te ha creado». 7. Y una vez que se le acercó uno y le dijo “Maestro bueno”, Él respondió diciendo: “Nadie es bueno sino sólo Dios” (Mc 10,17-18), que creó el universo.
8. Pero aquellos que se vea no viven como Él enseñó, sean declarados como no cristianos, por más que con la lengua repitan las enseñanzas de Cristo, pues Él dijo que habían de salvarse no los que sólo hablaran, sino que también practicaran las obras. 9. Y efectivamente dijo así: «No todo el que me diga “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt 7,21). 10. Porque el que me oye y hace lo que yo digo, oye a aquel que me ha enviado (Lc 10,16; cf. Mt 7,24). 11. Muchos me dirán: “Señor, Señor, ¿no es así que en tu nombre comimos y bebimos e hicimos prodigios?”. Y entonces les contestaré yo: “Apártense de mí, obradores de iniquidad (Mt 7,22-23; cf. Lc 13,26). 12. Entonces habrá llanto y crujir de dientes, cuando los justos brillen como el sol (Mt 13,42-43) y los injustos sean enviados al fuego eterno. 13. Porque muchos vendrán en mi nombre (Mt 24,5), vestidos por fuera con pieles de oveja, pero que son por dentro lobos rapaces; por sus obras los conocerán (Mt 7,15-16). Todo árbol que no produzca buen fruto, será cortado y echado al fuego (Mt 7,19)». 14. Ahora bien, que quienes no viven conforme a las enseñanzas de Cristo y sólo de nombre son cristianos, sean castigados, nosotros somos los primeros en pedírselo.

La lealtad de los cristianos

17. 1. En cuanto a tributos y a los impuestos, nosotros procuramos pagarlos antes que nadie a quienes ustedes tienen para ello ordenados por todas partes, tal como fuimos por Él enseñados. 2. Pues por aquel tiempo se le acercaron algunos a preguntarle si había que pagar tributo al César. Y Él respondió: «“Díganme, ¿qué efigie lleva la moneda?”. Ellos le dijeron: “La del César”. Él les respondió: Entonces den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”» (cf. Lc 20,22-25). 3. De ahí que sólo a Dios adoramos; pero en todo lo demás, les servimos a ustedes con gusto, confesando que son reyes y gobernantes de los hombres y rogando en nuestras oraciones (cf. Rm 13,1-7; Tt 3,1; 1P 2,13-17) que, junto con el poder imperial, se halle que también tienen prudente razonamiento. 4. Pero si no hacen caso de nuestras súplicas, a pesar de esta exposición detallada que les hacemos públicamente, nosotros ningún daño hemos de recibir, creyendo o, más bien, estando como estamos persuadidos que cada uno pagará la pena conforme merezcan sus obras en el fuego eterno, y que tendrá que dar cuenta a Dios según las facultades que de Él mismo recibió, conforme nos lo indicó Cristo diciendo: “A quien Dios dio más, más se le exigirá de parte de Él” (Lc 12,48).

La enseñanza de los “fines últimos”

18. 1. Miren, en efecto, el fin que han tenido los emperadores que los han precedido: han padecido la suerte común a todos los hombres, la muerte. Y si la muerte terminara en la inconsciencia, ella sería buena suerte para los malvados todos. 2. Pero puesto que la conciencia permanece en todos los nacidos, y nos amenaza un castigo eterno, no sean negligentes en convencerse y creer que son verdad estas cosas. 3. La nigromancia, en efecto, la adivinación hecha sobre las entrañas de niños inocentes, las evocaciones de las almas humanas, las prácticas entre los magos de los llamados “enviados de los sueños” y “asistentes”, y los fenómenos que se dan bajo la acción de los que saben estas cosas, deben persuadirles que aún después de la muerte conservan las almas la conciencia. 4. También podríamos citar a los hombres que son arrebatados y agitados por las almas de los muertos, a quienes todos llaman posesos y locos furiosos, los que entre ustedes se llaman oráculos de Anfíloco, de Dodona y de Pitó, y otros que hay por el estilo. 5. Y también las doctrinas de escritores como Empédocles, Pitágoras, Platón y Sócrates, el hoyo aquel de Homero, la bajada de Ulises para visitar los infiernos y los relatos de otros autores que han dicho cosas semejantes. 6. Reciban entonces nuestro testimonio, por lo menos de modo semejante a éstos, pues no menos que ellos creemos en Dios, sino más, como que esperamos recuperar nuestros propios cuerpos después de muertos y arrojados a la tierra, porque nosotros afirmamos que para Dios nada hay imposible.

La resurrección

19. 1. Para quien bien lo considera, ¿qué cosa pudiera parecer más increíble que, de no estar nosotros en nuestro cuerpo, nos dijeran que de una menuda gota del semen humano sea posible nacer huesos, tendones y carnes con la forma en que los vemos? 2. Digámoslo, en efecto, por vía de suposición. Si ustedes no fueran lo que son y de quienes son, y alguien les mostrara el semen humano y una imagen pintada de un hombre y les asegurara que ésta se forma de aquél, ¿acaso le creerían antes de verlo nacido? Nadie se atrevería a contradecirlo. 3. De la misma manera, por el hecho de no haber visto nunca resucitar un muerto (cf. 1Co 15,34s.; 2Co 5,4), la incredulidad los domina ahora. 4. Pero de la misma manera que al principio no hubieran creído que de una gota pequeña de esperma nacieran tales seres y, sin embargo, los ven nacidos; así, consideren que no es imposible que los cuerpos humanos, después de disueltos y esparcidos como semillas en la tierra, resuciten a su tiempo por orden de Dios y “se revistan de la incorrupción” (cf. 1Co 15,53). 5. Porque, a la verdad, no sabríamos decir de qué potencia digna de Dios hablan los que dicen que todo ha de volver allí de donde procede y que, fuera de esto, nadie, ni Dios mismo, puede nada; pero sí que vemos bien lo que dijimos: que no hubieran éstos creído ser posible que un día llegaran a ser tales como se ven a sí mismos lo mismo que el mundo entero, creados, y a partir de qué elementos. 6. Por lo demás, nosotros hemos aprendido ser mejor creer aun lo que está por encima de nuestra propia naturaleza y es a los hombres imposible, que ser incrédulos a la manera de otros, como quienes sabemos que Jesucristo, maestro nuestro, dijo: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18,27). 7. Y dijo más: “No teman a los que los matan y después de eso nada pueden hacer; teman más bien a Aquel que después de la muerte puede arrojar alma y cuerpo al infierno” (Lc 12,4-5; cf. Mt 10,28). 8. Es de saber que el infierno es el lugar donde han de ser castigados los que hubieren vivido inicuamente y no creyeren han de suceder estas cosas que Dios enseñó por medio de Cristo.

El combate final

20. 1. Por lo demás, la Sibila e Histaspes anunciaron que todo lo corruptible había de ser consumido por el fuego; 2. y los filósofos llamados estoicos tienen por dogma que Dios mismo ha de resolverse en fuego y afirman que nuevamente, por transformación, volverá a nacer el mundo. Pero nosotros tenemos a Dios, creador de todas las cosas, por algo superior a todos los seres que experimentan transformaciones. 3. Si sobre ciertos puntos estamos de acuerdo con los poetas y filósofos que ustedes estiman, y sobre otros nuestra doctrina es más elevada y digna de Dios, sin embargo, somos los únicos que ofrecemos una demostración, ¿por qué entonces más que a todos los otros se nos odia injustamente? 4. Cuando nosotros decimos que todo fue ordenado y hecho por Dios, no parecerá sino que enunciamos un dogma de Platón; al afirmar la conflagración universal, otro de los estoicos; al decir que son castigadas las almas de los inicuos que aun después de la muerte conservarán su conciencia, y que las de los buenos, libres de todo castigo, serán felices, parecerá que hablamos como sus poetas y filósofos. 5. En fin, que no haya de adorarse a las obras de las manos de los hombres (cf. Lv 26,1; Is 2,18; Sal 115,4-6; 135,15, etc.), no es sino repetir lo que dijeron Menandro, el poeta cómico, y otros con él, que afirmaron ser mayor el artífice que lo que él fabrica.

Jesucristo es el Verbo divino

21. 1. Cuando nosotros decimos también que el Verbo, que es el primogénito de Dios (cf. Col 1,15), fue engendrado sin comercio carnal, es decir, Jesucristo, nuestro maestro, y que éste después de ser crucificado y matado, resucitó y subió al cielo (cf. Sal 3,6), nada nuevo presentamos, si se atiende a los que ustedes llaman hijos de Zeus. 2. Porque ustedes saben bien la cantidad de hijos que los escritores por ustedes estimados atribuyen a Zeus: Hermes, el verbo que interpreta y enseña todas las cosas; Asclepio, que fue médico y después de haber sido fulminado, subió al cielo; Dionisio, después que fue despedazado; Heracles, después de arrojarse a sí mismo al fuego para huir de sus dolores; los Dioscuros, hijos de Leda; Perseo de Dánae, y Belerofonte, nacido de hombres, sobre el caballo Pegaso. 3. ¿Para qué hablar de Ariadna y de los que, de modo semejante a ella, se dice haber sido colocados en las estrellas? Y paso igualmente por alto sus emperadores difuntos, a quienes tienen siempre por dignos de la inmortalidad y nos presentan a algún infeliz que jura haber visto remontarse al cielo desde la pira al César hecho cenizas. 4. Tampoco hay necesidad de repetir aquí las acciones que se cuentan de cada uno de los supuestos hijos de Zeus, pues ustedes las saben perfectamente. Basta indicar que eso se ha escrito para utilidad e incitación de los jóvenes que se educan, porque todos tienen por cosa bella ser imitadores de los dioses. 5. Sin embargo, un hombre sensato rechazaría semejante concepción de la divinidad que admite que Zeus mismo, jefe y padre de todos los dioses, haya sido parricida y nacido de parricida y, vencido por placeres bajos y vergonzosos (cf. Lv 18,22; 20,13), haya ido a Ganimédes y a muchedumbre de mujeres con las que cometió adulterio, y aceptar que sus hijos practicaron acciones semejantes. 6. La verdad es, como anteriormente dijimos, que fueron los demonios malvados quienes tales cosas hicieron. Ahora alcanzar la inmortalidad, a nosotros se nos ha enseñado que sólo la alcanzan los que viven santa y virtuosamente cerca de Dios, así como creemos que han de ser castigados con fuego eterno quienes vivieren injustamente y rehúsen convertirse.

Jesús es el Hijo de Dios

22. 1. En cuanto al Hijo de Dios, que se llama Jesús, aún cuando fuera hombre al modo común, merecería, por su sabiduría, llamarse Hijo de Dios, pues todos los escritores llaman a Dios padre de hombres y de dioses (cf. Homero, Ilíada 1, 544; 4, 68). 2. Y si afirmamos que Él, el Verbo de Dios, fue engendrado de modo peculiar, diferente de la común generación, como ya dijimos (cf. I,21,1), admitan entonces que este punto es coincidente con lo que ustedes dicen de Hermes, a quien llaman el Verbo mensajero de parte de Dios. 3. Si se nos echa en cara que fue crucificado, también esto es común con los antes enumerados hijos de Zeus que ustedes admiten haber sufrido. 4. En efecto, se cuenta de ellos que no sufrieron un mismo género de muerte, sino diferentes; de suerte que ni por el hecho de haber sufrido (Cristo) una pasión particular es inferior a ellos; al contrario, como lo habíamos prometido (cf. I,13,3) demostraremos que es muy superior, o, por mejor decir, ya está demostrado (cf. I,15-17), pues el que es superior se muestra por sus obras. 5. Nosotros, predicamos que nació de una virgen, y ustedes deben admitir que este un punto común con Perseo. 6. En fin, que sanara a lisiados, paralíticos, enfermos de nacimiento y resucitara muertos (cf. Mt 11,5), también en esto parecerá que decimos cosas semejantes a lo que se cuenta haber hecho Asclepio.

Excelencia de la doctrina cristiana

23. 1. Todo lo que nosotros afirmamos, por haberlo aprendido de Cristo y de los profetas que le precedieron, es la sola doctrina verdadera y más antigua que todos los escritores que han existido, y no pedimos se acepte nuestra doctrina por coincidir con ellos, sino porque decimos la verdad, a saber: 2. que sólo Jesucristo fue engendrado como Hijo de Dios en el sentido propio del término, siendo su Verbo (cf. Jn 1,1), su primogénito (cf. Col 1,15; Rm 8,29; Hb 1,6; 11,28; 12,23; Pr 8,22) y su potencia (cf. 1Co 1,24); que, hecho hombre por designio suyo, nos enseñó esas verdades para la transformación y renovación del género humano; 3. antes de hacerse hombre entre los hombres, hubo algunos, digo los malvados demonios antes mentados, que se adelantaron a decir por medio de los poetas haber sucedido los mitos que se inventaron, a la manera que fueron ellos también los que hicieron las obras ignominiosas e impías de las que se nos acusa, sin que para ello haya testigo ni demostración alguna. Para que todo esto les quede claro, haremos la refutación que sigue.

El politeísmo

24. 1. La primera prueba es que, diciendo nosotros cosas semejantes a los griegos, somos los únicos a quienes se odia por el nombre de Cristo y, sin cometer crimen alguno, como a malvados se nos quita la vida. Mientras que unos acá y otros acullá, dan culto a árboles, a ríos, a ratones, a gatos, a cocodrilos y a muchedumbre de animales irracionales; aún más, no todos lo dan a los mismos, sino unos son honrados en una parte, otros en otra, con lo que todos (sus adoradores) son impíos los unos a los ojos de los otros, porque no adoran los mismos objetos. 2. Lo único que ustedes nos pueden recriminar, es que no veneramos los mismos dioses que ustedes y que, en las acciones públicas, no ofrecemos ni libaciones, ni grasas de víctimas, ni coronas, ni sacrificios. 3. Ahora bien, que los mismos animales son por unos considerados dioses, por otros fieras, por otros víctimas para sacrificios, ustedes lo saben perfectamente.

La mitología

25. 1. En segundo lugar, porque hombres de toda raza, que antes dábamos culto a Dionisio, hijo de Sémele, y a Apolo, hijo de Leto, de los cuales sería una vergüenza el sólo narrar las acciones que cometieron por amor a los jóvenes; los que adorábamos a Perséfone y Afrodita, que fueron aguijoneadas de amor por Adonis y cuyos misterios aún celebran ustedes, o a Asclepio u otro de los demás llamados dioses; ahora, no obstante amenazársenos con la muerte, a todos ésos los hemos despreciado por amor de Jesucristo, 2. y nos hemos consagrado al Dios ingénito e impasible; el Dios que creemos no ha de ir, aguijoneado por el deseo, a seducir una Antíope ni a otras por el estilo ni a Ganimédes, ni tendrá que ser desatado con ayuda de Tetis de aquel famoso gigante de cien brazos, ni que preocuparse, para pagar este favor, de matar a una muchedumbre de griegos, por la mano de Aquiles, el hijo de Tetis, a causa de su concubina Briseida. 3. Lo que sí hacemos es compadecer a quienes tales cosas hacen, y bien sabemos que los responsables de ellos son los demonios.

Las herejías

26. 1. En tercer lugar, después de la ascensión de Cristo al cielo, los demonios han impulsado a ciertos hombres a decir que ellos eran dioses, y ésos no sólo no han sido perseguidos por ustedes, sino que han llegado hasta juzgarlos dignos de recibir honores. 2. Así, a un tal Simón, samaritano (cf. Hch 8,9-11), originario de una aldea por nombre Gitón, habiendo hecho en tiempo de Claudio César prodigios mágicos, por arte de los demonios que en él obraban, en su imperial ciudad de Roma, fue tenido por dios y como dios fue por ustedes honrado con una estatua, que se levantó en la isla del Tíber, entre los dos puentes, y lleva esta inscripción latina: “A Simón Dios Santo”. 3. Casi todos los samaritanos, y algunos pocos individuos en las otras naciones, le adoran considerándole como a su primer dios; y a una cierta Helena, que le acompañó por aquel tiempo en sus peregrinaciones, que antes había estado en el prostíbulo, y sería su primera emanación. 4. Sabemos también que un cierto Menandro, igualmente samaritano, natural de la aldea de Caparatea, discípulo que fue de Simón, poseído también por los demonios, hizo su aparición en Antioquía y allí engañó a muchos por sus artes mágicas, llegando a persuadir a sus discípulos que no habían de morir jamás. Y no faltan aún ahora algunos de ellos que se lo siguen creyendo. 5. En fin, un tal Marción, natural del Ponto, está ahora mismo enseñando a los que le siguen a creer en un Dios superior al Creador, y con la ayuda de los demonios ha conducido a muchos, en todas las naciones, a proferir blasfemias y negar al Dios Creador del universo, confesando, en cambio, otro Dios al que, por suponérsele superior, se le atribuyen obras mayores. 6. Todos los que de éstos proceden, como dijimos (I,4,7; 7,3), son llamados cristianos, a la manera que quienes no participan de las mismas doctrinas entre los filósofos, reciben de la filosofía el nombre común con que se les conoce. 7. Ahora, si también practican todas esas ignominiosas obras que contra nosotros se propalan, a saber: echar por tierra el candelero, unirnos promiscuamente y alimentarnos de carnes humanas, no lo sabemos; de lo que sí estamos ciertos es de que no son por ustedes perseguidos ni condenados a muerte, por lo menos a causa de sus doctrinas. 8. Por lo demás, nosotros mismos hemos compuesto una “Tratado contra todas las herejías” (obra perdida), si quieren leerlo, lo pondremos en sus manos.

Costumbres abominables del paganismo

27. 1. Nosotros, en cambio, a fin no cometer ninguna injusticia ni impiedad, profesamos la doctrina de que exponer a los recién nacidos es obra de malvados. En primer lugar, porque vemos que casi todos van a parar a la prostitución, no sólo las niñas, sino también los varones; y al modo como de los antiguos se cuenta que mantenían rebaños de bueyes, cabras, ovejas o de caballos de pasto, así se reúnen ahora rebaños de niños con el único fin de usar torpemente de ellos, y una muchedumbre, lo mismo de afeminados que de andróginos y pervertidos, está preparada por cada provincia para semejante abominación. 2. Por ello perciben ustedes tasas, contribuciones y tributos, siendo así que el deber de ustedes sería extirparlos de raíz de su imperio. 3. Ahora bien, cuando de tales seres se abusa, aparte de tratarse de una unión propia de gentes sin Dios, impía y abyecta, posiblemente no faltará quien se una con un hijo, con un pariente o con un hermano.
4. Hay también quienes prostituyen a sus propios hijos y mujeres; otros se mutilan públicamente para la torpeza y refieren el origen de esos misterios a la madre de los dioses; en fin, en todos los que ustedes tienen por dioses, una serpiente es representada como un símbolo eminente y un misterio. 5. Lo mismo que ustedes practican y honran públicamente, nos lo achacan a nosotros, como si lo cumpliéramos después de haber derribado y extinguido la luz divina; pero, libres como estamos de practicar nada de eso, ningún daño nos hacen sus calumnias; sí a quienes esas torpezas cometen y encima nos levantan falsos testimonios.

El culto a la serpiente

28. 1. Entre nosotros, el príncipe de los malos demonios se llama serpiente, Satanás, diablo (cf. Ap 20,2), como pueden aprenderlo consultando nuestras escrituras; y que él con todo su ejército juntamente con los hombres que le siguen haya de ser enviado al fuego para ser castigado eternamente (cf. Mt 25,41), cosa es que de antemano fue anunciada por Cristo. 2. La paciencia que Dios muestra en no hacerlo de pronto, tiene su causa en su amor al género humano, pues Él sabe con antelación que algunos han de salvarse por la penitencia, de los que algunos tal vez no han nacido todavía. 3. Al principio, creó Él al género humano racional y capaz de escoger la verdad y obrar el bien, de suerte que no hay hombre que tenga excusa delante de Dios, como quiera que todos han sido creados racionales y capaces de contemplar la verdad (cf. Rm 1,18-21). 4. Pero si alguno no cree que Dios se cuide de las cosas humanas, una de dos, o tendrá que confesar indirectamente que no existe o que, existiendo, se complace en la maldad o permanece insensible como una piedra. Virtud y vicio no tendrían entonces ninguna consistencia, y por su sola opinión distinguirían los hombres unas cosas por buenas y otras por malas, lo que es el colmo de la impiedad e injusticia.

La castidad cristiana

29. 1. En segundo lugar (cf. I,27,1), [evitamos la exposición de los niños], por temor de que, al no ser recogidos algunos de los expósitos, vengan a morir y seamos culpables de homicidio. Nosotros o nos casamos desde el principio por el solo fin de la generación de los hijos, o si renunciamos al matrimonio, es para observar una castidad perfecta. 2. Ya se ha dado el caso que uno de los nuestros, para demostrarles que la unión promiscua no es misterio que nosotros celebramos, presentó un memorial al prefecto Félix en Alejandría, suplicándole autorizara a su médico para cortarle los testículos, pues decían los médicos de allí que semejante operación no podía hacerse sin permiso del gobernador. 3. Félix se negó en absoluto a firmar el memorial, y el joven permaneció célibe, contentándose con el testimonio de su conciencia y con el apoyo de sus hermanos en la fe. 4. Y aquí hemos creído no estaría fuera de lugar recordar a Antínoo, que vivió recientemente, a quien todos, por miedo, se apresuraron a honrar como a un dios, no obstante saber muy bien quién era y de adónde venía.

Demostración de la divinidad de Cristo

El argumento profético

30. 1. Se nos podría objetar: ¿Qué inconveniente hay en que ese que nosotros llamamos Cristo sea un hombre que viene de otros hombres y que por arte mágica (cf. Mt 9,34; 12,24; Mc 3,22; Lc 11,15) hizo los prodigios que decimos y por ello pareció ser hijo de Dios? Vamos, pues, ya a presentar la demostración, no dando fe a quienes nos cuentan los hechos, sino creyendo por necesidad a los que los profetizaron antes de suceder, como quiera que los vemos cumplidos o que se están cumpliendo ante nuestra vista tal como fueron profetizados, demostración que creemos ha de parecerles la más fuerte y la más verdadera.

Las fuentes bíblicas: la versión de los Setenta

31. 1. Hubo entre los judíos hombres que fueron profetas de Dios (cf. Hch 1,16; 28,25 [que cita Is 6,9s.]; 1P 1,11), por medio de los cuales el Espíritu profético anunció anticipadamente los acontecimientos por venir; y los reyes que según los tiempos se sucedieron entre los judíos, haciendo propiedad suya tales profecías, las guardaron cuidadosamente, tal como fueron dichas al momento de su proclamación y tal como los mismos profetas las consignaron en sus libros escritos en su propia lengua hebrea. 2. Pero cuando Ptolomeo, rey de Egipto, trató de formar una biblioteca y reunir en ella las obras de todos los escritores, habiendo tenido noticia de estas profecías, solicitó al que entonces era rey de los judíos, Herodes, le remitiera los libros de los profetas. 3. El rey Herodes le envió esos escritos, como hemos dicho, en hebreo, su lengua original; 4. pero como su contenido no podía ser entendido por los egipcios, le dirigió una nueva petición, rogándole le enviara hombres que los vertieran a la lengua griega. 5. Esto hecho, se quedaron los libros entre los egipcios hasta el presente, y los judíos los usan por todo el mundo, pero sin embargo, no entienden al leerlos lo que está escrito, sino que nos tienen por enemigos y adversarios, matándonos lo mismo que ustedes y atormentándonos apenas tienen poder para hacerlo, como pueden fácilmente persuadirse. 6. Efectivamente, en la reciente guerra de Judea, Bar Kokebas, el cabecilla de la rebelión judía, sólo a los cristianos mandaba someter a terribles tormentos, si se negaban a renegar y blasfemar contra Jesucristo.
7. Ahora bien, en los libros de los profetas hallamos de antemano anunciado que Jesús, nuestro Cristo, había de venir, debía nacer de una virgen (cf. Is 7,14); que había de llegar a edad viril y curar toda enfermedad y toda debilidad (cf. Mt 4,23), y resucitar muertos; que había de ser odiado, desconocido y crucificado; que moriría, resucitaría y subiría a los cielos; que es y se llama Hijo de Dios; que habían de ser enviados por Él algunos para proclamar estas cosas a todo el género humano, y serían los hombres de las naciones paganas (cf. Mt 28,19) quienes más le creerían. 8. Estas profecías se hicieron unas cinco mil años, otras tres mil, otras dos mil, otras mil u ochocientos años antes de que Él apareciera; pues es de saber que los profetas se fueron sucediendo unos a otros de generación en generación.

La profecía de Moisés

32. 1. Así, pues, Moisés, que fue el primero de los profetas, dijo literalmente así: “No faltará rey de la descendencia de Judá, ni jefe de sus muslos hasta que venga aquel a quien está reservado. Y Él será la expectación de las naciones, atando a la viña su pollino, lavando sus vestidos en la sangre de la uva” (Gn 49,10-11). 2. Ahora es deber de ustedes averiguar con todo rigor y enterarse hasta cuándo tuvieron los judíos jefe y rey salido de su nación: hasta la aparición de Jesucristo, Maestro nuestro e intérprete de las profecías desconocidas, tal como fue de antemano dicho por el Espíritu Santo profético por medio de Moisés, que no faltaría príncipe de los judíos hasta venir Aquel a quien está reservado el reino (cf. Gn 49,10). 3. Porque Judá fue el antepasado de los judíos y de él justamente han recibido ese nombre; y ustedes, después de la manifestación de Cristo, establecieron su reino sobre los judíos y se apoderaron de toda su tierra. 4. Lo de que: “Él será la expectación de las naciones” (Gn 49,10), quería decir que los hombres de todas las naciones esperarán su segunda venida, cosa que pueden ver con su propios ojos y comprobar en la realidad; pues de todas las razas de hombres esperan al que fue crucificado en Judea, tras cuya muerte, inmediatamente, la tierra de los judíos, tomada a punta de lanza, les fue entregada a ustedes. 5. La expresión: “Atando a la cepa su pollino, lavando su vestido en la sangre de la uva” (Gn 49,11), era un símbolo de lo que había de suceder a Cristo y de lo que por Él mismo había de ser hecho. 6. Porque fue así que a la entrada de cierta aldea estaba un pollino (cf. Mt 21,1) atado a una parra (cf. Mt 21,2), y Él mandó a sus discípulos que se lo trajeran y, traído que fue el pollino, montó sobre él y así entró en Jerusalén (cf. Mt 21,10), donde estaba el templo más grande de los judíos, el mismo que fue más adelante destruído por ustedes. Después de la entrada en Jerusalén fue crucificado, a fin de que se cumpliera el resto de la profecía. 7. Puesto que lo de que “había de lavar su vestido en la sangre de la uva” (Gn 49,11), era anuncio anticipado de su pasión, la que había de padecer para lavar por su sangre a los que creyeran en Él. 8. Porque lo que el Espíritu divino llama por el profeta “su vestido”, son los hombres que creen en Él, en los que mora la semilla que de Dios procede, que es el Verbo. 9. Y se habla también de “la sangre de la uva”, para dar a entender que el que había de aparecer tendría ciertamente sangre, pero no de semen humano, sino de poder divino. 10. Ahora bien, el primer poder después de Dios, Padre y Señor de todas las cosas, es el Verbo, que es también su Hijo. Cómo se haya Éste hecho carne y nacido hombre (cf. Jn 1,14), lo diremos más adelante. 11. Porque a la manera que la sangre de la uva no la hace el hombre, sino Dios, por semejante manera se daba a entender en esas palabras que la sangre de Cristo no procedería de semen humano, sino del poder de Dios, como ya hemos dicho (cf. I,32,9).
12. Isaías, otro profeta, viene a decir lo mismo con otras palabras, profetizando así: “Se levantará una estrella de Jacob (Nm 24,1) y una flor subirá de la raíz de Jesé (Is 11,1); y en su brazo, las naciones esperarán” (Is 51,5). 13. En efecto, una estrella brillante se levantó y una flor subió de la raíz de Jesé, que es Cristo. 14. Porque Él fue concebido, con el poder de Dios (cf. Lc 1,35), por una virgen de la descendencia de Jacob, que fue el padre de Judá, antepasado, como lo hemos demostrado, de los judíos; y Jesé, según el oráculo, fue un ancestro de Cristo, y Él, según la sucesión de las generaciones, hijo de Jacob y (nieto) de Judá.

La concepción virginal de Cristo

33. 1. Escuchen ahora cómo a su vez fue literalmente profetizado por Isaías que Cristo había de ser concebido por una virgen. Sus palabras son éstas: «Miren que una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre “Dios con nosotros”» (Is 7,14; Mt 1,23). 2. Porque lo que los hombres pudieran tener por increíble e imposible de suceder, eso mismo indicó Dios anticipadamente por medio de su Espíritu profético que se realizaría, para que cuando sucediera no se le negara la fe (cf. Jn 14,29), sino que fuera creído por haber sido predicho. 3. Y vamos ahora a poner en claro las palabras de la profecía, no sea que, por no entenderla, se nos objete lo mismo que nosotros decimos contra los poetas cuando nos hablan de Zeus que, por satisfacer su pasión libidinosa, se unió con diversas mujeres. 4. Así, pues, lo de que “una virgen concebirá” (Is 7,14) significa que la concepción sería sin comercio carnal, pues de darse éste, ya no sería virgen; al contrario, fue el poder de Dios el que vino sobre la virgen y la cubrió con su sombra (cf. Lc 1,35) y, permaneciendo virgen, hizo que concibiera. 5. Fue así que el ángel que de parte de Dios le fue enviado por aquel tiempo a la misma virgen, le dio la buena noticia diciéndole: “Mira que concebirás del Espíritu Santo, y darás a luz un hijo y se llamará Hijo del Altísimo (Lc 1,31-32), y le pondrás por nombre Jesús, pues Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). Así nos lo han enseñado los que consignaron todos los recuerdos referentes a nuestro Salvador Jesucristo, y nosotros les hemos dado fe, puesto que el Espíritu profético, como ya hemos indicado, anunció por el citado Isaías su futuro nacimiento. 6. Ahora bien, ninguna otra cosa es lícito entender por el Espíritu y el poder que de Dios procede sino el Verbo, que es el primogénito de Dios, como Moisés, profeta antes mentado, lo reveló; y viniendo éste Espíritu sobre la virgen y cubriéndola con su sombra, no por comercio carnal, sino por el poder de Dios, hizo que ella concibiera. 7. “Jesús” es un nombre que significa, en hebreo, Hombre; y en griego, Salvador. 8. De ahí que el ángel le dijo a la virgen: “Le pondrás por nombre Jesús, pues Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). 9. Ahora, que los que profetizan no son inspirados por otro ninguno, sino por el Verbo divino, aún ustedes, como supongo, convendrán en ello.

La profecía de Miqueas: el lugar del nacimiento

34. 1. Escuchen ahora cómo Miqueas, otro de los profetas, predijo el lugar de la tierra en que había de nacer. He aquí sus palabras: “Y tú, Belén, tierra de Judá, en modo alguno eres la más pequeña entre las principales ciudades de Judá, pues de ti ha de salir el jefe que pastoreará a mi pueblo” (Mt 2,6; cf. Mi 5,1. 3). 2. Belén es una aldea de Judea, distante de Jerusalén treinta y cinco estadios; en ella nació Jesucristo, como pueden comprobarlo por las listas del censo, hechas en tiempos de Quirino, que fue el primer procurador de ustedes en Judea.

Profecías diversas sobre la misión de Cristo

35. 1. También fue predicho que Cristo, después de nacer, había de vivir oculto a los otros hombres hasta llegar a la edad viril. Escuchen lo que a este propósito fue anticipadamente dicho. 2. He aquí las palabras: “Un niño nos ha nacido, un pequeñuelo nos ha sido regalado, cuyo imperio reposa sobre sus hombros” (Is 9,5), este (texto) señala el poder de la cruz, sobre la cual él apoyó sus hombros cuando fue crucificado, como andando el discurso se mostrará más claramente. 3. El mismo profeta Isaías, inspirado por el Espíritu profético, dijo: “Yo extenderé mis manos hacia un pueblo que no cree y que contradice, a los que andan por camino no bueno” (Is 65,2). 4. “Y ahora me vienen a pedir juicio y tienen atrevimiento para acercarse a Dios” (cf. Is 58,2). 5. De nuevo, por otro profeta dice con otras palabras: “Ellos taladraron mis pies y mis manos; y echaron a suerte mis vestiduras” (Sal 21,17. 19).
6. David, rey y profeta, que esto dijo, nada de eso padeció, pero Jesucristo extendió sus manos al ser crucificado por los judíos que le contradecían y decían que no era el Cristo. En efecto, como lo había anunciado el profeta, para burlarse de Él, le sentaron sobre un estrado, y le dijeron: “Júzganos”. 7. Lo de “taladraron mis manos y mis pies” (Sal 21,17) significaba los clavos que traspasaron en la cruz sus pies y manos. 8. Y después de crucificarle, los que le crucificaron echaron a suerte sus vestiduras (Sal 21,19), y se las repartieron entre sí (cf. Jn 19,24). 9. Y que todo esto sucedió así, pueden comprobarlo por las Actas redactadas en tiempo de Poncio Pilato.
10. Vamos también a citar la profecía de otro profeta, Sofonías, cómo literalmente fue profetizado que había de montar sobre un pollino y entrar así a Jerusalén. 11. He aquí sus palabras: “Alégrate sobremanera, hija de Sión; proclámalo, hija de Jerusalén; mira que tu rey viene hacia ti manso, montado sobre la cría de un asno, hijo de animal de yugo” (Za 9,9; Mt 21,5).

Reglas de interpretación

36. 1. Cuando oyen que los profetas hablan en nombre de algún personaje, no deben de pensar que eso lo dicen los mismos hombres inspirados, sino el Verbo divino que los mueve. 2. Porque unas veces habla como anunciando de antemano lo que ha de suceder, a la manera de una predicción; otras como en persona de Dios, Maestro y Padre del universo; otras en persona de Cristo; otras, en fin, en nombre de las naciones que responden al Señor o a su Padre. Algo semejante pueden constatar entre sus escritores: es un mismo autor el que compuso todo la obra, pero pone en escena varias personas que dialogan entre sí. 3. Por no entender eso los judíos, que son quienes poseen los libros de los profetas, no sólo no reconocieron a Cristo ya venido, sino que nos aborrecen a nosotros, que decimos haber en efecto venido y mostramos que, como estaba profetizado, fue por ellos crucificado.

Profecías atribuidas al Padre

37. 1. Para que también eso les resulte claro, he aquí unas palabras que fueron dichas por el profeta Isaías, antes mentado, en nombre del Padre: «El buey conoció a su amo y el asno el pesebre de su señor; pero Israel no me ha conocido y mi pueblo no me ha entendido. 2. ¡Ay de la nación pecadora, el pueblo lleno de pecados, descendencia mala, hijos inicuos: han abandonado al Señor!» (Is 1,3-4). 3. Y nuevamente, en otro pasaje en que habla igualmente el mismo profeta en nombre del Padre: «¿Qué casa me van a edificar?, dice el Señor. 4. El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies» (Is 66,1). 5. Y otra vez en otro pasaje: «Sus novilunios y sus sábados, mi alma los aborrece; y su día grande de ayuno y su ociosidad, no los soporto (Is 1,13-14), ni aun cuando se presenten ante mi vista (Is 1,12), los escucharé.6. Llenas están de sangre sus manos (Is 1,15). 7. Aun cuando me traigan flor de harina o incienso, me es una abominación (Is 1,13); grasa de corderos o sangre de toros, no la quiero. 8. Porque, ¿quién requirió esas ofrendas de sus manos? (Is 1,11-12). Desata más bien toda atadura de injusticia, rompe las cadenas de los violentos contratos, cubre al sin techo y al desnudo, comparte tu pan con el hambriento (Is 58,6-7)». 9. Por estos pasajes pueden entender de qué naturaleza son las enseñanzas que en nombre de Dios dan los profetas.

Profecías atribuidas al Hijo

38. 1. Cuando el Espíritu profético habla en persona de Cristo, se expresa así: “Yo extendí mis manos a un pueblo que no cree y que contradice, a los que andan por camino no bueno” (Is 65,2). 2. Y de nuevo: «Presenté mi espalda a los azotes y mis mejillas a las bofetadas, y mi rostro no lo aparté del ultraje de los salivazos. 3. Pero el Señor se hizo mi ayudador; por eso no quedé confundido, sino que puse mi rostro como roca dura, y supe que no había de ser confundido, pues cerca está el que me justifica» (Is 50,6-8). 4. Y lo mismo cuando dice: «Ellos echaron suerte sobre mis vestiduras, y taladraron mis manos y mis pies (Sal 21,19. 17). 5. Pero yo me dormí y me entregué al sueño, y resucité, porque el Señor me protegió» (Sal 3,6). 6. Y otra vez, cuando dice: «Cuchicheaban con sus labios y movieron su cabeza diciendo: “Que se salve a sí mismo”» (Sal 21,8-9). Todo esto pueden comprobar que se cumplió por los judíos en Cristo. 8. Pues cuando fue Él crucificado, retorcían sus labios y meneaban sus cabezas diciendo: “El que resucitó muertos, que se salve a sí mismo” (cf. Mt 27,39. 43).

Profecías atribuidas al Espíritu

39. 1. Cuando el Espíritu profético habla para profetizar lo por venir, dice así: “De Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén; Él juzgará en medio de las naciones y convencerá a un pueblo numeroso. De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas hoces; y no tomará nación contra nación espada ni sabrán ya qué cosa sea la guerra” (Is 2,3-4; cf. Mi 4,2-3). Que así haya sucedido, en sus manos está comprobarlo. 3. Porque de Jerusalén salieron doce hombres (cf. Mt 10,2s.; Mc 3,14s.; Lc 16,13s.) por el mundo, y éstos ignorantes (cf. Hch 4,13), incapaces de elocuencia, que, sin embargo, anunciaron por el poder de Dios a todo el género humano haber sido ellos enviados por Cristo para enseñar a todos la palabra de Dios (cf. Hch 2,6-11). Y los que antes nos matábamos unos a otros, no sólo no hacemos ahora la guerra a nuestros enemigos, sino que, por no mentir ni engañar a nuestros jueces al interrogarnos, morimos gustosos por confesar a Cristo. 4. Sin embargo, pudiéramos nosotros aplicar a nuestro caso el dicho famoso: “La lengua juró, pero el corazón no ha jurado” (Eurípides, Hipólito 612). 5. Pero seguramente sería ridículo que los soldados que ustedes reclutan y enrolan, pongan la lealtad hacia ustedes por encima de su propia vida, por encima de sus padres, su patria y cuanto les pertenece, siendo así que nada imperecedero les pueden procurar, y nosotros, que aspiramos a la incorrupción, no lo soportemos todo a trueque de recibir los bienes que esperamos ardientemente de Aquel que tiene poder para dárnoslo.

Los Salmos 18, 1 y 2

40. 1. Escuchen ahora lo que fue predicho sobre los que predicaron su doctrina y anunciaron su venida; el ya mentado profeta y rey dice así por moción del Espíritu profético: «El día al día le transmite una palabra, y la noche a la noche le anuncia conocimiento. 2. No hay discursos ni palabras cuya voz no se oiga. 3. Sobre toda la tierra se esparció el sonido de su voz y a los términos del orbe de la tierra llegaron sus palabras. 4. En el sol puso su tienda, y éste, como esposo que sale de su cámara nupcial, se regocijará como gigante para recorrer su camino» (Sal 18,3-6).
5. Hemos creído oportuno y propio hacer mención de otras palabras profetizadas por el mismo David, por las que podrán enterarse qué regla de vida el Espíritu profético propone a los hombres, 6. y cómo anuncia la conjura que se tramó contra Cristo entre Herodes, rey de los judíos; éstos mismos judíos y Pilato, que fue procurador de ustedes en Judea, y los soldados de éste (cf. Hch 4,27). 7. Noten también cómo se profetiza que habían de creer en Él hombres de toda raza; que Dios le llama Hijo suyo y le promete someterle a todos sus enemigos; cómo los demonios, en cuanto pueden, tratan de escapar al poder de Dios Padre y Soberano de todo y al de Cristo; y cómo, en fin, llama Dios a todos los hombres a la penitencia antes que llegue el día del juicio. 8. Las profecías dicen así: «Bienaventurado el hombre que no camina según el consejo de los impíos, ni se para en el camino de los pecadores, ni se sienta sobre la cátedra pestilente, sino que su voluntad está en la ley del Señor, y en su ley medita día y noche. 9. Será como árbol plantado junto a las corrientes de las aguas, que dará su fruto a debido tiempo y sus hojas no caerán, y todo cuanto hiciere le saldrá prósperamente. 10. No así los impíos, no así, sino que serán como el polvo que esparce el viento sobre la superficie de la tierra. Por eso, no se levantarán los impíos en el juicio, ni los pecadores en el consejo de los justos; porque conoce el Señor el camino de los justos y el camino de los impíos perecerá (Sal 1,1-6). 11. ¿Por qué bramaron las naciones y los pueblos vanos pensamientos? Se levantaron los reyes de la tierra y los príncipes se aliaron contra el Señor y contra su Cristo, diciendo: “Rompamos sus ataduras y arrojemos de nosotros su yugo”. 12. El que mora en los cielos se reirá de ellos, y el Señor los hará objeto de su mofa. Entonces les hablará en su ira, y en su furor los conturbará. 13. Yo, en cambio, fui por Él constituido rey sobre Sión, su monte santo, para anunciar su decreto. 14. El Señor me dijo: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. 15. Pídemelo y te daré las naciones por herencia, y por posesión tuya los confines de la tierra. Los apacentarás con vara de hierro, como vasos de alfarero los harás añicos. 16. Y ahora, reyes, entiendan; instrúyanse los que juzgan la tierra. 17. Sirvan al Señor con temor y exulten en Él con temblor. 18. Sométanse a sus enseñanzas, en el temor de que se irrite el Señor y se pierdan fuera del camino recto, cuando de pronto se encienda su cólera. 19. Bienaventurados todos los que confían en Él”» (Sal 2,1-12).

El triunfo de Cristo: Salmo 95

41. 1. En otra profecía, el Espíritu profético anuncia por medio del mismo David que Cristo había de reinar después de ser crucificado, dijo así: «Alabe al Señor toda la tierra, y anuncien de día en día su salvación, porque grande es el Señor y digno de alabanza sobremanera, temible sobre todos los dioses. Porque todos los dioses de las naciones son imágenes de demonios, pero Dios hizo los cielos. 2. Gloria y alabanza en su presencia, fuerza y esplendor en el lugar de su santificación. Den gloria al Señor, al que es Padre de los siglos. 3. Presenten la ofrenda, llévenla a su presencia y adórenle en sus atrios santos. Tema ante su faz toda la tierra, que se afirme y no vacile. 4. Alégrense en las naciones: el Señor estableció su reino desde lo alto del madero» (1Cro 16,23-25. 28a. 29b.-31; cf. Sal 95.1-10).

La predicción del futuro

42. 1. Vamos también a aclarar el caso en que el Espíritu profético habla de lo porvenir como ya cumplido, como puede ya conjeturarse en los textos antes alegados, a fin de que tampoco en esto tengan excusa los que leen. 2. Lo absolutamente conocido como que va a suceder, el Espíritu profético lo predice como ya sucedido; y que haya de tomarse así, pongan toda la atención de su mente a lo que vamos a decir. 3. Las profecías citadas las pronunció David mil quinientos años antes de que Cristo, hecho hombre, fuera crucificado, y ninguno de los antes nacidos procuró, al ser crucificado, alegría a las naciones (cf. Sal 96,10; I,41,4), ni nadie tampoco después de Él. 4. En cambio, fue en nuestro tiempo que Jesucristo fue crucificado, murió y resucitó, y que después de subir al cielo estableció su reino; y porque esto fue proclamado en su nombre por medio de los apóstoles en todas las naciones, la alegría reina entre quienes esperan la inmortalidad que Él nos ha prometido.

Profecías, destino y libertad

43. 1. De lo anteriormente por nosotros dicho no tiene nadie que sacar la consecuencia de que nosotros afirmamos que cuanto ocurre, sucede por necesidad del destino, por el hecho de que decimos ser de antemano conocidos los acontecimientos. Para ello, vamos a resolver también esta dificultad. 2. Nosotros hemos aprendido de los profetas (cf. Jr 17,9-10), y afirmamos que ésa es la verdad, que los castigos y tormentos, lo mismo que las buenas recompensas, se dan a cada uno conforme a sus obras; pues de no ser así, sino que todo sucediera por destino, no habría en absoluto libre albedrío. Y, en efecto, si está determinado que éste sea bueno y el otro malo, ni aquél merece alabanza, ni éste vituperio. 3. Si el género humano no tiene poder para huir por libre determinación del mal y escoger el bien, es irresponsable de cualesquiera acciones que haga. 4. Pero que el hombre es virtuoso y peca por libre elección, lo demostramos por el siguiente argumento: 5. Vemos que el mismo sujeto pasa de un contrario a otro. 6. Ahora bien, si estuviera determinado ser malo o bueno, no sería capaz de cosas contrarias ni se cambiaría con tanta frecuencia. En realidad, ni podría decirse que unos son buenos y otros malos, desde el momento que afirmamos que el destino es la causa de buenos y malos, y que se contradice a sí mismo en su accionar, o habría que tomar por verdad lo que ya anteriormente insinuamos, a saber, que la virtud y el vicio son puras palabras, y que sólo por opinión se tiene algo por bueno o por malo. Lo cual, como demuestra la verdadera razón, es el colmo de la impiedad y de la iniquidad. 7. Lo que sí afirmamos ser destino ineludible es que a quienes escogieron el bien, les espera digna recompensa; y a los que lo contrario, les espera igualmente digno castigo. 8. Porque no hizo Dios al hombre a la manera de las otras criaturas, por ejemplo, árboles o cuadrúpedos, que nada pueden hacer por libre determinación; pues en este caso el hombre no sería digno de recompensa o alabanza, no habiendo por sí mismo escogido el bien, sino nacido ya bueno; ni, de haber sido malo, se le castigaría justamente, no habiéndolo sido libremente, sino por no haber podido ser otra cosa que lo que fue.

Libre arbitrio y responsabilidad

44. 1. Esta doctrina nos la ha enseñado el Espíritu profético, que por medio de Moisés le hacer decir a Dios la siguiente sentencia al primer hombre, al que había creado: “Mira que ante ti está el bien y el mal, escoge el bien” (Dt 30,15. 19). 2. A su vez, por Isaías, otro de los profetas, hablando en nombre de Dios, Padre y Señor del universo, le hace decir: 3. «Lávense, purifíquense, quiten la maldad de sus almas. Aprendan a obrar el bien, obren rectamente con el huérfano, hagan justicia a la viuda, y entonces vengan y conversemos, dice el Señor. Aún cuando sus pecados fueren como la púrpura, como lana los dejaré blancos; aún cuando fueren como escarlata, como nieve los blanquearé. 4. Y si quieren y me escuchan, comerán los bienes de la tierra; pero si no me escuchan, la espada los devorará, porque la boca del Señor lo ha dicho» (Is 1,16-20). 5. La anterior expresión: “La espada os devorará” (Is 1,20), no quiere decir que hayan de ser pasados a filo de espada los que desobedecieren, sino que por “la espada del Señor” hay que entender el fuego, cuya presa son los que han escogido practicar el mal. 6. Por eso dice: “La espada los devorará, porque la boca del Señor lo ha dicho” (Is 1,20). 7. Porque si hubiera hablado de la espada que corta y mata al instante, no hubiera dicho “los devorará”. 8. De suerte que Platón mismo, al decir: “La culpa es de quien elige, Dios no tiene culpa” (República X,617e), lo dijo por haberlo tomado del profeta Moisés, pues es de saber que éste es más antiguo que todos los escritores griegos. 9. Y, en general, cuanto filósofos y poetas dijeron acerca de la inmortalidad del alma, de los castigos después de la muerte, de la contemplación de las cosas celestiales y de otras doctrinas semejantes, de los profetas tomaron los principios no sólo para poderlo entender, sino también para expresarlo. 10. De ahí que parezca haber en todos, unas como semillas de verdad; sin embargo, se les puede reprochar no haberlo entendido exactamente por el hecho de que se contradicen unos a otros. 11. En conclusión, si decimos que los acontecimientos futuros han sido profetizados, no por eso afirmamos que sucedan por necesidad del destino; lo que afirmamos es que Dios conoce de antemano cuanto ha de ser hecho por cada hombre, es decreto suyo recompensar a cada uno según el mérito de sus obras, y por ello justamente anuncia por medio del Espíritu profético lo que a cada uno ha de venir de parte de Él, conforme a lo que sus obras merezcan: con lo que constantemente conduce al género humano a la reflexión y al recuerdo, demostrándole que tiene cuidado y providencia de los hombres. 12. Sin embargo, por la acción de los malvados demonios, se decretó pena de muerte contra quienes leyeran los libros de Histaspe, de la Sibila o de los profetas, a fin de apartar a los hombres, por el terror, de alcanzar, leyéndolos, el conocimiento del bien, y retenerlos ellos como esclavos suyos; cosa que en definitiva, no pudieron conseguir los demonios. 13. Porque no sólo los leemos intrépidamente nosotros, sino que, como ven, se los ofrecemos para que los examinen ustedes, seguros como estamos que han de aparecer gratos a todos. Y aún cuando sólo a unos pocos logremos persuadir, nuestra ganancia será muy grande, pues recibiremos del amo, como buenos agricultores, nuestra remuneración.

La Ascensión y el triunfo

45. Ahora escuchen lo que dijo el profeta David sobre que Dios, Padre del universo, había de llevar a Cristo al cielo después de su resurrección de entre los muertos, y retenerle consigo hasta herir a los demonios, enemigos suyos, y completar el número de los que Él sabía de antemano serían buenos y virtuosos, aquellos justamente por cuyo causa no ha cumplido todavía la universal destrucción. 2. Las palabras del profeta son éstas: «Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. 3. Cetro de poder te enviará el Señor desde Jerusalén y tú domina en medio de tus enemigos. 4. Contigo el imperio en el día de tu potencia en medio de los esplendores de tus santos. De mi seno, antes del lucero de la mañana, te he engendrado» (Sal 109,1-3).
5. Ahora bien, las palabras: “Cetro de poder te enviará desde Jerusalén” (Sal 109,2), era anticipado anuncio de la palabra poderosa, que, saliendo de Jerusalén, predicaron por doquiera sus apóstoles; y que nosotros, a despecho de la muerte decretada contra los que enseñan o sólo confiesan el nombre de Cristo, por doquiera, también la abrazamos y la enseñamos. 6. Si también ustedes leen como enemigos estas palabras nuestras, fuera de matarnos, como ya antes dijimos (I,2,4; 11,2; 12,6), nada pueden hacer; y eso, a nosotros, ningún daño nos acarrea; a ustedes, empero, y a todos los que injustamente nos aborrecen y no se convierten, ha de traerles castigo de fuego eterno.

La salvación de los hombres antes de Cristo

46. 1. Algunos, sin razón, para rechazar nuestra enseñanza, pudieran objetarnos que, diciendo nosotros que Cristo nació hace sólo ciento cincuenta años bajo Quirino y enseñó su doctrina más tarde, en tiempo de Poncio Pilato, ninguna responsabilidad tienen los hombres que le precedieron. Adelantémonos a resolver esta dificultad. 2. Nosotros hemos recibido la enseñanza de que Cristo es el primogénito de Dios, y anteriormente hemos indicado (cf. I,23,2) que Él es el Verbo, de que todo el género humano ha participado. 3. Así, quienes vivieron conforme al Verbo, son cristianos, aún cuando fueron tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates, Heráclito y otros semejantes, y entre los bárbaros con Abrahám, Ananías, Azarías y Misael, y otros muchos cuyos hechos y nombres, que sería largo enumerar, omitimos por ahora. 4. De suerte que también los que anteriormente vivieron sin el Verbo, fueron malvados, enemigos de Cristo y asesinos de quienes viven con el Verbo; pero los que han vivido y siguen viviendo con el Verbo son cristianos y no saben de miedo ni turbación. 5. Ahora bien, por qué causa nació hombre de una virgen por el poder del Verbo conforme al designio de Dios, Padre y Soberano del universo, fue llamado Jesús y después de crucificado y muerto, resucitó y subió al cielo, el lector inteligente podrá perfectamente comprenderlo por las largas explicaciones hasta aquí dadas (cf. I,45-46,4). 6. Por nuestra parte, como quiera que no sea al presente necesario demostrar ese punto, pasaremos por ahora a las demostraciones más urgentes.

La ruina de Jerusalén

47. 1. Escuchen ahora lo que por el Espíritu profético fue predicho sobre la devastación futura de la tierra de los judíos. Las palabras están dichas como pronunciadas por las naciones que se maravillan de lo sucedido. 2. Son de este tenor: «Desierta ha quedado Sión, como soledad ha quedado Jerusalén, execrada ha sido la casa, nuestro santuario; y su gloria que nuestros padres celebraron, ha venido a ser presa del fuego y todas sus maravillas se han hundido. 3. Ante todo esto, tú permaneciste impasible, te callaste y nos has humillado sobremanera» (Is 64,9-11). 4. Ahora bien, que Jerusalén haya quedado desierta, tal como había sido predicho, cosa es de que están bien persuadidos. 5. Y no sólo se predijo su devastación, sino también, por el profeta Isaías, que a ninguno de ellos se le permitiría habitar en ella, con estas palabras: “La tierra de ellos está desierta, delante de ellos sus enemigos la devoran (cf. Is 1,7), y ninguno de ellos la habitará” (Jr 50,3 [27,3 LXX]). 6. Ustedes mismos tienen montada guardia para que nadie se halle en ella, y han decretado la pena de muerte contra el judío que sea sorprendido queriendo retornar, esto lo saben perfectamente.

El poder de Cristo y la persecución de los discípulos

48. 1. Que nuestro Cristo había de curar todas las enfermedades (cf. Is 35,5) y resucitar muertos, escuchen las palabras con que fue profetizado: 2. Son éstas: “Ante su advenimiento, saltará el lisiado como ciervo, y se soltará la lengua de los mudos (Is 35,6), los ciegos recobrarán la vista, los leprosos quedarán limpios, los muertos resucitarán y echarán a andar” (cf. Mt 11,5; Is 35,5; 26,19). 3. Que todo esto lo hizo Cristo, pueden comprobarlo por las “Actas” redactadas en tiempo de Poncio Pilato. 4. Y sobre cómo fue de antemano señalado que a Él lo iban a matar, junto con los hombres que en Él esperan, escuchen las palabras del profeta Isaías: 5. «He aquí cómo hicieron perecer el justo y nadie reflexiona en su corazón; varones justos son quitados de en medio y nadie presta atención. 6. A la vista de la iniquidad es eliminado el justo y su sepultura estará en paz; ha sido quitado de en medio de los hombres» (Is 57,1-2).

La conversión de los paganos y la incredulidad de Israel

49. 1. Escuchen lo que dice el profeta Isaías: los pueblos de las naciones que no le esperaron habían de adorarle; los judíos, en cambio, que le estaban esperando, venido que hubo, le desconocieron. Las palabras están dichas en nombre de Cristo mismo, 2. y son de este tenor: «Me manifesté a quienes no preguntaban por mí, fui hallado por quienes no me buscaban. Dije: “Heme aquí”, a una nación que no invocaba mi nombre. 3. Extendí mis manos a un pueblo que no cree y que contradice, a los que andan por un camino no bueno, tras sus pecados. 4. El pueblo que me exaspera, está delante de mí» (Is 65,1-3; cf. Rm 10,20-21). 5. En efecto, los judíos que estaban en posesión de las profecías y esperaban continuamente a Cristo, venido que fue, no le reconocieron; y no sólo eso, sino que le hicieron violencia (cf. Hch 13,27-28) [a las profecías]; en cambio, los gentiles, que jamás habían oído hablar de Él hasta que los Apóstoles salidos de Jerusalén les contaron su vida y les entregaron las profecías, llenos de alegría y de fe (cf. Hch 13,48) renunciaron a los ídolos y se consagraron por medio de Cristo al Dios ingénito. 6. Y que de antemano fueron conocidas estas calumnias que habían de propalarse contra los que confiesan a Cristo y que la desgracia debía golpear a quienes los maldicen pretendiendo que es bueno conservar las antiguas tradiciones, escuchen cómo brevemente lo dice el profeta Isaías. 7. Son sus palabras: “¡Ay de los que llaman a lo dulce amargo y a lo amargo dulce!” (Is 5,20).

Los sufrimientos de Cristo

50. 1. Escuchen ahora las profecías relativas a la pasión y ultrajes que había de sufrir por nosotros hecho hombre, y a la gloria con que ha de volver (cf. Is 53,12 LXX). 2. Son éstas: «Porque entregaron su alma a la muerte y fue contado entre los inicuos, Él cargó con los pecados de muchos y obtendrá misericordia para los criminales (Is 53,12). 3. Porque he aquí que mi siervo entenderá, será levantado y glorificado sobremanera. 4. Al igual que muchos quedarán atónitos ante ti, así tu apariencia será objeto de burla para los hombres, y tu gloria arrojada lejos de ellos; así también se maravillarán las naciones y quedarán mudos los reyes; porque aquellos a quienes no se les anunció sobre Él, lo verán, y los que no oyeron, entenderán. 5. Señor, ¿quién creyó en nuestra palabra? Y el brazo del Señor, ¿a quién le fue revelado? Anunciamos la noticia delante de Él, como niño pequeño, como raíz en tierra sedienta. 6. No tiene figura ni gloria; le vimos y no tenía figura ni hermosura, sino que su figura estaba deshonrada y deficiente en parangón con los hombres. 7. Hombre entregado a los azotes y que sabe de soportar el sufrimiento; ante su rostro se desvía la mirada, fue deshonrado y no fue considerado. 8. Él lleva sobre sí nuestros pecados, y por nosotros sufre dolor, pero nosotros consideramos que Él estaba en el sufrimiento, los suplicios y los malos tratos. 9. Él fue llagado por causa de nuestras iniquidades y sufrió por causa de nuestros pecados. El castigo que nos procura la paz cayó sobre Él, por sus llagas fuimos nosotros curados. 10. Todos anduvimos errantes como ovejas; cada uno erró en su camino; Él fue entregado a causa de nuestros pecados, y Él, al ser maltratado, no abre su boca. Como oveja fue llevado al matadero; como cordero que está mudo ante el que le trasquila, así tampoco Él abre su boca. 11. En su humillación, su juicio fue abolido» (Is 52,13-53,8). 12. Ahora bien, después de ser crucificado, hasta sus discípulos todos le abandonaron y negaron (cf. Mt 26,70); pero luego, cuando hubo resucitado de entre los muertos y fue por ellos visto; después que les enseñó a leer las profecías en que estaba predicho que todo eso había de suceder (cf. Lc 24,27) y le vieron subir al cielo (cf. Hch 1,9), creyeron y recibieron la fuerza que Él les envió de lo alto, y se esparcieron entre los hombres de toda raza (cf. Hch 1,8), para enseñarnos todas estas cosas y fueron llamados apóstoles.

El regreso de Cristo en la gloria

51. 1. Para darnos a entender que aquel que conoció sus sufrimientos tiene un origen inefable y que reina sobre sus enemigos, el Espíritu profético dijo así: «La generación de Él, ¿quién la explicará? Porque es arrebatada de la tierra su vida, por las iniquidades de ellos va a la muerte. 2. E intercambiaré a los malos por su sepultura y a los ricos por su muerte, porque Él no cometió iniquidad ni se halló engaño en su boca. El Señor quiere purificarle de su herida. 3. Si hicieran una ofrenda por el pecado, el alma de ustedes recibirá una descendencia duradera.4. El Señor quiere apartar el sufrimiento del alma de Él, mostrarle la luz y formarle en inteligencia, justificar al justo que ha servido bien a muchos, y Él mismo llevará nuestros pecados. 5. Por eso, Él recibirá en herencia a muchos pueblos y repartirá los despojos de los fuertes, por haber sido contado entre los inicuos, por haber llevado los pecados de muchos y haberse entregado por las iniquidades de ellos» (Is 53,8-12). 6. Y que había de subir al cielo, como fue profetizado, escúchenlo. 7. La profecía es ésta: “Levanten las puertas de los cielos; ábranse, puertas, para que entre el rey de la gloria. ¿Quién es ese rey de la gloria? El Señor fuerte, el Señor poderoso” (Sal 23,7-8). 8. Pero que también ha de venir de los cielos con gloria, escuchen lo que sobre esto fue dicho por el profeta Jeremías. 9. Dice así: “He aquí como un hijo de hombre viene sobre las nubes del cielo (Dn 7,13; cf. Za 14,5; Judas 14), y sus ángeles con Él” (cf. Mt 25,31).

El doble advenimiento de Cristo

52. 1. Ahora, pues, como hemos demostrado que todo lo hasta ahora sucedido fue de antemano anunciado por los profetas, es necesario también que creamos ha de cumplirse íntegramente lo que ha sido igualmente profetizado, pero tiene todavía que suceder. 2. Porque a la manera que lo ya sucedido, anticipadamente anunciado, por más que no fuera comprendido, ha sucedido; del mismo modo, lo que aún falta por cumplirse sucederá, por más que no se lo comprenda ni se le dé fe. 3. Pues los profetas anunciaron dos advenimientos de Cristo: uno cumplido ya, como hombre depreciado y pasible (cf. Is 53,3); el segundo, cuando venga con gloria de los cielos acompañado de su ejército de ángeles (cf. Dn 7,13), que es cuando resucitará también los cuerpos de todos los hombres que han existido, y a los que sean dignos los revestirá de incorrupción (cf. 1Co 15,53), y a los inicuos los enviará, junto con los perversos demonios, al fuego eterno, para un sufrimiento eterno (cf. Mt 25,41). 4. Vamos a mostrar cómo también fue profetizado que ha de suceder esto. 5. El profeta Ezequiel fue quien lo dijo así: «Se unirá articulación con articulación, y hueso con hueso, y volverán a brotar las carnes (cf. Ez 37,7-8). 6. Y toda rodilla se doblará ante el Señor y toda lengua le confesará» (cf. Is 45,23; Rm 14,11; Flp 2,10). 7. En qué tormento y castigo han de hallarse los injustos, escuchen lo que sobre esto fue dicho. 8. Es lo siguiente: “Su gusano no descansará y su fuego no se extinguirá” (Is 66,24). 9. Entonces, sí se arrepentirán, cuando ya de nada les servirá. 10. Qué dirán y harán entonces las tribus de los judíos, cuando vean al Cristo volver en gloria, por el profeta Zacarías fue dicho en esta profecía: «Yo mandaré a los cuatro vientos que reúnan a mis hijos dispersos, mandaré al Bóreas (viento del norte) que los traiga (cf. Za 2,10; Is 11,12) y al Noto (viento del sur) que no se oponga. 11. Y entonces habrá en Jerusalén llanto grande (cf. Za 12,11), no llanto de bocas ni de labios, sino llanto de corazón (cf. Is 29,13); y no rasgarán sus vestidos, sino sus conciencias (cf. Jl 2,13). 12. Se lamentarán tribu por tribu, y entonces mirarán al que traspasaron (cf. Za 2,10; Ap 1,7) y dirán: “¿Por qué, Señor, nos extraviaste lejos de tu camino?” (Is 63,17). La gloria que nuestros padres bendijeron, se nos ha convertido en oprobio» (Is 64,10).

La fuerza demostrativa de las profecías bíblicas

53. 1. Muchas otras profecías pudiéramos alegar; aquí, sin embargo, ponemos término a esta prueba, considerando que las citadas son bastante para persuadir a quienes tengan oídos para oír y entender (cf. Mt 13,9). Porque creemos que pueden percatarse que no somos nosotros como los inventores de fábulas sobre los supuestos hijos de Zeus, que nos contentamos con sólo afirmar, y no tenemos pruebas que alegar. 2. Pues ¿con qué razón íbamos a creer que un hombre crucificado es el primogénito del Dios ingénito y que Él ha de juzgar a todo el género humano, si no halláramos testimonios sobre Él proclamados antes que viniera y se hiciera hombre, y no los viéramos literalmente cumplidos: 3. la devastación de la tierra de los judíos, hombres de todas las naciones que creen por la enseñanza de sus apóstoles y rechazan sus antiguas costumbres, en cuyos errores se criaron, y aún al vernos a nosotros mismos, los cristianos que procedemos de la gentilidad, que somos más numerosos y sinceros que los de origen judío y samaritano? 4. Porque es de saber que el resto de las naciones todas, son llamadas por el Espíritu profético: “Gentiles”; la nación, empero, de judíos y samaritanos se llama “tribu de Israel” y “casa de Jacob”. 5. Y vamos a citarles la profecía en que se predice que serán más los creyentes que proceden de la gentilidad que los de origen judío y samaritano. Dice así: “Alégrate, estéril, la que no das a luz; prorrumpe en gritos de júbilo, la que no sufres dolores de parto; porque más son los hijos de la abandonada que de la que tiene marido” (Is 54,1 [LXX]; cf. Ga 4,27). 6. Es así que abandonadas del verdadero Dios estaban todas las naciones que daban culto a obras de las manos; los judíos y samaritanos, empero, que tenían la palabra de Dios, que les fue transmitida por los profetas, y estaban constantemente esperando a Cristo, venido que fue, no le reconocieron, fuera de unos pocos, que había predicho el Espíritu Santo profético por Isaías que habían de salvarse. 7. Dijo éste hablando en su nombre: “Si el Señor no nos hubiera dejado un pequeño resto, habríamos venido a ser como Sodoma y Gomorra” (Is 1,9; cf. Rm 9,29). Sodoma y Gomorra, de las que cuenta Moisés la historia, fueron ciudades de hombres impíos, que Dios destruyó abrasándolas con fuego y azufre, sin que en ellas se salvara nadie más que un extranjero, de origen caldeo, llamado Lot, juntamente con sus hijas (cf. Gn 19). 9. Aún ahora el que quiera puede ver toda aquella tierra que sigue desierta, calcinada y estéril. 10. Sobre que los cristianos de la gentilidad habían de ser más sinceros y más fieles, lo demostraremos citando al profeta Isaías. 11. He aquí lo que dijo: “Israel es incircunciso de corazón, las naciones lo son de prepucio” (Jr 9,25). 12. La contemplación, por ende, de tantos hechos bien pueden llevar, con la ayuda de la razón, a la persuasión y a la fe a quienes aman la verdad, no son amigos de la gloria ni se dejan dominar por sus pasiones.

Las fábulas paganas

54. 1. Los que enseñan los mitos inventados por los poetas, ninguna prueba pueden ofrecer a los jóvenes que los aprenden de memoria, y nosotros vamos a demostrar que esos mitos fueron compuestos por instigación de los malvados demonios para engaño y extravío del género humano. 2. En efecto, como oyeran por los profetas que el Cristo anunciado debía venir y que los hombres impíos habían de ser castigados por el fuego, produjeron leyendas atribuyendo a Zeus una multitud de hijos, creyendo que así lograrían que los hombres consideraran la historia de Cristo como un cuento fabuloso, semejante a las leyendas contadas por los poetas. 3. Estos relatos se propagaron en Grecia y en todas las demás naciones, en que los demonios habían previsto, por los anuncios de los profetas, que más se había de creer en Cristo. 4. Sin embargo, nosotros vamos a poner de manifiesto que, no obstante oír lo que dicen los profetas, no lo entendieron exactamente, sino que imitaron como a tientas lo referente a nuestro Cristo.
5. Así, pues, el profeta Moisés, es más antiguo de todos los escritores, como ya dijimos (cf. I,44,8), hizo la profecía siguiente, que antes citamos (cf. I,32,1): “No faltará rey de la descendencia de Judá, ni jefe de sus muslos hasta que venga aquel a quien está reservado. Y Él será la expectación de las naciones, atando a la viña su asno, lavando sus vestidos en la sangre de la uva” (Gn 49,10-11). 6. Oyendo los demonios estas palabras proféticas, dijeron que Dioniso había sido hijo de Zeus, enseñaron haber él inventado la viña; inscribieron al vino en el número de sus misterios y divulgaron que Dionisio después de haber sido despedazado subió al cielo. 7. Pero como en la profecía de Moisés no se significaba con toda claridad si el que había de nacer sería Hijo de Dios (o un hombre), ni si el que había de montar un asno se quedaría en la tierra o subiría al cielo. Por otra parte, el nombre de asno, originariamente, lo mismo puede significar la cría del asno que del caballo. De ahí que no sabiendo si el profetizado había de tomar por símbolo de su venida montar en una cría de asno o de caballo, ni si había ser hijo de Dios, como dijimos (cf. I,21,1; 32,10), o de hombre, los demonios se inventaron que Belerofonte, hombre nacido de hombres, subió al cielo sobre el caballo Pegaso. 8. Como además oyeron lo dicho por otro profeta Isaías, que el Cristo había de nacer de una virgen (cf. Is 7,14) y que por su propio poder subiría al cielo, produjeron de Perseo. 9. Por la misma razón, conociendo lo que fue dicho de Él en las profecías anteriormente citadas: “Fuerte como un gigante para recorrer su camino” (Sal 18,6), se inventaron un Heracles (= Hércules), héroe poderoso, que recorrió toda la tierra. 10. En fin, al enterarse que estaba profetizado que había de curar toda enfermedad y resucitar muertos, suscitaron a Asclepio.

El símbolo de la cruz

55. 1. Sin embargo, jamás, ni siquiera uno de los supuestos hijos de Zeus, propusieron una imitación de la crucifixión, por no haberla entendido, como quiera que, según antes manifestamos (cf. I,35; Is 9,5-6), todo lo referente a la cruz fue dicho de modo simbólico. 2. Justamente lo que es, como predijo el profeta (cf. I,35,2), el símbolo más importante de la fuerza de Cristo y de su autoridad, como se muestra aún por las mismas cosas que caen bajo nuestros ojos. Consideren, en efecto, si cuanto hay en el mundo puede ser administrado o tener consistencia sin esta figura. 3. Porque el mar no se surca si ese trofeo, llamado mástil, no se alza intacto en la nave; sin ella no se ara la tierra; ni cavadores ni artesanos llevan a cabo su obra si no es por instrumentos que tienen esa figura. 4. La misma figura humana no se distingue en otra ninguna cosa de los animales irracionales, sino por ser recta, poder extender los brazos y llevar, partiendo de la frente, la prominencia llamada nariz, por la que se verifica la respiración del viviente, designando precisamente la imagen de la cruz. 5. Y el profeta dijo de esta manera: “El aliento delante de nuestra cara, es Cristo, el Señor” (Lm 4,20). 6. Incluso sus mismas enseñas ponen de manifiesto la fuerza de esta figura, quiero decir, sus estandartes y sus trofeos de victoria, que los preceden por dondequiera realizan sus marchas, mostrando los signos de la autoridad y del poder de ustedes, aun cuando lo hagan sin percatarse de ello. 7. Las mismas imágenes de sus emperadores, cuando mueren, las consagran por esta figura, y los llaman dioses en sus inscripciones. 8. Ahora bien, una vez que los hemos exhortado por la vía del razonamiento y por una figura patente, en cuanto nuestra fuerza lo ha consentido, nosotros nos sentiremos en adelante irresponsables, aún cuando ustedes sigan incrédulos, pues lo que de nosotros dependía, hecho está y a término ha llegado.

La falsedad de las herejías: Simón y Menandro

56. 1. Pero no se contentaron los malos demonios con inventar, antes de la aparición de Cristo, las fábulas de los supuestos hijos de Zeus, sino que aparecido ya y habiendo conversado con los hombres, como había sido anunciado por los profetas que se le creería y sería esperado en todas las naciones, nuevamente, como dijimos (cf I,26,1 y 4), echaron por delante a otros personajes como Simón y Menandro, ambos de Samaria, los cuales, obrando prodigios mágicos, engañaron a muchos y los tienen todavía engañados. 2. En efecto, como antes dijimos (cf. I,26,2), estando Simón en su imperial ciudad de Roma en tiempo de Claudio César, de tal manera impresionó tanto al venerable Senado y al pueblo romano, que fue tenido por un dios y honrado con una estatua, al igual que los otros que ustedes tienen por dioses. 3. Por eso les suplicamos soliciten al venerable Senado y al pueblo romano actuar como jueces asociados de este escrito nuestro, a fin de que si alguno hubiere que sea aún engañado por las enseñanzas de aquél, conocida la verdad, pueda huir del error. 4. Y la estatua, si les place, háganla destruir.

La muerte del cristiano

57. 1. Porque los demonios no logran persuadir que no se producirá la destrucción del mundo por el fuego para castigo de los impíos, a la manera que tampoco lograron que la venida de Cristo permaneciera oculta. Lo único que pueden hacer es que quienes viven irracionalmente, y se crían en malas costumbres, entregados a sus pasiones y siguiendo la vana opinión, nos quiten la vida y nos aborrezcan; pero nosotros, no sólo no los aborrecemos a ellos, sino que, como es patente, queremos, por pura compasión que les tenemos, persuadirles que cambien de parecer. 2. Porque no tememos la muerte, cuando reconocemos que hay absolutamente que morir y nada nuevo sucede en este orden de cosas, sino lo mismo de siempre (cf. Qo 1,9-10). Y si éstas producen disgusto a los que las gozan aún sólo un año, que atiendan a nuestra enseñanza, para que estén siempre exentos de dolor y de necesidades. 3. Pero si creen que nada hay después de la muerte, sino que afirman que los que mueren van a parar a un estado de insensibilidad, en ese caso nos hacen un beneficio al librarnos de los sufrimientos y necesidades de acá; sin embargo, ellos se muestran malvados, enemigos de los hombres y amigos de las apariencias, pues no nos quitan la vida para liberarnos, sino que nos matan para privarnos de la vida y del placer.

La herejía de Marción

58. 1. También a Marción, originario del Ponto, como antes dijimos (cf. I,26,5), lo suscitaron los malos demonios, quien ahora mismo está enseñando a negar al Dios creador de todo lo que existe en la tierra y en el cielo, así como a Cristo, su Hijo, que fue anunciado por los profetas, y predica no sabemos qué otro Dios fuera del artesano de todas las cosas, así como a otro hijo suyo. 2. Muchos le han prestado creído, como si fuera el único que conoce la verdad, y se burlan de nosotros, a pesar de que no tienen prueba alguna de lo que dicen, sino que, sin razón ninguna, como ovejas arrebatadas por el lobo (cf. Mt 7,15; Jn 10,12), son presa de doctrinas ateas y de los demonios 3. Porque en nada ponen los llamados demonios tanto empeño como en apartar a los hombres de Dios Creador y de Cristo, su primogénito; para lo cual, a quienes no son capaces de levantarse de la tierra, los clavaron y siguen clavando a las cosas terrenas y hechas por manos de los hombres; y a los que buscan elevarse a la contemplación de lo divino, si no poseen un juicio sano, permaneciendo en una vida pura y exenta de pasiones, les acechan para precipitarlos en la impiedad.

Platon, discípulo de Moisés. La creación

59. 1. De nuestros maestros también, queremos decir del Verbo que habló por medio de los profetas, tomó Platón lo que dijo sobre que Dios creó el mundo, transformando una materia informe. Para convencernos de ello, escuchen lo que literalmente dijo Moisés, que fue el primero de los profetas, como se dijo antes (cf. I,10,2), más antiguo que los escritores griegos. Por él, dándonos a entender el Espíritu profético cómo y de qué elementos hizo Dios al principio al mundo, dijo así: 2. «En el principio creó Dios el cielo y la tierra. 3. La tierra era invisible e informe, las tinieblas estaban encima del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía por sobre las aguas. 4. Y dijo Dios: “Sea hecha la luz”. Y fue hecha luz» (Gn 1,1-3). 5. En conclusión, que todo el universo fue hecho por la palabra de Dios a partir de los elementos señalados por Moisés, cosa es que aprendió Platón y los que siguen sus doctrinas y también la aprendimos nosotros, y ustedes pueden persuadirse de ello. 6. Sabemos asimismo que lo que entre los poetas se llama “Erebo” (abismo), fue antes mencionado por Moisés.

La segunda y tercera potestad

60. 1. La explicación, a partir de los principios naturales, dada por Platón en el Timeo sobre el Hijo de Dios, cuando dice: “Le dio forma de X en el universo” (Timeo 36bc), la tomó igualmente de Moisés. 2. Efectivamente, en los escritos de Moisés se cuenta que por el tiempo en que los israelitas habían salido de Egipto y se hallaban en el desierto, les acometieron fieras venenosas, víboras, áspides y todo género de serpientes, que causaban la muerte al pueblo. 3. Entonces, por inspiración e impulso de Dios, tomó Moisés bronce e hizo una figura en forma de cruz y la colocó sobre el santo tabernáculo, diciendo al pueblo: “Si miran a esta figura y creen, por ella se salvarán”. 4. Hecho esto, cuenta él que murieron las serpientes y que el pueblo escapó así de la muerte (cf. Nm 21,6-9). 5. Platón hubo de leer esto, y, no comprendiéndolo exactamente ni entendiendo que se trataba de la figura de una cruz y tomándolo él por la X griega, dijo que después de Dios, el primer principio, la segunda potencia, estaba extendida por el universo en forma de X. 6. Y hablar él de un tercer principio, se debe también a haber leído, como dijimos (cf. I,59,3), las palabras de Moisés en las que de dice que el Espíritu de Dios se cernía por sobre las aguas (cf. Gn 1,2). 7. Porque Platón da el segundo lugar al Verbo, que viene de Dios y que él dijo estar esparcido en forma de X en el universo; y el tercero, al Espíritu que se dijo cernerse por encima de las aguas, y así dice: “Lo tercero sobre lo tercero” (Seudo Platón, Epístola II, 312c).
8. Que se producirá una destrucción del mundo por el fuego, escuchen cómo de antemano lo anunció el Espíritu profético por Moisés. 9. Dijo así: “Bajará un fuego siempre vivo y devorará hasta el fondo del abismo” (cf. Dt 32,22; 2R 1,10; Platón, Las leyes [Epinomis] 566a). 10. No somos, pues, nosotros los que profesamos opiniones iguales a los otros, sino que todos, no hacen más que imitar y repetir nuestras doctrinas. 11. Ahora bien, entre nosotros todo eso, puede oírse y aprenderse aún de quienes ignoran las formas de las letras, gentes ignorantes y bárbaras de lengua, pero sabias y fieles de pensamiento, y hasta de enfermos y ciegos; de donde cabe entender que esto no es el efecto de una humana sabiduría, sino la expresión del poder de Dios (cf. 1Co 2,5).

Los ritos cristianos

El bautismo

61. 1. Vamos a explicar ahora de qué modo, después de renovados por Cristo, nos hemos consagrado a Dios, no sea que, omitiendo este punto, demos la impresión de presentar una exposición en parte defectuosa. 2. Cuantos se convencen y tienen fe de que son verdaderas estas cosas que nosotros enseñamos y decimos, y prometen poder vivir conforme a ellas, se les instruye ante todo para que oren y pidan, con ayunos, perdón a Dios de sus pecados, anteriormente cometidos, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con ellos. 3. Luego los conducimos a sitio donde hay agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son regenerados ellos, pues en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19), toman entonces un baño en esa agua.
4. Porque Cristo dijo: “Si no son regenerados, no entrarán en el reino de los cielos” (cf. Jn 3,3. 5; Mt 18,3). 5. Ahora bien, evidente es para todos que no es posible, una vez nacidos, volver a entrar en el seno de nuestras madres (cf. Jn 3,4). 6. También el profeta Isaías, como anteriormente lo citamos (cf. I,44,3), dijo la manera como habían de ser liberados de sus pecados aquellos que antes pecaron y ahora hacen penitencia. 7. He aquí sus palabras: «Lávense, purifíquense, quiten la maldad de sus almas. Aprendan a obrar el bien, obren rectamente con el huérfano, hagan justicia a la viuda, y entonces vengan y conversemos, dice el Señor. Aún cuando sus pecados fueren como la púrpura, como lana los dejaré blancos; aún cuando fueren como escarlata, como nieve los blanquearé (Is 1,16-18). 8. Y si quieren y me escuchan, comerán los bienes de la tierra; pero si no me escuchan, la espada los devorará, porque la boca del Señor lo ha dicho» (Is 1,20). 9. La razón que para esto aprendimos de los apóstoles es ésta: 10. Puesto que de nuestro primer nacimiento no tuvimos conciencia, engendrados que fuimos por necesidad de un germen húmedo por la mutua unión de nuestros padres, y nos criamos en costumbres malas y en conducta perversa; ahora, para que no sigamos siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y del conocimiento, para obtener el perdón de nuestros anteriores pecados, se pronuncia en el agua sobre el que ha elegido regenerarse, y se arrepiente de sus pecados, el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y este solo nombre se invoca por aquellos que conducen al baño a quien ha de ser lavado. 11. Porque nadie es capaz de poner nombre al Dios inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe, sufriría la más incurable locura. 12. Este baño se llama iluminación (cf. 2Co 4,4-6), para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. 13. El que es iluminado es lavado también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19; Hch 1,5; 11,16), que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús.

Las falsificaciones paganas

62. 1. También este baño oyeron los demonios que estaba anunciado por el profeta (cf. Is 1,16-20), y de ahí es que hicieron también rociarse a los que entran en sus templos y van a presentarse ante ellos para ofrecerles libaciones y sacrificios, y aún llegan a obligar a lavarse completamente antes de entrar a los templos donde residen. 2. Asimismo el que los sacerdotes manden descalzarse a quienes entran en los templos y dan culto a los demonios, lo imitaron éstos después de haberlo aprendido de lo sucedido a Moisés, el profeta de que antes hablamos. 3. Pues es de saber que por el tiempo en que se le mandó a Moisés bajar a Egipto para sacar de allí al pueblo de Israel, cuando estaba él apacentando en tierra de Arabia las ovejas de su tío materno (cf. Ex 3,1; 4,18), nuestro Cristo habló con él, bajo la apariencia de un fuego saliendo desde una zarza, y le dijo: “Desata las sandalias de tus pies, acércate y oye” (cf. Ex 3,1-5). 4. Él de descalzo, se acercó y oyó que se le mandaba bajar a Egipto y sacar de allí al pueblo de Israel. Fue entonces cuando recibió fuerza considerable del mismo Cristo que le hablara bajo la apariencia de un fuego; bajó, en efecto, (a Egipto) y sacó al pueblo, después de cumplir grandes y maravillosos prodigios, que, si lo desean, pueden conocer detalladamente en sus escritos.

Las teofanías veterotestamentarias

63. 1. Todos los judíos, empero, aun ahora, enseñan que fue el Dios innominado el que habló a Moisés. 2. De ahí que el Espíritu profético por boca del ya mentado profeta Isaías, reprendiéndolos en texto ya citado anteriormente (cf. I,37,1; 63,12) dijo: “Conoció el buey a su dueño y el asno el pesebre de su señor, pero Israel no me ha conocido y mi pueblo no me ha entendido” (cf. Is 1,3). 3. También Jesucristo mismo, reprendiendo a los judíos por no conocer qué cosa fuera el Padre ni qué el Hijo (cf. Jn 8,19; 16,3), dijo también: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; ni al Hijo le conoce nadie, sino el Padre y a quienes el Hijo lo revelare” (Mt 11,27). 4. Ahora bien, el Verbo de Dios es Hijo suyo, como antes dijimos (cf. I,21,1; 22,2; 32,10). 5. Y también se llama Ángel (mensajero) y Apóstol (enviado), porque Él anuncia lo que hay que conocer y es enviado para revelarnos todo lo que está anunciado, como Él mismo, nuestro Señor, nos lo ha dicho: “El que a mí me oye, oye a Aquel que me ha enviado” (Lc 10,16; cf. Mt10,40). 6. Esto ha de resultar patente por los escritos de Moisés 7. En éstos, en efecto, se dice así: «Habló el ángel del Señor en la llama del fuego desde la zarza con Moisés (cf. Ex 3,2) y le dijo: “Yo soy el que es (cf. Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de tus padres (Ex 3,15). 8. Baja a Egipto y saca de allí a mi pueblo» (cf. Ex 3,10). 9. Lo que sigue, pueden, si quieren, saberlo por sus propios escritos, pues no es posible transcribirlo aquí todo. 10. Pero las palabras citadas bastan para demostrar que Jesús el Cristo es el Hijo de Dios y su Enviado, el que antes era su Verbo, y que apareció unas veces en forma de fuego, otras en imagen incorpórea; y ahora, hecho hombre por voluntad de Dios, para la salvación del género humano, se sometió a sufrir todos los malos tratos que los demonios quisieron infligirle por medio de los insensatos judíos. 11. Éstos, teniendo expresamente dicho en los escritos de Moisés: «Habló el ángel de Dios a Moisés en una llama de fuego desde la zarza y le dijo: “Yo soy el que soy (Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”» (Ex 3,15), pretendían haber sido el Padre y creador del universo quien dijo esas palabras. 12. De ahí que, reprendiéndolos, dijo el Espíritu profético: “Israel no me conoció, ni mi pueblo me ha entendido” (Is 1,3). 13. A su vez, Jesús, como ya indicamos, estando entre ellos, dijo: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; ni al Hijo le conoce nadie, sino el Padre y a quienes el Hijo se lo revelare” (Mt 11,27). 14. Así, pues, los judíos que piensan haber sido siempre el Padre del universo quien habló a Moisés, cuando en realidad le habló el Hijo de Dios, que se llama también Ángel y Enviado suyo, con razón son reprendidos por el Espíritu profético y por el mismo Cristo de no haber conocido ni al Padre ni al Hijo (cf. Jn 8,19; 16,3). 15. Porque los que dicen que el Hijo es el Padre, dan prueba de que ni saben quién es el Padre ni se han enterado de que el Padre del universo tiene un Hijo, que, siendo Verbo (cf. Jn 1,1) y primogénito (cf. Col 1,15) de Dios, es también Dios. 16. Él fue quien primeramente apareció a Moisés y a los otros profetas en forma de fuego o de una figura incorpórea, y el que ahora, en los tiempos del imperio de ustedes, como ya dijimos, nació hombre de una virgen, conforme al designio del Padre; para la salvación de los que creen en Él, quiso ser despreciado y sufrir (cf. Mc 9,12), para vencer, con su muerte y resurrección, la muerte misma. 17. Ahora, las palabras que Moisés oyó salir de la zarza (cf. Ex 3,12): “Yo soy el que es (Ex 3,14), el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob y el Dios de sus padres” (Ex 3,15), significaban que, aún después de muertos, aquellos personajes seguían existiendo (cf. Lc 20,37), y que son hombres de Cristo mismo, como que ellos fueron los primeros de entre todos los hombres que se ocuparon en la búsqueda de Dios: Abraham, padre que fue de Isaac y éste de Jacob, como el mismo Moisés dejó escrito.

Los mitos de Core y de Atenas

64. 1. De lo hasta aquí dicho pueden entender que fueron también los demonios quienes introdujeron el uso de colocar la imagen de la diosa llamada Core sobre las fuentes de las aguas, diciendo ser ella la hija de Zeus; con lo que quisieron imitar lo que dijo Moisés. 2. Este, en efecto, como antes citamos (cf. I,59,3), dijo: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra. 3. La tierra era invisible e informe, y el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas» (Gn 1,1-2). 4. A imitación, pues, de este Espíritu de Dios que se dijo cernerse sobre las aguas, dijeron los demonios que Core era una hija de Zeus. 5. Con parecida malicia dijeron que Atenas era también hija de Zeus, pero no nacida de unión carnal; sino que como supieron que Dios creó el mundo por medio de su Verbo, que antes había concebido en su pensamiento, pretendieron que Atenas era de alguna forma aquel primer pensamiento; cosa que tenemos por absolutamente ridícula, presentar a una figura femenina como imagen del pensamiento. 6. De manera semejante (ocurre) con los otros pretendidos hijos de Zeus; sus acciones les condenan.

La Eucaristía bautismal

65. 1. Por nuestra parte, nosotros, después de haber conducido al baño al que ha abrazado la fe y se ha adherido a nuestra (doctrina), le llevamos a los que se llaman hermanos, allí donde están reunidos; elevamos fervorosamente oraciones en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras, personas de buena conducta y observantes de los mandamientos, para así alcanzar la salvación eterna. 2. Terminadas las oraciones, nos saludamos mutuamente con un beso. 3. Luego, al que preside (cf. 1Tm 5,17) la asamblea de los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de agua y vino templado, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por del Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen. Cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: “Amén” (cf. 1Co 14,16). 4. “Amén”, en hebreo, quiere decir “así sea”. 5. Una vez que el presidente ha terminado la acción de gracias y todo el pueblo ha manifestado su acuerdo, los que entre nosotros se llaman “diáconos”, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino mezclado con agua sobre los que se dijo la acción de gracias, y lo llevan a los ausentes.
66. 1. Este alimento se llama entre nosotros “Eucaristía”, de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y ha recibido el baño para la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a los preceptos que Cristo nos enseñó. 2. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne (cf. Jn 1,14) por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así también el alimento “eucaristía” por una oración que viene de Él -alimento con el que son alimentados nuestra sangre y nuestra carne mediante una transformación-, es precisamente, conforme a lo que hemos aprendido, la carne y la sangre de Jesús hecho carne. 3. Es así que los Apóstoles en las “Memorias”, por ellos escritos, que se llaman “Evangelios”, nos transmitieron que así le fue a ellos mandado obrar, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: “Hagan esto en memoria mía, éste es mi cuerpo” (Lc 22,19). E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: “Esta es mi sangre” (c. Mt 26,27-28), y que sólo a ellos se las dio.
4. Por cierto que también esto, por imitación, enseñaron los perversos demonios que se hiciera en los misterios de Mitra; pues en los ritos de un nuevo iniciado se presenta pan y un vaso de agua con ciertas recitaciones; ustedes lo saben o pueden de ello informarse.

La asamblea dominical

67. 1. En cuanto a nosotros, después de esta primera iniciación, recordamos constantemente entre nosotros estas cosas; y los que tenemos (bienes), socorremos a los necesitados todos y nos asistimos siempre unos a otros. 2. Por todo lo que comemos, bendecimos siempre al Creador de todas las cosas por medio de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. 3. El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos; y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las “Memorias de los Apóstoles o los escritos de los profetas. 4. Luego, cuando el lector termina, el que preside toma la palabra para hacernos una exhortación e invitación para que imitemos esas hermosas enseñanzas. 5. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos (a Dios) nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos (cf. I,65,3), se ofrece pan, vino y agua, y el que preside, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus oraciones y acciones de gracias, y todo el pueblo expresa su conformidad diciendo: “Amén”. Luego se hace la distribución y participación de la eucaristía, para cada uno. Enviándose su parte, por medio de los diáconos, a los ausentes. 6. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al que preside. 7. Y él socorre con ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están en la indigencia, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. 8. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos; pues es de saber que le crucificaron el día antes del día de Saturno, y al siguiente al día de Saturno, que es el día del sol, se apareció a sus apóstoles (cf. Mt 28,9) y discípulos, enseñándoles estas mismas doctrinas que nosotros les exponemos para su examen.

Recapitulación

68. 1. Ahora, pues, si les parece que tales doctrinas son conformes a la razón y a la verdad, tómenlas en consideración; pero si las tienen por charlatanería, como cosa de charlatanes desprécienlas, mas no decreten pena de muerte, como contra enemigos, contra quienes ningún crimen cometen. 2. Porque de antemano les avisamos que, si se obstinan en su injusticia, no escaparán al venidero juicio de Dios (cf. Mt 3,7). Nosotros, por nuestra parte, exclamaremos: “¡Lo que a Dios sea grato, eso suceda” (cf. Mt 6,10; 26,42, Platón, Critón 43d).
3. Pudiéramos también exigirles que manden celebrar los juicios sobre los cristianos conforme a nuestra petición, fundándonos en la carta del máximo y gloriosísimo César Adriano, padre de ustedes; sin embargo, no les hemos hecho nuestra súplica ni dirigido nuestra exposición porque Adriano lo haya decidido así, sino porque estamos persuadidos de la justicia de nuestras peticiones. 4. Con todo, adjunta les hemos puesto copia de la carta de Adriano, para que vean cómo también a tenor de ella decimos la verdad.
5. La copia es la siguiente: “A Minucio Fundano. 6. Recibí una carta que me fue escrita por Serenio Graniano, varón clarísimo, a quien tú has sucedido. 7. No me parece, pues, que el asunto deba dejarse sin examen, a fin de que ni se perturben los inocentes ni se dé facilidad a los calumniadores para sus fechorías. 8. Así, pues, si los habitantes de las provincias son capaces de sostener abiertamente sus acusaciones contra los cristianos, de suerte que respondan de ellas ante el tribunal, a este procedimiento han de atenerse; pero prohíbo las peticiones y simples griterías. 9. Mucho más conveniente es, en efecto, que si alguno intenta una acusación, entiendas tú en el asunto. 10. En conclusión, si alguno acusa a los cristianos y demuestra que obran en algo contra las leyes, determina la pena conforme a la gravedad del delito. Pero, ¡por Hércules!, si la acusación es calumniosa, determina el grado de su perversidad y ten buen cuidado que no quede impune”.
Texto obtenido de la página web del Monasterio Benedictino Santa María de Los Toldos (Argentina). Agradecemos la encomiosa labor de los monjes que trabajaron en su muy cuidadosa edición electrónica. 
San Justino

Ambiente social del Imperio romano
Marco Aurelio (a. 161-180), imbuido por las ideas estoicas, quiso hacer del imperio una monarquía igualitaria en la cual el emperador interpretase la voluntad suprema, ya que consideraba el imperio como una solidaridad representada por él. Trajano y lo mismo Marco Aurelio no tuvieron escrúpulos en distribuir al pueblo, además de víveres, sumas enormes en forma de donativos gratuitos, en ofrecerle juegos de circo, combates de gladiadores y espectáculos a menudo muy crueles para conquistar el favor de la opinión pública, que desmoralizada por la ociosidad, clamaba por distraerse con las emociones más violentas y sádicas.
Plutarco, que en sus Vidas paralelas y sus escritos filosóficos hace el balance de la civilización antigua, acude a Roma a dar conferencias. De todas partes afluyen a la ciudad literatos y filósofos griegos, y la renovación intelectual que llevaba en sí misma un germen de decadencia, ya aspiraba más a la vulgarización que a la creación. El culto de la forma, de la retórica, encubren con frecuencia la falta de contenido en los autores de moda; la razón se arredra, y con ella el mérito y la independencia del pensamiento. A pesar de la irradiación de su cultura, Roma continuaba bajo la influencia del gran centro científico de Alejandría; pero inspirada en fuentes helenísticas, desempeña en el siglo II un papel civilizador decisivo en las provincias occidentales latinizadas.
Bajo Marco Aurelio, sobre los escombros de la antigua aristocracia senatorial surgió una flamante nobleza que, poco a poco había de convertirse en oligarquía gubernamental. La enorme transformación político-social que se manifiesta bajo los severos, igualitaria y benigna, se inspira a un tiempo en el respeto a la personalidad humana y en la solidaridad social; pero estos dos principios, inspirados en ideas estoicas, no tardaron en chocar. El individuo fue sacrificado a la sociedad confundida con el Estado, y en menos de un siglo, las doctrinas humanitarias dieron como resultado la total sumisión de todos los ciudadanos al Estado omnipotente.
Durante el reinado de Marco Aurelio el ambiente contra los cristianos fue más benigno que los anteriores; aunque ello no significó que dejaran de haber abundantes persecuciones y aumento de mártires debido al fanatismos de las autoridades locales. Durante este periodo se produjo la cuarta persecución aguijoneada por las pasiones populares y el modo de ser de Marco Aurelio que al ser amigo de las leyes establecidas por Trajano, no permitía los desórdenes que siempre eran atribuidos -sin pruebas- a los cristianos.
San Justino
San Justino, oriundo de una familia griega pagana, nació en Palestina, en Flavia Neápolis. Él mismo narra en el Diálogo con el judío Trifón que buscó apasionadamente la verdad de los sistemas filosóficos de los estoicos, de los peripatéticos, de los pitagóricos, y, sobre todo, de los platónicos; pero la halló sólo en la doctrina de Jesucristo -esto nos debe hacer reflexionar y a tener el convencimiento de que todo aquel que busca a Dios con verdadera sinceridad y deseos, Él se deja encontrar y da las gracias suficiente para encontrarle[1]-. También sabemos por él que el heroico desprecio de los cristianos por la muerte, influyó en gran manera en su conversión: "Y es así que yo mismo, cuando seguía las doctrinas de Platón, oía las calumnias contra los cristianos; pero al ver cómo iban intrépidamente a la muerte y a todo lo que se tiene por espantoso, me puse a reflexionar ser imposible que tales hombres vivieran en la maldad y en el amor a los placeres"[2]. Después de su conversión, dedicó toda su vida a la defensa de la fe cristiana, se puso un manto usado por los filósofos griegos y comenzó a viajar en calidad de predicador ambulante. Fundó una escuela en Roma durante el reinado de Antonino Pío (138-161), teniendo como discípulo a Taciano. En Roma encontró al filósofo Crescencio que era un fogoso adversario, al que había acusado de ignorancia. En esta ciudad, sufrió el martirio por decapitación junto con otros seis compañeros en el año 165. Se conserva el relato auténtico de su muerte en el Martyrium S. Iustini et Sociorum[3], basado en las actas oficiales del tribunal que le condenó.
Sus escritos
San Justino se distinguió por sus abundantes escritos de apologética y polémicas a la campaña insidiosa de los escritores y filósofos paganos. Es el apologista más importante del siglo II y la personalidad más noble de la literatura cristiana primitiva.
Por Eusebio en sus escritos de la Historia de la Iglesia, han llegado hasta nosotros tres de sus obras: dos Apologías, Diálogo contra el judío Trifón.
En la Historia de la Iglesia de Eusebio, nos narra de San Justino:
"Justino, cuando menciona a Simón, por el mismo hecho añade también este comentario sobre el otro: «Tenemos noticias además de que un tal Menandro, también samaritano, de la aldea de Caparatea, habiendo sido discípulo de Simón y aguijoneado por los demonios, vino a Antioquia y engañó a muchos con su arte mágica. Convenció a sus seguidores de que no morirán, y aún hay algunos de los suyos que lo confiesan».
Se trataba de la obra diabólica que, por medio de estos magos disfrazados con nombres cristianos, se esforzaba en desacreditar, con su magia, el gran misterio de la piedad y en ridiculizar, por medio de ellos, los dogmas de la Iglesia referentes a la inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos".
 "Justino, que fue persona notable de nuestra doctrina poco después de los apóstoles, también muestra este hecho. A este autor lo iremos citando cuando sea preciso. En su primera Apología, dirigida a Antonio, escribe lo siguiente en defensa de nuestras creencias: «Después de la ascensión del Señor al cielo, los demonios compelían a algunos hombres a llamarse a sí mismos dioses, y a éstos no sólo no perseguiste sino que han sido tenidos por dignos de veneración. Cierto Simón, samaritano, de la aldea llamada Gibón, realizaba, en tiempos del césar Claudio, milagros mágicos por arte de los demonios que operaban en él; fue considerado dios en Roma, nuestra ciudad real, y como tal fue honrado entre vosotros con una estatua en el río Tíber entre los dos puentes, con la siguiente inscripción en latín: "SIMONI DEO SANCTO", lo que significa: A Simón, el dios santo.» Y casi todos los samaritanos, e incluso algunos de otros pueblos, le reconocen y adoran como el primer Dios. También decían que una tal Elena, que por entonces iba con él, aunque anteriormente había estado en un prostíbulo -en Tiro de Fenicia- era el primer pensamiento producido por él». Esto es lo que expone Justino, y con él está de acuerdo Ireneo en su primer libro Contra las herejías, donde describe a este hombre junto con su enseñanza sacrílega y malvada. Sería excesivo referirla en la presente obra, cuando todos los interesados en el origen, las vidas y los falsos principios de los heresiarcas que le siguieron, juntamente con sus formas de actuar, pueden encontrarlos en el libro de Ireneo que ya hemos mencionado." [4]
También, Eusebio escribe Acerca del mago Menandro, repite:
"Justino, cuando menciona a Simón, por el mismo hecho añade también este comentario sobre el otro: «Tenemos noticias además de que un tal Menandro, también samaritano, de la aldea de Caparatea, habiendo sido discípulo de Simón y aguijoneado por los demonios, vino a Antioquía y engañó a muchos con su arte mágica. Convenció a sus seguidores de que no morirán, y aún hay algunos de los suyos que lo confiesan».
Se trataba de la obra diabólica que, por medio de estos magos disfrazados con nombres cristianos, se esforzaba en desacreditar, con su magia, el gran misterio de la piedad y en ridiculizar, por medio de ellos, los dogmas de la Iglesia referentes a la inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos."[5]
Pero más que sus textos como apologista, nos interesa desde la perspectiva de la Eucaristía, por lo que señalamos: Diálogo con el judío Trifón nº 41
"Ya os he dicho, oh varones, que la ofrenda de la flor de la harina mandada a ofrecer por los que quedan limpios de la lepra, era una figura del Pan Eucarístico que Cristo mandó a hacer en memoria de la Pasión, cuyo fruto que­dasen limpias de todo pecado las conciencias de los hombres. Además tuvo también en esto el fin de que así demos gracias a Dios porque se dignó no sólo crear para el hombre el mundo y cuanto hay en él, sino también librarnos de todas las maldades con las que estábamos manchados derrotando a la vez completamente a los poderes y príncipes infernales merced a aquel que por voluntad de Dios quiso someterse a la Pasión. Por esto como ya os lo llevo diciendo, dijo Dios por boca de uno de los doce Profetas, Malaquías, sobre vuestros sacrificios: "No está mi agrado en vosotros, dice el Señor, y no recibiré vuestros sacrificios de esas manos vuestras: porque mi nombre es glorificado entre las gentes desde el na­cimiento del sol hasta el oca­so; y en todo lugar se ofren­da el incienso a mi nombre lo mismo que el sacrificio pu­ro; porque grande es mi nom­bre entre las gentes: ese nom­bre que vosotros profanáis"[6]. Esta fue una predicción de que se ofrecen sacrificios en todo lugar por medio de nos­otros los gentiles; cosa que se hace con el pan de la Eu­caristía y con el cáliz de la misma Eucaristía. Y así él mismo añade que su nombre es glorificado por nosotros, y en cambio profanado por vosotros...[7]
Como se ve por este texto de San Justino, reconoció en la Eucaristía no sólo un sacramento, sino también el sacrificio de los cristianos.
En Apología I, leemos:
"... Luego, al que preside a los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo y pronuncia una larga oración de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen... Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman "ministros" o "diáconos" dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre el que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes"[8]
"Y este alimento se llama entre nosotros "Eucaristía", de la que nadie es lícito participar, sino el que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme  a lo que cristo nos enseñó... cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: "Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo". E igualmente tomando el cáliz y dando gracias, dijo: "Esta es mi sangre", y que sólo a ellos les dio parte"[9].
"Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acción de gracias y todo el pueblo exclama diciendo "amén". Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes"[10].
"Pan le será dado, y el agua suya, fiel... Ahora bien, es evidente que también habla en esta profecía acerca del pan que nuestro Cristo nos mandó celebrar en memoria de haberse hecho Él hombre por amor a los que creen en Él -por los que también se hizo pasible-, y del cáliz que en recuerdo de su sangre nos mandó igualmente consagrar con acción de gracias"[11].
"Mas para daros razón de la revelación hecha sobre Jesucristo, el santo, tomo otra vez la palabra del profeta (Zacarías), y afirmo que aquella revelación se ha cumplido también en nosotros, que hemos puesto nuestra fe en este sumo Sacerdote crucificado"[12].
"Porque a la manera que aquel Jesús, a quien el profeta[13] llama sacerdote, apareció con vestiduras sucias..., así nosotros, que hemos querido como un solo hombre en el Dios Hacedor del universo, por el nombre de su Hijo primogénito nos despojamos de nuestras vestiduras sucias, es decir, de nuestros pecados, y, abrasados por la palabra de su llamamiento, somos el verdadero linaje de los sumos sacerdotes de Dios, como el mismo Dios lo atestigua diciendo que en todo lugar le ofrecemos en las naciones sacrificios a Él agradables y puros[14]. Ahora bien, Dios no acepta sacrificios mas que de sus sacerdotes"[15].
"Así, pues, Dios atestigua de antemano que el son agradables todos los sacrificios que se le ofrecen por el nombre de Jesucristo, los sacrificios que éste nos mandó ofrecer, es decir, los de la Eucaristía del pan y del vino, que celebran los cristianos en todo lugar de la tierra. En cambio, Dios rechaza los sacrificios que vosotros le ofrecéis por medio de vuestros sacerdotes, cuando dice: "Y no recibiré de vuestras manos vuestros sacrificios, porque desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado en las naciones y vosotros profanáis[16]". Vosotros seguís aun ahora diciendo porfiadamente que Dios dice no recibir los sacrificios que se le ofrecían en Jerusalén por los israelitas que aquel tiempo habitaban; sí, en cambio, las oraciones que le hacías los hombres de aquel pueblo que se hallaba en la dispersión, y estas oraciones son las que llama sacrificios perfectos y agradables a Dios, yo mismo os lo concedo. Justamente ésos solo son los que los cristianos han aprendido a ofrecer hasta en la conmemoración del pan y del vino, en que se recuerda la Pasión que por su amor sufrió el Hijo de Dios"[17]


[1] cf. Jer. 29, 13-14; Mt. 7, 7.
[2] Apol. 2, 12.
[3] BAC nº 75. Madrid 1.974, pág. 311-316.
[4] Lib 2, cap. XIII, 2-5. Acerca de Simón el mago.
[5] Lib. 3. Cap. XXVI, 3-4. Acerca del mago Menandro
[6] Malaq. 1, 10-12
[7] E. de Otto, pág. 139.
[8] Apol. I. nº 65.
[9] Apol. I. nº 66.
[10] Apol. I, 67, 5.
[11] Diálog. 70, 3-4.
[12] Diálog. 116, 1.
[13] cf. Zac. 3, 1.3.
[14] cf. Mal. 1, 11.
[15] Diálog. 116, 3.
[16] Mal. 1, 10-12.
[17] Diálog. 117, 1-3. 

 SAN JUSTINO,*
Filósofo y Mártir
   El glorioso filósofo y antiguo apologista y mártir san Justino fue hijo de Prisco, de linaje griego, y nació en Nápoles Flavia, ciudad de Palestina, Desde su mocedad se dio mucho a las letras humanas, y al estudio de la filosofía, y se ejercitó en todas las sectas de los filósofos estoicos, peripatéticos y pitagóricos, con gran deseo de saber la verdad; y hallando en todas ellas poca firmeza, las dejó y se dio a la filosofía de Platón, por parecerle que era más grave y más cierta y segura para lo que él pretendía, que era alcanzar la sabiduría y con ella entender y ver a Dios. Para poder, pues, mejor atender a sus estudios se retiró a un lugar aparta do, vecino del mar, donde estando ocupado y absorto en la contemplación de las cosas divinas, se le presentó, corno e1 mismo santo escribe, un varón viejo y muy venerable que trabó plática con él; y entendiendo que era filósofo platónico, y lo que buscaba en sus estudios, le desengañó que no lo hallaría en los libros de los filósofos, sino en solo los de los profetas y de los santos, a quienes Dios había alumbrado y abierto los ojos del alma para ver la luz del Cielo y entender sus misterios y verdades. Con esto se fue el anciano y san Justino no le vio más; pero quedó muy encendido en el amor de la verdad, e inclinado a leer os libros de los cristianos en que ella se halla, Por esos medios entró Cristo nuestro Se ñor en el corazón de Justino, y de filósofo platónico y maestro de otros le hizo filósofo cristiano y  discípulo suyo, Escribió un libro maravilloso y divino en defensa de la religión cristiana en el año 150 corno él mismo lo dice, y se lo dio al emperador Antonino Pío, el cual después de haberlo leído, hizo publicar en Asia un edicto en favor de los cristianos, mandando que ninguno, por solo ser cristiano, fuese acusado ni conde nado. Pero como muerto Antonino, sucediesen en el imperio Marco Aurelio Antonio y Lucio Vera, y se tornase a embravecer la tempestad, san Justino que a la sazón estaba en Roma escribió otro libro o apología a los emperadores y al senado en favor de los cristianos para aplacarla. Entonces fue el santo acusado por un enemigo suyo llamado Crescente, cínico filósofo en el nombre y profesión, y en la vi da ,viciosísimo y abominable; el cual era quien más atizaba a los magistrados contra los fieles de Cristo. Mandó pues el prefecto de Roma prender a san Justino, y después de haberle hecho azotar, dio sentencia que fuese degollado con otros seis compañeros, como se dice en las Actas de su martirio, que escribieron los notarios de la Iglesia romana.
REFLEXIÓN 
   Dice el glorioso san Justino en su primera apología estas palabras admirables: «Cuando somos atormentados, nos regocijamos, porque estamos persuadidos que nos resucitará Dios por Jesucristo; y cuando somos heridos con la espada y puestos en la cruz, y echados a las bestias fieras, y maltratados con prisiones, fuego y otros tormentos y suplicios, no nos apartamos de lo que profesamos; porque cuanto mayores son los tormentos, tanto más son los que abrazan la verdadera religión; como cuando se poda la vid da más fruto; lo mismo hace el pueblo de Dios, que es como una vid o viña bien plantada de su mano». Pues ¿quién podrá leer estas cosas sin derramar lágrimas, viendo lo que sentían de la fe de Cristo aquellos filósofos tan sabios de los primeros tiempos de la cristiandad, comparando su heroísmo con la indiferencia criminal de nuestros tiempos?
ORACIÓN
   Oh Dios, que por la simplicidad de la Cruz enseñaste maravillosamente, al bienaventurado Justino la eminente sabiduría de Jesucristo, concédenos por su intercesión que rechazando las engañosas razones de las perversas doctrinas, alcancemos la firmeza de la fe. Por J. C. N. S.

 Los apologistas griegos del siglo II

San Justino, mártira) Características generales de la literatura apologética cristiana de los primeros siglos
       Los Padres apostólicos y los primeros escritores cristianos se dirigen principalmente a los fieles y buscan su edificación. Los apologistas del siglo II, en cambio, salen en defensa del cristianismo ante los cada vez más frecuentes ataques de los paganos.
Ataques de los paganos al cristianismo en el siglo II
       Los principales ataques se centran en la idea falsa de que el cristianismo destruye la sociedad y es enemigo del imperio. Atacaban a los cristianos de:
  • ateísmo,
  • antropofagia,
  • desórdenes morales,
  • odio al género humano.
       Según San Justino el origen está en el odio de los judíos al cristianismo. Bastaba la denuncia para condenar a los cristianos (cfr. rescripto de Trajano a Plinio, en el siglo II).
       Los principales escritores paganos cultos que escribieron para desprestigiar al cristianismo (el emperador Teodosio quemó muchos de estos escritos) fueron los siguientes:
  • Luciano de Samosata: De morte peregrini (170). Se mofa del afecto fraternal de los fieles y de su amor a la muerte.
  • Frontón de Cirta: Discurso. Profesor de Marco Aurelio.
  • Celso: Discurso verdadero ("alethes logos")(178). Ve en el cristianismo una mezcla de superstición y fanatismo (cfr. Trevijano, p. 97: buen resumen del pensamiento pagano).
Posición de los Apologistas griegos del siglo II ante estos ataques
       En resumen son tres:
  • Salir al paso de la acusación de que la Iglesia era un peligro para el Estado.
  • Presentar la verdad sobre Dios, el hombre y el mundo contra los errores paganos.
  • Presentar el cristianismo como la verdadera filosofía.
—Veamos más detenidamente cómo salían los Apologistas en defensa del cristianismo:
  • refutaban las calumnias; hacían ver cómo la Iglesia es necesaria para el bienestar y orden del mundo: la Iglesia no es un peligro;
  • defendían a los cristianos de las críticas populares (canibalismo, incesto, orgías) señalando las virtudes cristianas; las apologías están dirigidas a la autoridad civil y a personas cultas; son una defensa apasionada de la libertad de las conciencias necesaria para un verdadero culto a Dios;
  • manifestaban la inconformidad de los cristianos con las leyes persecutorias (iniciadas con Nerón —religio illicita— y concretadas con Trajano), haciendo ver la ejemplaridad del comportamiento civil de los cristianos.
  • criticaban la religión romana (idolatría, culto al emperador), señalando un camino más perfecto;
  • manifestaban la superioridad del cristianismo en relación con la filosofía pagana (monoteísmo, providencia divina, etc.). El argumentos fundamental era la antigüedad del cristianismo como continuación del pueblo de Israel. Los apologistas, al exponer sus ideas en moldes helénicos, cristianizaban el helenismo.
  • mostraban cómo el cristianismo es la religión verdadera (milagros de Cristo, profecías, etc.)
  • difundían el Evangelio entre las clases altas e intelectuales, con un lenguaje más culto y razonamientos más acordes con la mentalidad de la época. Con ese fin, especialmente explican las doctrinas que podrían impactar más a los paganos: el monoteísmo (contra la idolatría), la libertad unida a la responsabilidad (contra el determinismo estoico), la resurrección de la carne, etc.
  • hacían ver a los judíos que no había llegado a la verdad plena;
  • rebatían los errores de los herejes, que son un verdadero obstáculo para la propagación del cristianismo.
Cristianismo y filosofía pagana
       Los apologistas, al contacto con la cultura helénica, comienzan la exposición filosófica de las verdades cristianas. Los apologistas son paganos cultos que se convierten en los primeros teólogos. Asumen la filosofía helénica, pero dando por supuesto que el cristianismo es superior a la filosofía. Por ejemplo, San Justino dice: "los que han dicho alguna verdad... son de los nuestros y su verdad nos pertenece".
       Aunque algunos apologistas rechazan y critican la filosofía pagana, otros la admiten como una preparación para el Evangelio, ya sea porque conceden a la razón la posibilidad de conocer algunas verdades reveladas de tipo natural, ya sea porque piensan que los antiguos filósofos pudieron recoger algunas de estas verdades de los escritos de Moisés.
       Especialmente Homero y sobre todo Platón (concepto de creación en el Timeo, concepto de alma en Fedro, huida del mundo para acercarse a Dios en el Teeto) fueron fuentes de inspiración para la tarea de los apologistas. La utilización del concepto de Logos (como ser intermedio a través del cual Dios crea el mundo: concepción cosmológica) para referirlo a Cristo siguiendo la doctrina paulina y joánica de considerar a Cristo como Logos, Sabiduría del Padre, se revelaría muy importante para el futuro, tanto por el peligro de subordinacionismo que encerraba como por la gran riqueza que contiene para la formulación del dogma cristológico.
Tipos de apologías
  • Refutaciones.
  • Amonestaciones a los paganos.
  • Resolución de dudas privadas de algún pagano concreto.
Transmisión de los textos
       Casi todas las obras de los apologistas las conocemos a través del Codex Parisinus gr.451. Se trata de un manuscrito que Aretas, obispo de Cesarea, mandó copiar en 914. En este manuscrito, que esta en la Biblioteca Nacional de Paris, faltan los escritos de Justino, los tres libros de Teófilo Ad Autolycum, la Irrisio de Hermias y la Epistulam ad Diognetum.
Bibliografía: Simonetti, c. 5, Quasten I, 187-250.
b) San Justino
Introducción
       San Justino es el apologista más importante porque utiliza ampliamente la filosofía griega que para él es verdadera pero incompleta. Toda la verdad que existe en los distintos sistemas filosóficos nos pertenece a los cristianos que la tenemos en plenitud, ya que nosotros hemos conocido al Verbo, y ellos sólo lo han conocido oscuramente en la creación.
       De padres paganos, nace a principios del siglo II en Flavia Neápolis (Sichem, Palestina). Busca la verdad primero con un estoico (que no le logra explicar la esencia de Dios), luego con un peripatético (con un interés económico que decepciona a Justino) y después con un pitagórico (que le obliga a estudiar música, astromomía y geometría). Se hace platónico pero en cierta ocasión, paseando junto al mar, un viejo le habla de la sabiduría de los profetas y Justino se convierte al cristianismo en Efeso. Se cubre con el pallium (manto de los filósofos) y va a Roma, en epoca de Antonino Pío (138-161), como predicador ambulante (profesor itinerante). Funda una escuela privada. Una pugna con Crescencio, filósofo cínico adversario suyo, le lleva al martirio con seis compañeros, siendo prefecto Junio Rústico (165). Taciano es discípulo suyo.
       Sus tres escritos —dos Apologiae y el Dialogo contra el judio Trifón— se conservan en un manuscrito de mediocre calidad, de 1364 (Codex Parisinus n.450). Tienen defectos literarios innegables: disgresiones frecuentes, pensamiento desarticulado, falta de elocuencia y vehemencia, pero revelan un carácter sincero y recto que trata de llegar a un acuerdo con el adversario.
Las Apologías de San Justino
       Parece que la segunda (15 capítulos) es un apéndice o adición de la primera (68 capítulos). Ambas van dedicadas a Antonino Pío (138-161). Las escribió en Roma entre 148 y 161. La ocasión fue el martirio de tres cristianos siendo Urbico prefecto. Eusebio las cita.
La primera Apología
       Tiene 68 capítulos. Escrita entre los años 150 y 155, en Roma, y dirigida a Antonino Pío.
  • Introducción (cap. 1 a 3): apela al emperador en defensa de los cristianos perseguidos.
  • Parte principal (cap. 4 a 67):
    • Primera sección (4 a 12): contra el sistema judicial aplicado a los cristianos; contra las calumnias; contra castigar sólo por el nombre cristiano; se defiende de la acusación de "ateismo".
    • Segunda sección (13-67): es una justificación de la religión cristiana (fundamentación histórica y filosófica):
      • de su doctrina: es la única verdadera; los filósofos paganos tomaron sus verdades del Antiguo Testamento; Jesús es el Hijo de Dios, Salvador, Fundador de la Iglesia.
      • de su culto: Bautismo, Eucaristía (describe el desarrollo de la liturgia eucarística). Vida social.
  • Conclusión (cap. 68): es una amonestación severa al emperador; se adjunta un rescripto del año 125 de Adriano a Minucio Fundano (proconsul de Asia) en el que se establece un modo recto de juzgar:
    • juicio ordinario ante un tribunal;
    • castigos sólo después de pruebas de haber transgredido las leyes romanas;
    • castigos proporcionales a los delitos;
    • castigos de las falsas acusaciones.
Segunda Apología
       Es continuación de la primera. Escrita entre los años 150 y 160.
  • Protesta por la sentencia capital de tres cristianos por confesar su fe.
  • Alega el amor a la verdad, por parte de los cristianos, al ser interrogados.
  • Considera la persecución como un ataque del demonio.
  • Explica el gozo de los cristianos ante el martirio: sus sufrimientos y muerte les conseguirán el premio eterno.
  • Pide al emperador justicia, piedad y amor a la verdad.
Diálogo con Trifón
       Es la más antigua apología contra los judíos. Es posterior a las Apologías.
       Se trata de la recensión de un diálogo o disputa de dos días de duración con el judío Trifón (Tarfón, probablemente, rabino de Éfeso), sostenida en Éfeso entre los años 132 y 135. Dedicada a un tal Marco Pompeyo. Consta de 142 capítulos:
  • Introducción (cap. 2 al 8): cuenta su vida (formación intelectual, conversión)
  • Cuerpo principal (cap. 9 a 142):
    • Primera parte (9 a 47): sobre la concepción cristiana del Antiguo Testamento, al que da gran importancia.
    • Segunda parte (48 a 108): defiende la divinidad de Cristo.
    • Tercera parte (109 a 142): la Iglesia es el pueblo escogido.
Obras perdidas y manuscritos pseudo justinianos
       Obras perdidas: Liber contra omnes haereses; Contra Marción; Discurso contra griegos; Refutación; Sobre la soberanía de Dios; Sobre el alma; Salterio; Sobre la resurrección.
       Manuscritos pseudo justinianos: Cohortatio ad Graecos (s. III); Oratio ad Graecos (que es una apología pro vita sua de un cristiano griego convertido) (s. III); De monarchia; etc.
Teología de Justino
       Hay que tener en cuenta que las obras que conservamos no son propiamente teológicas. En ellas se nota una fuerte influencia platónica, filosofía que a juicio de Justino poseía el más alto valor. Se trata del eclecticismo religioso del medio platonismo, que es una mezcla de la ética y psicología estoica con un misticismo de tendencia religiosa (Trevijano).
Concepto de Dios
       Dios es uno, bueno, sin principio, ingénito (agenetos), inefable y sin nombre (nadie se lo ha puesto porque no hay nadie antes que El), trascendente. Su mejor nombre es el de "Padre" por ser el Creador de todo.
       Sostiene la trascendencia absoluta de Dios; niega el panteísmo y la omnipresencia substancial de Dios en el mundo.
       Se salva el abismo entre Dios y el mundo porque el Logos es una emanación de Dios, una procesión del interior de Dios (como el fuego que procede de otro fuego; como la Palabra mental). Hay una cierta tendencia al subordinacionismo. Cristo es una persona divina pero subordinada al Padre.
       Dios crea y ordena todo per Verbum (Logos), que es intermediario entre Dios y los hombres. El Hijo de Dios es igual a Dios. En la razón de cada hombre hay semillas ("sperma") ingénitas de verdad ("logicas"). Esto explica que ya entre los paganos (Heráclito, Sócrates) encontremos gérmenes de verdad. En cierta manera se puede decir que fueron verdaderos cristianos porque vivieron según las normas del Logos. Más solamente los cristianos poseen la verdad entera porque Cristo se les apareció como la Verdad en persona. Existe un verdadero endiosamiento del hombre, por el Logos.
       No existe conflicto entre la fe y la razón. La razón tiene un valor intrínseco para conocer algunas verdades.
María y Eva
       Es el primer autor cristiano que profundiza en el paralelismo de Adán-Cristo y Eva-María. Por un lado están la obediencia, la fe, la alegría. Por el otro la desobediencia, el pecado, la muerte.
Angeles y demonios
       Justino es uno de los primeros testigos del culto y patrocinio de los ángeles a quienes concibe con un cuerpo espiritualizado. Explica su función y naturaleza.
       Los demonios serían hijos de ángeles y mujeres que serán castigados y lanzados al fuego eterno hasta la segunda venida de Cristo. Los herejes son instrumentos de los demonios. Los demonios se someten al nombre de Jesús.
Pecado original
       Explica cómo nuestros Primeros Padres eran hijos de Dios y dioses, de alguna manera. El hombre es un ser capaz de deificación (poder de hacerse dioses).
Bautismo y Eucaristía
       Al final de su Primera Apología, habla sobre la Eucaristía, instituida por Cristo. Menciona la presencia real. En el capítulo 65, de los recién bautizados y en el capítulo 67, en general. Explica el tipo semi-fijo de liturgia que se celebraba entonces. Los fieles se reunían los domingos para asistir a la celebración en que se leía la Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamento: "Memorias de los Apóstoles") que iba seguida de un sermón. Después tenía lugar la oración por todos los fieles y el ósculo de la paz. Se presentaban el pan y el vino. Se pronunciaba la oración consecratoria (las mismas palabras de Cristo en la Ultima Cena). Los diáconos repartían la Comunión a los presentes y la llevaban a los ausentes, enfermos, etc. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1345).
       Explica también cómo se llevaba a cabo la ceremonia del Bautismo: instrucción, oración, ayuno, penitencia, inmersión en el agua y bautismo ("iluminación") en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
       En su "Diálogo con Trifón" (117,2) compara la Eucaristía con el Sacrificio de Malaquías. Es el primero que menciona a la Eucaristía como "oblatio rationabilis" (logike thusia) de los filósofos, expresión utilizada en el Canon Romano. Rechaza los sacrificios externos de sangre.
       No desarrolla una eclesiología especulativa, como sucede, por ejemplo en la epístola a los Efesios y en el Pastor de Hermas.
Ideas escatológicas
       Comparte las ideas quialistas y milenaristas tan extendidas en su época (mil años del reinado de Jesús antes de su segunda venida).
       Piensa que las almas de los fieles difuntos, al morir van al hades hasta el fin del mundo, excepto la de los mártires que van al Cielo inmediatamente.
Bibliografía: Simonetti, c.5; Quasten I, 187-250; Catequesis de Benedicto XVI.
c) Breves noticias sobre los demás apologistas griegos de este período: Cuadrato y las Epístolas a Diogneto; Arístides; Aristón de Pella; Taciano; Atenágorás; San Melitón de Sardes; San Teófilo de Antioquía
Cuadrato
       Eusebio menciona un pequeño fragmento de la Apología de Cuadrato (a. 125) dirigida a Adriano (117-138), que encaja en una laguna del "Discurso a Diogneto"; por eso, parece ser que la "Apología de Cuadrato a Adriano" es nada menos que el conocido "Discurso a Diogneto" (o "Epístola a Diogneto").
       Cuadrato es el primer apologista. Conoció a algunos "de los que fueron curados o resucitados por Cristo". Es un griego culto, ateniense. Conoció a Pablo y a Juan. Según San Jerónimo fue obispo de Atenas, o por lo menos fue presbítero.
       El "Discurso a Diogneto", del año 124, es muy breve. Está dirigido a Adriano, uno de cuyos apelativos era "Diogneto" ("conocido de Zeus"). Fue leido en público y entregado al emperador.
       Es de un estilo muy perfecto. Su autor dominaba la retórica. A la vez es sencillo y profundo. Algunos piensan que su autor podría ser el mismo Quadrato, otros (Trevijano) piensan que es posterior (años 190 a 200) y su autor podría localizarse en el ámbito alejandrino (¿Panteno?).
Contenido
  • describe la vida cristiana;
  • los cristianos son el alma del mundo,
  • origen divino del cristianismo;
  • divinidad de Cristo (milagros),
  • exhorta a sus oyentes a abrazar la doctrina cristiana.
Bibliografía: Simonetti, c.5.
Arístides de Atenas
       La primera Apología que conservamos (sin contar el "Discurso a Diogneto") es la de Arístides de Atenas, también dirigida a Adriano. Fue dirigida a Adriano hacia el año 124 a 126, cuando el emperador estuvo en Atenas.
       Es un escrito sencillo, lleno de nobleza y de tono elevado.
Contenido
  • los cristianos salvarán el mundo;
  • demuestra la existencia de Dios y sus atributos con argumentos de inspiración aristotélica;
  • critica el politeísmo;
  • afirma la divinidad de las Tres Personas;
  • describe las diversas religiones y la superioridad del cristianismo.
Bibliografía: Simonetti, c. 5.
Aristón de Pella
       Aristón de Pella (140) es un escritor antijudío.
Taciano el Sirio
       Discípulo de San Justino en Roma. En oriente fundo una secta herética (los encratitas o abstinentes) caracterizada por su rigorismo moral: se abstenían de la carne, del uso del matrimonio, del vino. Llamados también "aquarii".
Obras
  • Discurso contra los griegos: Menciona las relaciones entre el cristianismo y el helenismo (la cultura griega ha de ser rechazada).
  • Diatessaron: Es la ordenación cronológica de los Cuatro Evangelios.
Bibliografía: Apuntes.
Atenágoras de Atenas
       En el año 177 escribe una apología (Legatio) a Marco Aurelio y Cómodo. Es una súplica en favor de los cristianos.
       Sus obras tienen una gran calidad, son convincentes y tienen un estilo excelente. De gran profundidad teológica, conoce a fondo la cultura griega.
       La Apología (Súplica en favor de los cristianos) tiene tres partes:
  • se defiende de la acusación de ateísmo;
  • rebate la acusación de canibalismo e incesto;
  • expone la moral cristiana: indisolubilidad, procreación, no al aborto, vida después de la muerte.
       Descuida la presentación del "Jesús histórico" (Trevijano).
       Otra obra es: Sobre la resurrección de la carne (opúsculo). Está dirigida a los griegos que consideraban esta doctrina ininteligible.
—Bibliografía: Apuntes.
Melitón de Sardes
       Melitón de Sardes (175): es un teólogo asiata; de esta teología hay antecedentes del error monarquiano; en su doctrina cristológica afirma la existencia de dos naturalezas en Cristo como reacción al error monarquiano (Trevijano).
       Melitón de Sardes es autor de una de las Homilías pascuales de autores cuartodecimanos que se conservan:
  • La Homilía pascual de Melitón de Sardes
  • La Homilia pascual "In sanctum Pascha" atribuida erróneamente al Crisóstomo.
       Los cuartodecimanos celebraban la Pascua el día 14 de Nisan, y daban particular relieve a la Pasión de Cristo, en lugar de a la Resurrección, como se hacía en Occidente.
San Teófilo de Antioquía
       Nace cerca del Eúfrates. Es el sexto obispo de Antioquía. Su formación es helénica.
       Escribió Ad Autolycum (a. 180), que consta de tres libros:
  • sobre la espiritualidad de Dios, su naturaleza y atributos.
  • sobre la Trinidad (trias) y la creación del mundo ex nihilo.
  • sobre la superioridad moral del cristianismo; refuta las acusaciones contra él apelando a la vida real de los cristianos.
  •  
  •  

    A los primeros mártires cristianos –haciendo la Tradición e historia de la Iglesia- no debemos olvidar. Y no podemos olvidar que la persona humana es el único ser que posee historia y que hace historia. Y, puesto que el hombre es el único ser que se mueve en una doble historia –la que le conforma y la que él hace–, ningún hombre –y menos el cristiano– debería pasar por la vida «sufriendo la historia», sin sentir la urgencia de «hacer» la historia, ser protagonista de la misma. Menos que otras personas, el cristiano no puede resignarse a «sufrir» la historia. Se sabe llamado a realizarla, a darle vida, injertando en aquella la fuerza de la gracia, que le hace capaz de «dominar la tierra». Y proclamar hasta con su martirio la gloria de Jesús.

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    Entre las fuentes más preciosas de información con que contamos para la historia de las persecuciones están los relatos de los sufrimientos de los mártires. Se solían leer a las comunidades cristianas en los actos litúrgicos que conmemoraban el aniversario del martirio. Desde el punto de vista histórico pueden dividirse en tres grupos:

    I. El primer grupo comprende los procesos verbales oficiales del tribunal. No contienen más que las preguntas dirigidas a los mártires por las autoridades, sus respuestas tal como las anotaban los notarios públicos o los escribientes del tribunal, y las sentencias dictadas. Estos documentos se depositaban en los archivos públicos, y algunas veces los cristianos lograban obtener copias. La apelación Actas de los mártires (acta o gesta martyrum) tendría que reservarse para este grupo, pues solamente aquí tenemos fuentes históricas inmediatas y absolutamente dignas de crédito, que se limitan a consignar los hechos.

    II. El segundo grupo comprende los relatos de testigos oculares o contemporáneos. A éstos se les llama passiones o martyria.

    III. El tercer grupo abarca las leyendas de mártires compuestas con fines de edificación mucho después del martirio. A veces es una mezcla fantástica de verdad e imaginación. En otros casos se trata de simples novelas, sin ningún fundamento histórico.

    I. Al primer grupo pertenecen:
    I. Las Actas de San Justino y compañeros. Estas actas no tienen precio por contener el proceso oficial del tribunal que condenó al más importante de los apologistas griegos, el célebre filósofo Justino. Fue encarcelado junto con otros seis cristianos por orden del perfecto de Roma, Q. Junio Rústico, durante el reinado del emperador Marco Aurelio Antonino, el filósofo estoico. Las actas consisten en una breve introducción, el interrogatorio, la sentencia y una corta conclusión. La sentencia que pronuncia el prefecto es la siguiente: "Los que no han querido sacrificar a los dioses ni someterse al mandato del emperador, sean azotados y llevados a ser decapitados conforme a la ley." El martirio tuvo lugar en Roma, probablemente el año 165.
    2. Las Actas de los mártires escilitanos en África son el documento histórico más antiguo de la Iglesia africana y, al mismo tiempo, el primer documento fechado en lengua latina que poseemos del África del Norte. Contienen las actas oficiales del juicio de seis cristianos de Numidia, que fueron sentenciados a muerte por el procónsul Saturnino y decapitados el 17 de julio del año 180. A más del original latino, se conserva una traducción griega de estas actas.
    3. Las Actas proconsulares de San Cipriano, obispo de Cartago, que fue ejecutado el 14 de septiembre del 258, se basan en relaciones oficiales unidas entre sí por unas pocas frases del editor. Consisten en tres documentos separados que contienen: 1) el primer juicio, que condena a Cipriano al destierro de Curubis; 2) detención y segundo juicio, y 3) ejecución. Sufrió martirio bajo los emperadores Valeriano y Galieno.
    II. A la segunda categoría pertenecen:
    1. El Martyrium Policarpi, del año 156 (cf. supra p.83-5).
    2. La Carta de las Iglesias de Viena y Lión a las Iglesias de Asia y Frigia es uno de los más interesantes documentos sobre las persecuciones que nos ha conservado Eusebio (Hist. eccl. 5,l,l-2,8). Ofrece un relato emocionante de los sufrimientos de los mártires que murieron en la terrible persecución de la Iglesia de Lión en 177 ó 178. No disimula la apostasía de algunos miembros de la comunidad. Entre los valerosos mártires vemos al obispo Fotino, que "sobrepasaba los noventa años de edad, y muy enfermo, a quien apenas dejaba respirar la enfermedad corporal que le aquejaba, pero reconfortado por el soplo del Espíritu por su ardiente deseo de martirio"; a la admirable Blandina, una esclava frágil y delicada, que sostuvo el valor de sus compañeros con su ejemplo y sus palabras; a Maturo, un neófito de admirable fortaleza; a Santo, el diácono de Viena; a Alejandro, el médico, y a Póntico, muchacho de quince años. A propósito de Blandina, las actas narran lo siguiente: "La bienaventurada Blandina, la última de todos, cual generosa madre que ha animado a sus hijos y los ha enviado por delante victoriosamente al rey, recorrió por sí misma todos los combates de sus hijos y se apresuraba a seguirlos, jubilosa y exultante ante su próxima partida, como si estuviera convidada a un banquete de bodas y no condenada a las fieras. Después de los azotes, tras las dentelladas de las fieras, tras el fuego, fue, finalmente, encerrada en una red y arrojada ante un toro bravo, que la lanzó varias veces a lo alto. Mas ella no se daba ya cuenta de nada de lo que le ocurría, por su esperanza y aun anticipo de los bienes de la fe, absorta en íntima conversación con Cristo. También ésta fue al fin degollada. Los mismos paganos reconocían que jamás habían conocido una mujer que hubiera soportado tantos y tan grandes suplicios."
    3. La Pasión de Perpetua y Felicidad narra el martirio de tres catecúmenos, Sáturo, Saturnino y Revocato, y de dos mujeres jóvenes, Vibia Perpetua, de veintidós años de edad, "de noble nacimiento, instruida en las artes liberales, honrosamente casada, que tenía padre, madre y dos hermanos, uno de éstos catecúmeno como ella, y un hijo, que criaba a sus pechos," y su esclava Felicidad, que estaba encinta cuando la arrestaron y dio a luz una niña poco antes de morir en la arena. Sufrieron martirio el 7 de marzo del 202, en Cartago. Este relato es uno de los documentos más hermosos de la literatura cristiana antigua. Es único por los autores que tomaron parte en su redacción. En su mayor parte (c.3-10) es el diario de Perpetua: "a partir de aquí, ella misma narra punto por punto la historia de su martirio, como la dejó escrita de su mano, según sus propias impresiones" (c.2). Los capítulos 11 al 14 fueron escritos por Sáturo. Hay motivos para creer que el autor de los demás capítulos y editor de la Pasión entera es Tertuliano, contemporáneo de Perpetua y el más grande escritor de la Iglesia africana de aquel tiempo. La analogía de estilo, de sintaxis, de vocabulario y de ideas entre las obras de Tertuliano Ad Martyres y De patientia y la Pasión de Perpetua y Felicidad es sorprendente. En tiempo de San Agustín gozaban todavía estas actas de tal estimación, que hubo de advertir a sus oyentes que no debían ponerlas al mismo nivel que las Escrituras canónicas (De anima et eius origine 1,10,12).
    Las actas existen en latín y en griego. Parece que el texto latino es el original, porque el griego ha modificado algunos pasajes y echa a perder la conclusión. C. van Beek cree que el mismo autor editó la Passio en griego y en latín; pero algunos pasajes, como los capítulos 21,2 y 16,3, prueban que el texto latino es el original y que el texto griego no es más que una traducción posterior, porque los juegos de palabras que ocurren en los citados lugares sólo pueden entenderse en latín.
    El contenido de estas actas es de considerable importancia para la historia del pensamiento cristiano. Especialmente las visiones que tuvo Perpetua en su prisión, y que luego puso por escrito, son de inestimable valor para conocer las ideas escatológicas de los primitivos cristianos. La visión de Dinócrates y la de la escalera y el dragón son ejemplos notables. Al martirio se le llama por dos veces un segundo bautismo (18,3 y 21,2). En la visión del Buen Pastor se refleja el rito de la comunión.
    No cabe duda que la Passio de Perpetua y Felicidad es el documento más conmovedor que nos ha llegado del tiempo de las persecuciones.
    Perpetua nos ha dejado un relato emocionante de las tentativas de su padre por librarla de la muerte:
    De allí a unos días se corrió el rumor de que íbamos a ser interrogados. Vino también de la ciudad mi padre, consumido de pena, y se acercó a mí con intención de derribarme, y me dijo: "Compadécete, hija mía, de mis canas; compadécete de tu padre, si es que merezco ser llamado por ti con el nombre de padre. Si con estas manos te he llevado hasta esa flor de tu edad, si te he preferido a todos tus hermanos, no me entregues al oprobio de los hombres. Mira a tus hermanos; mira a tu madre y a tu tía materna; mira a tu hijito, que no ha de poder sobrevivirte. Depón tus ánimos, no nos aniquiles a todos, pues ninguno de nosotros podrá hablar libremente si a ti te pasa algo." Así hablaba como padre, llevado de su piedad, a par que me besaba las manos y se arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya su hija, sino su señora. Y yo estaba transida de dolor por el caso de mi padre, pues era el único en toda mi familia que no había de alegrarse de mi martirio. Y traté de animarle diciéndole: "Allá en el estrado sucederá lo que Dios quisiere; pues has de saber que no estamos puestos en nuestro poder, sino en el de Dios." Y se retiró de mi lado sumido de tristeza. Otro día, mientras estábamos comiendo, se nos arrebató súbitamente para ser interrogados, y llegamos al foro o plaza pública. Inmediatamente se corrió la voz por los alrededores de la plaza, y se congregó una muchedumbre inmensa. Subimos al estrado. Interrogados todos los demás, confesaron su fe. Por fin me llegó a mí también el turno. Y de pronto apareció mi padre con mi hijito en los brazos y me arrancó del estrado, suplicándome: "Compadécete del niño chiquito." Y el procurador Hilariano, que había recibido a la sazón el ius gladii, o poder de vida y muerte, en lugar del difunto procónsul Minucio Timiniano: "Ten consideración — dijo — a la vejez de tu padre; ten consideración a la tierna edad del niño. Sacrifica por la salud de los emperadores." Y yo respondí: "No sacrifico." Hilariano: "¿Luego eres cristiana?," dijo. Y yo respondí: "Sí, soy cristiana." Y como mi padre se mantenía firme en su intento de derribarme, Hilariano dio orden de que se le echara de allí, y aun le dieron de palos. Yo sentí los golpes de mi padre como si a mí misma me hubieran apaleado. Así me dolí también por su infortunada vejez. Entonces Hilariano pronuncia sentencia contra todos nosotros, condenándonos a las fieras. Y bajamos jubilosos a la cárcel (BAC 75,424-426).
    4. Las Actas de los santos Carpo, Papilo y Agatónica son la relación autentica de un testigo ocular del martirio de Carpo y Papilo, que murieron en la hoguera en el anfiteatro de Pérgamo, y de Agatónica, una mujer cristiana que se arrojó a las llamas. Las actas, en su forma actual, parecen incompletas. Agatónica había sido condenada como los otros dos; pero, como esta parte falta en el texto, da la impresión de que se suicidó. Los martirios ocurrieron en tiempo de Marco Aurelio y Lucio Vero (161-169). Estas actas circulaban aún en tiempo de Eusebio (Hist. eccl. 4,15,48).
    5. Las Actas de Apolonio. En su Hist. eccl. 5,21,2-5, Eusebio da un resumen de estas actas. El las había incluido va en su colección de martirios antiguos. Apolonio era un sabio filósofo. Juzgado por Perennis, prefecto del Pretorio de Roma, fue decapitado durante el reinado del emperador Cómodo (180-185). Los discursos con que Apolonio defiende su fe ante Perennis se asemejan, en su argumentación, a los escritos de los apologistas. Probablemente se basan en las respuestas del mismo filósofo, consignadas en las Acta praefectoria oficiales. A. Harnack las ha llamado "la más noble apología del cristianismo que nos ha legado la antigüedad." Se han publicado dos traducciones de estas actas, una en armenio por Conybeare, en 1893, y otra en griego por los Bolandistas, en 1895.
    III. Al tercer grupo pertenecen las actas de los mártires romanos Santa Inés, Santa Cecilia, Santa Felicidad y sus siete hijos, San Hipólito, San Lorenzo, San Sixto, San Sebastián Santos Juan y Pablo, Cosme y Damián; también el Martyrium S. Clementis (cf. supra p.52) y el Martyrium S. Ignatii. El que estas actas no sean auténticas no prueba en modo alguno que estos mártires no hayan existido, como han concluido algunos sabios. La autenticidad o falsedad de estas actas no demuestra ni la existencia ni la no existencia de los mártires; indica solamente que estos documentos no se pueden usar como fuentes históricas.
    Colecciones. Eusebio reunió una colección de actas de mártires en su obra Sobre los mártires antiguos. Desgraciadamente, esta fuente de tanto valor se ha perdido. Sin embarco, en su Historia eclesiástica da un resumen de la mayoría de esta actas. Tenemos, no obstante, su tratado sobre los mártires de Palestina, que es un relato de las víctimas de las persecuciones que se sucedieron del año 303 al 311, y que él presenció siendo obispo de Cesarea. Un autor anónimo recogió las actas de los mártires persas que murieron bajo Sapor II (339-379). Existen en siríaco, que es la lengua en que fueron compuestas. Los procesos y los interrogatorios, por su forma, recuerdan las relaciones de las auténticas actas de los primeros mártires. Las actas siríacas de los mártires de Edesa son pura leyenda.


    La finalidad que perseguían con sus obras los Padres Apostólicos y los primeros escritores cristianos era guiar y edificar a los fieles. En cambio, con los apologistas griegos la literatura de la Iglesia se dirige por vez primera al mundo exterior y entra en el dominio de la cultura y de la ciencia. Frente a la actitud agresiva del paganismo, la palabra misionera, que era apologética sólo en ocasiones, es sustituida por la exposición predominantemente apologética, que es lo que da a los escritos del siglo II su sello característico. En el populacho circulaban rumores contra el cristianismo. El Estado consideraba la adhesión al cristianismo como un crimen gravísimo contra el culto oficial y contra la majestad del emperador. El juicio ilustrado de los sabios y el peso de la opinión de las clases más cultas de la sociedad condenaban la nueva religión por considerarla como una amenaza siempre creciente contra el imperio universal de Roma. Entre los principales adversarios del cristianismo en el siglo II cabe mencionar al satírico Luciano de Samosata, quien, en su De morte Peregrini, escrito hacia el 170, se burlaba del amor fraternal de los fieles y de su desprecio a la muerte; al filósofo Frontón de Cirta, profesor del emperador Marco Aurelio, en su Discurso, y, por encima de todos, al platónico Celso, que el año 178 publicó contra el cristianismo el Discurso verdadero. Los escritos de esta última obra citados por Orígenes en su refutación nos permiten darnos cuenta de la habilidad y temible antagonismo del autor. Celso no veía en el cristianismo más que una mezcolanza de superstición y fanatismo.
    No podían quedar sin respuesta tamaños insultos a una causa que se iba convirtiendo paso a paso en un factor influyente de la historia, y que iba ganando cada día más adeptos entre los hombres distinguidos por su educación.
    Por eso, los apologistas se propusieron tres objetivos:
    1) Se dedicaron a refutar las calumnias que se habían difundido enormemente y pusieron particular interés en responder a la acusación de que la Iglesia suponía un peligro para el Estado. Llamaban la atención sobre la manera de vivir seria, austera, casta y honrada de sus correligionarios, y afirmaban con insistencia que la fe era una fuerza de primer orden para el mantenimiento y el bienestar del mundo y, por ende, necesaria, no solamente al emperador y al Estado, mas también a la misma civilización.
    2) Expusieron lo absurdo e inmoral del paganismo y de los mitos de sus divinidades, demostrando al mismo tiempo que solamente el cristiano tiene una idea correcta de Dios y del universo. En consecuencia, defendieron los dogmas de la unidad de Dios, el monoteísmo, la divinidad de Cristo y la resurrección del cuerpo.
    3) No se contentaron con refutar los argumentos de los filósofos, sino que demostraron que la misma filosofía, por apoyarse únicamente en la razón humana, no había logrado nunca alcanzar la verdad, o, si la había alcanzado, no era sino fragmentariamente y mezclada con muchos errores, "fruto de los demonios." El cristianismo, en cambio, decían, posee la verdad absoluta, porque el Logos, que es la misma Razón divina, vino al mundo por Cristo. De esto se sigue necesaria mente que el cristianismo está inconmensurablemente por encima de la filosofía griega; más aún, que es una filosofía divina.
    Al hacer esta demostración de la fe, los apologistas pusieron los cimientos de la ciencia de Dios. Son, por lo tanto, los primeros teólogos de la Iglesia, lo que acrecienta su importancia. Como es de suponer, en su obra encontramos tan sólo los primeros pasos de un estudio formal de la doctrina teológica, porque ni intentaron hacer una exposición científica ni se propusieron abarcar todo el cuerpo de la revelación. Seria, sin embargo, equivocado tildar su esfuerzo de helenización del cristianismo. Era de esperar, evidentemente, que influyeran en su manera de concebir la religión los hábitos mentales que tenían tan arraigados desde antes de su conversión; también en teología los apologistas son hijos de su tiempo. Esto se manifiesta principalmente en la terminología que usan y en su manera de abordar la interpretación del dogma. También aparece en la forma que dan a sus escritos — predominantemente dialéctica o de diálogo, según las normas de la retórica griega. Pero en su contenido teológico la filosofía griega ha influido mucho menos de lo que se ha afirmado algunas veces. Esta influencia se reduce a detalles insignificantes. Se puede, por consiguiente, hablar de una cristianización del helenismo, pero apenas de una helenización del cristianismo, sobre todo si se quiere dar una apreciación de conjunto de la obra intelectual de los apologistas.
    Al vindicar su religión, no se dirigían estos autores únicamente a los paganos y a los judíos. La mayoría escribió tratados antiheréticos, que, por desgracia, se han perdido. Habrían sido de inestimable valor para conocer plenamente la teología de los apologistas. Al abordar, por tanto, las obras que actualmente nos quedan de los apologistas, debemos hacerlo con precaución. Cabía esperar, en los apologistas, mayor número de pruebas de un contacto íntimo con las doctrinas e ideales católicos; sin embargo, la escasez de tales pruebas no debe interpretarse como indicio de una tendencia hacia el racionalismo. No podemos afirmar que a los lectores de las apologías les animara una simpatía bastante grande hacia las ideas cristiana o adecuado espíritu de comprensión. La falta de preparación en los destinatarios explica que pasaran a segundo plano, entre otros puntos, la persona del Salvador y la eficiencia de la gracia. Al cristianismo se le presenta, ante todo, aunque no exclusivamente, como la religión de la verdad. Raramente se reivindican sus derechos aduciendo como prueba los milagros de Cristo, sino que se recurre con frecuencia su antigüedad como motivo de credibilidad. A la Iglesia no se la presenta como una institución nueva o reciente. El Nuevo Testamento está estrechamente ligado al Antiguo por una unión interior, por una relación inmanente, que son las profecías sobre el Redentor que debía venir; y como Moisés vivió mucho antes que los pensadores y filósofos griegos, el cristianismo es la más antigua y la más venerable de todas las religiones y filosofías.
    Quizás los apologistas alcanzan la cima de su grandeza cuando se proclaman a sí mismos campeones de la libertad de conciencia como raíz y fuente de toda religión verdadera, como elemento indispensable para que la religión pueda sobrevivir.
    Transmisión del texto.
    La mayor parte de los manuscritos de los apologistas griegos dependen del códice de Aretas de la Bibliothèque Nationale (Codex Parisinus gr.451), que fue copiado a petición del arzobispo Aretas de Cesárea el año 914, con la intención de formar un Corpus Apologetarum desde los tiempos primitivos hasta Eusebio. En ese códice faltan, sin embargo, los escritos de San Justino, los tres libros de Teófilo Ad Autolycum, la Irrisio de Hermias y la Epístola a Diogneto.
    Cuadrato es el apologista cristiano más antiguo. Todo lo que sabemos de él se lo debemos a Eusebio por este pasaje de su Historia eclesiástica (4,3,1-2): "Después del gobierno de Trajano, que duró veinte años menos seis meses, sucede en el imperio Elio Adriano. A Adriano le dirigió Cuadrato un discurso, consistente en una Apología que compuso en defensa de nuestra religión, porque algunos malvados trataban de molestar a los nuestros. Este escrito lo conservan todavía muchos hermanos, y nosotros poseemos también una copia, y en él pueden verse brillantes pruebas del talento de Cuadrato y de su ortodoxia apostólica. Y él mismo afirma su antigüedad, como se refiere de estas palabras: Las obras, empero, de nuestro Salvador estuvieron siempre presentes, puesto que eran verdaderas: los que él curó, los que resucito de entre los muertos no fueron vistos solamente en el momento de ser curados y resucitados, sino que estuvieron siempre presentes; y eso no solo mientras el Salvador vivía aquí abajo, sino aun después de su muerte, han sobrevivido mucho tiempo, de suerte que algunos de ellos han llegado hasta nuestros días." Estas palabras, que Eusebio cita como pronunciadas por Cuadrato, son el único fragmento que nos queda de su apología. Harris creyó que las Pseudo-Clementinas, las Actas de Santa Catalina del Sinaí, la Crónica de Juan Malalas y la novela de Barlaam y Joasaph contienen intercalados algunos fragmentos de la apología de Cuadrato; pero ya está demostrado que esta hipótesis es falsa. Probablemente Cuadrato presentó su apología al emperador Adriano durante la estancia de éste en el Asia Menor por los 123-124, o el año 129. Resulta difícil probar su identidad con el profeta y discípulo de los Apóstoles mencionado por Eusebio (Hist. eccl 3,37,1; 5,17,2), y se equivoca ciertamente Jerónimo (De vir. ill. 19; Ep. 70,4) cuando le identifica con el obispo Cuadrato de Atenas, que vivió durante el reinado de Marco Aurelio. No ha convencido tampoco el intento de Andriessen de identificar la apología perdida de Cuadrato con la Epístola a Diogneto.
    La apología de Arístides de Atenas es la más antigua que se conserva. Eusebio en su Historia eclesiástica (4,33)" después de sus observaciones acerca de Cuadrato, prosigue: "También Arístides, varón fiel en la profesión de nuestra religión, dejó, igual que Cuadrato, una apología de la fe, dirigida a Adriano. Su escrito está también en manos de muchos." Eusebio nos dice en otro lugar que Arístides fue un filósofo de la ciudad de Atenas. Por mucho tiempo se consideró perdida su obra, hasta que en 1878, con gran sorpresa de los sabios, los Mequitaristas de San Lázaro de Venecia publicaron un manuscrito del siglo X, fragmento armenio de una apología intitulada "Al emperador Adriano César de parte del filósofo ateniense Arístides." Casi todos los eruditos se convencieron de que el fragmento contenía restos de una traducción armenia de la apología de Arístides mencionada por Eusebio. Esta opinión había de encontrar una confirmación inesperada. El año 1889, el sabio americano Rendel Harris descubrió en el monasterio de Santa Catalina del monte Sinaí una traducción completa en sirio de esta apología. Esta versión siríaca permitió a J. A. Robinson probar que el texto griego de la apología no solamente existía, sino que había sido publicado hacía algún tiempo bajo la forma de una famosa novela religiosa relacionada con Barlaam y Joasaph. La novela se encuentra entre las obras de San Juan Damasceno; su autor presenta la apología como escrita por un filósofo pagano en favor del cristianismo. El texto nos ha llegado en tres formas. La leyenda de Barlaam y Joasaph, que poseemos en griego, no fue compuesta por el abad Eutimio de Iberon en el siglo XI, como opina P. Peeters, sino por el mismo Juan Damasceno, tal como acaba de demostrarlo F. Doelger. El manuscrito del monasterio de Santa Catalina que tiene la versión siríaca fue verosímilmente escrito entre los siglos VI y VII, si bien la traducción hay que datarla hacia el año 350. Queda aún por determinar la fecha de la traducción armenia. Recientemente se han publicado dos grandes fragmentos del texto original griego (c.5 y 6 y 15,6-16,1) de un papiro del British Museum. Con la ayuda de todo este material es posible hoy día reconstruir el texto en sus líneas principales.


    Contenido.
    La introducción describe al Ser Divino en términos estoicos. Nos dice también que Arístides llegó al conocimiento del Creador y Conservador del universo por sus meditaciones sobre el orden y la armonía del mundo. A pesar del poco valor de la especulación y de las discusiones sobre el Ser Divino, se puede, al menos, determinar hasta cierto punto de una manera negativa los atributos de la divinidad. El único concepto correcto que se obtiene de ese modo debe servir como piedra de toque para probar las antiguas religiones. El autor divide los seres humanos en cuatro categorías según sus religiones respectivas: bárbaros, griegos, judíos y cristianos. Los bárbaros adoraron los cuatro elementos. Pero el cielo, la tierra, el agua, el fuego, el aire, el sol, la luna y, finalmente, el mismo hombre no son sino obras de Dios y, por lo tanto, no tuvieron jamás derecho y los honores divinos. Los griegos adoran dioses que por las debilidades e infamias que se les atribuyen prueban que no son dioses. Los judíos merecen ser respetados por tener un concepto más puro de la naturaleza divina, como también normas más elevadas de moralidad. Pero tributaron más honor a los ángeles que a Dios y dieron a los ritos externos del culto, como la circuncisión, el ayuno, el cumplimiento de los días festivos, más importancia que a la adoración auténtica. Solamente los cristianos están en posesión de la única idea justa de Dios y "son los que, por encima de todas las naciones de la tierra, han hallado la verdad, pues conocen al Dios creador y artífice del universo en su Hijo Unigénito y en el Espíritu Santo y no adoran a ningún otro Dios" (15,3). Su pureza de vida prueba que los cristianos adoran al verdadero Dios. Arístides elogia en estos términos las costumbres de los cristianos:
    Los mandamientos del mismo Señor Jesucristo los tienen grabados en sus corazones, y ésos guardan, esperando la resurrección de los muertos y la vida del siglo por venir. No adulteran, no fornican, no levantan falso testimonio, no codician los bienes ajenos, honran al padre y a la madre, aman a su prójimo y juzgan con justicia. Lo que no quieren se les haga a ellos no lo hacen a otros. A los que los agravian, los exhortan y tratan de hacérselos amigos, ponen empeño en hacer bien a sus enemigos, son mansos y modestos... Se contienen de toda unión ilegítima y de toda impureza. No desprecian a la viuda, no explotan al huérfano; el que tiene, le suministra abundantemente al que no tiene. Si ven a un forastero, le reciben bajo su techo y se alegran con él como con un verdadero hermano. Porque no se llaman hermanos según la carne, sino según el alma... Están dispuestos a dar sus vidas por Cristo, pues guardan con firmeza sus mandamientos, viviendo santa y justamente según se lo ordenó el Señor Dios, dándole gracias en todo momento por toda comida y bebida y por los demás bienes... Este es, pues, verdaderamente el camino de la verdad, que conduce a los que por él caminan al reino eterno, prometido por Cristo en la vida venidera (XV 3-11: BAC 116-130-131).
    La apología de Arístides es limitada en su perspectiva. Su estilo no es rebuscado; su pensamiento y su orden, sin artificio. Pero;·a pesar de toda su simplicidad, tiene cierta nobleza y elevación de tono. Como desde una altura Arístides contempla la humanidad en su unidad compleja y siente profundamente la importancia extraordinaria y la misión sublime de la nueva religión. Con una seguridad llena de confianza cristiana, ve en el pequeño rebaño de los fieles al nuevo pueblo, la nueva raza que ha de sacar al mundo corrompido de la ciénaga de inmoralidad en que se encuentra:
    Las demás naciones yerran y a sí mismas se engañan; caminan en tinieblas y chocan unas con otras como borrachos (16). No dudo en afirmar que el mundo sigue existiendo gracias únicamente a las oraciones y súplicas de los cristianos.
    Parece que fue Aristón de Pella el primer apologista cristiano que defendió por escrito el cristianismo contra el judaísmo. Fue autor de la Discusión entre Jasan y Papisco sobre Cristo, que desgraciadamente se ha perdido. Jasón es un judeo-cristiano, y Papisco un judío de Alejandría en Egipto. Sabemos por Orígenes que, en su obra Discurso verdadero, el filósofo pagano Celso atacó esta apología porque su autor manifestaba particular predilección por la interpretación alegórica del Antiguo Testamento. Orígenes defiende el breve tratado. Advierte que estaba destinado al público en general y que, por consiguiente, no tenía por qué dar pie a ningún comentario desfavorable por parte de ninguna persona imparcial. Según Orígenes (Cont. Cels. 4,52), esta apología explica "cómo un cristiano, basándose en escritos judíos (Antiguo Testamento), disputa con un judío y demuestra que las profecías relativas a Cristo tienen su cumplimiento en Jesús, al paso que el adversario, de manera resuelta y no sin cierta habilidad, hace las veces del judío en la controversia." La discusión termina reconociendo el judío Papisco a Cristo como Hijo de Dios y pidiendo el bautismo. El fragmento de una traducción latina del diálogo, igualmente perdida, reproduce la misma historia. Este fragmento, falsamente atribuido a Cipriano bajo el título Ad Vigilium episcopum de iudaica incredulitate, era de hecho el prefacio de la versión latina. Aristón debió de componer su tratado hacia el 140. Tanto el uso de la exégesis alegórica corno el hecho de que Papisco fuera alejandrino parecen señalar Alejandría como lugar de origen.


    San Justino Mártir es el apologista griego más importante del siglo II y una de las personalidades más nobles de la literatura cristiana primitiva. Nació en Palestina, en Flavia Neápolis, la antigua Sichem. Sus padres eran paganos. El mismo nos refiere (Dial. 2-8) que probó primero la escuela de un estoico, luego la de un peripatético y, finalmente, la de un pitagórico. Ninguno de estos filósofos logró convencerle ni satisfacerle. El estoico fracasó porque no le dio explicación alguna sobre la esencia de Dios. El peripatético exigió muy inoportunamente a Justino el pago inmediato de la matrícula, a lo que respondió éste dejando de asistir a sus clases. El pitagórico le exigió que estudiara primero música, astronomía y geometría; pero Justino no sentía la menor inclinación hacia estos estudios. El platonismo, por su parte, le atrajo por un tiempo, hasta que un día, mientras se paseaba por la orilla del mar, un anciano logró convencerle de que la filosofía platónica no podía satisfacer al corazón del hombre y le llamó la atención sobre los "profetas, los únicos que han anunciado la verdad." "Esto dicho — relata Justino — y muchas otras cosas que no hay por qué referir ahora, marchóse el viejo, después de exhortarme a seguir sus consejos, y no le volví a ver más. Mas inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo, y, reflexionando conmigo mismo sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía segura y provechosa. De este modo, pues, y por estos motivos soy yo filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador" (Dial. 8). La búsqueda de la verdad le llevó al cristianismo. También sabemos por él que el heroico desprecio de los cristianos por la muerte tuvo una parte no pequeña en su conversión: "Y es así que yo mismo, cuando seguía las doctrinas de Platón, oía las calumnias contra los cristianos; pero, al ver cómo iban intrépidamente a la muerte y a todo lo que se tiene por espantoso, me puse a reflexionar ser imposible que tales hombres vivieran en la maldad y en el amor a los placeres" (Apol. 2,12). La sincera búsqueda de la verdad y la oración humilde le llevaron finalmente a abrazar la fe de Cristo: "Porque también yo, al darme cuenta que los malvados dios habían echado un velo a las divinas enseñanzas de con el fin de apartar de ellas a los otros hombres, desprecié lo mismo a quienes tales calumnias propalaban que el velo de los demonios y la opinión del vulgo. Yo confieso que mis oraciones y mis esfuerzos todos tienen por blanco mostrarme cristiano" (Apol. 2,13). Después de su conversión, que probablemente tuvo lugar en Efeso, dedicó su vida toda a la defensa de la fe cristiana. Se vistió el pallium, manto usado por los filósofos griegos, y se puso a viajar en calidad de predicador ambulante. Llegó a Roma durante el reinado de Antonino Pío (138-161) y fundó allí una escuela; uno de sus discípulos fue Taciano, que más tarde sería también apologista. En Roma encontró también un fogoso adversario en la persona del filósofo cínico Crescencio, al que había acusado de ignorancia. Tenemos un relato auténtico de su muerte en el Martyrium S. lustini et Sociorum, basado en las actas oficiales del tribunal que le condenó. Según este documento, Justino y seis compañeros más fueron decapitados, probablemente el año 165, siendo prefecto Junio Rústico (cf. supra p.73s).
    Escritos.
    Justino fue un escritor fecundo. Pero solamente tres de sus obras, ya conocidas por Eusebio (Hist. eccl. 4,18), han llegado hasta nosotros. Están contenidas en un único manuscrito de mediocre calidad, copiado en 1364 (París, n.450). Son sus dos Apologías contra los paganos y su Diálogo contra el judío Trifón. El estilo de estas obras dista mucho de ser agradable. Como no estaba acostumbrado a seguir un plan bien definido, Justino se deja llevar de la inspiración del momento. Las digresiones son frecuentes, su pensamiento es desarticulado, y tiene una debilidad por frases largas que se arrastran. Su forma de expresión está desprovista de fuerza y son raros los momentos en que llega a la elocuencia o a la vehemencia. Con todo, a pesar de estos defectos, sus escritos ejercen una atracción irresistible. Nos revelan un carácter sincero y recto, que trata de llegar a un acuerdo con el adversario. Justino estaba convencido de que "todo el que, pudiendo decir la verdad, no la dice, será juzgado por Dios" (Dial. 82,3). Es el primer escritor eclesiástico que intenta crear un nexo entre el cristianismo y la filosofía pagana.


    I. Las Apologías de San Justino.
    Los escritos más importantes de Justino son sus apologías. Hablando de ellas, comenta Eusebio (Hist. eccl. 4,18):
    Justino nos ha dejado muchas obras, testimonio de una inteligencia culta y entregada al estudio de las cosas divinas, llenas de toda utilidad. A ellas remitiremos a los amigos de saber, después de haber citado útilmente las que han venido a nuestro conocimiento. En primer lugar tiene un discurso dirigido a Antonino, por sobrenombre Pío, a los hijos de éste y al Senado romano en favor de nuestros dogmas, y luego otro, que contiene una segunda apología de nuestra fe, dirigido al que fue sucesor del citado emperador y lleva su mismo nombre, Antonino Vero (BAC 116,161).
    Tenemos, efectivamente, dos apologías de Justino. En el manuscrito, la más larga de las dos, que tiene sesenta y ocho capítulos, va dirigida a Antonino Pío: la más corta, de quince capítulos, al Senado romano. Pero E. Schwartz considera la última como la conclusión de la primera. El hecho de que Eusebio hable de dos apologías fue probablemente causa de que la obra se dividiera en dos en el manuscrito y se colocara la conclusión al principio como un escrito independiente. En la actualidad, la mayor parte de los eruditos están de acuerdo en considerar la segunda apología como un apéndice o adición de la primera. La ocasión hay que buscarla probablemente en los incidentes que ocurrieron siendo prefecto Urbico; Justino empieza la segunda apología narrando estos hechos. Ambas obras van dirigidas al emperador Antonino Pío (138-161). San Justino las debió de componer entre los años 148 a 161, puesto que observa (Apol. I 46): "Cristo nació hace sólo ciento cincuenta años, bajo Quirinio." Los escribió en Roma.
    1. La primera apología.
    A) En la introducción (c.1-3) Justino pide al emperador, en nombre de los cristianos, que tome el caso personalmente en sus manos y que se forme su propio juicio, sin dejarse influenciar por los prejuicios o el odio del pueblo.
    B) La parte principal comprende dos secciones.
    I. La primera sección (c.4-12) condena la actitud oficial respecto de los cristianos. En ella el autor critica el procedimiento judicial seguido regularmente por el gobierno contra sus correligionarios y las falsas acusaciones lanzadas contra ellos. Protesta contra la absurda actuación de las autoridades, que castigan el simple hecho de reconocerse uno cristiano; el nombre "cristiano," lo mismo que el de "filósofo," no prueba ni la culpa ni la inocencia de una persona. Únicamente se puede imponer castigos por crímenes de los que el acusado sea convicto, mas los crímenes de que se acusa a los cristianos son puras calumnias. No son ateos. Si se niegan a adorar a los dioses, es porque creen que venerar tales divinidades es cosa ridícula. Sus ideas escatológicas y su miedo a los castigos eternos les impiden obrar el mal y hacen de ellos el mejor sostén del gobierno.
    II. La segunda parte (c.13-67) viene a ser una justificación de la religión cristiana. Describe en forma detallada principalmente su doctrina, su culto, su fundamento histórico y las razones que hay para abrazarla.
    1. La doctrina dogmática y moral de los cristianos
    Se puede probar por las divinas profecías que Jesucristo es el Hijo de Dios y el fundador de la religión cristiana. La fundó por voluntad de Dios con el fin de transformar y restaurar la humanidad. Los demonios imitaron y remedaron las profecías del Antiguo Testamento en los ritos de los misterios paganos. A esto se deben las frecuentes semejanzas y puntos de contacto que hay entre la religión cristiana y las formas paganas de culto. También los filósofos, como Platón, hicieron suyas muchas cosas del Antiguo Testamento. No es, pues, de extrañar que se descubran ideas cristianas en el platonismo.
    2. El culto cristiano.
    El autor hace luego una descripción del sacramento del bautismo, de la liturgia eucarística y de la vida social de los cristianos.
    C) La conclusión (c.68) es una severa amonestación al emperador. Al final de la primera apología se añade copia del rescripto que hacia el año 125 envió el emperador Adriano al procónsul de Asia, Minucio Fundano. Este documento es de suma importancia para la historia de la Iglesia. Promulga cuatro normas para un procedimiento judicial más justo y correcto en las causas contra los cristianos:
    1. Los cristianos deben ser juzgados por medio de un procedimiento regular ante un tribunal criminal.
    2. Únicamente se les puede condenar si hay pruebas de que el acusado ha transgredido las leyes romanas.
    3. El castigo debe ser proporcionado a la naturaleza y calidad de los crímenes.
    4. Toda falsa acusación debe ser castigada con severidad.
    Según Eusebio (Hist. eccl. 4,8,8), el mismo Justino incorporó este documento, en su texto latino original, a su apología. Eusebio lo tradujo al griego y lo incluyó en su Historia eclesiástica (4,9).
    2. La segunda apología.
    Este escrito empieza con la narración de un incidente reciente. El prefecto de Roma, Urbico, hizo decapitar a tres cristianos por el único crimen de haber confesado su fe. Justino apela directamente a la opinión pública de Roma, protestando de nuevo contra estas crueldades sin justificación posible y refutando varias críticas. Contesta, por ejemplo, al sarcasmo de los paganos que se preguntaban por qué no permiten los cristianos el suicidio a fin de poder reunirse más pronto con su Dios. Dice Justino: "Con lo que también nosotros, de hacer eso, obraríamos de modo contrario al designio de Dios. En cuanto a no negar al ser interrogados, ello se debe a que nosotros no tenemos conciencia de cometer mal alguno y consideramos, por el contrario, como una impiedad no ser en todo veraces" (Apol. 2,4). Las persecuciones contra los cristianos se deben a la instigación de los demonios, que odian la verdad y la virtud. Estos mismos enemigos molestaron ya a los justos del Antiguo Testamento y del mundo pagano. Pero no tendrían poder alguno sobre los cristianos si Dios no quisiera conducir a sus seguidores, a través de tribulaciones y sufrimientos, a la virtud y al premio; a través de la muerte y de la destrucción, a la vida y felicidad eternas. Al mismo tiempo, las persecuciones dan a los cristianos la oportunidad de demostrar de manera impresionante la superioridad de su religión sobre el paganismo. Finalmente, pide también al emperador que, al juzgar a los cristianos, se deje guiar solamente por la justicia, la piedad y el amor a la verdad.


    II. El "Diálogo Con Trifón."
    El Diálogo con Trifón es la más antigua apología cristiana contra los judíos que se conserva. Por desgracia, no poseemos su texto completo. Se han perdido la introducción y gran parte del capítulo 74. El Diálogo debe de ser posterior a las apologías, porque en el capítulo 120 se hace una referencia a la primera de ellas. Se trata de una disputa de dos días con un sabio judío, verosímilmente el mismo rabino Tarfón mencionado en la Mishna. Según Eusebio (Hist. eccl. 4,18,6), el escenario de estas conversaciones fue Efeso. San Justino dedicó la obra a un tal Marco Pompeyo. El Diálogo es de considerable extensión, pues consta de 142 capítulos. En la introducción (c.2-8) narra Justino detenidamente su formación intelectual y su conversión. La primera parte del cuerpo principal de la otra (c.9-47) explica el concepto que tienen los cristianos del Antiguo Testamento. La ley mosaica tuvo validez sólo por cierto tiempo. El cristianismo es la Ley nueva y eterna para toda la humanidad. La segunda parte (c.48-103) justifica la adoración de Cristo como Dios. La tercera (c.109-142) prueba que las naciones que creen en Cristo y siguen su ley representan al nuevo Israel y al verdadero pueblo escogido de Dios.
    El método apologético del Dialogo difiere del de las apologías, porque se dirigía a una clase totalmente diferente de lectores. En su Diálogo con el judío Tritón, San Justino da mucha importancia al Antiguo Testamento y cita a los profetas para probar que la verdad cristiana existía aun antes de Cristo. Un examen cuidadoso de las citas del Antiguo Testamento nos revela que Justino da preferencia a aquellos pasajes que hablan del repudio de Israel y de la elección de los gentiles. Es evidente que el Diálogo no es, ni mucho menos, la reproducción exacta de una discusión real recogida estenográficamente. Por otro lado, su forma dialogada tampoco es una mera ficción literaria. Seguramente hubo verdaderas conversaciones y disputas que precedieron a la composición de la obra. Es posible que estos intercambios se dieran en Efeso durante la guerra de Bar Kochba, mencionada en los capítulos 1 y 9.
    III. Obras Perdidas.
    A más de las Apólogas y del Diálogo, Justino compuso otras muchas obras, que se han perdido. No quedan más que los títulos o pequeños fragmentos. El mismo Justino menciona una de estas obras; San Ireneo da una cita de otra; Eusebio enumera una larga lista. Autores más recientes citan todavía otras obras. En total conocemos, al presente, las obras siguientes:
    A) Liber contra omnes haereses, mencionado por el mismo Justino (cf. Apol. 1,26).
    B) Contra Marción, utilizado por Ireneo (Adv. haer. 4, 6.2) y mencionado también por Eusebio (Hist. eccl. 4.11,8s).
    C) Discurso contra los griegos, en el cual, según Eusebio (4·,18,3), "después de largos y extensos argumentos sobre diversas cuestiones de interés para los cristianos y para los filósofos, San Justino diserta sobre la naturaleza de los demonios."
    D) Una Refutación, otro tratado dirigido a los griegos, según Eusebio (4,184).
    E) Sobre la soberanía de Dios, "que compuso no solamente a base de nuestras propias escrituras, sino también de los libros de los griegos" (ibid.)
    F) Sobre el alma. Eusebio (4,18,5) describe así su contenido: "Propone varias cuestiones relativas al problema discutido y trae a colación las opiniones de los filósofos griegos; promete refutarlas y dar su propia opinión en otro libro."
    G) Salterio.
    H) En los Sacra Parallela de San Juan Damasceno se conservan tres fragmentos de su obra Sobre la resurrección. Se duda de su autenticidad.
    Mientras todos estos escritos se han perdido, los manuscritos contienen cierto número de obras pseudo-justinianas. Es curioso que tres ostenten títulos semejantes a los de obras auténticas que se perdieron.
    a) La Cohortatio ad Graecos, en forma de discurso, trata de convencer a los griegos sobre cuál es la verdadera religión. Las ideas de los poetas griegos acerca de los dioses no pueden admitirse; las doctrinas de los filósofos relativas a los problemas religiosos están llenas de contradicciones. La verdad se encuentra en Moisés y en los profetas, que son anteriores a los filósofos griegos. Sin embargo, incluso en los poetas y filósofos griegos se hallan vestigios del verdadero conocimiento de Dios. Pero lo poco bueno que hay en ellos lo recibieron de los libros de los judíos. El autor de la Cohortatio difiere notablemente de Justino en su actitud respecto a la filosofía griega. Esta sola razón bastaría para no atribuirla a Justino. Pero es que, además, el autor de la Cohortatio tiene un estilo muy superior y vocabulario mucho más selecto que Justino. Todo lo cual constituye una prueba suficiente contra la autenticidad del tratado. Probablemente la Cohortatio data del siglo III; tiene treinta y ocho capítulos, y es el más largo de los escritos falsamente atribuidos a San Justino.
    b) La Oratio ad Graecos es mucho más breve, pues tiene solamente cinco capítulos. De estilo animado y enérgico, de forma condensada y composición atrayente, es más que la justificación personal de un griego convertido, más que una Apologia pro vita sua. El autor ataca la inmoralidad de los dioses tal como la describen Hornero y Hesíodo. Concluye con una invitación entusiasta a convertirse al cristianismo. El estilo retórico y el perfecto conocimiento de la mitología griega excluyen la paternidad de Justino. La Oratio es probablemente de la primera mitad del siglo III. Han llegado hasta nosotros dos recensiones; la más breve, en griego. De la más extensa, compilada un tal Ambrosio, tenemos solamente la versión siríaca.
    c) De monarchia (seis capítulos) es un tratado que prueba el monoteísmo con citas de los más famosos poetas griegos. La diferencia de estilo prueba que su autor no es Justino. Además, la descripción que nos ofrece Eusebio de la obra auténtica De monarchia no coincide con el contenido de este tratado.
    Además de estos tres escritos, existen otros que los manuscritos atribuyen a Justino. Cuatro de ellos son de un estilo y doctrina teológica tan semejantes que deben de ser obra de un mismo autor, que parece haber vivido hacia el 400 y haber estado relacionado con Siria. Estos cuatro tratados son:
    a) Quaestiones et responsiones ad orthodoxos, obra que contiene ciento sesenta y una preguntas y respuestas sobre problemas históricos, dogmáticos, éticos y exegéticos.
    b) Quaestiones christianorum ad gentiles. Los cristianos proponen a los paganos cinco cuestiones teológicas, a las que éstos responden. Pero las respuestas son rechazadas por estar llenas de contradicciones.
    c) Quaestiones graecorum ad christianos. Este tratado contiene quince preguntas de los paganos y otras tantas respuestas de los cristianos sobre la esencia de Dios, la resurrección de los muertos y otros dogmas cristianos.
    d) Confutatio dogmatum quorumdam Aristotelicorum, una refutación en sesenta y cinco párrafos de las doctrinas de Aristóteles sobre Dios y el universo.
    Hasta el presente ha sido imposible dar con el verdadero autor de estos escritos. A. Harnack los atribuyó a Diodoro de Tarso. Otros han pensado en Teodoreto de Ciro, a quien un manuscrito de Constantinopla atribuye el Quaestiones et responsiones ad orthodoxos. Pero no hay suficiente base en ninguna de las dos atribuciones.
    Aparte de estos cuatro, los manuscritos atribuyen a Justino los siguientes opúsculos:
    a) Expositio fidei seu de Trinitate, una explicación de la doctrina de la Trinidad. Se ha probado que el autor de este texto es Teodoreto de Ciro. Esta atribución la había formulado ya Severo de Antioquía en su Contra impium grammaticum (3,1,5).
    b) Epistola ad Zenam et Serenum, una guía detallada de la conducta ascética del cristiano, con instrucciones sobre las virtudes de mansedumbre y serenidad que recuerdan las doctrinas éticas de la filosofía estoica. P. Batiffol cree que su autor es Sisinio de Constantinopla y que hay que fecharla hacia el 400.


    La Teología de Justino.
    Al analizar la teología de Justino debe tenerse en cuenta que no poseemos de el una exposición completa y exhaustiva de la fe cristiana. No hay que olvidar que sus obras propiamente teológicas, como los tratados Sobre la soberanía de Dios, De la resurrección, Refutación de todas las herejías y Contra Marción, se han perdido. Las Apologías y el Diálogo con Trifón no nos dan un retrato acabado de Justino como teólogo. Las obras antiheréticas desaparecidas le brindaban más la ocasión de abordar las cuestiones doctrinales, mientras que, al defender la fe contra los infieles, tiene que hacer hincapié, ante todo, en sus fundamentos racionales. Se esfuerza en señalar los puntos de contacto y las semejanzas que hay entre las enseñanzas de la Iglesia y las de los poetas y pensadores griegos, a fin de demostrar que el cristianismo es la única filosofía segura y provechosa. No es, pues, de extrañar que la teología de Justino acuse la influencia del platonismo, ya que éste era el sistema filosófico que tenía para Justino el más alto valor.
    1. Concepto de Dios
    Ya en el concepto que Justino tiene de Dios aparece su inclinación hacia la filosofía platónica. Dios no tiene principio. De donde se sigue la conclusión: Dios es inefable, sin nombre.
    Porque el Padre del universo, ingénito como es, no tiene nombre impuesto, como quiera que todo aquello que lleva un nombre supone a otro más antiguo que se lo impuso. Los de Padre, Dios, Creador, Señor, Dueño, no son propiamente nombres, sino denominaciones tomadas de sus beneficios y de sus obras... La denominación "Dios" no es nombre, sino una concepción ingénita en la naturaleza humana de una realidad inexplicable (2,5: BAC 116,226).
    El nombre que mejor le cuadra es el de Padre; siendo Creador, es realmente el Padre de todas las cosas (πατήρ των όλων, σ πάντων πατήρ). Justino niega la omnipresencia substancial de Dios. Dios Padre vive, según él, en las regiones situadas encima del cielo. No puede abandonar su morada, y consiguientemente no puede aparecer en el mundo:
    Nadie, absolutamente, por poca inteligencia que tenga, se atreverá a decir que fue el Creador y Padre del universo quien, dejando todas sus moradas supracelestes, apareció en una mínima porción de la tierra (Diál. 60,2: BAC 116,408). Porque el Padre inefable y Señor de todas las cosas ni llega a ninguna parte, ni se pasea, ni duerme, ni se levanta, sino que permanece siempre en su propia región — dondequiera que ésta se halle —, mirando con penetrante mirada, oyendo agudamente, pero no con ojos ni orejas, sino por una potencia inefable. Y todo lo vigila y todo lo conoce, y nadie de nosotros le está oculto, sin que tenga que moverse El, que no cabe en un lugar ni en el mundo entero y era antes de que el mundo existiera. ¿Cómo, pues, pudo éste hablar a nadie y aparecerse a nadie ni circunscribirse a una porción mínima de tierra, cuando no pudo el pueblo resistir la gloria de su enviado en el Sinaí? (Diál. 127,2-3: BAC 116, 524.525).
    Mas como Dios es trascendente y está por encima de todo ser humano, es necesario salvar el abismo que media entre Dios y el hombre. Esto fue obra del Logos. El es el mediador entre Dios Padre y el mundo. Dios no se comunica al mundo más que a través del Logos y no se revela al mundo más que por medio de El. El Logos es, pues, el guía que conduce a Dios y el maestro del hombre. En un principio, el Logos moraba en Dios como una potencia. Pero poco antes de la creación del mundo emanó y procedió de El, y el mundo fue creado por el Logos. En su Diálogo, Justino se vale de dos imágenes para explicar la generación del Logos.
    Algo semejante vemos también en un fuego que se enciende de otro, sin que se disminuya aquel del que se tomó la llama, sino permaneciendo el mismo. Y el fuego encendido también aparece con su propio ser, sin haber disminuido aquel de donde se encendió (Diál. 61,2: BAC 116,410).
    Una obra procede del hombre sin que disminuya la substancia de éste. Así hay que entender también la generación del Logos, la Palabra divina, como una procesión en el interior de Dios.
    Justino parece inclinarse al subordinacionismo por lo que respecta a las relaciones entre el Padre y el Logos. Prueba clara de ello la tenemos en la Apología 2,6:
    Su Hijo, aquel que sólo propiamente se dice Hijo, el Verbo, que está con El antes de las criaturas y es engendrado cuando al principio creó y ordenó por su medio todas las cosas, se llama Cristo por su unción y por haber Dios ordenado por su medio todas las cosas (BAC 116,266).
    Consecuentemente, Justino supone, al parecer, que el Verbo se hizo externamente independiente sólo con el fin de crear y gobernar el mundo. Su función personal le dio su existencia personal. Vino a ser persona divina, pero subordinada al Padre (cf. Diál. 61).
    La doctrina más importante de Justino es la doctrina del Logos; forma una especie de nexo entre la filosofía pagana y el cristianismo. Justino enseña, en efecto, que, si bien el Logos divino no apareció en su plenitud más que en Cristo, una "semilla del Logos" estaba ya esparcida por toda la humanidad mucho antes de Cristo. Porque cada ser humano posee en su razón una semilla del Logos. Así, no sólo los profetas del Antiguo Testamento, sino también los mismos filósofos paganos llevaban en sus almas una semilla del Logos en proceso de germinar. Justino cita los ejemplos de Heráclito, Sócrates y el filósofo estoico Musonio, que vivieron según las normas del Logos, el Verbo divino. Estos pensadores, de hecho, fueron verdaderos cristianos:
    Nosotros hemos recibido la enseñanza de que Cristo es el primogénito de Dios, y anteriormente hemos indicado que El es el Verbo, de que todo el género humano ha participado. Y así, quienes vivieron conforme el Verbo, son cristianos, aun cuando fueron tenidos por ateos, como sucedió entre los griegos con Sócrates y Heráclito y otros semejantes (Apol. I 46,2-3: BAC 116,232-33).
    Por eso no puede haber oposición entre cristianismo y filosofía, porque:
    Ahora bien, cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos, porque nosotros adoramos y amamos, después de Dios, el Verbo, que procede del mismo Dios ingénito e inefable; pues El, por amor nuestro, se hizo hombre para ser participe de nuestros sufrimientos y curarlos. Y es que los escritores todos sólo oscuramente pudieron ver la realidad gracias a la semilla del Verbo en ellos ingénita. Una cosa es, en efecto, el germen e imitación de algo que se da conforme a la capacidad, y otra aquello mismo cuya participación e imitación se da, según la gracia que de aquél también procede (Apol. II 13,4-6: BAC 116,277). Porque cuanto de bueno dijeron y hallaron jamás filósofos y legisladores, fue por ellos elaborado, según la parte de Verbo que les cupo, por la investigación e intuición; mas como no conocieron al Verbo entero, que es Cristo, se contradijeron también con frecuencia unos a otros. Y los que antes de Cristo intentaron, conforme a las fuerzas humanas, investigar y demostrar las cosas por razón, fueron llevados a los tribunales como impíos y amigos de novedades. Y el que más empeño puso en ello, Sócrates, fue acusado de los mismos crímenes que nosotros, pues decían que introducía nuevos demonios y que no reconocía a los que la ciudad tenía por dioses... Que fue justamente lo que nuestro Cristo hizo por su propia virtud. Porque a Sócrates nadie le creyó hasta dar su vida por esta doctrina, pero sí a Cristo — que en parte fue conocido por Sócrates — porque El era y es el Verbo que está en todo ser humano (Apol. II 10,2-8: BAC 116,272-273).
    Justino da así una prueba metafísica de la existencia de los Cementos de verdad en la filosofía pagana. Aduce, además, una prueba histórica. Los filósofos paganos dijeron muchas verdades, porque se las apropiaron de la literatura de los judíos, del Antiguo Testamento:
    Pues es de saber que Moisés es más antiguo que todos los escritores griegos. Y, en general, cuanto filósofos y poetas dijeron acerca de la inmortalidad del alma y de la contemplación de las cosas celestes, de los profetas tomaron ocasión no sólo para poderlo entender, sino también para expresarlo. De ahí que parezca haber en todos unos gérmenes de verdad (Apol. I 44.8-10: BAC 116,230).
    Mas solamente los cristianos poseen la verdad entera, porque Cristo se les apareció como la Verdad en persona.


    2. María y Eva.
    Justino es el primer autor cristiano que presenta el paralelismo paulino Cristo-Adán añade como contrapartida el del María-Eva. Dice en su Diálogo (100):
    Cristo nació de la Virgen como hombre, a fin de que por el mismo camino que tuvo principio la desobediencia de la serpiente, por ése también fuera destruida. Porque Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; mas la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y la fuerza del Altísimo la sombrearía, por lo cual lo nacido en ella, santo, sería Hijo de Dios; a lo que respondió ella: "Hágase en mí según tu palabra." Y de la virgen nació Jesús, al que hemos demostrado se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente y a los ángeles y hombres que a ella se asemejan (100,4,6: BAC 116,478-479).
    3. Ángeles y demonios.
    Justino es uno de los primeros testigos del culto de los ángeles: "Al ejército de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes y al espíritu profetice le damos culto y adorarnos" (Apol. I 6).
    Desde el cielo cuidan de todos los seres humanos: "Entregó la providencia de los hombres, así como de las cosas bajo el cielo, a los ángeles que para esto señaló" (Apol. II 5).
    Justino atribuye a los ángeles, a pesar de su naturaleza espiritual, un cuerpo semejante al cuerpo humano: "Como para nosotros es patente, se alimentan en el cielo (los ángeles), siquiera no tomen los mismos manjares que usamos los hombres (del maná, en efecto, de que vuestros padres se alimentaron en el desierto dice la Escritura que comieron pan de ángeles)" (Diál. 57).
    La manera que tiene San Justino de concebir la caída de los ángeles demuestra que les atribuye un cuerpo. El pecado de los ángeles consistió en relaciones sexuales con mujeres humanas: "Los ángeles, traspasando este orden, se dejaron vencer por su amor a las mujeres y engendraron hijos, que son los llamados demonios" (Apol. II 5).
    El castigo de los demonios en el fuego eterno no empezará hasta la segunda venida de Cristo (Apol. I 28). Por eso pueden ahora extraviar y seducir al hombre. Desde que vino Cristo, todo el esfuerzo de los demonios consiste en impedir la conversión del ser humano a Dios y al Lógos (Apol. I 26.54.57.62). La prueba está en los herejes, que son instrumentos de los demonios, porque enseñan un Dios distinto del Padre y del Hijo. Los demonios fueron los que cegaron e indujeron a los judíos a infligir todos esos sufrimientos al Logos que apareció en Jesús. Pero, sabiendo que Cristo reclutaría la mayoría de sus seguidores de entre los paganos, puso el demonio particular empeño en que fracasara con ellos. Desde este punto de vista es interesante lo que dice Justino del efecto del nombre de Jesús sobre los demonios:
    Porque llamamos ayudador y Redentor nuestro a Aquél, la fuerza de cuyo nombre hace estremecer a los mismos demonios, los cuales se someten hoy mismo conjurados en el nombre de Jesucristo, crucificado bajo Poncio Pilato, procurador que fue de Judea. De suerte que por ahí se hace patente a todos que su Padre le dio tal poder, que a su nombre y a la dispensación de su pasión se someten los mismos demonios (Diál. 30,3: BAC 116,350).
    4. Pecado original y deificación.
    Justino está convencido de que todo ser humano es capaz de deificación. Ese era el caso, por lo menos, al principio de la creación. Pero nuestros primeros padres pecaron y atrajeron la muerte sobre sí mismos. Mas ahora el hombre ha vuelto a recobrar el poder de hacerse Dios:
    Habiendo sido creados impasibles e inmortales, como Dios, con tal de guardar sus mandamientos, y habiéndoles El concedido ser llamados hijos de Dios, son ellos los que, por hacerse semejantes a Adán y Eva, se procuran a sí mismos la muerte. Sea la interpretación del salmo (81) la que vosotros queráis; aun así queda demostrado que a los seres humanos se les concede llegar a ser dioses y que pueden convertirse en hijos del Altísimo y culpa suya es si, como Adán y Eva, son juzgados y condenados (Diál. 124,4: BAC 116,520).


    5. Bautismo y Eucaristía.
    Tiene un valor especial la descripción de la liturgia del bautismo y de la eucaristía que nos da Justino al final de su primera apología. A propósito del bautismo observa:
    Vamos a explicar ahora de qué modo, después de ser renovados por Jesucristo, nos hemos consagrado a Dios, no sea que, omitiendo este punto, demos la impresión de proceder en algo maliciosamente en nuestra exposición. Cuantos se convencen y tienen fe de que son verdaderas estas cosas que nosotros enseñamos y decimos y prometen vivir conforme a ellas, se les instruye ante todo para que oren y pidan, con ayunos, perdón a Dios de sus pecados, anteriormente cometidos, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con ellos. Luego, los conducimos a sitio donde hay agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos también regenerados, son regenerados ellos, pues entonces toman en el agua el baño en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo y del Espíritu Santo... La razón que para esto aprendimos de los Apóstoles es ésta: Puesto que de nuestro primer nacimiento no tuvimos conciencia, engendrados que fuimos por necesidad de un germen húmedo por la mutua unión de nuestros padres y nos criamos en costumbres malas y en conducta perversa; ahora, para que no sigamos siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y del conocimiento, y alcancemos juntamente perdón de nuestros anteriores pecados, se pronuncia en el agua sobre el que ha determinado regenerarse y se arrepiente de sus pecados el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y este solo nombre aplica a Dios el que conduce al baño a quien ha de ser lavado. Porque nadie es capaz de poner nombre al Dios inefable; y si alguno se atreviera a decir que ese nombre existe, sufriría la más imprudente locura. Este baño se llama iluminación, para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. Y el iluminado se lava también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que por los profetas nos anunció de antemano todo lo referente a Jesús (Apol. I 61.1-3.7-13: BAC 116, 250-251).
    En la Apología de San Justino se describe dos veces la liturgia eucarística. En la primera (c.65) se trata de la liturgia eucarística de los recién bautizados. En la segunda (c.67) se describe detalladamente la celebración eucarística de todos los domingos. Los domingos la liturgia empezaba con una lectura tomada de los evangelios canónicos, a los que se llama aquí explícitamente "Memorias de los Apóstoles," o de los libros de los profetas. Seguía luego un sermón con una aplicación moral de las lecturas. Seguidamente la comunidad rogaba por los cristianos y por todos los seres humanos del mundo entero. Al terminar estas plegarias, todos los asistentes se daban el ósculo de paz. Seguía luego la presentación del pan, del vino y del agua al presidente, el cual recitaba sobre ellas la oración consecratoria. Los diáconos distribuían los dones consagrados a todos los presentes y los llevaban a los ausentes. Justino añade expresamente que estos dones no son pan y bebida comunes, sino la carne y la sangre de Jesús encarnado. Para probarlo cita las palabras de la institución. Pertenece al celebrante que preside el formular la oración eucarística; sin embargo, observa Justino, el alimento eucarístico es consagrado por una oración que contiene las mismas palabras de Cristo. Esto hace suponer que no solamente las mismas palabras de la institución, sino todo el relato de la institución formaba parte fija de la oración consagratoria. Se puede hablar, pues, de un tipo semifijo de liturgia, porque contenía elementos regulares y, al mismo tiempo, dejaba un margen suficientemente amplio a la inspiración personal del sacerdote consagrante. Es interesante notar que en la descripción del rito eucarístico que sigue inmediatamente a la recepción del sacramento del bautismo Justino no menciona la lectura de la Escritura ni el sermón del presidente. Seguramente se omitirían por razón de la ceremonia bautismal que había precedido. La descripción de la misa para los recién bautizados es como sigue:
    Por nuestra parte, nosotros, después de así lavado el que ha creído y se ha adherido a nosotros, le llevamos a los que se llaman hermanos, allí donde están reunidos, con el fin de elevar fervorosamente oraciones en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena conducta y guardadores de lo que se nos ha mandado, y consigamos así la salvación eterna. Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente el beso de paz. Luego, al que preside a los hermanos se le ofrece pan y un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de El nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén. "Amén," en hebreo, quiere decir "así sea." Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman "ministros" o diáconos dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes. Y este alimento se llama entre nosotros "Eucaristía," de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y. vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación, así se nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre que fue dicha la acción de gracias — alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes — es la carne y la sangre de aquel mismo Jesús encarnado. Y es así que los Apóstoles en los Recuerdos, por ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: "Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo." E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: "Esta es mi sangre," y que sólo a ellos les dio parte (Apol. I 65-66: BAC 116,256-257).
    En el capítulo 67, Justino describe la misa de los domingos ordinarios. Dice que este día fue elegido para la celebración de la reunión litúrgica de la comunidad cristiana porque ese día Dios creó el mundo y Cristo resucitó de entre los muertos:
    El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que habitan en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y, éstas terminadas, como va dijimos, se ofrecen pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama diciendo "amén." Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan lo que bien les parece, y lo recolectado se entrega al presidente y él ayuda con ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. Y celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos (BAC 116,258-9).
    Ha habido una acalorada discusión, que todavía sigue, sobre si Justino consideró la Eucaristía como sacrificio. El pasaje decisivo en esta cuestión se halla en el Diálogo con Trifón (c.41):
    "No está mi complacencia en vosotros — dice el Señor —, y vuestros sacrificios no los quiero recibir de vuestras manos. Porque, desde donde nace el sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y sacrificio puro. Porque grande es mi nombre en las naciones — dice el Señor —, y vosotros lo profanáis." Ya entonces, anticipadamente, habla de los sacrificios que nosotros le ofrecemos en todo lugar, es decir, del pan de la Eucaristía y lo mismo del cáliz de la Eucaristía, a par que dice que nosotros glorificamos su nombre y vosotros lo profanáis (BAC 116,370).
    No cabe duda que aquí Justino identifica claramente la Eucaristía con el sacrificio profetizado por Malaquías. Existen, no obstante, otros pasajes en los que Justino parece resaltar todo sacrificio. Por ejemplo, dice en el Diálogo (117,2):
    Ahora bien, que las oraciones y acciones de gracias hechas por las personas dignas son los únicos sacrificios perfectos y agradables a Dios, yo mismo os lo concedo (BAC 116,505).
    En el capítulo 13 de la primera Apología emite una opinión análoga:
    Porque el solo honor digno de El que hemos aprendido es no el consumir por el fuego lo que por El fue creado para nuestro alimento, sino ofrecerle para nosotros mismos y para los necesitados, y mostrándonos a El agradecidos, enviarle por nuestra palabra preces e himnos por habernos creado (BAC 116,193-194).
    De estas observaciones se ha sacado la conclusión de que Justino rechaza todo sacrificio y aprueba sólo el de la oración, especialmente de la oración eucarística. Pero esta interpretación no hace justicia a su pensamiento. No se puede entender su concepto de sacrificio sin tener en cuenta su doctrina del Logos. Lo que Justino rechaza es el sacrificio material de cosas creadas tal como lo practicaban los judíos y los paganos. Con su concepto de sacrificio trata de salvar la distancia que hay entre la filosofía pagana y el cristianismo, exactamente igual que se sirve del concepto del Logos con el mismo fin. Su ideal es la λογική θυσία, la oblatio rationabilis, el sacrificio espiritual, única forma de veneración digna de Dios, según los filósofos griegos. En este caso como en el del Logos, el cristianismo representa la realización de un ideal filosófico porque está en posesión de un sacrificio espiritual. Justino concuerda, pues, tanto con los filósofos paganos como con los profetas del Antiguo Testamento cuando afirma que los sacrificios externos tienen que ser suprimidos. En adelante los sacrificios materiales sangrientos no han lugar. La Eucaristía es el sacrificio espiritual por tanto tiempo deseado, la λογική Θυσία, porque el mismo Logos, Jesucristo, es aquí la víctima. La identificación de la λογική Θυσία con la Eucaristía fue en extremo feliz. Al incorporar esta idea a la doctrina cristiana, hacía suyas el cristianismo las realizaciones más elevadas de la filosofía griega, al mismo tiempo que se subrayaba el carácter nuevo y único del culto cristiano. Pudo así mantener un sacrificio objetivo y al mismo tiempo dar toda la importancia al carácter espiritual del culto cristiano, que le confiere su superioridad sobre todos los sacrificios paganos o judíos. Así, pues, el término oblatio rationabilis del canon de la misa romana expresa mejor que ninguna otra el concepto de sacrificio de San Justino.


    6. Ideas escatológicas.
    En cuanto a su doctrina escatológica, Justino comparte las ideas quiliastas sobre el milenio: "Yo, por mi parte, y si hay algunos otros cristianos de recto sentir en todo, no sólo admitimos la futura resurrección de la carne, sino también mil años en Jerusalén, reconstruida, hermoseada y dilatada" (Diálogo 80). Sin embargo, se ve obligado a admitir que no todos los cristianos comparten las mismas ideas: "También te he indicado que hay muchos cristianos de la pura y piadosa sentencia, que no admiten esas ideas" (ibid.). Según Justino, las almas de los difuntos deben ir primero al Hades, donde permanecen hasta el fin del mundo. Se exceptúan solamente los mártires. Sus almas son recibidas inmediatamente en el cielo. Pero incluso en el Hades las almas buenas están separadas de las malas. Las almas buenas se regocijan esperando su salvación eterna, mientras que las malas son desgraciadas por causa de su inminente castigo (Diálogo 5,80).
    Taciano nació en Siria de una familia pagana. Como indicamos arriba, fue discípulo de Justino. Tiene de común con su maestro el que, después de mucho vagar y discutir, encontró que la doctrina cristiana era la única filosofía verdadera. Sobre los motivos de su conversión él mismo nos da la siguiente información:
    Habiendo, pues, visto todo eso, después, además que me hube iniciado en los misterios y examinado las religiones de todos los hombres, instituidas por afeminados eunucos, hallando que entre los romanos el que ellos llaman Júpiter Laciar se complace en sacrificios humanos y en sangre de los ejecutados; que Diana, no lejos de la gran ciudad, exigía la misma clase de sacrificios: en fin, que en una parte un demon y en otra otro se entregaban a perpetrar iniquidades por el estilo; entrando en mí mismo, empecé a preguntarme de qué modo me sería posible encontrar la verdad. En medio de mis graves reflexiones, vinieron casualmente a mis manos unas escrituras bárbaras, más antiguas que las doctrinas de los griegos y, si a los errores de éstos se mira, realmente divinas. Y hube de creerlas por la sencillez de su dicción, por la naturalidad de los que hablan, por la fácil comprensión de la creación del universo, por la previsión de lo futuro, por la excelencia de los preceptos y por la unicidad de mando en el universo. Y enseñada mi alma por Dios mismo, comprendí que la doctrina helénica me llevaba a la condenación; la bárbara, en cambio, me libraba de la esclavitud del mundo y me apartaba de muchos señores y de tiranos infinitos. Ella nos da no lo que no habíamos recibido, sino lo que, una vez recibido, el error nos impedía poseer (Discurso 29: BAC 116.612-613).
    La conversión de Taciano ocurrió, a lo que parece, en Roma. Allí acudió a la escuela de Justino. A pesar de que Justino fue maestro de Taciano, se advierten vivos contrastes entre ambos al comparar sus escritos. Esto se echa de ver, sobre todo, en la manera particular de cada uno de valorar la cultura y la filosofía no cristianas. Porque, mientras Justino trata de encontrar en los escritos de los pensadores griegos al menos ciertos elementos de verdad, Taciano propugna por principio el repudio total de la filosofía griega. En su defensa del cristianismo, Justino dio muestras de gran respeto por la filosofía cristiana. Taciano, en cambio, manifiesta un odio decidido contra todo lo que pertenece a la civilización griega, a su arte, ciencia y lengua. Su temperamento era tan dado a extremos, que, a su juicio, el cristianismo no había procedido aún con suficiente energía a rechazar la educación y la cultura contemporáneas. A su vuelta al Oriente, hacia el año 172, fundó la secta de los encratitas, es decir, de los abstinentes, que pertenece al grupo de los gnósticos cristianos. Esta herejía rechazaba el matrimonio como adulterio, condenaba el uso de carnes en todas sus formas y llegó a sustituir el agua por el vino en la Eucaristía. Por eso a sus secuaces se les llamaba aquarii. No sabemos nada sobre la muerte de Taciano.


    Escritos de Taciano.
    1. El "Discurso contra los griegos."
    Solamente se conservan dos obras, de Taciano, el Discurso contra los griegos y el Diatessaron. Son aún objeto de controversia la fecha de composición del Discurso contra los griegos y la finalidad del mismo. Probablemente lo escribió después de la muerte de Justino y, según parece, fuera de Roma. Sigue en duda si lo compuso antes o después de su apostasía. Algunos sabios opinan que el discurso no es una apología destinada a defender el cristianismo ni a justificar la conversión del autor, sino un discurso inaugural cuyo fin es invitar a los oyentes a frecuentar su escuela. Pero, aun suponiendo que lo hubiera pronunciado en la inauguración de un curso, no cabe duda que desde un principio se le consideró como un discurso destinado al público. Hay que admitir, sin embargo, que el discurso no es tanto una apología del cristianismo como un tratado polémico, vehemente y sin mesura, que rechaza y desprecia toda la cultura griega. La filosofía, la religión y las realizaciones de los griegos son para él necias, engañosas, inmorales y sin ningún valor. Taciano llega incluso a decir que todo lo que la civilización griega tiene de bueno lo ha tomado de los bárbaros. Pero las más de las veces no vale nada o incita a la inmoralidad; así, por ejemplo, su poesía, filosofía y retórica.
    La parte principal de la obra comprende cuatro secciones:
    I. La primera sección (c.4,3-7,6) contiene una cosmología cristiana.
    1. El autor define primero el concepto cristiano de Dios (c.4,3-5).
    2. Trata luego de la relación entre el Logos y el Padre, la formación de la materia y la creación del mundo (c.5).
    3. Sigue una descripción de la creación del hombre, de la resurrección y del juicio universal (c.6-7,1).
    4. Taciano termina esta sección (c.7,2-8) tratando de la creación de los ángeles, de la libertad de la voluntad, de la caída de los ángeles, del pecado de Adán y Eva, de los ángeles malos y de los demonios. Este último tema lleva a la sección siguiente.
    II. La sección segunda es una demonología cristiana (c.8-20).
    1. La astrología es invención de los demonios. El ser humano abusó de la libertad de su albedrío, convirtiéndose en esclavo del demonio. Pero existe una posibilidad de librarse de esta esclavitud renunciando totalmente a las cosas mundanas (c.8-11).
    2. Para adquirir la fuerza necesaria para esta renuncia y escapar así al poder de los demonios, debemos unir nuestra alma con el pneuma, el espíritu celestial. En un principio este pneuma vivía en el interior del ser humano, pero fue expulsado por el pecado, que es obra de los demonios (c.12-15,1)
    3. Los demonios son imágenes de la materia y de la iniquidad; son incapaces de hacer penitencia. Los seres humanos, en cambio, son imágenes de Dios y pueden conseguir la inmortalidad mediante la propia mortificación (c.15. 2-16,6).
    4. La persona humana no debe tenerle miedo a la muerte, pues debe rechazar toda materia si quiere alcanzar la inmortalidad (c.16, 7,20).
    III. La civilización griega a la luz de la actitud cristiana ante la vida forma el contenido de la sección tercera (c.21-30).
    1. La necedad de toda teología griega forma violento contraste con la sublimidad del misterio de la encamación (c.21).
    2. Los teatros griegos son escuelas de vicio. La arena se asemeja a un matadero. La danza, la música y la poesía son pecaminosas y de ningún valor (c.22-24).
    3. La filosofía y el derecho griegos son contradictorios y engañosos (c.25-28).
    4. La religión cristiana brilla con resplandor más vivo sobre este fondo oscuro de la civilización griega (c.29-30).
    IV. Edad y valor moral del cristiano (c.31-41).
    1. La religión cristiana es más antigua que todas las demás, porque Moisés vivió antes que Homero, mucho antes que los legisladores de Grecia e incluso antes que los siete sabios (c.31,1-6,36-41).
    2. La filosofía cristiana y la conducta de los cristianos están libres de toda envidia y mala voluntad, y, por lo mismo, difieren de la sabiduría de los escritores griegos. Las acusaciones de inmoralidad y canibalismo lanzadas falsamente contra los cristianos revierten sobre sus autores, los adoradores de los dioses griegos, porque tales crímenes son frecuentes y bien conocidos en el culto de los griegos. No se puede manchar la moralidad y pureza de los cristianos con tales calumnias (c.31,7-35).
    Al final, Taciano se ofrece a responder a todas las críticas que se le hagan: "Tales son las cosas, ¡oh helenos!, que para vosotros he compuesto yo, Taciano, que profeso la filosofía bárbara, nacido en tierra de asirios, formado primero en vuestra cultura y luego en las doctrinas que ahora anuncio como predicador. Ahora bien, conociendo ya quién es Dios y su creación, me presento a vosotros dispuesto al examen de mis enseñanzas, advirtiendo que jamás he de renegar de mi conducta según Dios" (c.42: BAC 116,628).

    2. El "Diatessaron."
    La obra más importante de Taciano en su Diatessaron. Es, en realidad, una concordancia de los evangelios. Taciano lo llamó "(sacado) de los cuatro," porque dispone textos tomados de los cuatro evangelios en forma de una historia evangélica continua. Durante mucho tiempo este libro se vino usando en la liturgia de la Iglesia siríaca, hasta que fue reemplazado por los cuatro evangelios canónicos hacia el siglo V. Taciano compuso probablemente el Diatessaron después de su regreso al Oriente. El original se ha perdido y se duda si lo compuso en griego o en siríaco. Hay razones para creer que lo hizo en griego y que más tarde lo tradujo al siríaco. Unos arqueólogos americanos descubrieron recientemente un fragmento del texto griego. Es un fragmento de catorce líneas, hallado en Dura Europos, en Siria, el año 1934, durante las excavaciones realizadas por la John Hopkins University. Es ciertamente anterior al año 254. Un texto griego tan antiguo parece favorecer el origen griego del Diatessaron. Se puede reconstruir todo el texto a base de las traducciones que se conservan. Las hay en árabe, latín y holandés de la Edad Media. Además, entre los años 360 y 370, Efrén Siro compuso un comentario del Diatessaron; aunque se perdió el original siríaco de este comentario, poseemos una traducción armenia del siglo VI. Todas estas versiones hacen pensar que el Diatessaron ejerció notable influjo en el texto evangélico de toda la Iglesia. La traducción latina se hizo en fecha muy temprana y representa el primer intento de evangelio en lengua latina.
    Todos los demás escritos de Taciano se han perdido. Tres de ellos los menciona el mismo autor en su Apología. El capítulo 15 de esta obra da a entender que Taciano había escrito anteriormente un tratado Sobre los animales (περί ζoων). En el capνtulo 16 dice él mismo que en otra ocasión había compuesto un trabajo Sobre los demonios. En el capítulo 14 promete escribir un libro Contra los que han tratado de cosas divinas. Clemente de Alejandría cita (Stromata 3,81-lss) un pasaje del tratado de Taciano Sobre la perfección según los preceptos del Salvador. Rhodon refiere (Eusebio, Hist. eccl. 5,13,8) que su maestro Taciano "había preparado un libro Sobre los problemas, en el que intentó explicar lo que estaba oscuro y oculto en las Escrituras sagradas." Eusebio afirma, además, que Taciano ese atreve a cambiar algunas palabras del Apóstol (Pablo), como corrigiendo su estilo" (Hist. eccl. 4,29,6).
    El retórico Milcíades nació en el Asia Menor. Fue contemporáneo de Taciano y, probablemente, al igual que él, discípulo de Justino. Desgraciadamente, todos sus escritos se han perdido. Tertuliano (Adv. Valent. 5) e Hipólito (Eusebio, Hist. eccl. 5,28,4) atestiguan que defendió el cristianismo contra los paganos y herejes. Según Eusebio (Hist. eccl. 5,17,5), escribió una Apología de la filosofía cristiana dirigida a los "príncipes temporales." Estos "príncipes" eran probablemente Marco Aurelio (161-180) y su colega Lucio Vero (161-169). Sus otras dos obras: Contra los griegos, en dos libros, y Contra los judíos, también en dos libros, eran igualmente de carácter apologético. El tratado que escribió contra los montañistas versaba sobre la cuestión Que un profeta no debería hablar en éxtasis y defendía que los profetas montañistas eran seudoprofetas. Milcíades escribió también otro tratado antiherético contra los gnósticos valentinianos.


    Claudio Apolinar era obispo de Hierápolis, la ciudad de Papías, en tiempo de Marco Aurelio (161-180). Eusebio refiere de él (Hist. eccl. 4,27):
    "De los escritos de Apolinar, muchos en número y larga mente difundidos, han llegado hasta nosotros los siguientes: un discurso al citado emperador (Marco Aurelio), cinco libros Contra los griegos (πρός Έλληνας), dos libros Sobre la verdad (περί αληθείας), dos libros Contra los judíos (πρός Ιουδαίους). y luego los tratados que escribió contra la herejía de los frigios (montañistas), que habían empezado poco antes a propagar sus innovaciones y estaban, como quien dice, empezando a brotar, mientras Montano con sus seudo-profecías estaba dando los primeros pasos en el error.
    No se ha conservado ninguno de los libros que menciona Eusebio. Otro tanto ocurre con otro escrito de Apolinar, no mencionado por Eusebio, pero conocido por el autor del Chronicon Paschale. Su titulo era Sobre la Pascua (περί του πάσχα). Las dos citas que trae el autor del Chronicon dan a entender que Apolinar estaba en contra del uso cuartodecímano de la Pascua.
    Atenágoras fue contemporáneo de Taciano, pero difiere tanto de éste como de Justino. Tenía sobre la filosofía y cultura griegas una opinión mucho más moderada que la de Taciano. Por otro lado, muestra una habilidad mucho mayor que Justino en el lenguaje, en el estilo, en la manera de ordenar el material. Es, a la verdad, el más elocuente de los apologistas cristianos primitivos. Le gusta dar citas de poetas y filósofos y usa expresiones y frases filosóficas. Su estilo y su ritmo revelan al autor que ha seguido cursos de retórica y que trata de imitar a los escritores áticos. No sabemos casi nada de su vida, pues en toda la literatura cristiana antigua sólo se le menciona una vez (METODIO, De resurrectione 1,36,6-37,1). Th. Zahn lo identifica con el Atenágoras a quien, al decir de Focio (Bibl. Cod. 154ss), dedicó su obra Sobre las expresiones difíciles de Platón, el platónico Boetos. En el título de su Súplica en favor de los cristianos se le llama "filósofo cristiano de Atenas." Además de esta obra, compuso el tratado Sobre la resurrección de los muertos.
    Escritos.
    1. Súplica en favor de los cristianos
    La Súplica en favor de los cristianos (πρεσβεία περί των χριστιανών) fue escrita hacia el año 177 y estaba dirigida a los emperadores Marco Aurelio Antonino y Lucio Aurelio Cómodo. Este último era hijo de Marco Aurelio y recibió el título imperial el año 176. La Súplica está redactada en un tono moderado y hay orden en la composición. La introducción (c.1-3) contiene la dedicatoria y expresa su propósito con toda claridad: "Por nuestro discurso habéis de comprender que sufrimos sin causa y contra toda ley y razón, y os suplicamos que también sobre nosotros pongáis alguna atención, para que cese, en fin, el degüello a que nos someten los calumniadores." Luego Atenágoras refuta (c.4-36) las tres acusaciones que hacían los paganos a los cristianos: ateísmo, canibalismo e incesto edipeo.
    1. Los cristianos no son ateos. Aunque no crean en los dioses, creen en Dios. Son monoteístas. Tendencias monoteístas se pueden descubrir incluso en algunos de los poetas y filósofos paganos; sin embargo, nadie pensó jamás en acusarlos de ateísmo, a pesar de que no eran capaces de probar sus ideas con pruebas sólidas. Los cristianos, en cambio, recibieron sobre este punto una revelación de Dios por medio de sus profetas, que estaban inspirados por el Espíritu Santo. Además, pueden probar su fe con argumentos racionales. El concepto cristiano de Dios es mucho más puro y perfecto que el de todos los filósofos. Y esto lo demuestran los cristianos no solamente con palabra, sino con obras: "¿Quiénes (de los filósofos paganos) tienen almas tan purificadas, que en lugar de odiar a sus enemigos los aman, en lugar de maldecir a quien los maldijo primero — cosa naturalísima — los bendigan, y nieguen por los que atenían contra la propia vida?... Entre nosotros, empero, fácil es hallar a gentes sencillas, artesanos y vejezuelas, que si de palabra no son capaces de poner de manifiesto la utilidad de su religión, lo demuestran por las obras" (Súpl. 11). Los cristianos, por lo mismo que son monoteístas, no son politeístas. No tienen, pues, sacrificios como los paganos, y no creen en los dioses. Ni siquiera adoran el mundo, que es una obra de arte superior a cualquier ídolo, sino que adoran a su Creador.
    2. Los cristianos no son culpables de canibalismo. Les está prohibido matar a nadie. Más aún, ni siquiera miran cuando se está perpetrando un asesinato, al paso que los paganos encuentran en ello un placer especial, como lo demuestran los espectáculos de gladiadores. Los cristianos tienen mucho más respeto por la vida humana que los paganos. De aquí que condenen la costumbre de abandonar a los niños recién nacidos. Su fe en la resurrección del cuerpo bastaría para que se abstuvieran de comer carne humana.
    3. La acusación de incesto edipeo es un producto del odio. La historia prueba que la virtud ha sido perseguida siempre por el vicio. Tan lejos están los cristianos de cometer estos crímenes, que ni siquiera permiten un pecado de pensamiento contra la pureza. Las ideas cristianas sobre el matrimonio y la virginidad prueban bien a las claras cuál sea su aprecio de la castidad.
    La Apología concluye (c.37) suplicando que se juzgue con justicia a los cristianos.
    "Inclinad vuestra imperial cabeza a quien ha deshecho todas las acusaciones y demostrado, además, que somos piadosos, modestos y puros en nuestras almas. ¿Quiénes con más justicia merecen alcanzar lo que piden que quienes rogamos por vuestro imperio, para que lo heredéis, como es de estricta justicia, de padre a hijo, y crezca y se acreciente, por la sumisión de todos los hombres? Lo que también redunda en provecho nuestro, a fin de que, llevando una vida tranquila, cumplamos animosamente cuanto nos es mandado."
    2. Sobre la resurrección de los muertos.
    Al final de la Apología (c.36), Atenágoras anuncia un discurso sobre la resurrección. Este escrito se ha conservado bajo el título Sobre la resurrección de los muertos (περι αναστάσεως νεκρών). En un estudio reciente, R. M. Grant ha intentado probar que este tratado no es la obra de Atenágoras, sino un escrito antes del año 310 que pertenece a la literatura origenista. El códice Arethas del año 914 dice expresamente que es obra de Atenágoras y la pone inmediatamente después de la Apología. El tratado sobre la resurrección tiene un carácter marcadamente filosófico y prueba la doctrina de la resurrección con argumentos racionales. Comprende dos partes. La primera (c. l-10) trata de Dios y la resurrección. Demuestra que la sabiduría, omnipotencia y justicia de Dios no son obstáculos para la resurrección de los muertos, sino que se compaginan bien con ella. La segunda parte (c.11-25) trata de la persona humana y la resurrección. La resurrección es necesaria por razón de la naturaleza humana, ante todo porque el ser humano fue creado para la eternidad (c.12-13) y, en segundo lugar, porque está compuesto de alma y cuerpo. Esta unidad, que es destruida por la muerte, debe ser restaurada por la resurrección a fin de que el ser humano pueda vivir para siempre (c.14-17). En tercer lugar, tanto el cuerpo como el alma deben ser premiados, porque ambos están sujetos a la ley moral. Sería injusto que el alma sola hiciera penitencia de las cosas que hizo por instigación del cuerpo, como lo sería también no premiar al cuerpo por las obras buenas realizadas con su cooperación (c.18-23). En cuarto y último lugar, el hombre está destinado a la felicidad, que no se puede alcanzar en esta vida, pero que tiene que darse en la otra (c.24-25).

    Aspectos de la Teología de Atenágoras.
    1. Atenágoras fue el primero que intentó una demostración científica del monoteísmo. Con este fin trata de demostrar por vía especulativa o racional la unidad de Dios, atestiguada por los profetas. Lo hace estudiando las relaciones entre la existencia de Dios y el espacio:
    Pues que el Dios Hacedor de todo este universo sea desde el principio uno solo, consideradlo del modo siguiente, a fin de que tengáis también el razonamiento de nuestra fe. Si hubiera habido desde el principio dos o más dioses, hubieran ciertamente tenido que estar o los dos en uno solo y mismo lugar o cada uno aparte en su lugar. Ahora bien, es imposible que estuvieran en uno solo y mismo lugar; porque no serían, por dioses, iguales, sino, por increados, desiguales. En efecto, lo creado es semejante a sus modelos; pero lo increado no es semejante a nada, pues no ha sido hecho por nadie ni para nadie... Mas si cada uno de ellos ocupa su propio lugar, estando el que creó el mundo más alto que todas las cosas creadas y por encima de lo que El hizo y ordenó, ¿dónde estará el otro de los dos? Porque si el mundo, que tiene figura esférica perfecta, está limitado por los círculos del cielo, y el Hacedor de este mismo mundo está más alto que todo lo creado, conservándolo todo por su providencia, ¿qué lugar queda para el otro o para los otros dioses? (Súpl. 8: BAC 116,657-658).
    2. Atenágoras es mucho más explícito y menos reservado que Justino al definir la divinidad del Logos y su unidad esencial con el Padre. Evita el subordinacionismo de los otros apologistas griegos, como se desprende del siguiente pasaje:
    Y si por la eminencia de vuestra inteligencia se os ocurre preguntar qué quiere decir "hijo," lo diré brevemente: El Hijo es el primer brote del Padre, no como hecho, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí mismo al Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios, cuando todas las cosas materiales eran naturaleza informe y tierra inerte y estaban mezcladas las más gruesas con las más ligeras para ser sobre ellas idea y operación. Y concuerda con nuestro razonamiento el Espíritu profetice: "El Señor — dice — me crió principio de sus caminos para sus obras" (Súpl. 10: BAC 660-661).
    3. Sobre el Espíritu Santo, Atenágoras afirma:
    Y a la verdad, el mismo Espíritu Santo, que obra en los que hablan proféticamente, decimos que procede del Padre, emanando y volviendo, como un rayo de sol (ibid.).
    4. Uno de los mejores pasajes de la Apología es la definición ingeniosa que da de la Trinidad. Es de una trama y desarrollo realmente sorprendentes para la época antenicena:
    Así, pues, suficientemente queda demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios... ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? (ibid.).
    5. En el mismo capítulo habla de la existencia de los ángeles:
    Decimos existir una muchedumbre de ángeles y ministros, a quienes Dios, Hacedor y Artífice del mundo, por medio del Verbo que de El viene, distribuyó y ordenó para que estuvieran en torno a los elementos y a los cielos y al mundo y lo que en el mundo hay, y cuidaran de su buen orden.
    6. Atenágoras es testigo de importancia para la doctrina de la inspiración:
    Porque los poetas y filósofos, aquí como en los demás, han procedido por conjeturas, movidos, según la simpatía del soplo de Dios, cada uno por su propia alma, a buscar si era posible hallar y comprender la verdad, y sólo lograron entender" no hallar el ser, pues no se dignaron aprender de Dios sobre Dios, sino de sí mismo cada uno. De ahí que cada uno dogmatizó a su modo, no sólo acerca de Dios, sino sobre la materia, las formas y el mundo. Nosotros, en cambio, de lo que entendemos y creemos, tenemos por testigos a los profetas, que, movidos por el Espíritu divino, han hablado acerca de Dios y de las cosas de Dios. Ahora bien, vosotros mismos... diríais que es irracional adherirse a opiniones humanas, abandonando la fe en el Espíritu de Dios, que ha movido como instrumentos suyos, las bocas de los profetas (Súpl. 7: BAC 116,656-657).
    7. Alaba la virginidad como uno de los más hermosos frutos de la moral cristiana:
    Y hasta es fácil hallar a muchos entre nosotros, hombres y mujeres, que han llegado a la vejez célibes, con la esperanza de más íntimo trato con Dios (Sápl. 33: BAC 116,703-704).
    Estas palabras definen muy bien el objetivo de la virginidad cristiana en su aspecto positivo.
    8. Sobre la idea del matrimonio dice lo siguiente en el mismo capítulo:
    Como tendamos, pues, esperanza de la vida eterna, despreciamos las cosas de la presente y aun los placeres del alma, teniendo cada uno de nosotros por mujer la que tomó conforme a las leyes que por nosotros han sido establecidas, y esto con miras a la procreación de hijos. Porque al modo que el labrador, echada la semilla en tierra, espera a la siega y no sigue sembrando; así, para nosotros, la medida del deseo es la procreación de los hijos (BAC 116,703).
    Estas palabras de Atenágoras indican claramente que la procreación es el primero y último fin del matrimonio. Igualmente, en otro lugar, muestra la lucha que el cristianismo primitivo hubo de sostener para defender el derecho a la vida de las criaturas humanas antes de nacer. Cuando los paganos acusaban a los cristianos de cometer crímenes en sus funciones de culto, Atenágoras les replicó de la siguiente forma:
    Nosotros afirmamos que los que intentan el aborto cometen un homicidio y tendrán que dar cuenta a Dios de él; entonces, ¿por qué razón habíamos de matar a nadie? Porque no se puede pensar a la vez que lo que lleva la mujer en el vientre es un ser viviente y objeto, por ende, de la providencia de Dios, y matar luego al que ya ha avanzado en la vida; no exponer lo nacido, por creer que exponer a los hijos equivale a matarlos, y quitar la vida a lo que ha sido ya creado. No, nosotros somos en todo y siempre iguales y acordes con nosotros mismos, pues servimos a la razón y no la violentamos (Súpl. 35: BAC 116,706).
    Es cosa muy digna de notarse que aquí Atenágoras se refiere al feto como a un ser creado, cuando, según el Derecho romano de aquel tiempo, no era un ser en absoluto y no se le reconocía derecho a la existencia.
    9. Atenágoras está tan convencido de la indisolubilidad del matrimonio, que, para él, ni siquiera la muerte puede disolver el vínculo matrimonial. Hasta llega a afirmar que las segundas nupcias son "un adulterio decente":
    O permanecer cual se nació, o no contraer más que un matrimonio, pues el segundo es un decente adulterio... Porque quien se separa de su primera mujer, aun cuando haya muerto, es un adúltero disimulado, transgrediendo la mano de Dios, pues en el principio formó Dios a un solo varón y a una sola mujer (Súpl. 33: BAC 116,704).
    Según Eusebio (Hist. eccl. 4,20), Teófilo fue el sexto obispo de Antioquía de Siria. De sus escritos se deduce claramente que nació cerca del Eufrates, de familia paparía, y que recibió educación helenística. Se convirtió al cristianismo siendo de edad madura, tras larcas reflexiones y después de un estudio concienzudo de las Escrituras. Relata su conversión de esta manera:
    No seas, pues, incrédulo, sino cree. Porque tampoco yo en otro tiempo creía que ello hubiera de ser; mas ahora, tras haberlo bien considerado, lo creo, y porque juntamente leí las sagradas Escrituras de los santos profetas, quienes, inspirados por el Espíritu de Dios, predijeron lo pasado tal como pasó, lo presente tal como sucede y lo por venir tal como se cumplirá. Teniendo, pues, la prueba de las cosas sucedidas después de haber sido predichas, no soy incrédulo, sino que creo y obedezco a Dios (I 14: BAC 116,781).
    Escritos.
    1. De sus obras se han conservado únicamente los tres libros Ad Autolycum. Debió de componerlos poco después del año 180, porque el libro tercero da una cronología de la historia del mundo que llega hasta la muerte de Marco Aurelio (17 de marzo de 180). El autor defiende el cristianismo contra las objeciones de su amigo Autólico. En el primer libro habla de la esencia de Dios, a quien sólo pueden ver los ojos del alma:
    Dios, en efecto, es visto por quienes son capaces de mirarle, si tienen abiertos los ojos del alma. Porque, sí. todos tienen ojos; pero hay quienes los tienen obscurecidos y no ven la luz del sol. A sí mismos y a sus ojos deben echar los ciegos la culpa... Como un espejo brillante, así de pura debe tener su alma el hombre. Apenas el orín toma al espejo, ya no puede verse en él la cara del hombre; así también, apenas el pecado está en el hombre, ya no puede éste contemplar a Dios (1,2: BAC 116.769).
    El primer libro trata, además, de las contradicciones internas de la idolatría y de la diferencia que hay entre el honor tributado al emperador y la adoración debida a Dios:
    Por ello, más bien honraría yo al emperador, si bien no adorándole, sino rogando por él. Adorar, sólo adoro al Dios real y verdaderamente Dios, pues sé que el emperador ha sido creado por El (1,11: BAC 116,778).
    Al final del libro, Teófilo trata del sentido e importancia del nombre cristiano, objeto de burla por parte de su adversario. Tras una explicación sobre la fe en la resurrección, termina con estas palabras:
    Pues me replicaste, ¡oh amigo!: "Muéstrame tu Dios"; éste es mi Dios y te aconsejo que le temas y creas (1,14: BAC 116,782).
    El segundo libro opone las enseñanzas de los profetas, inspirados por el Espíritu Santo, a la necedad de la religión pagana y a las doctrinas contradictorias de los poetas griegos, como Hornero y Hesíodo, en lo que atañe a Dios y al origen del mundo. El relato del Génesis sobre la creación del mundo y del hombre, el paraíso y la caída, lo analiza con detalle y lo interpreta alegóricamente. Al final, el autor cita algunas instrucciones de los profetas sobre la manera recta de honrar a Dios y encauzar la vida. Es interesante advertir que, entre estas instrucciones, Teófilo no duda en aducir también la autoridad de la Sibila. De esta manera nos ha conservado dos largos fragmentos de sus oráculos, que no se hallan en ningún otro manuscrito de los Oracula Sibyllina. Estos dos fragmentos constan de ochenta y cuatro versos, y ensalzan en términos sublimes la fe en un solo Dios.
    El libro III demuestra la superioridad del cristianismo desde el punto de vista moral. Refuta las calumnias de los paganos y las acusaciones de inmoralidad hechas contra los cristianos. Prueba, por otra parte, la inmoralidad de la religión pagana fundándose en la maldad que atribuyen a los dioses los escritores paganos. Finalmente, para demostrar que la doctrina cristiana es más antigua que todas las demás religiones, Teófilo echa mano de una cronología del mundo y prueba que Moisés y los profetas son más antiguos que todos los filósofos.
    2. Escritos perdidos. Aparte los tres libros Ad Autolycum, Teófilo compuso, según Eusebio (Hist. eccl. 4,24), un tratado Contra la herejía de Hermógenes, una obra Contra Marción y "algunos escritos catequéticos." Jerónimo (De vir. ill. 25) menciona, además de los tratados catequéticos, dos obras más de Teófilo, los Comentarios al Evangelio y Sobre los Proverbios de Salomón. En otro lugar (Ep. 121,6,15) habla Jerónimo de una concordancia evangélica. Teófilo mismo se refiere a veces a una obra περί Ιστορίων que compuso antes de escribir su Catado Ad Autolycum. De sus palabras se desprende que era una historia de la humanidad, pues dice (2,30):
    "A los que quieran conocer todas las demás generaciones, fácil es mostrárselas por las santas Escrituras. Porque, como arriba hemos indicado, en parte ya hemos tratado nosotros de ello, de la formación de las genealogías, en otra obra, en el libro primero Sobre las historias."
    A excepción de los tres libros Ad Autolycum, todos sus escritos se han perdido. Ha habido algunos intentos de reconstruirlos, pero hasta ahora han fracasado. Zahn creyó haber descubierto el Comentario a los evangelios en un comentario latino de los cuatro evangelios publicado por M. de la Bigne bajo el nombre de Teófilo en la Bibliotheca SS. Patrum (París 1575) 5,169-192. Pero se ha averiguado que este comentario no es más que una compilación de Cipriano, Ambrosio, del Pseudo-Arnobio el Joven y Agustín, compuesta hacia fines del siglo V. Igualmente fracasó Loofs cuando intentó probar que el tratado de Teófilo Contra Marción podía reconstruirse en parte a base del Adversus haereses de Ireneo. Aunque Teófilo diga de sí mismo "que no estaba formado en el arte de hablar," muestra conocer bien la retórica. Escribe, es verdad, de una manera fácil y graciosa, llena de vida y de vigor; pero también está familiarizado con los artificios de la retórica, como la antítesis y la anáfora. Hace particularmente atractiva su obra la abundancia de acertadas metáforas. Se muestra muy versado en literatura y filosofía contemporáneas, lo que significa que tuvo una educación muy completa y poseía vastos conocimientos. Aunque, en conjunto, dependa de las mismas fuentes que los demás apologistas griegos, recurre a los escritos del Nuevo Testamento mucho más que ellos. A su juicio, los evangelistas estuvieron menos inspirados que los profetas del Antiguo Testamento: "Además, se ve que están de acuerdo los profetas y los evangelistas, pues todos, portadores de espíritu, hablaron por el solo Espíritu de Dios" (3,12). Para él, los evangelios son la "palabra santa," e introduce constantemente las epístolas de San Pablo con estas palabras: "La divina palabra nos enseña, διδάσκει ημάς ό θειος λόγος” (3,14).
    A San Juan le nombra explícitamente entre los hombres portadores del Espíritu: "De ahí que nos enseñan las santas Escrituras y todos los inspirados por el Espíritu, de entre los cuales Juan dice: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios" (2,22). Teófilo es, pues, el primer escritor que enseña claramente la inspiración del Nuevo Testamento.
    Aspectos de la Teología de Teófilo.
    1. Teófilo es asimismo el primero que usó la palabra Τριας (trinitas) para expresar la unión de las tres divinas personas en Dios. En los tres primeros días que preceden a la creación del sol y de la luna, ve imágenes de la Trinidad:
    Los tres días que preceden a la creación de los luminares son símbolo de la Trinidad, de Dios, de su Verbo y de su Sabiduría (2,15).
    2. Teófilo es el primer autor cristiano que distingue entre el Logos ένδιάθετος y el Logos προφορικός, el Verbo interno o inmanente en Dios y el Verbo emitido o proferido por Dios. Sobre el origen del Logos declara:
    Teniendo, pues. Dios a su Verbo inmanente en sus propias entrañas, le engendró con su propia sabiduría, emitiéndole antes de todas las cosas. A este Verbo tuvo El por ministro de su creación y por su medio hizo todas las cosas (2,10: BAC 116,796).
    Este Logos habló a Adán en el Paraíso:
    Dios, sí, el Padre del universo, es inmenso y no se halla limitado a un lugar, pues no hay lugar de su descanso; mas su Verbo, por el que hizo todas las cosas, como potencia y sabiduría suya que es. tomando la figura del Padre y Señor del universo, ése fue el que se presentó en el jardín en figura de Dios y conversaba con Adán. Y, en efecto, la misma divina Escritura nos enseña que Adán dijo haber oído su voz. Y esa voz, ¿qué otra cosa es sino el Verbo de Dios, que es también hijo suyo? Hijo, no al modo que poetas y mitógrafos dicen que nacen hijos de los dioses por unión carnal, sino como la verdad explica que el Verbo de Dios está siempre inmanente en el corazón de Dios. Porque antes de crear nada, a éste tenía por consejero, como mente y pensamiento suyo que era. Y cuando Dios quiso hacer cuanto había deliberado, engendró a este Verbo proferido (προφορικόν) como primogénito de toda creación, no vaciándose de su Verbo, sino engendrando al Verbo y conversando siempre con él (2,22: BAC 116,813).
    3. Como Justino (Dial. 5) e Ireneo (Adv. haer. 4,4,3), Teófilo considera la inmortalidad del alma no como algo inherente a su naturaleza, sino como recompensa a la observancia de los mandamientos de Dios. El alma humana de suyo no es ni mortal ni inmortal, pero es capaz de mortalidad e inmortalidad:
    ¿No fue el hombre creado mortal por naturaleza? De ninguna manera. ¿Luego fue creado inmortal? Tampoco decimos eso. Pero se nos dirá: ¿Luego no fue nada? Tampoco decimos eso. Lo que afirmamos, pues, es que naturaleza no fue hecho ni mortal ni inmortal. Porque, si desde el principio le hubiera creado inmortal, le hubiera hecho dios; y, a la vez, si le hubiera creado mortal, hubiera parecido ser Dios la causa de su muerte, negó no le hizo ni mortal ni inmortal, sino, como anteriormente dijimos, capaz de lo uno y de lo otro. Y así, la persona humana se inclinaba a la inmortalidad, guardando mandamiento de Dios, recibiría de Dios como galardón la inmortalidad y llegaría a ser dios; mas si se volvía a las cosas de la muerte, desobedeciendo a Dios, él sería para sí mismo la causa de su muerte. Porque Dios hizo al ser humano libre y señor de sus actos (2,27: BAC 116,818).
    Melitón, obispo de Sardes, en Lidia, es una de las figuras más venerables del siglo II. En su carta al papa Víctor (189-199), Polícrates de Efeso le nombra entre los "grandes luminares" del Asia que gozan ya del descanso eterno. Le llama "Melitón, el eunuco (célibe), que vivió enteramente en el Espíritu Santo, que yace en Sardes, aguardando la visita del cielo cuando resucite de entre los muertos" (Eusebio, Hist. eccl. 5,24,5). Poco más sabemos de su vida. Melitón escribió mucho sobre los temas más variados, en el transcurso de la segunda mitad del siglo II.
    1. Hacia el año 170 dirigió una apología en favor de los cristianos al emperador Marco Aurelio. Subsisten tan sólo unos pocos fragmentos conservados por Eusebio y en el Chronicon Paschale. Entre estos fragmentos se encuentran unas frases que son importantes para conocer cómo enfocaba Melitón la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Es el primero en abogar en favor de la solidaridad del cristianismo con el Imperio. El imperio universal y la religión cristiana son hermanos de leche; forman, si vale la frase, como una pareja. Además, la religión cristiana representa para el Imperio una bendición y prosperidad.
    En efecto, nuestra filosofía floreció primeramente entre los bárbaros y se extendió entre tus gentes bajo el glorioso imperio de tu antecesor Augusto y se ha convertido en una cosa de buen agüero. Porque desde entonces el poder de Roma ha aumentado en extensión y en esplendor. Tú eres ahora su sucesor deseado y seguirás siéndolo junto con tu hijo, si defiendes la filosofía que creció con el Imperio y empezó con Augusto. Tus antepasados la honraron también junto a las demás religiones. La prueba más convincente de su bondad es que el florecimiento de nuestra doctrina ha coincidido con el feliz principio del Imperio y que a partir del reinado de Augusto no ha ocurrido nada malo, antes bien todo ha sido brillante y glorioso de acuerdo con las oraciones de todos (Eusebio, Hist. eccl. 4,26,7-8).
    2. De esta Apología, como de todas sus demás obras, no teníamos hasta hace poco sino pequeños fragmentos, o tan sólo el título, conservados por Eusebio (Hist. eccl. 4,26,2) y por Atanasio el Sinaíta (Viae dux 12,13). Por eso mismo cobra mayor interés un hallazgo reciente. Campbell Bonner descubrió y publicó una Homilía sobre la Pasión de Melitón casi completa. Aunque Eusebio no la mencione en su catálogo, se conocía el título de esta homilía, citado por Anastasio el Sinaíta en el siglo VII. Existían fragmentos sin identificar en siríaco, copto y griego. La Homilía ocupa la última parte de un manuscrito en papiro del siglo IV, que contiene los últimos capítulos de Enoc. Ocho hojas de este códice pertenecen a la colección Mr. A Chester Beatty y del British Museum, y seis a la Universidad de Michigán. Como lo indica el mismo título το πάθο, el sermσn recientemente descubierto trata de la pasión del Señor. Las primeras palabras hacen pensar en un sermón pronunciado en la misa después de una lectura del Antiguo Testamento. El asunto de esta homilía encaja tan perfectamente en la Semana Santa, que Bonner la llama "sermón de Viernes Santo." Como Melitón seguía la práctica cuartodecimana, para él ese día era la fiesta pascual. La homilía parafrasea la historia del Éxodo y especialmente la institución de la Pascua hebrea, presentándolos como tipo de la obra redentora de Cristo. A ambos los llama μυστήρια en el sentido de acciones que tienen un efecto sobrenatural que trasciende su marco histórico. El Éxodo y la Pascua fueron el tipo de lo que sucedió después en la muerte y resurrección de Jesús. La pasión y muerte de Jesús garantizan a los cristianos la emancipación del pecado y de la muerte, exactamente como el cordero pascual inmolado aseguró la huida de los hebreos. Los cristianos, lo mismo que los hebreos, han recibido un sello en señal de su liberación. Pero los judíos, como lo anunciaban las profecías, rechazaron al Señor y lo mataron, y, aunque su muerte estaba predicha, su responsabilidad fue voluntariamente aceptada. Ellos están perdidos, pero los fieles a los que Cristo predicó en los infiernos, al igual que los que están sobre la tierra, participan del triunfo de la resurrección.
    El lenguaje de este sermón revela una predilección por las palabras raras y por los artificios estilísticos. El estilo es artificiales y afectado en extremo, abundando las anáforas y las antítesis. Se explica que Tertuliano, hablando de Melitón, dijera: elegans et declamatorium ingenium (JERÓNIMO, De vir. ill. 24).
    P. Nautin no admite, con C. Bonner, la autenticidad de esta homilía. Le asigna un origen más reciente. Sin embargo, la ausencia total de un vocabulario propiamente filosófico en la discusión de las cuestiones cristológicas es impresionante y hace poco probable una composición tardía. E. Peterson ha demostrado que este texto ha sido utilizado en el Adversus iudaeos, escrito del siglo III, probablemente, y atribuido sin fundamento a San Cipriano.

    1. Cristología.
    a) El concepto de la divinidad y de la preexistencia de Cristo domina toda la teología de Melitón. Le llama θεός, λόγος, πατήρ, Υιός, ό πρωτότοκος του Θεού, δεσπότης, ό βασιλευς Ισραήλ, υμών βασιλεύς. El tνtulo de "Padre" aplicado a Cristo es inusitado. Aparece en un importante pasaje donde se describen las diversas funciones de Cristo:
    Porque, nacido como Hijo, conducido como cordero, sacrificado como una oveja, enterrado como un hombre, resucitó de los muertos como Dios, siendo por naturaleza Dios y hombre. El es todo: por cuanto juzga, es Ley; en cuanto enseña, Verbo; en cuanto salva, Gracia; en cuanto que engendra, Padre; en cuanto que es engendrado, Hijo; en cuanto que sufre, oveja sacrificial; en cuanto que es sepultado, Hombre; en cuanto que resucita, Dios. Este es Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos (8-10).
    Esta completa identificación de Cristo con la misma Divinidad podría interpretarse a favor del modalismo monarquiano de un período posterior. De ser éste el caso, se explicaría mejor el olvido y la desaparición ulterior de las obras de Melitón.
    b) Por otro lado, Melitón no puede ser más claro cuando habla de la Encarnación:
    Este es el que se hizo carne en una virgen, cuyos (huesos) no fueron quebrados sobre el madero, quien en la tumba no se convirtió en polvo, quien resucitó de entre los muertos y levantó al hombre desde las profundidades de la tumba hasta las alturas de los cielos. Este es el cordero que fue inmolado, éste es el cordero que permanecía mudo, éste es el que nació de María, la blanca oveja (70-71).
    El autor llama asimismo a Cristo Υιον Θεου [σαρκωθέντα] δια παρθένου Μαρίας (66).
    c) Se afirma la preexistencia de Cristo en forma de alabanzas himnológicas; por ejemplo, en el siguiente pasaje:
    Este es el primogénito de Dios
    que fue engendrado antes que el lucero matutino,
    que hizo levantarse a la luz,
    que hizo brillar al día,
    que separó las tinieblas,
    que puso la primera base,
    que suspendió la tierra en su lugar,
    que secó los abismos,
    que extendió el firmamento,
    que puso orden en el mundo (82).
    d) La misión de Cristo fue rescatar al ser humano del pecado (54.103), de la muerte (102.103) y del diablo (67.68.102).
    e) La descripción que Melitón hace del descenso de Cristo al Hades da pie para suponer que quizá incluyó en su sermón parte de un antiguo himno litúrgico:
    Y El resucitó de entre los muertos y os gritó: "¿Quién es el que lucha contra mí? Que se presente delante d mí. Yo di libertad a los condenados e hice revivir a los muertos, yo suscité a los que estaban enterrados. ¿Quién es el que levanta su voz contra mí? Yo — sigue diciendo — soy el Cristo, yo soy el que destruí la muerte y triunfé sobre mis enemigos, y aplasté al Hades, y até al fuerte, y conduje al hombre hasta las alturas de los cielos; Yo — dice — el Cristo (101-102).
    2. Doctrina del pecado original.
    Melitón la expresa claramente:
    El pecado imprime su sello en cada alma y a todas por igual las destina a la muerte. Deben morir. Toda carne cayó bajo el poder del pecado, todos bajo el poder de la muerte (54-55).
    3. La Iglesia.
    A la Iglesia la llama "el depósito de la verdad," άποδοχεϊον (40).
    Además de la Apología y del sermón recientemente descubierto, Melitón fue autor de los siguientes escritos:
    1. Dos libros Sobre la Pascua, en los que defiende el llamado uso cuartodecimano (compuestos hacia el 166-167).
    2. Un tratado Sobre la vida cristiana y los profetas, de probable carácter antimontanista.
    3. Sobre la Iglesia.
    4. Sobre el día del Señor.
    5. Sobre la fe del hombre.
    6. De la creación.
    7. Sobre la obediencia de la fe.
    8. De los sentidos.
    9. Sobre el alma y el cuerpo.
    10. De la hospitalidad.
    11. Sobre el bautismo.
    12. Sobre la verdad.
    13. De la fe y el nacimiento de Cristo.
    14. De la profecía.
    15. La Llave.
    16. Sobre el Diablo.
    17. Sobre el Apocalipsis de San Juan.
    18. Del Dios encarnado.
    19.Seis libros de Extractos de la Ley y de los profetas sobre nuestro Salvador y de toda nuestra fe. El prefacio de esta obra nos lo ha conservado Eusebio (Hist. eccl. 4,26,13-14). Contiene la lista más antigua de las Escrituras canónicas del Antiguo Testamento.
    20. Sobre la encarnación de Cristo.
    Por todos estos títulos de obras desaparecidas se echa de ver que Melitón trató con espíritu amplio muchas cuestiones prácticas y teológicas de su tiempo. O. Perler atribuye también a Melitón un himno para la Noche Pascual, encontrado recientemente en el Papiro Bodmer XII.
    Escritos no auténticos.
    1. Un manuscrito siríaco del British Museum (Add. 14658) contiene una apología bajo el nombre de Melitón, que, sin embargo, no es suya. El texto muestra que su autor conocía bien las apologías de Arístides y de Justino. Parece que se trata de un escrito siriaco, no de una traducción del griego. Probablemente fue compuesta durante el reinado de Caracalla.
    2. Existe también otro escrito, en una versión latina del siglo V, que fue falsamente atribuido a Melitón. Su título es De transitu, Beatae Virginis Mariae (ή κοίμηση της Θεοτόκου).
    Hay indicios de que esta narración apócrifa de la muerte y asunción de la Virgen no es anterior al siglo IV. Es la contrapartida de los evangelios de la infancia. El texto se ha conservado en varias revisiones griegas y en cierto número de traducciones. En el curso de los últimos años, este apócrifo ha sido objeto de estudio preferente y ha sido utilizado por la literatura provocada por la definición solemne del dogma de la Asunción por el papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950.
    3. Otra obra no auténtica es la Clavis Scripturae, glosario bíblico, compilado a base de las obras de Agustín, Gregorio Magno y de otros escritores latinos. Fue editado por el cardenal Pitra en los Analecta Sacra, vol.2 (1884).
    La Epístola a Diogneto es una apología del cristianismo compuesta en forma de carta dirigida a Diogneto, eminente personalidad pagana. No se sabe nada más ni del autor ni del destinatario. H. Lietzmann cree que Diogneto podría ser el tutor de Marco Aurelio. La fecha de composición está todavía sujeta a conjeturas. El contenido de la carta ofrece muchos puntos comunes con los escritos de Arístides. No parece, sin embargo, que haya dependencia directa. El autor usó también las obras de San Ireneo. Por otra parte, el capítulo 7,1 al 5 recuerda mucho al Philosophumena 10,33 de Hipólito, y capítulos 11 y 12 no son más que una reproducción de la conclusión de esta obra. Por eso N. Bonwetsch y R. H. Connolly creyeron que el autor de la epístola fue Hipólito. De ser esta suposición verdadera, la carta sería de principios del siglo III. En favor de esta fecha está también la observación que hace el autor en su obra de que el cristianismo se halla ya extendido por todo el mundo.
    Recientemente se ha lanzado una nueva hipótesis sobre el autor de esta epístola. O. Andriessen cree que fue Cuadrato quien la compuso y que la carta no es más que la apología perdida de este autor. Bien es verdad que en la Epístola a Diogneto no se encuentra la única frase de la apología de Cuadrato citada por Eusebio (Hist. eccl. 4,3,2), pero entre los versos 6 y 7 del capítulo 7 existe una laguna, en la cual el fragmentó en cuestión encajaría perfectamente. Por otra parte, lo que sabemos de Cuadrato por Eusebio, Jerónimo, Focio, por el martirologio de Beda y por la carta apócrifa de Santiago dirigida a él, concuerda con el contenido de la Epístola a Diogneto. La impresión que acerca del autor se saca de la lectura de la epístola coincide con lo que sabemos del apologista Cuadrato por la tradición, o sea: que fue discípulo de los Apóstoles, que escribió en estilo clásico y que no solamente luchó contra el paganismo, sino también contra el judaísmo. Sabemos, además, por Eusebio que Cuadrato dirigió su apología a Adriano, y los datos que nos proporciona la obra sobre su destinatario, Diogneto, convendrían perfectamente a este emperador. Finalmente, si suponemos que Cuadrato es el autor de la Epístola a Diogneto, la cuestión de la autenticidad de los dos últimos capítulos (11-12), que forman como el epílogo, hay que plantearla de muy diferente manera. El autor de este epílogo se llama a sí mismo discípulo de los Apóstoles y maestro de los paganos. P. Andriessen es del parecer de que no hay otro autor eclesiástico a quien esto pueda aplicársele mejor. Sin embargo, queda en pie la cuestión de la diferencia de estilo entre el cuerpo de la epístola y los dos últimos capítulos. H. I. Marrou cree que el autor verdadero de la Epístola a Diogneto es Panteno de Alejandría.
    Por desgracia, no queda ni un solo manuscrito de la carta. El único que había fue destruido durante la guerra franco-prusiana en el incendio de la biblioteca de Estrasburgo. Este manuscrito, que era del siglo XIII o XIV. había pertenecido antes a la biblioteca del monasterio alsaciano de Maursmuenster. La epístola se encontraba entre las obras de Justino Mártir. Todas las ediciones se basan en este manuscrito.
    La epístola fue escrita a reherimientos de Diogneto, que pedía a su amigo cristiano le informara acerca de su religión. Las preguntas de Diogneto pueden deducirse de la introducción de la carta:
    Pues veo, excelentísimo Diogneto, tu extraordinario interés por conocer la religión de los cristianos y que muy puntual y cuidadosamente has preguntado sobre ella: primero, qué Dios es ese en que confían y qué género de culto le tributan para que así desdeñen todos ellos el mundo y desprecien la muerte, sin que, por una parte, crean en los dioses que los griegos tienen por tales y, por otra, no observen tampoco la superstición de los judíos; y luego, qué amor es ese que se tienen unos a otros; y por qué, finalmente, apareció justamente ahora y no antes en el mundo esta nueva raza, o nuevo género de vida (BAC 65,845).
    Luego el autor (c.2,4) pinta en términos brillantes la superioridad del cristianismo sobre la necia idolatría de los paganos y sobre el formalismo externo del culto de los judíos. En esta crítica de las religiones judía y pagana emplea argumentos que se hallan ya en los escritos de los apologistas griegos. Lo mejor de la carta es la descripción que hace el autor de la vida sobrenatural de los cristianos (c.5-6):
    Los cristianos, en electo, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. A la verdad, esta doctrina no ha sido por ellos inventada gracias al talento y especulación de hombres curiosos, ni profesan, como otros hacen, una enseñanza humana; sino que, habitando ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que a cada uno le cupo, y adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente. Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña. Se casan como todos; como todos, engendran lujos, pero no exponen los que nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes. A todos aman y de todos son perseguidos. Se los desconoce y se los condena. Se los mata y en ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados. Se los maldice y se los declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se les injuria y ellos dan honra. Hacen bien y se los castiga como malhechores; castigados de muerte, se alegran como si se les diera la vida. Por los judíos se los combate como a extranjeros; por los griegos son perseguidos, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben decir el motivo de su odio.
    (6) Mas, para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y cristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; así los cristianos son conocidos como quienes viven en el mundo, pero su religión sigue siendo invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido agravio alguno de ella, porque no le deja gozar de los placeres; a los cristianos les aborrece el mundo, sin haber recibido agravio de ellos, porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la aborrecen, y los cristianos aman también a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero ella es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos están detenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; así los cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos. El alma, maltratada en comidas y bebidas, se mejora; lo mismo los cristianos, castigados de muerte cada día, se multiplican más y más. Tal el puesto que Dios les señaló y no les es lícito desertar de él (BAC 65,850-852).
    Los capítulos 7 y 8 contienen una breve instrucción sobre el origen divino de la fe cristiana, que fue revelada por el Hijo de Dios con el propósito de manifestar la esencia de Dios. El Reino tardó tanto en aparecer sobre la tierra, porque Dios quiso mostrar a la humanidad su impotencia y la necesidad que tenía de la redención (c.9). A modo de conclusión, el autor exhorta a Diogneto a aceptar la doctrina cristiana (c.10). Esta epístola merece que se la coloque entre las obras más brillantes y hermosas de la literatura cristiana griega. El autor es un maestro en retórica; el ritmo de sus frases está lleno de encanto y graciosamente balanceado; su estilo es limpio. El contenido revela a un hombre de fe ardiente y vastos conocimientos, un espíritu totalmente imbuido de los principios del cristianismo. Su lenguaje rebosa vitalidad y entusiasmo.
    Debemos mencionar aquí todavía otra obra de carácter apologético: la Sátira sobre los filósofos profanos, Διασυρμός των φιλοσόφων, de un tal Hermias. A lo largo de los diez capítulos de su libro, Hermias trata de probar con sarcasmos la nulidad de la filosofía pagana, mostrando las contradicciones que encierran sus enseñanzas sobre la esencia de Dios, el mundo y el alma. Hasta el presente nada se sabe de la persona del autor. Sería un error imaginarse que se trata de un filósofo de profesión. Sus conocimientos de filosofía no los ha adquirido en un estudio profundo de los antiguos filósofos, sino que los toma de los manuales de filosofía. Su obra es ante todo satírica, no didáctica. No se menciona esta sátira en ninguna parte de la literatura cristiana antigua. Es imposible, por tanto, establecer la fecha de composición, sobre todo no presentando el mismo texto, como no presenta, ningún indicio que pueda ayudar en la empresa. Las opiniones oscilan entre el 200 y el 600; a juzgar, no obstante, por la evidencia interna, parece más probable el siglo III. Quedan dieciséis manuscritos del tratado, pero todos ellos posteriores al siglo XV, a excepción del Codex Patmius 202, que es del siglo X.
    El cristianismo tuvo que defenderse contra dos enemigos exteriores: el judaísmo y el paganismo, y, a la par, contra dos enemigos interiores: el gnosticismo y el montañismo. Aunque estos últimos tenían como punto de partida el cristianismo, eran de carácter totalmente distinto. Mientras los gnósticos eran partidarios de un cristianismo adaptado al mundo, los montanistas predicaban la renuncia total del mismo. Los gnósticos trataban de crear un cristianismo que, ajustándose a la cultura de su tiempo, absorbiera los mitos religiosos del Oriente y atribuyera a la filosofía religiosa de los griegos un papel predominante, de suerte que no quedara más que un espacio reducido para la revelación como fundamento de la ciencia teológica, para la fe y para el evangelio de Cristo. En cambio, los montañistas, que esperaban de un momento a otro la destrucción del mundo, proponían como único ideal cristiano, al que todos los fieles debían aspirar, una vida religiosa en retiro y en total alejamiento del mundo y de sus placeres. Ambas sectas organizaron una propaganda muy eficaz y ganaron adeptos en las comunidades cristianas. La Iglesia, por consiguiente, sufrió una doble crisis. El gnosticismo amenazaba su fundamento espiritual y su carácter religioso: el montañismo ponía en peligro su misión y carácter universales. De estos dos enemigos, el gnosticismo era, con mucho, el más peligroso.
    Los orígenes del gnosticismo hay que buscarlos en los tiempos precristianos. Investigaciones recientes han demostrado que desde que Alejandro Magno inauguró el período helenístico con sus conquistas triunfales en Oriente (334-324 a.C.), se había ido desarrollando esta extraña mezcla de religión oriental y filosofía griega, que llamamos gnosticismo. De las religiones orientales, el gnosticismo heredó su fe en un dualismo absoluto entre Dios y el mundo, entre el alma y el cuerpo; su teoría del origen del bien y del mal de dos principios y substancias fundamentalmente diferentes, y el anhelo de la redención y de la inmortalidad. De la filosofía griega, el gnosticismo recibió su elemento especulativo. Así, las especulaciones sobre los mediadores entre Dios y el mundo las tomó del neoplatonismo; el neopitagorismo le legó esa especie de misticismo naturalista; y aprendió del neoestoicismo el valor del individuo y el sentido del deber moral.
    Simón Mago.
    El último representante del gnosticismo precristiano fue Simón Mago, contemporáneo de los Apóstoles. Cuando el día-cono Felipe se fue a Samaria, Simón Mago era allí muy conocido y tenía muchos secuaces. Los Hechos de los Apóstoles refieren (8,9-24) que le llamaban "el poder de Dios," "el grande." Su nombre aparece junto al de Cerinto, como representante de la herejía gnóstica, en la introducción de la llamada Epístola Apostolorum (cf. supra p.149s). Justino afirma que había nacido en Gitton, Samaria, y que llegó a Roma durante el reinado del emperador Claudio, donde fue venerado como un dios. Hipólito de Roma le atribuye (Phil. 6.7-20) la obra que tiene por título La gran Revelación. Parece que contenía una interpretación alegórica de la narración mosaica de la creación, lo cual hace suponer la influencia de la filosofía religiosa de Alejandría. Es, con todo, muy dudoso que este escrito, del que restan tan sólo poco fragmentos, fuera compuesto por Simón Mago.


    Dositeo y Menandro.
    En la literatura cristiana antigua se mencionan dos samaritanos más como gnósticos. Los dos están relacionados con Simón Mago; Dositeo es su maestro, y Menandro, su discípulo. Al decir de las Pseudoclementinas, Dositeo fue el fundador de una escuela en Samaria. Según cuenta Orígenes, trató de convencer a los samaritanos de que él era el mesías predicho por Moisés. Menandro nació en Caparatea de Samaria, como afirma Justino. Según Ireneo, decía a sus seguidores que había sido enviado por las potencias invisibles como redentor para la salvación de la humanidad. Discípulo de Simón Mago, fue el maestro de Satornil y Basílides. Es, pues, el eslabón entre el gnosticismo precristiano y el gnosticismo cristiano.
    Cuando el cristianismo entró en las grandes ciudades de Oriente, se convirtieron a la nueva religión muchos hombres de esmerada educación. Entre ellos figuraban algunos que habían pertenecido a las sectas gnósticas precristianas. En vez de renunciar a sus antiguas creencias, no hicieron más que añadir las nuevas doctrinas cristianas a sus ideas gnósticas. El gnosticismo cristiano había nacido. El gnosticismo precristiano difiere del gnosticismo cristiano en que la persona de Jesús no figura para nada en sus sistemas. En el gnosticismo cristiano, por el contrarío, la afirmación de un solo Dios, Padre de Jesucristo, el Redentor, es una de las doctrinas fundamentales. Los fundadores de las diferentes sectas gnósticas cristianas trataron de elevar el cristianismo del nivel de la fe al de la ciencia, procurándole de esta manera derecho de ciudadanía en el mundo helenístico.
    La producción literaria del gnosticismo fue enorme, sobre todo en el siglo II. La primera literatura teológica cristiana y la primera poesía cristiana fueron obra de los gnósticos. Gran parte de esta producción literaria es anónima. Forman parte de ese grupo muchos evangelios apócrifos, epístolas y hechos apócrifos de los Apóstoles y apocalipsis apócrifos (cf. supra p.110s). Esta propaganda hizo estragos por el carácter popular de su contenido.
    La literatura gnóstica comprende principalmente tratados teológicos, compuestos por los mismos fundadores de las diferentes sectas y por sus discípulos. Hasta hace poco se creía perdida la mayor parte de esta literatura. En 1945 se descubrió en el Egipto Superior una biblioteca gnóstica de cuarenta y ocho tratados, todos inéditos. Es de esperar que estos textos, cuando se publiquen, proyecten nueva luz sobre la historia y naturaleza del gnosticismo.
    Basílides.
    Basílides fue, según Ireneo (Adv. haer. 1,24,1), un profesor de Alejandría, en Egipto. Vivió durante el tiempo de Adriano y Antonio Pío (120-145). Escribió un evangelio, del que solamente resta un fragmento (cf. supra p.130), y un comentario al mismo, llamado Exegetica, del que subsisten varios fragmentos. Por ejemplo, Hegemonio (Acta Archelai 67,4-11 ed. Benson) cita un pasaje del libro 13 de Exegetica en el que se describe la lucha entre la luz y las tinieblas. Clemente de Alejandría (Stromata 4,12,81,1 al 88,5) copia varios pasajes del libro 23 que tratan del problema del sufrimiento. Estos fragmentos, sin embargo, no permiten formarnos una idea exacta del sistema doctrinal de Basílides. Compuso, además, salmos y odas, de los que no queda nada.
    Ireneo (Adv. haer. 1,24,3-4) da el siguiente sumario de las enseñanzas de Basílides:
    Basílides, a fin de aparentar que ha descubierto algo más sublime y plausible, da un desarrollo inmenso a sus doctrinas. Avanza la teoría de que el Nous fue el primogénito del Padre Ingénito, que de él a su vez nació el Logos, del Logos la Frónesis, de la Frónesis la Sofía y la Dínamis; de la Dínamis y la Sofía, las potestades, los principados y los ángeles, a los cuales llama también los primeros. Por ellos fue hecho el primer cielo. Luego los demás ángeles, formados por emanación de éstos, crearon otro cielo semejante al primero. Del mismo modo, habiendo sido formados aún otros ángeles por emanación de los segundos, antitipos de los que están encima de ellos, hicieron un tercer cielo. Y de este tercer cielo hubo, degradándose, una cuarta generación de descendientes. Y así sucesivamente declaraban que se habían ido formando nuevas series de principados y de ángeles y trescientos sesenta y cinco cielos. De donde el año tiene el misino número de días conforme al número de cielos.
    Los ángeles que ocupan el cielo inferior, a saber, el que es visible a nosotros, formaron todas las cosas que hay en el mundo y se distribuyeron entre si las partes de la tierra y las naciones que hay en ellas. El jefe de todos ellos es aquel que se considera como Dios de los judíos; y porque quiso sujetar a las demás naciones bajo el dominio de su propio pueblo, esto es. el de los judíos, los demás príncipes le resistieron y se le opusieron. Por esta razón, todas las demás naciones se enemistaron con la suya. Pero el Padre ingénito y sin nombre, viendo que iban a ser destruidos, les mandó su propio Nous, primogénito, es el que llaman Cristo, para librar a los que creen en él del poder de los que hicieron el mundo. El se apareció entonces como hombre, sobre la tierra, a las naciones de estas potestades y obró milagros. Por eso no fue él mismo quien sufrió muerte, sino Simón, cierto hombre de Cirene, que fue forzado a llevar la cruz en su lugar. Este último, transfigurado por él de manera que pudiera tomársele por Jesús, fue crucificado por ignorancia y error, mientras Jesús, que se había transformado en Simón y estaba a su lado, se reía de ellos. Porque, siendo como era una potestad incorpórea y el Nous del Padre ingénito, se transfiguraba como le antojaba, y así ascendió a Aquel que le había enviado burlándose de ellos porque no habían podido echarle mano y porque era invisible a todos. Aquellos, pues, que saben estas cosas, han sido librados de los principados que formaron este mundo; de suerte que no tenemos obligación de confesar al que fue crucificado, sino al que vino en forma de hombre y se cree fue crucificado, cuyo nombre era Jesús y fue enviado por el Padre, a fin de que con esta obra pudiera destruir la obra de los hacedores del mundo.
    Del pasaje que sigue después se ve claramente que Basílides dedujo de su cosmología las siguientes conclusiones prácticas:
    1. El conocimiento (gnosis) libra de los principados que hicieron este mundo.
    2. Solamente unos pocos, uno por mil, dos por diez mil, pueden poseer el verdadero conocimiento.
    3. Los misterios deben guardarse en secreto.
    4. El martirio es inútil.
    5. La redención afecta solamente al alma, no al cuerpo, que está sujeto a corrupción.
    6. Todas las acciones, incluso los más horrendos pecados de lujuria, son materia totalmente indiferente.
    7. El cristiano no debería confesar a Cristo crucificado, sino a Jesús, el enviado del Padre. De otra suerte sigue siendo esclavo y bajo el poder de los que formaron su cuerpo.
    8. Hay que despreciar los sacrificios paganos, pero puede hacerse uso de ellos sin escrúpulo alguno, porque no son nada.
    De este resumen de Ireneo resulta evidente que Basílides no profesaba el dualismo, como han pretendido algunos sabios. El fragmento de su Exegetica en los Acta Archelai, que trata de la lucha entre la luz y las tinieblas, no puede aducirse como prueba de su creencia dualista, pues precisamente en él se inicia una refutación del dualismo de Zoroastro entre la luz y las tinieblas como potestades del bien y del mal.
    Isidoro.
    La obra de Basílides la continuó su hijo y discípulo Isidoro, de quien sabemos menos aún que de su padre. Clemente de Alejandría (Strom. 2,113; 6,53; 3,1-3) cita pasajes de tres de sus escritos. Escribió una Explicación del profeta Parchor, donde intentó probar la influencia de los profetas en los filósofos griegos. Compuso, además, una Etica y un tratado sobre El alma adventicia. Este último examinaba las pasiones humanas, que emanan de una segunda parte del alma. El pasaje que Clemente aduce de la Etica da una extraña interpretación de las palabras del Señor sobre el eunuco (Mt. 19,10ss).

    Valentín.
    Contemporáneo de Basílides y de su hijo Isidoro, pero mucho más importante que ellos, es Valentín. Ireneo (Adv. haer. 3, 4,3) escribe de él: "Valentín vino a Roma en tiempo de Higinio (c.155-160). Epifanio (Haer. 31,7-12) es el primero en decirnos que era egipcio de nación, que fue educado en Alejandría y que propagó sus doctrinas en Egipto antes de irse a Roma. Más tarde, añade el mismo autor, abandonó Roma con dirección a Chipre. Clemente de Alejandría incorpora seis fragmentos de sus escritos en su Stromata: dos de ellos están tomados sus cartas, dos de sus homilías, y los dos restantes no de qué escritos provienen. He aquí uno de los pasajes de sus cartas, citado por Clemente (Strom. 2,20,114).
    Hay un solo ser bueno, y su libertad de palabra es su manifestación por el Hijo, y solamente por él puede purificarse el corazón cuando haya sido expulsado de él todo espíritu maligno. Porque la muchedumbre de espíritus que en él habita no permite que sea puro, pues cada uno de ellos realiza sus propias obras, manchándolo a menudo con impurezas increíbles. Sucede con el corazón algo parejo a lo que acaece en una posada; ésta, en efecto, está llena de agujeros y como surcada de una parte a otra, y a menudo llena de inmundicias, y los hombres viven suciamente y no se cuidan del local, por pertenecer a otros. Así es tratado el corazón: mientras nadie se cuida de él, permanece inmundo y es morada de muchos demonios. Pero cuando el único Padre que es bueno lo visita, es santificado y resplandece de luz. El que posee un corazón así es bienaventurado porque verá a Dios.
    Pasajes como éste explican que Valentín tuviera tantos adeptos entre los fieles. Nos hacen comprender lo que Ireneo (Adv. haer. 3,15,2) dice de Valentín y de sus discípulos:
    Con sus palabras engañan a los más simples y los seducen, imitando nuestra manera de hablar, para que vayan a escucharles con frecuencia. Y se quejan de nosotros: "Profesan doctrinas semejantes a las nuestras; no tenemos, pues, motivo para no mantener relaciones con ellos; dicen las mismas cosas que nosotros, tienen la misma doctrina, y, sin embargo, los llamamos herejes."
    Valentín tuvo muchos secuaces, tanto en Oriente como en Occidente; Hipólito habla de dos escuelas, una oriental y otra italiana. Algunos de los nuevos tratados gnósticos descubiertos en Chenoboskion son de origen valentiniano. El Códice Jung contiene más de tres tratados; alguno es seguramente del mismo Valentín (cf. infra p.265s).
    Ptolomeo.
    El miembro más eminente de la escuela italiana de Valentín fue Ptolomeo. Escribió una Carta a Flora, que trata del valor de la Ley mosaica. Divide la Ley en tres partes esenciales. La primera es de origen divino; la segunda viene de Moisés, y la tercera, de los ancianos del pueblo judío. La parte que viene de Dios se divide asimismo en tres secciones. La primera sección contiene la ley pura, sin mancha de mal, o sea los diez mandamientos. Esta es la sección de la ley mosaica que Jesús vino a cumplir y no a suprimir. La segunda sección es la ley corrompida por la injusticia, es decir, la ley del talión, que fue abolida por el Salvador. La tercera es la ley ritual que el Salvador espiritualizó. Esta carta nos ha sido conservada por Epifanio (Haer. 33,3-7). De toda la literatura gnóstica, ésta es la pieza más importante que poseemos.
    Heracleón.
    Según refiere Clemente de Alejandría (Strom. 4,71,1), era el más estimado de los discípulos de Valentín. Pertenece, como Ptolomeo, a la escuela italiana. Compuso un comentario al evangelio de San Juan. Orígenes cita no menos de cuarenta y ocho pasajes de esta obra en su comentario a este mismo evangelio. Clemente de Alejandría aduce dos pasajes de Heracleón sin decir si los toma de este comentario o de otro escrito suyo.
    Florino.
    El presbítero romano Florino era también miembro de la escuela italiana de Valentín. Eusebio es el primero en informarnos que Irenco escribió una carta a Florino Sobre la única soberanía y que Dios no es el autor del mal; parece, pues, que o defendió la opinión contraria. Eusebio (Hist. eccl. 5,20,4) cita un pasaje de esta carta en la que Ireneo habla de Florino:
    Estas opiniones de Florino, para decirlo con moderación, no pertenecen a la sana doctrina. Estas ideas son incompatibles con la Iglesia y arrastran a los que creen en ellas a la mayor de las impiedades. Ni siquiera los herejes que están fuera de la Iglesia osaron nunca defender tales creencias. Estas opiniones no nos las transmitieron los presbíteros, nuestros predecesores, los que acompañaron a los Apóstoles.
    Ireneo le trae luego a la memoria el recuerdo del obispo Policarpo de Esmirna, a quien Florino había conocido personalmente en su juventud.
    Además de esta carta, Ireneo escribió contra Florino una obra Sobre la Ogdoada "cuando éste fue atraído al error valentiniano" (Eusebio, Hist. eccl. 5,20,1). Existe un fragmento siríaco de una carta que Ireneo escribió al papa Víctor. En ella Ireneo le pide al Papa que tome medidas contra los escritos de un presbítero romano, porque estos escritos se han extendido hasta las Galias, poniendo en peligro la fe de los cristianos. El título de este fragmento menciona a Florino como secuaz de las necedades de Valentín y autor de un libro abominable.
    Bardesano.
    De la escuela oriental de Valentín tenemos menos noticias que de la italiana. Uno de sus discípulos orientales más importantes es Bardesano (Bar Daisan). Nació el 11 de julio del año 154, en Edesa. Hijo de familia noble, fue educado por un sacerdote pagano en Mabug (Hierópolis). Tuvo por amigo al rey Abgaro IX de Osroene. Se hizo cristiano cuando contaba veinticinco años. Cuando Caracalla conquistó Edesa el año 216-217, Bardesano huyó a Armenia. Murió el año 222-223, después de su regreso a Siria. Eusebio (Hist. eccl. 4,30), que llama a Bardesano "hombre nobilísimo, versado en la lengua siríaca," nos informa que en un principio había sido miembro de la escuela de Valentín, pero que más tarde condenó esta secta y refutó muchas de sus fábulas. Sin embargo, como dice Eusebio, "no se limpió completamente de la inmundicia de su antigua herejía." La misma fuente nos hace saber que "compuso diálogos contra los marcionitas y contra jefes de otras creencias y los publicó en su propia lengua y escritura, juntamente con otros muchos escritos suyos. Merced a su extraordinaria habilidad dialéctica se granjeó muchos discípulos, que tradujeron sus obras del siríaco al griego. Entre ellas figura un diálogo de gran fuerza Sobre el destino, dirigido a Antonino, y todos los demás libros que escribió a raíz de la persecución de aquel tiempo."
    Todos sus escritos perecieron, excepto el diálogo Sobre el destino o Libro de las leyes de las raíces, que menciona Eusebio y subsiste en su original siríaco. El autor, sin embargo, no es Bardesano, sino su discípulo Felipe, si bien aquél aparece como el personaje principal del diálogo, contestando a las preguntas y dificultades de sus secuaces sobre los caracteres de los hombres y la posición de las estrellas. Si se ha de dar crédito a Efrén, Bardesano fue el creador de la himnodia siríaca, pues compuso ciento cincuenta himnos con el fin de propagar su doctrina. Su éxito fue tan portentoso que, en la segunda mitad del siglo IV, Efrén tuvo que componer himnos para combatir la secta de Bardesano. Algunos eruditos opinan que el magnífico poema Himno del alma, que se encuentra en los Hechos de Tomás (cf. supra p.139), es obra de Bardesano. En contra de esta tesis está el hecho de que en el himno no aparezca ningún vestigio de la gnosis de Bardesano. El árabe Ibn Abi Jakub, en su lista de las ciencias llamada Fihrist, que data de fines del siglo X, atribuye a Bardesano tres escritos más, de los cuales uno trataba de La luz y las tinieblas; el segundo, de La naturaleza espiritual de la verdad, y el tercero, de Lo mutable y lo inmutable.
    Harmonio.
    Harmonio, hijo de Bardesano, continuó la obra de su padre. El primero en hablarnos de él es el historiador Sozomeno, a mediados del siglo V. Según él (Hist. eccl. 3,16), Harmonio "estaba sólidamente impuesto en la cultura griega y fue el primero que compuso versos en su lengua vernácula, entregándolos a los coros. Hasta el presente los sirios cantan frecuentemente, no ya los versos escritos por Harmonio, sino sus melodías. Porque, como Harmonio no estaba totalmente exento de los errores de su padre ni de ciertas opiniones de los filósofos griegos sobre el alma, sobre la generación y la destrucción del cuerpo y sobre la doctrina de la transmigración, introdujo algunas de estas ideas en las canciones líricas que compuso. Cuando Efrén se dio cuenta de que los sirios gustaban del elegante estilo y del ritmo musical de Harmonio, y que por esa razón se iban dejando contaminar por las mismas ideas, aunque él ignoraba la cultura griega, se dedicó al estudio de los metros de Harmonio y, sobre las melodías de sus poemas, compuso otros más conformes con las doctrinas de la Iglesia; tales son los que compuso en forma de himnos sagrados y cantos de alabanza a los santos. Desde entonces los sirios cantan las odas de Efrén sobre las melodías de Harmonio."
    En esta cita, Harmonio pasa a ocupar completamente el lugar de su padre; lo único que Sozomeno, en un pasaje anterior, atribuye a Bardesano es haber fundado la herejía que lleva su nombre. Sin embargo, Efrén no menciona para nada a Harmonio; podemos, pues, deducir que éste no hizo sino continuar la obra de su padre.
    Teodoto.
    Otro miembro de la escuela oriental de Valentín fue Teodoto. Le conocemos por los llamados Excerpta ex scriptis Theodoti, que son un apéndice de los Stromata de Clemente de Alejandría. Ochenta y seis de los Excerpta contienen citas de los escritos de Teodoto, aunque se le mencione solamente en cuatro de ellos. Tratan de los misterios del bautismo, de la eucaristía del pan y del agua, y de la unción, como medios para librarnos de la dominación del poder maligno. Contiene, además, doctrinas típicamente valentinianas sobre el pleroma, sobre las Ogdoadas y sobre las tres clases de hombres.
    Marco.
    Ireneo menciona a un tal Marco, que enseñó en el Asia proconsular como miembro de la escuela oriental de Valentín. De las palabras de Ireneo se infiere que Marco era partidario de las doctrinas de Valentín sobre los eones, que celebraba la eucaristía con medios mágicos y fraudulentos y que seducía a muchas mujeres. Sus discípulos predicaron incluso en las Galías, en la región del Ródano, e Ireneo conoció a alguno de ellos personalmente. En su Adv. haer. 1,20,1, afirma que hacía uso de gran cantidad de escritos apócrifos y espurios que habían compuesto ellos mismos.
    Carpocrates.
    Además de Basílides y Valentín, Alejandría vio nacer al tercer fundador de la secta gnóstica, Carpócrates. Según Ireneo (Adv. haer. 1,25,1), Carpócrates y sus seguidores sostenían "que el mundo y las cosas que hay en él fueron creados por ángeles muy inferiores al Padre ingénito. También afirmaban que Jesús era hijo de José y que era en todo semejante a los demás hombres. Únicamente se diferenciaba en que su alma, gracias a su constancia y pureza, recordaba perfectamente las cosas que había presenciado en la esfera del Dios ingénito. Y por esta razón descendió del Padre sobre esta alma un poder para que pudiera eludir a los creadores del mundo; tras haber pasado por medio de toda clase de acciones y haberse librado de todas ellas, volvió a subir al Padre."
    Esta situación otorgada a Jesús no es en manera alguna única, porque, en forma parecida, "el alma que, igual que la de Cristo, logra despreciar a los principados que crearon el mundo, recibe poderes que le permiten realizar cosas parecidas. Esta idea ha engendrado en ellos (en los discípulos de Carpócrates) un orgullo tal, que algunos dicen ser iguales a Cristo, al paso que otros se declaran aún más poderosos que él y superiores a sus discípulos, como Pedro y Pablo y los demás apóstoles, a quienes no consideran inferiores a Jesús" (1,25,2).
    Los seguidores de Carpócrates practicaron un culto sincretista peculiar: "Tienen también imágenes, algunas de ellas pintadas y otras hechas de diferentes clases de material; sostienen que Pilatos hizo una imagen de Cristo durante el tiempo en que Jesús vivió entre los hombres. A esas imágenes las coronan y las colocan entre las estatuas de los filósofos del mundo; es decir, entre las imágenes de Pitágoras, Platón, Aristóteles, etc. Tienen también otras maneras de venerar estas imágenes, al estilo de los gentiles" (Adv. haer. 1,25,6).
    "Los discípulos de Carpócrates practican asimismo las artes mágicas y de encantamiento, los filtros y pociones de amor. Recurren a los espíritus familiares, a los que envían sueños, y a otras abominaciones, declarando que tienen el poder de mandar incluso sobre los príncipes y los creadores de este mundo, y no solamente sobre ellos, sino también sobre las cosas que hay en él" (Adv. haer. 1,25,3).
    Para poder determinar el tiempo en que floreció Carpócrates conviene tener presente lo que dice Ireneo de Marcelina, una de sus discípulas, que fue a Roma durante el reinado del papa Aniceto (154-165) y allí sedujo a muchos. Esto prueba que Carpócrates fue contemporáneo de Valentín.
    No ha llegado hasta nosotros ninguno de los escritos de Carpócrates; se conservan, en cambio, algunos fragmentos del tratado Sobre la justicia, compuesto por su hijo Epífanes. Epífanes escribió ese libro como un verdadero niño prodigio. Murió a los diecisiete años y fue adorado como Dios en Cefalonia, la isla natal de su madre, Alejandra. Los cefalonios le dedicaron un templo en la ciudad de Same, y sus seguidores celebran su apoteosis con himnos y sacrificios en los novilunios. Los fragmentos de su tratado Sobre la justicia, citados por Clemente de Alejandría (Strom. 3,2,5-9), muestran que Epífanes defendía la comunidad de bienes. Fue tan lejos que incluso llegó a declarar que las mujeres, como cualquier otro bien, eran comunes a todos.
    Marción nació en Sínope, en el Ponto, actualmente Sinob, en la costa del mar Negro. Su padre fue obispo, y su familia pertenecía a la más alta clase social de este importante puerto y ciudad comercial. El mismo hizo una gran fortuna como armador. Fue a Roma hacia el año 140, durante el reinado de Antonino Pío, y al principio se asoció a la comunidad de los fieles. Pero muy pronto sus doctrinas suscitaron viva oposición, hasta el punto que los jefes de la Iglesia le exigieron que diera cuenta de su fe. El resultado fue que en julio del año 144 fue excomulgado. Hay una gran diferencia entre Marción los demás gnósticos. Estos se limitaron a fundar escuelas. Marción, en cambio, después de su separación de la Iglesia de Roma, constituyó su propia Iglesia, con una jerarquía de obispos, presbíteros y diáconos. Las reuniones litúrgicas eran muy semejantes a las de la Iglesia romana. Merced a ello, logró más seguidores que las demás sectas gnósticas. Diez años después de su excomunión, Justino refiere que su Iglesia se había extendido "por toda la humanidad." A mediados del siglo y había aún comunidades marcionitas en Oriente, especialmente en Siria. Algunas de ellas sobrevivían todavía a principios de la Edad Media.
    Como hecho interesante cabe anotar que, antes de ir a Roma, Marción había sido excomulgado ya por su padre. Probablemente, en su ciudad natal de Sínope, halló la misma oposición a sus doctrinas que luego encontró en Roma. Sería, pues, muy interesante conocer algo sobre sus enseñanzas. Desgraciadamente, la única obra que escribió, las Antítesis, en la que exponía su doctrina, se ha perdido. También se ha perdido su carta dirigida a los jefes de la Iglesia romana, en la que daba cuenta de su fe. Ireneo asocia a Marción con el gnóstico sirio Cerdón, que vivió en Roma bajo Higinio (136-140) "y enseño que el Dios proclamado por la Ley y los Profetas no es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, porque aquél es conocido, éste desconocido; el uno es justo, el otro bueno" (Adv. haer. 1,27,1).
    Ireneo afirma que Marción dio nuevo impulso a la escuela de Cerdón en Roma, blasfemando desvergonzadamente del Dios que la Ley y los Profetas han anunciado; afirmando que es un ser maléfico y amigo de guerras, y también inconstante en sus juicios y en contradicción consigo mismo. En cuanto a Jesús, atestigua que vino del Padre, que está por encima del Dios que hizo el mundo, a Palestina, en tiempo del gobernador Poncio Pilalos, procurador de Tiberio César, y se manifestó en forma humana a los habitantes de Judea, para abolir la Ley y los Profetas y todas las obras de este Dios que hizo el mundo, a quien llama también el Cosmocrator (Soberano del mundo). Mutila, además, el evangelio según San Lucas, eliminando todo lo que estaba escrito sobre el nacimiento del Señor y gran parte de la doctrina de los discursos de nuestro Señor, donde está escrito que nuestro Señor reconocía como Padre al Creador de este mundo. Convence a sus discípulos que él es mucho más digno de crédito que los Apóstoles que escribieron el evangelio; siendo así que él pone en sus manos, no el evangelio, sino tan sólo una pequeña parte de él. Lo mismo hace con las epístolas de San Pablo, que también mutila, eliminando todos aquellos pasajes en donde el Apóstol habla claramente del Dios que hizo el mundo, y de cómo El es el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Elimina igualmente todos los escritos proféticos, que el Apóstol cita en sus enseñanzas como profecías de la venida del Señor. Y la salvación, añade, está reservada a las almas iniciadas en su doctrina. Pero el cuerpo, por lo mismo que ha sido tomado de la tierra, no puede participar de la salvación" (Adv. haer. 1,27,2-3).
    En otro pasaje (Adv. haer. 3,3,4) refiere Ireneo que una vez el obispo Policarpo de Esmirna se encontró con Marción, y, al ser preguntado por éste: "¿Me conoces?," Policarpo respondió: "Sí, reconozco en ti al primogénito de Satanás."
    Como todos los demás escritores antiheréticos, Ireneo incluye a Marción entre los gnósticos. A. von Harnack, sin embargo, opina que Marción no fue gnóstico, sino el primer reformador y restaurador cristiano del paulinismo. Harnack tiene razón en el sentido de que Marción no intentó salvar la distancia entre lo infinito y lo finito con la ayuda de toda una serie de eones, como hacían los gnósticos. Tampoco se preocupó de especular sobre la causa del desorden que reina en el mundo visible. También difiere de los gnósticos en cuanto que repudia la interpretación alegórica de las Escrituras. Pero, aparte de eso, la teología de Marción revela la misma mezcla típica de ideas cristianas y paganas que caracteriza el gnosticismo. Su concepto de la divinidad es gnóstico, porque supone una distinción real entre el dios bueno, que vive en el tercer cielo, y el dios justo, que es inferior a él. El mismo carácter gnóstico se encuentra en su cosmología. El segundo dios que creó el mundo y al hombre no es sino el demiurgo, que conocemos por otras sectas gnósticas. Asimismo es gnóstica la opinión de Marción según la cual este segundo dios no creó el mundo de la nada, sino que lo formó de la materia eterna, principio de todo mal. Marción identifica este segundo dios con el Dios los judíos, el Dios de la Ley y de los Profetas. Es justo, tiene pasiones; es iracundo y vengativo; es el autor de todo mal, tanto físico como moral. Por eso es el instigador de las guerras.
    La cristología de Marción refleja la misma tendencia gnóstica. Cristo no es el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento; no nació de la Virgen María, por la sencilla razón de que ni nació ni creció. Ni siquiera en apariencia. En el año decimoquinto del reinado de Tiberio se manifestó de repente en la sinagoga de Cafarnaúm. A partir de este momento tuvo una apariencia humana, que conservó hasta su muerte en la cruz. Derramando su sangre, redimió a todas las almas del poder del demiurgo, cuyo reino destruyó con su predicación y con sus milagros. Aparece aquí otra idea gnóstica. Según Marción, en efecto, la redención afecta sólo al alma. El cuerpo, por lo tanto, sigue sujeto al poder del demiurgo y está destinado a la destrucción. La inconsciencia y la falta de toda lógica en estas doctrinas son evidentes. Marción no cree de su incumbencia el explicar el origen de su dios de justicia, ni por qué el sacrificio de la cruz reviste tal importancia a sus ojos, cuando en realidad no es sino el sacrificio de un fantasma.
    También es decididamente gnóstico el sistema de "depurar" los textos del Nuevo Testamento, eliminando todos los pasajes que afirman la identidad de Dios, el Padre de Jesucristo, con el creador del mundo; de Cristo con el Hijo de Dios, que hizo el cielo y la tierra; del Padre de Jesucristo con el Dios de los judíos. Todos estos pasajes estaban en manifiesta oposición con las ideas gnósticas. Además, Marción tiene en común con Valentín que rechaza de plano todo el Antiguo Testamento. Se diferencia, empero, de la mayoría de los gnósticos en que no escribió nuevos evangelios o libros sagrados, aunque pusiera reparos a algunos de los escritos del Nuevo Testamento y rechazara completamente el Antiguo. Estaba convencido de que los judíos habían falsificado el evangelio original de Cristo introduciendo en él elementos judíos. Por esta razón, Cristo llamó al apóstol Pablo a restablecer el Evangelio en su forma original. Pero los enemigos de San Pablo llegaron a corromper incluso sus epístolas. Marción eliminó, en consecuencia, los evangelios de Mateo, Marcos y Juan, y rechazó lo que llama interpolaciones judías en el evangelio de Lucas, el cual, a su juicio, contenía en substancia el Evangelio de Cristo. De la colección de las cartas de San Pablo excluyó las epístolas pastorales y la epístola a los Hebreos. De las cartas que conserva omitió algunos pasajes. Colocó en primer lugar la carta a los Gálatas, y cambió el nombre de la epístola a los Efesios por el de epístola a los Laodicenses. Por medio de esta revisión redujo el Nuevo Testamento a dos documentos de fe, a los que daba los nombres de Evangelio y Apóstol. A estos documentos agregó su libro Antítesis, en el que justificaba su repudio del Antiguo Testamento por la acumulación de todos los pasajes que prueban el carácter malo del Dios de los judíos. Expone igualmente sus objeciones contra los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
    Apeles.
    Apeles fue el discípulo más importante de Marción. Según Tertuliano, vivió primero con Marción en Roma, pero, después de algunas desavenencias con su maestro, partió para Alejandría de Egipto. Más tarde volvió a Roma. Rodón, su adversario literario, que le conoció personalmente, nos da la siguiente valiosa información sobre los discípulos de Marción, y en particular sobre Apeles:
    Por eso, ellos (los seguidores de Marción, los marcionitas) están en desacuerdo entre ellos mismos, sosteniendo pareceres incompatibles. Uno de su grey, Apeles, venerado por el género de vida que lleva y por su edad avanzada, admite un solo principio, pero dice que las profecías provienen de un espíritu enemigo. A ello le persuadieron los oráculos de una doncella poseída, llamada Filomena. Pero otros, entre ellos el propio capitán (Marción), introducen dos principios. A esta escuela pertenecen Potito y Basílico. Estos siguieron al Lobo del Ponto (Marción), siendo como él incapaces de percibir la división de las cosas, y recurrieron a una solución simple, estableciendo, pura y simplemente, dos principios, sin prueba alguna. Otros aún, pasando a un error todavía peor, suponen la existencia, no ya de dos naturalezas, sino de tres. Su jefe y director fue Sinero, como aseguran los que representan a su escuela (Eusebio, Hist. eccl. 5,13,24).
    Reviste particular importancia la discusión que tuvieron Rodón y Apeles. A. Harnack no ha dudado en calificarla "la más importante disputa religiosa de la historia." Rodón hace la siguiente relación de esta discusión:
    Porque el anciano Apeles, cuando vino a conversar con nosotros, quedó convencido que hacía muchas afirmaciones falsas. Desde entonces acostumbraba decir que no es necesario investigar a fondo el asunto, sino que cada cual debe permanecer en su propia creencia. Afirmaba que todos los que ponen su confianza en el Crucificado serán salvos, con tal de que perseveren en las buenas obras. Pero, como dijimos, la parte más obscura de sus doctrinas es lo que decía sobre Dios. Porque seguía enseñando que hay un solo principio, tal como lo afirma nuestra doctrina... Y cuando yo le dije: "¿Cómo pruebas tu aserto, o cómo puedes decir que hay solamente un principio? Dínoslo," respondió que las profecías se refutan a sí mismas por no haber dicho de ninguna manera la verdad, y porque son discordantes, falsas y contradictorias. En cuanto al punto de por qué hay un solo principio, dijo que no lo sabía, sino que sencillamente se sentía inclinado a ello como por instinto. Después, cuando yo le conjuré a que me dijera la verdad, juró que decía la verdad cuando decía que no sabía cómo el Dios ingénito es uno, pero que lo creía. Yo me burlé de él y le condené, porque, aunque se llamaba a sí mismo maestro, no sabía cómo probar lo que enseñaba (Eusebio, Hist. eccl. 5,13,5-7).
    De este relato se deduce que Apeles discrepaba de Marción en cuestiones muy importantes. En primer lugar, rechazaba el dualismo reconocido de su maestro y procuraba volver a un primer Principio único. Consecuentemente, presentaba al demiurgo como una criatura de Dios, como un ángel que creó el mundo. En segundo lugar, Apeles eliminó el docetismo de Marción. Jesucristo no era un fantasma; tenía un cuerpo real, aunque no lo recibiera de la Virgen María, sino que lo tomó de los cuatro elementos de las estrellas. En su ascensión restituyó su cuerpo a los cuatro elementos.
    Por lo demás, Apeles fue mucho más lejos que Marción en su desprecio por el Antiguo Testamento. Marción consideraba el Antiguo Testamento como un documento de valor puramente histórico, sin significación religiosa. Para Apeles era un libro mentiroso, lleno de contradicciones y de fábulas, en el que puede absolutamente confiar. Para probar el valor nulo del Antiguo Testamento, Apeles compuso una obra intitulada Silogismos, que comprendía al menos treinta y ocho libros. Ambrosio nos ha conservado gran número de párrafos de esta en su tratado De Paradiso. Nada queda del libro de Apeles Manifestaciones, en el que divulgaba las visiones de la profetisa Filomena.
    Los Encratitas.
    Los llamados encratitas están relacionados por su doctrina con Marción. Su fundador fue Taciano el Sirio (cf. Supra p.211). Ireneo dice que los encratitas coincidían con Marción rechazar el matrimonio. El hecho de que en el Diatessaron de Taciano falten las genealogías de Jesús es otro indicio de que tuvo algo en común con Marción.
    Julio Casiano.
    Otra figura representativa de los encratitas es Julio Casiano. Clemente de Alejandría menciona dos de sus escritos en Stromata (3,13,92). El primero se titulaba Exegetica. Sabemos por Clemente que el primer libro de esta obra trataba de la época de Moisés. El título de la segunda obra era Sobre abstinencia o El estado de eunuco, Περί εγκράτεια ή περί ευνουχίας. Dos pasajes de esta obra, que cita Clemente, condenan toda relación sexual, y un tercero usa el escrito gnóstico Evangelio de los egipcios (cf. supra p.116s). Clemente lo asocia a Valentín y a Marción por causa de su docetismo. Parece que Julio Casiano enseñó en Egipto hacia el año 170.
    Además de las obras gnósticas mencionadas por los autores eclesiásticos, existen otros escritos gnósticos que se han conservado en traducciones coptas.
    I. El Codex Askewianus, manuscrito en pergamino que antiguamente fue propiedad de A. Askew y ahora está en el British Museum (Add. 5114), contiene cuatro libros que se designan generalmente con el nombre de Pistis Sophia. Pero estos cuatro libros no constituyen una obra única. El cuarto comprende supuestas revelaciones que hizo Jesús a sus discípulos inmediatamente después de su resurrección. Es más antiguo que los otros tres libros, los cuales contienen revelaciones del mismo género, pero fechadas el año 12 después de la resurrección. El libro cuarto debió de componerse en la primera mitad del siglo III, y los tres primeros, en la segunda mitad del mismo siglo. Los cuatro proceden probablemente de los círculos barbelo-gnósticos de Egipto. A Pistis Sophia se la menciona solamente en los tres primeros libros, donde Jesucristo da instrucciones sobre el destino, la caída y la redención de Pistis Sophia. Es ésta un ser espiritual que pertenece al mundo de los eones y que debe correr la misma suerte que la humanidad en general. Parece que el original fue escrito en griego, porque en el texto aparecen muchas palabras griegas. Según la opinión de Cari Schmidt, el manuscrito es de la segunda mitad del siglo IV.

    II. El Codex Brucianus, antigua propiedad de James Bruce, ahora en la biblioteca Bodleiana de Oxford, es un papiro del siglo V ο VI, que abarca dos manuscritos diferentes. El primero comprende los dos libros del Misterio del gran Logos (Λóγos κατά μυστήριον), identificados por Carl Schmidt con los dos Libros de Jeû citados en la Pistis Sophia. Contienen las revelaciones de Jesús sobre "los tesoros por los que debe pasar el alma." Se van indicando los tesoros con diagramas místicos números y colecciones de letras sin sentido. La segunda obra del Codex Brucianus está mutilada. Contiene especulaciones sobre el origen y evolución del mundo trascendental y parece proceder de la escuela gnóstica de los setianos.
    III. Un tercer manuscrito se conserva en Berlín. Comprende tres tratados. El primero se titula el Evangelio de María, que contiene revelaciones transmitidas por María. El segundo es el Apócrifo de Juan, traducción de una obra griega refutada por Ireneo en el primer libro de su tratado Contra las herejías (1,29). Jesús se aparece en una visión al apóstol Juan como "el Padre, la Madre y el Hijo." El tercer tratado se llama Sophia Iesu Christi. Según C. Schmidt, esta Sophia seria la que atribuye a Valentín.
    IV. Los nuevos escritos gnósticos de Chenoboskion. En 1946 se descubrió en Egipto una importante colección de textos gnósticos, consistentes en trece volúmenes, que vienen a comprender más de mil páginas en lengua copta. Fueron hallados en una vasija cerca de Nag-Hammadi, en las cercanías del antiguo Chenoboskion, a 48 kilómetros al norte de Luxor, en la orilla oriental del Nilo. Estas páginas contienen treinta y siete obras completas y cinco fragmentarías. Todos estos opúsculos se habían perdido. Algunos corresponden a obras citadas va por Ireneo, Hipólito, Orígenes y Epifanio en sus escritos polémicos antignósticos. Otras obras son completamente desconocidas; muchas, probablemente, eran obras secretas que no se podían dar a conocer a los incrédulos. Así, pues, los escritores eclesiásticos que escribieron contra los gnósticos no las vieron, probablemente, nunca. Cinco de estas obras se atribuyen a Hermes Trimégistos ("tres veces grande"). Otras llevan títulos como éstos: La ascensión de Pablo Primero, el Segundo Apocalipsis de Santiago, el Evangelio según Tomás, el Evangelio según Felipe, el Libro secreto de Juan, las Cinco revelaciones de Set, el Evangelio de los egipcios, las Tradiciones de Matías, la Sabiduría de Jesús, la Epístola del bienaventurado Eugnosto y el Diálogo del Salvador. Algunos títulos son iguales a los que llevan los evangelios apócrifos conocidos, pero parece que el contenido es distinto. No cabe duda que estos papiros recuperados proyectarán abundante luz sobre la historia del gnosticismo y de los primeros siglos de la Iglesia, en que la teología cristiana estaba todavía en su fase de cristalización.
    Hasta ahora ninguno de estos textos había sido editado. El año 1946, Togo Mina, director del Museo Copto de El Cairo, adquirió uno de esos trece volúmenes. El anticuario belga Eid compró otro. En 1949 se ofrecieron los volúmenes restantes al Museo Copto de El Cairo, donde se conservaron en espera de una valoración.
    En forma detallada solamente conocemos los dos primeros volúmenes. El códice comprado por Togo Mina contiene cinco tratados:
    1. El Apocryphon Iohannis o Libro secreto de Juan (p.1-40). Se presenta como un apocalipsis o revelación concedida al apóstol por un ser divino que se le aparece en forma de Padre, Madre e Hijo.
    2. El Evangelio de los egipcios (p.40-69), tratado cosmogónico y escatológico, completado con fórmulas bautismales. La obra atribuye su propia redacción al maestro Eugnosto el Agapético.
    3. La Epístola del bienaventurado Eugnosto a los suyo (p.70-90), que explica la naturaleza divina y la generación del universo invisible y visible.
    4. La Sabiduría de Jesús (p.90 etc.), diálogo entre el Salvador y sus discípulos.
    5. El Diálogo del Salvador, conversación de Cristo con sus discípulos sobre cuestiones escatológicas.
    El más antiguo de estos cinco tratados parece ser el Libro secreto de Juan. Efectivamente, lo utilizó San Ireneo como fuente para el capítulo 29 del libro I de su Adversus haereses. Debió, pues, de componerse antes del año 185. El Diálogo del Salvador parece ser de la segunda mitad del siglo III. En cuanto al Evangelio de los egipcios, la Epístola de Eugnosto y la Sabiduría de Jesús, son probablemente posteriores al Libro secreto de Juan, pero anteriores al Diálogo del Salvador. La Sabiduría de Jesús parece estar relacionada con el libro gnóstico Pistis Sophia. El Evangelio de los egipcios contenido en este códice no tiene nada que ver con la obra del mismo nombre que conocieron Clemente de Alejandría y otros Padres de la Iglesia (cf. supra, p.116). En cambio, muchas ideas le son comunes con el Libro secreto de Juan. El códice, en su totalidad, fue redactado a mediados del siglo IV, lo más tarde.
    El códice adquirido por el belga Eid estuvo perdido algún tiempo, hasta el 5 de mayo de 1952. G. Quispel consiguió comprarlo en nombre del Instituto Jung de Zurich. En homenaje al conocido psicólogo suizo, el papiro recibió el nombre de Codex Jung. Contiene los siguientes escritos:
    1. La Carta de Santiago, en la cual el apóstol cuenta una revelación secreta que ha recibido de Cristo, juntamente con San Pedro, quinientos cincuenta días después de la resurrección y poco antes de la ascensión (p.1-16). No sé dice quién sea el destinatario. La carta trata en primer lugar de la cuestión: ¿conviene o no conviene sufrir la muerte del martirio? La respuesta del Señor es ésta: "Despreciad, pues, la muerte y preocupaos de la vida. Acordaos de mi cruz y de mi muerte y viviréis... El reino de Dios pertenece a los que consienten en la muerte." El autor aborda seguidamente la discusión de una profecía que ve cumplida en la degollación de San Juan Bautista. El resto trata del Logos, de la Gnosis y de la Ascensión del Señor. La obra revela en su contenido tendencias valentinianas.
    2. El Evangelio de Verdad es, probablemente, el tratado más importante de toda la colección. H. Ch. Puech y G. Quispel piensan que se trata de la obra del mismo nombre que, según Ireneo " (Adv. haer. 3,11,9), utilizaban los valentinianos. Sugieren como fecha probable de composición el año 150. El autor conoce todos los escritos canónicos del Nuevo Testamento, aun la epístola a los Hebreos. Esto es de gran importancia para la historia del canon neo-testamentario. G. Quispel se siente tentado a atribuir su composición al mismo Valentín antes de su separación de la Iglesia, lo que adelantaría su origen a unos cuantos años antes del 150.
    3. La Carta de Reginos sobre la resurrección demuestra que Cristo "destruyó la muerte con su resurrección y nos condujo a la inmortalidad." Habla de una "resurrección pneumática" que absorberá el lado "psíquico" y "carnal." Valentín y su escuela atribuían a Cristo un cuerpo pneumático. Apoyándose en esto, Puech y Quispel se inclinan a considerar al mismo Valentín como autor de esta carta.
    4. El Tratado sobre las tres naturalezas, por sus ideas, que provienen claramente de la doctrina de Heracleón, recuerda a uno de los jefes de la escuela "italiana" de Valentín (cf. supra p.251).
    5. La Oración del apóstol, oración atribuida quizás a San Pedro.
    Parecen, pues, de origen valentiniano tres de los tratados del Codex Jung. El códice fue redactado en el siglo IV por dos manos distintas. Epifanio atestigua la existencia de valentinianos en el siglo IV en distintas partes de Egipto (Panarion 30,7,1). Los tratados del Codex Jung están escritos en dialecto subakmímico, pero los tres primeros son traducciones del griego.

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    Santa Blandina: «Soy cristiana, nosotros no negociamos ninguna maldad» mártir del + 178ca. Lyon- France- Testimonio de la Iglesia Católica

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    La ‘catolicidad’ la decretó Cristo, el ‘catolicismo’ va mucho del interés personal.

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    La Iglesia no se edifica sobre comités, juntas o asambleas. La palabra y la acción de sus miembros salvarán al mundo en la medida en que estén conectados con el sacrificio redentor de Cristo, actualizado en el misterio eucarístico, que aplica toda su fuerza salvífica. Toda palabra que se oye en la Iglesia, sea docente, exhortativa, autoritativa o sacramental, sólo tiene sentido salvífico, y edifica la Iglesia, en la medida en que es preparación, resonancia, aplicación o interpretación de la "protopalabra" [48]: la palabra de la “anamnesis” ("hoc est enim corpus meum...") que hace sacramentalmente presente al mismo Cristo y su acción redentora eternamente actual, al actualizar el sacrificio del Calvario para que se realice la obra de la salvación con la cooperación de la Iglesia, su esposa.

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    Las costumbres cambian, es cierto, igual que cambian las modas. Pero el bien y el mal son fácilmente discernibles. Hay verdades que no dependen del valor subjetivo que les demos y que serán verdades siempre y a pesar de los nuevos inquisidores, la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.

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    HOY pocos son los que se atreven a decir lo que está bien o lo que está mal. Aquello de que nada es verdad ni es mentira, sino que todo depende del color del cristal con que se mira, ha quedado elevado a categoría absoluta. Lo importante ya no es lo que miramos, sino el color del cristal a través del cual miramos. Lo importante ya no es la verdad, sino el valor que le demos a esa verdad.

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    “De la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor”. S. S. Benedicto XVI. P.M. – MMV.XI.X.

    “Dios no aparece en la Biblia como un Señor impasible e implacable, ni es un ser oscuro e indescifrable, como el hado, con cuya fuerza misteriosa es inútil luchar”.

    Dios se manifiesta «como una persona que ama a sus criaturas, que vela por ellas, les acompaña en el camino de la historia y sufre por la infidelidad de su pueblo «a su amor misericordioso y paterno».
    «El primer signo visible de esta caridad divina hay que buscarlo en la creación»: «los cielos, la tierra, las aguas, el sol, la luna y las estrellas».

    «Incluso antes de descubrir a Dios que se revela en la historia de un pueblo, se da una revelación cósmica, abierta a todos, ofrecida a toda la humanidad por el único Creador»

    «Existe, por tanto, un mensaje divino, grabado secretamente en la creación», signo de «la fidelidad amorosa de Dios que da a sus criaturas el ser y la vida, el agua y la comida, la luz y el tiempo».

    «De las obras creadas se llega a la grandeza de Dios, a su amorosa misericordia».

    El Papa acabó su discurso, dejando a un lado sus papeles, comentó un pensamiento de san Basilio Magno, doctor de la Iglesia, obispo de Cesárea de Capadocia, quien constataba que algunos, «engañados por el ateísmo que llevaban dentro de sí, imaginaron el universo sin un guía ni orden, a la merced de la casualidad».

    «Creo que las palabras de este padre del siglo IV son de una actualidad sorprendente», reconoció S. S. Benedicto XVI preguntándose: «¿Cuántos son estos "algunos" hoy?».

    «Engañados por el ateísmo, consideran y tratan de demostrar que es científico pensar que todo carece de un guía y de orden».

    «El Señor, con la sagrada Escritura, despierta la razón adormecida y nos dice: al inicio está la Palabra creadora. Al inicio la Palabra creadora --esta Palabra que ha creado todo, que ha creado este proyecto inteligente, el cosmos-- es también Amor».

    El Papa concluyó exhortando a dejarse «despertar por esta Palabra de Dios» e invitando a pedirle que «despeje nuestra mente para que podamos percibir el mensaje de la creación, inscrito también en nuestro corazón: el principio de todo es la Sabiduría creadora y esta Sabiduría es amor y bondad».
    S. S. Benedicto XVI. P.M. MMV.XI.X.

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    Alabemos con las poéticas palabras del teólogo san Gregorio Nacianceno, doctor de la Iglesia Católica, año 330+390:

    « Gloria a Dios Padre y al Hijo,
    Rey del universo.
    Gloria al Espíritu,
    digno de alabanza y santísimo.
    La Trinidad es un solo Dios
    que creó y llenó cada cosa:
    el cielo de seres celestes
    y la tierra de seres terrestres.
    Llenó el mar, los ríos y las fuentes
    de seres acuáticos,
    vivificando cada cosa con su Espíritu,
    para que cada criatura honre
    a su sabio Creador,
    causa única del vivir y del permanecer.
    Que lo celebre siempre más que cualquier otra
    la criatura racional
    como gran Rey y Padre bueno ».
    (9) Poemas dogmáticos, XXXI, Hymnus alias: PG 37, 510-511

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    «Cuando digo a un joven: mira, allí hay una estrella nueva, una galaxia, una estrella de neutrones, a cien millones de años luz de lejanía. Y, sin embargo, los protones, los electrones, los neutrones, los mesones que hay allí son idénticos a los que están en este micrófono (...). La identidad excluye la probabilidad. Lo que es idéntico no es probable (...). Por tanto, hay una causa, fuera del espacio, fuera del tiempo, dueña del ser, que ha dado al ser, ser así. Y esto es Dios (...). «El ser, hablo científicamente, que ha dado a las cosas la causa de ser idénticas a mil millones de años-luz de distancia, existe. Y partículas idénticas en el universo tenemos 10 elevadas a la 85a potencia... ¿Queremos entonces acoger el canto de las galaxias? Si yo fuera Francisco de Asís proclamaría: ¡Oh galaxias de los cielos inmensos, alabad a mi Dios porque es omnipotente y bueno! ¡Oh átomos, protones, electrones! ¡Oh canto de los pájaros, rumor de las hojas, silbar del viento, cantad, a través de las manos del hombre y como plegaria, el himno que llega hasta Dios!» Por Enrico Medi  2005.

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    El Sabbat, culminación de la obra de los "seis días". El texto sagrado dice que "Dios concluyó en el séptimo día la obra que había hecho" y que así "el cielo y la tierra fueron acabados"; Dios, en el séptimo día, "descansó", santificó y bendijo este día (Gn 2, 1-3). Estas palabras inspiradas son ricas en enseñanzas salvíficas:
    346 En la creación Dios puso un fundamento y unas leyes que permanecen estables (cf Hb 4, 3-4), en los cuales el creyente podrá apoyarse con confianza, y que son para él el signo y garantía de la fidelidad inquebrantable de la Alianza de Dios (cf Jr 31, 35-37, 33, 19-26). Por su parte el hombre deberá permanecer fiel a este fundamento y respetar las leyes que el Creador ha inscrito en la creación.
    347 La creación está hecha con miras al Sabbat y, por tanto, al culto y a la adoración de Dios. El culto está inscrito en el orden de la creación (cf Gn 1, 14). "Operi Dei nihil praeponatur" ("Nada se anteponga a la dedicación a Dios"), dice la regla de S. Benito, indicando así el recto orden de las preocupaciones humanas.
    348 El Sabbat pertenece al corazón de la ley de Israel. Guardar los mandamientos es corresponder a la sabiduría y a la voluntad de Dios, expresadas en su obra de creación.
    349 El octavo día. Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la Resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y el octavo día comienza la nueva creación. Así, la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera (cf MR, vigilia pascual 24, oración después de la primera lectura).


    San Justino
    Escritos de los Padres de la Iglesia
     
    San Justino, mártir, es el Padre apologista griego más importante del siglo II y una de las personalidades más nobles de la literatura cristiana primitiva. Nació en Palestina, en Flavia Neápolis, la antigua Siquem. De padres paganos y origen romano, pronto inició su itinerario intelectual frecuentando las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. La búsqueda de la verdad y el heroísmo de los mártires cristianos provocaron su conversión al cristianismo. Desde ese momento, permaneciendo siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe.

    Llegó a Roma durante el reinado de Marco Aurelio (138-161) y allí fundó una escuela, la primera de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a causa de las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que comparecer ante el Prefecto de la Urbe y, por el solo delito de confesar su fe, fue condenado con otros seis compañeros a muerte, probablemente en el año 165.

    De sus variados escritos, sólo conservamos dos Apologías, escritas en defensa de los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pío; y una obra titulada Diálogo con el judío Trifón, donde defiende la fe cristiana de los ataques del judaísmo. En esta obra relata autobiográficamente su conversión. En las Apologías, admira en su exposición el profundo conocimiento de la religión y mitología paganas—que se propone refutar—y de las doctrinas filosóficas más en boga; cómo intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el bagaje cultural del paganismo; su valentía para anunciar a Cristo—sabiendo que se jugaba la vida—y su capacidad de ofrecer los argumentos racionales más adecuados a la mentalidad de sus oyentes. Conociendo que la Verdad es sólo una y que reside en plenitud en el Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar los rastros de verdad que se encuentran en los más grandes filósofos, poetas e historiadores de la antigüedad; llega a afirmar en su segunda apología que cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos.
    (LOARTE)


    San Justino nació en Naplusa, la antigua Siquem, en Samaria, a comienzos del siglo Il. Si lo que él mismo nos narra tiene valor autobiográfico y no es —como pretenden algunos— mera ficción literaria, se habría dedicado desde joven a la filosofía, recorriendo, en pos de la verdad, las escuelas estoica, peripatética, pitagórica y platónica, hasta que, insa tisfecho de todas ellas, un anciano le llamó la atención sobre las Escrituras de los profetas, "los únicos que han anunciado la verdad". Esto, junto a la consideración del testimonio de los cristianos que arrostraban la muerte por ser fieles a su fe, le llevó a la conversión.

    Más adelante Justino pasa a Roma, donde funda una especie de escuela filosófico-religiosa, y muere martirizado hacia el año 165.

    Se conocen los títulos de una decena de obras de Justino: de ellas sólo se han conservado dos Apologías (que quizás no son sino dos partes de una misma obra), y un Diálogo con un judío, por nombre Trifón.

    Tanto por la extensión de sus escritos como por su contenido, Justino es el más importante de los apologetas. Es el primero que de una manera que pudiéramos decir sistemática intenta establecer una relación entre el mensaje cristiano y el pensamiento helénicos predeterminando en gran parte, bajo este aspecto, la dirección que iba a tomar la teología posterior.

    La aportación más fundamental de Justino es el intento de relacionar la teología ontológica del platonismo con la teología histórica de la tradición judaica, es decir, el Dios que los filósofos concebían como Ser supremo, absoluto y transcendente, con el Dios que en la tradición semítica aparecía como autor y realizador de un designio de salvación para el hombre.

    En el esfuerzo por resolver el problema de la posibilidad de relación entre el Ser absoluto y transcendente y los seres finitos, las escuelas derivadas del platonismo habían postulado la necesidad del Logos en función de intermediario ontológico: la idea se remonta al «logos universal» de Heraclito, y viene a expresar que la inteligibilidad limitada del mundo es una expresión o participación de la inteligibilidad infinita del Ser absoluto.

    Justino, reinterpretando ideas del evangelio de Juan, identifica al Logos mediador ontológico con el Hijo eterno de Dios, que recientemente se ha manifestado en Cristo, pero que había estado ya actuando desde el principio del mundo, lo mismo en la revelación de Dios a los patriarcas y profetas de Israel, que en la revelación natural por la que los filósofos y sabios del paganismo fueron alcanzando cada vez un conocimiento más aproximado de la verdad.

    De esta forma Justino presenta al cristianismo como integrando, en un plan universal e histórico de salvación, lo mismo las instituciones judaicas que la filosofía y las instituciones naturales de los pueblos paganos. Así intenta resolver uno de los problemas más graves de la teología en su época: el de la relación del cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura pagana. Ambas son praeparatio evangelica, estadio inicial y preparatorio de un plan salvífico, que tendrá su consumación en Cristo.

    Sin embargo, al identificar Justino al Logos con el mediador ontológico entre el Dios supremo y transcendente y el mundo finito, a la manera en que era postulado de los filósofos, introduce una concepción que inevitablemente tenderá hacia el subordinacionismo y, finalmente, hacia el arrianismo. Cuando Justino afirma que el Dios supremo no podía aparecerse con su gloria transcendente a Moisés y los profetas, sino sólo su Logos, implícitamente afirma que el Logos no participa en toda su plenitud de la gloria de Dios y que es en alguna manera inferior a Dios.

    Los escritos de Justino son también importantes en cuanto nos dan a conocer las formas del culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que se refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía.
    (JOSEP VIVES)



    La verdadera sabiduría (Diálogo con Trifón, 1-8)

    Una mañana que paseaba bajo los porches del gimnasio, se cruzó conmigo cierto sujeto:

    —¡Salud, filósofo!, me dijo.

    Y a la vez que saludaba, se dio la vuelta y se puso a pasear a mi lado, y con él también sus amigos. Yo le devolví el saludo:

    —¿Qué ocurre?, le contesté.

    —Me enseñó en Argos Corinto el socrático—respondió—que no se debe descuidar a los que visten hábito como el tuyo, sino, ante todo, mostrarles estima y buscar conversación con el fin de sacar algún provecho, pues, aun en el caso de que saliese beneficiado sólo uno de los dos, ya sería un bien para ambos. Por eso, siempre que veo a alguien con este hábito, me acerco a él con gusto. También los que me acompañan esperan oír de ti algo de provecho...

    —¿Y quién eres tú, oh el mejor de los mortales?, le repliqué, bromeando un poco.

    Entonces me indicó, sencillamente, su nombre y su raza:

    —Mi nombre es Trifón, y soy hebreo de la circuncisión que, huyendo de la guerra recientemente finalizada, vivo en Grecia, la mayor parte del tiempo en Corinto.

    —¿Y cómo—le respondí—puedes sacar más provecho de la filosofía que de tu propio legislador y de los profetas?

    —¿No tratan de Dios—me replicó—los filósofos en todos sus discursos y no versan sus disputas sobre su unicidad y providencia? ¿Y no es objeto de la filosofía investigar acerca de Dios?

    —Ciertamente—le dije—, y ésa es también mi opinión; pero la mayoría de los filósofos ni se plantean siquiera el problema de si hay un solo Dios o muchos, ni si tiene o no providencia de cada uno de nosotros, pues opinan que semejante conocimiento no contribuye para nada a nuestra felicidad (...).

    Entonces él, sonriendo, dijo cortésmente:

    —Y tú ¿qué opinas de esto, qué piensas de Dios y cuál es tu filosofía?

    —Te diré lo que me parece claro, respondí. La filosofía, efectivamente, es en realidad el mayor de los bienes y el más precioso ante Dios, a quien nos conduce y recomienda 1. Y santos, en verdad, son aquellos que a la filosofía consagran su inteligencia. Sin embargo, qué es en realidad y por qué fue enviada a los hombres, es algo que escapa a la mayoría de la gente; pues siendo una ciencia única, no habría platónicos, ni estoicos, ni peripatéticos, ni teóricos, ni pitagóricos (...).

    (Al llegar a este punto, Justino explica a sus interlocutores cómo fue pasando por diversas escuelas filosóficas en busca de la sabiduría, pero ninguna le satisfizo).

    Con esta disposición de ánimo, determiné un día refugiarme en la soledad y evitar todo contacto con los hombres. Me dirigí a cierto paraje, no lejos del mar. Cerca ya del lugar, me seguía a poca distancia un anciano de aspecto venerable. Me di la vuelta y clavé los ojos en él.

    —¿Es que me conoces?, preguntó.

    Contesté que no.

    —Entonces, ¿por qué me miras de esa manera?

    —Estoy maravillado—dije—de que hayas venido a parar a este mismo lugar, donde no esperaba encontrar a hombre alguno.

    —Ando preocupado—repuso él—por unos parientes míos que están de viaje. He venido a mirar si aparecen por alguna parte. Y a ti—concluyó—¿qué te trae por acá?

    —Me gusta—le dije—pasar así el rato: puedo conversar conmigo mismo sin estorbo. Para quien ama la meditación no hay parajes tan propios como éstos.

    —Luego, ¿eres amigo de la idea y no de la acción y de la verdad? ¿Cómo no tratas de ser más bien un hombre práctico y no sofista?

    —¿Y qué mayor bien hay—le repliqué—que demostrar cómo la idea lo dirige todo y, concebida en nosotros y dejándonos conducir por ella, contemplar el extravío de los demás y que en nada de sus ocupaciones hay algo sano y grato a Dios? Sin la filosofía y la recta razón no es posible que haya prudencia (...).

    (El relato continúa con las más variadas preguntas del anciano acerca de la inmortalidad del alma, sus capacidades, la relación de las criaturas con Dios... Justino intenta responder, pero llega un momento en el que comprende que los filósofos no son capaces con la sola razón de dar cuenta de todos los interrogantes que se plantean los hombres.)

    —Entonces—volví a replicar—, ¿a quién vamos a tomar por maestro o de donde podemos sacar provecho, si ni en éstos, como en Platón o en Pitágoras, se halla la verdad?

    —Existieron hace mucho tiempo—me contestó el viejo—unos hombres más antiguos que todos éstos tenidos por filósofos; hombres bienaventurados, justos y amigos de Dios, que hablaron por inspiración divina; y divinamente inspirados predijeron el porvenir, lo que justamente se está cumpliendo ahora: son los llamados profetas.

    Éstos son los que vieron y anunciaron la verdad a los hombres, sin temer ni adular a nadie, sin dejarse vencer de la vanagloria; sino, que llenos del Espíritu Santo, sólo dijeron lo que vieron y oyeron. Sus escritos se conservan todavía y quien los lea y les preste fe, puede sacar el más grande provecho en las cuestiones de los principios y fin de las cosas y, en general, sobre aquello que un filósofo debe saber.

    No compusieron jamás sus discursos con demostración, ya que fueron testigos fidedignos de la verdad por encima de toda demostración. Por lo demás, los sucesos pasados y actuales nos obligan a adherirnos a sus palabras. También por los milagros que hacían es justo creerles, pues por ellos glorificaban a Dios Hacedor y Padre del Universo, y anunciaban a Cristo Hijo suyo, que de Él procede. En cambio, los falsos profetas, llenos del espíritu embustero e impuro, no hicieron ni hacen caso, sino que se atreven a realizar ciertos prodigios para espantar a los hombres y glorificar a los espíritus del error y a los demonios.

    Ante todo, por tu parte, ruega para que se te abran las puertas de la luz, pues estas cosas no son fáciles de ver y comprender por todos, sino a quien Dios y su Cristo concede comprenderlas.

    Esto dijo y muchas otras cosas que no tengo por qué referir ahora. Se marchó y después de exhortarme a seguir sus consejos, no le volví a ver jamás. Sin embargo, inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo y, reflexionando sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sola es la filosofía segura y provechosa.

    De este modo, y por estos motivos, yo soy filósofo, y quisiera que todos los hombres, poniendo el mismo fervor que yo, siguieran las doctrinas del Salvador. Pues hay en ellas un no sé qué de temible y son capaces de conmover a los que se apartan del recto camino, a la vez que, para quienes las meditan, se convierten en dulcísimo descanso.

    Ahora bien, si tú también te preocupas algo de ti mismo y aspiras a tu salvación y tienes confianza en Dios, como a hombre que no es ajeno a estas cosas, te es posible alcanzar la felicidad, reconociendo a Cristo e iniciándote en sus misterios.



    Las obras del cristiano (Apología 1, 3, 10, 12, 14-17)

    Tenemos la obligación de dar ejemplo con nuestra vida y nuestra doctrina, no sea que hayamos de pagar nosotros el castigo de quienes parecen ignorar nuestra religión, y así pecaron por su ceguera. Pero también vosotros debéis oírnos y juzgar con rectitud porque, en adelante, estando instruidos, no tendréis excusa alguna ante Dios si no obráis justamente (...).

    Consideramos de interés para todos los hombres que no se les impida aprender esta doctrina, sino que se les exhorte a ella, porque lo que no lograron las leyes humanas, ya lo hubiera realizado el Verbo divino si los malvados demonios no hubieran esparcido muchas e impías calumnias, tomando por aliada a la pasión que habita en cada uno, mala para todo, y multiforme por naturaleza: con esos crímenes nada tenemos que ver nosotros (...).

    Vuestra mejor ayuda para el mantenimiento de la paz somos nosotros, pues profesamos doctrinas como la de que no es posible que un malhechor, un avaro o un conspirador, pasen inadvertidos a Dios—como tampoco pasa un hombre virtuoso—. Por el contrario, cada uno camina, según el mérito de sus acciones, hacia el castigo o hacia la salvación eterna. Si todos los hombres fuesen conscientes de esto, nadie escogería la maldad por un momento, sabiendo que así emprendía la marcha hacia su condena eterna en el fuego, sino que por todos los medios se contendría y se adornaría con las virtudes, para alcanzar los bienes de Dios y verse libre de la pena. Quienes, por miedo a las leyes y castigos decretados por vosotros, tratan de ocultarse al cometer sus crímenes, los cometen conscientes de que sois hombres, y que de vosotros es posible esconderse. Si supieran y estuvieran persuadidos de que nadie puede ocultar a Dios, no ya una acción, sino tampoco un pensamiento, al menos por el castigo que les amenaza, se moderarían (...).

    CV/FE: Los que antes nos complacíamos en la disolución, ahora sólo amamos la castidad; los que nos entregábamos a las artes mágicas, ahora nos hemos consagrado al Dios bueno e ingénito; los que amábamos por encima de todo el dinero y el beneficio de nuestros bienes, ahora, aun lo que tenemos lo ponemos en común, y de ello damos parte a todo el que está necesitado; los que nos odiábamos y matábamos, y no compartíamos el hogar con nadie de otra raza que la nuestra, por la diferencia de costumbres, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos juntos y rogamos por nuestros enemigos, y tratamos de persuadir a los que nos aborrecen injustamente para que, viviendo conforme a los preclaros consejos de Cristo, tengan la esperanza de alcanzar, junto con nosotros, los bienes de Dios, soberano de todas las cosas (...).

    Sobre la castidad, (Cristo] dijo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. Si tu ojo derecho te escandoliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno (Mt 5, 2829). Y el que se casa con una divorciada de otro marido, comete adulterio (Mt 5, 32) (...). Así, para nuestro Maestro, no sólo son pecadores los que contraen doble matrimonio conforme a la ley humana, sino también los que miran a una mujer para desearla. No sólo rechaza al que comete adulterio de hecho, sino también al que lo querría, pues ante Dios son patentes tanto las obras como los deseos. Entre nosotros hay muchos y muchas que, hechos discípulos de Cristo desde la niñez, permanecen incorruptos hasta los sesenta y los setenta años, y yo me glorío de que os los puedo mostrar de entre toda raza humana. Y esto, sin contar a la ingente muchedumbre de los que se han convertido después de una vida disoluta y han aprendido esta doctrina, pues Cristo no llamó a penitencia a los justos y a los castos, sino a los impíos, a los intemperantes y a los inicuos. Así lo dijo: no he venido a llamar a penitencia a los justos, sino a los pecadores (Lc 5, 32) (...).

    Sus palabras sobre el ejercicio de la paciencia, y sobre el estar prontos a servir y ajenos a la ira, son éstas: a quien te golpee en una mejilla, preséntale la otra, y a quien quiera quitarte la túnica o el manto, no se lo impidas (Lc 6, 29). Mas quienquiera que se irrite, es reo del fuego (Mt 5 22) A quien te contrate para una milla, acompáñale dos (Mt 5, 41). Brillen, pues, vuestras obras delante de los hombres, para que viéndolas admiren a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5, 16). No debemos, pues, ofrecer resistencia. Él no quiere que seamos imitadores de los malvados, sino que nos exhortó a apartar a todos de la vergüenza y del deseo del mal por medio de la paciencia y la mansedumbre. Y esto lo podemos demostrar por muchos que han vivido entre vosotros, que dejaron sus hábitos de violencia y tiranía, y se convencieron, ora contemplando la constancia de vida de sus vecinos, ora considerando la extraña paciencia de sus compañeros de viaje al ser defraudados, ora poniendo a prueba a sus compañeros de negocio (...).

    En cuanto a los tributos y contribuciones, nosotros antes que nadie procuramos pagarlos a quienes vosotros habéis designado para ello en todas partes: así se nos enseñó. Cuando se le acercaron algunos para preguntarle si había que pagar el tributo al César, Él respondió: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: Del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 20-21). Por eso, sólo adoramos a Dios, pero en todo lo demás os servimos a vosotros con gusto, reconociendo que sois emperadores y gobernantes de los hombres y rogando que, junto con el poder imperial, se advierta que también sois hombres de prudente juicio.



    Como los Apóstoles nos enseñaron (Apología 1, 65-67)

    Después de ser lavado de ese modo, y adherirse a nosotros quien ha creído 2, le llevamos a los que se llaman hermanos, para rezar juntos por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado, y por los demás esparcidos en todo el mundo. Suplicamos que, puesto que hemos conocido la verdad, seamos en nuestras obras hombres de buena conducta, cumplidores de los mandamientos, y así alcancemos la salvación eterna.

    Terminadas las oraciones, nos damos el ósculo de la paz. Luego, se ofrece pan y un vaso de agua y vino a quien hace cabeza, que los toma, y da alabanza y gloria al Padre del universo, en nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo. Después pronuncia una larga acción de gracias por habernos concedido los dones que de Él nos vienen. Y cuando ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén, que en hebreo quiere decir así sea. Cuando el primero ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que llamamos diáconos dan a cada asistente parte del pan y del vino con agua sobre los que se pronunció la acción de gracias, y también lo llevan a los ausentes.

    A este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no los tomamos como pan o bebida comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta comida—de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre—es la Carne y la Sangre del mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles—en sus comentarios, que se llaman Evangelios—nos transmitieron que así se lo ordenó Jesús cuando, tomó el pan y, dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía; esto es mi Cuerpo. Y de la misma manera, tomando el cáliz dio gracias y dijo: ésta es mi Sangre. Y sólo a ellos lo entregó (...).

    Nosotros, en cambio, después de esta iniciación, recordamos estas cosas constantemente entre nosotros. Los que tenemos, socorremos a todos los necesitados y nos asistimos siempre los unos a los otros. Por todo lo que comemos, bendecimos siempre al Hacedor del universo a través de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo.

    El día que se llama del sol [el domingo], se celebra una reunión de todos los que viven en las ciudades o en los campos, y se leen los recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas, mientras hay tiempo. Cuando el lector termina, el que hace cabeza nos exhorta con su palabra y nos invita a imitar aquellos ejemplos. Después nos levantamos todos a una, y elevamos nuestras oraciones. Al terminarlas, se ofrece el pan y el vino con agua como ya dijimos, y el que preside, según sus fuerzas, también eleva sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama: Amén. Entonces viene la distribución y participación de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío a los ausentes por medio de los diáconos.

    Los que tienen y quieren, dan libremente lo que les parece bien; lo que se recoge se entrega al que hace cabeza para que socorra con ello a huérfanos y viudas, a los que están necesitados por enfermedad u otra causa, a los encarcelados, a los forasteros que están de paso: en resumen, se le constituye en proveedor para quien se halle en la necesidad. Celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo; y también porque es el día en que Jesucristo, Nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos; pues hay que saber que le entregaron en el día anterior al de Saturno [sábado], y en el siguiente—que es el día del sol—, apareciéndose a sus Apóstoles y discípulos, nos enseñó esta misma doctrina que exponemos a vuestro examen.

    ........................

    1. San Justino se refiere a la filosofía en cuanto participación de la misma Sabiduna divina.

    2. En los párrafos precedentes ha expuesto la doctrina sobre el Bautismo.



    I. El cristianismo y la filosofía

    CR/ANONIMOS: Para que no haya nadie que sin razón rechace nuestra enseñanza objetando que Cristo nació hace sólo ciento cincuenta años en tiempos de Quirino... y de Poncio Pilato, urgiendo con ello que ninguna responsabilidad tuvieron los hombres de épocas anteriores, nos daremos prisa a resolver esta dificultad. Nosotros hemos aprendido que Cristo es el primogénito de Dios, el cual, como ya hemos indicado, es el Logos, del cual todo el género humano ha participado. Y así, todos los que han vivido conforme al Logos son cristianos, aun cuando fueran tenidos como ateos, como sucedió con Sócrates, Heráclito y otros semejantes entre los griegos, y entre los bárbaros con Abraham, Azarias, Misael, Elías y otros muchos... De esta suerte, los que en épocas anteriores vivieron sin razón, fueron malvados y enemigos de Cristo, y asesinaron a los que vivían según la razón. Por el contrario, los que han vivido y siguen vi- viendo según la razón son cristianos, viviendo sin miedo y en paz... 1.

    Declaro que todas mis oraciones y mis denodados esfuerzos tienen por objeto el mostrarme como cristiano: no que las doctrinas de Platón sean simplemente extrañas a Cristo, pero sí que no coinciden en todo con él, lo mismo que las de los otros filósofos, como los estoicos, o las de los poetas o historiadores. Porque cada uno de éstos habló correctamente en cuanto que veía que tenía por connaturalidad una parte del Logos seminal de Dios. Pero es evidente que quienes expresaron opiniones contradictorias y en puntos importantes, no poseyeron una ciencia infalible ni un conocimiento inatacable. Ahora bien, todo lo que ellos han dicho correctamente nos pertenece a nosotros, los cristianos, ya que nosotros adoramos y amamos, después de Dios, al Logos de Dios inengendrado e inexpresable, pues por nosotros se hizo hombre para participar en todos nuestros sufrimientos y así curarlos. Y todos los escritores, por la semilla del Logos inmersa en su naturaleza, pudieron ver la realidad de las cosas, aunque de manera oscura. Porque una cosa es la semilla o la imitación de una cosa que se da según los limites de lo posible, y otra la realidad misma por referencia a la cual se da aquella participación o imitación... 2


    II. Dios

    Al Padre de todas las cosas no se le puede imponer nombre alguno, pues es inengendrado. Porque todo ser al que se impone un nombre, presupone otro más antiguo que él que se lo imponga. Los nombres de Padre, Dios. Creador. Señor, Dueño, no son propiamente nombres, sino apelaciones tomadas de sus beneficios y de sus obras. En cuanto a su Hijo—el único a quien con propiedad se llama Hijo, el Logos que está con él, siendo engendrado antes de las criaturas, cuando al principio creó y ordenó por medio de él todas las cosas—se le llama Cristo a causa de su unción y de que fueron ordenadas por medio de él todas las cosas. Este nombre encierra también un sentido incognoscible, de manera semejante a como la apelación de «Dios» no es un nombre, sino que representa una concepción, innata en la naturaleza humana, de lo que es una realidad inexplicable. En cambio «Jesús» es un nombre humano, que tiene el sentido de «salvador». Porque el Logos se hizo hombre según el designio de Dios Padre y nació para bien de los creyentes y para destrucción de los demonios... 3.

    El Padre inefable y Señor de todas las cosas, ni viaja a parte alguna. ni se pasea, ni duerme, ni se levanta, sino que permanece siempre en su sitio, sea el que fuere, con mirada penetrante y con oído agudo, pero no con ojos ni orejas, sino con su poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce; ninguno de nosotros se le escapa, sin que para ello haya de moverse el que no cabe en lugar alguno ni en el mundo entero, el que existía antes de que el mundo fuera hecho. Siendo esto así, ¿cómo puede él hablar con alguien, o ser visto de alguien, o aparecerse en una mínima parte de la tierra, cuando en realidad el pueblo no pudo soportar la gloria de su enviado en el Sinaí, ni pudo el mismo Moisés entrar en la tienda que él había hecho, pues estaba llena de la gloria de Dios, ni el sacerdote pudo aguantar de pie delante del templo cuando Salomón llevó el arca a la morada que él mismo había construido en Jerusalén? Por tanto, ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni hombre alguno vio al que es Padre y Señor inefable absolutamente de todas las cosas y del mismo Cristo, sino que vieron a éste, que es Dios por voluntad del Padre, su Hijo, ángel que le sirve según sus designios. El Padre quiso que éste se hiciera hombre por medio de una virgen, como antes se había hecho fuego para hablar con Moisés desde la zarza... Ahora bien, que Cristo es Señor y Dios, Hijo de Dios, que en otros tiempos se apareció por su poder como hombre y como ángel y en la gloria del fuego en la zarza y que se manifestó en el juicio contra Sodoma, lo he mostrado ya largamente... 4.

    Al principio, antes de todas las criaturas, engendró Dios una cierta potencia racional de sí mismo, a la cual llama el Espíritu Santo «gloria del Señor», y a veces también Hijo, a veces Sabiduría, a veces ángel, a veces Dios, a veces Señor o Palabra y a veces se llama a sí mismo Caudillo, cuando se aparece en forma humana a Josué, hijo de Navé. Todas estas apelaciones le vienen de estar al servicio de la voluntad del Padre y del hecho de estar engendrado por el querer del Padre. Algo semejante vemos que sucede en nosotros: al emitir una palabra, engendramos la palabra, pero no por modo de división de algo de nosotros que, al pronunciar la palabra, disminuyera la razón que hay en nosotros. Así también vemos que un fuego se enciende de otro sin que disminuya aquel del que se tomó la llama, sino permaneciendo el mismo... Y tomaré el testimonio de la palabra de la sabiduría, siendo ella este Dios engendrado del Padre del universo, que subsiste como razón, sabiduría, poder y gloria del que la engendró, y que dice por boca de Salomón: ...EI Señor me fundó desde el principio de sus ca minos para sus obras. Antes del tiempo me cimentó, en el principio, antes de hacer la tierra, antes de crear los abismos, antes de brotar las fuentes de las aguas... 5.


    III. Pecado y salvación

    Oid cómo el Espiritu Santo dice acerca de este pueblo que son todos hijos del Altísimo y que en medio de su junta estará Cristo, haciendo justicia a todo género de hombres (cf. Sal 81)... En efecto, el Espiritu Santo reprende a los hombres porque habiendo sido creados impasibles e inmortales a semejanza de Dios con tal de que guardaran sus mandamientos, y habiéndoles Dios concedido el honor de llamarse hijos suyos, ellos, por querer asemejarse a Adán y a Eva, se procuran a sí mismos la muerte... Queda así demostrado que a los hombres se les concede el poder ser dioses, y que a todos se da el poder ser hijos del Altísimo, y culpa suya es si son juzgados y condenados como Adán y Eva... 6.

    A nosotros nos ha revelado él cuanto por su gracia hemos entendido de las Escrituras, reconociendo que él es el primogénito de Dios anterior a todas las criaturas, y al mismo tiempo hijo de los patriarcas, pues se digna nacer hombre sin hermosura, sin honor y pasible, hecho carne de una virgen del linaje de los patriarcas. Por esto en sus propios discursos, hablando de su futura pasión dijo: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra muchas cosas, y que sea reprobado por los escribas y los fariseos, y sea crucificado, y resucite al tercer día» (Mc 8, 31; Lc 9, 22). Ahora bien, él se llamaba a sí mismo Hijo del hombre o bien a causa de su nacimiento por medio de una virgen que era del linaje de David, de Jacob, de Isaac y de Abraham, o bien porque el mismo Adán era padre de todos esos que acabo de nombrar, de quienes Maria trae su linaje... Por haberle reconocido como Hijo de Dios por revelación del Padre, Cristo cambió el nombre a uno de sus discipulos, que antes se llamaba Simón y luego se llamó Pedro. Como Hijo de Dios le tenemos descrito en los «Recuerdos de los apóstoles», y como tal le tenemos nosotros, entendiendo que procedió del poder y de la voluntad del Padre antes de todas las criaturas. En los discursos de los profetas es llamado Sabiduría, Día, Oriente, Espada, Piedra, Vara, Jacob, Israel, unas veces de un modo y otras de otro; y sabemos que se hizo hombre por medio de una virgen, a fin de que por el mismo camino por el que tuvo comienzo la desobediencia de la serpiente, por el mismo fuera también destruida. Porque Eva, cuando era todavía virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte: en cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espiritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo cual lo santo nacido de ella seria hijo de Dios; a lo que ella contestó: «Hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38). Y de la Virgen nació aquel al que hemos mostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente y los ángeles y hombres que a ella se asemejan, y libra de la muerte a los que se arrepienten de sus malas obras y creen en él...


    IV. Vida cristiana


    El bautismo


    A cuantos se convencen y aceptan por la fe que es verdad lo que nosotros enseñamos y decimos, y prometen ser capaces de vivir según ello, se les instruye a que oren y pidan con ayunos el perdón de Dios para sus pecados anteriores, y nosotros oramos y ayunamos juntamente con ellos. Luego los llevamos a un lugar donde haya agua, y por el mismo modo de regeneración con que nosotros fuimos regenerados, lo son también ellos: en efecto, se someten al baño por el agua, en el nombre del Padre de todas las cosas y Señor Dios, y en el de nuestro salvador Jesucristo y en el del Espíritu Santo. Porque Cristo dijo: «Si no volvierais a nacer, no entraréis en el reino de los cielos» (Jn 3, 3), y es evidente para todos que no es posible volver a entrar en el seno de nuestras madres una vez nacidos. Y también está dicho en el profeta Isaías el modo como podían librarse de los pecados aquellos que habiendo pecado se arrepintieran: «Lavaos, volveos limpios, quitad las maldades de vuestras almas, aprended a hacer el bien...» (Is 1, 16ss). La razón que para esto aprendimos de los apóstoles es la siguiente: En nuestro primer nacimiento no teníamos conciencia, y fuimos engendrados por necesidad por la unión de nuestros padres, de un germen húmedo, criándonos en costumbres malas y en conducta malvada. Ahora bien, para que no sigamos siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y del conocimiento, alcanzando el perdón de los pecados que anteriormente hubiéramos cometido, se invoca sobre el que ha determinado regenerarse y se arrepiente de sus pecados, estando él en el agua, el nombre del Padre de todas las cosas y Señor Dios, el único nombre que invoca el que conduce a este lavatorio al que ha de ser lavado... Este baño se llama iluminación, para dar a entender que son iluminados los que aprenden estas cosas. Y el que es así iluminado, se lava también en el nombre de Jesucristo, el que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espiritu Santo, que nos anunció previamente por los profetas todo lo que se refiere a Jesús 8.


    La eucaristía

    Después del baño (del bautismo), llevamos al que ha venido a creer y adherirse a nosotros a los que se llaman hermanos, en el lugar donde se tiene la reunión. con el fin de hacer preces en común por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los demás esparcidos por todo el mundo, con todo fervor, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, mostrarnos hombres de recta conducta en nuestras obras y guardadores de lo que tenemos mandado, para conseguir así la salvación eterna. Al fin de las oraciones nos damos el beso de paz. Luego se presenta pan y un vaso de agua y vino al que preside de los hermanos, y él, tomándolos, tributa alabanzas y gloria al Padre de todas las cosas por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, haciendo una larga acción de gracias por habernos concedido estos dones que de él nos vienen. Cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente asiente diciendo Amen, que en hebreo significa «Asi sea». Y cuando el presidente ha dado gracias y todo el pueblo ha hecho la aclamación, los que llamamos ministros o diáconos dan a cada uno de los asistentes algo del pan y del vino y agua sobre el que se ha dicho la acción de gracias, y lo llevan asimismo a los ausentes.

    Esta comida se llama entre nosotros eucaristía, y a nadie le es licito participar de ella si no cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo con lo que Cristo nos enseñó. Porque esto no lo tomamos como pan común ni como bebida ordi naria, sino que así como nuestro salvador Jesucristo, encarnado por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación, así se nos ha enseñado que en virtud de la oración del Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias—del que se nutren nuestra sangre y nuestra carne al asimilarlo—es el cuerpo y la sangre de aquel Jesús encarnado. Y en efecto, los apóstoles en los Recuerdos que escribieron, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue mandado, cuando Jesús tomó el pan, dio gracias y dijo: «Haced esto en memoria mia»...

    Y nosotros, después, hacemos memoria de esto constantemente entre nosotros, y los que tenemos algo socorremos a los que tienen necesidad, y nos ayudamos unos a otros en todo momento. En todo lo que ofrecemos bendecimos siempre al Creador de todas las cosas por medio de su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. El día llamado del sol (el domingo) se tiene una reunión de todos los que viven en las ciudades o en los campos, y en ella se leen, según el tiempo lo permite, los Recuerdos de los apóstoles o las Escrituras de los profetas. Luego, cuando el lector ha terminado, el presidente toma la palabra para exhortar e invitar a que imitemos aquellos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a la vez, y elevamos nuestras preoes; y terminadas éstas, como ya dije, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente dirige a Dios sus oraciones y su acción de gracias de la mejor manera que puede, haciendo todo el pueblo la aclamación del Amén. Luego se hace la distribución y participación de los dones consagrados a cada uno, y se envian asimismo por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan lo que les parece, y lo que así se recoge se entrega al presidente, el cual socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que padecen necesidad por enfermedad o por otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros y transeúntes, siendo así él simplemente provisor de todos los necesitados. Y celebramos esta reunión común de todos en el día del sol, por ser el día primero en el que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y también el día en el que nuestro salvador Jesucristo resucitó de entre los muertos... 9.


    V. Escatología

    ¿Realmente confesáis vosotros que ha de reconstruirse la ciudad de Jerusalén, y esperáis que allí ha de reunirse vuestro pueblo, y alegrarse con Cristo, con los patriarcas y profetas y los santos de nuestro linaje, y hasta los prosélitos anteriores a la venida de vuestro Cristo...?

    Si habéis tropezado con algunos que se llaman cristianos y no confiesan esto, sino que se abreven a blasfemar del Dios de Abraham y de Isaac y de Jacob, y dicen que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir sus almas son recibidas en el cielo, no los tengáis por cristianos... Yo por mi parte, y cuantos son en todo ortodoxos, sabemos que habrá resurrección de los muertos y un periodo de mil años en la Jerusalén reconstruida y hermoseada y dilatada, como lo prometen Ezequiel, Isaías y otros profetas... 10.

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    1. JUSTINO, 1 Apologia, 46.

    2. JUSTINO, 2 Apología, 13.

    3. Ibid. 5.

    4. JUSTINO, Diálogo, 127-128.

    5. Ibid. 61.

    6. Ibid. 124.

    7. Ibid. 100.

    8. JUSTINO, 1 Apol. 61.

    9. Ibid. 65-67.

    10. JUSTINO, Dial. 80.




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