miércoles, 27 de junio de 2012

Ireneo, Santo


Obispo y Mártir, Junio 28

Ireneo, Santo
Ireneo, Santo


Obispo y Mártir

Pacificador de nombre y de hecho (el nombre “Ireneo” en griego quiere decir pacífico y pacificador), san Ireneo fue presentado al Papa por los cristianos de la Galia con palabras de grande elogio: “Guardián del testamento de Cristo”. En Roma honró su nombre sugiriendo moderación al Papa Víctor, aconsejándole respetuosamente que no excomulgara a las Iglesias de Asia que no querían celebrar la Pascua en la misma fecha de las otras comunidades cristianas.

Con los mismos fines pacificadores este hombre ponderado insistió a los obispos de las otras comunidades cristianas para que trabajaran por el triunfo de la concordia y de la unidad, sobre todo manteniéndose unidos a la tradición apostólica para combatir el racionalismo gnóstico. De sus escritos nos quedan, efectivamente, Los cinco libros del Adversus hæreses, en los que Ireneo aparece no sólo como el teólogo más equilibrado y penetrante de la Encarnación redentora, sino también como uno de los pastores más completos, más apostólicos y más católicos que hayan servido a la Iglesia. Se nota que sus argumentaciones contra Los herejes, aunque nacieron de la polémica, son fruto de la oración y de la caridad.

Ireneo era oriundo de Asia Menor. Entre sus recuerdos de juventud se encuentra el contacto con Policarpo de Esmirna, el santo obispo “que fue instruido por los testigos oculares de la vida del Verbo”, sobre todo por el apóstol Juan, que había fijado su sede en Esmirna. Ireneo, pues, por medio de Policarpo se une a los Apóstoles. Después de dejar el Asia Menor, pasa a Roma y sigue para Lyon (Francia). No perteneció a la lista de los mártires de Lyon, víctimas de la persecución del 177, porque precisamente en ese tiempo su Iglesia lo había enviado a Roma para presentar al Papa Eleuterio algunos asuntos de orden doctrinal, relacionados sobre todo con el error montanista. Este error se debía a un grupo de fanáticos que habían llegado de Oriente, predicando el disgusto por las cosas del mundo y anunciando el inminente regreso de Cristo. De regreso a Lyon, Ireneo sucedió en el 178 al obispo mártir san Fotino, y gobernó la Iglesia de Lyon hasta su muerte, hacia el año 200. Aunque no está comprobado su martirio, la Iglesia lo venera como mártir.

En todo caso, él fue un auténtico testigo de la fe en un período de dura persecución; su campo de acción fue muy vasto, si se tiene en cuenta que probablemente no había ningún otro obispo en las Galias ni en las tierras limítrofes de Alemania. Su lengua era el griego, pero aprendió las lenguas “bárbaras” para poder evangelizar a esos pueblos.
 
SAN IRENEOFiesta: 28 de junio
Padre de la Iglesia, nacido cerca del año 130
Obispo de Lyon (hoy día ciudad del sur de Francia)

San Ireneo, educado en Esmirna; fue discípulo de la San Policarpo, obispo de aquella ciudad, quién a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad.
Las obras literarias de San Ireneo le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes.
 Recibió la palma del martirio, según se cuenta, alrededor del año 200.

Infancia y Estudios
Nada se sabe sobre su familia. Probablemente nació alrededor del año 125, en alguna de aquellas provincias marítimas del Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el recuerdo de los Apóstoles entre los numerosos cristianos. Sin duda que recibió una educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras, una completa familiaridad con la literatura y la filosofía de los griegos. Tuvo además, el inestimable privilegio de sentarse entre algunos de los hombres que habían conocido a los Apóstoles y a sus primeros discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos, figuraba San Policarpo, quien ejerció una gran influencia en la vida de Ireneo. Por cierto, que fue tan profunda la impresión que en éste produjo el santo obispo de Esmirna que, muchos años después, como confesaba a un amigo, podía describir con lujo de detalles, el aspecto de San Policarpio, las inflexiones de su voz y cada una de las palabras que pronunciaba para relatar sus entrevistas con San Juan, el Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o para exponer la doctrina que habían aprendido de ellos. San Gregorio de Tours afirma que fue San Policarpio quien envió a Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para sostener esa afirmación.
Sacerdocio
Desde tiempos muy remotos, existían las relaciones comerciales entre los puertos del Asia Menor y el de Marsella y, en el siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos transportaban regularmente las mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad de Lyon que, en consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa occidental y en la villa más populosa de las Galias. Junto con los mercaderes asiáticos, muchos de los cuales se establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes y misioneros que portaron la palabra del Evangelio a los galos paganos y fundaron una vigorosa iglesia local. A aquella iglesia llegó San Ireneo para servirla como sacerdote, bajo la jurisdicción de su primer obispo, San Potino, que también era oriental, y ahí se quedó hasta su muerte. La buena opinión que tenían sobre él sus hermanos en religión, se puso en evidencia el año de 177, cuando sé le despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, al tratar a San Potino, el 2 de junio, cuando ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon, se hallaban prisioneros. Su cautiverio, por otra parte, no les impidió mantener su interés por los fieles cristianos del Asia Menor. Conscientes de la simpatía y la admiración que despertaba entre la cristiandad su situación de confesores en inminente peligro de muerte, enviaron al Papa San Eleuterio, por conducto de Ireneo, "la más piadosa y ortodoxa de las cartas", con una apelación al Pontífice, en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Asimismo, recomendaban al portador de la misiva, como a un sacerdote "animado por un celo vehemente para dar testimonio de Cristo" y un amante de la paz, como lo indicaba su nombre.
Obispado
El cumplimiento de aquel encargo que lo ausentaba de Lyon, explica por qué Ireneo no fue llamado a compartir el martirio de San Potino y sus compañeros. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto como regresó a Lyon, ocupó la sede episcopal que había dejado vacante San Potino. Ya por entonces había terminado la persecución y los veinte o más años de su episcopado fueron de relativa paz. Las informaciones sobre sus actividades son escasas, pero es evidente que, además de sus deberes puramente pastorales, trabajó intensamente en la evangelización de su comarca y las adyacentes. Al parecer, fue él quien envió a los Santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence, y a los Santos Ferrucio y Ferreolo, a Besancon, Para indicar hasta qué punto se había identificado con su rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta en vez del griego, que era su lengua madre.
Lucha contra el gnosticismo
La propagación del gnosticismo en las Galias inspiró en el obispo Ireneo el anhelo de defender el cristianismo de sus falsas interpretaciones. Estudió sus dogmas, lo que ya de por sí era una tarea muy difícil, puesto que cada uno de los gnósticos parecía sentirse inclinado a introducir nuevas versiones propias en la doctrina. Afortunadamente, San Ireneo era un investigador minucioso e infatigable en todos los campos del saber, como nos dice Tertuliano y, por consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos. Una vez empapado en las ideas gnósticas, escribió un tratado en cinco libros, en cuya primera parte expuso completamente las doctrinas internas de las diversas sectas para contradecirlas después con las enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas Escrituras.
Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió. Cuando trata sobre la creencia gnóstica de que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres angelicales y no por Dios, quien sin participación seguirá eternamente desligado del mundo, superior, indiferente, Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su conclusión lógica y, por medio de una eficaz reductio ad absurdum, procede a demostrar su falsedad. Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la estrecha relación entre Dios y el mundo que El creó los siguientes términos: "El Padre está por encima de todo y El es la cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas las cosas y El mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es El esa agua viva que el Señor da a los que creen en El y le aman porque saben que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todas las cosas."
Ireneo escribe con estudiada moderación y cortesía, pero de vez en cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al referirse, por ejemplo, a la actitud de los recién "iniciados" dice: "Tan pronto como un hombre se deja atrapar en sus "caminos de salvación", se da tanta importancia y se hincha de vanidad a tal extremo que ya no se imagina estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un gallo, se pavonea ante nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel. Ireneo estaba firmemente convencido de que gran parte del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de envolverse y de hecho, había tomado la determinación de "desenmascarar a la zorra", como él mismo lo dice. Y por cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego, pero traducidas al latín casi en seguida, circularon ampliamente y no tardaron en asestar el golpe de muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos, de entonces en adelante dejaron de constituir una seria amenaza para la Iglesia y la fe católica.
Reconciliador ante el Pontífice
El hecho de que luchara contra las herejía no significa que fuese intransijente. Al contrario. Trece o catorce años después de haber viajado a Roma con la carta para el Papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el mediador entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el Pontífice. En vista de que los cuartodecimanos se negaban a celebrar la Pascua de acuerdo con la costumbre occidental, el Papa Víctor III los había excomulgado y, en consecuencia, existía el peligro de un cisma. Ireneo intervino en su favor. En una carta bellamente escrita que dirigió al Papa, le suplicaba que levantase el castigo y señalaba que sus defendidos no eran realmente culpables, sino que se aferraban a una costumbre tradicional y que, una diferencia de opinión sobre el mismo punto, no había impedido que el Papa Aniceto y San Policarpo permaneciesen en amable comunión. El resultado de su embajada fue el restablecimiento de las buenas relaciones entre las dos partes y de una paz que no se quebrantó. Después del Concilio de Nicea, en 325, los cuartodecimanos acataron voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa Sede.
Su muerte y veneración
Se desconoce la fecha de la muerte de San Ireneo aunque, por regla general, se estima en el año 202. De acuerdo con una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es probable ni hay evidencia alguna sobre el particular.
Los restos mortales de San Ireneo, como lo indica Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante, llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruido por los calvinistas en 1562 y, al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios de sus reliquias. Es digno de observarse que, si bien la fiesta de San Ireneo se celebra desde tiempos muy antiguos en el oriente (el 23 de agosto), sólo a partir de 1922 se ha observado en la iglesia de occidente.
Su Escritos
No ha llegado hasta nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre San Ireneo, pero hay, en cambio, abundante literatura en torno al importante papel que desempeñó como testigo de las antiguas tradiciones y como maestro de las creencias ortodoxas
Su tratado contra los gnósticos ha llegado hasta nosotros completo en su versión latina.
En 1904 se descubrió la existencia de otro escrito suyo: la exposición de la predicación apostólica, traducida al armenio. La obra era hasta entonces conocida como : "Prueba de la Predicación Apostólica". Se trata, sobre todo de una comparación de las profecías del Antiguo Testamento y de ese escrito, no se obtienen informaciones nuevas en relación con el espíritu y los pensamientos del autor.
A pesar de que el resto de sus obras desapareció, bastan los dos trabajos mencionados para suministrar todos los elementos de un sistema completo de teología cristiana.
San Ireneo, fundamentándose en San Pablo y en su conocimiento de las enseñazas apóstolicas, enseñaba el paralelismo Adán-Jesucristo; Eva-María

Bibliografía: "Vidas de los Santos" de Butler, ed. española.

Ireneo de Lyon Benedicto XVI Enfasis es nuestro
Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis sobre las grandes figuras de la Iglesia de los primeros siglos llegamos hoy a la personalidad eminente de san Ireneo de Lyon. Sus noticias biográficas nos vienen de su mismo testimonio, que nos ha llegado hasta nosotros gracias a Eusebio en el quinto libro de la «Historia eclesiástica».

Ireneo nació con toda probabilidad en Esmirna (hoy Izmir, en Turquía) entre los años 135 y 140, donde en su juventud fue alumno del obispo Policarpo, quien a su vez era discípulo del apóstol Juan. No sabemos cuándo se transfirió de Asia Menor a Galia, pero la mudanza debió coincidir con los primeros desarrollos de la comunidad cristiana de Lyon: allí, en el año 177, encontramos a Ireneo en el colegio de los presbíteros.

Precisamente en ese año fue enviado a Roma para llevar una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio. La misión romana evitó a Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de noventa años, fallecido a causa de los malos tratos en la cárcel. De este modo, a su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al ministerio episcopal, que se concluyó hacia el año 202-203, quizá con el martirio.

Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Del buen pastor tiene la prudencia, la riqueza de doctrina, el ardor misionero. Como escritor, busca un doble objetivo: defender la verdadera doctrina de los asaltos de los herejes, y exponer con claridad la verdad de la fe. A estos dos objetivos responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros «Contra las herejías» y «La exposición de la predicación apostólica», que puede ser considerada también como el «catecismo de la doctrina cristiana» más antiguo. En definitiva, Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.

La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la «gnosis», una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, pues no son capaces de comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales --se llamaban «gnósticos»-- podrían comprender lo que se escondía detrás de estos símbolos y de este modo formarían un cristianismo de élite, intelectualista.

Obviamente este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos con frecuencia extraños y extravagantes, pero atrayentes para muchas personas. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban la existencia junto al Dios bueno de un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.

Arraigándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la originaria santidad de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la confutación de la herejía: se puede decir, de hecho, que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe. En el centro de su doctrina está la cuestión de la «regla de la fe» y de su transmisión. Para Ireneo la «regla de la fe» coincide en la práctica con el «Credo» de los apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender lo que quiere decir, la manera en que tenemos que leer el mismo Evangelio.

De hecho, el Evangelio predicado por Ireneo es el que recibió de Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de Policarpo se remonta al apóstol Juan, de quien Policarpo era discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el impartido por los obispos que lo han recibido gracias a una cadena interrumpida que procede de los apóstoles. Éstos no han enseñado otra cosa que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. De este modo, nos dice Ireneo, no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo es apostólica esta fe, procede de los apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios.

Al adherir a esta fe transmitida públicamente por los apóstoles a sus sucesores, los cristianos tienen que observar lo que dicen los obispos, tienen que considerar específicamente la enseñanza de la Iglesia de Roma, preeminente y antiquísima. Esta Iglesia, a causa de su antigüedad, tiene la mayor apostolicidad: de hecho, tiene su origen en las columnas del colegio apostólico, Pedro y Pablo. Con la Iglesia de Roma tienen que estar en armonía todas las Iglesias, reconociendo en ella la medida de la verdadera tradición apostólica, de la única fe común de la Iglesia. Con estos argumentos, resumidos aquí de manera sumamente breve, Ireneo confuta en sus fundamentos las pretensiones de estos gnósticos, de estos intelectuales: ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de pocos, sino que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los apóstoles, y sobre todo del obispo de Roma. En particular, al polemizar con el carácter «secreto» de la tradición gnóstica, y al constatar sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, Ireneo se preocupa por ilustrar el concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos.

a) La Tradición apostólica es «pública», no privada o secreta. Para Ireneo no hay duda alguna de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el recibido de los apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza. Por tanto, a quien quiere conocer la verdadera doctrina le basta conocer «la Tradición que procede de los apóstoles y la fe anunciada a los hombres»: tradición y fe que «nos han llegado a través de la sucesión de los obispos» («Contra las herejías» 3, 3 , 3-4). De este modo, coinciden sucesión de los obispos, principio personal, Tradición apostólica y principio doctrinal.

b) La Tradición apostólica es «única». Mientras el gnosticismo se divide en numerosas sectas, la Tradición de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales que, como hemos visto, Ireneo llama «regula fidei» o «veritatis»: y dado que es única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diferentes culturas, a través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las diferentes lenguas y culturas. Hay una expresión preciosa de san Ireneo en el libro «Contra las herejías»: «La Iglesia que recibe esta predicación y esta fe [de los apóstoles], a pesar de estar diseminada en el mundo entero, la guarda con cuidado, como si habitase en una casa única; cree igualmente a todo esto, como quien tiene una sola alma y un mismo corazón; y predica todo esto con una sola voz, y así lo enseña y trasmite como si tuviese una sola boca. Pues si bien las lenguas en el mundo son diversas, única y siempre la misma es la fuerza de la tradición. Las iglesias que están en las Germanias no creen diversamente, ni trasmiten otra cosa las iglesias de las Hiberias, ni las que existen entre los celtas, ni las de Oriente, ni las de Egipto ni las de Libia, ni las que están en el centro del mundo» (1, 10, 1-2). Ya en ese momento, nos encontramos en el año 200, se puede ver la universalidad de la Iglesia, su catolicidad y la fuerza unificadora de la verdad, que une estas realidades tan diferentes, de Alemania a España, de Italia a Egipto y Libia, en la común verdad que nos reveló Cristo.

c) Por último, la Tradición apostólica es como él dice en griego, la lengua en la que escribió su libro, «pneumática», es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo: en griego, se dice «pneuma». No se trata de una transmisión confiada a la capacidad de los hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la transmisión de la fe. Esta es la «vida» de la Iglesia, que la hace siempre joven, es decir, fecunda de muchos carismas. Iglesia y Espíritu para Ireneo son inseparables: «Esta fe», leemos en el tercer libro de «Contra las herejías», «la hemos recibido de la Iglesia y la custodiamos: la fe, por obra del Espíritu de Dios, como depósito precioso custodiado en una vasija de valor rejuvenece siempre y hace rejuvenecer también a la vasija que la contiene… Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia» (3, 24, 1).

Como se puede ver, Ireneo no se limita a definir el concepto de Tradición. Su tradición, la Tradición ininterrumpida, no es tradicionalismo, pues esta Tradición siempre está internamente vivificada por el Espíritu Santo, que la hace vivir de nuevo, hace que pueda ser interpretada y comprendida en la vitalidad de la Iglesia. Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que aparezca como tiene que ser, es decir, «pública», «única», «pneumática», «espiritual». A partir de cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia. Más en general, según la doctrina de Ireneo, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente anclada en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación de Espíritu. Esta doctrina es como una «senda maestra» para aclarar a todas las personas de buena voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para dar un empuje siempre nuevo a la acción misionera de la Iglesia, a la fuerza de la verdad que es la fuente de todos los auténticos valores del mundo.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:
San Ireneo, discípulo de san Policarpo, fue Obispo de Lión. Ireneo era sobre todo un Pastor, que expuso y defendió con claridad la verdad de la fe, en particular frente a las sectas gnósticas. Preocupado por la cuestión de la «regla de la fe», y su transmisión, Ireneo afirmaba que aquella coincide con el «Credo» de los Apóstoles, transmitido a los Obispos y a sus sucesores. Así, la enseñanza verdadera la imparten los Obispos que la han recibido a través de una Tradición constante. Destaca la enseñanza de la Iglesia de Roma, cuya apostolicidad se remonta a Pedro y Pablo. Para Ireneo la Tradición apostólica es pública, no privada o secreta. El contenido de la fe se recibe de los Apóstoles, de ahí la importancia de la "sucesión apostólica". Además, la Tradición apostólica es única, con el mismo contenido fundamental en todas partes. Finalmente, la transmisión de la Tradición apostólica no depende de la capacidad de hombres más o menos doctos, sino del Espíritu Santo. Esto hace que la Iglesia sea una realidad siempre viva y joven, enriquecida con múltiples carismas. 


San Ireneo de Lyon
Saint Irenaeus.jpg
Ireneo de Lyon.
Apologista y Padre de la Iglesia
Nacimiento c. 130
Esmirna, Asia Menor (actualmente Turquía)
Fallecimiento c. 2021
Lugdunum en la Galia (actualmente Lyon)
Venerado en Iglesia católica
Iglesia ortodoxa
Antiguas iglesias orientales
Luteranismo
Comunión Anglicana
Festividad 28 de junio (Iglesia Católica) (Comunión Anglicana)
23 de agosto (Iglesia ortodoxa)
Ireneo de Lyon, conocido como San Ireneo (griego: Εἰρηναῖος) (n. Esmirna Asia Menor, c. 130 - m. Lyon, c. 202), fue obispo de la ciudad de Lyon desde 189. Considerado como el más importante adversario del gnosticismo del siglo II. Su obra principal es Contra las Herejías.

Ministerio cristiano

Fue discípulo, considerado el mejor de todos, del obispo de Esmirna, Policarpo, discípulo, a su vez, del Apóstol Juan. Policarpo le envió a las Galias (157). En Lyon, donde se registró una cruel persecución que causó numerosos mártires entre los cristianos, fue ordenado sacerdote y desde el año 177 ejerció allí como presbítero. Fue enviado al Obispo de Roma Eleuterio, para rogarle mediante «la más piadosa y ortodoxa de las cartas», en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia.
Explicó que al rechazar a los falsos profetas había que acoger el verdadero don de profecía. Pese a rechazar los «excesos carismáticos» y apocalípticos del montanismo, consideró que no se podía prohibir las manifestaciones del Espíritu Santo dentro de las iglesias romanas.
Sucedió a Potino en la sede episcopal de Lyon desde el 189 e intervino ante el obispo romano Víctor (190), para que no separara de la comunión a los cristianos orientales que celebraban la Pascua el mismo día que los judíos. No se tiene certeza sobre la fecha de su muerte, pero se estima ocurrió entre el año 202 y el 207.
El nombre de San Ireneo está vinculado, sobre todo, a la polémica contra los gnósticos.

Obra

Escribió el tratado Contra las Herejías en cinco tomos (Ver: Ireneo de Lyon. Contra las herejías. «En latín: Adversus haereses, AH»), cuyo título completo es Desenmascarar y Refutar la falsamente llamada Ciencia (Gnosis en griego, idioma en el que fue escrito).
Explicó que no existe un Pléroma sobre el Dios Creador. La Regla de la Verdad, se resume en lo siguiente: hay un solo Dios Soberano universal que creó todas las cosas por medio de su Verbo, que ha organizado y hecho de la nada todas las cosas para que existan. El Dios del Antiguo Testamento es el mismo y único Dios del Nuevo Testamento, al contrario de lo que afirmó Marción.
Ireneo confrontó las concepciones según las cuales habría almas malas destinadas a condenarse o tres clases de humanos: materiales que no pueden salvarse, psíquicos que pueden salvarse y espirituales que salvan. Dios ha encerrado a todos en la incredulidad, para tener compasión de todos (Romanos 11:32). Especialmente rechazó la versión gnóstica de Cristo, que lo hacía un hombre espiritual al que le fue administrado un cuerpo formado con substancia psíquica, pero dispuesto con un arte inefable para que pudiera ser visto, palpado y sufrir y del que se libró al morir, y que en cambio nunca tomó nada del hombre material, porque este nada tiene que pueda salvarse. Mostró cómo, según los argumentos que ellos proponen, el Verbo no se habría hecho carne. El libro V expone su escatología milenarista, heredada de los apóstoles: el Anticristo, la Resurrección de los justos y el Milenio.

Teología de Ireneo de Lyon

En su obra Hitos de la Teología, Ireneo considera a la Escritura como la fuente primordial de la fe. Es preciso comparar los distintos pasajes para que iluminándose unos a otros, pueda entenderse su significado en el contexto (cf. AH II, 10,1; 27,1; III, 12,9).2 3 Con humildad debemos aceptar que no conocemos todo y debemos acercarnos a la Palabra con espíritu humilde y dejarnos enseñar de ella.
Ireneo defiende el principio de la tradición. El libro segundo del AH desarrolla o funda el principio de la tradición, que ya inicia Hegesipo, y formula este principio contra el gnosticismo, que admite revelaciones privadas, propias de sus escuelas y también contra ellos exige la coherencia con las Escrituras, ya que los gnósticos pretendían eliminar determinados aspectos de ellas arguyendo una tradición secreta. Dice que la verdadera tradición hay que buscarla en la Iglesia fundada por los apóstoles, donde sus sucesores han enseñado la doctrina auténtica.
Ireneo está fuertemente convencido de que la doctrina de los Apóstoles sigue manteniéndose sin alteración. Esta tradición es la fuente y la norma de la fe (regula fidei o regula veritatis). Para Ireneo este canon de la verdad parece ser el credo bautismal, porque dice que lo recibimos en el bautismo. Sólo las iglesias fundadas por los apóstoles pueden servir de apoyo para la enseñanza auténtica de la fe y como testigos de la verdad, pues la sucesión ininterrumpida de los obispos en estas iglesias garantiza la verdad de su doctrina. A propósito de esto dice que sería largo recurrir a todas las iglesias, por ello reduce a la de Roma, gracias a lo cual tenemos toda la lista de obispos romanos (cf. AH III, 3,3).3

Ireneo es ante todo un gran exegeta,4 especialmente de San Pablo y de San Juan, de tal modo que cuando el explica a San Pablo o a San Juan es casi como si estos se explicasen a sí mismos. Ireneo es el representante de la escuela asiática (de Asia Menor). La teología de la carne no viene de San Juan.
La batalla en torno a los gnósticos se hace con San Pablo. El tema central de la teología ireniana gira en torno al Salus Hominis (antropología), es decir, la salvación del hombre. En la antropología confluyen todo lo demás, trinidad, eclesiología, escatología, etc. El punto de partida de su antropología lo constituyen los dos textos bíblicos del Génesis que hablan de la creación del hombre: el Génesis 1:1-26 y el Génesis 2:7. Frente a los gnósticos que distinguían tres clases de hombre, el hombre material o hiliaco, el hombre psíquico o animal (porque su sustancia es la psijé o alma), y tercero el hombre espiritual o neumático (constituido de pneuma o espíritu).
Hay un solo hombre, carnal, espiritual y animal. Repetidamente dice que el hombre es una mezcla de cuerpo, alma y espíritu, en esto usa una terminología paulina, Pablo en 1Tesalonicenses 5:23. Los gnósticos daban a estos tres elementos la categoría de sustancia, y decían que los tres hombres eran de tres sustancias distintas, aunque teóricamente cada uno de estos tres podría vivir independientemente, o quizás unidos. El espíritu está revestido del hombre psíquico y este a su vez del hombre material. El ideal de ese espíritu es librarse de los otros dos, esto ocurrirá con la muerte. La sustancia espiritual es la sustancia de Dios, por ello el hombre es consustancial al Padre. La salvación para los hombres espirituales es debida a su propia sustancia, por ser de materia divina. La sustancia de los 7 cielos es el mundo del demiurgo, Dios inferior al Dios uno, tiene naturaleza psíquica, es el que crea al hombre material, pero el hombre espiritual es de sustancia divina.
San Ireneo dice que sólo hay un hombre, que asume las sustancias, así hay un tanto a favor de las cosas. El hombre es cuerpo, es carne, el alma es el principio de la vida racional y animal por el plasma (barro). El alma es principio racional, el principio que al barro comunica la vida sensitiva y racional. El espíritu es principio de vida espiritual del plasma. El hombre por el pecado pierde el espíritu. El hombre es una mezcla de cuerpo, alma y espíritu. Son cualidades inherentes al cuerpo. Sarcología: el hombre es carne, así antropología es filosofía de la carne. Car Capax Salutis: carne capaz de salvación. Aquí es donde se juega la batalla, para los gnósticos la carne no es capaz de salvación, para San Ireneo sí. Salvación significa divinización de la carne, por eso el Hijo de dios se encarna para divinizar la carne. La carne, por ser materia, para los gnósticos, es corruptible, y acabará con la aniquilación. Por eso la carne de Dios no es real, sino aparente (docetismo), perdiéndose así los misterios de Jesucristo. La carne es esencial para San Ireneo, el hombre per se es carne, pero una carne destinada a la salvación.
En Génesis 2:7a. «Tomó Yahveh barro de la tierra», hallamos el origen del cuerpo, es barro de la tierra, ahora bien, ¿de qué tierra? De esta visible que tenemos ante nosotros, y el misterio de la curación del ciego de nacimiento lo pone esto de manifiesto. El hombre es un ser en construcción, idea de progreso, el hombre no acaba de ser hecho hasta que el hombre sea igual a la carne gloriosa de Cristo, entonces el hombre será perfectamente lo que Dios quiere, imagen y semejanza de Dios.
Por otro lado, subraya que ese barro tomado de la tierra, no fue plasmado por ángeles, sino por las manos de Dios, directamente, las manos de Dios son el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo es el que comunica al barro la imagen, y el Espíritu Santo es el que le comunica la semejanza divina. Cada una de las tres divinas personas en la creación, actúa a tenor de sus cualidades personales. El Padre crea la materia ex nihilo, el Hijo le da forma, y el Espíritu Santo lo llena de vida. Génesis 2:7b. Este aliento de vida se identifica con el alma, infundida en el plasma, y adopta la forma del plasma, a la manera como el contenido adopta la forma del contenedor, y se sujeta a la misma causalidad de las manos de Dios.
El hombre es un microcosmos, en el mismo ser del hombre hay como un resumen de toda la creación, del mundo material por ser material, y del racional por ser racional. San Ireneo dice que Dios hizo al hombre rey no solo de este mundo, sino también del de los ángeles. El hombre mismo es resumen de la creación. Según Génesis 1:26 hay que distinguir imagen de semejanza. Imagen es similitud con la forma, figura, lineamentos, y se da entre naturalezas iguales, se da necesariamente entre dos naturalezas iguales, tenemos por tanto la misma naturaleza de Dios, posible por Cristo, que tiene naturaleza humana. Aquí se introduce la teología trinitaria. El Padre no tiene forma, no es posible conocer al Padre sin el Hijo, el cual si tiene forma. Así pues, el hombre, que es material, corporal, carnal, es imagen de Dios en su sentido horizontal, es decir imagen de Cristo Dios que ha de venir, se ha de encarnar, es el paradigma.
En Cristo cabe distinguir varios estadios. El paradigma de Adán es Cristo, que es anterior al primer Adán, puesto que el primer Adán es solo anterior en el tiempo, no en la mente de Dios. En Cristo cabe distinguir distintos estadios (cuando nació, como niño, etc.) ¿En cuál de estos estadios es el paradigma del que fue creado Adán?. En la resurrección, ese es el paradigma o modelo que Dios tuvo presente. Será imagen de Dios cuando su carne sea glorificada. El hombre pues está destinado por Dios a ser glorificado en su carne, mientras tanto estamos en período de construcción. Al ser una economía carnal, es precisa una historia, si hubiese sido una economía angelical no hubiese hecho falta.
La semejanza significa asimilación del hombre con Dios, que hay que distinguir otra semejanza, asimilación del hombre con Dios, es decir, el hombre se hace Dios, la semejanza consiste en que el hombre sea divinizado, deificado, el hombre está destinado a hacerse Dios. Esta semejanza es progresiva, ya el «kata» (partícula segunda) tiene de suyo un dinamismo. Indica un proceso que tiene que desarrollarse hasta la perfección de la carne de Cristo, pero nunca barrerá la distancia física, sino la distancia cualitativa. Una cosa es la «ousía» (sustancia) o ser de Dios, y otra es la «ousía» humana, que es carnal, la distancia está entre el ser de Dios y el del hombre, nunca se borrará, la divinización del hombre se dará en el terreno de la cualidad, el terreno cualitativo, quiere decir esto que la sustancia divina tiene unas propiedades congénitas (poiotes), la sustancia divina de suyo es impasible, inmortal, incorruptible, y la sustancia humana de suyo es corruptible, mortal, y pasible. La divinización del hombre viene de que la sustancia humana se olvide de sus facultades y asuma las cualidades divinas. Cristo resucitado es el modelo que Dios tuvo delante al modelar a Adán. Por tanto Cristo es el objetivo al que ha de llegar la carne humana.
El hombre es un ser in fieri, en construcción, que se está haciendo, llegará a ser perfecto hombre solo después de la resurrección, cuando su carne halla adquirido la incorruptibilidad y la inmortalidad. Mientras tanto, está sometido al trabajo de las manos divinas, Dios ¿por qué no hizo al hombre perfecto desde un principio? Porque si bien según los gnósticos la explicación está en el demiurgo, Dios creador, imperfecto, para San Ireneo el hombre es incapaz de recibir la perfección de golpe por ser carnal, le hacia falta una historia. Dios es capaz de dar la perfección al hombre, pero el hombre es incapaz de recibir esta perfección. Toda la cuestión está en que Dios ha establecido una economía carnal, material. Por eso el Hijo de Dios se encarnó (por la economía carnal) y no se angelizó. La tarea de asimilación del hombre a Dios va unida al alma, nosotros somos un cuerpo tomado de la tierra, y un alma, el alma es mediadora entre este cuerpo y el espíritu. Así como la perfección de la imagen está virtualmente vinculada al cuerpo, el alma toma la misma imagen del cuerpo, el cuerpo comunica al alma la imagen del cuerpo, y así Dios comunica al alma la imagen del alma, para que lo comunique al cuerpo, actúa así de intermediación. La semejanza pues iría especialmente vinculada al alma.

Cristología de Ireneo de Lyon

La cristología de San Ireneo de Lyon está en íntima conexión con la antropología, Cristo, el verbo encarnado es el hombre ideal, es decir, el paradigma de Adán, el modelo del cual se hizo a Adán. Cristo estaba presente en la mente de Dios en el plasmado del hombre, «opera dei plasmatio hominis» («la obra de Dios es el plasmado del hombre»). Dios empieza a modelar al hombre según un boceto, el segundo Adán (Cristo) que es la obra perfecta y acabada. El primer Adán es anterior al segundo sólamente en el tiempo.
Todas las teofanías del Antiguo Testamento desde Adán son manifestaciones del verbo. Hay que señalar la gran importancia de la encarnación, por tanto la realidad de la pasión, muerte y resurrección, contra los gnósticos (apariencia). La recapitulación, término griego (anakefalaiosis), significa resumen, Cristo resume en su propia carne toda la historia de la salvación de la carne que se ha dado y de principio a fin, de modo pleno en la carne de Cristo glorificado. En Cristo se ha dado el resumen. Cristo recapitula a Adán, a toda la humanidad, recapitulando lo pasado y lo futuro, desde la creación hasta la glorificación.
Respecto al pecado original señalar que San Ireneo constituye un testimonio a favor de la doctrina del pecado original. Difunde esta tesis San Agustín por lo que fue acusado de maniqueo mal convertido, a lo que él rescata la referencia de San Ireneo. Según San Ireneo nuestros primeros padres, creados a imagen y semejanza de Dios perdieron la semejanza, pero conservaron la imagen, aunque ofuscada. Cristo hizo brillar la imagen y le devolvió la semejanza. Destacar la ubicación del paraíso en el 4º cielo (el de en medio). El hombre, hecho de barro de la tierra es elevado al paraíso pero después por el pecado es expulsado a la tierra de nuevo. Así, en el paraíso estuvo equidistante de la tierra y del cielo sumo, explicando así el reinado del hombre sobre la tierra. El paraíso no admite al pecador, por eso fueron expulsados.

Mariología de Ireneo de Lyon

En su mariología desarrolla mucho el paralelismo entre Eva y María de San Justino. María reparó la desobediencia de Eva, convirtiéndose en el abogado de esta, y deviniendo en «causa de la salvación de todo el linaje humano».
Ireneo garantiza contra los gnósticos la realidad de la carne de Jesús, sin la cual es imposible la vida histórica de Cristo, y su muerte y resurrección reales:
«Yerran quienes afirman que él nada recibió de la Virgen... De otro modo habría sido inútil su descenso a María: ¿para qué descendía a ella, si nada había de tomar de ella?»
San Ireneo de Lyon (AH III, 22,1-2).3
Dice que el Hijo, al hacerse carne, al nacer «realmente» de María, es la prenda de que él es descendiente de Adán,5 cuya simiente había de asumir para poder transformarla en lo que él es como Dios. Por eso su carne es la misma carne de María, hija de Adán (cf. AH III, 21,10, V, 1,2).3 Por medio de ella Jesús se liga también a la generación de Abraham y de David, y solo por tal motivo el Hijo de María puede llegar a ser el cumplimiento de las promesas hechas a los Padres (cf. AH III, 16,2-3; D 35-36, 40, 59).3

Escatología de Ireneo de Lyon

Es necesario distinguir la escatología católica, la intermedia y la final. La intermedia es la situación del hombre desde la muerte a la resurrección, cada individuo, ¿en qué situación se encuentra?. Respecto a ello San Ireneo enseña las siguientes cosas sacadas de la exégesis del rico Epulón y el pobre Lázaro Lucas 16:19. Este texto para él no es parábola, sino historia real que nos cuenta el señor. Mediante la parábola nos muestra los siguientes puntos: 1º perseverancia de las almas, es decir, las almas, tras la muerte perseveran en el ser, no se deshacen; 2º la no-transmigración de las almas, se mantiene con una subsistencia propia, aquí interviene la omnipotencia de Dios; 3º, las almas retienen la figura del cuerpo, que las hace reconocibles, por eso el rico Epulón reconoce a Lázaro, por tener la misma figura que en vida. Las almas retienen la memoria de su obra pecadora y también el mérito, Abraham retiene el don profético y reconoce las obras del rico y del pobre; 4º, en el más allá hay un lugar de descanso y de pena, las almas buenas descansan en el seno de Abraham, las malas, como la del rico, están en un lugar de dolor; 5º, también ve San Ireneo confirmadas una de sus tesis favoritas, la unidad de los dos testamentos, que nos permite ver en ley y profetas las palabras de Cristo, lo que ellos dijeron según la palabra de Cristo.
En la teología ireniana lo importante es siempre la Salua Carni, porque la historia salutis consiste en la deificación de la carne, el gozo del alma durante la escatología intermedia es un gozo relativo, intermedio, no-solo no ve al Padre, sino que ni al Hijo resucitado.
En la escatología final, la verdadera bienaventuranza, para que el hombre la adquiera es necesaria la resurrección del Verbo, la gente resucitada con la resurrección iniciaran el milenio, mil años durante los cuales no se verá al Padre, sino solo al Hijo resucitado acostumbrándose a la carne (Cristo) para luego pasar al Padre, además este milenio sucederá en la tierra, pero en un cielo nuevo y una tierra nueva. No se da en el milenio la visión del Padre, sino una preparación de la gente a la visión del Padre pero secundum carnem. Se da por tanto un proceso gradual, que lo inicia el Espíritu Santo, lo continua el Hijo y lo consuma el Padre. Distingue así tres puntos en la historia de la salvación: Espíritu Santo, etapa del Antiguo Testamento; la 2ª es la del Hijo, la cual a su vez se subdivide en dos, se inicia en la encarnación, y dura hasta la parusia; para luego continuarse la etapa del Hijo durante mil años, tras el séptimo milenio llegará el Padre. Así, en la ley del Antiguo Testamento hemos recibido un espíritu profético, luego, con Cristo, un espíritu adoptivo, y al final el espíritu paterno. Hay pues un proceso de adaptación.

Contra el Evangelio de Judas

Su extensa y completa refutación de las diferentes doctrinas gnósticas ha sido recordada con ocasión del redescubrimiento del texto seudoepigráfico llamado Evangelio de Judas. Ireneo dice que es un libro utilizado por un grupo gnóstico al que denomina cainitas, los cuales:
«dicen que Caín nació de una Potestad superior, y se profesan hermanos de Esaú, Coré, los sodomitas y todos sus semejantes. Por eso el Hacedor los atacó, pero a ninguno de ellos pudo hacerles mal. Pues la Sabiduría tomaba para sí misma lo que de ellos había nacido de ella. Y dicen que Judas el traidor fue el único que conoció todas estas cosas exactamente, porque solo él entre todos conoció la verdad para llevar a cabo el “misterio de la traición”... Para ello muestran un libro de su invención, que llaman el Evangelio de Judas
Ireneo en varias partes de su obra se refiere a la oposición entre Caín y Abel.
«Dios puso los ojos sobre las oblaciones de Abel, porque las ofrecía con sencillez y justicia; en cambio no miró el sacrificio de Caín, porque su corazón estaba dividido por celos y malas intenciones contra su hermano, según Dios mismo le dijo al reprenderlo por lo que ocultaba: “¿Acaso no pecas aunque ofrezcas tu sacrificio rectamente, si no compartes con justicia? Tranquilízate”.»
Génesis 4:7 LLX: οὐκ ἐὰν ὀρθῶς προσενέγκῃς ὀρθῶς δὲ μὴ διέλῃς ἥμαρτες ἡσύχασον πρὸς σὲ ἡ ἀποστροφὴ αὐτοῦ καὶ σὺ ἄρξεις αὐτοῦ
«Caín, cuando Dios le aconsejó calmarse, pues no había compartido de modo justo con su hermano los deberes de fraternidad, sino que con envidia y maldad imaginó poder dominar sobre él, no sólo no se puso en paz, sino que añadió pecado a pecado, mostrando su intención con las obras. Llevó a cabo lo que había planeado (Génesis 4:7-8): se impuso sobre él y lo mató.»
El sacrificio de Abel es un símbolo del sacrificio de Jesús:
«Dios sometió el justo al injusto, a fin de que el primero mediante su sufrimiento se manifestase como justo, en cambio el segundo mediante sus actos desenmascarase su injusticia... el Dios que los desenmascara no es culpable de ellos ni obra el mal.»
«No son los sacrificios los que purifican al ser humano, pues Dios no los necesita; sino la conciencia pura de quien lo ofrece es lo que santifica el sacrificio.»
Jesús dio su vida no para «liberarse del cuerpo», sino para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna... para que el mundo se salve por él; el que cree en él no es condenado (Juan 3:16-18) ; y la condenación está en que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz... para que no sean censuradas sus obras (Juan 3:19-20,12:4-6).

Fiesta

Los cristianos orientales celebran la fiesta de San Ireneo el 23 de agosto. La Iglesia Católica la celebra el 28 de junio.

Referencias

  1. Granado Bellido, 1988, p. 33
  2. San Ireneo de Lyon. «Libro II: denuncia y refutación de su doctrina». Contra los Herejes.
  3. a b c d e San Ireneo de Lyon. «Libro III: exposición de la Doctrina Cristiana». Contra los Herejes. Consultado el 22 de febrero de 2011.
  4. Aróztegui Esnaola , 2005, p. 6
  5. Granado Bellido, 1988, pp. 33-34

Bibliografía

Enlaces externos


No hay comentarios: