Deseando hacer proselitismo, un pastor protestante se acercó a un campesino que estaba plantando un melocotonero. Tras saludarle, le preguntó si había oído el sermón de su párroco el domingo anterior en la misa dominical. El labrador dijo que sí y que le gustó mucho porque había sido una exhortación a venerar a la Virgen María, Madre nuestra. Entonces el pastor respondió con palabras de menosprecio sobre el culto a la Virgen.
El labrador, sereno, le interrumpió:
¿Le gustan a usted los melocotones?
Sí... claro que sí... ¿pero a qué viene eso ahora?
Lo comprenderá en seguida. Quien quiere los melocotones tiene que querer también al melocotonero; quien ama el fruto tiene que estimar también la planta. E igualmente, quien de verdad ama al Hijo no puede despreciar a la Madre; es decir, quien ama bien al Señor, por fuerza tiene que amar y venerar a la Virgen.
El pastor no supo qué responder al sencillo pero acertado y piadoso argumento.
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