jueves, 8 de octubre de 2015

"Cuando sea preciso, manda tu ángel de la guarda conmigo"





Todavía más elocuente es el hecho ocurrido con otra señora, llamada Banetti, campesina residente a algunos kilómetros de Turín, en Italia. El día 20 de septiembre, fecha en que se conmemoraba la recepción de los estigmas del padre Pío, era costumbre que las personas más devotadas del santo confesor le enviaran cartas de las más variadas partes de Italia y hasta de otros países.
La señora Banetti no encontró quien fuera a la ciudad para poner su carta en el correo. Se encontraba afligida por no poder enviar sus saludos a san Pío. Se acordó, entretanto, de la recomendación que le hiciera el santo, en la última vez que con él estuvo: “Cuando sea preciso, manda tu ángel de la guarda conmigo”.
En el mismo instante dirigió una oración a su celeste guardador: “Oh mi buen ángel, llevad vos mismo mis saludos al padre, pues no tengo otra forma de mandarlos”.

Pocos días después, la señora Banetti recibe una carta venida de San Giovanni Rotondo, lugar donde vivía San Pío, enviada por la señora Rosine Placentino, con las siguientes palabras: “El padre me pide que le agradezca en su nombre los votos espirituales que le enviaste”.

Entre los santos que se han visto favorecidos con los ángeles la guarda está san Pío de Pietrelcina (1887-1968). Dotado de muchos dones místicos, incluso el de los estigmas, esto es, las llagas de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, era un gran incentivador de la devoción a los ángeles de la guarda.

En diversas ocasiones recibió recados de los ángeles de la guarda de personas que, a distancia, necesitaban de algún auxilio de él.

Su ángel le transmitía asuntos delicados...
Un señor de nombre Franco Rissone, sabiendo del constante empeño de san Pío para una mayor devoción a los celestes custodios, todas las noches, del hotel donde estaba hospedado, enviaba su ángel de la guarda al padre Pío para que le transmitiese los mensajes deseados.

Franco dudaba que el santo oyese sus recados. Cierto día, al confesarse con san Pío, preguntó: “¿Vuestra Reverendísima oye realmente lo que le mando decir por el ángel de la guarda?”. A lo que el religioso respondió: “¿Pero entonces juzgas que estoy sordo?”.

Las incertezas de muchos con relación a la convivencia de san Pío de Pietrelcina con los santos ángeles, a pesar de no indicar confianza, servían, entretanto, para resaltar aún más esta su familiaridad con los ángeles.

Una señora le envío su ángel de la guarda...
Cierta señora, de nombre Franca Dolce, resolvió preguntar a san Pío lo siguiente: “Padre, una de estas noches mandé al ángel de la guarda tratar con Vuestra Reverendísima unos asuntos delicados. ¿Vino o no vino?”. Respondió el confesor: “¿Juzgas, por ventura, que tu ángel de la guarda es tan desobediente como tú?”.

La señora, queriendo saber más, agregó: “Bueno, entonces, vino; ¿y qué es que él le dijo?”. San Pío respondió: “Pues, me dijo lo que tú le dijiste que me dijese”. No contenta con la respuesta, la señora volvió a preguntar: “¿Pero qué fue?”. San Pío respondió: “Me dijo…”, y entonces repitió con exactitud todas las palabras que la señora dictara al santo ángel, para sorpresa de ella misma.

"Cuando sea preciso, manda tu ángel de la guarda conmigo"
Todavía más elocuente es el hecho ocurrido con otra señora, llamada Banetti, campesina residente a algunos kilómetros de Turín, en Italia. El día 20 de septiembre, fecha en que se conmemoraba la recepción de los estigmas del padre Pío, era costumbre que las personas más devotadas del santo confesor le enviaran cartas de las más variadas partes de Italia y hasta de otros países.

La señora Banetti no encontró quien fuera a la ciudad para poner su carta en el correo. Se encontraba afligida por no poder enviar sus saludos a san Pío. Se acordó, entretanto, de la recomendación que le hiciera el santo, en la última vez que con él estuvo: “Cuando sea preciso, manda tu ángel de la guarda conmigo”.

En el mismo instante dirigió una oración a su celeste guardador: “Oh mi buen ángel, llevad vos mismo mis saludos al padre, pues no tengo otra forma de mandarlos”.

Pocos días después, la señora Banetti recibe una carta venida de San Giovanni Rotondo, lugar donde vivía San Pío, enviada por la señora Rosine Placentino, con las siguientes palabras: “El padre me pide que le agradezca en su nombre los votos espirituales que le enviaste”.


¿Cómo era la relación del padre Pío con su ángel de la guarda?Que el enemigo no me diga: "¡Yo triunfé!"
Ni exulte el opresor por mi caída,
¡Una vez que confié en vuestro amor!
 
Así canta el Salmo, al traernos una súplica del justo que confía en Dios. De hecho, esta oración se adecua a cualquier hombre que confía en Dios, sobre el cual llegan las dificultades del día a día de la existencia humana. Dificultades que piden de nosotros una postura de alma de quien está continuamente en el "buen combate" por amor a Dios, sobre todo por el hecho de que en nuestro entorno ronda el enemigo, como un león, buscando a quien devorar, conforme leemos en la Primera Carta de San Pedro (1Pe 5, 8).
 
El santo capuchino san Pío de Pietrelcina comprendió bien la realidad de la vida: Una lucha por la fidelidad a Nuestro Señor. Este varón de Dios vivió 81 años, habiendo fallecido el día 23 de septiembre de 1968. Consciente de la existencia de una realidad más real que la que nuestros sentidos perciben, se colocó en una perspectiva sobrenatural, llena de confianza y amor a Dios.
 
Fue especialmente agraciado con un don especial: tenía él una convivencia íntima con el Ángel de la Guarda, comenta monseñor João Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio:
 
"Un trazo revelador del privilegiado contacto de él con el mundo sobrenatural es la estrecha relación que mantuvo durante toda la vida con su Ángel de la Guarda, al cual él llamaba de "el amigo de mi infancia". Era su mejor confidente y consejero.

Cuando él todavía era niño, uno de sus profesores decidió poner a prueba la veracidad de esa magnífica intimidad. Para tanto, le escribió varias cartas en francés y griego, lenguas que el Padre Pío entonces no conocía. Al recibir las respuestas, exclamó estupefacto: - ¿Cómo puedes saber el contenido, ya que del griego no conoces siquiera el alfabeto?
 
- Mi Ángel de la Guarda me explica todo.
 
Gracias a un amigo como ese, junto al auxilio sobrenatural de Jesús y María, el santo puede ir acrisolando su alma en los numerosos sufrimientos físicos y morales que nunca le faltaron."¹
 
¿Pero cuál es la utilidad de este ejemplo del Padre Pío para nosotros, el de su amor y confianza en Jesús, María y en el Ángel de la Guarda?
 
La firmeza del santo propicia la convicción de cuánto debemos colocarnos en una perspectiva sobrenatural en relación a nuestra existencia. De lo contrario, ¿cómo enfrentamos tantas pruebas y la propia embestida de los poderes de las tinieblas?
 
De hecho, si queremos que el enemigo jamás nos diga que triunfó, ni caigamos frente a las tentaciones y contratiempos de la existencia terrena, confiemos en el amor a Jesús, María y nuestro amigo, el Ángel de la Guarda.
 
¡San Pío de Pietrelcina, rogad por nosotros!

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