Santa Blandina | |
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Mártir de Lyon | |
Nacimiento | Lyon |
Venerada en | Iglesia Catolica |
Festividad | 2 de junio |
Atributos | Junto a un toro bravo o la parrilla, símbolos de su martirio. |
Blandina es una virgen y mártir de la Iglesia Católica. Su fiesta se celebra el 2 de junio.
Biografía
Blandina sería una joven lionesa. Según se cuenta en la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, fue violada en el 177 bajo el emperador Marco Aurelio. Soporta estoicamente todos los suplicios, afirmando su fe ante sus verdugos. Habría pasado por la parrilla, para luego ser arrojada a un toro bravo y, finalmente ser degollada y muerta. El historiador Justo Gonzalez lo narra de la siguiente manera en su libro "Historia del Cristianismo", Tomo I, página 65: "Pero la más destacada de todos estos mártires fue Blandina, una mujer débil por quien temían sus hermanos. Cuando le llegó el momento de ser torturada, mostró tal resistencia que los verdugos tenían que turnarse. Cuando varios de los mártires fueron llevados al circo, Blandina fue colgada de un madero en medio de ellos y desde allí les alentaba. Como las fieras no la atacaron, los guardias la llevaron de nuevo a la cárcel. Por fin, el día de tan cruentos espectáculos, Blandina fue torturada en público de diversas maneras. Primero la azotaron; después la hicieron morder por fieras; acto seguido la sentaron en una silla de hierro candente; y a la postre la encerraron en una red e hicieron que un toro bravo la corneara. Como en medio de tales tormentos Blandina seguía firme en su fe, por fin las autoridades ordenaron que fuese degollada."Sería, junto con Potino, uno de los mártires de Lyon.
Iconografía
Se la ha representado junto a un toro bravo o la parrilla, símbolos de su martirio.Enlaces externos
Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Blandina (mártir).SANTA BLANDINA, MÁRTIR DE LYON
Los mártires de Lyon
En el año 177 d. C. 48
cristianos sufrieron martirio en Lyon, a causa de la persecución de Marco
Aurelio. En el transcurso de la segunda mitad del siglo II se habían
establecido en Lyon comunidades cristianas que llegaron a esa parte de la Galia
desde el Oriente. En una carta del año 177 dirigida a las comunidades de Frigia y
Asia, los cristianos de Lyon cuentan las sucesivas persecuciones que sufrían
durante el reinado de Marco Aurelio. Esta carta ha sido conservada y supone uno
de los testimonios más antiguos y valiosos del comienzo del cristianismo en
estas tierras.
Tal documento atestigua hasta
qué punto eran estrechas las relaciones existentes entre las comunidades
cristianas del valle del Ródano y la iglesia de Asia, confirmadas por el origen
oriental de algunos de sus nombres: el obispo Potino, Vecio Epagato, Alejandro
de Frigia, Atalo de Pérgamo, Alcibíades, Pontico y Biblis. Otros nombres, en
cambio, de origen latino como Marturus y la esclava Blandina.
Santa Blandina
Blandina era un
nombre latino, pero podía ser de origen esmirnota o frigio. Blandina era
esclava, lo cual significaba que no tenía existencia social. Era una mujer entre los dos millones de seres que padecían la alienación en su carne y en su
honra: incluso los lazos de familia le estaban prohibidos. Para ella, como
tantas otras, no existía ninguna esperanza de vivir como todo el mundo.
Blandina estaba al servicio
de una dama acaudalada de Lyon, cuya verdadera riqueza consistía en su
delicadeza y su humanidad para con los más humildes. Ésta era cristiana, y no
podía encerrar la alegría de su descubrimiento. Su gozo por haber encontrado la
fe verdadera contagió a Blandina y le confió la gran nueva que había cambiado
su vida. Blandina fue introducida en la comunidad de los cristianos de Lyon
entre los que estaban el noble Atalo, y Alejandro, el médico que había venido
de Frigia.
Se acercaban las festividades
en las que, todos los años, en el mes de agosto, se reunían en la confluencia
de los dos ríos las tres Galias, representadas por sus delegados. Desde todas
las provincias acudía la multitud. Un gran mercado, como feria universal, se
celebraba en la ciudad en fiestas. En ninguna otra ocasión tenía la autoridad
más preocupación por vigilar las reacciones de la plebe. Los cristianos tenían
prohibido aparecer en público. Pero una serie de calumnias acusó injustamente a
los cristianos de unos escándalos públicos. Los cristianos fueron espiados en
sus casas y buscados por la autoridad; los esclavos paganos fueron sometidos a
tortura para que denunciaran a sus amos cristianos. Bajo la presión de los
soldados, atestiguaron falsamente los crímenes que se le imputaban a sus amos:
matanzas de niños y actos de perversión. La autoridad, cómplice, fingió ignorar
el rescripto de Trajano.
Blandina fue detenida, y
aunque de cuerpo frágil, resultó ser un prodigio de energía y de valor.
Condenada a tormentos, su fortaleza interior acabó por cansar y agotar a los
verdugos. Se relevaban durante todo el día y, al llegar la noche, ya sin
fuerzas, se extrañaban de ver que un cuerpo tan machacado respiraba todavía.
La presencia de los hermanos
y su delicadeza sostenían a la mártir, así como una fe recia en la misericordia
de Cristo. Blandina fue suspendida de un poste sobre un estrado, expuesta
desnuda a las miradas de los espectadores, más rapaces que las fieras, para ser
pasto de las bestias.
La comunidad de cristianos se
conmovió profundamente de su testimonio. Una mirada hacia ella los llenaba de
orgullo y de valor. Menuda, endeble, despreciada, no sólo era el símbolo del
valor, sino como una presencia de Cristo en medio de ellos. <<Los hermanos creían contemplar -dice la
carta- en su hermana a Cristo crucificado
por ellos>>. Ninguna bestia tocó a Blandina, como si las bestias
fueran capaces de tener más humanidad que los hombres.
Las fiestas duraron varios
días. A los juegos de gladiadores y a la caza del hombre, acosado por tener fe,
sucedían los concursos de elocuencia en lengua griega y latina. Todas las
clases disfrutaban con esto, tanto los más refinados como los campesinos y los
plebeyos. Los combates de gladiadores fueron sustituidos por los suplicios de
los cristianos, echados a la arena de dos en dos como los gladiadores,
espectáculo barato que se arrojaba al populacho.
Blandina y Pontico fueron
reservados para el último día. Ellos habían sido testigos presenciales de todas
las pruebas por las que habían pasado sus hermanos y hermanas en el martirio,
pero nada pudo hacer tambalear su fe. La masa, presa de una histeria colectiva
irritada por la entereza de los dos cristianos, no prestó oídos ni al pudor ni
a la piedad.
El adolescente Pontico
entregó el alma en la tortura, y Blandina quedó la última ese día de fiesta.
Ella misma se puso en manos del verdugo: primero la flagelación desgarró sus
espaldas. La expusieron a las fieras y éstas se limitaron a mordisquearla, después
pasó por la silla de fuego. Por último la metieron en una red para que un toro
enfurecido la embistiera. Como insensible, Blandina proseguía la conversación
con Aquel que su corazón había escogido y la esperaba. Aburridos los verdugos,
acabaron por degollarla. Los paganos, quizás avergonzados por su barbarie,
reconocían: "Realmente, nunca hemos visto en nuestra tierra sufrir tanto a
una mujer."
La sierva Blandina mostró que
se había realizado una revolución. La verdadera emancipación del esclavo, la
emancipación por el heroísmo, fue en gran parte obra suya. Su valor y su
martirio realzan al mismo tiempo la condición de la mujer y la de la esclava.
Son un testimonio de la nobleza del corazón.
El martirio de Santa Blandina
y de los otros cristianos de Lyon fue conocido pronto por la Iglesia universal,
gracias a la narración de Eusebio, muy leída en Oriente y en Occidente a través
de la traducción de Rufino. El Martirologio de San Jerónimo indica el 2 de
junio la fiesta de los 48 mártires y enumera sus nombres.
Una carta de los cristianos de Vienne y de Lyon a las
iglesias de Asia nos permite saber lo que fue de un grupo de hermanos
lioneses que en tiempos de Marco Aurelio fueron objeto de una redada de
las autoridades. Se les acusaba de incesto y canibalismo, y la
suposición de que celebraban monstruosas orgías secretas provocó un gran
alboroto.
«Han soportado muy dignamente», afirma la carta, «los
atropellos de la plebe: insultos, golpes, zarandeos, rapiñas, apedreo y
cuanto suele complacer a una turba enfurecida contra gentes que
considera odiosas». Y a continuación se destaca el valor de una esclava a
la que habían encarcelado junto con su señora.
Su nombre era Blandina y «extenuaba a los que por
turnos y de todas las maneras la iban torturando desde el amanecer hasta
el ocaso. La bienaventurada mujer, como noble atleta, rejuvenecía en la
confesión: ¡Soy cristiana y nada malo se hace entre nosotros!»
«Conducidos a las fieras, para común espectáculo, a
Blandina la colgaron de un madero y quedó expuesta allí para pasto de
las fieras, pero éstas la respetaron y acabaron devolviéndola a la
prisión con el fin de guardarla para otro combate».
Los demás murieron entre tormentos, y «Blandina, la
última de todos. Por fin, envuelta en una red la pusieron ante un toro
salvaje que la corneó hasta matarla.
La persona que consideramos la más débil resulta ser la
más fuerte. De algún modo, cuando más importa, esa persona consigue
destapar asombrosas reservas de fuerza.
Todos tenemos esa capacidad. Para alcanzar esas
profundas reservas, sin embargo, necesitamos hacer una cosa esencial:
someternos. ¿Sometemos? ¿A fin de volvernos fuertes? Sí. En una de las
más grandes paradojas de la fe, cuando reconocemos nuestra debilidad es
cuando la fuerza ilimitada de Dios puede operar a través nuestro.
Se dice que Santa Blandina repitió las palabras: «Soy
cristiana, nosotros no negociamos ninguna maldad», a fin de obtener
fuerza con que soportar su tortura. Del mismo modo, podemos repetir
nuestra oración favorita (quizá la de Juliana de Norwich: «Todo estará
bien y todo estará bien y todo tipo de cosas estarán bien») cuando
estemos encarando pruebas que consideramos más allá de nuestra capacidad
de aguante. Al hacerlo así, aprenderemos que con Dios a nuestro lado
todo es en verdad posible.
Es patrona de Lyon y patrona con santa Zita de las criadas.
Los mártires de Lyon
INTRODUCCIÓN:
¿Que puedo decir como "cristiano" del s. XX-XXI para introducir este impresionante testimonio de la fe de nuestros antepasados?, leyéndolo, muchas veces me he cuestionado que quiere decir ser cristiano en esta época de tantas nuevas "teologías", "unciones" y "modas espirituales" en el mundo protestante o evangélico, y de acomodación e ignorancia Escritural entre los católicos romanos y otros grupos tradicionales. En la época en la que para justificar nuestras comodidades occidentales frente al sufrimiento del resto del mundo hemos inventado la llamada "teología de la prosperidad" y fábulas como la "súper-Fe" o "La unción de la risa".Mientras que leo con estupor que el año pasado, en el olvidado Tercer Mundo, al menos 160.000 personas murieron asesinados por llevar el nombre de cristianos.
En fin, querido lector, párate unos minutos a leer esta sobrecogedora acta de martirio (quizás la más impresionante), y testimonio del triunfo de la fe.
"Carta de las Iglesias de Viena y Lyon sobre el martirio de Potino, obispo y otros muchos fieles.
1. Los siervos de Cristo que habitan en Viena y Lyon en las Galias, a sus hermanos de Asia y Frigia, que participan de nuestra fe y nuestra esperanza en la redención, paz, gracia y gloria por el Padre y Nuestro Señor Jesucristo. Nadie podía explicar, ni nosotros describir, la grandeza de las tribulaciones que los bienaventurados mártires han padecido, ni la rabia y furor de los gentiles contra los santos. Nuestro adversario reunió todas sus fuerzas contra nosotros, y en sus designios de perdernos, ha ido con cautela haciéndonos sentir al principio algunas señales de odio. No dejó piedra por mover, sugiriendo a sus satélites toda clase de medios contra los siervos del Señor; llegó a tal extremo que ni en las casas ni en los baños, ni aun en el foro, se toleraba nuestra presencia; en ningún lugar nos podíamos presentar.2. La gracia de Dios nos asistió contra el demonio; ella fortaleció a los más débiles y les hizo fuertes como columnas, que resistieron a todos los empujes del enemigo. Estos, sorprendidos de improviso, soportaron toda suerte de ultrajes y tormentos que a otros hubieran parecido demasiado largos y dolorosos, pero a ellos les perecían ligeros y suaves: tal era su deseo de unirse con Cristo. Nos mostraron con su ejemplo que no hay comparación entre los dolores de esta vida y la gloria que en la otra hemos de poseer. En primer lugar, hubieron de sufrir todos los insultos y vejaciones que el pueblo en masa les prodigó, gritos, golpes, detenciones, confiscaciones de bienes, lapidaciones y, por fin, la cárcel; en suma, cuanto un pueblo furioso suele prodigar a sus víctimas. Todo fue soportado con admirable constancia. Los que habían sido arrestados fueron conducidos al foro por el tribuno y los duunviros de la ciudad, e interrogados ante el pueblo. Todos confesaron su fe y fueron encarcelados hasta el regreso del legado imperial.
3. A su vuelta fueron llevados a su presencia, y como tratase con extrema dureza a los nuestros, Vecio Epágato, uno de nuestros hermanos que asistía al interrogatorio, tan encendido en el amor de Dios como en el del prójimo, y que desde muy joven había merecido los elogios que el anciano como Zacarías, por su vida austera y perfecta, caminando con firmeza por las vías del Señor, impaciente de hacerse de algún modo útil, no pudo sufrir tan manifiesta iniquidad, y lleno del celo de Dios pidió para si la defensa de los acusados, comprometiéndose a probar que no merecían la acusación de ateísmo e impiedad. Los que rodeaban el tribunal exclamaron a voces contra él. El legado rehusó su demanda, por más justificada que fuera, y le preguntó simplemente si era cristiano: "Sí", respondió él con voz clara y resuelta; y fue agregado al número de mártires. "Ved ahí al abogado de los cristianos", dijo el presidente con ironía. Pero Vecio tenía dentro de sí al abogado por excelencia, al Espíritu Santo, en mayor abundancia aún que Zacarías, puesto que le inspiró entregarse a si propio en defensa de sus hermanos. Fue y es genuino discípulo de Cristo, y sigue al Cordero por doquiera que va.
4. Desde aquel momento, también los demás confesores comenzaron a distinguirse. Los primeros mártires confesaron su fe con todo denuedo y alegría de ánimo. Entonces también se conocieron los que no estaban tan fuertes y preparados para tan furioso ataque. De éstos, diez apostaron, lo que nos produjo gran pena, y fue causa de abundantes lágrimas, porque con su conducta atemorizaron a otros muchos, que quedaron libres, los cuales, a costa de innumerables peligros, asistieron a los que habían confesado su fe.Por aquellos días todos éramos presa de un gran temor y sobresalto por el éxito incierto de la confesión de la fe, más bien que por temor a los tormentos que se nos daban, por el de las apostasías. Cada día nuevos arrestos venían a llenar los vacío dejados por las defecciones, y muy pronto los más preclaros de los miembros de las dos iglesias, sus fundadores, estuvieron encarcelados. También lo fueron algunos siervos nuestros aunque eran gentiles, porque la orden de arresto del procónsul nos englobaba a todos. Estos desgraciados, incitados por el demonio, aterrorizados por los tormentos que veían padecer a los fieles, y movidos a ello por los soldados, declararon que infanticidios, banquetes de carne humana, incestos y otros crímenes, que no se pueden nombrar, ni aun imaginar, ni es posible que jamás hombre alguno haya cometido, eran cometidos por nosotros los cristianos. Estas calumnias, esparcidas entre el vulgo, conmovieron de tal manera los ánimos contra nosotros, que aun aquellos que hasta entonces, por razones de parentesco, se habían mostrado moderados, se enardecieron contra nosotros. Entonces se cumplió lo que dijo el Señor: "Llegará un día en que aquellos que os quiten la vida crean hacer una obra agradable a Dios". Desde aquellos días los mártires santísimos sufrieron tales torturas, que ni explicarse pueden, con las cuales Satán pretendía hacerles confesarse reos de los crímenes de que se los acusaba.
5. Se cebó de un modo particular el furor del pueblo, del presidente y de los soldados sobre el diácono de Viena, Santos, sobre Maturo neófito, pero, a pesar de ello, valiente atleta de Cristo, sobre Atalo, originario de Pérgamo, apoyo y columna de nuestra iglesia sobre Blandina, en la cual demostró Cristo que lo que a los ojos de los hombres es vil, ignominioso y despreciable, es para Dios de gran estima, en razón del amor demostrado a El y de la fortaleza en confesarle; porque Dios aprecia las cosas como en sí son, no las apariencias. Todos temíamos, y en particular la que habla sido su señora (también se encontraba entre los mártires), que aquel cuerpo tan diminuto y débil no podría confesar la fe hasta el fin; pero fue tal la fortaleza de Blandina, que los verdugos que se relevaban unos a otros desde la mañana hasta la noche, después de aplicarla todos los tormentas, tuvieron que desistir, rendidos de fatiga. Agotados todos sus recursos, se confesaron vencidos, admirándose de que aun quedase con vida después de tener todo el cuerpo desgarrado y deshecho por los tormentos, llegando a confesar que una sola de las torturas hubiera bastado para causarla la muerte, cuanto más todas ellas. A pesar de todo, ella, como un fuerte atleta, renovaba sus tuerzas confesando la fe. Y pronunciando estas palabras: "Soy cristiana" y "Nosotros no hacemos maldad alguna", parecía descansar y cobrar nuevos ánimos olvidándose del dolor presente.
6. También Santos, habiendo experimentado en su cuerpo todo los tormentos que el ingenio humano pudo imaginar, y cuando esperaban sus verdugos que a fuerza de torturas conseguirían hacerle confesar algún crimen, estuvo tan constante y firme que no dijo su nombre ni el de su nación, ni el de su ciudad, ni aun si era siervo o libre, sino que a todas las preguntas respondía en latín: "Soy cristiano . esto era para él su nombre, su patria y su raza, y los gentiles no pudieron hacerle pronunciar otras palabras. Por todo lo cual se encendió contra él de un modo especial la ira y furor del presidente y de los verdugos; hasta tal punto, que no quedándoles ya más lugar en que atormentarle, le aplicaron láminas de bronce ardiendo sobre las partes más sensibles del cuerpo Mientras sus miembros se abrasaban, él permanecía firme e inconmovible en su confesión, porque estaba bañado y fortificado por las aguas de vida que manan del cuerpo de Cristo. El cuerpo mismo del mártir atestiguaba claramente lo que había sufrido, porque todo él era una llaga, contraído y retorcido, de tal forma que m la figura de hombre conservaba. En el cual, padeciendo el mismo Cristo, obraba grandes milagros, derrotando por completo al enemigo y dando ejemplo a los demás fieles, de que donde reina la caridad del Padre no hay nada que temer, porque el dolor se cambia en gloria para Cristo. Pasados algunos días, aquellos malvados volvieron a atormentar al mártir, creyendo que si reiteraban los tormentos sobre las llagas sangrientas e hinchadas saldrían vencedores, porque en tal estado hasta el solo tocarlas con la mano produciría un dolor insoportable Al menos esperaban que si morían en los tormentos, los demás se intimidarían. Nada de esto ocurrió, porque contra lo que todos esperaban, el cuerpo de repente recobró su vigor y antigua hermosura, de tal modo que el segundo tormento más bien fue para él un refrigerio que una pena.
7. Bibliada era una mujer de aquellas que habían renegado de Cristo, el diablo, creyéndola ya suya, y queriéndola hacer responsable de un nuevo crimen, el de blasfemia, la condujo al tormento, esperando que como antes se había mostrado débil y remisa, ahora conseguiría de ella hacerla confesar nuestros crímenes. Pero ella lo rehuso, aunque la aplicaron el tormento, y recapacitando y como despertando de un profundo sueño, los tormentos que tenía presentes la hicieron pensar en los del infierno. Y dijo a sus verdugos: "¿Cómo creéis vosotros que unos hombres a quienes está prohibido comer carne de animales han de comerse a los niños?" Desde aquel momento se confesó cristiana y fue contada entre el número de los mártires.
8. Como todos los tormentos inventados por los tiranos fuesen superados por la constancia que Cristo concedió a sus confesores, el diablo inventó nuevos modos de tormentos. Se los encerró en oscurísimos y muy incómodos calabozos, con los pies metidos en cepos y estirados hasta la quinta clavija, además de todos los inventos de nuevos suplicios que los crueles carceleros, inspirados por el demonio, Imaginaron para dar tormento a sus víctimas. A tal extremo llegaron que muchos perecieron asfixiados en las cárceles Dios, que en todas las cosas muestra su gloria, les habla reservado tal género de muerte. Otros que hablan sido tan atrozmente martirizados que ni Imaginarse podía, quedaron con vida, aunque se les hubieran aplicado todos los remedios, continuaron en la cárcel, destituidos de auxilio humano, pero confortados por el Señor, firmes espiritual y corporalmente, los cuales enardecían y consolaban a los demás. Otros que hablan sido apresados posteriormente y que no estaban tan acostumbrados a los tormentos, no pudiendo soportar los padecimientos de la cárcel, expiraron en ella.
9. El bienaventurado Potino, obispo de la iglesia de Lyon, más que nonagenario, y con el cuerpo tan débil que apenas retenía en sí el espíritu, recobró nuevos bríos ante la inminencia del martirio, también el fue conducido al tribunal. Su cuerpo, débil por la edad, y además enfermo, encerraba un alma dispuesta a triunfar por Cristo Fue llevado al tribunal por los soldados, acompañándole los magistrados de la ciudad y una muchedumbre inmensa, que le aclamaba a voces como si él fuera el mismo Cristo. Ante el tribunal dio egregio testimonio de su fe. Preguntado por el presidente cuál era el Dios de los cristianos, respondió: "Si eres digno le conocerás". Luego, sin respeto alguno, fue arrastrado y cubierto de heridas, porque los que estaban cercanos a él le dieron de patadas y puñetazos, sin el menor respeto a sus canas. Los que estaban más lejos le arrojaron cuanto les vino a las manos: todos ellos se hubieran creído reos de un gran crimen si no le hubieran atormentado cuando pudieron Así creían vengar la injuria de sus dioses. En aquel estado fue llevado a la cárcel donde expiró a los dos días.
10. Entonces brilló de un modo particular la providencia divina, y se manifestó la inmensa misericordia de Jesucristo en un hecho que a nosotros nos parece raro, pero muy propio de la sabiduría y bondad de Cristo. Todos aquellos hermanos que habían sido apresados cuando la primera orden de detención y que habían renegado la fe, fueron encarcelados lo mismo que los que la habían confesado, y sufrían las mismas penalidades que los mártires. Nada les valió su apostasía. Aquellos que se confesaron cristianos fueron encarcelados como tales, y no se les imputó otro crimen. En cambio, a los otros se le encarcelaba como a homicidas y hombres criminales, y sufrían doble tormento que los demás. Porque a los verdaderos mártires les consolaba y daba ánimo el gozo del martirio, la esperanza de la gloria y el amor a Jesucristo y del Espíritu del Padre. Por el contrario, a los renegados les remordía su conciencia, tanto que con sólo mirarlos a la cara se les conocía y se les distinguía de los demás. Los verdaderos mártires andaban alegres, reflejándose en sus caras una cierta majestad y nobleza, de modo que las cadenas para ellos eran un adorno, que aumentaba su hermosura, como la de una desposada vestida de su traje de boda. A los apóstatas se les veía con la cabeza baja, sucios, mal vestidos, cubiertos de ignominia hasta para los mismos gentiles, que despreciaba su cobardía y los trataban como a asesinos confesos por su propio testimonio. Habían perdido el glorioso y salutífero nombre de cristianos. Todo esto era un gran estímulo para los confesores de la fe que lo veían. Cuando después eran apedreados algunos otros, en seguida confesaban la fe para no caer en la tentación de cambiar de propósito.
11. Más tarde se dividió a los mártires por grupos, según el género de martirio: de esta suerte los gloriosos confesores presentaron al Padre una corona tejida de flores de diversos colores. Era justo que aquellos valientes luchadores que habían tenido tantos combates y tantos triunfos, recibieran la corona de la inmortalidad. Maturo, Santos, Blandina y Atalo fuero condenados a las bestias en el anfiteatro, para dar un público espectáculo de inhumanidad gentilicia a costa de los cristianos. Maturo y Santos de nuevo soportaron en el anfiteatro toda la serie de los tormentos como si antes nada hubieran sufrido; o, mejor dicho, como atletas que, superados la mayor parte de los obstáculos, luchan por conseguir la corona. De nuevo debieron padecer los mismos suplicios; las varas, los mordiscos de las fieras que los arrastraban por la arena y todo lo que el vulgo furioso pedía a gritos. Al fin las parrillas al rojo, sobre las cuales se asaban las carnes de los mártires, despidiendo olor intolerable, que se extendía por todo el anfiteatro. Ni esto bastó para calmar aquellos instintos sanguinarios, muy al contrario, aumentó su furor con el deseo de vencer la constancia de los mártires. A Santos no consiguieron hacerle pronunciar otra palabra que aquella que había repetido desde el principio: "Soy cristiano". Por fin, después de tan horrible martirio, como aún respirasen, tare mandado que los degollasen. Aquel día ellos dieron el espectáculo al mundo en lugar de los variados juegos de los gladiadores. Blandina fue expuesta a las fieras suspendida en un poste. Atada a el en forma de cruz, constantemente estuvo haciendo oración a Dios con lo cual esforzaba el valor de los demás mártires, los cuales, en la persona de la hermana, veían con sus propios ojos la imagen de aquel que murió crucificado por su salvación, y para demostrar a los que creyeran en él que todo aquel que padeciera por la gloria de Cristo habla de ser partícipe con Dios. No atacando ninguna fiera el cuerpo de la mártir. fue depuesta del madero y encerrada en la cárcel, reservándola para un nuevo combate. Vencido el enemigo en todas estas escaramuzas, la derrota de la tortuosa serpiente sería inevitable y segura, y con su ejemplo estimularía el valor de los hermanos. Puesto que aunque de por sí era delicada y despreciable, revestida de la fortaleza del invicto atleta Cristo, triunfaría repetidas veces del enemigo y conseguiría, en glorioso combate una corona inmarcesible. El populacho pidió a grandes voces el suplicio de Atalo, porque era de familia noble; él se presentó al combate con la conciencia tranquila por haber obrado con rectitud. Porque estaba bien impuesto en la doctrina del cristianismo y siempre había sido entre nosotros un fiel testigo de la verdad. Paseáronle por el anfiteatro, y delante de él era llevada una tabla, sobre la cual se habla escrito en latín: "Este es Atalo, el cristiano", lo cual fue motivo para que los espectadores se enardecieran más contra él. Cuando el legado se dio cuenta de que era ciudadano romano, mandó que fuera de nuevo conducido a la cárcel con todos los demás. Luego consultó al Cesar sobre lo que habla de hacerse con los encarcelados, y esperó su respuesta.
12. Esta tregua no fue infructuosa y sin provecho, porque gracias a la indulgencia de los confesores se reveló la inmensa misericordia de Cristo; los miembros de la iglesia que habían perecido, con la ayuda y solicitud de los miembros vivos, fueron devueltos a la vida, y con gran gozo de la iglesia virgen y madre, volvieron a su seno sanos y salvos aquellos hijos abortivos que ella había arrojado. Por mediación de los mártires santísimos aquellos otros que habían apostatado la fe volvieron a la iglesia y fueron como concebidos de nuevo, y animados de nuevo con calor vital aprendían a confesar la fe. Cuando estuvieron ya devueltos a la vida y confortados por la misericordia de Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino más bien que se arrepienta y viva por segunda vez, se presentaron al tribunal para ser interrogados por el legado; porque ya éste había recibido un rescripto del emperador, según el cual los que perseveraran en la confesión de la fe debían ser decapitados, y los que renegasen absueltos y puestos en libertad. El día de la gran feria, que se celebra entre nosotros, y a la que acuden mercaderes de todas las provincias, el legado mandó comparecer a los mártires ante su tribunal, intentando dar al pueblo una especie de función teatral. En el nuevo interrogatorio todos los que eran ciudadanos romanos fueron condenados a la pena capital y los demás a ser expuestos a las fieras.
13. Aquello fue un triunfo para Cristo; todos los que antes habían negado la fe, entonces la confesaron con gran valentía contra todo lo que esperaban los gentiles. Se los interrogó aparte de los demás, creyendo que renegarían la fe y serían puestos en libertad; pero como confesaron, fueron agregados al grupo de los mártires. Sólo quedaron fuera aquellos en cuyas almas no había ni rastro de fe, ni respeto por el traje del Bautismo, ni traza de temor de Dios; hijos de perdición, que con su manera de vivir infamaban la religión que profesaban. Todos los otros fueron incorporados a la Iglesia. Cuando éstos eran interrogados, Alejandro, frigio de nación, y de profesión médico, quien ya hacía muchos años que moraba en las Galias, y a quien todos conocían por su gran amor de Dios y su celo por predicar la fe (porque en él habitaba la gracia de la predicación), se hallaba junto al tribunal y animaba con gestos y ademanes a los confesores. Pero el populacho, irritado ya porque los que habían apostado confesaban de nuevo la fe, comenzó a vociferar contra Alejandro, acusándole de ser el causante de tal retractación. Instando el presidente, le preguntó quien era. Como contestase que era cristiano, irritado el juez le condenó a las fieras. Al día siguiente fue echado a ellas junto con Atalo, porque el legado no quiso oponerse a las reclamaciones del pueblo. Ambos, después de pasar por todos los tormentos inventados por el odio contra los cristianos, después de un magnífico combate, fueron degollados. Alejandro en todo el tiempo que duró el martirio no pronunció una palabra ni exhaló un gemido, sino que estuvo abstraído en Dios. Atalo por su parte, al ser tostado en una parrilla, como exhalase muy mal olor su cuerpo, habló de esta manera al pueblo "Esto que estáis haciendo, esto es comerse a los hombres; nosotros ni nos comemos a los hombres, ni hacemos mal ninguno". Y como los gentiles le preguntasen por el nombre de Dios, contestó: "Dios no tiene un nombre como nosotros los mortales".
14. Después de todos éstos, el último día de los espectáculos de nuevo tocó la vez a Blandina, con el joven de quince años Póntico. Los dos en días anteriores habían sido introducidos para que vieran como eran atormentados los demás. Fuero varias veces incitados a Jurar por los dioses de los gentiles, pero como permaneciesen firmes en su propósito y se burlasen de ellos, esto les atrajo de tal modo las iras del populacho, que no tuvieron consideración alguna con la tierna edad del uno y la debilidad del sexo de la otra. Experimentaron en ellos toda clase de torturas y vejaciones para conseguir hacerlos jurar por los dioses, pero todo inútil. Todos los espectadores se daban cuenta de que las exhortaciones de la hermana eran las que sostenían al Joven, que finalmente después de sufrir con gran ánimo los tormentos expiró. Ya sólo quedaba Blandina, que como una madre había animado a sus hijos al combate, y había hecho que todos la precedieran vencedores delante del rey, siguiéndoles a todos ella por el sangriento sendero que habían trazado, gozosa de su próximo triunfo, como quien ha sido convidado a un banquete nupcial, no como un condenado a las bestias. Después de tolerar los azotes, después de ser arrastrada por las fieras, después de las parrillas ardientes, fue envuelta en una red y expuesta a un toro bravo, el cual la lanzó repetidas veces por los aires pero ella no sintió nada: tan abstraída estaba en la esperanza de los bienes futuros y en su íntima unión con Cristo. Al fin la degollaron. Los mismos gentiles llegaron a confesar que nunca entre ellos se había visto a una mujer padecer tantos tormentos.
15. Ni con todo esto llegó a calmarse el furor y saña de los gentiles contra los cristianos. Aquellas gentes, bárbaras y feroces exacerbadas más aún por la rabia de la bestia cruel, no eran fáciles de aplacar. Su saña se cebó en los cuerpos de los mártires. La vergüenza de su derrota no les hacía humillarse, parecían no tener ni sentimientos ni razón humana. La rabia y furor del delegado y del pueblo crecían como los de una fiera, por más que no hubiera motivo alguno para odiarnos de aquel modo. Así se cumplía la escritura, que dice: "El malvado que se pervierta más aún, y el justo, justifíquese más",. Los cuerpos de los que habían muerto asfixiados en la cárcel fueron arrojados a los perros, poniendo guardia de día y de noche para que no pudiéramos recogerlos y sepultarlos. Lo que perdonaron las fieras y el fuego, trozos desgarrados, miembros tostados y carbonizados, cabezas truncadas, cuerpos mutilados. todo ello quedó durante muchos días insepulto, con una escolta militar para guardarlo. Y aún había quienes se enfurecían y rechinaban los dientes contra los muertos, y hubieran querido les aplicasen más refinados tormentos. Otros se reían y los insultaban, dando gloria y exaltando a los dioses por las penas que habían hecho padecer a los mártires. Algunos otros, un poco más humanos, y que aparentaban tenernos compasión, también nos escarnecían diciendo: "¿ Dónde está su Dios? ¿Y qué les ha aprovechado su religión por la cual han dado sus vidas?" Esta era la actitud de los gentiles para con nosotros. Por nuestra parte el dolor era muy grande por no poder sepultar los cadáveres. Porque ni de noche, ni a fuerza de dinero, ni con súplicas, pudimos doblegar sus voluntades; al contrario, ponían todo su empeño en custodiar los cadáveres como si de ello se les siguiera un gran beneficio.
16. Así, pues, los cuerpos de los mártires fueron objeto de toda suerte de ultrajes durante los seis días que estuvieron expuestos; luego se les quemó y redujo a cenizas, y éstas arrojadas a la corriente del Ródano, para que no quedara ni rastro de ellas. Con esto creían hacerse superiores a Dios y privar a los mártires de la resurrección. "De este modo, decían ellos, no les quedará ninguna esperanza de resucitar, confiados en la cual han introducido esta nueva religión, y sufren alegres los más atroces tormentos, despreciando la misma muerte. Ahora veremos si resucitan y si su Dios les puede auxiliar y librarlos de nuestras manos".
17. Aquellos que tanto se habían esforzado por imitar a Cristo, "que teniendo la naturaleza divina nada usurpó a Dios al hacerse igual a El", y que después de haber sido elevados a tanta gloria y de haber tolerado no uno que otro, sino tantos géneros de suplicios, que sabían lo que eran las fieras y la cárcel, que aun conservaban las llagas de las quemaduras y tenían los cuerpos cubiertos de cicatrices; aquellos hombres, pues, no osaban llamarse mártires, m permitían que se lo llamaran. Si algunos de nosotros, por escrito o de palabra, se atrevía a llamárselo, le reprendían con severidad. Tal título de mártir sólo le daban a Cristo, testigo verdadero y fiel, primogénito de los muertos y principio y autor de la vida divina. También concedían este título a aquellos que habían muerto en la confesión de la fe. "Ellos ya son mártires, decían, porque Cristo ha recibido su confesión y la ha sellado como con su anillo. Nosotros sólo somos pobres y humildes confesores". Y con lágrimas en los ojos nos rogaban pidiéramos al Señor que también ellos pudieran un día alcanzar tan gran fin. Realmente mostraban tener valor verdaderamente de mártires al responder con tanta libertad y confianza a los gentiles, dando muestras de gran temple de alma. Rehusaban el nombre de mártires que les daban los hermanos, poseídos como estaban de temor de Dios, y se humillaban bajo su poderosa mano que tan alto les había elevado. A todos excusaban y no condenaba a nadie. A todos perdonaban y a nadie acusaban. Aun por aquellos por quienes tan cruelmente habían sido atormentados hacían oración al Señor, y a imitación de Esteban decían: "Señor, no les inculpéis este pecado". Y si El oraba por los que le apedreaban, Con cuánta mayo razón hemos de creer que lo harta por los hermanos? La mayor lucha la hubieron de librar contra el demonio, movidos de ardiente y sincera caridad para con los hermanos, porque pisando el cuello de la antigua serpiente, la obligaron a restituir la presa que se disponía a devorar. Respecto de los caídos, no obraron con altanería y desdén; al contrario, les prodigaban cuantos favores podían, mostrándoles un amor maternal, derramando ante el Señor abundantes lágrimas para alcanzarles la salvación. Pidieron al Señor la vida, y se la concedió, y ellos, a su vez, se la comunicaron a sus prójimos. En todo salieron victoriosos.Amaron la paz y nos la recomendaron, y en paz fueron a la presencia de Dios. No fueron ni causa de dolor para la madre, ni de discordia para los hermanos, sino que a todos dejaron como herencia a alegría, la concordia y el amor.
18. Alcibíades, uno de los mártires, llevaba una vida dura y mortificada, vivía sólo de pan y agua. Como en la cárcel quisiera seguir el mismo régimen, después de ser expuestos por primera vez en el anfiteatro, le fue revelado a Atalo que Alcibíades no obraba bien en no querer usar de las criaturas de Dios, y porque era ocasión de escándalo para los demás. Al punto obedeció Alcibíades, y en adelante usó sin distinción de todos los alimentos, dando gracias al Señor. La gracia divina no dejo de asistirlos, siendo su guía y consejero el Espíritu Santo." ("Actas selectas de los mártires" Págs. 31-41, Ed. Apostolado Mariano, C/ Recaredo 44, 41003 Sevilla. Sevilla 1991)
SANTOS BLANDINA, POTINO Y LOS CUARENTA Y OCHO MÁRTIRES DE LYON († 177)
Blandina y Potino son dos mártires de un grupo galo que dio testimonio de la fe hasta la muerte, en tiempo de Marco Aurelio.
La carta circular que escribieron las Iglesias locales de Vienne y Lyon a las Iglesias de Asia cita a otros muchos confesores de la fe como Atalio, Epagato, Santo, Biblio, Alejandro, Alcibíades y Maturo. Pero muy en especial se enfatiza el recuerdo de los espectaculares mártires Blandina y Potino.
Potino era el ‘santo obispo de Lyon’ que entonces contaba con noventa años. Por sus limitaciones físicas tuvo que ser llevado al tribunal en parihuelas. El juez le preguntó lleno de altanería y con tono de desprecio que quién era el Dios de los cristianos; Potino le respondió de la siguiente manera: «Lo conocerás cuando seas digno de Él». Aquella contestación provocó risas en los presentes y una reacción violenta en el presidente del tribunal. Se invitó al público asistente a que lo apaleara y apedreara con lo que tuvieran a mano. Llevado a prisión duró muy poco la vida del obispo anciano.
En cuanto a Blandina –patrona de Lyon y copatrona del servicio doméstico con santa Zita–, tenemos pocos datos. Pero sí sabemos que era una joven esclava que insistentemente agobiaba a los verdugos que la atormentaban de sol a sol, repitiéndoles una y otra vez: «¡Soy cristiana y nada malo se hace entre nosotros!» La colgaron de un madero para que se la comieran las fieras, pero milagrosamente la respetaron. Seguidamente la devolvieron a la prisión con la idea de reservarla para los juegos del día siguiente. Llegado el momento, comenzaron por azotarla en el anfiteatro; luego desgarraron sus carnes y le quemaron algunas partes de su cuerpo; por fin, la envolvieron en una red y la pusieron delante de un toro salvaje que la corneó hasta matarla.
Eusebio recoge en su Historia esta epístola circular escrita desde la Galia a las Iglesias de Asia; en uno de sus párrafos puede leerse: «Es imposible describiros el odio de los paganos hacia nosotros y los tormentos que nos infligen. Se nos persigue en el foro, en los baños públicos y en nuestras propias casas. Después vienen los golpes, las pedradas, la rapiña y la cárcel. A continuación llegan los interrogatorios en el foro y, por último, los suplicios a los que asiste el populacho en los dos anfiteatros de nuestra ciudad. Nuestros hermanos han soportado con buen ánimo los sufrimientos más insoportables. Algunos, por desgracia, han apostatado; alrededor de una docena. Nos han presentado como monstruos que practican el incesto y comen sangre de niños».
Siempre fue así; la sinrazón se ve obligada a buscar razonamientos que de alguna manera sirvan para justificar sus actos. ¡Cómo puede pensarse que una ideología, un partido político, un gobernante, un poderoso, un juez, un… se presente ante los suyos como malvado! El amor propio y la soberbia humana no dan para tanto. Es más, con frecuencia, el arma de algunos que triunfan aquí abajo eliminando al que consideran un rival está disimulada con abundante ropaje de humanidad que la hacen aparecer como blanda, e incluso atractiva; sí, conveniente y hasta necesaria.
SANTA BLANDINA UNA MUJER DE DIOS
Los mártires de Lyon
En el año 177 d. C. 48 cristianos sufrieron martirio en Lyon, a causa de la persecución de Marco Aurelio.
En el transcurso de la segunda mitad del siglo II se habían establecido
en Lyon comunidades cristianas que llegaron a esa parte de la Galia
desde el Oriente. En una carta de 177 dirigida a las comunidades de Frigia y Asia,
los cristianos de Lyon cuentan las sucesivas persecuciones que sufrían
durante el reinado de Marco Aurelio. Esta carta ha sido conservada y
supone uno de los testimonios más antiguos y valiosos del comienzo del
cristianismo en estas tierras.
Tal documento atestigua hasta qué punto eran
estrechas las relaciones existentes entre las comunidades cristianas del
valle del Ródano y la iglesia de Asia, confirmadas por el origen
oriental de algunos de sus nombres: el obispo Potino, Vecio Epagato,
Alejandro de Frigia, Atalo de Pérgamo, Alcibíades, Pontico y Biblis.
Otros nombres, en cambio, de origen latino como Marturus y la esclava
Blandina.
Santa Blandina
Blandina era un nombre latino, pero podía ser de origen esmirnota o frigio. Blandina era esclava,
lo cual significaba que no tenía existencia social. Era una mujer entre
los dos millones de seres que padecían la alienación en su carne y en
su honra: incluso los lazos de familia le estaban prohibidos. Para ella,
como tantas otras, no existía ninguna esperanza de vivir como todo el
mundo.
Blandina estaba al servicio de una dama acaudalada de
Lyon, cuya verdadera riqueza consistía en su delicadeza y su humanidad
para con los más humildes. Ésta era cristiana, y no podía encerrar la
alegría de su descubrimiento. Su gozo por haber encontrado la fe
verdadera contagió a Blandina y le confió la gran nueva que había
cambiado su vida. Blandina fue introducida en la comunidad de los
cristianos de Lyon entre los que estaban el noble Atalo, y Alejandro, el
médico que había venido de Frigia.
Se acercaban las festividades en las que, todos los
años, en el mes de agosto, se reunían en la confluencia de los dos ríos
las tres Galias, representadas por sus delegados. Desde todas las
provincias acudía la multitud. Un gran mercado, como feria universal, se
celebraba en la ciudad en fiestas. En ninguna otra ocasión tenía la
autoridad más preocupación por vigilar las reacciones de la plebe. Los
cristianos tenían prohibido aparecer en público. Pero una serie de calumnias acusó injustamente a los cristianos de unos escándalos públicos.
Los cristianos fueron espiados en sus casas y buscados por la
autoridad; los esclavos paganos fueron sometidos a tortura para que
denunciaran a sus amos cristianos. Bajo la presión de los soldados, atestiguaron falsamente los crímenes que se le imputaban a sus amos: matanzas de niños y actos de perversión. La autoridad, cómplice, fingió ignorar el rescripto de Trajano.
Blandina fue detenida, y aunque de cuerpo frágil, resultó ser un prodigio de energía y de valor.
Condenada a tormentos, su fortaleza interior acabó por cansar y agotar a
los verdugos. Se relevaban durante todo el día y, al llegar la noche,
ya sin fuerzas, se extrañaban de ver que un cuerpo tan machacado
respiraba todavía.
La presencia de los hermanos y su delicadeza sostenían a la mártir, así como una fe recia en la misericordia de Cristo.
Blandina fue suspendida de un poste sobre un estrado, expuesta desnuda a
las miradas de los espectadores, más rapaces que las fieras, para ser
pasto de las bestias.
La comunidad de cristianos se conmovió profundamente
de su testimonio. Una mirada hacia ella los llenaba de orgullo y de
valor. Menuda, endeble, despreciada, no sólo era el símbolo del valor,
sino como una presencia de Cristo en medio de ellos. <<Los hermanos creían contemplar -dice la carta- en su hermana a Cristo crucificado por ellos>>. Ninguna bestia tocó a Blandina, como si las bestias fueran capaces de tener más humanidad que los hombres.
Las fiestas duraron varios días. A los juegos de
gladiadores y a la caza del hombre, acosado por tener fe, sucedían los
concursos de elocuencia en lengua griega y latina. Todas las clases
disfrutaban con esto, tanto los más refinados como los campesinos y los
plebeyos. Los combates de gladiadores fueron sustituidos por los
suplicios de los cristianos, echados a la arena de dos en dos como los
gladiadores, espectáculo barato que se arrojaba al populacho.
Blandina y Pontico fueron reservados para el último
día. Ellos habían sido testigos presenciales de todas las pruebas por
las que habían pasado sus hermanos y hermanas en el martirio, pero nada
pudo hacer tambalear su fe. La masa, presa de una histeria colectiva
irritada por la entereza de los dos cristianos, no prestó oídos ni al
pudor ni a la piedad.
El adolescente Pontico entregó el alma en la tortura,
y Blandina quedó la última ese día de fiesta. Ella misma se puso en
manos del verdugo: primero la flagelación desgarró sus espaldas. La
expusieron a las fieras y éstas se limitaron a mordisquearla, después
pasó por la silla de fuego. Por último la metieron en una red para que
un toro enfurecido la embistiera. Como insensible, Blandina proseguía la conversación con Aquel que su corazón había escogido y la esperaba. Aburridos los verdugos, acabaron por degollarla. Los paganos, quizás avergonzados por su barbarie, reconocían: "Realmente, nunca hemos visto en nuestra tierra sufrir tanto a una mujer."
La sierva Blandina mostró que se había realizado una
revolución. La verdadera emancipación del esclavo, la emancipación por
el heroísmo, fue en gran parte obra suya. Su valor y su martirio realzan al mismo tiempo la condición de la mujer y la de la esclava. Son un testimonio de la nobleza del corazón.
El martirio de Santa Blandina y de los otros
cristianos de Lyon fue conocido pronto por la Iglesia universal, gracias
a la narración de Eusebio, muy leída en Oriente y en Occidente a través
de la traducción de Rufino. El Martirologio de San Jerónimo indica el 2 de junio la fiesta de los 48 mártires y enumera sus nombres.
Lejos de sofocar la religión nueva, la persecución
del año 177 no hizo más que propagarla por todo el terreno galo, incluso
más allá.
La verdadera religión no convive con la violencia sino con la razón y la libertad.
“Una razón, sin religión, una cultura que se cierra a la trascendencia,
como ocurre en Occidente, pierde el rastro de la verdad y se deteriora
en perjuicio del hombre".
La fe que no reconoce la verdad de la
razón, como ocurre en los diferentes fanatismos, se pervierte también en
sus esencias religiosas, religión y razón se necesitan y se enriquecen
mutuamente.
"Actuar contra la razón es también actuar contra Dios y
negarse a reconocer a Dios es negar la fuerza más profunda de nuestra
razón". "Mucha gente se esfuerza en presentar un mundo sin Dios, pero
sin Dios no salen las cuentas".
En la actualidad "se da como una
sordera espiritual que impide escuchar la palabra de Dios", hay
"demasiadas voces" que aturden y hacen que se pierda la sintonía con
Dios.
El mundo necesita a Dios y en Occidente hacen falta hombres que quieran asumir y continuar la misión salvadora de Jesús.
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Santa
Blandina: «Soy cristiana, nosotros no negociamos ninguna maldad» mártir
del + 178ca. Lyon- France- Testimonio de la Iglesia Católica
La fe que no reconoce la verdad de la razón, como ocurre en los diferentes fanatismos, se pervierte también en sus esencias religiosas, religión y razón se necesitan y se enriquecen mutuamente.
"Actuar contra la razón es también actuar contra Dios y negarse a reconocer a Dios es negar la fuerza más profunda de nuestra razón". "Mucha gente se esfuerza en presentar un mundo sin Dios, pero sin Dios no salen las cuentas".
En la actualidad "se da como una sordera espiritual que impide escuchar la palabra de Dios", hay "demasiadas voces" que aturden y hacen que se pierda la sintonía con Dios.
El mundo necesita a Dios y en Occidente hacen falta hombres que quieran asumir y continuar la misión salvadora de Jesús.
SANTA BLANDINA Y LOS MÁRTIRES DE LYÓN
Una carta de los cristianos de Vienne y de Lyon a las iglesias de Asia nos permite saber lo que fue de un grupo de hermanos lioneses que en tiempos de Marco Aurelio fueron objeto de una redada de las autoridades. Se les acusaba de incesto y canibalismo, y la suposición de que celebraban monstruosas orgías secretas provocó un gran alboroto.
«Han soportado muy dignamente», afirma la carta, «los atropellos de la plebe: insultos, golpes, zarandeos, rapiñas, apedreo y cuanto suele complacer a una turba enfurecida contra gentes que considera odiosas». Y a continuación se destaca el valor de una esclava a la que habían encarcelado junto con su señora.
Su nombre era Blandina y «extenuaba a los que por turnos y de todas las maneras la iban torturando desde el amanecer hasta el ocaso. La bienaventurada mujer, como noble atleta, rejuvenecía en la confesión: ¡Soy cristiana y nada malo se hace entre nosotros!»
«Conducidos a las fieras, para común espectáculo, a Blandina la colgaron de un madero y quedó expuesta allí para pasto de las fieras, pero éstas la respetaron y acabaron devolviéndola a la prisión con el fin de guardarla para otro combate».
Los demás murieron entre tormentos, y «Blandina, la última de todos. Por fin, envuelta en una red la pusieron ante un toro salvaje que la corneó hasta matarla.
La persona que consideramos la más débil resulta ser la más fuerte. De algún modo, cuando más importa, esa persona consigue destapar asombrosas reservas de fuerza.
Todos tenemos esa capacidad. Para alcanzar esas profundas reservas, sin embargo, necesitamos hacer una cosa esencial: someternos. ¿Sometemos? ¿A fin de volvernos fuertes? Sí. En una de las más grandes paradojas de la fe, cuando reconocemos nuestra debilidad es cuando la fuerza ilimitada de Dios puede operar a través nuestro.
Se dice que Santa Blandina repitió las palabras: «Soy cristiana, nosotros no negociamos ninguna maldad», a fin de obtener fuerza con que soportar su tortura. Del mismo modo, podemos repetir nuestra oración favorita (quizá la de Juliana de Norwich: «Todo estará bien y todo estará bien y todo tipo de cosas estarán bien» cuando estemos encarando pruebas que consideramos más allá de nuestra capacidad de aguante. Al hacerlo así, aprenderemos que con Dios a nuestro lado todo es en verdad posible.
Es patrona de Lyon y patrona con santa Zita de las criadas.
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