sábado, 9 de junio de 2012

Origen del Mesías


Marcos 12, 35- 37. Tiempo Ordinario. Dios es el único Señor y hay que amarle con todo el corazón, alma, espíritu y fuerzas.
 
Origen del Mesías
Del santo Evangelio según san Marcos 12, 35 - 37


En aquel tiempo mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: ¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo? La muchedumbre le oía con agrado.

Oración introductoria

Jesucristo, creo que eres el Hijo de Dios, que te hiciste hombre para redimir al mundo del pecado. Creo que también hoy me llamas a tener este encuentro contigo en la oración. Creo y confío que me enseñarás a meditar, a reconocer lo bueno y lo verdadero. Ayúdame a hacer todo motivado por el amor, porque ahí está lo esencial.

Petición

Señor Jesús, ayúdame a creer, aunque me cueste o implique cambiar mis ideas.

Meditación

En las palabras que resuenan en el Cielo, hay un anticipo del misterio pascual, de la cruz y de la resurrección. La voz divina le define como: "Mi Hijo, el amado", recordando a Isaac, el amadísimo hijo que el padre Abraham estaba dispuesto a sacrificar, según la orden de Dios. Jesús no es solo el Hijo de David, descendiente mesiánico real, o el Siervo en el que Dios se complace, sino que es el Hijo unigénito, el amado, igual que Isaac, que Dios Padre entrega para la salvación del mundo. En el momento en que, a través de la oración, Jesús vive en profundidad su filiación y la experiencia de la Paternidad de Dios, desciende el Espíritu Santo, que lo guía en su misión y que Él difundirá después de haber sido levantado en la cruz, para que ilumine la obra de la Iglesia. En la oración, Jesús vive un ininterrumpido contacto con el Padre para realizar hasta el final el proyecto de amor para los hombres. Benedicto XVI, 30 de noviembre de 2011.

Reflexión

Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz. Tanto es así, que hasta pretenden valerse de las Escrituras para afirmar que el Cristo es hijo de un profeta y no es el Hijo de Dios.

Afortunadamente, Jesús conocía los textos sagrados tan bien como ellos y por eso les recuerda que David se dirigió a Dios como su Señor y no como su padre. Los escribas ya comenzaban a intuir que Jesús era el Mesías y por lo mismo buscaban desde un inicio borrar dicha imagen, pues ¿cómo era posible que un hombre como Él fuese Cristo? Lo mismo puede ocurrir en nuestro cristianismo. Tal vez no negamos que Cristo es Hijo de Dios pero, ¿qué tal a la hora de perdonar a quien nos ofendió o la hora de ayudar desinteresadamente a quien lo necesita? ¿podríamos afirmar con nuestro ejemplo que Jesús es el Mesías y nosotros seguidores de sus enseñanzas?

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 202, nos dice que "Jesús confirma que Dios es el único Señor y por ello es preciso amarle con todo el corazón, alma, espíritu y fuerzas. Pero al mismo tiempo nos da a entender que Él mismo es el Señor". De la misma forma nosotros atestigüemos con el testimonio de nuestra vida en el trabajo, en el hogar, en la universidad que Jesús es el Señor y nosotros sus apóstoles.

Propósito

Procurar un día lleno de la presencia de Dios... sólo basta mirar las maravillas de su creación y hacer una oración de alabanza y gratitud.

Diálogo con Cristo

Señor, escucharte es garantía de experimentar algo agradable y bueno, así fue durante tu vida terrena y así continua siendo hoy. Tú estás vivo y me buscas para tener un encuentro conmigo en la oración, para recordarme que Tú eres el mesías, el Hijo de Dios, que tu Palabra es la verdad y que necesito dejarme amar por Ti para poder, así, amar a los demás.

María en San Mateo, el orígen del Mesías
Mateo enriquece la figura de María manifestando dos rasgos de la Madre del Mesías: Virgen y esposa de José, hijo de David.
 
1. De Marcos a Mateo

Marcos, cuya imagen de María ya hemos contemplado, escribió su evangelio para la comunidad cristiana de Roma; y lo hizo atendiendo especialmente a explicar un hecho del que sin duda pedían explicación los judíos de la diáspora romana a los misioneros cristianos: ¿cómo es posible que, siendo Jesús el Hijo de Dios y Mesías, no fuera reconocido, sino rechazado y condenado a muerte por los jefes de la nación palestina?

Todo el evangelio de Marcos muestra, por un lado, la revelación de Jesús como Mesías, como Cristo o como Ungido –estos tres términos significan exactamente lo mismo–; y por otro lado, muestra el progresivo descreimiento de muchos, la incomprensión, incluso por parte de sus fieles, respecto del carácter sufriente de su mesianidad. La escueta presentación que Marcos nos hace de María –ya lo vimos– es un engranaje en esta perspectiva marcana. Muestra una de las formas que asumió el rechazo y la oposición de los dirigentes palestinos hacia Jesús y cómo involucraron en su campaña de difamación y hostigamiento la condición humilde y el origen galileo de su parentela.

Ante este ataque, Jesús responde –sin arredrarse– a quienes le pedían un signo genealógico, confrontándolo con la necesidad de creer sin pedir signos, y dando un testimonio –velado para los incrédulos, pero elocuente para quienes creían en Él– a favor de su Madre y sus discípulos.

Mateo, de cuya imagen de María nos ocuparemos ahora, no ignora la visión de Marcos, sino que la retoma en el cuerpo de su evangelio (Mt 12, 46-50; 13, 53-57), como también lo hará San Lucas en el suyo (Lc 8, 19-21; 4, 22). No hay necesidad de volver aquí sobre esos pasajes, que son copia casi textual de Marcos o de una fuente preexistente y en los que Mateo introduce sólo algún ligero retoque. Vamos a ocuparnos más bien de los que Mateo agrega a la figura de María como rasgos de su cosecha. Ellos son un desarrollo de lo que estaba implícito en Marcos.


2. María, Virgen y esposa de José

Mateo enriquece la figura de María respecto de la imagen de Marcos manifestando dos rasgos de la Madre del Mesías:

1) María es Virgen.

2) María es esposa de José, hijo de David.

Ambos rasgos los explicita Mateo no por satisfacer curiosidades, sino por lo que ellos significan en el marco de su presentación teológica del misterioso origen del Mesías.

Que María es Virgen es un rasgo mariano que está en íntima conexión con la filiación y origen divino del Mesías. Este nace de María sin mediación del hombre y por obra del Espíritu Santo, nos dice Mateo.

Que María sea esposa de José, hijo de David, es un rasgo mariano que está a su vez en íntima conexión con la filiación davídica y el carácter humano del Mesías.

Jesús, el Mesías, es, por tanto, Hijo de Dios por el misterio de la virginidad de su Madre, e Hijo de David por el no menos misterioso matrimonio con José, hijo de David.


3. El origen humano-divino del Mesías, Hijo de David, hecho hijo de mujer

Es inmensa la galería de pintores cristianos que nos presenta a la Madre con el Niño. De esa larga galería, nos parece Mateo el precursor y pionero. Y sin embargo, el texto más antiguo que poseemos de Jesús y su Madre es muy probablemente de San Pablo.

La concisa parquedad mariológica de Pablo merece aquí, aunque sea lateralmente y de paso, el homenaje de nuestra atención. Hacia el año 51 de nuestra era, o sea unos veinte años antes de la fecha probable de composición del evangelio de Mateo, escribe Pablo a los Gálatas:

«Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, hecho hijo de mujer, puesto bajo la ley para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gál 4, 4-5).

Y entre diez y doce años más tarde, entre el 61-63 de nuestra era, escribe el mismo Pablo desde su primera cautividad a los fieles de Roma:

«Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, quien había ya prometido por medio de sus profetas en las Sagradas Escrituras a su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder» (Rom 1, 1-3).

Estos dos textos de Pablo nos muestran la presencia, en el estado más primitivo de la tradición, de tres elementos esenciales que vamos a encontrar en los pasajes marianos de Mateo.

El primero consiste en que lo que se dice de Jesucristo se presenta como sucedido según las Escrituras, como cumpliendo las Escrituras, como la realización de lo predicho por los profetas, que hablaron en nombre de Dios e ilustrados por el Espíritu.

El segundo elemento es la doble fijación de Jesús, Hijo de Dios y al mismo tiempo hijo de David. Pablo ve en Jesús dos filiaciones: una filiación espiritual, por la cual es Hijo de Dios por obra del Espíritu que nos permite clamar ¡Abba!, Padre; y una filiación según la carne, por la cual es hijo de David.

Y notemos –tercer elemento a tener en cuenta– que no especifica el cómo de dicha descendencia davídica diciéndonos: «engendrado por José» o «nacido de varón», sino diciéndonos: «hecho hijo de mujer».

He aquí los elementos constitutivos de uno de los problemas al que va a responder Mateo en su evangelio.

Es el mismo problema del origen del Mesías que se trata en los textos de Marcos, que ya vimos. Pero no ya planteado en términos de objeción en boca de los enemigos, sino en términos de respuesta a la objeción. Respuesta que se inspira, sin duda, en la que el mismo Jesús había dado en los tiempos de su carne mortal y que los tres sinópticos nos narran en sus evangelios (Mt 22, 41ss. y paralelos).

«Estando reunidos los fariseos le propuso Jesús esta cuestión: “¿Qué pensáis acerca del Mesías? ¿De quién es Hijo?”

«Dícenle: “De David”.

«Replicó: “Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu le llama Señor, cuando dice: `Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies?´ (Sal 110, 1). Si, pues David le llama Señor, cómo puede ser Hijo suyo?”.

«Nadie es capaz de contestarle nada; desde ese día ninguno se atrevió a preguntarle más».

Ya Jesús había alertado, por lo tanto, a sus oyentes contra el peligro de juzgarlo exclusivamente según la carne. No es que rechazara el origen davídico del Mesías, pero señalaba que ese origen davídico encerraba un misterio, y que el misterio de la personalidad del Mesías no se explicaba exclusivamente por su ascendencia davídica, sino por una raíz que lo hacía superior a su antepasado según la carne y que abría espacio, en el misterio de su origen, a la intervención divina, pues, «Señor» era título reservado a Dios.

Y precisamente en esta filiación doble y compleja del Mesías, en la convergencia de estos dos títulos –Hijo de Dios e hijo de David–, es donde Mateo ve enclavado el misterio de María.


4. La revelación de la virginidad de María

Al finalizar su genealogía de Jesús, Mateo nos dice: y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. La fórmula es ya intrigante. A lo largo de toda la genealogía con la que comienza su evangelio, Mateo ha hablado empleando el verbo engendrar: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob. Y cuando, contra lo usual en las genealogías hebreas, nombra a una madre, dice: Judá engendró de Tamar a Fares; David engendró de la que fue mujer de Urías a Salomón… Jacob engendró a José, el esposo de María.

José es el último de los «engendrados». De Jesús ya no se dice que haya sido engendrado por José de María, sino que José es el esposo de María de la cual nació Jesús.

Se abre, pues, para cualquier lector judío avezado en el estilo genealógico, un interrogante al que Mateo va a dar respuesta versículos más abajo:

«El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a convivir ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo».

He aquí la revelación de la virginidad de María. Nos asombra la sobriedad, casi frialdad de Mateo al referirse a este portento. No hay ningún énfasis, ninguna consideración encomiosa ni apologética, ninguna apreciación que exceda el mero anunciado del hecho. Mateo está más preocupado por su significación teológica que por su rareza, más preocupado por el problema de interpretación que plantea al justo José que el que puede plantear a todas las generaciones humanas después de él.

¿Qué significa –teológicamente hablando– la maternidad virginal de María?

A Mateo no le interesa dar aquí argumentos que la hagan creíble o aceptable. Y no pensemos que sus contemporáneos fueran más crédulos que los nuestros ni más proclives a aceptar sin más este misterio de la madre virgen. Hemos visto las dificultades que levantaban contra un Jesús reputado hijo carnal de José y María. Imaginemos las que podían levantar contra alguien que se presentara –o fuera presentado– con la pretensión de ser Hijo de Madre Virgen, de haber sido engendrado sin participación de varón y por obra directa de Dios en el seno de su madre.


5. La genealogía

Entenderemos mejor por dónde va el interés de Mateo en la concepción virginal de Jesús y su adopción por José tomando a María por esposa; nos explicaremos mejor por qué Mateo engarza esta gema en el contexto –tan poco elocuente para nosotros– de una genealogía, si nos detenemos un poco a considerar qué función cumplía este género literario genealógico en el contexto vital del pueblo judío en tiempos de Jesús.

En tiempos de Jesús, la genealogía de una persona y una familia tenía suma importancia jurídica e implicaba consecuencias en la vida social y religiosa. No era, como hoy entre nosotros, un asunto de curiosidad histórica o de elegancia, o de mera satisfacción de la vanidad.

Una genealogía se custodiaba como un título familiar. Posición social, origen racial y religioso dependían de ella.

Sólo formaban parte del verdadero Israel las familias que conservaban la pureza de origen del pueblo elegido tal como lo había establecido, después del exilio, la reforma religiosa de Esdras.

Todas las dignidades, todos los puestos de confianza, los cargos públicos importantes, estaban reservados a los israelitas puros. La pureza había que demostrarla y el Sanedrín contaba con un tribunal encargado de validar las genealogías e investigar los orígenes de los aspirantes a los cargos.

El principal de todos los privilegios que reportaba una genealogía pura se situaba en el domino estrictamente religioso. Gracias a la pureza de origen, el israelita participaba de los méritos de sus antepasados. En primer lugar, todo israelita participaba en virtud de ser hijo de Abraham, de los méritos del Patriarca y de las promesas que Dios le hiciera a Abraham. Todos los israelitas –por ejemplo– tenían derecho a ser oídos en su oración, protegidos en los peligros, asistidos en la guerra, perdonados de sus pecados, salvados de la Gehena y admitidos a participar del Reino de Dios. Literalmente: el Reino de Dios se adquiría por herencia. Jesús impugna enérgicamente esta creencia:

«Dios puede suscitar de las piedras hijos de Abraham» (Lc 3, 8).

«Los publicanos y prostitutas los precederán en el Reino de los Cielos» (Mt 21, 31).

Porque, según Jesús, el título que da derecho al Reino no es la pureza genealógica de la raza ni la sangre, sino la fe (Jn 3, 3ss.; 8, 3ss.).


6. Hijo de David

Pero además, y en segundo lugar, la pureza de una línea genealógica daba al descendiente participación en los méritos particulares de sus antepasados propios.

Un descendiente de David, por ejemplo, participaba de los méritos de David y era especialmente acreedor a las promesas divinas hechas a David.

Por eso, cuando Mateo comienza su evangelio ocupándose del origen genealógico del Mesías comienza por un punto candente para todo judío de su época: el origen davídico del Mesías.

Según la convicción común y corriente de los contemporáneos de Jesús, fundada con razón en la Escritura, el Mesías sería un descendiente de David. En la Palestina de los tiempos de Jesús había, además de los hijos de Leví, otros grupos familiares o clanes que llevaban nombres de los ilustres antepasados de los que descendían. Existía un clan de descendientes de David –uno de los cuales era José–, que debía de ser muy numeroso no solo en Belén, ciudad de origen de David, sino también en Jerusalén y en toda Palestina.

No es exagerado estimar el número de los hijos de David, como cifra baja, en unos mil o dos mil. Ser hijo de David era, pues, llevar un apellido corriente que no necesariamente daba al portador demasiado brillo ni gloria. Y si comparamos el título Hijo de David con uno de nuestros apellidos, equivaldría a la frecuencia de nuestros Pérez, González o Rodríguez.

Los parientes cercanos de Jesús aparecen en el evangelio como un grupo numeroso, y seguramente fue importante en la comunidad primitiva de Jerusalén, quizás cerca de un centenar.

Entre los hijos de David había, sin duda, familias pobres y familias acomodadas. Habría, sin duda también, miembros de la aristocracia de Jerusalén. Y la pretensión y lustre mesiánico de Jesús, su éxito y el fervor popular que despertaba su persona, habría levantado ronchas y envidias entre los hijos de David más acomodados e ilustrados, puesto que vendría a frustrar las expectativas de elección divina de más de alguna madre davídica orgullosa de sus hijos, dotados de más títulos, relaciones y letras que el pariente galileo.

La afirmación de Mateo del origen davídico merece toda fe. Que no sea una invención tardía del Nuevo Testamento para fundamentar el origen mesiánico de Jesús, haciéndolo descendiente de David, nos lo muestra el testimonio unánime de todo el Nuevo Testamento y el de otras fuentes históricas. Eusebio registra en su Historia Eclesiástica el testimonio de Hegesipo, que escribe hacia el 180 de nuestra era, recogiendo una tradición palestina, según la cual los nietos de Judas, hermano del Señor, fueron denunciados a Domiciano como descendientes de David y reconocieron en el transcurso del interrogatorio dicho origen davídico.

Igualmente Simón, primo del Señor y sucesor de Santiago en el gobierno de la comunidad de Jerusalén, fue denunciado como hijo de David y de sangre mesiánica, y por eso crucificado. Julio el Africano confirma que los parientes de Jesús se gloriaban de su origen davídico, a todo lo cual se suma que ni los más encarnizados adversarios de Jesús ponen en duda su origen davídico, lo que hubiera sido un poderoso argumento contra él de haberlo podido alegar ante el pueblo.

Para Mateo, todo hubiera sido a primera vista más sencillo si hubiera podido presentar a Jesús como engendrado por José, a semejanza de todos sus antepasados. En realidad, el origen virginal de Jesús le complica las cosas. No sólo introduce un elemento inverosímil en su relato, una verdadera piedra de escándalo para muchos, sino que complica la evidencia del origen davídico de Jesús al transponerlo del plano físico al de los vínculos legales de la adopción.

¿Qué significado teológico encerraba el título Hijo de David –de suyo tan vulgar– aplicado al Mesías? ¿Y cómo lo entiende Mateo como título aplicable a Jesús?

El evangelio de Mateo se abre con las palabras: Libro de la Historia de Jesús el Ungido, Hijo de David, Hijo de Abrahám.

Mateo parte de los títulos mesiánicos más comunes y recibidos para mostrar en qué medida son falsos y en qué medida son verdaderos; para mostrar que no son ellos los que nos ilustran acerca de la identidad del Mesías, sino que son el Mesías –Jesús– y su vida los que nos enseñan su verdadero sentido.

Como Hijo de David, Jesús es portador de las promesas hechas a David para Israel. Como Hijo de Abrahám, trae la promesa a todos los pueblos. Como Hijo de David es rey, pero un rey rechazado por su pueblo y perseguido a muerte desde su cuna, pues ya Herodes siente amenazado su poder por su mera existencia y ordena para matarlo la Degollación de los Inocentes. No son los sabios de su pueblo, sino los de los paganos, venidos de Oriente, los que preguntan por el rey de los judíos y le traen presentes y regalos. Como Hijo de David, también le corresponde nacer en Belén, pero su origen es ignorado, pues luego es conocido como galileo nazareno.

El sentido que tiene este reconocimiento inicial de los dos títulos –Hijo de David, Hijo de Abrahám– lo explicita ya el final de la genealogía: Hijo de María –por obra del Espíritu Santo–, esposa de José.

María y José, al culminar la lista genealógica arrojan sobre ella una luz que la transfigura. Esta genealogía misma encierra en su humildad carnal el testimonio perpetuo de la libre iniciativa divina, que ha de brillar deslumbrante al término de ella. Porque Abrahám es su comienzo absoluto, puesto por una elección gratuita de Dios. Porque este hombre se perpetúa en una mujer estéril. Porque la primogenitura no la tiene Ismael, sino Isaac, y más tarde no es Esaú, sino Jacob, quien la hereda, contra lo que hubiera correspondido según la carne; y lo mismo pasa con Judá que hereda en lugar del primogénito, y con David, que es el menor de los hermanos. En la larga lista se cobijan justos, pero también grandes pecadores.

A quienes se enorgullecían de la pureza de su origen davídico, o pensaran el origen davídico del Mesías en orgullosos términos de pureza racial, no podía dejarles de llamar la atención que Mateo introdujera en la genealogía, contra lo habitual, el nombre de cuatro mujeres, todas ellas extranjeras y ajenas no sólo a la estirpe sino a la nación judía:

Tamar, cananea, que disfrazándose de prostituta arranca a su suegro la descendencia que correspondía a su marido muerto, según la ley del levirato, y que sus parientes le negaban. Rajab, otra cananea, gracias a la cual los judíos pueden entrar en Jericó en tiempos de Josué, y que, según las tradiciones rabínicas extra bíblicas, fue madre de Booz, que a su vez, de Rut –extranjera también y, más aún, de la odiada región moabita– engendró a Obed, abuelo de David. BatSeba, por fin, la adúltera presumiblemente hitita como su marido Urías, general de David, a quien éste pecaminosamente hace morir en combate para arrebatarle a su mujer, la cual fue luego nada menos que madre de Salomón, hijo de la promesa.

¿Dónde queda lugar para el orgullo racial, para gloriarse en la pureza de la sangre o en los méritos de los antepasados? No están escritas en el linaje del Mesías, en cuanto provienen de David, ni la impoluta pureza de la sangre ni la justicia sin mancha. Más bien, por el contrario, si el Mesías se debe a sus antepasados, se debe también a los extranjeros y a los pecadores, y también los extranjeros y pecadores tienen títulos de parentesco que alegar sobre el Mesías.

Mateo se complace en señalar así la verdadera lógica genealógica inscrita en la historia del linaje davídico del Mesías y en contradecir con ella el orgullo carnal y el culto al linaje.

Aquellas mujeres extranjeras, a las cuales se debió la perpetuación del linaje de David, son prefiguración de María: ajena también al linaje de David según la carne, despreciable por los que se gloriaban en sus genealogías. María, aunque eternamente extranjera al linaje de mujeres que conciben por obra de varón, es la madre del nuevo linaje de hombres que nace de Dios por la fe.


7. Hijo de David e Hijo de Dios

María Virgen y María esposa de José no son rasgos que se yuxtaponen, sino que se articulan y dan lugar a una explicación teológica: iluminan cómo debe entenderse el título mesiánico Hijo de David. La pertenencia del Mesías al linaje de David no se anuda a través de un vínculo de sangre, pues José, hijo de David, no tiene parte física en su concepción. La pertenencia del Mesías a la casa de David se anuda a través de una Alianza. Una alianza matrimonial, que no se explica tampoco por mera decisión o elección humana, sino por dos consentimientos de fe a la voluntad divina y que, por tanto, a la vez que alianza matrimonial entre dos criaturas, es alianza de fe entre dos criaturas y Dios.

El Mesías no es Hijo de David por voluntad ni por obra de varón ni por genealogía, sino que entra en la genealogía en virtud de un asentimiento de fe que da José, hijo de David, a lo que se le revela como operado por Dios en María.

El Mesías no es Hijo de Dios por voluntad ni obra de varón, sino en virtud de un asentimiento de fe que da María a la obra del Espíritu en ella.

Para que el Mesías, Hijo de Dios e Hijo de David, viniera al mundo y entrara en la descendencia davídica, se necesitaron, pues, dos asentimientos de fe: el de María y el de José. Ambos fundan el verdadero Israel, la verdadera descendencia de Abraham, que nace, se propaga y perpetúa no por los medios de la generación humana, sino por la fe.

Mateo subraya que la filiación davídica de JesúsMesías no es signo genealógico que pueda ser leído, rectamente comprendido ni interpretado al margen de la fe. No es un signo que Dios haya dado en el campo de la generación humana, accediendo a la carnalidad de los judíos que pedían signos para creer.

Parece más bien antisigno, porque, en realidad, el Mesías existió anterior e independientemente a su incorporación en el linaje de David a través del matrimonio de su Madre con un varón de ese linaje.

Los hechos, que Mateo no elude, más bien contradicen los modos concretos de la expectación mesiánica judía.

Mateo da muestras de un coraje y una honestidad intelectual muy grandes cuando acomete la tarea de exponer estos hechos –aunque increíbles– sin endulzarlos ni camuflarlos, en la confianza de que ellos manifiestan una coherencia tal con el Antiguo Testamento que no podrán menos de mover a reconocerlos –si se perfora la costra superficial de su apariencia– como signos de credibilidad.

De ahí su recurso al Antiguo Testamento, en paralelo continuo con los hechos, mostrando cómo no son las profecías las que condenan al Jesús Mesías, sino que es la vida real y concreta del JesúsMesías la que arroja luz sobre el contenido profético del Antiguo Testamento y la que amplía la extensión de su sentido profético a regiones insospechadas para los carriles vulgares de la teología judía de su tiempo.

Tanto para justificar la traducción «hecho hijo de mujer», en vez de «nacido de mujer», como para comprender el sentido mesiánico de la alusión a la madre, véase el artículo de José M. Bover, SJ, Un texto de San Pablo (Gál 4, 45) interpretado por San Ireneo («Estudios Eclesiásticos» 17, 1943, pp. 145-181). De él hemos tomado la traducción del pasaje de Gálatas.

María en el Nuevo Testamento:
 
Introducción: María en el Nuevo Testamento
 
 Hablar de la figura de María en el Nuevo Testamento, es hablar de María a través de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, o sea a través de los evangelistas.
Introducción:  María en el Nuevo Testamento
Introducción: María en el Nuevo Testamento


Un hecho que llama la atención cuando buscamos lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca de la Santísima Virgen María es que, de los veintisiete escritos que forman el canon del Nuevo Testamento, sólo en cuatro se la nombra por su nombre: María. Y son éstos los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas y el libro de los Hechos de los Apóstoles. Otro libro más, el evangelio según San Juan, nos habla de ella sin nombrarla jamás, y haciendo siempre referencia a ella como la madre de Jesús, o su madre. Fuera de estos cinco libros, ninguno de los veintidós restantes nos habla directamente de María. Sólo los ojos de la fe han sabido atribuirle la parte que tiene en aquellos pasajes en que –por ejemplo– se habla de que Jesús es el Hijo de David, o de que somos Hijos de la Promesa, o de la Jerusalén de arriba, o que el Padre nos envió a su Hijo, hecho hijo de mujer; o han sabido reconocerla en la misteriosa Mujer coronada de astros del Apocalipsis.

Explícitamente nombrada en sólo cinco libros de los veintisiete, María parece haber sido reconocida –si nos atenemos a una primera impresión– por sólo la mitad de los hagiógrafos (escritores inspirados) que escribieron el Nuevo Testamento. De ocho que son, sólo cuatro nos hablan de ella: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No nos hablan de ella ni Santiago, ni Pedro, ni Judas. Pablo sólo alude indirectamente a ella en Gálatas 4, 4-5.

Por tanto, hablar de la figura de María en el Nuevo Testamento, es hablar de María a través de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, o sea a través de los evangelistas.

Nótese que no decimos a través de los evangelios, sino a través de los evangelistas. Porque casi podría decirse a través de los evangelios, si no fuera por una referencia que el evangelista Lucas hace fuera de su evangelio, en el libro de los Hechos de los Apóstoles (1,14) y por lo que puede interpretarse que de ella dice Juan en el Apocalipsis, identificada ya con la Iglesia.

María en el Nuevo Testamento es prácticamente, por lo menos principalmente, María en los evangelios. Porque fuera de ellos casi no se nos dice nada más, o mucho más, acerca de María.

Para contemplar la figura de María a través de los evangelios podríamos seguir dos caminos, que vamos a llamar camino sintético y camino analítico. El camino sintético consistiría en sintetizar los datos dispersos de los cuatro evangelios en un solo retrato de María. Consistiría en trazar un solo retrato a partir de la convergencia de cuatro descripciones distintas.

El otro camino, el analítico –que es el que hemos elegido–, consiste en considerar por separado las cuatro imágenes o semblanzas de María.

El primer camino, sintético, se hubiera llamado propiamente: la figura de María en los Evangelios. Este segundo camino que queremos seguir es en cambio el de la figura, o más propiamente, las figuras, los retratos de María a través de los evangelistas.

Por supuesto, bien lo sabemos, hay un solo Evangelio: el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Pero el mismo Dios que dispuso que hubiera un solo mensaje de salvación, dispuso también que se nos conservaran cuatro presentaciones del mismo.

El único Evangelio es, pues, un evangelio cuadriforme, como bien observa ya San Ireneo, refutando los errores de los herejes que esgrimían los dichos de un evangelista en contra de los dichos de otro (Adv. Hæreses III,11).

Esta presentación cuadriforme de un único Evangelio es la que nos da la profundidad, la perspectiva, el relieve de las miradas convergentes. Una sola visión estereofónica o estereofotográfica de Jesús. Un solo Jesús y una sola obra salvadora, pero cuatro perspectivas y cuatro modos de presentarlo –a Él y a su obra–. Cada uno de los evangelistas tiene su manera propia de dibujar la figura de Jesucristo. Y todo lo que dice cada uno de ellos está al servicio de esa pintura que nos hace de Jesús.

¿Hay que extrañarse de que, consecuentemente, seleccione los rasgos históricos, narre los acontecimientos, altere a veces el orden cronológico o prescinda de él, para seguir el orden de su propia lógica teológica, y subordine el modo de presentación de los hechos y personas al fin de mostrar de manera eficaz a Jesús y su mensaje, según su inspiración divina y las circunstancias de oyentes, tiempo y lugar?

¿Y nos habríamos de extrañar de que las diversas perspectivas con que los cuatro evangelistas nos narran los mismos hechos y nos presentan a Jesús dieran lugar a cuatro presentaciones distintas de María?

Dado que el misterio de María es un aspecto del misterio de Cristo, todo lícito cambio de enfoque del misterio de Cristo –que como misterio divino es susceptible de un número inagotable de enfoques diversos, aunque jamás puedan ser divergentes–, comporta sus cambios de armónicos y de enfoque en el misterio de María.

Hay pues un solo Jesucristo en cuadri forme presentación, y hay también un solo misterio de María en presentación cuadriforme. Y hay, además, una coherencia muy especial y significativa, entre el modo cómo cada evangelista nos muestra a Jesús y el modo cómo nos muestra a María, al servicio de su presentación propia de Jesús.

Dejémonos guiar sucesivamente de la mano de los cuatro evangelistas. Y a través de su manera de presentarnos la figura de María, tratemos de penetrar más profundamente en su comprensión del Señor. La máxima A Jesús por María no es una invención moderna; hunde sus raíces en la bimilenaria tradición de nuestra Santa Iglesia. Arraiga en los evangelios; y, en cuanto podemos rastrearlo valiéndonos de ellos, incluso en una tradición oral anterior a los evangelios, y de la cual ellos son las primeras plasmaciones escritas.

Dejemos, pues, que los evangelistas nos lleven a través de María a un mayor conocimiento del Señor que viene y que esperamos.

1. María en San Marcos, la imagen más antigua

2. María en San Mateo, el origen del Mesías

3. María en San Lucas, testigo de Jesucristo

4. María en San Juan, el eco de la voz

5. Conclusión Su Madre , nuestra Madre
 

Mesías

Mesías, Ungido o Cristo es, en las religiones abrahámicas, aquel hombre lleno del espíritu de Dios. A lo largo de la historia existieron muchas personas a las que se les consideró mesías, en diversas ramas religiosas. Generalmente, se entiende que este título en particular se asigna al enviado escogido por Dios, que traerá la paz a la humanidad restaurando el Reino de Dios.

Etimología

El término «mesías» proviene del hebreo מָשִׁיחַ (mashíaj, «ungido»), de la raíz verbal למשוח (masháj, «ungir») y se refería a un esperado rey, del linaje de David, que liberaría a los judíos de las servidumbre extranjera y restablecería la edad dorada de Israel. Se le denominaba así ya que era costumbre ungir en aceites a los reyes cuando se los proclamaba. El término equivalente en griego es χριστός (khristós, «ungido»), derivado de χρίσμα (khrísma, «unción»), término último del que deriva también el español «crema». El término griego, ampliamente utilizado en la Septuaginta y el Nuevo Testamento, dio en español la forma Cristo,1 que unida al nombre de Jesús, que los cristianos consideran el mesías definitivo, dio Jesucristo.

Diferencias entre doctrinas

De las religiones monoteístas en el mundo, podemos destacar tres ramas principales y la relación que ellas tienen con la creencia en un Mesías. El judaísmo, cristianismo y el islam.[cita requerida]

Judaísmo

Dentro del judaísmo, la creencia en el Mesías se fundamentó en la revelación de Dios, hecha a través de la Torá o Ley de Dios. Desde el Génesis se registraron muchas profecías mesiánicas dentro de la ley, que permitirían reconocerlo cuando llegase. Posteriormente, cobró auge durante el cautiverio de Babilonia, al adquirir una mayor importancia la concepción del mesías como salvador. Sin embargo la doctrina del Mesías no ha sido un tema importante de estudio debido a que esta no es eje central del judaísmo.
Maimónides, teólogo judío de la Edad Media y sus escrituras son base para el entendimiento del concepto de Mesías para los judíos, siendo uno de los personajes que más ha tratado este tema. Él afirmo: «Yo creo con fe absoluta en la llegada del Mesías, y aunque tardare, con todo lo esperaré cualquier día».2
La escatología judía indica que la venida del Mesías vendrá acompañada de una serie de eventos específicos que no han ocurrido todavía, incluido el retorno de todos los judíos a la Tierra Prometida, la reconstrucción del Templo, la era de la paz y entendimiento en la cual «el conocimiento de Dios» llenará la tierra.

El judaísmo sobre Jesús

Los judíos han visto tradicionalmente a Cristo como uno de tantos falsos mesías que han aparecido a lo largo de la historia. Se le ve como el que más ha influido en su pueblo y, por ello, el que más daño ha causado.
El judaísmo nunca ha aceptado ninguna de las profecías que los cristianos dicen que se le atribuyen a Cristo, y para ellos, ninguna de las prerrogativas que anunciarán la venida del mesías han ocurrido durante su vida, por lo que no es un candidato idóneo para ser el mesías.

Cristianismo

La Biblia parece hacer referencia a varias facetas del Mesías, una como rey, gobernante y restaurador, y otra como siervo sufriente. Esto ha dado lugar a distintas posiciones acerca de cómo debería ser el mesías.
Los cristianos denominan Mesías a Jesús de Nazareth, llamándole Cristo, traducción literal del hebreo Mesías. Según la Torá la promesa de la venida del Mesías se extiende a toda la descendencia de Abraham, Isaac y Jacob (luego Israel), de quien surgieron las 12 tribus de Israel. Según la tradición cristiana, la promesa hecha a Israel en realidad debería entenderse como realizada a todos los hombres, razón por la que Jesús sería entonces el Mesías y el redentor de la humanidad.

Otras corrientes cristianas

Para los Testigos de Jehová, la concepción de mesías es similar a la de el resto de corrientes cristianas, y cobra gran importancia el advenimiento o Segunda Venida de Jesús. Sin embargo, no se considera la Doctrina de la Trinidad,3 por lo que el mesías, en este caso, no adquiere personalidad divina, sino como una intercesión de Jehová.4

Islam

El Islam señala a I'sa (Jesús de Nazareth), Mahdí o el bien guiado, como los que inaugurarán una era de justicia.5
Para la parte mayoritaria del Islam, el concepto de Mahdí tiene una escatología según la cual el Mahdí nacerá én los Últimos Tiempos, por lo que no se admite que fuera una persona concreta que ya hubiera existido. También se ha indicado que Mahdí tendrá una relación especial con los pobres. En muchos ámbitos se confunde el término de Mesías adjudicandolo al Mahdi, quien guiará a la Umma, hacía un retorno a la creencia, siendo el Mesías Isa (Jesús) Hijo de María, quien retornará para luchar junto al Mahdi contra el Al-Dajjal (Anticristo)
Actualmente, hay importantes Shaykhs Sunnis que afirman que estamos en la época de la venida de Mahdí. Incluso hay algunos que afirman haber tenido contacto con Mahdí.

Referencias

  1. Perspicacia para comprender las Escrituras, Volumen 2, pág. 376, Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc., International Bible Students Association, Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos de América, 1991.
  2. Maimónides. Vida, pensamiento y obra, de Meir Orián. Trad. del hebreo de Zeev Zvi Rosenfeld, 1984, pág. 380; Cartas y testamento de Maimónides (1138-1204), ed. de Carlos del Valle, 1989, págs. 200, 201; The Book of Jewish Knowledge, de Nathan Ausubel, 1964, pág. 286; Encyclopaedia Judaica, 1971, tomo 11, pág. 754.
  3. Wachtower. «¿Es Jesús el Dios Todopoderoso?» (en español). Consultado el 11 de septiembre de 2011.
  4. Wachtower. «¿Necesitamos un Mesías?» (en español). Consultado el 11 de septiembre de 2011.
  5. La Atalaya, Anunciando el Reino de Jehová, 1 de octubre de 1992, página 6, Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania, Broklyn, Nueva York, Estados Unidos de América.

Enlaces externos


«Origen del Mesías»
Origen del Mesías
Jesús se puso a enseñar en el Templo y preguntaba: “¿Cómo pueden decir los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David ha dicho, movido por el Espíritu Santo:
    Dijo el Señor a mi Señor:
    Siéntate a mi derecha,
    hasta que ponga a tus enemigos
    debajo de tus pies.
Si el mismo David lo llama “Señor”, ¿cómo puede ser hijo suyo?”.


Rezar: Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

 Mesías
rel. Palabra que significa ungido, equivalente al griego christós. En el judaísmo, salvador descendiente de David, anunciado por los profetas y enviado por Dios.

 Jesucristo ¿es el Mesías?
Si; Jesucristo es verdaderamente el Mesías.
El es el Salvador prometido en el Paraíso terrestre; El Enviado divino esperado por los patriarcas; El nuevo Legislador anunciado por Moisés; El Emmanuel predicho por los profetas; El Redentor deseado por las naciones.
El ha realizado en su persona todas las profecías del Antiguo Testamento relativas: 1º, al origen del Mesías; 2º, a la época de su llegada; 3º, a las diversas circunstancias de su vida.
Es, pues, Jesucristo el Mesías, el Enviado de Dios para establecer la religión nueva que debía suceder a la religión mosaica. Pero una religión establecida por un Enviado de Dios es necesariamente una religión divina; luego la religión cristiana, fundada por Jesucristo, es divina.
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SECCIÓN PRIMERA. PROFECÍAS CONCERNIENTES AL ORIGEN DEL MESÍAS
En el Paraíso terrenal, después de la caída, Dios promete un Salvador a nuestros primeros padres, los cuales trasmiten esta esperanza a sus descendientes, de tal manera, que ella se encuentra todos los pueblos.
Dios renueva esta promesa a los patriarcas Abrahám, Isaac y Jacob, prometiéndoles que todas las naciones serán bendecidas en Aquel que saldrá de su raza.
Jacob, iluminado por un espíritu profético, anuncia a Judá, su cuarto hijo, que el Libertador descenderá de él. En la tribu de Judá, Dios elige la familia de David. Él dice a este rey: “Yo pondré sobre tu trono a un hijo que saldrá de ti, pero cuyo reinado será eterno: Yo seré su Padre, y él será mi Hijo”. El Mesías, pues, debía ser, a la vez, Hijo de David e Hijo de Dios.
Estas condiciones sólo se hallan reunidas en Jesucristo, porque es descendiente de Abrahám, de la tribu de Judá, de la familia de David, como lo prueba su genealogía, y es el único cuyo reinado es eterno. Luego es el Mesías.
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SECCIÓN SEGUNDA. PROFECÍAS CONCERNIENTES A LA ÉPOCA DE LA VENIDA DEL MESÍAS
Profecía de Jacob.-En su lecho de muerte, este patriarca, al anunciar a cada uno de sus hijos la suerte que le estaba reservada, dijo a Judá: “El cetro no saldrá de Judá, ni el jefe de su raza, hasta que venga Aquel que debe ser enviado, y que será la expectación de todas las naciones” (Génesis, XLIX, 10). Según esta profecía, el Mesías debe llegar en la época en que la tribu de Judá perderá la autoridad, significada por el cetro. Ahora bien, cuando llegó Jesucristo, la autoridad acababa de pasar a manos de Herodes, príncipe idumeo, que gobernaba en nombre de los romanos: los propios judíos dejaron atestiguada la pérdida de su autoridad nacional, cuando dijeron a Pilatos: “No tenemos derecho para condenar a muerte…”. Luego es cierto que Jesucristo vino en el tiempo señalado por Jacob.
Profecía de Daniel.- Durante la cautividad en Babilonia, Daniel rogaba ardientemente al Señor que abreviara los sufrimientos de su pueblo y enviara el Mesías. El Arcángel Gabriel vino a decirle:
“El tiempo ha sido reducido a 70 semanas para tu pueblo y para tu santa ciudad. Después de lo cual será abolida la iniquidad y el pecado tendrá fin; la iniquidad será borrada y dará lugar a la justicia eterna; las visiones y las profecías tendrán su cumplimiento; el Santo de los santos recibirá la unción.
“Después de las sesenta y dos semanas, el Cristo será condenado a muerte; y el pueblo que habrá renegado de El dejará de ser su pueblo. Otro pueblo vendrá con su jefe, que destruirá la ciudad y su templo; esta ruina será el fin de Jerusalén: el fin de la guerra consumará la desolación anunciada.
“En una semana (la que queda), el Cristo sellará su alianza con muchos. A mitad de la semana, las víctimas y los sacrificios serán abolidos; la abominación de la desolación reinará en el templo, y la desolación no tendrá fin” (Daniel, IX, 24-27).
-Según esta célebre profecía, el objeto de la venida del Mesías es la remisión de los pecados y el reinado eterno de la justicia. En 70 semanas, todas las profecías debían cumplirse.
-Se trata de semanas de años, según la manera ordinaria de calcular de los judíos: las 70 semanas hacen un todo de 490 años.
-El profeta indica el punto en que empiezan las semanas: es la publicación del decreto para la reconstrucción de Jerusalén. Este edicto fue dado por Atajerjes Longímano, el vigésimo año de su reinado, 454 años antes de Jesucristo.
-El profeta divide las 70 semanas en tres periodos muy desiguales: siete, sesenta y dos y una:-
a) En el primero, que es de siete semanas, o cuarenta y nueve años, los muros de Jerusalén deben ser levantados con grandes dificultades. La historia prueba que así fue en efecto.
b) El segundo periodo, compuesto de 62 semanas, o 434 años, debe transcurrir antes que el Cristo sea condenado a muerte. Estos 434 años añadidos a los 49 del primer periodo, terminan el año veintinueve de la era cristiana, decimoquinto año del reinado de Tiberio, año de la predicación de San Juan Bautista.
c) El último periodo no comprende más que una semana, durante la cual el Mesías debe confirmar su alianza, es decir, establecer su ley, ser rechazado por su pueblo y condenado a muerte; las hostias y los sacrificios deben ser abolidos. Un pueblo extranjero debe venir a vengar ése crimen, dispersando a los judíos y destruyendo la ciudad y el templo.
Ahora bien, todo eso ha sucedido: al principio de la 70ª semana, el año treinta de nuestra era, Jesús comienza su predicación, que dura tres años y tres meses, a la mitad de la misma semana, el año 34, Jesús es condenado a muerte por los judíos, y los sacrificios de la Antigua Alianza son reemplazados por el sacrificio del Calvario. Unos 36 años después de la muerte de Jesucristo, el año 70, el ejército romano y su general Tito reducen a ruinas la ciudad de Jerusalén y su templo. Desde ese día reina la desolación sin fin del pueblo judío, porque renegó del Cristo. En Jesucristo, pues, y sólo en Él, tuvo cumplimiento, y cumplimiento exactísimo, la profecía de Daniel. Luego Jesús es el Santo de los santos anunciado por el profeta.
Profecías de Ageo y de Malaquías.- De regreso de la cautividad de Babilonia, los ancianos de Israel, que habían visto la magnificencia de Salomón, lloraron al contemplar el nuevo templo construido por Nehemías. Para consolarlos, Ageo les anuncia que el Deseado de todas las naciones vendrá al nuevo templo y lo llenará de gloria (Ageo, II, 8).
Malaquías predice que el Mesías, el Dominador, el Ángel de la Alianza, vendrá a su templo tan pronto como su precursor le haya preparado el camino (Malaquías, III, 1).
Ahora bien, Jesús visitó frecuentemente este templo, destruido para siempre 37 años después de su muerte. Este templo no ha recibido, fuera de Jesucristo, la visita de ningún personaje ilustre. Juan Bautista fue su precursor, y lo presentó al pueblo diciendo: “He aquí el Cordero de Dios”. En Jesucristo, pues, y en El solo, se han realizado las profecías de Ageo y de Malaquías.
Las profecías de Jacob, de Daniel, de Ageo y de Malaquías son las que han puesto en mayor aprieto a los judíos, que no han reconocido en Jesucristo al Enviado de Dios. En su Talmud confiesan que todos los tiempos señalados para la venida del Mesías han pasado. Por eso, desesperados de su causa, han pronunciado esta maldición: ¡Malditos sean los que calculen el tiempo del Mesías! ¡Pobres ciegos!
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SECCIÓN TERCERA. PROFECÍAS CONCERNIENTES A LA VIDA DEL MESÍAS
Su nacimiento.- Isaías predijo que nacería de una Virgen: “He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, que será llamado Emmanuel, es decir, Dios con nosotros” (Isaías, VII, 14; Mateo, I, 23). Y de la Virgen María nació Jesús, como nos lo dicen san Mateo y san Lucas al principio de sus Evangelios. San Mateo hasta tiene especial cuidado en hacer notar que esto era el cumplimiento de la profecía de Isaías. Esto, indudablemente, es un milagro; pero, como dijo Gabriel a María, para Dios no hay imposibles (Mateo, I, 22; Lucas, I, 37).
-Miqueas anuncia que el Mesías nacerá en Belén, y esta predicción es tan conocida del pueblo judío, que los Doctores de la Ley, preguntados por Herodes, designan a los Magos la ciudad de Belén como lugar de su nacimiento. Y en Belén, precisamente, nació Jesús.
-Balaam había dicho: “Una estrella saldrá de Jacob, un renuevo se levantará de Israel…” (Números, XXIV, 17). El recuerdo de esta profecía es el que mueve a los Magos de Oriente y los lleva a Jerusalén. Y los Magos, conducidos por una estrella milagrosa, vinieron a adorar a Jesús en su pesebre.
Caracteres del Mesías.- Isaías nos lo describe así: “Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado; llevará sobre sus hombros la señal de su principado; será llamado el Admirable, el Consejero, el Dios fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la Paz. Su imperio se extenderá cada vez más, y la paz que establecerá no tendrá término. Ocupará el trono de David… y su reinado durará para siempre” (Isaías, IX, 6 y 7).
Por otra parte, el Arcángel Gabriel anuncia en estos términos el nacimiento de Jesucristo: “No temas, María, concebirás y darás a luz un Hijo y le llamarás Jesús. Él será grande y será llamado el Hijo del Altísimo, y Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob, por siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas, I, 30-33).
La comparación de estos dos textos muestra claramente que el niño Jesús de que habla Gabriel es el mismo Mesías de que hablaba Isaías. Sólo Jesucristo posee los caracteres predichos por el profeta. Él es el niño que nos ha sido dado por Dios; Él lleva sobre sus hombros la cruz, cetro de su imperio; Él es el Admirable en su nacimiento y en su vida; el Dios fuerte en sus milagros; el Consejero lleno de sabiduría en su doctrina; el Padre del siglo futuro por la vida sobrenatural que nos da; el Príncipe de la paz que El trae al mundo, y su reinado, la Iglesia, durará por siempre.
Milagros del Mesías.- Según la profecía de Isaías, el Cristo debía confirmar su doctrina con milagros: “Dios mismo vendrá y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, los sordos oirán, el cojo saltará como un ciervo, y la lengua de los mudos será desatada” (Isaías, XXXV, 4-6; XLII). Y tales fueron los milagros de Jesucristo.
La Pasión de Cristo.- Todos los pormenores de la Pasión habían sido anunciados con mucha anticipación: basta indicar las principales profecías.
-Zacarías predice la entrada triunfal del Mesías en Jerusalén, y los treinta dineros entregados al traidor (Zacarías, IX, 9; XI, 13).
-David, en el salmo 21, describe la pasión del Mesías, y le presenta oprimido de ultrajes, rodeado de un populacho que le insulta; tan deshecho por los golpes recibidos, que se le pueden contar los huesos todos; ve sus manos y sus pies traspasados, sus vestiduras repartidas, su túnica sorteada, etc..
-Isaías muestra al Mesías cubierto de oprobios, convertido en el varón de dolores, llevado al suplicio como un cordero sin exhalar una queja… El profeta tiene cuidado de afirmar hasta doce veces que el Cristo sufre por expiar los pecados de los hombres. Él es nuestro rescate, nuestra víctima, nuestro Redentor. El capítulo LIII de Isaías, como el salmo XXI, no pueden aplicarse más que nuestro Señor Jesucristo; luego El es el Redentor prometido.
La resurrección del Mesías es anunciada por David e Isaías: “Vos no permitiréis, Señor, que vuestro Santo esté sujeto a corrupción” (Salmo XV, 10). “El renuevo de Jesé, el Hijo de David, será dado como un signo a todos los pueblos. Las naciones le invocarán, y su sepulcro será glorioso” (Isaías, XI, 10).
Isaías, Jeremías y Daniel profetizan la reprobación del pueblo judío y la conversión de los gentiles destinados a formar el reino del Mesías.
Todos estos oráculos eran conservados, explicados y enseñados por los antiguos doctores de la sinagoga, como indicadores de los caracteres del futuro Mesías. Es así que todos ellos convienen perfectamente a Jesucristo forman un retrato tan parecido de toda su vida que es imposible no reconocerlo en el; luego Jesucristo es el verdadero Mesías descrito por los profetas.
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CONCLUSIÓN.- Dios, en el Antiguo Testamento, hablando sucesivamente por los patriarcas y profetas, desde Adán hasta Malaquías, prometió al mundo un Mesías, un Redentor. Este Mesías es siempre anunciado como el Enviados de Dios, investido de todos los poderes de Dios, y Dios mismo. Es así que todo lo que acabamos de decir prueba que este Mesías prometido no puede ser otro sino Jesucristo, porque en Jesucristo, y sólo en Él, se han realizado las notas características del Mesías. Luego Jesucristo es realmente el Mesías y, por consiguiente, el Enviados de Dios, investido de todos los poderes de Dios y Dios mismo.
Por eso todos los Padres y Doctores de la Iglesia han presentado la realización de las profecías en Jesucristo como una prueba decisiva de su misión divina.
Después de haber recordado las principales profecías que san Justino citaba al judío Trifón, Monseñor Freppel termina de esta manera:
“Contra los judíos esta argumentación es abrumadora; y no es menos decisiva contra los racionalistas.
“Es imposible negarlo: Israel esperaba un Mesías, Rey, Pontífice, Profeta; sus libros sagrados marcaban con antelación todos los rasgos de este Libertador prometido. Por otra parte, es cierto que sólo Jesús de Nazaret ha realizado el tipo mesiánico descrito en el Antiguo Testamento.
“Querer explicar este hecho por una coincidencia completamente casual, es imitar a aquellos que atribuyen a la casualidad la formación del mundo. ¿Se dirá que Jesucristo se ha aplicado las predicciones de la Escritura? -Pero no dependía del poder de un hombre elegir el lugar de su nacimiento, nacer en Belén más bien que en Roma, nacer de la raza de Abrahám, de la familia de David; aparecen en el tiempo señalado por Jacob, Daniel, Ageo; hacer milagros; resucitar después de muerto; ser glorificado como Dios todopoderoso y eterno, y eso porque había sido predicho… Solo Dios ha podido disponer la marcha de los acontecimientos para llegar a éste gran resultado, y su realización basta para demostrar la divinidad del cristianismo” (Extracto de Monseñor Freppel: san Justino).
Vamos a terminar esta cuestión con una página magnífica del P. LACORDAIRE. Después de haber recordado las principales profecías mesiánicas, exclama: “Ahora, señores, ¿qué pensáis? Aquí tenéis dos hechos paralelos y correspondientes, ambos ciertos, ambos de una proporción colosal: el uno, que duró 2000 años antes de Jesucristo; el otro, que dura desde hace 18 siglos después de Jesucristo; el uno que anuncia una revolución considerable imposible de prever; el otro que es su cumplimiento; ambos teniendo a Jesucristo por principio, por término, por lazo de unión.
“Una vez más, ¿qué pensáis de esto? ¿Optáis por negar? Pero ¿qué es lo que negáis? ¿Será la existencia de la idea mesiánica? Pero ella está en el pueblo judío que vive todavía, en toda la serie de los monumentos de su historia, en las tradiciones universales del género humano, en las confesiones más explícitas de la más profunda incredulidad.
“¿Será la anterioridad de los pormenores proféticos? Pero el pueblo judío, que crucificó a Jesucristo, y que tiene un interés nacional y secular en arrebatarle la prueba de su divinidad, os afirma que sus Escrituras eran antes lo que son hoy; y, para mayor seguridad, 250 años antes de Jesucristo, bajo Tolomeo Filadelfo, rey de Egipto, y por su orden, todo el Antiguo Testamento, traducido al griego, cayó en poder del mundo griego, del mundo romano, de todo el mundo civilizado.
“¿Os dirigiréis al otro polo de la cuestión y negaréis el cumplimiento de la idea mesiánica? Pero la Iglesia católica, hija de esta idea, está a vuestra vista: ella os ha bautizado.
“¿Será en la unión de estos dos formidables acontecimientos donde buscaréis vuestro punto de apoyo? ¿Negaréis que Jesucristo haya verificado en su persona la idea mesiánica, que Él sea judío de la tribu de Judá, de la familia de David, y el fundador de la Iglesia católica, sobre la doble ruina de la sinagoga y de la idolatría? Pero ambas partes interesadas y enemigas irreconciliables convienen en todo esto. El judío dice: sí, y el cristiano dice: sí.
“¿Diréis que este encuentro de acontecimientos prodigiosos en el punto preciso de Jesucristo es efecto de la casualidad? Pero la casualidad, si existe, no es más que un accidente breve y fortuito, su definición excluye la idea de serie; no hay casualidad de 2000 años y de 1800 años.
“Señores, cuando Dios obra, no hay nada que hacer contra Él. Jesucristo se nos muestra el móvil de lo pasado, así como el móvil de lo futuro, el alma de los tiempos anteriores a Él, y a la vez, el alma de los tiempos posteriores a Él.
“Se nos muestra en sus antepasados, apoyado en el pueblo judío, que es el monumento social y religioso más grande de todos los tiempos antiguos, y en su posteridad apoyado en la Iglesia católica, que es la obra social y religiosa más grande de los tiempos nuevos.
“Se nos muestra teniendo en su mano izquierda el Antiguos Testamento, el libro más grande de los tiempos que le han precedido, y en la mano derecha el Evangelio, el libro más grande de los tiempos que le han seguido. Y, sin embargo, así precedido y seguido, Él es todavía mayor que sus ascendientes y que su posteridad, que los patriarcas y que los profetas, que los apóstoles y que los mártires. Llevado por todo lo que hay de más ilustre después y antes que Él, su fisonomía personal se destaca todavía sobre ese fondo sublime, y nos revela al Dios que no tiene modelo y que no tiene igual” (Conferencia 41-1846- ).

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