sábado, 9 de junio de 2012

Corpus Christi: Amar a quien tanto nos ha amado


 
“Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. (Mc 14, 22-25)



         Cristo, llegado el momento de la despedida, quiso dejarnos un extraordinario regalo: se entregó a sí mismo de una manera –en la Eucaristía- poco antes de entregarse de otra –en la Cruz-. Todo era amor. Por la Eucaristía se quedaba para salvarnos en la cotidianeidad de la comunión. Por la Cruz se iba para lavar nuestros pecados con su sangre redentora. Eucaristía y Cruz son dos manifestaciones de la misma realidad: el amor de Cristo a los hombres, una auténtica “locura de amor”.
Pero, decimos en español, que “amor con amor se paga”. A tanto amor le debe corresponder el máximo amor que nosotros podamos dar y que nunca alcanzará la medida que hemos recibido. Por eso debemos plantearnos la fiesta del Corpus Christi desde la perspectiva de devolver lo recibido. Si Cristo se ha quedado para consolarnos, acudamos nosotros a comulgar y a orar ante el Sagrario para consolarle. Si Él es nuestro apoyo, nuestro alimento, seamos nosotros su alegría. No debería pasar un solo día –si pudiéramos hacerlo- sin ir a misa o sin ir a hacer una visita ante el Santísimo. ¿Por qué acudir sólo cuando tenemos una enfermedad o un problema? ¿Por qué no ir sólo para dar las gracias? ¿Por qué no ir a visitar al Señor por el mero hecho de hacerle compañía? ¿Por qué no ser para los demás el pan de la caridad como Cristo lo es para nosotros? ¿No será que, en el fondo, no creemos que Cristo no está en la Eucaristía?. O eso o es que somos unos egoístas incorregibles. Recordemos, “amor con amor se paga”.


 Con María, en la Fiesta del Corpus

María Susana Ratero, nos relata algo muy intimo de amor hacia la Madre de nuestro Señor, me parece interesante este relato que les comparto.



Hoy es la fiesta del Corpus. La fiesta de Jesús Pan de Vida, de Jesús Vino de Redención, de Jesús Comunión, de Jesús repartido en miles de bocas, de Jesús habitando en infinitos corazones. Hoy es fiesta de pan, de mesa sencilla, de manos extendidas.
   ¿Cómo honrarte, Señor, en esta fiesta? Y se me vienen al alma las palabras de tu madre… caen, como en tropel, apuradas.. sí… las palabras de tu madre: “HAGAN TODO LO QUE EL LES DIGA”.
  Hoy necesito decirte, Señora mía, que ya no hay más vino en la fiesta de mi vida… y tú, me miras a los ojos, caminas lentamente hacia Jesús y le presentas mi problema. Él susurra algo a tu oído… te vuelves hacia mí y me dices “HAZ LO QUE ÉL TE DIGA”… repites la frase, una vez, cien, mil, las que sean necesarias, hasta que yo comprenda.
  Pero no me es fácil.
  Hoy, si Dios quiere, caminaré en la Procesión siguiendo al Santísimo… hoy… pero ¿Y mañana?...    Cuándo ya no se escuchen los cantos ni haya pétalos de flores ni olor a incienso… mañana, ¿Seguiré también a Cristo a cada instante? ¿Seguiré haciendo “Lo que Él me diga”? ¿Cómo se hace María querida?...
   - ¡Mi hija amada, es tan simple!!!, -y tu voz de mil campanas resuena en mi alma y se transforma en camino-… hija, es simple, lo cual no significa que sea fácil. Sólo que debes estar muy atenta. En cada circunstancia, en cada momento, en cada enojo, en cada arranque de ira, busca el Santísimo y continúa en la procesión.
    -Señora, ¿Cómo podré? Soy tan torpe y pecadora, tan impulsiva y atropellada...
   - Pues te equivocas mucho allí, tú no ERES como dices, sino que OPTAS POR SERLO en cada circunstancia. Recuerda, hija mía del alma, que en toda situación tienes siempre dos alternativas, una de las cuales es Cristo, tu alma sabe de lo que hablo ¿Verdad?.
   - Claro, Señora, claro- y me da mucha vergüenza porque tú conoces que en demasiadas oportunidades no tomé la decisión correcta.
   - Bien, entonces, amiga, intenta que la Procesión del Corpus no termine en tu vida cuando el sacerdote deje la Sagrada Forma en el altar, haz que toda tu existencia sea una larga procesión, siempre detrás de Él, siempre.
   - Señora, tu misma vida así lo fue, recuerdo las Escrituras. Tú siempre tras Jesús, de lejos, sin hacer ostentación de tus privilegios de madre, de lejos, pero con Él. Tu hijo sabía que estabas cerca y  al final, cuando ya nadie quedaba en la última procesión, cuando el cuerpo amado quedó expuesto en medio del dolor de la Cruz, allí estabas, de pie, sencillamente, con la espada anunciada desgarrándote el alma… la última procesión, la que acompañaste hasta el final. Mucha gente fue con Él, mujeres piadosas, el Cireneo, los discípulos, mas tú, Madre amadísima, llegaste hasta el final. Tu mirada le consolaba en tan gigantesca soledad… y tanto te amó, que te dedicó las últimas palabras… en medio de su dolor…”Madre,…” y te nombró. Tu respuesta fue una mirada de amor profundo. Tu respuesta fue la obediencia, yéndote a vivir a la casa de tu hijo Juan, nacido en el dolor de un adiós. Toda tu vida, Señora mía, fue una larga procesión tras el Hijo amado.
   - Querida mía, mi alma está feliz porque has comprendido, eso ya es mucho, sé que no será fácil para ti lo que te pido, pero es el único camino.
   - Señora, ¿me acompañarás?
   - Siempre, hija mía, siempre… estaré contigo cada vez que me necesites. ¿Entiendes? No es lo mismo que cada vez que me llames, sino cada vez que me necesites. Aunque no me llames, como tu madre que soy estaré para mostrarte el camino de la paz… y estaré para vendar tus heridas cuando el dolor te llegue. Estaré como estoy con cada hijo mío, de quien conozco su nombre, su alma, sus problemas, sus angustias y alegrías, sus soledades, sus vacíos. Estoy para decirles que hay un Dios que los ama, que los ama tanto, tanto, que quiso quedarse con ustedes en la Eucaristía. Estoy al lado de cada sacerdote al celebrar la misa, como madre atenta. Estoy porque los amo mucho y porque allí está mi Hijo. Estoy con el sacerdote en la misa y, también, en las soledades de su alma, cuando los feligreses se van, cuando se apagan las velas, cuando el silencio lo invade todo, cuando los sueños se rompen, cuando la soledad irrumpe sin permiso, estoy, siempre, estoy allí. Con las religiosas, en su oración silenciosa que se transforma, al llegar al cielo, en canto agradable a Dios. Estoy con los laicos, desde el primero hasta el último, no hay escalas para mí. Hija mía, te deseo a ti y a todos los que leen estas líneas un feliz día del Corpus, nos vemos en la Procesión, en las dos, en la de hoy y en la otra... la Procesión de la vida…. [1]

Que mas protección la que María dio al Hijo del Dios durante su tiempo en la tierra.


María y Corpus Christi (Juan-Pablo II)

Ave, verum, Corpus natum de Maria Virgine!
¡Salve, Cuerpo verdadero nacido de María Virgen!




En la fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nuestro agradecimiento sube con gratitud al Padre que nos ha dado el Verbo Divino, Pan vivo bajado del cielo; y este agradecimiento se eleva también con alegría a la Virgen, que ofreció al Señor la Carne inocente y la Sangre preciosa que recibimos en el altar. Ave, verum Corpus: Cuerpo verdadero, concebido realmente por obra del Espíritu Santo, llevado en el seno con inefable amor (Prefacio 11 de Adviento), nacido por nosotros de María Virgen: natum de Maria Virgine.

Ese Cuerpo y esa Sangre divinos, que después de la consagración están presentes en el altar, y son ofrecidos al Padre, y se convierten en comunión de amor para todos, fortaleciéndonos en la unidad del Espíritu para fundar la Iglesia, conservan su matriz originaria de María. Ella ha preparado esa Carne y esa Sangre, antes de ofrecérselos al Verbo como don de toda la familia humana, para que Él se revistiese de ellos convirtiéndose en nuestro Redentor, Sumo Sacerdote y Víctima.
 
En la raíz de la Eucaristía está, pues, la vida virginal y materna de María, su desbordante experiencia de Dios, su camino de fe y de amor, que hizo, por obra del Espíritu Santo, de su carne un templo, de su corazón un altar: puesto que concibió no según la naturaleza, sino mediante la fe, con acto libre y consciente: un acto de obediencia. Y si el Cuerpo que nosotros comemos y la Sangre que bebemos son el don inestimable del Señor Resucitado para nosotros viadores, lleva también consigo, como Pan fragante, el sabor y el perfume de la Virgen Madre.
Vere passum, inmolatum in cruce pro homine. Este Cuerpo padeció realmente, y fue inmolado en la cruz por el hombre.
 Nacido de la Virgen para ser oblación pura, santa e inmaculada, Cristo realizó sobre el altar de la cruz el sacrificio único y perfecto, que cada Misa renueva y hace actual de manera incruenta. En ese único sacrificio tomó parte activa María, la primera redimida, la Madre de la Iglesia. Estuvo al lado del Crucificado, sufriendo profundamente con su Unigénito: se asoció con espíritu materno a su sacrificio; consintió con amor a su inmolación (cf. Lumen gentium, 58; Marialis cultus, 20): lo ofreció y se ofreció al Padre.
 Cada Eucaristía es memorial de ese Sacrificio y de la Pascua que volvió a dar la vida al mundo; cada Misa nos pone en comunión íntima con Ella, la Madre, cuyo sacrificio "se vuelve a hacer presente", como "se vuelve a hacer presente" el sacrificio del Hijo en las palabras de la consagración del pan y del vino pronunciadas por el sacerdote (cf. Catequesis en la audiencia general del miércoles, 1 de junio, n. 2; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 5 de junio de 1983, pág. 3).

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Después del Ángelus
Al concluir el encuentro de oración dedicado a la Madre común, la Virgen Santísima, saludo cordialmente a todos los presentes de lengua española, procedentes de diversos lugares.
A todos deseo que la devoción mariana, vivida en toda su plenitud y verdad, os conduzca hacia el centro final de toda piedad, hacia Cristo Jesús, el Redentor, cuya obra salvadora conmemoramos especialmente en este Año Santo.

salve o Dolce Vergine

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