![Juan de Prado, Beato](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_tceZK9tbpiBMIW1uqeWQn_2x9HoS7UBfgklBKKZbvoyBHE2yMMzuKBTpvi965yBoHoC_3Q-KpgENdhLfvons8GRd73-6g_xLRGYDWY8l4yvxQaVN3Ccp4cGWS17x8buBiDe68OchPE5uM=s0-d) |
Juan de Prado, Beato |
Sacerdote franciscano español, misionero y mártir en Marruecos.
Nació el Beato
Juan de Prado en Morgovejo, en el reino de León,
de una familia ilustre en toda España.
A los cinco años
quedó huérfano, por lo que un sacerdote, movido a piedad,
le envió a Salamanca para su educación; pero desaparecidos sus
bienes por culpa de su tutor, bien pronto empezó a
sentir gran fastidio por el mundo; y a los veinticuatro
años abrazó el estado religioso tomando el hábito franciscano en
la Provincia de San Gabriel.
Desde el primer momento se distinguió
por su gran amor a la perfección, y, estudiada la
teología, fue destinado a predicar y confesar, ministerios para los
cuales estaba favorecido del cielo con dotes singulares. Estas ocupaciones
no le impedían la presencia continua de Dios y el
ejercicio de la santa oración, en la que concibió deseos
de pasar a tierra de infieles para ejercer allí su
apostolado, aunque todavía no era el momento oportuno. Mientras llegaba
éste, se dio a la austera mortificación de su carne,
ayunando todo el año, durmiendo en el suelo y macerándose
con cilicios y disciplinas. A la mortificación exterior unía la
del espíritu, obedeciendo a todos, hasta a los novicios, haciendo
los oficios más humildes aun siendo Guardián de Badajoz y
de Sevilla.
A pesar de ser angelical, le levantaron una grave
calumnia contra la pureza, que soportó en silencio sin defenderse,
manifestando que sólo sentía el escándalo y el desdoro de
la Orden. Bien pronto resplandeció su inocencia, y dadas todas
las satisfacciones imaginables, fue nombrado Provincial en atención a su
prudencia, a su severidad consigo mismo y su celo por
la observancia.
Pudo conseguir, no sin graves dificultades, el permiso
para trasladarse a Marruecos, para lo que obtuvo licencia de
Urbano VIII, y en Mazagán se dedicó con gran celo
a la evangelización de los soldados y demás fieles, que
estaban muy abandonados en sus deberes religiosos.
Quiso salir de Mazagán
para la capital, adonde iba destinado, pero se lo impidieron
repetidas veces con pretextos de prudencia hasta que acompañado de
otro fraile, el P. Matías, logró sus anhelos. Al llegar
a las cercanías de Marrakech y ver a los esclavos
cristianos, abrazóse a ellos, los consoló y les prometió dedicarse
por completo a la atención de sus almas. Bien pronto
tuvo noticia el Sultán de la llegada de los dos
religiosos, y los hizo comparecer en su presencia. Al conocer
el objeto de su venida, los encerró en un calabozo,
cargados de cadenas. Venía con ellos un fraile hermano lego,
a quien, como al P. Matías, había profetizado el beato
Juan la próxima libertad después de morir él.
Los obligaron a
moler diariamente muchos kilos de sal para fabricar pólvora, y
cuando no terminaban la cantidad de labor señalada, les castigaban
con palos. Sus cadenas no les impedían decir misa cotidianamente,
enseñar y alentar a los cautivos y trabajar en la
conversión de los paganos. Cuantas veces fue llamado a la
presencia del rey, otras tantas dio respuestas dignas de los
primeros mártires del cristianismo, tan claras y enérgicas, con tales
razones, que parecían convencer o al menos confundir al rey.
Un
día, por fin irritado del valor intrépido del santo, lo
mandó azotar atado a una columna, y como no cesase
de predicar la fe cristiana, el mismo rey le dio
un fuerte golpe en la cabeza con su cimitarra. Después
lo asaetearon y, como aun tuviera vida, después de darle
muchas puñaladas, lo echaron en una hoguera para quemarlo vivo.
Allí lo remataron a pedradas, rompiéndole el cráneo de un
cruel hachazo.
Sus venerandos restos fueron traídos a España por sus
compañeros, y recibidos con gran honor en Sanlúcar de Barrameda
por el duque de Medina Sidonia, siendo trasladados años después
a Santiago de Galicia.
Sufrió el martirio el 24 de mayo
del año 1631, a los sesenta y ocho años de
edad.
Glorioso por los milagros que obraron sus sagradas reliquias, lo
beatificó Su Santidad Benedicto XIII, siendo venerado como patrón y
protector de las misiones franciscanas de Marruecos.
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