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Didier (o Desiderio) de Vienne, Santo |
Obispo y Mártir
Martirologio Romano: En el territorio de Lyon,
en Francia, martirio de san Desiderio, obispo de Vienne, que
primero fue enviado al exilio por la reina Brunequilda, a
la que había recriminado sus relaciones incestuosas y otras depravaciones,
y más tarde coronado con el martirio por lapidación, por
mandato de la misma reina. († c.606)
Etimológicamente: Desiderio = “deseoso
de Dios”. Viene de la lengua latina. Este joven obispo murió en el año
603 tal día como hoy. Dados sus méritos, sus virtudes
y su entrega sin condiciones a los demás, aceptó ser
obispo muy joven.
Cuando su apostolado era brillante y todo el
mundo le profesaba un gran cariño, se le presentó la
terrible Brunequilda (Brunehaut), la mujer que gobernaba Austrasia en nombre
de su nieto Thierry II que contaba tan sólo con
quince años.
Didier no tenía pelillos en la lengua. Por eso
no le quedó más remedio que atacar con dureza los
vicios de la corte, sobre todo los estupros y todos
otros escándalos por el estilo.
Brunequilda, por su cuenta, convocó un
concilio en Chalon con la única intención de que este
hombre de Dios se callara. Era el año 602.
El santo
obispo se encontró frente a una mujer llamada Justa –
que de su nombre sólo tiene las letras – que
se quejaba ante todos de que Didier la había
violado.
Para confirmar su afirmación, se llevó a un empleado de
Thiérry, para decir que él fue testigo de la
violación.
Hablasen lo que hablasen los obispos de Lyon y otras
ciudades, la sentencia ya estaba predeterminada.
A su término, Didier fue
condenado al exilio. Pero resulta que la mujer y su
cómplice murieron a los tres años de su falsa acusación.
La reina vio en ello un castigo del cielo. Temiendo
igual suerte para ella, hizo que Didier volviera a su
sede episcopal.
De nuevo volvió a condenar a la reina por
sus intrigas y malas intenciones.
Cansada y enfurecida, mandó a los
soldados para que no hablara. Entraron en la catedral, lo
cogieron y lo mataron a pedradas fuera del pueblo que
lleva su nombre. Dos años más tarde, el rey Clotario
II arrastró a Brunequilda por los cabellos atados a
un caballo.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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