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Pedro Sanz y Jordá, Santo |
Mártir
Martirologio Romano: En Fuzhou, en Fujian, provincia de China, san
Pedro Sans y Jordá, obispo de la Orden de Predicadores
y mártir, el cual, habiendo sido detenido junto con otros
sacerdotes y llevado preso hasta el tribunal a través de
un largo recorrido, se arrodilló en el lugar del suplicio
y, terminada su oración, ofreció de buena gana su cuello
al hacha (1747).
Etimológicamente: Pedro = Aquel que es firme como
la piedra, es de origen latino. Pedro Sanz nació el 3 de septiembre de 1680 en
Ascó, villa del obispado de Tortosa; sus padres fueron Andrés
Sanz y Catalina Jordá; de Ascó pasó a Lérida. bajo
la férula de un tío suyo que era capellán catedralicio,
y en Lérida tomó el hábito de dominico en 1697,
ordenándose de sacerdote el 20 de septiembre de 1704; en
1708 fue destinado a San Ildefonso de Zaragoza y el
21 de julio de 1712 sale de Zaragoza camino de
Cádiz, puerto de donde zarpaban todas las expediciones de misioneros
dominicos para el Nuevo Mundo y para Oriente; el 16
de septiembre salió de Cádiz; el 2 de diciembre llega
a Veracruz; e1 5 de abril de 1713 zarpa de
Acapulco y arriba a Manila, vencido ya el verano de
ese año; el 12 de junio de 1715 zarpa nuevamente
rumbo a la China, llegando días después a sus riberas
como un contrabandista con el divino contrabando del amor y
del Evangelio.
Estos cinco intrépidos misioneros aguantaron el vendaval de las
más crudas persecuciones. En contacto unos con otros, sin perder
el temple de su fortaleza heroica, huyendo de villa en
villa, con sagrados por entero a su labor apostólica, mantuvieron
encendida la llama de la fe en la provincia de
Fokién. Una y otra vez se embravecía la tormenta; pero
ellos no conocían el miedo. Las relaciones que periódicamente enviaban
a sus superiores y las cartas a sus amigos son
un estupendo testimonio del espíritu con que evangelizaban, desafiando a
la muerte con una alegría divina. La misión había sido
fundada en 1556 por el padre Gaspar de la Cruz;
las persecuciones la habían sacudido con furia diabólica; en 1643
se apuntaló espiritualmente con la muerte del protomártir de China:
el Beato Franciscano Capillas. Pero nunca había atravesado una época
de tanta hostilidad como en estos años del siglo XVIII.
Según narra el Beato Alcover, era un milagro continuar viviendo;
pero estaban todos embargados de gozo en medio de las
tribulaciones.
En 1735 falleció el emperador Yung-Ching y le sucedió
Kien-Lung. La tregua de los días de la sucesión fue
corta; los misioneros se distribuyeron entre Fogán, Focheu, Moyang y
Kan-Kiapán. El padre Sanz había sido nombrado vicario apostólico y
consagrado obispo titular de Mauricastro en 1730. Al padre Alcover
le ofreció el padre provincial el cargo de procurador de
las misiones, con residencia en la colonia portuguesa de Macao,
pero renunció, rogando que le dejase en campaña; más tarde
aceptó el nombra- miento de vicario provincial.
El nuevo emperador prohibió
la práctica de la religión católica en sus anchurosos dominios.
El ministerio se complicó de tal manera que los misioneros
tenían que salir de noche a ejercerlo y disfrazarse con
trajes y oficios humildes y guarecerse en los montes para
huir de la enconada búsqueda de los mandarines, que habían
puesto a precio sus cabezas.
Las escenas más emocionantes se
suceden como en una novela de aventuras a lo divino.
El padre Alcover cuenta que andaba de un lugar para
otro con sólo el breviario y una estampa de la
Virgen de las Angustias, sin poder decir misa casi nunca.
No se veían unos a otros más que de año
en año. Una noche se subió a un árbol en
un bosque para huir de las alimañas, y tuvo que
atarse para sostenerse; creyó que había llegado su hora y
entonó el Miserere; con sorpresa oyó que le respondían a
coro; era el padre Serrano que había hecho lo mismo;
esperaron al alba por temor a las fieras, se abrazaron
y volvieron a despedirse.
Por fin, en 1746, el virrey de
Focheu, Cheu-Kio-Kien, organizó la caza de los valerosos misioneros utilizando
los informes de un apóstata. El 25 de junio, entre
once y doce de la noche, cayó prisionero el padre
Alcover; el 27, los padres Serrano y Díaz; el 2
de julio, el padre Sanz, y el 3, el padre
Royo.
El 5 de julio están ya los cinco en
la cárcel de Fogán; custodiados de soldadesca, ello llegan a
Focheu. El 19 empieza un primer proceso; los jueces dictan
sentencia absolutoria, pero el virrey monta en ira, depone a
los jueces y nombra un nuevo tribunal, que empieza a
actuar el 27 de agosto. De antemano estaba dada la
sentencia de muerte. Mientras Cheu-Kio-Kien es galardonado con el cargo
de jefe de los virreyes en la corte imperial; le
sucede Coc, tan Herodes como él.
El 26 de mayo de
1747 la catana siega, en las afueras de la ciudad,
la vida madura del padre Sanz; los otros cuatro esperan
contentos que les llegue la hora; el padre Serrano es
nombrado vicario apostólico y obispo titular de Tipasitania. No sueñan
con honores, sino con martirios. Los cuatro son herrados en
la cara con los caracteres Chan-Fan, es decir, "reo de
muerte". Y el 28 de octubre de 1748, al atardecer,
los cuatro prisioneros fueron degollados en sus respectivos calabozos. En
el suelo, cuatro cadáveres; pero sus almas, con palmas recién
estrenadas, se juntaron en la gloria con el coro de
los testigos de la verdad.
El ejemplo de aquellos campeones de
la fe llenó de asombro y admiración a toda la
Iglesia militante. El rey católico Fernando VI escribió al provincial
de los dominicos a Manila manifestándole que era un gran
" honor a estos mis dominios de España el que
hayan sido de su misma nación los religiosos que ofrecieron
gustosos sus vidas, rubricando con su sangre la infalible verdad
de nuestra religión". El padre provincial envió al padre Juan
de Santa María, natural de aquel país, a rescatar los
restos de los mártires. Tras mil peripecias, logró recoger los
huesos calcinados, que fueron objeto de un apoteósico recibimiento en
Manila. Benedicto XIV, que había seguido con desvelo la aventura,
en dos alocuciones a los cardenales encomió su fortaleza inconmovible;
en la primera los llamó " mártires designados", cuando aún
vivían en aquella tierra áspera de Focheu; después de su
martirio, en la segunda alocución, los calificó de "mártires consumados",
reservando a sus sucesores el que los declararan " mártires
vindicados", o sea, que los elevasen a la gloria de
los altares.
Fue beatificado el 14 de mayo de 1893 por
el Papa León XIII, y canonizado el 1 de octubre
de 2000 por S.S. Juan Pablo II.
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