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Los hijos, ¿separan o unen? |
La llegada de un hijo incide profundamente en la vida
del hogar. Si es el primero, porque todo es novedad,
aventura, miedos y alegrías. Si es el segundo, o el
tercero, o el cuarto... porque cada hijo es irrepetible.
A veces
surge la duda: los hijos, ¿separan o unen a los
esposos? Depende de muchos factores: de cómo reacciona el padre,
de cómo reacciona la madre, de cómo reaccionan los hermanos
(si los hay), de cómo es el hijo.
Puede ocurrir que
un hijo genere tensiones, sea visto como el inicio de
problemas. Pero en un gran número de hogares el recién
llegado se convierte en factor de unión, de alegría, de
esperanza para la familia.
Acoger de modo positivo al hijo es
posible desde un clima de amor. Porque el amor sabe
ver al bebé como riqueza, como plenitud, como coronamiento de
la vida matrimonial.
Ese amor prepara la bienvenida y madura con
la llegada del nuevo miembro de la familia. Además, en
muchas culturas cada hijo es considerado como una bendición para
todos, como una riqueza de la comunidad, como una garantía
de futuro.
Por eso, si hay una sana vida matrimonial, el
hijo es un factor que nutre y acrecienta la unión.
No sólo porque exige sacrificios y entrega para cuidarlo y
sacarlo adelante, sino porque siempre es una alegría ver cómo
el amor llega a hacerse concreto, tangible, en un ser
indefenso y necesitado de cuidados.
¿Y qué ocurre cuando el hijo
llega en el marco de matrimonios con problemas, tensiones, dificultades?
De modo sorprendente, algunos de esos matrimonios empiezan a madurar
en su amor precisamente desde ese niño que empieza a
vivir.
El simple hecho de la presencia en el hogar de
un ser pequeño, necesitado de todo, revoluciona las perspectivas y
permite redimensionar los problemas.
Quizá ella o él vivían, antes de
la llegada del bebé, en una actitud egoísta, donde uno
mismo era el centro de todo, y donde la susceptibilidad
hería continuamente la vida de pareja. Con la presencia de
un hijo que llora, que pide comida, que ha de
ser lavado continuamente, el egocentrismo puede quedar relegado a un
segundo plano y dejar espacio al fondo bueno que se
esconde en el corazón de cada ser humano.
Por desgracia, no
siempre ocurre así, y es entonces cuando un hijo no
une a los esposos, sino que agrava sus tensiones. Pero
afortunadamente son muchos los casos en los que la familia
madura y se une de modo nuevo desde la ayuda
que inconscientemente ofrece el hijo.
El camino para aceptar a un
hijo en medio de situaciones difíciles, ciertamente, exige muchos esfuerzos,
no sólo en lo material. Puede ser difícil cambiar de
actitudes, sobre todo si las relaciones entre los esposos están
dañadas de formas más o menos graves. A pesar de
las dificultades, la revolución que experimenta cada hogar con el
nuevo inquilino permite auténticos “milagros”, transformaciones en el corazón y
en el modo de vivir que llevan a la pareja
a afrontar la situación de su convivencia desde una perspectiva
enriquecida.
Entonces, los hijos, ¿separan o unen? Depende. Habrá casos, como
ya dijimos, en el que el hijo aumente los problemas.
En otros casos, ojalá fuesen la mayoría, el hijo no
trae una barra de pan bajo el brazo (como se
decía en el pasado), pero sí ofrece miradas y sonrisas
que regeneran el aire que se respira en el hogar.
Luego,
con el paso del tiempo, ese hijo podrá reconocer y
agradecer tantas cosas buenas que ha recibido de sus padres.
En cierto sentido, ese reconocimiento también servirá como argamasa, pues
nada une tanto como la gratitud. No faltarán casos en
los que los mismos padres tendrán que agradecer al hijo
haber nacido en un momento delicado: gracias a su existencia
un cariño que estaba en cuarentena encontró energías y estímulos
para resurgir entre las ruinas y fortalecer la unión entre
los esposos y entre todos los miembros de la familia.
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