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La Creación |
Nociones teológicas
El Misterio de la Creación del Mundo en
el Conjunto de la Fe de la Iglesia EL tratado
teológico de la creación es la parte de la dogmática
cristiana que se ocupa del origen del mundo y del
hombre. Es ésta una cuestión que, junto a la de
Dios, resulta básica para la concepción cristiana sobre el sentido
de las cosas y la existencia humana.
La creación del mundo
y del hombre por Dios es un misterio de fe.
No es el simple resultado de una deducción empírica-racional. De
hecho, la reflexión pagana clásica no se planteó jamás directamente
la cuestión de la procedencia del mundo y su razón
de ser. Los griegos se adherían firmemente a la idea
de un cosmos eterno, permanente e inmutable, a un ser
de períodos cíclicos.
La verdad sobre la creación aparece revelada con
claridad el la Sagrada Escritura (Gen 1,1) e incluida en
el Credo. Este artículo de fe nos enseña:
Que existe
un único Dios, causa soberana del mundo, cuyo impulso es
el amor.
La correcta relación entre Dios y las creaturas.
A
la luz de estas consideraciones podemos entender mejor la importancia
decisiva que tiene este tratado en el edificio de la
doctrina cristiana. No es un simple prólogo neutro de la
historia de la salvación, sino que es parte de la
historia salvifica. Allí se nos revelan los atributos de Dios,
el sentido del mundo, la vocación a la vida del
hombre a quien es entregada la tierra como morada y
tarea hasta la consumación escatológica, el gobierno del mundo por
parte de Dios mediante su Providencia hasta su perfección última
Es
cierto que el misterio de Cristo es el misterio central
de la Fe, y el que articula adecuadamente todas las
disciplinas teológicas. Pero ello no hace irrelevantes ni meramente secundarios
las verdades de Fe que no son directamente cristológicos. Le
confiere, por el contrario su plenitud de sentido y su
alcance en el conjunto de la economía divina de santificación
y salvación. Así es como debe ser integrado y concebido
este tratado dentro de la dogmática de la fe de
la Iglesia
La creación en los primeros símbolos de la fe
A-
Símbolo de los Apóstoles:
Creo en un sólo Dios Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la Tierra. Hace alusión a
Dios, como Creador del universo. Todopoderoso, significa que todo viene
de El. Creador de cielo y tierra; expresión que muestra
que Dios es el Creador de todo el Universo.
Creo en
Jesucristo su Hijo nuestro Señor, Cristo no se presenta como
agente de la creación. Se alude pues, al antidualismo (dos
Creadores, Maniqueísmo y Agnosticismo).
B- Símbolo de Nicea: "Creemos en un
único Dios Padre..creador de todo lo visible e invisible, y
en un Señor Jesucristo...por quien todo fue hecho".
La Creación en
la Sagrada Escritura. Y en el Magisterio
LA CREACION EN LA
S.E.
Antiguo Testamento
A- En Gen. 1, 1ss, se destaca claramente la
idea de que Dios es el Creador del mundo y
que crea en el tiempo (en el sentido de que
las creaturas no son eternas: tuvieron un principio en el
tiempo). La creación tuvo un comienzo absoluto In principio creavit
Deus ceolum et terram . Ninguna criatura es colaboradora de
Dios en el acto creador. La creación es un acto
libre de Dios. Dios crea de la nada (ex nihilo)
es decir, es Dios quien por su palabra, por un
acto libre y espontáneo de su voluntad, atrae (tira, saca)
de la nada el universo entero. La aparición del hombre
culmina el acto creador. Después de la creación del hombre
Dios vio que era muy bueno: este adjetivo muestra la
excelencia del hombre. La creación no es un acto generativo.
Dios creó el mundo por su palabra, Dijo Dios y
lo hizo. El acto creador es un acto personal, es
Dios mismo quien opera en la creación.
División de la obra
de la creación:
Hay dos fases:
Fase de separación: Tres primeros
días.
Fase de decoración: Tres últimos días.
1) Fase de separación:
1º.
día: Dios separa la luz de las tinieblas, es la
creación del día y la noche. Desde este momento, comienza
el tiempo, antes existía sólo Dios en su eternidad.
2º. día:
Dios separa las aguas superiores de las aguas inferiores, es
la creación del agua encima del firmamento y del agua
de bajo del firmamento.
3º. día: Dios separa agua y tierra,
es la creación de los océanos y el suelo. Surge
pues el aire, el agua y la tierra. Empiezan a
crecer las hierbas y las plantas.
2) Fase de decoración:
4º. día:
Dios crea los astros: sol, luna y las estrellas. (A diferencia
de las religiones paganas en las cuales Dios y los
astros se confunden se enumeran los cuerpos celestiales. Hay un
único Dios Creador, las demás cosas son criaturas.)
5º. día: Dios
crea los animales, adorna los mares de peces y los
aires de aves.
6º. día: Dios puebla la tierra, crea los
animales domésticos y el hombre a su imagen, le pone
encima de todas las criaturas.
7º. día: Dios descansa.
B- Relato Yahvista (Gen.
2, 4b-25), este relato empieza con la creación del hombre
y lo presenta en dos estados diferentes:
estado de inocencia, de
alegría y de paz
estado de pecado y promesa de salvación.
Gen.
2, 7, Dios crea el hombre con polvo, sopla en
sus narices para darle el soplo de vida, así el
hombre deviene un ser vivo. El hombre no ha sido
creado por la palabra de Dios según este relato, sino
que fue modelado con barro del suelo. La creación del
hombre y de la mujer es el inicio de la
creación. La creación del hombre es una participación del ser
de Dios.
C- Los profetas:
Los profetas contribuyen decisivamente a hacer cada
vez más explícita y a desarrollar la fe en el
misterio de la creación. Mención especial merecen los profetas del
exilio, sobre todo Jeremías (32,17;33,25-26) y el Deutero Isaías (Is
40 ss), que presentan a Yahvéh como Creador y Salvador
al mismo tiempo. El Creador todopoderoso del mundo de también
autor compasivo de la Alianza con el pueblo elegido y,
a través de éste, con toda la humanidad. La doctrina
de la Creación y sus consecuencias se hace ahora un
mensaje claramente universalista.
Isaías presenta también la creación como un acontecimiento
escatológico, que se extiende desde la producción del mundo, el
presente y la consumación definitiva (cfr. Is 27,1 ss).
D- Salmos,
Proverbios y Sabiduría:
Los salmos son himnos que hablan de la
creación. Cantan y exhortan las acciones gloriosas. por lo tanto
muestran que Dios es el Creador del universo (Sal. 136).
En
los libros de los proverbios se relata la creación como
obra divina en su aspecto objetivo: se destaca su orden
y su racionalidad. Es considerada como una obra magnífica (Prv.
3, 19-20; 8, 31-32). Pasa a un segundo plano su
aspecto histórico-salvífico.
En el libro de Sabiduría, la sabiduría divina aparece
personificada y como co-principio creador. Procede de Dios y Dios
crea con ella. La sabiduría se identifica con Dios. Su
función es de crear (Sab.1, 14).
E- 2 Macabeos 7, 28:
Dios
crea el mundo de la nada. Hay una relación entre
creación y escatología. Dios es Consumador por ser Creador y
es Creador por ser Consumador. El misterio de la creación
es en definitivo un estímulo para la confianza en Dios
y una prueba de la fidelidad divina a la Alianza.
Creación
en el N. Testamento
A- Evangelios sinópticos: La predicación de Jesús acerca
del Reino de Dios, que llega con El, arranca de
la fe bíblica en Dios Creador. Esta resulta tan evidente
en el ambiente religioso judío, que Jesús no necesita insistir
en ella. Aún así, Jesús acude expresamente a la doctrina
de la Creación en diversas ocasiones manifestando que es la
Creación un hecho fundamental.
Mc. 10, 6: Al principio del mundo
Dios les hizo varón y hembra.
Mt. 6, 25_30: Jesús pide
a los judíos que no se preocupen de su vida,
de lo que comerán, ni por su cuerpo, con qué
se vestirán. Porque Dios, Creador del universo, Padre celestial les
nutrirá. Dios ejerce su providencia sobre todo lo que ha
creado (criaturas sensibles y los hombres)
Mt. 25, 34. La salvación
de Dios en Jesucristo se inserta en al Creación.
B- San
Juan: Jn. 1, 1-5: Este texto de Juan se relaciona con
Gen. 1
- Al principio, expresa la eternidad del Verbo.
- La Palabra
estaba con Dios, preexistencia de la Segunda Persona (Hijo de
Dios).
- La Palabra era Dios, en Gen. 1 Dios es el
autor de la creación. San Jn. presenta a Cristo como
autor de la nueva creación. Jesús no se distingue de
Dios por que él es Dios.
- Todo se hizo por ella,
es un resumen de la doctrina creadora. Cristo se presenta
como la Palabra de Dios, la sabiduría de Dios que
crea el mundo. Sin esta sabiduría el mundo no habría
existido.
- En ella estaba la vida y la vida la luz
de los hombres, Cristo es el salvador del mundo. La
creación es renovada por la Redención
C- San Pablo: 1Cor. 10,
26: S. Pablo dice que hay que comer de todo,
porque todo viene de Dios. Predica así que Dios es
el Creador del mundo. Sólo existe un único Dios Creador
(1Cor. 8, 5). Dios creó el mundo por medio de
su Hijo Cristo (1Cor. 1, 15-20).
Rom. 4, 17: Dios ha
creado el mundo de la nada, y ha dado existencia
a todo lo que no existía. Rom. 8, 20-21: La creación
fue sometida a la vanidad en la esperanza de que
será liberada. La creación toda entera sufre. S. Pablo nos
presenta una creación que no encuentra la plenitud en este
mundo. Hace alusión a Jesucristo y muestra su función en
la creación en cuanto segunda Persona de la Trinidad.
LA CREACION
EN EL MAGISTERIO
I) Concilio de Nicea 325 Hace alusión a Dios,
como Creador del universo: Todo viene de El. Dios es
el Creador de todas las cosas visibles e invisibles. Creemos
en un solo Dios Creador de todas las cosas visibles
e invisibles, se dice claramente que la obra creadora es
de un único Dios.
El Hijo es engendrado y no creado,
la relación entre el Padre y el Hijo es una
relación de filiación, mientras que la relación de Dios con
las criaturas es una relación de creatividad (de hacer).
Por quien
todas las cosas fueron hechas, Dios crea el mundo por
medio de su Hijo.
II) Concilio de Constantinopla 553 Contra el arrianismo.
La acción creadora es obra de la Santísima Trinidad. Dios
Padre-Hijo-Espíritu Santo, misma naturaleza, misma constitución, una sola divinidad:
- Todo
procede del Padre.
- Todo fue hecho por el Hijo.
- Un solo Espíritu
por lo cual todo existe (Cfr. Gen. 1, El Espíritu
de Dios flotaba sobre las aguas)
III) Concilio de Letrán 1215 Hay
una enumeración Clara de la Santísima Trinidad. El Dios uno
y tres es el Creador del universo. Se confiesa que
hay un solo principio de todo lo que existe. De
Dios todo procede, de las tres personas divinas, pero con
un solo principio.
Contra los que postulan que hay dos creadores: 1º.
Principio que crea las cosas buenas. 2º. Principio que crea las
cosas malas.
Crea Dios al comienzo de los tiempos. Antes no
había nada, con la creación empieza el tiempo. Dios creó
el mundo de la nada. Crea las creaturas espirituales y
corporales. Dios Creó todo bueno. El mal no ha sido
creado por Dios, por que Dios creó el mundo ordenado
y en armonía. El mal entró en el mundo por
la causa del hombre (pecado).
IV) Concilio de Florencia 1438-1445 Contra el
dualismo maniqueísta. Trinidad creadora de todo el mundo. Dios no
ha creado el mal, todo lo que creó es bueno.
Dios crea por su bondad y por amor todas las
cosas de la nada. Creó las criaturas con una cierta
libertad capaz de moverse hacia el bien y capaz de
equivocarse.
V) Concilio Vaticano I (1869-1870): Afirma que Dios es el Creador
del universo. Dios es perfecto, inmóvil, inmortal, creó el mundo
no por adquirir perfecciones, sino para que las criaturas participen
a su perfección (repartir su perfección a las criaturas). Condena
los errores modernos que niegan la existencia de Dios (ateísmo
materialista, y panteísmo: Dios y las cosas tienen una misma
substancia); los que aceptan a Dios pero no admiten su
libertad creadora y su intervención en el mundo (deísmo);
VI) C.V.II. 1962-1965:
Tres personas divinas son autor de la creación. El mundo
fue creado bueno por que Dios es Bueno y de
El nada malo puede salir. La actividad del hombre debe
llevar a la perfección la obra creadora de Dios.
Noción Teológica
de Creación
I - El acto creador: La idea cristiana de creación
es una idea precisa y bien determinada. Se refiere al
acto creador por el que Dios produce la totalidad de
lo que existe. No hablamos ahora por tanto de Creación
como efecto o producto de ese acto creativo divino (lo
haremos en 16.4). Nos ocupamos en este momento del acto
creador, o creación activa. Noción: la Creación se puede definir como
la producción del ser entero de las cosas o la
producción de las cosas según toda su sustancia. En el
acto creativo, Dios produce lo que existe en cuanto que
existe. Dado que lo que existe es tal en virtud
del acto de ser, que es perfección de toda perfección
en todo individuo existente, producir lo que existe en tanto
que existe significa producirlo totalmente.
La creación activa puede definirse también
como la emanación de todo el ser, realizada por Dios.
Emanación equivale aquí sencillamente a producción u originación. Lo que
emana en virtud del acto creador e toso el se,
es decir, no este ser concreto. Si fuera así, estaríamos
en presencia de una generación.
El acto de Creación encierra tres
aspectos básicos:
a) El Creador no sufre cambio o modificación alguna
por el hecho de crear, es decir, no pierde ni
adquiere ninguna perfección.
b) Lo creado es real y completamente distinto
del Creador. La Creación implica que aunque el Creador y
la criatura pueden considerarse ambos bajo la noción común de
ser, dado que la criatura posee un ser participado, no
tiene sin embargo comunidad de ser con Dios.
La Teología de
Santo Tomás se apoya en la idea de participación para
formular el concepto de creación. Participar significa aquí el poseer
de modo limitado e imperfecto algo que se hala en
otro de modo total, ilimitado y perfecto. La participación de
la criatura respecto del creador es la llamada participación trascendental.
(ver Morales, op. cit. pag 123).
Ser creatura significa poseer el
esse participado, limitado por la esencia que lo recibe. Dios,
en cambio, no "posee" el esse, el ES el ESSE
subsistente.
c) Lo creado es totalmente creado. El creador no parte
de una materia informe preexistente, sino que crea "ex nihilo".
La
Causa eficiente de la creación
a) Dios solo es el Creador:
Cfr
Gen. Al principio Dios crea:
- S. Agustín: No puede haber una
criatura creadora, ni los ángeles, ni las demás criaturas.
- S. Tomás
dice que entre el efecto y la causa debe haber
una proporción, por lo tanto, si el efecto es universal
la causa debe ser universal. Es necesario que la creación
sea producida por Dios porque sólo Dios es el Ser
total que existe por sí mismo, el Ser absoluto. Dios
no puede crear a través de un ser finito porque
crear es pasar del no-ser al ser, lo cual requiere
una potencia infinita.
b) Creación obra de la Trinidad:
Como toda actividad
de Dios hacia afuera (ad extra) la creación es un
acto libre de Dios, y común por lo tanto a
las tres Personas divinas.
El concilio II de Constantinopla (a. 553)
afirma:"Un solo es Dios y Padre, de quien todo procede;
y un solo Señor Jesucristo, por quien todas las cosas
han sido hechas; y un solo Espíritu Santo, en quien
todas las cosas existen".
El conc. Lateranense (649) habla de la
"Trinidad, creadora y protectora de todas las cosas". La misma
verdad expresa el Lateranense IV (1215): "Padre, Hijo y Espíritu
Santo constituyen un solo principio de todo el universo, Creador
de todo lo existente".
Testimonio de la Sagrada Escritura:
- Jn. 1, 1ss,
Todo fue creado por El y sin El nada sería
hecho. Se refiere al Hijo.
- 1 Co,8,6 atribuye al creación tanto
al Padre como al Hijo.
- Gen. Y el Espíritu de Dios
soplaba sobre las aguas, Espíritu Santo agente de la creación.
(JP II, en Dominum et vivificantem se refiere repetidas veces
al "ES Creador").
Argumento teológico: así razona Santo Tomás: "Crear, es
decir, producir el ser de las cosas, conviene a Dios
por razón de su ser, que es su misma esencia,
la cual es idéntica en las tres divinas Personas. Por
consiguiente, crear no es principio de alguna Persona, sino algo
común a toda la Trinidad" (S.Th.1,45,6.).
En la mayoría de los
símbolos de fe antiguos, la creación suele atribuirse al Padre,
que es fuente y origen de la Trinidad. No se
dice, sin embargo, que la creación sea propia o exclusiva
del Padre. Sencillamente, se le atribuye como una apropiación justificada
por el hecho de que el Padre no tiene ni
recibe el poder de otro. Pero no se excluye con
ello la afirmación del poder creativo de las otras dos
Personas.
Es el mismo proceder teológico por el que se atribuye
la redención al Hijo y la santificación al Espíritu Santo.
Creación
y Redención: es importante no separar ambos misterios. Ambas verdades
reveladas constituye como dos centros de una misma concepción dogmática.
Fin
de la creación: "Dios creó el mundo para manifestar y
comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó
a sus criaturas consiste en que tengan parte en su
verdad, su bondad y su belleza" (Cat de la Igl
Cat n.319; cf también 293 y 294).
Las Criaturas: Ángeles, Hombres,
Seres Materiales.
LOS ÁNGELES:
La existencia de seres espirituales, no corporales, que
la S.E. llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe.
El testimonio de la Escritura es tan claro como la
unanimidad de la Tradición.
Sagrada Escritura: a)AT: Los ángeles aparecen a
lo largo de toda la historia salvifica, y no solo
después del destierro: se les designa en grupo (Gn. 28,12;
32,2-3;Jb 1,6), se habla del "ángel de Yahvé (Gen 16,57,
22,11). Otros textos: Dn 10,13 (Miguel); Dn 8,16 (Gabriel); Tob
12,15 (Rafael); Gn 3,24 (querubines); Is 6,2 (serafines). En el
N.T. se llega al máximo de la revelación angélica: forman
la corte de Dios, están presentes en la tierra con
mayor frecuencia (Anunciación, Zacarías, San José, etc.), se ve claramente
su subordinación a Cristo y su función de mediadores, así
como la distinción entre los ángeles buenos y los demonios,
la limitación de su ciencia (desconocen la fecha del juicio
final), su posesión de la visión beatífica, etc. La Tradición, en
general, deja claro que no son "diosecillos", sino criaturas, y
que hay ángeles buenos y malos. Mas confuso es el
tema de su perfecta espiritualidad. Fue Santo Tomás el gran
constructor de la teología angélica.
Quiénes son los ángeles: San Agustín
dice respecto de ellos: "El nombre de ángel indica su
oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te
diré que es un espíritu, si preguntas por lo que
hace, te diré que es un ángel". Con todo su
ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque
contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en
los cielos (Mt 18,10), son "agentes de sus órdenes, atentos
a la voz de su palabra".
En tanto que criaturas puramente
espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales.
Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor
de su gloria es testimonio de ello.
Toda la vida de
la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa
de los ángeles. En la liturgia, la Iglesia se une
a los ángeles para adorar a Dios, invoca su asistencia
y celebra la memoria de ciertos ángeles. En cuanto a
la vida del cristiano, durante todo su transcurso está rodeado
de su particular custodia (Sal 34,8; 91,10).
D. José Morales resume
así "la doctrina definida solemnemente por la Iglesia en torno
a los ángeles". "Abarca cinco afirmaciones principales: a) los ángeles
existen; b) son de naturaleza espiritual; c) fueron creados por
Dios; d) fueron creados al comienzo del tiempo; e) los
ángeles malos o demonios fueron creados buenos, pero se pervirtieron
por su propia acción". (" El misterio de la creación",
EUNSA,1994, pag 202).
HOMBRES
El hombre aparece como coronación y centro de
la obra divina creadora. Su aparición no constituye una simple
prolongación del proceso creativo, sino resultado de una especial iniciativa
divina. Los relatos de Gen 1,26-28 y Gen 2,4b-25 son
centrales en este tema.
Las verdades reveladas acerca de la naturaleza
y origen del hombre podemos resumirlas en las siguientes:
1- El
hombre es creatura. 2- Tiene una especial dignidad, es "imagen y
semejanza" de Dios, lo cual lo constituye en rey de
la creación. Esa dignidad radica en estar dotado de inteligencia
y voluntad. 3- es un ser a la vez corporal y
espiritual, como totalidad ontológica querida por Dios. El alma y
el cuerpo se unen de tal manera que resulta una
nueva naturaleza que es persona. 4 - Nuestros primeros padres, en
cuanto al alma, fueron hechos por Dios de la nada;
en cuanto al cuerpo, fueron hechos con una intervención especial
de Dios. El alma de cada hombre es creada inmediatamente
por Dios cuando es infundida en el cuerpo. 4- Es sociable
por naturaleza 5- Todo el género humano procede de una sola
pareja. 6- La diferenciación de sexos es querida por Dios. Existe
igualdad esencial entre varón y mujer, y diferencia funcional. 7- Ha
sido creado con la vocación de trabajar el mundo.
SERES MATERIALES
La
condición fundamental de las cosas es que éstas no son
naturaleza entendida como algo último y supremo, sino creación, es
decir, obra divina.
El mundo lleva necesariamente un sello creatural que
afecta a su naturaleza un composición íntimas, y que entraña
una serie de consecuencias:
1º.) Las cosas creadas, por proceder de
Dios según el conocimiento e intelección divinos, poseen una naturaleza
específica e inteligibilidad. Dado que Dios crea de acuerdo a
un designio divino inteligente, podemos hablar de la realidad como
susceptible de penetración intelectual.
2º.) Pero hay que afirmar a la
vez que la mente humana es incapaz de penetrar completamente
la realidad, porque esta ha sido ideada y producida por
un intelecto mayor que el nuestro y posee entonces un
carácter misterioso e inabarcable.
3º.) La contingencia de las creaturas nos
habla de una voluntad libre creadora. Esa voluntad divina origina
en las cosas la bondad como aspecto esencial de su
ser. Ahondaremos en este tema en el próximo apartado.
La Bondad
Del Mundo Creado
"Salida de la bondad divina, la creación participa
de esa bondad (y vio Dios que era bueno...muy bueno":
Gn 1,4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como
un don dirigido al hombre, como una herencia que le
es destinada y confiada, la Iglesia ha debido, en repetidas
ocasiones, defender la bondad de la creación, comprendida la del
mundo material (cf DS 286;455-463;800;1333; 3002)." (Cat. de la Igl.
Cat. n¼ 300).
El catecismo cita las siguientes declaraciones magisteriales:
DS 286:
Ep. Quam Laudabiliter, de León I "de natura diaboli"
DS 455-463
(Dz 235-243): Conc. de Braga I (año 561): anatematismos contra
el priscinialismo (que afirmaba que el diablo es el creador
de la materia y el principio del mal. El alma
es de naturaleza divina, ha existido antes que el cuerpo
y en castigo e pecados precedentes ha sido encerrada en
éste.)
DS 800 (Dz 428): Conc.Lateranense IV (de 1215), contra albigenses
y cátaros (afirmaban que existe junto al Dios de la
luz un Dios de las tinieblas, siendo éste la causa
del reino de la materia y del mal).
DS 1333 (Dz
706): Conc. de Florencia, Decr. por jacobitis (1442).
La teología cristiana
afirma sin ambages que el mundo creado es bueno, porque
procede del querer divino. Pero la afirmación neotestamentaria no menos
importante es que, a causa del pecado, el mundo se
encuentra como en poder del Maligno (Jn 5,19). Esto explica
que las muchas implicaciones y consecuencias contenidas en la primera
idea hayan sido desarrolladas con gran lentitud por los teólogos
de la Iglesia. (Se puede consultar la evolución de tales
explicitaciones en el libro de José Morales "El Misterio de
la creación", pag 299-302).
Dios alumbra el universo |
Catequesis del Papa Juan Pablo II: Salmo 18 en la Audiencia del Miércoles 30 de enero del 2002. |
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Dios alumbra el universo |
1. El sol, con su resplandor progresivo en el cielo,
con el esplendor de su luz, con el calor benéfico
de sus rayos, ha conquistado a la humanidad desde sus
orígenes. De muchas maneras los seres humanos han manifestado su
gratitud por esta fuente de vida y de bienestar con
un entusiasmo que en ocasiones alcanza la cima de la
auténtica poesía. El estupendo salmo 18, cuya primera parte se
acaba de proclamar, no sólo es una plegaria, en forma
de himno, de singular intensidad; también es un canto poético
al sol y a su irradiación sobre la faz de
la tierra. En él el salmista se suma a la
larga serie de cantores del antiguo Oriente Próximo, que exaltaba
al astro del día que brilla en los cielos y
que en sus regiones permanece largo tiempo irradiando su calor
ardiente. Basta pensar en el célebre himno a Atón, compuesto
por el faraón Akenatón en el siglo XIV a. C.
y dedicado al disco solar, considerado como una divinidad.
Pero para
el hombre de la Biblia hay una diferencia radical con
respecto a estos himnos solares: el sol no es un
dios, sino una criatura al servicio del único Dios y
creador. Basta recordar las palabras del Génesis: "Dijo Dios: haya
luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de
la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y
años; (...) Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero
grande para el dominio del día, y el lucero pequeño
para el dominio de la noche (...) y vio Dios
que estaba bien" (Gn 1, 14. 16. 18).
2. Antes de
repasar los versículos del salmo elegidos por la liturgia, echemos
una mirada al conjunto. El salmo 18 es como un
dístico. En la primera parte (vv. 2-7) -la que se
ha convertido ahora en nuestra oración- encontramos un himno al
Creador, cuya misteriosa grandeza se manifiesta en el sol y
en la luna. En cambio, en la segunda parte del
Salmo (vv. 8-15) hallamos un himno sapiencial a la Torah,
es decir, a la Ley de Dios.
Ambas partes están unidas
por un hilo conductor común: Dios alumbra el universo con
el fulgor del sol e ilumina a la humanidad con
el esplendor de su Palabra, contenida en la Revelación bíblica.
Se trata, en cierto sentido, de un sol doble: el
primero es una epifanía cósmica del Creador; el segundo es
una manifestación histórica y gratuita de Dios salvador. Por algo
la Torah, la Palabra divina, es descrita con rasgos "solares":
"los mandatos del Señor son claros, dan luz a los
ojos" (v. 9).
3. Pero consideremos ahora la primera parte del
Salmo. Comienza con una admirable personificación de los cielos, que
el autor sagrado presenta como testigos elocuentes de la obra
creadora de Dios (vv. 2-5). En efecto, "proclaman", "pregonan" las
maravillas de la obra divina (cf. v. 2). También el
día y la noche son representados como mensajeros que transmiten
la gran noticia de la creación. Se trata de un
testimonio silencioso, pero que se escucha con fuerza, como una
voz que recorre todo el cosmos.
Con la mirada interior del
alma, con la intuición religiosa que no se pierde en
la superficialidad, el hombre y la mujer pueden descubrir que
el mundo no es mudo, sino que habla del Creador.
Como dice el antiguo sabio, "de la grandeza y hermosura
de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a
su Autor" (Sb 13, 5). También san Pablo recuerda a
los Romanos que "desde la creación del mundo, lo invisible
de Dios se deja ver a la inteligencia a través
de sus obras" (Rm 1, 20).
4. Luego el himno cede
el paso al sol. El globo luminoso es descrito por
el poeta inspirado como un héroe guerrero que sale del
tálamo donde ha pasado la noche, es decir, sale del
seno de las tinieblas y comienza su carrera incansable por
el cielo (vv. 6-7). Se asemeja a un atleta que
avanza incansable mientras todo nuestro planeta se encuentra envuelto por
su calor irresistible.
Así pues, el sol, comparado a un esposo,
a un héroe, a un campeón que, por orden de
Dios, cada día debe realizar un trabajo, una conquista y
una carrera en los espacios siderales. Y ahora el salmista
señala al sol resplandeciente en el cielo, mientras toda la
tierra se halla envuelta por su calor, el aire está
inmóvil, ningún rincón del horizonte puede escapar de su luz.
5.
La liturgia pascual cristiana recoge la imagen solar del Salmo
para describir el éxodo triunfante de Cristo de las tinieblas
del sepulcro y su ingreso en la plenitud de la
vida nueva de la resurrección. La liturgia bizantina canta en
los Maitines del Sábado santo: "Como el sol brilla, después
de la noche, radiante en su luminosidad renovada, así también
tú, oh Verbo, resplandecerás con un nuevo fulgor cuando, después
de la muerte, dejarás tu tálamo". Una oda (la primera)
de los Maitines de Pascua vincula la revelación cósmica al
acontecimiento pascual de Cristo: "Alégrese el cielo y goce la
tierra, porque el universo entero, tanto el visible como el
invisible, participa en esta fiesta: ha resucitado Cristo, nuestro gozo
perenne". Y en otra oda (la tercera) añade: "Hoy el
universo entero -cielo, tierra y abismo- rebosa de luz y
la creación entera canta ya la resurrección de Cristo, nuestra
fuerza y nuestra alegría". Por último, otra (la cuarta) concluye:
"Cristo, nuestra Pascua, se ha alzado desde la tumba como
un sol de justicia, irradiando sobre todos nosotros el esplendor
de su caridad".
La liturgia romana no es tan explícita como
la oriental al comparar a Cristo con el sol. Sin
embargo, describe las repercusiones cósmicas de su resurrección, cuando comienza
su canto de Laudes en la mañana de Pascua con
el famoso himno: "Aurora lucis rutilat, caelum resultat laudibus, mundus
exsultans iubilat, gemens infernus ululat": "La aurora resplandece de luz,
el cielo exulta con cantos de alabanza, el mundo se
llena de gozo, y el infierno gime con alaridos".
6. En
cualquier caso, la interpretación cristiana del Salmo no altera su
mensaje básico, que es una invitación a descubrir la palabra
divina presente en la creación. Ciertamente, como veremos en la
segunda parte del Salmo, hay otra Palabra, más elevada, más
preciosa que la luz misma: la de la Revelación bíblica.
Con
todo, para los que tienen oídos atentos y ojos abiertos,
la creación constituye en cierto sentido una primera revelación, que
tiene un lenguaje elocuente: es casi otro libro sagrado, cuyas
letras son la multitud de las criaturas presentes en el
universo. San Juan Crisóstomo afirma: "El silencio de los cielos
es una voz más resonante que la de una trompeta:
esta voz pregona a nuestros ojos, y no a nuestros
oídos, la grandeza de Aquel que los ha creado" (PG
49, 105). Y san Atanasio: "El firmamento, con su grandeza,
su belleza y su orden, es un admirable predicador de
su Artífice, cuya elocuencia llena el universo" (PG 27, 124).
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La creación de la nada |
La verdad de que Dios ha creado halla su expresión ya en la primera página de la Sagrada escritura. |
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La creación de la nada |
Alocución, 29.I.86
1. La verdad de que Dios ha creado,
es decir, que ha sacado de la nada todo lo
que existe fuera de El, tanto el mundo como el
hombre, halla su expresión ya en la primera página de
la Sagrada escritura, aun cuando su plena explicitación sólo se
tiene en el sucesivo desarrollo de la Revelación. Al comienzo
del libro del Génesis se encuentran dos "relatos" de la
creación. A juicio de los estudiosos de la Biblia el
segundo relato es más antiguo, tiene un carácter más figurativo
y concreto, se dirige a Dios llamándolo con el nombre
de "Yahvéh" yhvh, y por este motivo se señala como
"fuente yahvista". El primer relato, posterior en cuanto al tiempo
de su composición, aparece más sistemático y más teológico; para
designar a Dios recurre al término "Elohim" lhm. En él
la obra de la creación se distribuye a lo largo
de una serie de seis días. Puesto que el séptimo
día se presenta como el día en que Dios descansa,
los estudiosos han sacado la conclusión de que este texto
tuvo su origen en ambiente sacerdotal y cultual. Proponiendo al
hombre trabajador el ejemplo de Dios Creador, el autor de
Gen 1 ha querido afirmar de nuevo la enseñanza contenida
en el Decálogo, inculcando la obligación de santificar el séptimo
día.
2. El relato de la obra de la creación merece
ser leído y meditado frecuentemente en la liturgia y fuera
de ella. Por lo que se refiere a cada uno
de los días, se confronta entre uno y otro una
estrecha continuidad y una clara analogía. El relato comienza con
las palabras: "Al principio creó Dios los cielos y la
tierra", es decir, todo el mundo visible, pero luego, en
la descripción de cada uno de los días vuelve siempre
la expresión: "Dijo Dios: Haya", o una expresión análoga. Por
la fuerza de esta palabra del Creador: "fiat", "haya", va
surgiendo gradualmente el mundo visible: La tierra al principio era
"confusa y vacía" (caos); luego, bajo la acción de la
palabra creadora de Dios, se hace idónea para la vida
y se llena de seres vivientes, las plantas, los animales,
en medio de los cuales, al final, Dios crea al
hombre "a su imagen" (Gen. 1, 27).
3. Este texto tiene
un alcance sobre todo religioso y teológico. No se pueden
buscar en él elementos significativos desde el punto de vista
de las ciencias naturales. Las investigaciones sobre el origen y
desarrollo de cada una de los especies "in natura" no
encuentran en esta descripción norma alguna vinculante, ni aportaciones positivas
de interés sustancial. Más aún, no contrasta con la verdad
acerca de la creación del mundo visible tal como se
presenta en el libro del Génesis, en línea de principio,
la teoría de la evolución natural, siempre que se la
entienda de modo que no excluya la causalidad divina.
4. En
su conjunto la imagen del mundo queda delineada bajo la
pluma del autor inspirado con las características de las cosmogonías
de su tiempo, en la cual inserta con absoluta originalidad
la verdad acerca de la creación de todo por obra
del único Dios: ésta es la verdad revelada. Pero el
texto bíblico, si por una parte afirma la total dependencia
del mundo visible de Dios, que en cuanto Creador tiene
pleno poder sobre toda criatura (el llamado dominium altum), por
otra parte pone de relieve el valor de todas las
criaturas a los ojos de Dios. Efectivamente, al final de
cada día se repite la frase: "Y vio Dios que
era bueno", y en el día sexto, después de la
creación del hombre, centro del cosmos, leemos: "Y vio Dios
que era muy bueno cuanto había hecho" (Gen 1, 31).
La descripción bíblica de la creación tiene carácter ontológico, es
decir, habla del ente, y al mismo tiempo, axiológico, es
decir, da testimonio del valor. Al crear el mundo como
manifestación de su bondad infinita, Dios lo creó bueno. Esta
es la enseñanza esencial que sacamos de la cosmología bíblica,
y en particular de la descripción introductoria del libro del
Génesis.
5. Esta descripción, juntamente con todo lo que la Sagrada
Escritura dice en diversos lugares acerca de la obra de
la creación y de Dios Creador, nos permite poner de
relieve algunos elementos: 1. Dios creó el mundo por sí
solo. El poder creador no es transmisible: es "incommunicabilis". 2.
Dios creó el mundo por propia voluntad, sin coacción alguna
exterior ni obligación interior. Podía crear y no crear; podía
crear este mundo u otro. 3 El mundo fue creado
por Dios en el tiempo, por lo tanto, no es
eterno: tiene un principio en el tiempo. 4. El mundo,
creado por Dios, está constantemente mantenido por el Creador en
la existencia. Este "mantener" es, en cierto sentido, un continuo
crear (Conservatio est continua creatio).
6. Desde hace casi dos mil
años la Iglesia profesa y proclama invariablemente la verdad de
que la creación del mundo visible e invisible es obra
de Dios, en continuidad con la fe profesada y proclamada
por Israel, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza.
La Iglesia explica y profundiza esta verdad, utilizando la filosofía
del ser y la defiende de las deformaciones que surgen
de vez en cuando en la historia del pensamiento humano.
El Magisterio de la Iglesia ha confirmado con especial solemnidad
y vigor la verdad de que la creación del mundo
es obra de Dios en el Concilio Vaticano I, en
respuesta a las tendencias del pensamiento panteísta y materialista de
su tiempo. Esas mismas orientaciones están presentes también en nuestro
siglo en algunos desarrollos de las ciencias exactas y de
las ideologías ateas. En la Cons. Dei Filius De fide
catholica del Conc. Vaticano I leemos: "Este único Dios verdadero,
en su bondad y omnipotente virtud, no para aumentar su
gloria, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección mediante
los bienes que distribuye a las criaturas, con decisión plenamente
libre, simultáneamente desde el principio del tiempo sacó de la
nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal,
es decir, la angélica y la material, y luego la
criatura humana, como partícipe de una y otra, al estar
constituida de espíritu y de cuerpo (Conc. Lateranense IV)".
7. Según
los "cánones" adjuntos a este texto doctrinal, el Conc. Vaticano
I afirma las siguientes verdades: 1. El único, verdadero Dios
es Creador y Señor "de las cosas visibles e invisibles"
2. Va contra la fe la afirmación de que sólo
existe la materia (materialismo).
8. Va contra la fe la afirmación
de que Dios se identifica esencialmente con el mundo (panteísmo).
9.
Va contra la fe sostener que las criaturas, incluso las
espirituales, son una emanación de la sustancia divina, o afirmar
que el Ser divino con su manifestarse o evolucionarse se
convierte en cada cada una de las cosas.
10. Va contra
la fe la concepción, según la cual, Dios es el
ser universal, o sea, indefinido que, al determinarse, constituye el
universo distinto en géneros, especies e individuos.
11. Va igualmente contra
la fe negar que el mundo y las cosas todas
contendidas en él, tanto espirituales como materiales, según toda su
sustancia han sido creadas por Dios de la nada.
12. Habrá
que tratar aparte el tema de la finalidad a la
que mira la obra de la creación. Efectivamente, se trata
de un aspecto que ocupa mucho espacio en la Revelación,
en el Magisterio de la Iglesia y en la Teología.
Por ahora basta concluir nuestra reflexión remitiéndonos a un texto
muy hermosos del Libro de la Sabiduría en el que
se alaba a Dios que por amor crea el universo
y lo conserva en su ser: "Amas todo cuanto existe
/ y nada aborreces de lo que has hecho; /
pues si Tú hubieras odiado alguna cosa, no la hubieras
formado. Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras,
/ o cómo podría conservarse sin Ti? / Pero a
todos perdonas, / porque son tuyos, Señor, amigo de la
vida"(Sab 11, 24-26).
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Alma, cuerpo y evolucionismo |
El hombre creado a imagen de Dios es un ser al mismo tiempo corporal y espiritual... |
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Alma, cuerpo y evolucionismo |
Alocución del 16 de abril de 1986
1.El hombre creado
a imagen de Dios es un ser al mismo tiempo
corporal y espiritual, es decir, un ser que, desde un
punto de vista, está vinculado al mundo exterior y, desde
otro, lo transciende. En cuanto espíritu, además de cuerpo es
persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de nuestra
fe, como lo es la verdad bíblica sobre la constitución
a "imagen y semejanza" de Dios; y es una verdad
que presenta constantemente a lo largo de los siglos el
Magisterio de la Iglesia. La verdad sobre el hombre no
cesa de ser en la historia objeto de análisis intelectual,
no sólo en el ámbito de la filosofía, sino también
en el de las muchas ciencias humanas: en una palabra,
objeto de la antropología.
2. Que el hombre sea espíritu encarnado,
si se quiere, cuerpo informado por un espíritu inmortal, se
deduce ya, de algún modo, de la descripción de la
creación contenida en el libro del Génesis y en particular
de la narración "yahvista", que emplea, por así decir, una
"escenografía" e imágenes antropomórficas. Leemos que "modeló Yahvéh Dios al
hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro
aliento de vida, y fue así el hombre ser animado"
(2, 7). La continuación del texto bíblico nos permite comprender
claramente que el hombre, creado de esta forma, se distingue
de todo el mundo visible, y en particular del mundo
de los animales. El "aliento de vida" hizo al hombre
capaz de conocer estos seres, imponerles el nombre y reconocerse
distinto de ellos (Cfr. 18-20). Si bien en la descripción
"yahvista" no se habla del "alma", sin embargo es fácil
deducir de allí que la vida dada al hombre en
el momento de la creación es de tal naturaleza que
transciende la simple dimensión corporal (la propia de los animales).
Ella toca, más allá de la materialidad, la dimensión del
espíritu, en la cual está el fundamento esencial de esa
"imagen de Dios", que Génesis 1, 27, ve en el
hombre.
3. El hombre es una unidad: es alguien que es
uno consigo mismo. Pero en esta unidad está contenida una
dualidad. La Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la persona)
como la dualidad (el alma y cuerpo). Piénsese en el
libro del Sirácida, que dice por ejemplo: "El Señor formó
al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará
volver a ella", y más adelante: "Le dio capacidad de
elección, lengua, ojos, oídos y corazón para entender. Llenóle de
ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien
y el mal" (17, 1-2, 5-6). Particularmente significativo es, desde
este punto de vista, el Salmo 8, que exalta la
obra maestra humana, dirigiéndose a Dios con las siguientes palabras:
"¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano para darle poder?. Lo hiciste poco inferior
a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le
diste el mando sobre las obras de tus manos, todo
lo sometiste bajo sus pies" (5-7).
4. Se subraya a menudo
que la tradición bíblica pone de relieve sobre todo la
unidad personal del hombre, sirviéndose del término "cuerpo" para designar
al hombre entero (Cfr., p.e., Sal 144, 21; Jl 3;
Is 66, 23; Jn 1, 14). La observación es exacta.
Pero esto no quita que en la tradición bíblica esté
también presente, a veces de modo muy claro, la dualidad
del hombre. Esta tradición se refleja en las palabras de
Cristo: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo,
y el alma no pueden matarla; temed más bien a
aquel que puede perder el alma y el cuerpo en
la gehena" (Mt 10, 28).
5. Las fuentes bíblicas autorizan a
ver el hombre como unidad personal y al mismo tiempo
como dualidad de alma y cuerpo: concepto que ha hallado
expresión en toda la Tradición y en la enseñanza de
la Iglesia. Esta enseñanza ha hecho suyas no sólo las
fuentes bíblicas, sino también las interpretaciones teológicas que se han
dado de ellas desarrollando los análisis realizados por ciertas escuelas
(Aristóteles) de la filosofía griega. Ha sido un lento trabajo
de reflexión, que ha culminado principalmente bajo la influencia de
Santo Tomás de Aquino en las afirmaciones del Conc. de
Vienne (1312), donde se llama al alma "forma" del cuerpo:
"forma" corporis humani per se et essentialiter". La "forma", como
factor que determina la substancia de ser "hombre", es de
naturaleza espiritual. Y dicha "forma" espiritual, el alma, es inmortal.
Es lo que recordó más tarde el Conc. Lateranense V
(1513): el alma es inmortal, diversamente del cuerpo que está
sometido a la muerte. La escuela tomista subraya al mismo
tiempo que, en virtud de la unión substancial del cuerpo
y del alma, esta última, incluso después de la muerte,
no cesa de "aspirar" a unirse al cuerpo. Lo que
halla confirmación en la verdad revelada sobre la resurrección del
cuerpo.
6. Si bien la terminología filosófica utilizada para expresar la
unidad y la complejidad (dualidad) del hombre, es a veces
objeto de crítica, queda fuera de duda que la doctrina
sobre la unidad de la persona humana y al mismo
tiempo sobre la dualidad espiritual-corporal del hombre está plenamente arraigada
en la Sagrada Escritura y en la Tradición. A pesar
de que se manifieste a menudo la convicción de que
el hombre es "imagen de Dios" gracias al alma, no
está ausente en la doctrina tradicional la convicción de que
también el cuerpo participa a su modo, de la dignidad
de la "imagen de Dios", lo mismo que participa de
la dignidad de la persona.
7. En los tiempos modernos la
teoría de la evolución ha levantado una dificultad particular contra
la doctrina revelada sobre la creación del hombre como ser
compuesto de alma y cuerpo. Muchos especialistas en ciencias naturales
que, con sus métodos propios, estudian el problema del comienzo
de la vida humana en la tierra, sostienen contra otros
colegas suyos la existencia no sólo de un vínculo del
hombre con la misma naturaleza, sino incluso su derivación de
especies animales superiores. Este problema, que ha ocupado a los
científicos desde el siglo pasado, afecta a varios estratos de
la opinión pública. La respuesta del Magisterio se ofreció en
la Enc, "Humani generis" de Pío XII en el año
1950. Leemos en ella: "El Magisterio de la Iglesia no
prohibe que se trate en las investigaciones y disputas de
los entendidos en uno y otro campo, la doctrina del
"evolucionismo", en cuanto busca el origen del cuerpo humano en
una materia viva y pre-existente, pues las almas nos manda
la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios".
Por tanto se puede decir que, desde el punto de
vista de la doctrina de la fe, no se ve
dificultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al
cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que
añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una
certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma
invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada
directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la
que hemos aludido, es posible que el cuerpo humano, siguiendo
el orden impreso por el Creador en las energías de
la vida, haya sido gradualmente preparado en las formas de
seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que
depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual,
no puede serlo de la materia.
8. Una hermosa síntesis de
la creación arriba expuesta se halla en el Conc. Vaticano
II: "En la unidad de cuerpo y alma se dice
allí, el hombre, por su misma condición corporal, es una
síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del
hombre su más alta cima" (Gaudium et spes 14). Y
más adelante añade: "No se equivoca el hombre al afirmar
su superioridad sobre el universo material y al considerarse no
ya como una partícula de la naturaleza. Por su interioridad
es, en efecto, superior al universo entero" (Ib.). He aquí,
pues, cómo se puede expresar con un lenguaje más cercano
a la mentalidad contemporánea, la misma verdad sobre la unidad
y dualidad (la complejidad) de la naturaleza humana.
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Vale la pena ser hombre |
Aunque el hombre exterior se vaya desmoronando, el interior se va renovando día con día. |
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Vale la pena ser hombre |
Sucede que me canso de ser hombre. Este verso
de Miguel Hernández, podría ser expresión de un sentimiento oculto
en lo hondo de muchos corazones contemporáneos. El siglo XX
no se caracterizó por su optimismo existencial. Los existencialismos ateos
–necesariamente pesimistas - menudearon. Con la «muerte de Dios» vino
el cansancio del hombre. A muchos se les hace de
noche antes de que llegue la tarde. Jóvenes en edad,
están de vuelta de todo sin haber ido a ninguna
parte; han estragado su paladar informe degustando frutos prematuros, agraces.
Si hubieran tenido esperanza, si hubieran querido esperar un poco...
¿QUIÉN ES EL CULPABLE?
A fuerza de analgésicos y anestésicos
(por lo demás, muy de agradecer), de abundancia y de
consumo a tope, el hombre atraviesa sus momentos de mayor
blandura. Un pequeño dolor resulta insufrible. El trabajo serio estresa.
La familia agobia. La pasión por el fin de semana
neutraliza toda posible sedación. Se espera tanto del descanso, que
frustra. Hombre y mujer se cansan de serlo. Una enfermedad
de regular consideración es insoportable. La muerte es trágica o
anhelada. ¿Quién es el culpable de tan lamentable situación? Obviamente,
¡Dios!..., si existe. ¿Por qué nos ha hecho así? En
el libro de Jeremías se encuentra el lamento de muchos:
«¡Maldito el día en que nací! ¡el día que me
dio a luz mi madre no sea bendito!» (Jer 20,
14).
Pero también en el cristiano profundamente esperanzado se encuentra
el drama de san Pablo: «¡Infeliz de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte?» (Rom 7, 24). Es
otro estilo, otro género, no es trágico, pero sí dramático.
Nada humano le es ajeno. La respuesta de Dios es
«Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la
flaqueza» (Cor 12, 9). Es cosa de abrirse a la
vida divina, ya que Dios se abre a la humana.
Tanto, que exclama: «¡mis delicias están con los hijos de
los hombres!» (Prov 8, 31). Lo que para algunos es
insoportable levedad del ser, ansiosa fragilidad, para EL QUE ES,
resulta apasionante.
Es sorprendente. A pesar de las rebeldías y
crueldades, a pesar de haberle pesado de haberlo hecho (cf
Gen 6, 6), «la Trinidad se ha enamorado del hombre»
(B. Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 85) y el
Verbo se ha hecho carne (Jn 1, 14 ). Dios
se ha hecho hombre; no en plan «realidad virtual», sino
de carne, sangre y hueso, con exquisita sensibilidad, capaz de
sufrir y de morir como el que más. Asume una
verdadera naturaleza de modo irreversible. Sin marcha atrás, para siempre.
Verbo y carne –después de la Encarnación- son ya una
unidad indivisible.
Es un impresionante compromiso el que asumió el
Verbo al hacerse carne. Se comprometió a correr nuestra misma
suerte, sin trampa ni cartón, sin ventaja alguna. Se «anonadó
a sí mismo, tomando forma de siervo» (Fil 2, 7).
No hace como un rico que va a indagar, para
satisfacer su curiosidad, cómo se vive en un miserable suburbio,
y adopta la miseria con el mayordomo aguardando una señal,
por si acaso. La Encarnación es un compromiso de vivir
en toda su hondura la humana existencia.
Se encarna en
María y no la convierte en emperatriz de Roma, la
deja a su suerte, es decir, sometida al dinamismo propio
del mundo y de la sociedad de su lugar y
tiempo. Ha de dar a luz en un pesebre. Cuando
Herodes decide eliminar al Mesías degollando a todos los niños
como Él, no se utiliza la omnipotencia para pulverizarlo, han
de huir escondidos por lugares desiertos. El Verbo se ha
hecho pobre e indefenso de veras. Después del exilio vuelve
a Nazaret.
LA COMPLICADA VIDA DE NAZARET
Suele pensarse en
aquellos años «ocultos» de la Sagrada Familia en Nazaret, como
un vivir pacífico sin complicaciones, en una más bien idílica
convivencia con los nazarenos. Pero es de temer que no
fuera así. «¿De Nazaret puede salir algo bueno?», suelta Natanael
(Jn 1, 46). Fama de gente encantadora no tenían los
de aquel pueblo. Y ciertamente no lo eran. Cuando Jesús
ha predicado ya su mensaje de salvación en otros sitios,
vuelve a sus paisanos, con la gran ilusión de llevarles
la Buena Noticia, el Evangelio. ¿Y qué hacen éstos? Lo
conducen a lo alto de una peña para despeñarlo (cf
Lc 4, 29). No eran buenos, eran agresivos, fanáticos, crueles.
No fueron fáciles los años del Verbo hecho carne en
Nazaret. Sólo un gran amor pudo soportar aquella zafiedad, aquel
natural iracundo y despiadado. Cristo es el Amor encarnado y
no rehuye la dificultad, no juega con ventaja. ¡Le merece
la pena vivir entre nazarenos!
Y viene la murmuración, la
calumnia, que si es un impostor, que si está endemoniado,
que si expulsa los demonios con el poder de Belcebú,
que si es enemigo de César y del pueblo... Lo
juzgan inicuamente. Lo flagelan. Él hubiera podido decir ¡basta! En
cualquier momento; pero no juega con dados trucados y es
absolutamente fiel al misterio de la Encarnación. Se somete a
la inhumana crueldad humana, a la coronación de espinas, a
los puñetazos y esputos en la cara, y al tormento
de la cruz. No cabe situación más vejatoria. Es la
muerte dedicada a los peores los criminales. Sus verdugos le
gritan desde abajo, burlándose: «¡baja de la cruz y creeremos
en ti...! » (cf Mt 27, 40-42). Hubiera podido fulminarlos
con una mirada, pero hubiera sido jugar con ventaja.
Resulta
que al Verbo le merece la pena todo eso que
nos horroriza. De lo contrario, no hubiera asumido el compromiso.
Si lo asume es que le vale la pena ser
hombre con todas sus consecuencias; indigente, perseguido y crucificado. ¡Le
vale la pena!. No se cansó de ser hombre. Sufrió
angustia, tedio, tristeza de muerte, horror, los más indeseables sentimientos
humanos.
LA RESPUESTA DE DIOS
He aquí la respuesta divina
a nuestros posibles o reales cansancios y desesperaciones: «el Verbo
se hizo carne y puso su morada [vivió, convivió, padeció
y murió] entre nosotros». En ocasiones parece que lo nuestro
no es vida; que no merece la pena engendrar hijos
para este mundo, que más vale vivir el presente sin
pensar en el pasado ni en el futuro para gozar
con la mayor intensidad posible de este momento, que «es
todo lo que hay». Se diría que el hedonismo es
la única respuesta a los angustiosos interrogantes del hombre: carpe
diem!.
Pero, no. La respuesta es: el Verbo se hizo
carne. «En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece
en el misterio del Verbo encarnado» (GS 22). Sólo Cristo
«manifiesta plenamente al propio hombre y le descubre la sublimidad
de su vocación... El Hijo de Dios, con su encarnación,
se ha unido en cierto modo con el hombre. Trabajó
con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó
con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se
hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a
nosotros, excepto en el pecado» (JPII, RH 8). Esta es
la respuesta. Si Dios –Omnipotencia, infinitud de gozo en el
Amor inmenso- se hace hombre, es que ¡vale la pena
ser hombre, aunque sea en la más deplorable situación!. No
hay que darle más vueltas.
Si Dios asume plena y
exhaustivamente la naturaleza humana, sin ventaja alguna, comprometiéndose libre e
íntegramente con el sufrimiento humano, entonces es evidente que el
sufrimiento vale la pena. Cuando se contempla a la luz
de la Encarnación del Verbo el sufrimiento se convierte en
luz y fuente de gozo. «Por Cristo y en Cristo
se ilumina el enigma del dolor y de la muerte,
QUE FUERA DEL Evangelio Nos envuelve en absoluta oscuridad» (GS,
22; cf y véase Salvifici doloris, 31). Cristo dice: ¡vale
la pena!. Él es «el ‘Redentor del hombre’, el ‘Varón
de dolores’, que ha asumido en sí mismo los sufrimientos
físicos y morales de los hombres de todos los tiempos,
para que en el amor puedan encontrar el sentido salvífico»
(Salvifici 31). «Fuera de esta perspectiva, el misterio de la
existencia personal resulta un enigma insoluble. ¿Dónde podría el hombre
buscar la respuesta a las cuestiones dramáticas como el dolor,
el sufrimiento de los inocentes y la muerte, sino no
en la luz que brota del misterio de la pasión,
muerte y resurrección de Cristo?» (Fides et ratio, intr.)
AMOR
HABÍA PARA MUCHO MÁS
Cabría pensar que Cristo no asumió
«todos» los sufrimientos humanos. En la distancia, puede parecer que
la cruz no es todo lo que el hombre puede
sufrir. Indudablemente es todo lo que puede sufrir en un
tiempo limitado, física y, mucho más aún, en el orden
de los afectos. ¿Qué puede haber más doloroso que ser
crucificado por los propios hijos y hermanos?
Pero si queda
alguna duda sobre la universalidad de sus dolores físicos y
morales, si por una empecinada terquedad nos parece que Cristo
no se ha comprometido con «mi» concreto, particular e insufrible
sufrimiento, san Juan de Ávila nos ofrece una consideración muy
plausible: el amor de Cristo es tanto que ni siquiera
su muerte en la cruz logra expresarlo, «porque así como
le mandaron padecer una muerte, le mandaran millares de muertes,
para todo tenía amor. Y si lo que le mandaran
padecer por la salud de todos los hombres le mandaran
hacer por cada uno de ellos, así lo hiciera por
cada uno como por todos. Y si como estuvo aquellas
tres horas penando en la cruz fuera menester estar allí
hasta el día del juicio, amor había para todo si
nos fuera necesario. De manera que mucho más amó que
padeció, mucho mayor amor le quedaba encerrado en las entrañas
del que mostró acá de fuera en sus llagas» (Trat.
del amor de Dios, 10).
A luz de la revelación
divina sobre el corazón de Cristo no cabe duda de
que, si hubiese sido menester, Cristo Jesús hubiera muerto de
cáncer, de lepra o de la enfermedad de Alzheimer. Su
actitud, su ejemplo, su entrega, nos declaran que cualquier sufrimiento
que pueda padecer el hombre sobre la tierra, vale la
pena si se incorpora al suyo redentor.
SÍ, VALE LA
PENA
Vale la pena ser hombre, vale la pena ser
alto o bajo, sano o enfermo, gigante o enano, listo
y hábil o dismuido psíquica o físicamente. Si alguno es
leproso, ¡vale la pena ser leproso! ¡vale la pena ser
tetrapléjico! ¡vale la pena ser ciego, cojo, manco, tonto, epiléptico,
desvalido, pobre, abandonado de todos, vilipendiado, calumniado, marginado... vale la
pena cualquier cosa que el mundo imponga por cruel que
sea o parezca, por cansado que resulte, por agobiante o
doloroso. Esta es la respuesta del Verbo hecho carne: ¡vale
la pena! Cristo lo hubiera sido todo si hubiese sido
menester. Y lo es en cierto modo. Ha sufrido lo
equivalente, y moralmente muchísimo más.
¿Qué quiere decir «vale la
pena»? Que hay pena, pero por grande que sea, lleva
consigo una compensación sobrada: «Por eso, no desmayamos antes bien,
aunque nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior
se va renovando de día en día. Porque la leve
tribulación de un instante se convierte para nosotros, incomparablemente, en
una gloria eterna y consistente, a cuantos no ponemos nuestros
ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles, pues
las visibles son pasajeras, en cambio las invisibles, eternas» (2
Cor 4, 16-18). Pues bien, si «una leve tribulación» se
ve compensada de tal modo, ¿qué sucederá con una tribulación
mediana o extrema?
INVASIÓN DEL AMOR
El poeta exclama: «sucede
que me canso de ser hombre». El Verbo proclama: ¡vale
la pena ser hombre! ¡vale la pena cansarse! ¡vale la
pena estar harto! ¡vale la pena haber de exclamar: «¡Oh
generación incrédula y perversa, ¿hasta cuándo he de estar entre
vosotros y soportaros?» (Lc 9, 41). Porque con la muerte
–con Cristo, por Él y en Él- llega la Vida:
eterna, para siempre. He ahí la gran compensación: la invasión
de Amor infinito que es Dios Uno y Trino. El
Verbo se ha hecho hombre; ha corrido nuestra misma suerte,
para que nosotros corramos la suya, para que viviendo con
Él, por Él y en Él seamos consortes de la
divina naturaleza (2 P 1, 4), es decir, para que
con Él resucitemos y con Él nos sentemos a la
derecha de Dios Padre, compartiendo la plenitud de gloria eterna.
Vale la pena ser hombres, procrearlos, educarlos, respetarlos, amarlos. A
todos. Que no falte ni uno en la lista de
los llamados desde la eternidad a la eternidad.
Que ninguna
deficiencia disminuya a nuestros ojos su valor. Que al Padre
Dios no le falte ningún hijo por no haber llegado
a la existencia o por alguna otra suerte de irresponsabilidad.
«La encarnación del Hijo de Dios permite ver realizada la
síntesis definitiva que la mente humana, partiendo de sí misma,
ni tan siquiera hubiera podido imaginar: el Eterno entra en
el tiempo, el Todo se esconde en la parte y
Dios asume el rostro del hombre. Dice San Agustín que
lo más bello que existe en este mundo es: Verbum
caro factum est. Si al Verbo le vale la pena
compartir la vida del hombre, ¿qué pena no valdrá al
hombre compartir la vida del Verbo? En Él se halla
la compensación de todas las penas, porque «Queridos, ahora somos
hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo
que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a
él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2)
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