|
Historia breve de la Iglesia |
1. El origen divino de la Iglesia
La Resurrección de
Jesucristo es el dogma central del Cristianismo y constituye la
prueba decisiva de la verdad de su doctrina. «Si Cristo
no resucitó - escribió San Pablo -, vana es nuestra
predicación y vana es vuestra fe» (I Cor XV, 14).
Desde entonces los Apóstoles se presentarían a sí mismos como
«testigos» de Jesucristo resucitado (cfr. Act II, 22; III, 15),
lo anunciarían por el mundo entero y sellarían su testimonio
con la propia sangre. Los discípulos de Jesucristo reconocieron su
divinidad, creyeron en la eficacia redentora de su Muerte y
recibieron la plenitud de la Revelación, transmitida por el Maestro
y recogida por la Escritura y la Tradición.
Pero Jesucristo no
sólo fundó una religión "el Cristianismo", sino también una Iglesia.
La Iglesia "el nuevo Pueblo de Dios" fue constituida bajo
la forma de una comunidad visible de salvación, a la
que se incorporan los hombres por el bautismo. La constitución
de la Iglesia se consumó el día de Pentecostés, el
día en que el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos,
y a partir de entonces comienza propiamente su historia.
2. Una Iglesia Católica Universal
3. La hora
de los apóstoles
4. El cristianismo y el mundo
antiguo
5. Las persecuciones
6. La
vida de la primera cristianidad
7. El primado
de Pedro
8. La batalla de las ideas
9. La Iglesia y los Imperios de Oriente
y Occidente
10. La expansión de la
Iglesia
11. El cristianismo en la nueva sociedad
feudal
12. El cisma de Oriente
13. El apogeo de la cristiandad
14. El
esfuerzo por la unidad
15. La Reforma
16. La reforma protestante
17. La reforma
protestante en Europa
18. La reforma católica
19. El Concilio de Trento y sus frutos para
la Iglesia
20. La edad contemporánea
21. La revolución francesa
22. El problema del
liberalismo
23. Los cristianos ante la situación social
24. La crisis de la modernidad
25.
La era de los totalitarismos
26. Las consecuencias
político-religiosas de la Segunda Guerra Mundial
¿Cuándo pasó la Iglesia de Jerusalén a Roma? |
Referente al traslado de la sede de la Iglesia de Jerusalén a Roma. |
|
|
¿Cuándo pasó la Iglesia de Jerusalén a Roma? |
Respecto del traslado de la sede de la Iglesia de
Jerusalén a Roma, el libro de los Hechos de los
Apóstoles termina su relato cerca de la actividad de Pedro
en la iglesia madre de Jerusalén con la frase, enigmática,
de que “se marchó a otro lugar”(Act 12, 17). No
se ve ni el motivo de la marcha de Pedro,
ni adonde se dirigió.
Nada puede afirmarse en concreto acerca de
los puntos del camino que lo llevó a Roma, de
la fecha de su llegada a la capital del imperio,
ni sobre la duración de su estancia. Es, en
cambio, seguro que tomó parte en el concilio de los
apóstoles en Jerusalén, que ha de fecharse poco después de
mediados de siglo, y que luego estuvo algún tiempo en
Antioquía (Act 15, 7; Gal 2, 11-14).
El fundamento y sostén
de la tradición romana petrina lo integran tres testimonios originales,
muy próximos entre sí cronológicamente y que, tomados en conjunto,
tienen una fuerza afirmativa que, prácticamente, se equipara a la
certeza histórica. El primer testimonio es de origen romano, y
se haya en la carta que Clemente, en nombre de
la iglesia de Roma, envía a la de Corinto. Clemente
viene a hablar, en el capítulo V, de casos recientes
en que los cristianos, “por envidia”, sufrieron tormentos y hasta
la muerte, De entre ellos descuellan Pedro y Pablo: “Pedro,
que, por inicua emulación, hubo de soportar ni uno ni
dos, sino mucho más trabajos y, después de dar así
su testimonio, marchó al lugar de la gloria que le
era debido”. Con el sufrió el martirio una gran muchedumbre
“de elegidos”, entre ellos mujeres cristianas, que fueron ejecutadas vestidas
de Danaides y Dirces. Se trata de una alusión a
la persecución bajo Nerón y ello nos permite relacionar la
muerte de Pedro y situarla cronológicamente a mediados de los
años sesenta. Clemente no da dato alguno sobre la forma
y lugar de la ejecución, y su silencio sobre el
pormenor supone evidentemente en sus lectores conocimientos de los acontecimientos;
a él mismo, como pasados en el lugar de su
residencia y en sus mismos días (en su generación), le
eran sin duda personalmente familiares.
El fondo esencial de ese testimonio
lo hallamos también en una carta que, unos veinte años
más tarde, fue dirigida desde oriente a la iglesia de
Roma. Ignacio de Antioquía, obispo de la iglesia de la
gentilidad de más rica tradición, que podía como nadie estar
informado sobre la vida y muerte de los apóstoles, ruega
a los cristianos de Roma no le priven de sufrir
el martirio intercediendo por ante las autoridades romanas. Ignacio aclara
su ruego la frase respetuosa: “Yo no os mando como
Pedro y Pablo”. Luego éstos tuvieron un día con la
Iglesia de Roma una relación que les dio una posición
de autoridad, es decir, permanecieron allí como miembros activos de
la comunidad, no pasajeramente, como visitantes casuales. El peso de
este testimonio está en el hecho de que una afirmación
venida del lejano oriente cristiano confirma inequívocamente lo que la
iglesia romana sabe acerca de la estancia de Pedro en
ella.
Próximo a la carta ignaciana a los romanos, se nos
ofrece un tercer documento, como testimonio a favor de la
estancia y martirio de Pedro en Roma: la Ascensio Isaiae
(4,2s), cuya redacción cristiana data de hacia el año 100.
Ésta habla en estilo de anuncio profético de que la
plantación de los doce apóstoles será perseguida por Beliar, el
asesino de su madre (Nerón), y uno de los doce
será entregado en sus manos. Esta profecía se aclara por
un fragmento del Apocalipsis de Pedro, que hay que atribuir
igualmente a los comienzos del siglo II. Aquí se dice:
“Mira, Pedro, a ti te lo he revelado y expuesto
todo. Marcha, pues, a la ciudad de la prostitución, y
bebe el cáliz que yo te he anunciado”. Este texto
combinado, que demuestra conocer el martirio de Pedro en Roma
bajo Nerón, confirma y subraya considerablemente la seguridad de la
tradición romana. A estas tres afirmaciones fundamentales se añaden aún
dos alusiones que redondean el cuadro de la tradición petrina.
El autor del último capítulo del evangelio de Juan alude
claramente a la muerte de Pedro por el martirio, y
sabe evidentemente que fue ejecutado en la cruz (Jn 21,18s),
si bien se calla respecto al lugar de martirio,. En
cambio, en los versículos finales de la primera carta de
Pedro se señala a Roma como su lugar de residencia,
pues la carta se dice estar escrita en “Babilonia; ahora
bien por “Babilonia” hay que entender antes que nada a
Roma, como lo sugiere la ecuación Roma-Babilonia del Apocalipsis de
Juan (14, 8; 16ss) y de la literatura judía apocalíptica
y rabínica.
La tradición romana petrina no se rompe en el
curso del siglo II y es atestiguada ampliamente por testimonios
de los más variados territorios por los que se ha
propagado el cristianismo; así, en oriente, por el obispo Dionisio
de Corinto; en occidente, por Ireneo de Lyon, y en
África, por Tertuliano. Aún es más importante el hecho de
que no haya iglesia cristiana que pretenda para sí esta
tradición ni se levante una voz contemporánea que la combata
o ponga en duda. Esta ausencia casi sorprendente de toda
tradición concurrente ha de estimarse sin duda como un factor
decisivo en el examen crítico de la tradición romana. Puede
ver al respecto: Hubert Jedin, “Manual de Historia de la
Iglesia”, Herder, Barcelona 1980, tomo I, pp. 186-188. Hemos tomado
la respuesta de manera prácticamente literal.
|
|
Memoria y Reconciliación |
La Iglesia y las culpas del pasado.
Bajo la dirección del Cardenal Ratzinger. |
|
|
Memoria y Reconciliación |
El estudio del tema La Iglesia y las culpas del
pasado fue propuesto a la Comisión Teológica Internacional de parte
de su presidente, el cardenal Joseph Ratzinger, con vistas a
la celebración del Jubileo del año 2000. Para preparar este
estudio se formó una Subcomisión compuesta por el Rev. Christopher
Begg, por Mons. Bruno Forte (presidente), por el Rev. Sebastian
Karotemprel, S.D.B., por Mons. Roland Minnerath, por el Rev. Thomas
Norris, por el Rev. P. Rafael Salazar Cárdenas, M.Sp.S., y
por Mons. Anton Strukelj. Las discusiones generales sobre este tema
se han desarrollado en numerosos encuentros de la Subcomisión y
durante las sesiones plenarias de la misma Comisión Teológica Internacional,
tenidas en Roma en 1998 y en 1999.
El presente
texto ha sido aprobado en forma específica, con el voto
escrito de la Comisión, y ha sido sometido después a
su presidente, el cardenal J. Ratzinger, prefecto para la Congregación
de la Doctrina de la Fe, el cual ha dado
su aprobación para la publicación.
INTRODUCCIÓN.
1. EL
PROBLEMA: AYER Y HOY
1.1. Antes del Vaticano II
1.2. La enseñanza del Concilio 1.3.
Las peticiones de perdón de Juan Pablo II 1.4. Las cuestiones planteadas
2. APROXIMACIÓN BÍBLICA
2.1.
El Antiguo Testamento 2.2. El Nuevo Testamento 2.3.
El Jubileo bíblico 2.4. Conclusión
3. FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS
3.1. El misterio de la Iglesia 3.2. La
santidad de la Iglesia 3.3. La necesidad de una
renovación continua 3.4. La maternidad de la Iglesia
4. JUICIO HISTÓRICO Y TEOLÓGICO
4.1. La interpretación de
la historia 4.2. Indagación histórica y valoración teológica
5. DISCERNIMIENTO ÉTICO
5.1. Algunos criterios éticos 5.2.
La división de los cristianos 5.3. El uso de
la violencia al servicio de la verdad 5.4. Cristianos
y hebreos 5.5. Nuestra responsabilidad por los males de
hoy
6. PERSPECTIVAS PASTORALES Y MISIONERAS
6.1. Las
finalidades pastorales 6.2. Las implicaciones eclesiales 6.3. Las
implicaciones en el plano del dialogo y de la misión
CONCLUSIÓN.
SIGLAS.
NOTAS.
|
|
Infidelidades en la Iglesia |
Extraordinario texto con un informe detallado y crítico de las distintas infidelidades que se han dado en el seno de la Iglesia. |
|
|
Infidelidades en la Iglesia |
Te presentamos este extraordinario texto en el que el P.
José María Iraburu hace un informe detallado y crítico de
las distintas infidelidades que se han dado en el seno
de la Iglesia.
Entra en esta dirección para consultar el
libro
Libro Infidelidades en la Iglesia
|
|
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario