![Santiago Felipe Bertoni, Beato](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_t6gMUy6JhBaiUDwSJtPvxcsDomz49TstP-5IOnDHKFSRsFojORuTQxM9h0O7A3yug9cx9g8jGSLt8ycB8wB4e_xSGwmghHTEsKbvx-4JyoLByL6p_VvnMmvD1ZMN6ed8sW_2mNydLJGfkI6IhePas=s0-d) |
Santiago Felipe Bertoni, Beato |
Presbítero
Martirologio Romano: En Faenza, en Flaminia, beato Santiago Felipe (Andrés)
Bertoni, presbítero de la Orden de los Siervos de María,
insigne por el don de las lágrimas y su extraordinaria
humildad. († 1483)
Fecha de beatificación: Culto Confirmado el 22 de
julio de 1761 por el Papa Clemente XIII Se aplicaba con sumo interés al
estudio de las enseñanzas evangélicas y de la sagrada Escritura
Santiago
Felipe nació en Faenza de padres virtuosos y de modesta
condición, llamados Miserino de la Cella y Dominga. Él antes
de abrazar la vida religiosa, se llamaba Andrés.
Acometido de
ataques epilépticos a la edad de dos años, el padre
hizo voto, si el hijo sanaba, de consagrarlo al Señor
como fraile. Andrés desde tierna edad acudía con frecuencia a
la iglesia. No se entregaba a los juegos y diversiones
propios de su edad. Por temperamento fue más bien tímido
y retraído y aficionado a la soledad.
En torno a los
nueve años, el padre, en cumplimiento de su voto,
lo agregó a la Orden de los Siervos de la
Bienaventurada Virgen María. En esta nueva vida recibió el nombre
de fray Santiago Felipe. Una vez iniciado en la vida
religiosa, siendo aún niño, empezó a sobresalir por la obediencia
y exacta observancia de la Regla; llegado a la edad
adulta practicaba a menudo ayunos y vigilias. Se aplicaba con
sumo interés al estudio de las enseñanzas evangélicas y de
la sagrada Escritura. Parece que su alimento era la lectura
asidua de la vida de los santos Padres y de
los ejemplos de castidad, de obediencia, de humildad, de los
santos. Desde muy joven se dedicó con tanto esmero a
los estudios literarios, que logró comprender con facilidad y exactitud
las obras de autores cristianos y latinos de más fama.
Conocía a la perfección las ceremonias rituales de la Iglesia
y de la Orden y las rúbricas del breviario, y
las observaba cuidadosamente.
Cubrió algunos cargos conventuales con plena satisfacción
de los frailes. Era, en efecto, de temperamento afable, manso
y servicial. Nunca se le vio alterado o airado. Cuando
alguien lo ofendía, soportaba con ánimo sereno las injurias; él,
por su parte, nunca ofendía a nadie. Fue siempre parco
en el hablar: no sólo evitaba las palabras inconvenientes, sino
también las inútiles; si alguna vez conversando, escuchaba expresiones obscenas,
se le ensombrecía el rostro, corregía al importuno con breve
admonición , y se alejaba.
Ordenado sacerdote, celebraba los divinos misterios
con devoción y veneración incomparables, hasta llegar a derramar lágrimas;
ninguno como él contemplaba tan profundamente el misterio de la
cruz cuando tenía entre las manos el Cuerpo de Cristo.
Fue enemigo declarado del ocio, al que llamaba receptáculo de
todos los vicios. Se reunía con los demás frailes para
la celebración y el canto de la oración coral; el
tiempo que le quedaba lo pasaba en la celda ocupado
en la oración o en la lectura; a veces
recreaba su mente con trabajos manuales de bordado o taraceado:
siempre estaba ocupado en algo. Paseaba por los corredores casi
siempre solo, meditabundo y cabizbajo. Leía con avidez los libros
sagrados y las obras de san Jerónimo, en especial se
enfrascaba con la lectura del opúsculo [del Pseudo Eusebio] sobre
la muerte de este santo. Llegó un momento en que
ya sólo pensaba en las realidades eternas y se alimentaba
más de las cosas celestiales que de los manjares corporales,
puesto que comía una sola vez al día y se
contentaba con un alimento parco y frugal; pero cuando lo
llamaba el superior comía lo que estaba preparado para toda
la comunidad. Los viernes, en memoria de la pasión del
Señor, llevaba un cilicio y comía solo verduras.
Nada rehuía tanto
como las alabanzas: aunque todos lo tenían en gran aprecio,
fue más estimado de Dios que de los hombres. A
ejemplo del Salvador, quiso ser tenido en nada y despreciado:
lo que más deseaba en su interior era agradar a
Dios, su Padre y creador, y seguir las huellas de
nuestro Redentor.
Pasó los últimos días de su vida enfermo;
´le no lo decía, pero en su semblante se manifestaba
su precario estado; en efecto, cuando le preguntaban cómo se
encontraba, siempre respondía: “Bien, porque así lo quiere el Señor”.
Nunca se impacientó ni se quejó, ni siquiera al afrontar
la muerte, y esa conducta observó toda su vida. Aunque
estaba enfermo, no guardaba cama, sino que iba de un
lado para otro. La vigilia de su muerte asistió al
coro con los demás frailes para el canto de maitines;
el día anterior por la mañana había celebrado la misa.
La
tarde anterior al día de su muerte visitó a cada
uno de los frailes para pedirles humildemente perdón y para
que lo recordaran en sus oraciones del días siguiente. Porque
estaba convencido que se acercaba su fin.
A la edad de
veinticinco años tornó victorioso a la patria celestial, el veinticinco
de mayo hacía las tres de la tarde: era el
domingo de la santísima Trinidad. Su estatura era algo más
que mediana; era tan macilento que su piel estaba adherida
a los huesos; tenía el rostro afilado, la nariz algo
larga, los ojos hundidos, el cuello erguido, los dedos alargados;
su tez era notablemente pálida.
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