Puedes alabar a Dios en este momento. Saca un ratito de tu tiempo y cántale y déjalo que te pastoree. Salmo 23
El Señor es mi Pastor,
nada me faltará.
El Señor es mi Pastor,
en pastos delicados, Él me hará descansar.
Junto a aguas de reposo,
me pastoreará, confortará mi alma.
Me guiará por sendas de justicia,
por amor de su nombre.
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ORAR CON EL SALMO 23(22)
El Señor es mi pastor, nada me falta.
En prados de hierba fresca me hace reposar,
me conduce junto a fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino justo,
haciendo honor a su Nombre.
Aunque pase por un valle tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis enemigos,
perfumas con ungüento mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.
SALMO
23 (22)
El
Señor es mi pastor.
23:1 Salmo de David.
El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
23:2 Él me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
23:3 y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
23:4 Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.
23:5 Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.
23:6 Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.
El
Salmo 23 (22) es uno de los más comentados y orados a lo largo de los siglos, tanto
por la tradición judía como por la cristiana. También es uno de los más usados
en el arte. Basta recordar las numerosas pinturas de las catacumbas. En ellas se
suele representar a Jesús como un joven sin barba, de pie, con vestido corto y
zurrón, con una oveja sobre sus hombros y la cabeza suavemente apoyada sobre la
oveja. En la Liturgia cristiana se lee como salmo responsorial en distintas
fiestas del Señor y se propone para todo tipo de celebraciones (bautizos,
matrimonios, funerales, etc). Es un texto hermoso y poético, que nos habla de la
ternura de Dios y de los sentimientos que experimenta quien se encuentra con Él:
alegría, paz, seguridad, confianza, plenitud de vida.
El
Salmo desarrolla dos imágenes distintas: en la primera parte, la del pastor
que cuida de sus ovejas (versículos 1-4) y en la segunda, la del señor de la
casa que acoge a un huésped (versículos 5-6). Sin embargo, nos solemos fijar
principalmente en la primera y, normalmente, es conocido como el Salmo del Buen
Pastor. La primera parte está escrita en tercera persona del singular (el Señor
es mi Pastor, me hace reposar, me conduce, repara, me guía, hace honor),
mientras que la segunda está escrita en segunda persona del singular (tú me
preparas, perfumas, tu amor y tu bondad me acompañan). El último versículo está
en primera persona del singular (yo habitaré). El verso central (Tú estás
conmigo) es el punto de unión entre las dos partes, ya que pertenece al primer
bloque, pero está en segunda persona, como el segundo. Los símbolos que
desarrolla son universales: el camino, el agua, la oscuridad de la noche, el
banquete, los perfumes... y pueden interpelar por igual a los hombres de
antiguas culturas rurales como a los de las modernas civilizaciones urbanas. De
todas formas, como mucha gente está poco acostumbrada a la poesía, haremos una
traducción del salmo en prosa, antes de continuar.
«En
medio del desierto hay un oasis con una gran fuente de agua. Fuera, la arena
abrasa, pero a la sombra de las palmeras crece la hierba. Las ovejas comen
alimento tierno, beben agua en abundancia y sestean al fresco. Más tarde se
ponen en camino por las sendas que el pastor conoce bien, porque las ha
recorrido muchas veces. Así, hace honor a su nombre de pastor. Tienen que
atravesar un desfiladero entre las montañas y se hace de noche. Las ovejas
avanzan seguras, porque pueden escuchar el sonido del bastón del pastor, que
golpea rítmicamente el suelo al andar. Si una de ellas se desvía, el pastor
acude solícito en su búsqueda, y con unos toques del cayado sobre los lomos, la
devuelve al camino justo. Si acuden lobos u otras alimañas para atacar el
ganado, el pastor defiende su rebaño a bastonazos.
Por
el mismo desierto, una persona intenta huir de sus enemigos, sin ninguna
posibilidad de sobrevivir. De repente, divisa a lo lejos el campamento de unos
beduinos. Lo alcanza y, poco tiempo después, llegan también sus perseguidores.
No pueden hacerle nada, porque la ley de la hospitalidad considera sagradas a
las personas acogidas bajo una tienda. El jefe del campamento, no sólo le acoge
en la suya, sino que, además, le ofrece agua abundante para calmar su sed, le
prepara un banquete para que tome fuerzas y le unge con aceites perfumados para
sanar las quemaduras del sol y refrescarle. Estas imágenes sirven para hablar de
nuestra relación con Dios: Nos guía, nos protege, nos alimenta... Si ya en esta
vida podemos hacer unas experiencias tan fuertes del amor de Dios, el orante
confía en que su salvación no tendrá fin, y podrá habitar en la Casa de Dios por
toda la eternidad». Analicemos, ahora, cada una de las palabras del salmo.
«El
Señor es mi Pastor». El primer verso ya nos dice
que hay que leer todo el poema como una imagen para hablar de la relación entre
el orante y Dios. El título de «pastor» para nombrar a los reyes y guías del
pueblo es habitual en el Oriente antiguo, así como en Grecia y en otros pueblos.
La Biblia lo utiliza varias veces para hablar de Dios, tanto en los libros
históricos como en los proféticos, en los poéticos y en los sapienciales
(Génesis 49, 24; Isaías 40, 11; Salmo 80, 2; Eclesiástico 18, 13; etc.). Dios
mismo, en el capítulo 34 del profeta Ezequiel, se compara a sí mismo con un
Pastor que quiere cuidar, proteger y alimentar a sus fieles. Como los jefes del
Pueblo han sido malos pastores, porque han utilizado a las ovejas en su propio
provecho, Dios se ocupará personalmente de cada una, cubriendo todas sus
necesidades: «Vosotros os bebéis su leche, os vestís con su lana, matáis las
ovejas gordas, pero no apacentáis el rebaño, ni robustecéis a las flacas, ni
vendáis a las heridas, ni buscáis las perdidas... Yo mismo buscaré a mis ovejas
y las apacentaré... Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada,
vendaré a la herida, robusteceré a la flaca, cuidaré a la gorda. Las apacentaré
como se debe». Son imágenes tiernas, que nos hablan de un amor personal de
Dios por su rebaño, que no nos trata a todos por igual, sino que sale a nuestro
encuentro, respondiendo a las necesidades y esperanzas concretas de cada uno.
En
la antigüedad, los israelitas eran pastores seminómadas con un número pequeño de
animales: camellos, burros, gallinas y ovejas. No vivían en casas, sino en
tiendas realizadas con pieles de animales. Hombres y animales dormían bajo el
mismo techo. Hoy los beduinos siguen haciendo lo mismo. No es extraño que
conocieran a cada una de sus ovejas, incluso por su nombre. También las ovejas
reconocían la voz y el olor de su pastor. La parábola que Natán cuenta a David
en el segundo libro de Samuel, capítulo 12, nos puede ayudar a comprender lo que
estamos diciendo: «Había en una ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El
rico tenía muchas ovejas y vacas. El pobre no tenía más que una corderilla que
había comprado. La había criado y había crecido con él y con sus hijos, comía de
su bocado, bebía de su vaso, dormía en su regazo...». El salmo quiere evocar
esa atmósfera de afecto, esa experiencia de confianza, de tranquilidad, porque
se sabe que hay alguien que se interesa por ti, que se preocupa por tu vida.
«Nada me falta». Tanto en Israel como en todo el
Medio Oriente no abundan ni el agua ni los pastos. Pasar hambre y sed es una
experiencia ordinaria cuando se atraviesan los amplios espacios desérticos.
Quien ve los rebaños de los beduinos se extraña de lo extremadamente flacos que
están los animales. En este contexto se comprende lo grande que es poder hablar
de abundancia, afirmar que no se carece de nada. Ciertamente, como escribió
Santa Teresa de Jesús, «Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta».
«En
prados de hierba fresca me hace reposar».
Conseguir hierba en el desierto es ya suficiente para sobrevivir, pero si,
además, la hierba es fresca, el hallazgo se convierte en una fiesta. Después de
un camino árido y polvoriento, la sola vista de un prado invita al descanso. Las
ovejas pueden reposar después de haber comido, en las horas en que el excesivo
calor no permite desplazarse: «Dime dónde apacientas el rebaño, dónde lo
llevas sestear al mediodía» (Cantar de los Cantares 1, 7).
«Me
conduce junto a fuentes tranquilas». El agua no
sólo quita la sed, también limpia del polvo del camino y refresca. El mismo
sonido de la fuente relaja y hace olvidar las fatigas. Pero las fuentes son los
lugares más peligrosos para los rebaños. Tanto los lobos como los salteadores
saben que allí terminan acudiendo a beber y se esconden esperando a sus presas.
El salmo subraya que las fuentes a las que nos conduce nuestro pastor son
«tranquilas», seguras. La Sagrada Escritura usa muchas veces el símbolo de la
sed para hablar del deseo de Dios y del agua para hablar del don del Espíritu
Santo. «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti,
Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios...» (Salmo 42, 2-3). «Os rociaré con
agua pura y os purificaré de todas vuestras impurezas. Os daré un corazón nuevo
y os infundiré mi Espíritu...» (Ezequiel 36, 25ss).
«Y
repara mis fuerzas». Después del cansancio del
camino, el alimento, la bebida y el descanso nos hacen tomar fuerzas para poder
seguir caminando. Literalmente dice: «repara mi aliento», mi alma, entendido
como mi vigor y mi vida también. En algunas ocasiones nos sentimos agotados y
nos parece que ya no podemos más. Es el momento de escuchar las palabras del
Salmo 27: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién
temeré? El Señor es mi fuerza y mi energía, ¿quién me hará temblar? Aunque los
malvados se levanten contra mí... Él me recogerá en su tienda... Aunque mi padre
y mi madre me abandonen, Él me acogerá».
«Me
guía por el camino justo». La experiencia de
caminar acompaña a todo hombre. Nos desplazamos de un sitio a otro y toda
nuestra vida es un camino. A veces equivocamos la senda, porque, como nos
recuerda Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar».
El pastor adapta su paso a la necesidad de las ovejas, va en busca de un lugar
bueno para ellas. Para los hombres, decir esto es confesar que el Señor nos guía
por el camino justo, el único bueno, aunque no lo entendamos inmediatamente. Él
nos lleva al mejor lugar, que nosotros solos no podríamos encontrar: las fuentes
tranquilas, el agua que produce paz y calma la sed más profunda del que la bebe:
«Te guiaré por el camino de la sabiduría, te conduciré por sendas justas»
(Proverbios 4, 11). «Peregrino soy en esta tierra, no me ocultes tus
mandatos... Enséñame, Señor, tu camino para que lo siga». (Salmo 119, 19.
33).
«Haciendo honor a su Nombre». El pastor que cumple
bien su trabajo, que cuida de su rebaño, lo alimenta, lo proteje y lo guía por
los caminos acertados, hace honor a su nombre. «El asalariado, que no es
verdadero pastor ni propietario de las ovejas, cuando ve venir al lobo, las
abandona y huye; y el lobo hace presa de ellas. Se porta así porque trabaja
únicamente por la paga y no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor que
conozco a mis ovejas y cada una de ellas es importante para mí» (Juan 10,
12ss).
«Aunque pase por un valle tenebroso, ningún mal temeré».
El pastor nos da tanta seguridad, que hasta podríamos atravesar con él el
valle tenebroso. La oscuridad del valle da miedo por los peligros que puede
esconder, porque no se ve el camino, por la semejanza entre las tinieblas y la
muerte. Este salmo, para decir «tinieblas», utiliza una palabra rara, que no se
usa casi nunca: «salmawet» y que podríamos traducir por «oscuro como la muerte».
En hebreo, «mawet» significa «muerte». La muerte es evocada para el lector por
la oscuridad del valle y por la palabra con la que se habla de esta oscuridad.
De hecho, la Biblia griega traduce «aún si camino por el valle de la muerte,
no temo, porque Tú me acompañas». Una imagen de gran fuerza para recordarnos
nuestra condición de mortales en un contexto de gran dulzura (grandezas de la
poesía).
«Porque Tú estás conmigo». Hemos llegado al centro
del salmo y a su momento más intenso. La verdadera razón de que yo me sienta
seguro, de que no tenga miedo, de que me atreva a pasar el valle de la oscuridad
y de la muerte es que «Tú estás conmigo». Los prados frescos, el agua
abundante, la protección frente a los enemigos... todo es bueno, pero saber que
Tú caminas a mi lado es lo más importante. «Si te tengo a Ti, ya no necesito
nada de la tierra » (Salmo 73, 25). «Si el Señor está conmigo, no tengo
miedo. ¿Qué podrá hacerme el hombre?» (Salmo 118, 6).
«Tu
vara y tu cayado me dan seguridad». Palestina es
una tierra cálida. Los viajes con el ganado se hacen temprano, antes de que
caliente el sol, o al atardecer, cuando se oculta. Las ovejas no tienen miedo de
extraviarse en la oscuridad, porque se siguen unas a otras y, a lo largo del
camino, oyen el sonido de la vara del pastor que camina con ellas. El cayado,
arma con la que defender a las ovejas de las alimañas, es al mismo tiempo el
signo tierno de la presencia del pastor junto al rebaño, que toca con su punta
los lomos de la que se desvía para reconducirla al redil y, con el ruido que
hace al apoyarlo en el suelo, guía su caminar. Con el sonido del bastón de Dios
en nuestras vidas, no tenemos miedo ni de la muerte. La imagen hace también
referencia al bastón de mando, al cetro de Dios, con el que gobierna todas las
cosas para el bien de su pueblo. El salmo siguiente, el 24, habla del Señor «Rey
de la gloria», y comienza así: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el
mundo y todos sus habitantes». El mismo David era rey y pastor. La
referencia al cayado de pastor y al bastón de mando es riquísima de evocaciones:
Dios salvador, liberador, guía del pueblo, en relación con la salida de Egipto y
la Monarquía.
La
sensación de seguridad y de protección prosigue con la segunda imagen del salmo:
la del señor que acoge un huésped en su casa.
«Me
preparas un banquete frente a mis enemigos». La
palabra usada en hebreo significa «desenrollar», con el sentido de extender unas
pieles de cabra a la puerta de la tienda, para colocar sobre ellas la comida.
Podemos reconstruir la escena: un hombre huye de sus enemigos por el desierto.
Casi imposible salvarse. Improvisadamente, encuentra un beduino que lo acoge en
su tienda. La ley de la hospitalidad era sagrada para los semitas. Cuando
alguien es acogido, invitado a comer, se convierte en intocable. Los enemigos no
se pueden acercar a él. «El Señor hace justicia al huérfano, a la viuda y ama
al emigrante suministrándole pan y vestido. Amad vosotros también al emigrante,
ya que emigrantes fuisteis...» (Deuteronomio 10, 18-19). Abrahán recibió la
promesa definitiva cuando acogió en su casa a unos peregrinos que resultaron ser
enviados de Dios (Génesis 18). «No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a
ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles» (Hebreos 13, 2). Lot
prefiere entregar a sus dos hijas antes que a unos desconocidos acogidos en su
casa (Génesis 19).
«Perfumas con ungüento mi cabeza». El ungir a un
huésped era la mayor manifestación de veneración que se podía tener con él. El
aceite enriquecido de esencias perfumadas da frescor, suaviza la piel. Es éste
un gesto de extremo afecto y consideración para el que llega cansado por el
calor del desierto y las penalidades de la huida. «¡Qué hermoso es que los
hermanos vivan unidos! Es como ungüento perfumado derramado en la cabeza.»
(Salmo 133 1-2). Una mujer de Betania tendrá este gesto con Jesús y él lo
agradecerá a pesar de la incomprensión de los discípulos, llegando a afirmar que
esa mujer sería recordada en todos los lugares donde se predique el Evangelio
(Mateo 26, 6ss).
«Y
mi copa rebosa». La copa que rebosa es,
igualmente, signo de la generosidad con que el huésped es acogido. No recibe
sólo lo necesario. Hay algo de superfluo, de añadido, de generosidad total, en
los actos de Dios. Recordemos, por ejemplo, la narración de la creación. Dios no
hace sólo lo necesario, sino que, además, entrega al hombre ríos con agua
abundante, con oro fino, con piedras preciosas y perfumes (Génesis 2, 10ss). Lo
mismo sucede cuando los israelitas salen de Egipto. Dios no sólo les da la
libertad. Les enriquece también con los bienes y el oro de los egipcios (Éxodo
12, 36).
«Tu
amor y tu bondad me acompañan». Ésta es la imagen
más extraña para los occidentales. Es como si el beduino que me ha acogido en su
tienda y me ha defendido de mis enemigos, me pusiera ahora dos guardaespaldas
que me acompañen de regreso a mi casa. Aquí, los dos acompañantes son una
personificación del Amor y la Bondad de Dios, última referencia del salmo.
Aunque a nosotros pueda resultarnos rara la personificación de cualidades
divinas, en la Biblia es bastante común: «La Salvación está cerca de los que
le honran y la Justicia habitará en nuestra tierra. El Amor y la Fidelidad se
encuentran, la Justicia y la Paz se besan... La Justicia marchará delante de él
y la Rectitud seguirá sus pasos» (Salmo 85, 10ss).
«Todos los días de mi vida». No hablamos de un
acompañamiento pasajero, sino de la certeza de una protección continua, como si
se respondiera a la petición con que concluye el salmo 28: «Salva a tu
pueblo, bendice tu heredad, apaciéntanos y guíanos por siempre».
Las
dos partes del salmo (el pastor que cuida de las ovejas y el señor de la casa
que acoge un huésped bajo su techo) comienzan con una situación de descanso y
terminan con los protagonistas en actitud de caminar. Las ovejas comen, beben y
sestean en el oasis. Después emprenden la marcha, guiadas por el pastor. El que
huía del desierto encuentra la salvación en la tienda del beduino. Allí sacia su
hambre y su sed, se perfuma y, posteriormente, emprende la marcha custodiado por
dos escoltas. Las dos partes del salmo parecen insinuar que nuestra vida es un
continuo andar de la mano del Señor. Cuando lo necesitamos, él nos ofrece
momentos de descanso para restaurar nuestras fuerzas. Cuando nos hemos
recuperado, hay que volver a caminar. Como los discípulos que acompañaron a
Jesús en el Tabor: Después de la Transfiguración tuvieron que regresar al valle.
El Salmo 122, como los otros llamados «salmos de ascensión a Jerusalén», nos
recuerda que siempre somos peregrinos: «¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos
a la casa del Señor!».
El
libro del Éxodo, que nos narra el camino de Israel por el desierto hacia la
Tierra Prometida, se convierte en imagen de nuestra vida: El Señor nos guía y
nos acompaña, nos instruye y nos corrige todas las jornadas de nuestra
existencia, hasta el día en que entremos en el descanso definitivo. El salmo 95
insiste en esta idea, invitándonos a aprender de los errores cometidos por los
israelitas en su caminar por el desierto, para no repetirlos: «Ojalá
escuchéis hoy su voz. No endurezcáis vuestro corazón... como en el desierto,
cuando me tentaron vuestros antepasados... Son un pueblo que no conoce mis
caminos, por eso juré airado que no entrarían en mi descanso». El Antiguo y
en Nuevo Testamento son un testimonio continuo de las ansias que arden en
nuestros corazones de alcanzar la patria verdadera, la definitiva: «Si Josué
les hubiera proporcionado un descanso definitivo, David no hablaría de un
posterior día de descanso. Hay, pues, un descanso definitivo reservado al pueblo
de Dios... Apresurémonos, pues» (Hebreos 4, 8ss).
«Y
habitaré en la casa del Señor por años sin término».
Después de hablar de descansos pasajeros y de caminos largos, se evoca el reposo
definitivo en la casa del Señor, la entrada en el «Sabat» último y eterno, en la
Nueva Jerusalén, tal como canta el Apocalipsis: «Ésta es la Morada de Dios
con los hombres. Habitará entre ellos... Enjugará las lágrimas de sus ojos y no
habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (21, 3ss).
El
desierto es el contexto común a las dos imágenes (el pastor y el beduino). El
que ora este salmo sabe que nada le falta, aún encontrándose en el desierto.
Allí, el creyente redescubre las raíces de toda la historia de Israel: Abrahán y
los demás patriarcas fueron pastores trashumantes por el desierto. Moisés se
preparó en el desierto para su misión y volvió al desierto para acompañar al
pueblo a la libertad. Allí se manifestó el poder de Dios, que «hirió a los
primogénitos de Egipto, sacó a su pueblo como a un rebaño y lo condujo por el
desierto. Los llevó con seguridad hasta la tierra sagrada» (Salmo 78, 51ss).
Por lo tanto, después que el Señor liberó a su pueblo de la esclavitud de
Egipto, lo guió por el desierto, como un pastor conduce a su rebaño. Les ofreció
agua que manaba de la roca y alimento abundante (maná y codornices), los
defendió de las serpientes que los mordían y de los enemigos que los atacaban,
los introdujo en la Tierra Prometida y los acogió como Señor del territorio,
ofreciéndoles descanso en su casa. Esta idea queda recogida en muchos textos de
la Escritura: «Saliste, oh Dios, al frente de tu pueblo, los guiaste por el
desierto... reanimaste tu heredad extenuada y tu rebaño habitó la tierra que tu
bondad les había preparado» (Salmo 68, 8ss). «Te abriste un sendero por
el mar... y guiaste a tu pueblo como a un rebaño» (Salmo 77, 20-21).
El
desierto significa también, para el pueblo, el lugar de la tentación, la prueba,
la murmuración, el pecado, la idolatría y la conversión. El lugar donde se
descubre que Dios perdona siempre y continúa a dar vida, alimento, salud,
victoria. Que da con generosidad porque perdona con magnanimidad. El lugar donde
se puede hacer la verdadera experiencia del encuentro personal con Dios: «La
llevaré al desierto y le hablaré al corazón... Ella me responderá allí como en
los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto... Y te desposaré
conmigo en fidelidad» (Oseas 2, 16).
La
experiencia del Éxodo es revivida siglos después, al retorno del Exilio. El
salmo termina afirmando: «Habitaré en la casa del Señor». Aunque la
tradición lee «habitaré», las consonantes hebreas dicen «volveré», el verbo
usado para la experiencia que sigue a la deportación: «Los haré volver de las
naciones por donde están dispersados» (Zacarías 10, 10. Ver Ezequiel 36,
24ss). La vuelta de la conversión a la comunión. Camino por el desierto,
tentación, pecado, perdón, crisis de fe en el Exilio, retorno a la tierra y
conversión del corazón. Todo este camino evoca el salmo a quien lo lee con una
mentalidad bíblica, a sus destinatarios.
Como
hemos visto, las imágenes del salmo hablan de:
*
Seguridad ante los enemigos y peligros de todo tipo: oscuridad, hambre y sed,
muerte.
*
Con una connotación de máxima abundancia. Los dones de Dios son siempre a la
medida de Dios.
*
Para aquél que ya se sentía dentro de la muerte. Descubrimos la sobreabundancia
del don de Dios cuando ya parecía todo perdido.
El
significado último del salmo sólo lo podemos entender a la luz del Nuevo
Testamento: Jesús es la persona que confía en Dios y camina por sus sendas, aún
en medio de las dificultades, hasta entregarse en la cruz. Por eso, el Padre se
apiada de Él y le devuelve a la vida, sentándole a su mesa, introduciéndole en
su Casa. Al mismo tiempo, Jesús es «el gran Pastor de las ovejas»
(Hebreos 13, 20), «el Supremo Pastor» (1 Pedro 5, 4). «Nosotros éramos
como ovejas descarriadas, pero ahora hemos vuelto a nuestro Pastor y Guardián»
(1 Pedro 2, 25). Él es el Pontífice de la Nueva Alianza, el Camino que nos lleva
al Padre, la Puerta de acceso a la Casa de Dios. Él prepara para nosotros el
banquete de su Cuerpo y de su Sangre, verdadero alimento de inmortalidad. Su
amor es tan grande, que llega a dar la vida por sus ovejas. Con él podemos
atravesar sin miedo el valle de la muerte, porque Él es la Resurrección y la
Vida, Luz que brilla en las tinieblas, Roca que se abre en el desierto para
calmar la sed, Maná que nos alimenta, verdadero Pastor y Rey, que «nos
apacienta y nos conduce a fuentes de aguas vivas» (Apocalipsis 7, 17) y que
nos permite habitar en su casa «por años sin término». El cristiano que
ora con el Salmo 23, está llamado a hacer este camino espiritual, verdadera
síntesis del Antiguo y del Nuevo testamento: dejarse guiar por Dios «en medio de
la noche» y vivir en intimidad con Él, hasta participar en su banquete, «la cena
que recrea y enamora», en palabras de S. Juan de la Cruz.
«¿Dónde
pastoreas, Pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey?
Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo; llámame por
mi nombre, para que yo escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna.
"Muéstrame, amor de mi alma, dónde pastoreas". Te nombro de este modo porque
tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia; de tal manera
que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este
nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo
puedo dejar de amarte a ti, que de tal manera me has amado que has entregado
tu vida por mí? No puede imaginarse un amor superior a este: el de dar la vida
para mi salvación».
(S. Gregorio de
Nisa. Homilía 2 sobre el Cantar de los Cantares)
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