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Petronila, Santa |
Virgen y Mártir
Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio
de Domitila, en la vía Ardeatina, santa Petronila, virgen y
mártir. († s. inc.)
A medida que el hagiógrafo avanza en la familiaridad con
las Vitae Sanctorum y las Actas de los martirios de
los santos comprueba, entre susto y fascinación, los esfuerzos de
escritores anteriores -algunos lo hacen desde los albores de la
historia cristiana- por pasar a la posteridad los modelos de
fe y vida que ellos han visto o cuyas noticias
han recibido oralmente, o quizá tuvieron entre sus manos documentación
anterior que no ha sobrevivido al tiempo. Lo hicieron movidos
por el cariño agradecido a los que supieron ser fieles
y transmitieron el heroísmo de sus virtudes de la mejor
manera que pudieron; con frecuencia estaban por la labor de
dejar en el mejor papel posible al santo protagonista de
su relato y por ello no es infrecuente notar añadiduras
a la personalidad que relatan, aunque sea acumulando dones, milagros
y hechos portentosos que demuestren más y más a quienes
les escuchan o a sus posibles lectores la complacencia de
Dios en sus santos. No fueron mentirosos; no intentaban hacer
historia, o al menos, no se adaptaban al modelo de
historia que hoy pide la crítica; incluso, en ocasiones, fueron
poco respetuosos con ella. Porque lo que pretenden es animar
a la fidelidad a Cristo al tiempo que ponen ante
los ojos de los creyentes a alguien que le entregó
la vida con la coherencia entre las obras y la
fe.
Las inexactitudes sólo son afecto y los anacronismos le
interesan al autor lo que importa un sello de correos
o una bufanda al caracol. No es su cometido la
exactitud en los detalles propia del juez inquisidor; prefieren la
llaneza de ensalzar las apoteosis del amor. Sólo con este
principio es posible acercarse con alegría y temblor a la
lectura de las Vidas y de las Actas para aprender
de personas que triunfaron del egoísmo hasta el fin.
Posiblemente éste
fuera el intento del autor anónimo que dejó por escrito
la vida de santa Petronila llamada también con los nombres
de Perina, Petronela y Pernela. La total carencia de datos
da origen a la historia apócrifa claramente imaginativa que pondera
excelsas virtudes -ésas que intenta poner como paradigma en la
mente de los lectores- y que carga las tintas más
sobre las bondades de las situaciones del entorno que sobre
la misma realidad personal que lógicamente desconoce.
Pues bien; el
tiempo es el siglo primero y el lugar de la
narración, Roma; Petronila está presentada como hija de san Pedro.
Su máximo anhelo es padecer por Jesús que tanto quiso
padecer por ella. Una extraña enfermedad la mete en cama
con agudísimos dolores imposibles de aliviar; pero su semblante alegre
y su actitud llena de optimismo demuestran a todos los
que van a visitarla la aceptación voluntariosa y complacida de
Petronila que, por fin, puede sufrir algo por su Señor.
Se prolonga por mucho tiempo la postración. Entre los creyentes
romanos se empiezan a correr rumores; ¿cómo es posible conciliar
tamaño sufrimiento de Petronila con la actitud permisiva del padre
Pedro, si es verdad que sólo su sombra llegaba a
curar a enfermos, hace unos años, en Jerusalén?, ¿será que
Pedro ha perdido virtud?, ¿será esto una muestra de falta
de cariño?, ¿no deben preocuparse los padres por la salud
de los hijos?... Un día Pedro reúne a una gran
multitud de creyentes en Cristo en su casa y manda
con imperio a su hija: «Petronila, levántate y sírvenos la
mesa». Asombrados y estupefactos contemplan a la dulce joven incorporarse
del lecho y salir dispuesta al cumplimiento del encargo toda
llena de facultades. Terminada su misión vuelve a la cama,
recupera la enfermedad con incremento de sufrimiento y ya no
se restablecerá hasta después del martirio de Pedro.
No ha
hecho mella en su físico el terrible padecimiento soportado, se
han rejuvenecido sus facciones y hasta se diría que se
ha multiplicado la belleza previa a la enfermedad. Ahora dedica
Petronila todas sus energías a la oración y a la
caridad. Parece un hada madrina que con vara mágica va
solucionando problemas de cristianos irradiando continuamente el influjo benéfico ante
cualquier necesidad: pobres, lisiados, enfermos, ciegos, leprosos y todo tipo
de carenciales van a visitarla y salen pletóricos de felicidad.
Por toda Roma corre un inmenso e imparable rumor que
transmite de boca a boca la explosión de la caridad
de Jesucristo patente en las obras de Petronila.
Pero hay
más. Por todo lo relarado, no es extraño el enamoramiento
del joven Flaco que se acerca con gran séquito de
criados y esclavos a solicitar el consentimiento para hacerla su
esposa. La reacción ahora de la virgen es de indecible
sorpresa; pero guarda las formas, agradece al noble joven enamorado
el honor que le hace y pide suave y dulcemente
tres días para reflexionar al término de los cuales debe
Flaco enviarle sus doncellas y criadas para que la acompañen.
Todo
es llanto en Petronila. Jesucristo llena su corazón; no quiere
romper la unidad del amor; sólo a Jesús quiere como
Esposo. Pasa los tres días encerrada, en compañía de Felícula,
dada al ayuno, a continua oración, penitencias y súplicas al
Señor. El último día del retiro llega el presbítero Nicodemus,
le celebró la misa, le dio la Comunión y contempló
cómo moría Petronila al pie del altar consumida de amor.
Las
criadas de Flaco que ya esperaban jubilosas trocaron el cortejo
de nupcial en fúnebre para llevarla a enterrar.
¿Te gustó la
historia de Petronila?
Poco le importaba al autor la diferencia de
edades entre el joven enamorado y la madurez de Petronila,
ni el que fuera hija de sangre de Pedro o
sólo hija espiritual, si lo que quiso enseñar fue la
ejemplar actitud de una mujer cristiana de los primeros tiempos
que supo ser paciente en la enfermedad, que descubrió en
sus padecimientos la ocasión de participar de los redentores de
Jesucristo a quien amó por encima de todas las cosas
y en cualquier situación, que por ello no descuidó la
caridad con los demás, que ese estilo de vida tiene
gran repercusión sobrenatural en el cuerpo social y que fue
enterrada en el cementerio que había en el camino de
Ardi, allí donde luego se construyó una iglesia con su
nombre.
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