Un hombre borracho y perverso tenía un hijo que, a
pesar de los esfuerzos de la madre por guiarlo por el camino del bien,
se dejó arrastrar por toda suerte de vicios y malas compañías. El joven
llegó a ser uno de los peores criminales de su tiempo. Cuando cometió un
horrible asesinato, lo juzgaron y lo condenaron a muerte. Su madre, ya
viuda, sufría más que él por esa situación. Los miembros de la sociedad
en que vivía se sintieron satisfechos por la sentencia, pues pensaron
que se había hecho justicia.
Sin embargo, la madre no desmayó. Al contrario,
solicitó un indulto, pero le fue negado. Cuando fusilaron a su hijo,
ella pidió su cuerpo, pero no se lo entregaron porque era costumbre
enterrar a los ajusticiados en el patio de la cárcel.
Aquella madre pasó muchos años haciendo memoria de su
hijo. Recordaba su sonrisa, su melodiosa voz de niño y su inocencia
infantil, pero nunca llegó a aceptar que era un criminal. Lejos de eso,
antes de su propia muerte la fiel y abnegada madre pidió que la
sepultaran junto a su hijo en el patio de la cárcel. Y en honor a su
lealtad y su amor de madre, le concedieron su petición.
En este mundo no hay amor como el amor de una madre.
Ella lo sufre todo por su hijo. Aunque él sea rebelde, ella le muestra
cariño. Aunque sea perverso, ella le brinda su amor. Y aunque la
sociedad lo juzgue y lo condene, ella tiene siempre la esperanza de que
su hijo se volverá de su mal camino.
Con todo, el amor de la madre no puede compararse con
el amor de Dios. La madre quiere tanto a su hijo que hace caso omiso de
su maldad para seguir amándolo, y hay momentos en que no quiere
siquiera saber el monto de sus maldades. En cambio, Dios está tan
consciente de lo vil que es nuestro pecado, que en vez de hacer caso
omiso de él, da su vida en nuestro lugar para salvarnos de las terribles
consecuencias de ese pecado y ofrecernos vida eterna. «Porque tanto amó
Dios al mundo —dice el Evangelio según San Juan—, que dio a su Hijo
unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga
vida eterna.»1
Así como la madre del joven criminal de nuestra historia, Dios también se hizo sepultar entre los malvados2
a fin de identificarse con un ser querido en medio de una prisión. Pero
en el caso de Dios no era por un solo ser querido sino por toda la
humanidad, ni era la prisión de un solo lugar sino de este mundo
pecador. Porque mediante la muerte Él se identificó con todos nosotros
en nuestro pecado a fin de darle muerte simbólica a ese pecado para que
también pudiéramos resucitar con Él y así disfrutar de la vida eterna
que vino a darnos.
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![La Santidad como tarea.](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZRDvl5IyCRc9anzcuUyzPW4gsibT_rjaM07cRsH_UAPbSOlqSOtrZFLw_Y9PrkV5F9mgm0QpXS1c8TMdM6geeuDv3po9boA3j3qSSgmK6FnHB9zbnB0HCbKq1JX4mGR7l5SEV9TtXWD4/s1600/VCarmen%255B1%255D.jpg)
*"Deja el amor del mundo y sus dulcedumbres, como sueños de los que uno despierta; arroja tus cuidados, abandona todo pensamiento vano, renuncia a tu cuerpo. Porque vivir de la oración no significa sino enajenarse del mundo visible e invisible. Nada. A no ser el unirme a Ti en la oración de recogimiento. Unos desean la gloria; otros las riquezas. Yo anhelo sólo a Dios y pongo en Ti solamente la esperanza de mi alma devastada por la pasión"
martes, 15 de mayo de 2012
JUNTOS EN EL SEPULCRO
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