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Pio Campidelli, Beato |
Los santos son como flores, hay rosas que se muestran
bellamente en mayo, en los jardines y sobre las terrazas;
hay violetas escondidas que hacen sentir su suave olor. Una
de estas es el beato Pío Campidelli.
Es el tercero de
cinco hijos; nace en Romagna, en Trebbio de Poggio Berni,
el 29 de abril de 1869 con el nombre de
Luis, llamado después familiarmente Luisito. El bautismo lo recibe el
mismo día en que ha venido a la luz. Los
padres José Campidelli y Filomena Belpani son campesinos. Es una
familia tranquila dedicada al trabajo de los campos, temerosa de
Dios. Con ellos vive también el tío Miguel, llamado “Bertoldo”,
al cual de vez en cuando dice alguna blasfemia. Luisito
siente escalofríos y reza por él; también en el convento
rezará muchas veces por el “tío Bertoldo” y el Señor
le dará la alegría de saber que el tío no
blasfema más.
Participa en las fiestas de la cosecha; va con
la familia a misa el domingo y habla con la
mamá de la predicación que apenas han escuchado. A los
5 años recibe la confirmación y a los 10 la
primera comunión. Es un muchacho como los otros, pero muy
bueno. Ora mucho, por todos, por el abuelo muerto cuando
él tenía seis años. Va a misa todos los días,
haciendo cinco kilómetros a pié; tornado a casa da catecismo
a los compañeros. Alguno lo critica juzgándolo demasiado mojigato, la
mayoría lo aprecia e lo tiene en grande estima. Sobretodo
la mamá se ocupa de estas buenas inclinaciones, lo sostiene
y pide consejo al hermano sacerdote Don Felipe. Se muestran
contentos y observan.
Mientras tanto llegan al pueblo para dar misiones
los pasionistas del vecino Santuario de la Virgen de Casale
en S. Arcángel. Luisito tiene 10 años, va a escuchar
junto con la mamá y queda atraído. Una voz interior
le dice que debe hacerse pasionista y el acepta con
alegría. Confía su deseo al padre superior, pero desgraciadamente su
solicitud no puede ser aceptada antes de los 14 años.
El
dos de mayo de 1882 parte para el convento; el
mismo mes viste el hábito religioso. Solo seis meses estará
lejos de su tierra como novicio en San Eutizio de
Soriano en la cumbre. Regresará después a Casale por los
estudios iniciales y teológicos en preparación al sacerdocio. Es un
novicio y un estudiante modelo, se hace apreciar por su
profundo recogimiento, su modestia, la obediencia, la compostura exterior e
interior. Es muy devoto de la Virgen.
Desgraciadamente, para él que
es constitución débil, en 1888, aparecen los primeros síntomas de
la tuberculosis, que lo llevará a la muerte. Es la
enfermedad de muchos jóvenes santos. Pío acepta morir con dócil
obediencia a la volunta de Dios, “ofreciendo la propia vida
por la Iglesia, por el Papa, por la Congregación, por
los pecadores, por su querida Romagna”
Saluda a la mamá que
va a encontrarlo con estas simples palabras: “¡Ánimo mamá, nos
encontraremos en el paraíso!” Muere en un éxtasis de amor
el 2 de noviembre de 1889 a los 21 años
y medio. El 17 de noviembre de 1985 Juan Pablo
IIº con una ceremonia trasmitida en mundo visión lo ha
declarado beato y dijo de él:
“En el año internacional de
la juventud es elevado a la gloria de los altares
el hermano Pío de San Luis, un joven que, como
“sal deliciosa”, ha dado la vida por su tierra, por
su pueblo. El hermano Pío ha encontrado el valor fundamental
de su vida religiosa en el don de sí mismo.
Este rasgo esencial de su fisonomía interior aparece en su
testimonio especialmente en el momento de la muerte, cuando, con
plena conciencia de su próxima consumación se ofreció para cumplir
perfectamente su sacrificio conformándose a la voluntad de su Dios.
Desde pequeño había percibido su atracción a la oración, a
la liturgia, a la instrucción religiosa y, sostenido del buen
ejemplo de la familia, se adhirió con entusiasmo. Una vez
entrado en la Congregación de los Pasionistas encontró el clima
favorable para desarrollar su aspiración dominante de vivir en unión
con Dios en el íntimo de sí mismo y para
prepararse a implicar a los otros en esta experiencia apasionante
en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Pero no pudo llegar
al sacerdocio porque Dios lo llamó a la edad de
21 años. En el voto particular de los Pasionistas de
hacer memoria continua de la pasión, muerte y resurrección de
Jesús, el supo implicar totalmente su propia vida, realizando así
la misión de la vocación específica de su familia religiosa.
Provenía de gente pobre, tenía salud frágil, inteligencia normal; pero
no tenía como infortunada, ni sintió como frustración su pobreza
ni sus límites; más bien realizó el máximo de sí.
Así fue verdadera <> para cuantos lo
conocieron en vida y continúa siendo <> para cuantos se
acercan al luminoso testimonio de su ejemplo”
Es la verdadera santidad
de lo cotidiano. La santidad extraordinaria de una vida ordinaria.
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