“Os
digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y
después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer:
temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la
gehenna; sí, os repito: temed a ése”. (Lc 12,4-5). Como sabemos aquel
que tiene poder para enviarnos al infierno es el maligno.
misticismo.
(De místico2 e -ismo).1. m. Estado de la persona que se dedica mucho a
Dios o a las cosas espirituales. 2. m. Estado extraordinario de
perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta unión
inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente
de éxtasis y revelaciones. 3. m. Doctrina religiosa y filosófica que
enseña la comunicación inmediata y directa entre el hombre y la
divinidad, en la visión intuitiva o en el éxtasis
Los contemplativos: glaciares de vida
En
la Iglesia hay una vocación particularmente atenta a esta mirada sobre
Dios y a este dejarse mirar por Él, que la Iglesia nos señala en esta
festividad de la Santa Trinidad. Los monjes y las monjas contemplativos
son, en sus respectivos claustros, quienes nos recuerdan radicalmente al
resto de los cristianos la Belleza de Dios y nuestra vocación última de
abismarnos en Él para poder testimoniarle de mil modos.
Queridos amigos y hermanos: paz y bien.
Andaba
yo con un grupo de niños. Ellos pensaban que los ríos se llenaban de
agua con algún grifo escondido, qué sé yo en qué lugar. Aquellos niños
no imaginaban la realidad, o quizás nunca la habían visto, porque tal
vez nadie se la había mostrado. Y tuvimos que explicarles cómo el grifo
tiene forma de glaciar, en las cumbres nevadas más altas, o en los
arroyos discretos que se esconden en las entrañas de nuestras montañas.
Fue preciosa aquella catequesis sobre la naturaleza en la que Dios mismo
se nos narra. Vio Dios lo que había hecho, y lo encontró bueno, lo
encontró bello. Es la canción inocente de la creación que da testimonio
así de la firma de autor de su Creador. Esta anécdota la retomamos
enseguida.
Me
viene este recuerdo precisamente ante el domingo en el que celebramos
la fiesta de la Santísima Trinidad, que como decía con humor San Juan de
Ávila, es el “santo” que más devoción da. La vida íntima de Dios, el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nos permite que podamos
contemplarnos como en un espejo, es decir, quiénes somos en verdad los
cristianos, la Iglesia. La Trinidad no es un teorema complicado de
aritmética teológica, sino el rostro reluciente y el hogar habitable que
anhela nuestro corazón, el corazón del único ser creado a imagen y
semejanza de su Creador.
Precisamente,
porque nuestras vidas no siempre reflejan nuestro origen y nuestro
destino en Dios, es decir, porque en tantas ocasiones la historia humana
se ha asemejado a cualquier cosa menos a Dios, porque demasiadas veces
nuestras ocupaciones y preocupaciones desdibujan o incluso malogran la
imagen que nuestro Creador dejó en nosotros plasmada, justo por eso
necesitamos volver a mirar y a mirarnos en Dios.
La
fiesta de este domingo y las lecturas bíblicas de su misa, nos permiten
reconocer el rasgo de la imagen de Dios a la cual debemos asemejarnos:
Dios no es solitariedad. El es comunión de Personas, Compañía amable y
amante. Por eso no es bueno que el hombre esté solo: no porque un hombre
solo se puede aburrir sino porque no puede vivirse y desvivirse a
imagen de su Creador. Se rompería su razón de ser, su secreto más amado.
Vuelvo
a retomar la anécdota del principio. En la Iglesia hay una vocación
particularmente atenta a esta mirada sobre Dios y a este dejarse mirar
por Él, que la Iglesia nos señala en esta festividad de la Santa
Trinidad. Los monjes y las monjas contemplativos son, en sus respectivos
claustros, quienes nos recuerdan radicalmente al resto de los
cristianos la Belleza de Dios y nuestra vocación última de abismarnos en
Él para poder testimoniarle de mil modos. Ellos representan las huellas
vivientes de la Santa Trinidad al tiempo que nos recuerdan a todos que
también nosotros estamos llamados a serlo desde nuestra vocación
específica.
La
palabra creadora de Dios que los contemplativos escuchan en su silencio
monástico, es la misma palabra que quienes son llamados a una vocación
apostólica anunciarán en los caminos; la presencia amiga y
misericordiosa de la Trinidad que ellos adoran y celebran en su soledad
claustral, es la misma presencia que otros deberán anunciar como buena
noticia en las encrucijadas del mundo. Unos y otros formamos parte de la
misma Iglesia de comunión, pero unos y otros nos ayudamos siendo lo que
debemos ser en nuestro surco concreto.
Los
contemplativos son en la Iglesia como los glaciares, o como los
pequeños ríos que se deslizan dentro de las montañas. Silenciosos, no
dejan de regalarnos su agua con discreción, haciendo fecundos nuestros
valles. Rezan por nosotros y alaban al Buen Dios, ofreciendo sus vidas
por la gloria del Señor y la bendición de la Iglesia y la humanidad. Es
un regalo poder contar con las hermanas que llenan nuestros monasterios
en la Diócesis. Damos gracias por ellas y con ellas, a la Santa
Trinidad. Recibid mi afecto y mi bendición.
+++
El
escándalo es un pecado terrible, al que pocos le dan su debida
importancia y día a día, vivimos empapados de escándalos, que nos
suministran en dosis generosas todos los medios de comunicación,
presentándonos como natural y corriente las deleznables y reprobadas
conductas de famosos, famosillos, políticos y señoras dedicadas al
protagonismo que otorga la política, incluidas tanto las de unos
partidos de izquierda, como las de derecha. El Señor fue duro en sus
palabras, para aquellos que fomentaran el escándalo y dijo: ¡Ay del
mundo por los escándalos! Porque no puede menos de haber escándalos;
pero ¡ay de aquel por quien viniere el escándalo! Si, pues, tu mano o tú
pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti; más te vale
entrar en la Vida manco o cojo que, con las dos manos o los dos pies,
ser arrojado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecado,
sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo
que, con los dos ojos, y ser arrojado a la gehena del fuego”. (Mt
18,6-9).
+++
Dios mío, quiero verte
Tengo urgencia. Una tremenda necesidad de verte.
Dicen cosas. Dicen que eres un absurdo o que no eres en absoluto.
Que vas de aquí para allá, sin norte, pregonando la ciencia-ficción
de la teología y de la otra mejilla. Desquiciado
de amor en plan ente masoquista. Dicen. Crucificado.
No puede ser un Dios tan impertinente.
Raro hasta la médula de la historia o del chiste laicista.
Dicen que no eres nada. Nadie. Apenas un deseo
abstracto, una chifladura inexistente.
Dicen que no dicen nada. Porque el caso
es que yo tengo verdadera urgencia de verte.
Que digan. Dime. Dame un reojo de tu mirada.
Ven. Voy. Vienes. Lo sabes. Corren rumores,
pero es cierto: sin ti no valgo una mierda metafísica.
Me confieso millones de veces al día. Y te desprecio
a la vuelta de la esquina. En cualquier fantasía. Y me resucitas
con tu cuerpo, sin dar crédito a los humores de mi vida.
Como nuevo. Tu sangre es un buen detergente. Una vitamina
tan colosal que no me reconocen ni los mismos demonios.
Pero dura poco la eternidad. En mí no dura
ni un ápice de algo. Nada. Soy una intermitencia
que pierde la gracia de tu rostro a cambio de sombras.
Soy el cuerpo del delito y soy el principal sospechoso de tu agonía.
Sin rodeos. Aquí me tienes. Postrado en el silencio de mis palabras.
Peco. Pequé contra el cielo y contra ti, y derrocho el amor entre los cerdos.
Espera. Quiero verte. No me dejes. Deja que el poema se arrodille
justo aquí, en este verso que te adora y canta con tan poca destreza su fe.
Y absuelve, oh Dios, mis sueños de la tristeza.
.
+++
La contemplación
Pues bien se equivocan de cabo a rabo, todos tenemos en nuestra lucha asceacute;tica personal la obligación
de avanzar, porque en la vida espiritual, no avanzar es retroceder y
podemos y debemos de luchar por alcanzar la contemplación.
El Señor nos dejó dicho: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”.
(Mt 5,48). Ateniéndonos a este mandato del Señor, que es mandato de
fuerte expresión imperativa y no es una recomendación, hemos de tener
presente que para el Señor, no es más perfecto el que se comporta de un
modo irreprochable, el que cumple cuidadosamente de cumplimentar sus
ordenadas practicas de piedad, sino aquel que más ama. Y esto por la
sencilla razón de que Dios es amor y nada más que amor, Él quiere
nuestro amor, lo busca desesperadamente y cuando un alma se lo ofrece,
ella pasa a ser su predilecta, su elegida. Santa Teresa de Lisieux
escribía: “Solo el amor es fuente de crecimiento; solo él es fecundo;
sólo el amor purifica profundamente el pecado. El fuego del amor
purifica más que el fuego del purgatorio”. “¡Que importan las obras!
-exclamaba la santa carmelita de Lisieux- El amor puede suplir una
larga vida. Jesús no mira el tiempo, porque es eterno. Solo mira el
amor”. Y la lucha, el anhelo de conseguir la contemplación, que es el
vértice la cúspide de la pirámide oracional, es la más pura expresión de
amor que podemos ofrecerle al Señor.
La oración contemplativa, es la más pura expresión
del amor del alma humana al Señor, es el medio de alcanzar la
contemplación. Nosotros estamos obligados a luchar para obtener el
estado de contemplación, y este es imposible alcanzarlo, si no es por
medio de la práctica de la oración contemplativa. Nunca podremos obtener
la contemplación, si previamente hemos renunciado a luchar por obtener
la oración contemplativa. Por lo tanto hemos de luchar para obtener la
oración contemplativa y dadas sus dificultades, no estamos autorizados
para tirar la toalla, diciendo: Como es un don que Dios da, no me lo
querrá dar a mí, no seré digno de ese preciado don: Dios termina dando
siempre lo que reiteradamente se le pide en el orden espiritual, y sino
ahí tenemos el ejemplo de la parábola del juez inicuo. (Lc 18,1-8).
¿Pero que es la contemplación? Es el más perfecto
estado de unión de amor con Dios que un alma puede alcanzar en esta
vida. Para San Juan de la Cruz, contemplar es sumergirse en la mayor
profundidad de sí mismo y ahí encontrarse con Dios. El alma en
contemplación es, para el santo Doctor, como el pez inmerso en las aguas
del espíritu, dejándose envolver por las tinieblas para penetrar en el
abismo de la fe. Se trata de reducir al silencio, al hombre sensorial y
racional para que uno pueda realmente vivenciar la fe en Dios presente,
de modo que el supremo acto de fe, de esperanza y de amor se confundiría
con el supremo acto de contemplación. En el sentido estricto de la
palabra, -según Thomas Merton- la contemplación es un amor sobrenatural y
un conocimiento de Dios sencillo y oscuro, infundido por Él en lo más
elevado del alma, de modo que le proporciona un contacto directo y
experimental con Él.
Más de una vez, a la contemplación -escriben
Francis Kelly Nemeck y María Teresa Coombs- se la compara
equivocadamente con una especie de “euforia espiritual” donde uno
adquiere un conocimiento exacto de quién es Dios, acompañado de una
sensación clara de su presencia inmediata. Esto no es correcto, Dios no
puede ser abarcado por nada sensible o intelectual. La contemplación es
ese salto en la fe por el que encontramos a Dios más allá de todo lo
perceptible y por su misma naturaleza es purificante. En la
contemplación permanecemos en el misterio siempre disponible a ser
llevados por Dios a través de caminos que no conocemos
La contemplación, es una experiencia que no se
puede enseñar. Ni siquiera se puede explicar claramente. Solo puede ser
indicada, sugerida, evocada, expresada con símbolos. Cuanto más se
intenta analizarla objetiva y científicamente, tanto más se la vacía de
su contenido real, ya que esta experiencia está más allá del alcance de
las palabras y los razonamientos
El rezo y concretamente la oración
contemplativa es la que nos transportará a la contemplación. Salvo el
caso del don de la contemplación infusa, en la generalidad de las almas,
estas solo llegan a la contemplación por medio del paso previo de la
meditación. Pero no pensemos que un alma que ha alcanzado la oración
contemplativa ya no ora vocal o mentalmente, no muchísimo menos, nunca
se abandonan los demás medios de oración, no se trata de una escala
excluyente, todo lo que nos lleve al amor del Señor no debemos de
desaprovecharlo. En la oración vocal empleamos para rezar la palabra,
en la oración mental o meditación, empleamos la mente y en la oración
contemplativa empleamos el corazón, y es el Señor el que pone todo lo
demás. Para muchos cristianos occidentales, rezar consiste en ocuparse
con atención de ciertos pensamientos piadosos. Para el oriental rezar no
es pensar o reflexionar, sino sentir, experimentar interiormente, vivir
una realidad espiritual.
El camino que lleva a la oración contemplativa es
arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con perseverancia
exige esfuerzo y puede cansar. Son pocos los que logran alcanzar la
cumbre de la contemplación. Pero más reducido aún es el número de los
que llegan a disfrutar en plenitud la maravillosa experiencia de una
profunda e íntima unión con Dios. Para alcanzar este estado espiritual,
el silencio juega un papel fundamental, silencio exterior y silencio
interior de nosotros mismos. Dios nos hablará siempre en el ruido del
silencio y difícilmente se nos manifestará, dentro de una oración
discursiva, sea esta vocal o mental, máxime cuando en la mayoría de las
veces la oración discursiva es mecánica pues no ponemos atención en lo
que rezamos. Cuanto más denso sea el silencio interior tanto más fácil
es penetrar en nuestra profundidad donde mora Dios. Aquí radica la
exigencia de callar, mirar y escuchar con un creciente deseo de amor. El
amable semblante del Señor, está oculto en la más profunda intimidad
del corazón. Hay que sumergirse en esa hondura. Solo a quien logra
llegar al fondo se le puede revelar el Señor. Si quieres encontrar un
modelo contemplativo, -escribe Jean Lafrance- ponte al lado de tu perro;
te aseguro que te iluminará de manera sencilla, sobre lo que Dios
espera de tí en la oración.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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ORACIÓN CONTEMPLATIVA EN GENERAL
El tema es muy extenso, por lo que vamos a
trocearlo: En esta primera parte nos ocuparemos de las consideraciones
generales sobre este tema; en la segunda parte nos ocuparemos de la
oración contemplativa practicada en la Iglesia latina u occidental; y en
la tercera parte nos ocuparemos de la oración contemplativa en la
iglesia oriental cristiana.
Empezaremos diciendo, que la oración contemplativa
es la más perfecta forma de orar, pues dado que nuestra última finalidad
es la integración en la Luz divina, la oración contemplativa es el
medio que más nos facilita este fin, al llevarnos a la contemplación de
esa Luz divina. Esta clase de oración es conocida con diversos nombres,
quizás como consecuencia de que todos somos criaturas diferentes y
tenemos unos distintos caminos apropiados para llegar a Dios. Por ello
esta oración que siendo siempre la misma, resulta que es la más dispar
en su forma de realización, aunque se practica siempre con la misma
finalidad, se la conoce con los nombres de: oración afectiva, oración
del corazón, oración de Cristo, oración de fe, oración de Jesús, oración
de quietud, oración de unión, oración del silencio, oración mística, u
oración simplificada. Todas estas denominaciones, resaltan cada una de
ellas, determinados aspectos de esta clase de oración.
Dios quiere, que todos nosotros intentemos orar con
el corazón, es decir que accedamos ya aquí en la tierra, a la
contemplación de la Luz divina, mediante la práctica de la oración
contemplativa; esta es la clase de oración a la que cualquiera otra
(vocal, privada o litúrgica, y meditación) debería conducirnos, y la
clase de oración que más eficazmente contribuirá al crecimiento de la
gracia divina en nuestras almas.
La práctica de la oración contemplativa, es la
disciplina por la cual comenzaremos a ver a Dios en nuestro corazón. No
lo veremos con los ojos de nuestra cara sino con los ojos de nuestra
alma. Veremos a aquél que mora en el centro de nuestro ser, de manera
que, a través del reconocimiento de su presencia, le permitamos a Él
tomar posesión de todos nuestros sentidos. Por la oración contemplativa o
del corazón, nos despertamos al Dios que está en nosotros y lo dejamos
entrar en nuestros latidos y en nuestra respiración, en nuestros
pensamientos y emociones, en nuestro oído, tacto y gusto. Al estar de
este modo despiertos a este Dios, nosotros entonces podremos verlo en el
mundo que nos rodea. Tal como escribe Henry Nouwen: “El gran misterio
de la vida contemplativa no es que veamos a Dios en el mundo, sino que
el Dios que está dentro de nosotros, reconozca al Dios que está en el
mundo”.
Dada por un lado, la singularidad de la persona
humana, es decir, la distinta forma en que cada una de ellas vive su
estado de contemplación, y por otro lado, el sentido de intimidad con el
Señor, que se adquiere cuando se alcanza esta meta, es difícil dar una
definición de lo que es la oración contemplativa, ya que cada alma tiene
una experiencia distinta. La oración contemplativa, al igual que la
contemplación, tal como antes decíamos, es una experiencia que no se
puede enseñar. Ni siquiera se puede explicar claramente. Solo puede ser
indicada o sugerida, a través de rasgos y caracteres generales que en
cierto modo la identifican.
Por ello, es verdad que definir la contemplación,
es una tarea muy complicada, dado que cada alma se relaciona con Dios de
forma diferente. El Catecismo de la Iglesia en su parágrafo 2709 se
pregunta ¿Qué es esta oración? Y se contesta diciendo: “¿Qué
es esta oración? Santa Teresa responde: "No es otra cosa oración
mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces
tratando a solas con quien sabemos nos ama" (vida 8). La contemplación
busca al "amado de mi alma" (Ct 1, 7; cf. Ct 3, 1 - 4). Esto es, a Jesús
y en El, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo
del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y
vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la
mirada está centrada en el Señor”.
La oración contemplativa, tal como ya antes hemos
señalado, es aquella que es propia de las almas que han llegado a un
estado de contemplación y que ya aquí en este mundo caminan con paso
firme hacia una perfecta unión con Dios, porque ya han alcanzado a
encontrar al Dios Trinitario dentro de su ser. Diversos autores
espirituales, dan unas definiciones en la que se resalta algunos de los
aspectos o rasgos de esta clase de oración. Así por ejemplo Thomas
Merton escribe: “Por la oración del corazón u oración contemplativa,
buscamos a Dios mismo en las profundidades de nuestro ser, y lo
encontramos allí invocando el nombre de Jesús en fe, admiración y amor”.
La necesidad de que el alma tenga un silencio
exterior para alcanzar el silencio interior necesario para escuchar al
Señor, es un rasgo fundamental en la oración contemplativa por lo que se
puede decir, que: Orar es callar, mirar y desear amar, y solo se llega a
esta conclusión cuando se comienza a tener conciencia, de que el Amor
es el todo, y todo lo preside, pues como dice San Juan: Dios es Amor y
solo Amor.
En la oración contemplativa, el alma no razona
acerca de Dios, sino que se queda a solas con Dios en silencio. Se entra
en una comunión de amor con el Dios Uno y Trino. Y es una comunión que
no puede lograrse a base de técnicas, ni puede lograrse con esfuerzo de
la voluntad, pues la contemplación es un don de Dios, y como todo don de
Dios, es dado por Él a quién quiere, cómo quiere y cuándo quiere. Eso
sí: hay que tener la firme y perseverante voluntad de desearla y
buscarla, sabiendo que el recibirla depende sólo de Dios. Recalco lo de “firme y perseverante voluntad”, porque para el progreso en la vida espiritual, los fervorines de un momento no sirven para nada.
Para comprender la naturaleza de la oración
contemplativa, hemos de partir de la realidad de que Dios Trinitario
inhabita dentro de nosotros y que hemos de orar hacia dentro, no con
palabras sino con el silencio dejándonos llevar por los impulsos del
Espíritu Santo. A estos efectos escribe Jean Lafrance: “El Señor no
viene a nuestro encuentro desde fuera, sino que actúa como un mendigo de
amor que nos llama desde dentro. El Espíritu Santo gime en el fondo de
nuestro corazón y espera la liberación de un nuevo nacimiento”. Espera
nuestra conversión y si esta ya se ha realizado, sigue esperando nuestra
próxima conversión, porque el avance en la vida espiritual está
compuesto por una cadena de conversiones, que nos llevarán de una a otra
conversión, a una mayor purificación, purificación esta que a su vez,
poco a poco nos irá uniendo al Dios Trinitario que esperamos.
Si el reino de Dios está dentro de nosotros como
dijo Jesucristo, para percibir algo de ese reino es necesario que
penetremos en nuestro interior. Porque es más fácil percibir a Dios en
mí, en mi propio interior, que en las cosas materiales que existen fuera
de mí.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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Una escucha edificante - El
Evangelio de este domingo nos pone precisamente ante ese juego de la
libertad en la cual se cifra nuestra calidad oyente del Señor que nos
habla
En la gran exhortación bíblica que atraviesa toda
la Escritura Santa, se nos invita a escuchar a Dios: "Escucha, Israel"
..."Este es mi Hijo bienamado, escuchadle". El que hizo las cosas
diciéndolas: "Dijo Dios, hágase", las rehace a través de la palabra
redentora de su propio Hijo. No es por tanto una cuestión secundaria lo
de escuchar a Dios, y por este motivo la Iglesia nos convoca para
escuchar juntos los hablares del Señor cada domingo.
Nos dice el libro del Deuteronomio que Dios pone
ante nuestros ojos una bendición y una maldición (Deut 11,18-28), como
para indicarnos que en la realidad en la que nuestra vida se desenvuelve
hay siempre una gran cuestión: cómo se sitúa nuestra libertad. Y es
aquí donde encontramos una llamada de atención que examina en definitiva
nuestra actitud oyente. Porque podemos escuchar de tantos modos a este Deus loquens,
un Dios que tiene boca y que sabe y quiere hablarnos. Podría sonarnos
en el oído la letra de su voz e incluso saber tatarear la música
escondida en su relato, y aprendernos de carrerilla incluso alguna
oración: "Señor, Señor...", como irónicamente nos dice el Evangelio. Y a
pesar de todo ello, permanecer sordos a lo que hablándonos Dios nos
quiere dar, hacer, alertar, confirmar o reprender.
El Evangelio de este domingo nos pone precisamente
ante ese juego de la libertad en la cual se cifra nuestra calidad oyente
del Señor que nos habla. Y viene a preguntarnos plásticamente sobre qué
firme edificamos nuestra vida, a qué, a quién y cómo entregamos nuestra
entrega cuando nos damos. Si lo que es importante en nuestra vida como
es el amor, los ensueños, aquello en lo que nos empeñamos o lo que
guardamos como recuerdo, lo construimos sobre una arena movediza que no
tiene fundamento, es arriesgarse irresponsablemente a que nuestra vida
sea fatalmente vulnerable, insulsa, vacía, sin significado y víctima de
la improvisación o de cualquier desaprensivo ataque.
Escuchar al Señor es edificar sobre la roca,
caminar en la compañía de su Palabra que no s da la vida, que nos
ilumina en las cañadas oscuras, que en medio de las tormentas nos
pacifica, que es capaz de ablandar nuestra dureza de corazón, y con su
verdad nos salva de la mentira. Pero este tipo de escucha honda y
sincera, es la que traduce a la vida concreta lo que ha escuchado de los
labios de Dios: no os contentéis con oír la Palabra, sino poned por
obra lo que habéis escuchado. Lo que decimos con los labios no lo
contradigan nuestras obras, y que éstas sean el fiel reflejo de lo que
hemos oído al Señor. 06. III. 2011
Comentario al Evangelio del domingo, noveno del tiempo ordinario (Mateo 7, 21-27).
+++
Oración contemplativa en la Iglesia occidental.
Ya hemos tratado anteriormente de las dificultades
que plantea este tema, máxime si tenemos presente que ni siquiera
podemos llegar a definir con exactitud que es la oración contemplativa.
Solo con carácter genérico se puede decir que es aquella clase de
oración, cuya práctica nos abre el camino, aquí en esta vida terrenal,
para un encuentro con el Dios Trinitario, que inhabita en nuestro ser,
si es que vivimos y estamos en estado de gracia divina.
Decíamos al final de la última glosasobre este tema
de la oración contemplativa que: Si el reino de Dios está dentro de
nosotros como dijo Jesucristo, para percibir algo de ese reino es
necesario que penetremos en nuestro interior. Porque es más fácil
percibir a Dios en mí, en mi propio interior, que en las cosas
materiales que existen fuera de mí.
Escribe Jean Lafrance: “Es verdaderamente
importante encontrar a Dios Trinitario en nuestro interior donde
permanentemente nos está aguardando, y para ello hemos de ser
conscientes de que vida trinitaria es la esencia misma de la oración
contemplativa. Orar es tomar conciencia de las nuevas relaciones que
existen entre las Personas de la Trinidad y cada uno de nosotros, es
dejarse arrastrar por el movimiento mismo de la vida trinitaria”.
Y la pregunta surge de inmediato: ¿Y
cómo se puede conseguir esto? Para encontrarnos con el Señor, en nuestro
interior, hay que viajar hacia dentro, porque solo el hombre interior
puede entrar en comunicación con el Señor. Los que viven permanentemente
en la periferia del alma, difícilmente llegarán a posesionarse del
misterio viviente de Dios. Pero, ¿qué es la periferia del alma?…. Son
los sentidos exteriores, la fantasía, la imaginación, que perturba la
percepción de las realidades interiores. Para que Dios pueda
manifestarse en nuestro interior, hemos previamente de limpiar ese
interior de todo, absolutamente de todo.
Santa Teresa de Jesús nos dice, que:
“Hay que buscar a Dios en lo interior, ya que se haya mejor y más a
nuestro provecho, que buscándolo en las criaturas, pues tal como dice
San Agustín, él le halló después de haberle buscado en muchas partes. Y
no penséis, que se le haya por el entendimiento adquirido, procurando
pensar que Dios se haya dentro de sí mismo, por medio de la imaginación,
imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente manera de meditación,
porque se funda sobre la verdad, que lo es estar Dios dentro de nosotros
mismos; más no es esto, ya que esto cada uno lo puede hacer (con el
favor del Señor se entiende todo). Más lo que digo es buscarlo de
diferente manera”.
Es decir, Santa Teresa, nos viene a
señalar, que es a las razones del corazón a las que hemos de atender,
por mucho que nuestro entendimiento nos atosigue con sus razonamientos. A
Dios le encuentran los que le buscan con el corazón, no con la cabeza;
con el amor, no con el raciocinio.
Muy a menudo tratamos de realizar la
oración, fuera de nosotros y tratamos de crearla a partir de las
palabras o de las ideas, o la buscamos por encima y alrededor de
nosotros, en los gruesos volúmenes que describen las técnicas de la
oración. Mientras intentemos hacer brotar nuestra oración desde el
exterior nunca llegaremos a orar de verdad y sobre todo orar
contemplativamente.
La oración procede de un instinto que
se da en nosotros, no se trata de fabricarlo, se trata de seguirlo.
Cuando dos novios se quieren, encuentran muy pronto las palabras y los
gestos para expresarse su amor. Nuestras relaciones con Dios son también
siempre de amor, especialmente la oración contemplativa y el amor
verdadero, siempre prescinde de las palabras y se alimenta con la
presencia del amado. Esto es lo que hemos de hacer, amar, amar
apasionadamente y en silencio, para que en el ruido del silencio seamos
capaces de escuchar las palabras de nuestro Amado. Es necesario para que
Dios nos otorgue el don de la contemplación, que huyendo del silencio
exterior encontremos nuestro silencio interior, porque orar
contemplativamente es amar y vaciarse interiormente, prescindir de las
oraciones discursivas, por muy bellas y eficaces que nos parezcan,
porque al Señor no se le logra por bellas frases, sino por demostrarle
un apasionado amor mirándole fijamente en el Santísimo y en la quietud
del silencio, decirle en voz baja muy despacio: TE AMO.
Decía San Antonio Abad, que: “La oración
más pura es aquella en la que el monje ignora que está orando; ni
siquiera es consciente de que existe, e indudablemente la oración
contemplativa es la oración más pura posible”. Para que la oración
contemplativa brote del alma humana, y Dios acceda a otorgar a esta alma
el don de la contemplación, han de darse varias circunstancias como
son: el amor, el silencio exterior e interior, la humildad, el desapego
total a las cosas terrenales y la perseverancia. El conjunto de estas
cualidades o circunstancias que han de darse, determinan en el alma que
las posea un elevado nivel de vida espiritual y como no podemos
extendernos aquí en un detenido examen de todas estas cualidades o
virtudes, simplemente aportaremos unas escuetas ideas.
El silencio de Dios, manifiesta Thomas
Merton: “Es la realidad más difícil de llevar al comienzo de la vida de
oración, y sin embargo es la única forma de presencia que podemos
soportar, pues todavía no estamos preparados para afrontar el fuego de
la zarza ardiendo. Es preciso aprender a sentarse, a no hacer nada
delante de Dios, sino esperar y forzarse uno a estar presente frente al
Presente eterno. Esto no es brillante, pero si se persevera, irán
surgiendo otras cosas en el fondo de este silencio e inmovilidad”.
Y dentro de este silencio, hay que
buscar que el mismo se desarrolle sin excitación alguna. La comparación
con la quietud de las aguas del lago, ilustra magníficamente la idea;
solo una superficie tersa, como un espejo, puede reflejar el sol; la
agitación del agua altera la nitidez de la imagen; e, igualmente, la
agitación mental nos impide tener la experiencia de Dios. Si estamos
turbados, si estamos excitados, no acertaremos nunca a ver el rostro de
Dios con los ojos de nuestra alma. Nunca llegarás a orar bien -asegura
Lafrance- si no sabes permanecer largo tiempo frente al misterio de la
Santísima Trinidad. Es preciso dejarse coger en este movimiento de amor
que lleva a Jesús en el seno del Padre. Por eso Cristo te pide con
insistencia que mores con Él: “Que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que ellos sean también uno en nosotros”. (Jn 17,21).
La humildad nos exigirá estar siempre,
en actitud de espera, de estar siempre a la espera del Señor, tal como
un perro está, cuando espera a su amo, porque la iniciativa del
encuentro siempre le corresponde a Él, nunca a nosotros. Nosotros solo
podemos buscar y pedirle que nos otorgue el don de la oración
contemplativa. La humildad es la base y el soporte donde se asientan el
resto de virtudes, sin humildad es imposible acercarse a Dios.
Es imprescindible el vaciamiento de
nuestros deseos y apetitos, no existe otro medio de llegar a Dios, sino
por el camino de la “kénosis” del
vaciamiento y del despojo. Para alcanzar la santidad hay que renunciar a
todo y no hay otro camino, o se toma o se deja. Nosotros realmente
queremos amar y adorar a Dios, pero también queremos guardar un pequeño
rincón de nuestra vida interior para nosotros, donde podamos escondernos
y tener nuestros propios pensamientos secretos, soñar nuestros propios
sueños y jugar con nuestras propias fabricaciones mentales. Al asirnos a
algo creado nos apegamos a ello y convertimos ese algo en un dios. Y
cuando esto ocurre, ¿qué deberíamos hacer para iniciar de nuevo la
marcha adelante? Tenemos que desprendernos, mejor dicho, tenemos que
dejar a Dios que Él, nos desprenda.
La perseverancia, es una victoria sobre
el tiempo. Entraña un reflejo de eternidad Pero en todo caso a primera
vista no parece ser un valor demasiadamente importante, pero resulta que
sin ella, es imposible obtener resultados en cualquier campo de la
vida. “Perseverad en mi amor, orar sin desfallecer”. (Lc 18,1), nos dice el Señor.
Esto es lo que nos recomienda el Señor,
porque Él, tan solo tiene un temor: que queramos sustraernos a su amor.
Esto le dolería infinitamente. Por eso nos suplica que le dejemos que
nos ame, que le permitamos que nos haga participantes de su vida y de
su gloria.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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Oración contemplativa en las Iglesias orientales.
Valentín de San José, es un escritor que ha tratado
muchos temas sobre Santa Teresa de Jesús, y en el se puede leer: “Como
solo Dios, puede dar su amor, solo Dios puede enseñar a orar, ya que
orar es amar”. Y esta es un poco la síntesis de lo que la Iglesia
oriental entiende que es la oración: Orar es amar, y para encontrar a
Dios en las profundidades de nuestro ser, hemos de amar, sobre todo de
amar mucho, porque reiterando lo dicho: “Orar es amar”.
Para muchos cristianos occidentales,
rezar consiste en ocuparse con atención de ciertos pensamientos
piadosos. Para el oriental rezar no es pensar o reflexionar, sino
sentir, experimentar interiormente, vivir una realidad espiritual.
Occidente, generalmente propone (o proponía, porque el acceso a la
oración, hoy suele hacerse hoy en día, por vías diferentes) la
meditación como método de partida, para llegar a la oración
contemplativa, y se nos habla del paso de la meditación, a la
contemplación. San Juan de la Cruz escribe extensamente sobre este tema.
Pero es Santa Teresa de Jesús, la que
trata el tema de una forma más didáctica. Así, al tratar del
comportamiento de las tres potencias del alma en la oración
contemplativa nos explica, que para ella; la memoria es la loca de la
casa que continuamente nos está distrayendo; la inteligencia es una
pelmaza que elabora pesados troncos espirituales que no arden y con los
que es imposible iniciar el fuego del amor; y por último la voluntad es
la que verdaderamente inicia el fuego del amor con jaculatorias e
invocaciones piadosas, que son como pequeñas briznas u hojarascas que
inician el fuego. Lo que nos hace reflexionar, que para encender el
fuego del amor a Dios, porque orar es amar, cuando estamos orando hay
que iniciar este fuego con pequeñas hojarascas que levanten nuestro
fuego de amor a Dios y no nos enfrasquemos con tediosas y largas
oraciones que no nos permiten alcanzar el necesario silencio interior,
para que encontremos a Dios trinitario en la profundidad de nuestro ser.
Para alcanzar este fin, la tradición oriental propone la denominada oración de Jesús (llamada también oración del corazón) popularizada en los últimos años por el conocido libro “El peregrino ruso”, y
que tiene como punto de partida la incesante repetición de una breve
fórmula que contiene el nombre de Jesús, del tipo de: “¡Señor!, Jesús,
Hijo de Dios vivo, ten piedad de mi pecador”, la fórmula empleada debe
de incluir el nombre de Jesús, el nombre humano del Verbo y por este
medio se nos habla, del momento en que la oración desciende de la inteligencia al corazón”. A fuerza de repetir esta jaculatoria, la que sea, nuestro corazón se ablandará para hallar al Dios trinitario.
Los místicos rusos describen la
oración como un descenso de la mente hasta el corazón para permanecer
allí en la presencia de Dios. La oración tiene lugar allí donde el
corazón habla al corazón, es decir donde el corazón de Dios se une con
el corazón que ora, tal como explica Henry Nouwen.
El hermano marista Pedro Finkler, nos
dice que: “Este método, lo adoptaron los místicos rusos y lo
desarrollaron los monjes del Monte Athos, en Grecia. Las bases
filosóficas del mismo radican en la cultura griega y en el pensamiento
teológico de San Gregorio Palamás”. La gran idea de los orientales, es
acompasar la oración con los dos grandes ritmos de la vida humana: el de
la respiración y el del corazón. Se trata de hacer bajar la oración del
espíritu al corazón. Y para ello acuden al principio del la oración
repetitiva, en este caso de una jaculatoria repetitiva, dicha en
silencio y lentamente golpeando nuestro corazón, a fin de que este se
ablande, y permita a los ojos de nuestra alma ver al Dios trinitario que
inhabita en toda alma que vive en estado de gracia.
Pero nunca olvidemos lo ya antes
dicho, más de una vez en las glosas anteriores referidas a la
contemplación y a la oración contemplativa, y es que la contemplación y
por supuesto la oración contemplativa son o es un don de Dios, y como
todo don. Dios lo da al que le parece cuando le parece y como le parece,
nosotros solo podemos suspirar por la obtención de este don y poner de
nuestra parte, todos los medios posibles para mover su Corazón a que nos
lo conceda.
El hecho de ser esto un don de Dios y
el temor de fracasar en la oración contemplativa proviene también de la
opinión corrientemente difundida, de que es un ejercicio difícil o
reservado a los contemplativos, una experiencia interior de la que no
somos dignos o que no vale la pena emprender porque desentona con los
principios modernos de eficacia. Y sin embargo estemos seguros de que es
mucho más difícil, meditar la palabra de Dios que contemplar su rostro.
La dificultad máxima como apunta Santa Teresa reside en acallar a loca
de la casa, mediante el ejercicio de la voluntad en aportar al fuego
pequeñas hojarascas para encenderlo y avivarlo.
Es lamentable que sean muchos los que
tiran la toalla y piensan que la oración contemplativa no es para ellos.
Como siempre ocurre en todas las cosas de la vida espiritual, hay que
ser muy pacientes.
La solución frente a las dificultades
de esta clase de oración, no es, combatir los pensamientos mundanos que
nos asaltan, sino volver suavemente nuestra atención al nombre divino
apenas nos damos cuenta de su presencia de pensamientos mundanos. Así no
nos molestarán ya, aunque los vanos pensamientos sigan mariposeando;
nos contentaremos con verles pasar cual pequeñas nubes blancas por el
cielo.
En los intentos de tratar de alcanzar
la oración contemplativa, se puede tener y de hecho se tiene una
sensación de aridez, proveniente de una simple ausencia de experiencia
sensible y esto no debe de desalentarnos y apartarnos de la oración del
corazón, dándonos la impresión de que no llegamos. El fracaso de
nuestras relaciones con Dios en el plano sensible, es precisamente lo
que nos abre la puerta al verdadero éxito: el de desaparecer a nosotros
mismos, para acoger al que supera todas nuestras facultades y permanece
inalterable, más allá de toda sensación, imaginación y concepto.
El hecho de que no sea difícil, no
quiere decir que no cuesta trabajo. El camino que lleva a la oración
contemplativa es arduo y, por lo general, bastante largo. Recorrerlo con
perseverancia exige esfuerzo y puede uno cansarse. Son pocos los que
logran alcanzar la cumbre de la contemplación. Pero más reducido aún es
el número de los que habiendo alcanzado la contemplación, llegan a
disfrutar en plenitud la maravillosa experiencia de una profunda e
íntima unión con Dios, tal como escribe Pedro Finkler.
Pero tu lector y yo que escribo y todos
los que quieren amar a Dios, contamos con la ayuda del Espíritu Santo
que es el supremo maestro de la oración, y si le secundamos en sus
mociones, Él favorecerá nuestra acción. Así Él nos mantiene en la
perseverancia y en la disciplina, Él nos reconforta, y tiene el papel
del Consolador, en las pruebas que encontraremos en el camino de la
oración.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
18.IX.2009 libertadenreligion.com «El blog de Juan del Carmelo».
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borrascosa mar… “Maestro, dice Pedro, hemos estado toda la noche faenando y no hemos cogido nada , pero puesto que Tú lo dices, echaré las redes.” (Lc 5,5)
"Concédeme
alabarte, Virgen Santa, concédeme alabarte con mi sacrificio concédeme
por ti, solo por ti, vivir, trabajar, sufrir, gastarme, morir" ( San
Maximiliano Maria Kolbe )
en toda belleza está estampada la caricia del Creador
gracias por venir a visitarnos
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