Melquisedec (מַלְכִּי־צֶדֶק / מַלְכִּי־צָדֶק, hebreo estándar
Malki-ẓédeq / Malki-ẓádeq, hebreo tiberiano Malkî-ṣéḏeq / Malkî-ṣāḏeq)
Rey de paz, Rey de justicia, Rey del Mundo (Según
Rene Guenon) (el significado
hebreo del vocablo Melquisedec). En el
Antiguo Testamento, es un notable
sumo sacerdote,
profeta y líder que vivió después del
Diluvio y durante los tiempos de
Abraham. Es considerado señor de la Paz y la Justicia.
Sacerdote y Rey
Según nos cuenta el
Génesis:
"[...] y Melquisedec, rey de Salem, sacando pan y vino, como era
sacerdote del Dios Altísimo, bendijo a Abram, diciendo: -Bendito Abram
del Dios Altísimo, el dueño de cielos y tierra. Y bendito el Dios
Altísimo, que ha puesto a tus enemigos en tus manos. Y le dio Abram el
diezmo de todo."
Génesis 14, 18-20, traducción Nácar-Colunga, 1978 BAC
Los Santos
Padres de la Iglesia, la tradición judía y el Salmo 76 (
Vg 75), 3 identifican a la ciudad de Salem con
Jerusalén.
En el relato este sacerdote-rey hace una breve aparición siendo
sacerdote de Dios, y rey de Jerusalén, lugar donde en el futuro Dios
tomará
morada. Como sacerdote, antes de la institución del sacerdocio levítico, es quien recibe el diezmo debido a Dios.
Como sacerdote-rey, es una prefiguración del mismo
Jesús
que además de ser Profeta, también es Sacerdote y Rey. Y con la
presentación del pan y el vino, marca lo que después será el sacerdocio
instituido por Cristo y que sustituirá al sacerdocio levítico.
Melquisedec es el sacerdote receptor del primer
diezmo registrado en la
Biblia, dado por
Abraham y el primer sacerdote-rey.
Textos gnósticos
Melquisédec es el título del primer escrito del
códice IX de
Nag Hammadi (NH IX 1-27). Es un
texto copto que presenta notables lagunas, escrito originalmente en
griego, probablemente en
Egipto durante el
siglo III.
El texto refleja una mezcla de las costumbres
judías,
cristianas y
gnósticas. Su presentación de Melquisedec es un buen ejemplo de ello: no es sólo el anciano "Sacerdote de Dios Altísimo", como en el
Antiguo Testamento, sino que también aparece como "
sumo sacerdote"
escatológico y guerrero "
sagrado".
Por sus muchas referencias
cristológicas, su oposición al
docetismo, y su
exégesis sorprendente de la carta a los
hebreos, este tratado representa una muestra extrema de la cristianización de los setitas
gnósticos. Su contenido es coherente, y a pesar de su apariencia
apocalíptica, es esencialmente
litúrgico y orientado a la comunidad.
Melquisedec se presenta tan eterno como su sacerdocio. Ha estado en
el mundo desde el principio del tiempo, y se quedará hasta el final. Es
el primer peldaño en la escala que ascieden las
almas iluminadas.
Melquisedec en el Libro de Urantia
En el
Libro de Urantia,
Melquisedec se presenta como un ser espiritual elevado que encarna en
un cuerpo físico material para "Mantener viva en la tierra la verdad del
Dios único y preparar el camino para el autootorgamiento en forma
mortal subsiguiente de un Hijo Paradisiaco de ese Padre Universal."
Según el Libro, su misión la desempeño en la comunidad de Salem, futura
Jerusalem, y tuvo a Abraham entre sus alumnos.
El texto del Libro narra así su aparición: "1.973 años antes del
nacimiento de Jesús, Maquiventa se otorgó a las razas humanas de
Urantia(Tierra). Su advenimiento no fue espectacular; su materialización
no fue presenciada por ojos humanos. Él fue visto por primera vez por
el hombre mortal en ese día pletórico en que entró a la tienda de Amdón,
un pastor caldeo de origen sumerio. Y la proclamación de su misión
estuvo comprendida en la simple declaración que le hiciera a este
pastor: «Soy Melquisedek, sacerdote de El Elyón, el Altísimo, el único
Dios». Cuando el pastor se recobró de su sorpresa, y después de doblegar
a este extraño con muchas preguntas, invitó a Melquisedek a cenar con
él, y fue ésta la primera vez en su larga carrera universal que
Maquiventa compartía el alimento material, el alimento que habría de
sostenerle a lo largo de sus noventa y cuatro años de vida como ser
material. " (Libro de Urantia Cap.93)
Enlaces externos
EL SACERDOCIO
Las palabras sacerdote y
sacrificio están relacionadas, de tal manera, que no podemos definir una
de ellas sin referirnos a la otra. El sacerdote es la persona que
efectúa un sacrificio; y sacrificio, es toda ofrenda a Dios para
expiación del pecado.
Antes que el hombre pecara no existía sacerdocio ni
sacrificio, ya que Adán y Eva tenían una relación directa y personal con
Dios, y no necesitaban ningún mediador. Sin embargo, al cometer el
pecado original, la humanidad se da cuenta de que la consecuencia del
pecado, o desobediencia al Creador, es la muerte. Este juicio de Dios, o
muerte del pecador, solo puede ser revocado sustituyendo el sujeto que
va a morir, pecador, por otro, inocente, que se sacrifica, muere, en su
lugar.
El término sacrificio es, por tanto, utilizado como
sinónimo de dar muerte. Sacerdote es la persona que sacrifica, da
muerte, a una víctima inocente, para comprar a Dios el decreto por el
que un pecador es condenado a muerte. Pero, ¿quién tiene autoridad para
realizar este sacerdocio?. No la tuvo Adán, el primer hombre, puesto que
es expulsado del paraíso y de la presencia de Dios y ningún condenado a
muerte puede ejercer de intermediario entre el reo, el mismo, y el
Juez, Dios.
La humanidad habría desaparecido en ese instante, si
Dios hubiera ejecutado totalmente la pena de muerte a Adán y Eva, puesto
que al morir no habrían tenido descendencia.
El pecado había roto la conexión entre el hombre y el Creador, y había introducido la muerte en el mundo. Muerte entendida en su doble vertiente: física y espiritual. Física, ya que Dios dice a Adán: "con
el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra,
porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás"
(Génesis 3.19). Por lo tanto, Dios aplaza la muerte física de Adán y
Eva unos años, para que tengan descendientes y continúe la vida en la
tierra. Espiritual, ya que el árbol de la vida, el que da la vida
para siempre, por la eternidad, queda en el paraíso, fuera del alcance
del hombre: "echó pues,
fuera al hombre, y puso querubines al oriente del huerto de Edén, y una
espada encendida que se revolvía por todos lados para guardar el camino
del árbol de la vida." (Génesis 3.24). "Luego
dijo YHWH Dios: el hombre ha venido a ser como uno de nosotros,
conocedor del bien y el mal; ahora, pues, no alargue su mano, tome
también del árbol de la vida, coma y viva para siempre" (Génesis 3.22).
¿Cómo resuelve Dios este problema?. Tiene que
encontrar un sacerdote y una víctima para poder condonar la pena
impuesta a Adán, Eva y todos sus descendientes, la humanidad, que a
partir de entonces habitan fuera del paraíso, en un mundo errado, en
pecado. ¿Hay algún hombre que pueda oficiar como víctima?. Ninguno,
puesto que al no poder comer del árbol de la vida, están muertos
espiritualmente y contaminados de pecado.
¿Puede ejercer algún hombre como sacerdote y mediador
entre Dios y los hombres ejecutando a una víctima inocente?. No, ya que
no hay ningún hombre que tenga relación directa con Dios. Por tanto, a
Dios solo le queda una opción: ofrecerse voluntariamente Él como víctima
para el perdón de nuestros pecados. Ser Él el Sacerdote y el Sacrificio.
Dios promete a la humanidad una esperanza; un
Sacerdote que se sacrificará a sí mismo para abrirnos las puertas del
paraíso y que entremos a comer del árbol de la vida, obteniendo así la
salvación eterna. Un enviado de Dios que es el mismo Dios, Jesucristo.
Así lo anuncia un ángel del Señor a José, cuando le dice: "José,
hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella
es engendrado, del Espíritu Santo es. Dará a luz un hijo, y le pondrás
por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados....... y
le pondrás por nombre Emanuel que significa: Dios con nosotros" (Mateo 1.20-23).
El Antiguo Testamento es la
promesa de la Salvación y el Nuevo Testamento, la realización y
cumplimiento de la palabra de Dios. En el Antiguo Testamento había
sacerdotes, constituidos según la Ley levítica como señal de la
salvación que había de llegar, pero que quedan destituidos con la
llegada del Mesías: "porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes" (Hebreos 7.21), "queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia" (Hebreos 7.18), "pues cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de Ley" (Hebreos 7.12), "y
esto es aún más evidente si a semejanza de Melquisedec se levanta un
sacerdote distinto, no constituido conforme a la Ley meramente humana,
sino según el poder de una vida indestructible, pues se da testimonio de
Él: tu eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec" (Hebreos 7.25).
En este texto de la carta a los hebreos, si leemos
con atención todo el capítulo 7, el apóstol nos describe varios tipos de
sacerdocio:
- Sacerdocio levítico:
según la Ley son los sacerdotes litúrgicos que hacen de intermediarios
entre el pueblo y Dios. Su sacerdocio queda invalidado con la llegada de
Cristo.
- Sacerdocio Según el orden de Melquisedec:
2000 años antes de la venida de Cristo a la tierra, Abraham encontró a
Melquisedec, hombre sin genealogía, Rey de Paz y Sacerdote del Dios
altísimo: "Entonces
Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del
Dios Altísimo, y le bendijo diciendo: ¡Bendito sea Abram del Dios
Altísimo, creador de cielos y tierra, y bendito sea el Dios Altísimo,
que entregó a tus enemigos en tus manos! Y diole Abram el diezmo de todo" (Génesis 14.18-20).
En la carta a los hebreos se nos explica quién es Melquisedec: "Melquisedec
significa primeramente Rey de Justicia, y también Rey de Salem, esto
es, Rey de Paz. Nada se sabe de su padre ni de su madre ni de sus
antepasados; ni tampoco del principio y fin de su vida. Y así, a
semejanza del hijo de Dios permanece sacerdote para siempre..... aquel
cuya genealogía no es contada de entre ellos (los hijos de Leví, sacerdotes del Antiguo Testamento) tomó
de Abraham, los diezmos y bendijo al que tenía las promesas. Y, sin
discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor. Y aquí ciertamente
reciben los diezmos los hombres mortales; pero allí, uno de quien se da
testimonio de que vive." (Hebreos 7.2-8). Melquisedec, por tanto, es el Hijo de Dios, es decir, Jesucristo,
a quien Abraham recibe como Sacerdote y de quien toma la Salvación, en
forma de pan y vino, por Fe, 2000 años antes de que se hiciera realidad a
través de la entrega de Jesucristo en la cruz. Por lo tanto el
Sacerdocio que vemos en Melquisedec, es el mismo Sacerdocio eterno de
Cristo. Abraham no tiene como sacerdote a un hombre, sino a Dios y él
mismo es hecho sacerdote por Dios igual que nosotros somos hechos
sacerdotes por Cristo.
Existe otra simbología
importante a la hora de ver y entender este nuevo sacerdocio que rompe
con el antiguo sentido sacerdotal levítico; el Velo. Como habrás leído en muchas ocasiones el velo del templo se rasgó en dos cuando murió Cristo en la cruz: "entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo"
(Marcos 15.38). ¿Qué significado tiene este velo?, ¿para qué servía?,
¿por qué lo rasgó Dios en el momento de la muerte de su Hijo?. El velo
en el Antiguo Testamento, servía para separar la parte del Templo o del
tabernáculo (antes de que se construyera el templo en Jerusalén), en la
que podían estar todos los israelitas, de la parte santísima, santuario
de YHWH, a la que sólo podían acceder los sacerdotes descendientes de la
tribu de Leví. "Puso también el altar de oro en el tabernáculo del testimonio, delante del velo" (Éxodo 40.26), "Y pondrás en él el arca del testimonio, y la cubrirás con el velo" (Éxodo 40.3), "Y
la cámara que mira hacia el norte es de los sacerdotes que tienen la
guarda del altar: estos son los hijos de Sadoc, los cuales son llamados
de los hijos de Leví al Señor, para ministrarle" (Ezequiel 40.46), "Y
díjome: Las cámaras del norte y las del mediodía, que están delante de
la lonja, son cámaras santas, en las cuales los sacerdotes que se
acercan a YHWH comerán las santas ofrendas: allí pondrán las ofrendas
santas, y el presente, y la expiación, y el sacrificio por el pecado:
porque el lugar es santo" (Ezequiel 42.13), "...
Allí estará el santuario y el lugar santísimo. Lo consagrado de esta
tierra será para los sacerdotes, ministros del santuario, que se acercan
para ministrar a YHWH. Y servirá de lugar para sus casas y como recinto
sagrado del santuario" (Ezequiel 45.4-5).
Cristo rompe el Velo para
que todo el pueblo pueda ver lo que hay en el lugar santísimo y ya no
haya personas que tengan más derecho a estar en la presencia de Dios que
otras: "Así que, hermanos
tenemos libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de
Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del
velo, esto es, de su carne" (Hebreos 10.19-20). Todo
el que se convierte a Dios puede entrar en el lugar santísimo como
cualquier sacerdote, ya que Cristo ha roto ese velo que impedía el paso a
los que no lo fueran según la Ley. Pero ya hemos leído antes que ese
sacerdocio queda invalidado, por lo tanto todo aquel que se entrega a
Él, por Fe y creencia en que Él es Dios y que con la entrega de su vida
por nosotros alcanzaremos la salvación, es decir, la vida eterna, éste
es sacerdote. "Acercándoos a Él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, pero para Dios escogida y preciosa, vosotros también como piedras vivas ser edificadas como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo." (1ª carta de Pedro 2.4-5), "pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio,
nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncies las virtudes
de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable." (1ª carta de Pedro 2.9).
Por tanto, si una persona,
que hace lo que nos pide el Señor, es sacerdote, ¿para qué va a querer
intermediarios entre Dios y él si ya tenemos un sacerdote que es Cristo,
sacerdote eterno, Rey de Paz, igual que lo tenía Abraham con
Melquisedec? "también
tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios. Acerquémonos, pues, con
corazón sincero, en plena certidumbre de Fe, purificados los corazones
de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos
firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza porque fiel es el
que prometió" (Hebreos 10.22-23). Ya nos dijo Jesucristo: " Y aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará" (Juan 16.23).
La misión de un Sacerdote
de Dios es hacer que otros se conviertan a Él, pero en el momento en que
esas personas ya han recibido el Espíritu de Dios debe dejarlas libres,
respetándolas como sacerdotes de Él, pues el Evangelio, es decir, su Palabra y Sabiduría se recibe por revelación de Él: "pero
os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mi no es
invención humana, pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno
sino por revelación de Jesucristo" (Gálatas 1.11-12), "y
el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos
amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia, conforte
vuestros corazones y os confirme en toda buena palabra y obra" (2ª a los Tesalonicenses 2.16-17).
Nos unimos en la oración de Juan clamando: "al
que nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre y nos hizo
reyes y sacerdotes para Dios, su Padre, a Él sea gloria e imperio por
los siglos de los siglos. Amen" (Apocalipsis 1.5-6).
La ofrenda de Melquisedec y la Eucaristía: Pascua, la Encarnación, la Trinidad
Homilía de la Solemnidad de Corpus Christi.
El pasaje del libro del Génesis que hemos
escuchado como primera lectura presenta la figura misteriosa de
Melquisedec. En el contexto de esos pocos versículos se relata una
batalla entre reyezuelos del Medio Oriente a comienzos del segundo
milenio antes de Cristo, en la cual se ve mezclado Abraham, que resulta
vencedor. Melquisedec le sale al encuentro para homenajearlo y lo
bendice en nombre de El-Elyón, el Dios Altísimo; ofrece en acción de
gracias un sacrificio de pan y vino del cual participan los vencedores y
recibe del patriarca, como reconocimiento, el diezmo del botín. Se nos
dice que Melquisedec era rey y sacerdote en la Jerusalén de aquella
época, dominada por los jebuseos; podemos pensar que representaba la
religión natural, la alianza cósmica entre Dios, conocido a través de la
creación, y los hombres, que reconocen su soberano dominio sobre todas
las cosas. Daniélou lo enumera entre los santos paganos del Antiguo Testamento.
Su nombre aparece solamente en el pasaje leído del Génesis y en el
salmo que hemos cantado respondiendo a esa lectura (Gén. 14, 18; Sal.
109 (110), 4).
El salmo alude al enigmático episodio
narrado en el primer libro de la Biblia y atribuye al rey de Israel,
ungido del Señor, la función sacerdotal; lo presenta como un sucesor de
Melquisedec. La Iglesia, desde sus orígenes, interpretó este salmo como
mesiánico, es decir, como referido a Nuestro Señor Jesucristo, sacerdote
y rey. La Carta a los Hebreos aplica al sacerdocio de Jesús el
versículo que dice Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec.
Se manifiesta así, en el Nuevo Testamento, la exaltación triunfal de
Cristo en su resurrección y ascensión al cielo, su dignidad suprema como
mediador universal, su sacerdocio de validez perpetua, que no proviene
de la institución sacerdotal judía sino de la decisión de Dios que
establece la alianza nueva y eterna en su Hijo único, en su sacrificio
redentor. La grandeza mayor de Melquisedec reside en ser imagen
profética de Cristo; su ofrenda de pan y vino es figura de la
Eucaristía. Por eso al celebrar en la misa el memorial de la muerte y
resurrección del Señor ofrecemos a Dios ese sacrificio y le pedimos,
según el Canon Romano, que lo acepte como aceptó la oblación pura del sumo sacerdote Melquisedec.
Tal como hemos escuchado en la segunda
lectura (1 Cor. 11, 23-26), San Pablo les recuerda a los corintios la
tradición eucarística de la Iglesia, recibida del Señor, que reproduce
lo ocurrido en la UltimaCena, la noche en que fue entregado: el
contenido de esa tradición consiste en la orden de celebrar los
misterios del culto divino como memorial de la muerte redentora. La
intención del Apóstol no es inculcarles de nuevo a aquellos cristianos
una verdad de la fe que conocían cabalmente, sino moverlos a obrar de
una manera conforme a ella; por eso ha reprobado los abusos que se
cometían en aquella comunidad y enseguida impondrá las condiciones
espirituales que corresponden a una digna celebración de tan grande
misterio. Dos veces se repite el mandato: hagan esto en memoria mía y
además se destaca que el memorial no es un simple recuerdo, una
evocación simbólica, sino el anuncio de la muerte del Señor, como si
ella se produjera en el momento de la celebración. Las expresiones que
emplea el Apóstol valen para afirmar el carácter sacrificial de la
Eucaristía; en el rito de la Cena del Señor, de la fracción del pan, se
torna presente, se actualiza ante los ojos de los fieles, bajo los velos
del sacramento, el único sacrificio de la cruz y su eficacia redentora.
San Juan Crisóstomo, comentando la primera Carta a los Corintios,
subraya esa identificación: Pablo une las cosas presentes a las de entonces (se refiere a la Última Cena) para
que suceda ahora como si, en aquella tarde y sentados a la misma mesa,
recibiésemos del propio Cristo aquella víctima sacrificial. En otra ocasión el Crisóstomo escribe: Mira cómo el Señor inmolado yace (sobre el altar) y cómo el sacerdote ora de pie junto a la víctima y cómo todos son incorporados por aquella sangre preciosa… La mesa mística está preparada y el Cordero de Dios es degollado por ti.
Lo que el Apóstol deseaba suscitar en los cristianos de Corinto –y en
nosotros que recibimos su enseñanza– son las actitudes que corresponden a
la participación en el sacrificio del Señor, sobre todo la ofrenda de
nuestro corazón, según el modelo de la inmensa caridad de Cristo que se
entregó por nosotros con tanto fuego de amor. En la participación
eucarística el amor con amor se paga, un amor sostenido por sentimientos
de profunda humildad, de arrepentimiento sincero, de temor reverente y a
la vez de una desbordante alegría por el don que somos llamados a
recibir, que compartimos fraternalmente para la edificación de la
comunidad cristiana. La Eucaristía nos religa a Cristo y nos exige
permanecer fijos en él con una intención pura, haciéndolo centro de
nuestros pensamientos, deseos y proyectos. Hagan esto en memoria mía, ha dicho el Señor; San Basilio, refiriéndose a esa memoria eucarística, indica: debemos estar continuamente suspendidos de la memoria de él, como los niños están aferrados a sus madres.
El sacramento del Cuerpo y la Sangre del
Señor hace presente de continuo en la Iglesia el misterio pascual; son
el Cuerpo y la Sangre de la víctima entregada en el sacrificio de la
Pascua. Cito nuevamente a San Juan Crisóstomo: la Pascua se
celebra tres veces cada semana, en algún caso hasta cuatro; es más,
siempre que queremos. Pascua, en efecto, es la ofrenda y el sacrificio
que se realiza en cada asamblea litúrgica. Pero además, la
Eucaristía se refiere igualmente al misterio de la Encarnación del
Verbo; es la misma Encarnación perpetuada, su reliquia. Podemos pensar
que es el sacramento de la condescendencia divina, por el cual nos
unimos a la humanidad santísima de nuestro Salvador, que se abajó hasta
nosotros para hacernos compartir su divinidad. En el contacto
eucarístico se alimenta y despliega nuestra relación personal con Jesús,
nuestro amor a Él. El desarrollo del culto eucarístico, a lo largo de
los siglos, está estrechamente vinculado al acento puesto por la
teología y por la devoción del pueblo cristiano en los misterios de la
vida del Señor y en la adoración dirigida a su humanidad,
sustancialmente unida a la persona divina del Verbo. En tal contexto
nació, precisamente, la fiesta de Corpus Christi. Ese acento puesto en
la humanidad del Señor se registra no sólo en la piedad y en la mística,
sino en bellísimas expresiones de la literatura, el teatro religioso y
otras formas artísticas. El trato personal con Jesús en la
Eucaristía busca experimentar su bondad, para que él, como lo hacía con
la multitud que lo seguía y a la que alimentó multiplicando el pan, nos
hable íntimamente del Reino de Dios y nos devuelva la salud a los que
tenemos necesidad de ser sanados (cf. Lc. 9, 11 b). El himno Jesu dulcis memoria,
durante mucho tiempo atribuido a San Bernardo, es un modelo notable de
esa “devoción a Jesús” –si puede llamarse así– marcada por las
características de la espiritualidad medieval pero que habla con
elocuencia a los hombres de hoy, necesitados de una nueva comprensión
afectiva de la relación con Dios. El himno dice así, según la inspirada
traducción de un poeta argentino y católico, Francisco Luis Bernárdez:
Oh Jesús de dulcísima memoria,
Que nos das la alegría verdadera:
Más dulce que la miel y toda cosa
Es para nuestras almas tu presencia.
Nada tan suave para ser cantado,
Nada tan grato para ser oído,
Nada tan dulce para ser pensado,
Como Jesús, el Hijo del Altísimo.
Tú que eres esperanza del que sufre,
Tú que eres tierno con el que te ruega,
Tú que eres bueno con el que te busca:
¿Qué no serás con el que al fin te encuentra?
No hay lengua que en verdad pueda decirlo
Ni letra que en verdad pueda expresarlo:
Tan sólo quien su amor experimenta
Es capaz de saber lo que es amarlo.
Sé nuestro regocijo en este día,
Tú que serás nuestro futuro premio,
Y haz que sólo se cifre nuestra gloria
En la tuya sin límite y sin tiempo.
Desde este ángulo es inevitable asociar
a la Santísima Virgen con la Eucaristía, ya que cuando comulgamos nos
nutrimos de la Carne y la Sangre del Hijo de Dios, formadas de la carne y
la sangre de su Madre. Entramos también, por tanto, en una misteriosa
relación con ella. A propósito, Raimundo Jordán ha usado, hablándole a
María, estas sugestivas comparaciones: Tú eres la nave que de
lejanas tierras trajo el Pan de la vida, porque del cielo vino ese pan,
siendo amasado con la harina de tus entrañas y cocido y abrazado en el
horno de tu amor con el fuego del Espíritu divino. Tal es el pan propio
de los navegantes humanos. Desde la misma perspectiva, hay que
asociar a la Eucaristía con la Iglesia, puesto que existe una relación
esencial entre el Cuerpo físico y el Cuerpo místico del Señor. Por la
Eucaristía y por la gracia de la caridad que el sacramento difunde,
crece Cristo y su Cuerpo eclesial se consolida en la unidad.
La Eucaristía no sólo nos remite al
misterio pascual y a la Encarnación del Verbo. La fuente de la realidad
eucarística se encuentra en la Santísima Trinidad. La revelación suprema
de Dios en el Nuevo Testamento, que se resume en la expresión joánica Dios es Amor (1
Jn. 4, 8) se comprende plenamente cuando se contempla la comunión de
las tres personas divinas. En el amor trinitario tiene su origen la
Eucaristía porque el amor de Dios, el agápe que es Dios, es
eucarístico: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, cada uno se entrega a
los otros dos en la generosidad total de un círculo silencioso y
eterno. El círculo se abre en la creación y en la redención, en el envío
del Hijo por el Padre y del Espíritu Santo por el Padre y el Hijo.
Estamos dichosamente destinados hacia Dios, ya que participamos de su
misma vida; nuestra meta es contemplar el rostro del Padre gracias a las
misiones del Hijo y del Espíritu, porque hemos sido hechos hijos en el
Hijo y porque por el don del Espíritu reconocemos a Cristo como Señor y
nos atrevemos a llamar Padre al Padre de nuestro Señor Jesucristo. Este
destino se cumple anticipadamente en la comunión eucarística. En la
Última Cena, al prometerles el envío del Paráclito, Jesús dijo a sus
discípulos: aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes (Jn. 14, 20). Aquel día allí
mencionado se refiere a la gloria de la resurrección y a la efusión del
Espíritu que desde Pentecostés permanece en la Iglesia. Jesús está en
el Padre por su divinidad, porque es uno con él; nosotros estamos en
Cristo porque él ha asumido nuestra humanidad en su encarnación y nos ha
comprado al precio de su Sangre, haciéndonos así miembros de su Cuerpo;
y él está en nosotros por el misterio de la Eucaristía, mesa y copa que
rebosan de su Espíritu. Por la comunión eucarística nos iniciamos en la
comunión de la Trinidad y eso es un anticipo del cielo. Nuestra patria
está en la belleza del Espíritu para la alegría del Padre por la
Eucaristía del Hijo bienamado. Hacia este misterio múltiple y altísimo
apuntaba como figura profética la ofrenda de Melquisedec, el sacerdote
de El-Elyón.
Esta tarde, providencialmente primaveral,
hemos acompañado a Cristo por las calles de nuestra ciudad. El himno
compuesto para el Congreso Eucarístico Internacional de 1934 rezaba: Pasearon el Corpus por nuestros solares los hombres que luego fundaban ciudades…
El que ha paseado por las calles de La Plata es el Señor, inmolado y
viviente, triunfador del pecado y de la muerte, el que aniquila el
reinado injusto, tiránico, del príncipe de este mundo y de sus secuaces.
Ha sido el de hoy, como el de cada fiesta de Corpus Christi, un signo
cuyo alcance eficaz nos resulta incognoscible. Confiamos, sin embargo,
en el poder de su gracia para convertir los corazones, para insinuar en
ellos las disposiciones que los abran a la fe, la esperanza y la
caridad. Nosotros paseamos el Corpus por una ciudad indiferente, ajena,
tácitamente hostil. Nuestro compromiso, como herederos de aquellos que
luego fundaban ciudades, es refundar espiritualmente la nuestra con el
aporte de la Verdad cristiana profesada y vivida mediante el testimonio
de un amor laborioso y sacrificado capaz de renovar a fondo la sociedad.
El objetivo irrenunciable es el rescate de una cultura que se encuentra
en trance de acelerada deshumanización, que de salvaje debe tornarse
humana y luego divina, conforme al Corazón de Dios. Este milagro de
transformación es posible –no nos es lícito dudar de ello– es posible
por la gracia de la Eucaristía.
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