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Simeón Estilita el Grande, Santo |
Monje
Martirologio Romano: Cerca de Antioquía, en Siria, san Simeón, monje,
que durante muchos años vivió sobre una columna, por lo
que recibió el sobrenombre de “Estilita”, y cuya vida y
trato con todos fueron admirables (459).
Nace cerca del año 400
en el pueblo de Sisan, en Cilicia, cerca de Tarso,
donde nació San Pablo. (Estilita significa: el que vive en
una columna).
De pequeño se dedicaba a pastorear ovejas por los
campos, pero un día, al entrar en una iglesia, oyó
al sacerdote leer en el sermón de la Montaña las
bienaventuranzas, en el capítulo 5 del evangelio de San Mateo.
Se entusiasmó al oír que Jesús anuncia: "Dichosos serán los
pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos los puros de corazón porque ellos verán a Dios".
Se acercó a un anciano y le preguntó qué debería
hacer para cumplir esas bienaventuranzas y ser dichoso. El anciano
le respondió: "Lo más seguro seria irse de religioso a
un monasterio".
Se estaba preparando para ingresar a un monasterio, y
pedía mucho a Dios que le iluminara qué debía hacer
para lograr ser santo e irse al cielo, y tuvo
un sueño: vio que empezaba a edificar el edificio de
su santidad y que cavaba en el suelo para colocar
los cimientos y una voz le recomendaba: "Ahondar más, ahondar
más". Y al fin oyó que la voz le decía:
"Sólo cuando seas lo suficientemente humilde, serás santo".
A los 15
años entró a un monasterio y como era muy difícil
conseguir libros para rezar, se aprendió de memoria los 150
salmos de la S. Biblia, para rezarlos todos cada semana,
21 cada día.
Se le considera el inventor del cilicio, o
sea de una cuerda hiriente que algunos penitentes se amarran
en la cintura para hacer penitencia. Se ató a la
cintura un bejuco espinoso y no se lo quitaba ni
de día ni de noche. Esto para lograr dominar sus
tentaciones. Un día el superior del monasterio se dio cuenta
de que derramaba gotas de sangre y lo mandó a
la enfermería, donde encontraron que la cuerda o cilicio se
le había incrustado entre la carne. Difícilmente lograron quitarle la
cuerda, con paños de agua caliente. Y el abad o
superior le pidió que se fuera para otro sitio, porque
allí su ejemplo de tan extrema penitencia podía llevar a
los hermanos a exagerar en las mortificaciones.
Se fue a vivir
en una cisterna seca, abandonada, y después de estar allí
cinco días en oración se le ocurrió la idea de
pasar los 40 días de cuaresma sin comer ni beber,
como Jesús. Le consultó a un anciano y éste le
dijo: "Para morirse de hambre hay que pasar 55 días
sin comer. Puede hacer el ensayo, pero para no poner
en demasiado peligro la vida, dejaré allí cerca de usted
diez panes y una jarra de agua, y si ve
que va desfallecer, come y bebe." Así se hizo. Los
primeros 14 días de cuaresma rezó de pie. Los siguientes
14 rezó sentado. Los últimos días de la cuaresma era
tanta su debilidad que tenía que rezar acostado en el
suelo. El domingo de Resurrección llegó el anciano y lo
encontró desmayado y el agua y los panes sin probar.
Le mojó los labios con un algodón empañado en agua,
le dio un poquito de pan, y recobró las fuerzas.
Y así paso todas las demás cuaresmas de su larga
vida, como penitencia de sus pecados y para obtener la
conversión de los pecadores.
Se fue a una cueva del desierto
para no dejarse dominar por la tentación de volverse a
la ciudad, llamó a un cerrajero y se hizo atar
con una cadena de hierro a una roca y mandó
soldar la cadena para no podérsela quitar. Pero varias semanas
después pasó por allí el Obispo de Antioquía y le
dijo: "Las fieras sí hay que atarlas con cadenas, pero
al ser humano le basta su razón y la gracia
de Dios para no excederse ni irse a donde no
debe". Entonces Simeón, que era humilde y obediente, se mandó
quita la cadena.
De todos los países vecinos y aun de
países lejanos venían a su cueva a consultarlo y a
pedirle consejos y las gentes se le acercaban para tocar
su cuerpo con objetos para llevarlos en señal de bendición,
y hasta le quitaban pedacitos de su manto para llevarlos
como reliquias.
Entonces para evitar que tanta gente viniera a distraerlo
en su vida de oración, se ideó un modo de
vivir totalmente nuevo y raro: se hizo construir una columna
de tres metros para vivir allí al sol, al agua,
y al viento. Después mandó hacer una columna de 7
metros, y más tarde, como la gente todavía trataba de
subirse hasta allá, hizo levantar una columna de 17 metros,
y allí pasó sus últimos 37 años de su vida.
Columna
se dice "Stilos" en griego, por eso lo llamaron "Simeón
el estilita".
No comía sino una vez por semana. La mayor
parte del día y la noche la pasaba rezando. Unos
ratos de pie, otros arrodillado y otros tocando el piso
de su columna con la frente. Cuando oraba de pie,
hacía reverencias continuamente con la cabeza, en señal de respeto
hacia Dios. En un día le contaron más de mil
inclinaciones de cabeza. Un sacerdote le llevaba cada día la
Sagrada Comunión.
Para que nadie vaya a creer que estamos narrando
cuentos inventados o leyendas, recordamos que la vida de San
Simeón Estilita la escribió Teodoreto, quien era monje en aquel
tiempo y fue luego Obispo de Ciro, ciudad cercana al
sitio de los hechos. Un siglo más tarde, un famoso
abogado llamado Evagrio escribió también la historia de San Simeón
y dice que las personas que fueron testigos de la
vida de este santo afirmaban que todo lo que cuenta
Teodoreto es cierto.
Las gentes acudían por montones a pedir consejos.
El les predicaba dos veces por día desde su columna
y los corregía de sus malas costumbres. Y entre sermón
y sermón oía sus súplicas, oraba por ellos y resolvía
pleitos entre los que estaban peleados, para amistarlos otra vez.
A muchos ricos los convencía para que perdonaran las deudas
a los pobres que no les podían pagar.
Convirtió a miles
de paganos. Un famoso asesino, al oírlo predicar, empezó a
pedir perdón a Dios a gritos y llorando.
Algunos lo insultaban
para probar su paciencia y nunca respondió a los insultos
ni demostró disgusto por ellos.
Hasta Obispos venían a consultarlo, y
el Emperador Marciano de Constantinopla se disfrazó de peregrino y
se fue a escucharlo y se quedó admirado del modo
tan santo como vivía y hablaba.
Para saber si la vida
que llevaba en la columna era santidad y virtud y
no sólo un capricho, los monjes vecinos vivieron y le
dieron orden a gritos de que se bajara de la
columna y se fuera a vivir con los demás. Simeón,
que sabía que sin humildad y obediencia no hay santidad,
se dispuso inmediatamente a bajarse de allí, pero los monjes
al ver su docilidad le gritaron que se quedara otra
vez allá arriba porque esa era la voluntad de Dios.
Murió
el 5 de enero del año 459. Estaba arrodillado rezando,
con la cabeza inclinada, y así se quedó muerto, como
si estuviera dormido. El emperador tuvo que mandar un batallón
de ejército porque las gentes querían llevarse el cadáver, cada
uno para su ciudad. En su sepulcro se obraron muchos
milagros y junto al sitio donde estaba su columna se
construyó un gran monasterio para monjes que deseaban hacer penitencia.
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