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Mariano de Roccacasale, Beato |
Religioso Franciscano
Martirologio Romano: En el pueblo de Bellegra, en
los alrededores de Roma, Italia, beato Mariano de Roccacasale, religioso
de la Orden de los Hermanos Menores, que, cumpliendo el
oficio de portero, abrió la puerta del convento a los
pobres y a los peregrinos, a quienes con suma caridad
atendía en todo. († 1866)
Fecha de beatificación: 3 de octubre
de 199 por el Papa Juan Pablo II. Nació el 14 de junio de
1778 en Roccacasale, pueblo de la provincia de L´Áquila (Italia).
En su bautismo recibió el nombre de Domingo. Sus padres,
Gabriel De Nicolantonio y Santa De Arcángelo, agricultores y pastores,
profundamente creyentes, educaron a sus hijos en los valores cristianos.
Domingo fue precisamente el que se quedó con sus padres,
después de que los demás se casaron. Le tocó cuidar
el rebaño. La soledad de los campos y majadas formó
el temperamento del joven Domingo para la reflexión y el
silencio, haciendo resonar en él la voz del Señor: comprendió
que el mundo no era para él. Tenía entonces veintitrés
años. No podía resistir a esta fuerza interior. Y decidió
dedicarse con más radicalidad al seguimiento de Cristo.
El 2
de septiembre de 1802 vistió el sayal franciscano en el
convento de Arisquia y tomó el nombre de fray Mariano
de Roccacasale. Terminado el año de noviciado se consagró definitivamente
a Cristo con la profesión de los votos. Permaneció en
ese convento doce años.
Su vida se puede resumir en dos
palabras: oración y trabajo; eran como dos cuerdas en las
que vibraba su existencia. Cumplía escrupulosamente los múltiples encargos que
se le confiaban: carpintero hábil y valioso, hortelano, cocinero y
portero.
Pero su aspiración a la santidad no encontraba en
Arisquia el ambiente favorable, no por culpa de los compañeros
o de los superiores, sino porque aquella época no era
propicia para la vida religiosa y los conventos.
En 1814,
tras el regreso del Papa a Roma, la vida conventual
pudo rehacerse lentamente en medio de dificultades sin número. Hicieron
falta varios años para que todos los religiosos regresaran a
sus conventos, y la vida de oración y de apostolado
volviera a florecer con regularidad en los claustros.
En ese momento
llegó a los oídos de fray Mariano el nombre del
Retiro de San Francisco en Bellegra. La fama de la
vida regular y austera que desde hacía tiempo se había
instaurado en ese convento por obra de santos religiosos ya
corría por los alrededores. Fray Mariano acogió aquella voz como
una invitación del Señor. Los superiores aceptaron su petición de
dirigirse a Bellegra en peregrinación. Así fray Mariano dejó el
convento de Arisquia por el Retiro de Bellegra. Tenía treinta
y siete años.
Poco tiempo después, recibió del superior el
encargo de la portería, oficio que desempeñó durante más de
cuarenta años y que se convirtió en su medio de
santidad. Abrió la puerta a muchos pobres, peregrinos y viandantes,
y convirtió muchos corazones, cerrados hasta entonces a la gracia
divina. Para todos tenía una sonrisa, que acompañaba siempre con
el saludo franciscano: «¡Paz y bien!»; les besaba los pies,
los instruía en las verdades de la fe y rezaba
con ellos tres avemarías; después se ocupaba del cuerpo: les
lavaba los pies; si hacía frío, les encendía el fuego
y les distribuía la sopa, mientras les daba consejos. Jamás
se lamentaba del trabajo ni daba signos de cansancio; siempre
sereno, afable, sonriente. La fuente de tanta virtud era, sin
duda, la oración. Todo el tiempo que le quedaba libre
de sus ocupaciones lo dedicaba a la adoración eucarística y
a la participación en la misa. Era también muy devoto
de la pasión del Señor.
Falleció el 31 de mayo de
1866, jueves del «Corpus Christi».
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