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Martirio Juan el Bautista, Santo |
Mártir
Martirologio Romano: Memoria del martirio de san Juan Bautista, al que Herodes Antipas retuvo encarcelado en la fortaleza de Maqueronte y a quien, en el día de su cumpleaños, mandó decapitar a petición de la hija de Herodías. De esta suerte, el Precursor del Señor, como lámpara encendida y resplandeciente, tanto en la muerte como en la vida dio testimonio de la verdad (s. I).
El evangelio de San Marcos nos narra de la siguiente manera la muerte del gran precursor, San Juan Bautista: "Herodes había mandado poner preso a Juan Bautista, y lo había llevado encadenado a la prisión, por causa de Herodías, esposa de su hermano Filipos, con la cual Herodes se había ido a vivir en unión libre. Porque Juan le decía a Herodes: "No le está permitido irse a vivir con la mujer de su hermano". Herodías le tenía un gran odio por esto a Juan Bautista y quería hacerlo matar, pero no podía porque Herodes le tenía un profundo respeto a Juan y lo consideraba un hombre santo, y lo protegía y al oírlo hablar se quedaba pensativo y temeroso, y lo escuchaba con gusto". "Pero llegó el día oportuno, cuando Herodes en su cumpleaños dio un gran banquete a todos los principales de la ciudad. Entró a la fiesta la hija de Herodías y bailó, el baile le gustó mucho a Herodes, y le prometió con juramento: "Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino".
La muchacha fue donde su madre y le preguntó: "¿Qué debo pedir?". Ella le dijo: "Pida la cabeza de Juan Bautista". Ella entró corriendo a donde estaba el rey y le dijo: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista".
El rey se llenó de tristeza, pero para no contrariar a la muchacha y porque se imaginaba que debía cumplir ese vano juramento, mandó a uno de su guardia a que fuera a la cárcel y le trajera la cabeza de Juan. El otro fue a la prisión, le cortó la cabeza y la trajo en una bandeja y se la dio a la muchacha y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse los discípulos de Juan vinieron y le dieron sepultura (S. Marcos 6,17).
Herodes Antipas había cometido un pecado que escandalizaba a los judíos porque esta muy prohibido por la Santa Biblia y por la ley moral. Se había ido a vivir con la esposa de su hermano. Juan Bautista lo denunció públicamente. Se necesitaba mucho valor para hacer una denuncia como esta porque esos reyes de oriente eran muy déspotas y mandaban matar sin más ni más a quien se atrevía a echarles en cara sus errores.
Herodes al principio se contentó solamente con poner preso a Juan, porque sentía un gran respeto por él. Pero la adúltera Herodías estaba alerta para mandar matar en la primera ocasión que se le presentara, al que le decía a su concubino que era pecado esa vida que estaban llevando.
Cuando pidieron la cabeza de Juan Bautista el rey sintió enorme tristeza porque estimaba mucho a Juan y estaba convencido de que era un santo y cada vez que le oía hablar de Dios y del alma se sentía profundamente conmovido. Pero por no quedar mal con sus compinches que le habían oído su tonto juramento (que en verdad no le podía obligar, porque al que jura hacer algo malo, nunca le obliga a cumplir eso que ha jurado) y por no disgustar a esa malvada, mandó matar al santo precursor.
Este es un caso típico de cómo un pecado lleva a cometer otro pecado. Herodes y Herodías empezaron siendo adúlteros y terminaron siendo asesinos. El pecado del adulterio los llevó al crimen, al asesinato de un santo.
Juan murió mártir de su deber, porque él había leído la recomendación que el profeta Isaías hace a los predicadores: "Cuidado: no vayan a ser perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones a robar". El Bautista vio que llegaban los enemigos del alma a robarse la salvación de Herodes y de su concubina y habló fuertemente. Ese era su deber. Y tuvo la enorme dicha de morir por proclamar que es necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral. Fue un verdadero mártir.
Una antigua tradición cuenta que Herodías años más tarde estaba caminando sobre un río congelado y el hielo se abrió y ella se consumió hasta el cuello y el hielo se cerró y la mató. Puede haber sido así o no. Pero lo que sí es histórico es que Herodes Antipas fue desterrado después a un país lejano, con su concubina. Y que el padre de su primera esposa (a la cual él había alejado para quedarse con Herodías) invadió con sus Nabateos el territorio de Antipas y le hizo enormes daños. Es que no hay pecado que se quede sin su respectivo castigo.
Bautismo de Jesús por S.Juan Bautista
Salome recibe la cabeza de San Juan Bautista
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Antes de la venida de Jesús, Juan proclamaba un bautismo de arrepentimiento [Hechos 13:24]. Juan fue enviado a cumplir la profecía de Malaquías [Mal. 3:1; Lk. 1:76; Also Lk. 3:15-8; Mk. 1:4; Acts 19:4]
La humildad de Juan hizo posible que Dios hiciera grandes cosas por medio de el, Cf. Hechos 13:25. "Conviene que El (Jesús) crezca, y que yo disminuya" -San Juan Bautista.
Juan, Precursor, Profeta y Bautista -en el Catecismo
717 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La "visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7;cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo ... Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios ... He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).
El martirio de Juan el Bautista
Con su martirio (cfr. Mc 6, 17-29), Juan forma parte de la comunidad de los testigos del Cordero, es decir, de aquellos de quienes habla el Apocalipsis: los que siguiendo al Testigo fiel y verdadero (Ap 3, 14) dieron a la Iglesia y al mundo el testimonio de su sangre. Un testigo es quien está en condiciones de afirmar la verdad de un hecho; el testigo es la persona que presencia un hecho o que adquiere un conocimiento directo y verdadero de algo.
En un sentido social, el testigo es aquel que afirma verdades de carácter judicial: se es testigo de un hecho determinado porque se vio con los ojos ese hecho, y por lo tanto, se puede afirmar cómo sucedió tal hecho, por haber sido testigo ocular.
En el caso de Juan, su testimonio es sobrenatural, y trasciende infinitamente el hecho meramente social o judicial: Juan es testigo de la Verdad de Dios, encarnada en Jesús; es testigo ocular de la encarnación del Verbo –es él quien, al ver pasar a Jesús, dice: “He ahí el Cordero de Dios”-, y afirma esa verdad no con sus palabras, sino con su sangre, es decir, con su vida. De ahí que su testimonio sea mucho más fuerte que las simples palabras, porque se testimonia con todo el ser, con toda la vida. Derramar la sangre, dar la vida, para testimoniar la Verdad de Dios encarnado, es la forma más fuerte de testimoniar una verdad, y eso es lo que hace Juan.
La muerte de Juan es un hecho histórico particular, que aparece como desconectado o aislado de otros hechos trascendentes en la misma historia de la salvación, como si fuera una muerte aislada en el tiempo y en el espacio y, sin embargo, está íntimamente unida a la muerte de Jesús en la cruz: aunque muere antes que Jesús, su muerte es una participación a la muerte de Jesús, y está contenida en la muerte de Jesús. Juan es mártir de Cristo, pero Cristo es mártir del Padre: es por el Padre, que es quien lo ha enviado, por quien Jesús da su vida en la cruz. El martirio y testimonio de Juan es entonces una participación en el martirio y en el testimonio de Jesucristo, Rey de los mártires.
Juan forma parte de la comunidad de los testigos, de los mártires del Cordero, y esa comunidad de testigos, de mártires, es la Iglesia. La Iglesia es testigo, mártir, frente al mundo de hoy, de la Encarnación del Verbo, y de la prolongación de esa encarnación en la Eucaristía. Juan veía al Verbo oculto detrás de su naturaleza humana, por eso es que, al ver pasar a Jesús, dice: “Este es el Cordero de Dios”. vería al Cordero de Dios debajo de la naturaleza humana de Jesús. La Iglesia, que es comunión en el testimonio, ve al Hombre-Dios oculto ya no bajo la naturaleza humana, sino oculto bajo la apariencia de pan; la Iglesia ve al Verbo humanado en el sacramento del altar, la Eucaristía. De ahí que la Iglesia, que es la Iglesia del repita su testimonio, al hacer la ostentación del Pan consagrado, usando las mismas palabras de Juan: “Este es el Cordero de Dios”.
Como miembros de la Iglesia, Esposa del Cordero, también nosotros, en la contemplación del misterio eucarístico, estamos llamados a repetir el testimonio de Juan ante el mundo: “Este es el Cordero de Dios”.
El martirio de san Juan Bautista
fecha: 29 de agosto †: s. I - país: Israel hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Memoria del martirio de san Juan Bautista, a quien el rey Herodes Antipas retuvo encarcelado en la fortaleza de Maqueronte, en el actual Israel, y al cual mandó decapitar en el día de su cumpleaños, a petición de la hija de Herodías. De esta suerte, el Precursor del Señor, como lámpara encendida y resplandeciente, tanto en la muerte como en la vida dio testimonio de la verdad.
patronazgo: San Juan Bautista es patrono de muchos países, regiones y ciudades, entre ellos Malta y Jordania. También de muchos oficios: tejedores, curtidores, peleteros, talabarteros, trabajadores del alimento, bodegueros, toneleros, carpinteros, arquitectos, albañiles, canteros, deshollinadores, herreros, pastores, agricultores, cantantes, bailarines, músicos, exhibidores de cine, comunicadores de masas; protector también de los corderos, las ovejas, los animales de compañía y las vides; para invocar contra el alcoholismo, los dolores de cabeza, mareos, ansiedad, epilepsia, espasmos, ronquera, enfermedades de la infancia, el miedo.
oración:
Señor, Dios nuestro, tú has querido que san Juan Bautista fuese el precursor del nacimiento y de la muerte de tu Hijo; concédenos, por su intercesión, que, así como él murió mártir de la verdad y la justicia, luchemos nosotros valerosamente por la confesión de nuestra fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
La ardiente predicación del Bautista y su santidad y milagros, atrajeron la atención de los judíos sobre él y algunos empezaron a considerarle como el Mesías prometido. Pero Juan declaró que él no hacía más que bautizar en el agua a los pecadores para confirmarlos en el arrepentimiento y prepararlos a una nueva vida, pero que había Otro, que pronto se manifestaría entre ellos, que los bautizaría en la virtud del Espíritu Santo y cuya dignidad era tan grande, que él no era digno de desatar las correas de sus sandalias (Mc 1,7). No obstante eso, el Bautista había causado tal impresión entre los judíos, que los sacerdotes y levitas de Jerusalén fueron a preguntarle si él era el Mesías esperado. Pero san Juan negó ser el Cristo, Elías, o alguno de los profetas (Jn 1,19ss). Aunque no era Elías, poseía el espíritu de Elías y le superaba en dignidad, pues el profeta había sido figura del Bautista. Juan era un profeta y más que un profeta, puesto que su oficio consistía no en anunciar a Cristo a distancia, sino en señalarle a sus contemporáneos. Así pues, como no era Elías en persona, ni un profeta en el sentido estricto de la palabra, respondió negativamente a las preguntas de los judíos y se proclamó simplemente «la voz del que clama en el desierto», utilizando la figura gozoza de Isaías 40,3, que anuncia el fin próximo del Destierro. En vez de atraer sobre sí las miradas de los hombres, las desviaba hacia las palabras que Dios pronunciaba por su boca. No se predicaba a sí mismo sino a Cristo. Y Cristo declaró que Juan era más grande que todos los santos de la antigua ley y el más grande de los nacidos de mujer (Mt 11,11). Sobre el Bautista da también fe el historiador judío Flavio Josefo, en su obra Antigüedades Judías: «Juan el Bautista era un hombre bueno y animaba a los judíos a cultivar la virtud, a actuar con justicia unos a otros, a buscar la piedad, a Dios y a venir al bautismo. De este modo consideraba aceptable el bautismo, no para los que lo usaban para huir de ciertos pecados, sino para la pureza del cuerpo, puesto que también su alma había estado purificada con la justicia...»
Herodes Antipas, el tetrarca de Galilea, había repudiado a su esposa y vivía con Herodías, quien era juntamente su sobrina y la esposa de su medio hermano Filipo. San Juan Bautista reprendió valientemente al tetrarca y a su cómplice por su conducta escandalosa y dijo a Herodes: «No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano». Herodes temía y respetaba a Juan, pues sabía que era un hombre de Dios, pero se sintió muy ofendido por sus palabras. Aunque le respetaba como santo, le odiaba como censor y fue presa de una violenta lucha entre su respeto por la santidad del profeta y su odio por la libertad con que le había reprendido. Finalmente, la cólera del tetrarca, azuzada por Herodías, triunfó sobre el respeto. Para satisfacer a Herodías y tal vez también por temor de la influencia que Juan ejercía sobre el pueblo, Herodes le encarceló en la fortaleza de Maqueronte, cerca del Mar Muerto. Al respecto señala el mismo Flavio Josefo en la obra citada: «La gente iba agrupándose alrededor de Juan (pues se maravillaban al oír sus palabras), y Herodes, temiendo que una tal persuasión sobre los hombres acabara con una revuelta (pues parecía que actuaban en todo siguiendo su consejo), decidió que era mejor anticiparse y hacerlo matar antes de que alguien se alzara sobre él y luego tener que arrepentirse enredado en asunto. Por eso Juan, por causa de la sospecha de Herodes, fue llevado cautivo a Maqueronte...» Pero Herodías no perdía la ocasión de azuzar a Herodes contra Juan y de buscar la oportunidad de perderle. La ocasión se presentó con motivo de una fiesta que dio Herodes el día de su cumpleaños a los principales señores de Galilea. Salomé la hija de Herodías y de Filipo, danzó ante los comensales con tal arte, que Herodes juró concederle cuanto le pidiera, aunque fuese la mitad de sus dominios. Herodías aconsejó a su hija que pidiese la cabeza del Bautista y, para impedir que el tetrarca tuviese tiempo de arrepentirse, sugirió a Salomé que exigiese que la cabeza del santo fuese inmediatamente traída en una fuente. Esa extraña petición sorprendió a Herodes. Alban Butler comenta: «Aun aquel hombre de ferocidad poco común se asustó al oír hablar en esa forma a la damisela en aquella fiesta de alegría y regocijo». Pero no pudo negarse por no faltar a su palabra. Sin embargo, como explica San Agustín, con ello cometió el doble pecado de hacer un juramento precipitado y cumplirlo criminalmente. Sin preocuparse de juzgar al Bautista, el tirano dio inmediatamente la orden de que le decapitasen en la prisión y de que trajesen en una fuente su cabeza a Salomé. La joven no tuvo reparo en tomar el plato en sus manos y ofrecérselo a su madre. Así murió el gran precursor del Salvador, el profeta más grande «de cuantos han nacido de mujer». Todo el episodio está contado con detalles en Marcos 6. El historiador judío ya mencionado añade que los judíos atribuyeron al asesinato del Bautista las desgracias que cayeron sobre Herodes.
La fiesta de la degollación de san Juan Bautista empezó a celebrarse en Roma en fecha relativamente tardía. No así en otras ciudades del occidente, ya que la mencionan el Hieronymianum, los dos sacramentarios Gelasianos y el «Liber Comicus» de Toledo (siglo VII) . Además, dicha fiesta ya se celebraba probablemente desde antes en Monte Cassino. Como esta conmemoración es distinta a la del Nacimiento del Bautista, de la que los Sinaxarios de Constantinopla hacen mención el mismo día (29 de agosto), podemos suponer que se originó en Palestina. En el Hieronymianutn aparece relacionada con la conmemoración del profeta Eliseo. Ello se debe a que en tiempos de san Jerónimo se creía que ambos profetas habían sido sepultados en Sebaste, a una jornada de Jerusalén. El libro de los evangelios de Wurzburgo que data aproximadamente del año 700, conmemora la «Deposición de Elíseo y de San Juan Bautista»; también otros libros de los evangelios conmemoran en la misma fecha a ambos personajes.
Este artículo está basado en el del Butler-Guinea, tomando muchos párrafos literalmente, pero no el conjunto. Las citas de Flavio Josefo se tomaron de la Historia Eclesiástica de Eusebio, I,XI,4-6, quien cita a su vez el L XVIII de las Antigüedades. Sobre este testimonio de Josefo, importantísimo como testigo externo a la fe cristiana, y en su conjunto incuestionado por los historiadores, puede leerse el Cap. 12 y su «excursus» en Meier, Un Judío Marginal, vol II,1, ed. castellana Verbo Divino. Acerca de la fiesta de hoy, cf. Morin, en Revise Bénédictine (1891), p. 487; 1893, p. 120; y 1908, p. 494; F. Cabrol en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. V, c. 1431; y L. Duchesne, Christian Worship (1931), p. 270. La iconografía sobre el martirio del Bautista es inmensa; se ha seleccionado: El Martirio de Juan Bautista, de Caravaggio, 1608, en el Museo de San Juan, de La Valletta, y la Fiesta de Herodes, de Spinello Aretino, 1385, en el Szépmûvészeti Múzeum, de Budapest.
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fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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