Jesús nunca dio una definición teórica de lo que es en sí mismo el Reino de Dios, o el Reinado de Dios que él anunciaba, pero todas sus palabras y todas sus acciones, sus enseñanzas y sus milagros, respondían de un modo u otro a esta realidad, a esta verdad de Dios, que busca siempre que los seres humanos caminemos unidos por el camino que nos lleva a la verdadera vida, a la plenitud de nuestro ser como hijos suyos, al desarrollo pleno de nuestras capacidades humanas.
Las llamadas Parábolas del Reino – la parábola del grano de mostaza, la de la levadura, la del tesoro escondido, la de la perla preciosa, la del trigo y la cizaña, y la de la red – nos presentan el Reino de Dios, el reinado de Dios, como un proceso que está en marcha, y que va creciendo, desarrollándose y profundizándose, paso a paso, movido por la fuerza de Dios que está presente en todo y en todos.
La vida, nuestra vida humana, no es algo estático. Está enraizada en Dios y Dios es dinámico. Todo en la creación, y en la historia del hombre, se mueve hacia el reinado pleno de Dios en los corazones de los seres humanos, y en la totalidad del universo.
Es una equivocación vivir en la superficie de la vida y contentarnos con la mediocridad. Tenemos que cavar hasta encontrar el tesoro escondido del Reino de Dios (Mateo 13, 44); trabajar para que apesar de nuestra fragilidad y de nuestros límites, se haga presente y activa en el mundo, la fuerza humilde pero poderosa de Dios, que conduce todo a su salvación.
hacía, las posibilidades que tiene quien permite que Dios se acerque a él para liberarlo de sus angustias y sus miedos, del mal y del pecado, y de todas las esclavitudes que lo desvían del camino de su realización como persona y como hijo amado de Dios.
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