![16. Cuando pierdes un ser querido](https://lh3.googleusercontent.com/blogger_img_proxy/AEn0k_sL7-ZJrQ0DA_XAxGatbxbApchSeRDS3_xhSyC14NsO2VWMY_dV3tN00yM1ckRJxo1hGmpKoA4p3CYq2zlyNadhDZx61sr5AhUrzo1p2R8nd6nI_5j_UV_GoytoOw7mx5uG4uSLcCIhhiNOGOFv_coIHpmGDLo=s0-d) |
Cuando pierdes un ser querido |
Yo soy la resurrección. El que cree
en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive
y cree en mí, no morirá jamás Juan 11, 25-26
PALABRA DE
DIOS
Jesús se compadece de quien pierde un ser querido
“A
continuación (Jesús) se fue a una ciudad llamada Naín. Iban
con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se
acercaba a la puerta de la ciudad sacaban a enterrar
a un muerto, hijo único de su madre, que era
viuda; la acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla,
el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: «No
llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban
se pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo:
Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar,
y él se lo dio a su madre.”
Lucas 7, 11-15
Resurrección de Lázaro
“Había un enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y
de su hermana Marta. María era la que ungió al
Señor con perfumes y le secó los pies con sus
cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron
a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres,
está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es
de muerte, es para la gloria de Dios, para que
el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a
Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se enteró de
que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar
donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus
discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.»” (Luego dijo Jesús): “«Nuestro
amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle.» Le dijeron sus
discípulos: «Señor, si duerme, se curará.» Jesús lo había dicho
de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso
del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto,
y me alegro por vosotros de no haber estado allí,
para que creáis. Pero vayamos allá.»
Entonces Tomás, llamado el Mellizo,
dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir
con él.» Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro
llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca
de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos
judíos habían venido a casa de Marta y María para
consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había
venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en
casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí,
no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé
que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Le respondió Marta: «Ya
sé que resucitará en la resurrección, el último día.» Jesús
le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en
mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y
cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Le dice ella:
«Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.»
Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a
sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí,
mi hermano no habría muerto.» Viéndola llorar Jesús y que
también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente,
se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le
responden: «Señor, ven y lo verás.» Jesús derramó lágrimas.
Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería.»
Pero algunos de ellos dijeron: «Éste, que abrió los ojos
del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?»
Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y
fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima
una piedra. Dice Jesús: «Quitad la piedra.» Le responde
Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el
cuarto día.» Le dice Jesús: «¿No te he dicho
que, si crees, verás la gloria de Dios?» Quitaron,
pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo
alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado.
Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo
he dicho por estos que me rodean, para que crean
que tú me has enviado.»
Dicho esto, gritó con fuerte voz:
«¡Lázaro, sal afuera!» Y salió el muerto, atado de pies
y manos con vendas y envuelto el rostro en un
sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.»”
Juan 11, 1-7.11-27. 32-44
Esperando una vida mejor
“Por eso no
nos desanimamos; al contrario, aunque nuestra condición física se vaya
deteriorando, nuestro ser interior se renueva de día en día.
Porque momentáneos y leves son los sufrimientos que, a
cambio, nos preparan un caudal eterno e insuperable de
gloria; a nosotros que hemos puesto la esperanza, no en
las cosas que se ven, sino en las cosas que
no se ven, pues las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas.
Sabemos,
en efecto, que aunque se desmorone esta tienda que
nos sirve de morada en la tierra, tenemos una casa
hecha por Dios, una morada eterna en los cielos, que
no ha sido construida por mano de hombres. Y
por eso precisamente suspiramos, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra
morada celestial, con tal que en ese momento estemos vestidos
y no desnudos. Porque los que vivimos en esta tienda
terrestre suspiramos angustiados, pues no queremos ser despojados, sino más
bien ser revestidos, para que lo mortal sea absorbido por
la vida. Y el que nos ha preparado para ese
destino es Dios, el mismo que nos ha dado como
garantía el Espíritu.
Así pues, en todo momento tenemos confianza
y sabemos que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos lejos
del Señor, y caminamos a la luz de la
fe y no de lo que vemos. Pero estamos
llenos de confianza y preferimos dejar el cuerpo para ir
a habitar junto al Señor. Sea como sea, en este
cuerpo o fuera de él, nos esforzamos en agradarle, ya
que todos nosotros hemos de comparecer ante el tribunal de
Cristo, para que cada uno reciba el premio o el
castigo que le corresponda por lo que hizo durante su
existencia corporal.” 2ª Corintios 4, 16 – 5, 10
ORACIONES
Oración por un ser querido difunto
Dios mío,
te has llevado la persona que más amaba en este
mundo; pero tú lo has querido así, cúmplase en todo
tu santísima voluntad. El gran consuelo que me queda es
la esperanza de que tú la hayas recibido en el
seno de tu misericordia, y que te dignarás algún día
unirme con él (ella). Si la entera satisfacción de sus
pecados lo (la) detienen aún en las penas sin que
haya ido todavía a reunirse contigo, yo te ofrezco por
él (ella) todas mis oraciones y buenas obras, principalmente mi
resignación ante esta pérdida; haz, Señor, que esta resignación sea
entera y digna de ti. Amén.
Oración por el cónyuge difunto
Señor,
abre los brazos de tu misericordia, a mi esposo (a)
y confórtame con la firme esperanza de reunirme un día
con el compañero (a) de mi vida en la plenitud
de tu amor eterno. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Oración por
la madre difunta
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, que quisiste tener
una madre en la tierra, la Virgen María; mira con
ojos de compasión a tu sierva N..., a quien has
llamado del seno de nuestra familia. Y por intercesión de Santa
María de Guadalupe, bendice el amor que siempre nos tuvo
en la tierra, y haz, que desde el cielo, pueda
seguir ayudándonos. Toma bajo tu protección misericordiosa a nosotros a
quienes ella ha tenido que abandonar en la tierra. Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración por el padre difunto
Dios nuestro, de quien procede toda
paternidad en el cielo y en la tierra; acuérdate en
tu misericordia de tu siervo (N...), que en el mundo
ha sido padre amoroso con nosotros. Lleva su alma a
la paz eterna y concédele allí el premio de su
amor y abnegación. Tú Señor, ves el dolor de su esposa
y la orfandad de sus hijos; te pedimos por intercesión
de Santa María de Guadalupe que protejas a los que
hemos quedado huérfanos en la tierra para que vayamos creciendo
en cuerpo y alma. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Hacia un
nuevo día
Frecuentemente me pregunto, Señor, con el corazón lleno de angustia ¿por
qué el hombre tiene que morir? Y ¿por qué existe un
fin para sus cosas?
La muerte nos asusta porque trae consigo lo
desconocido, nos sumerge en la oscuridad, ¿por qué? Estos " por qué” me
punzaban profundamente.
Por largos momentos me detuve en estos pensamientos. Después te conocí,
Señor, y comprendí todo.
Tu palabra me ha cautivado y me ha dado
una respuesta llena de amor y de esperanza. La semilla muere para
hacer germinar a la planta.
Tú moriste para darnos una nueva
vida. También nosotros morimos para vivir nuevamente junto a ti en
la luz.
Te espero, Señor, porque sé que estarás allá, con
los brazos abiertos, para guiarme hacia un nuevo día.
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