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La Unción: naturaleza, institución |
Naturaleza
El sacramento de la Unción de los Enfermos “tiene
como fin conferir la gracia especial al cristiano que experimenta
las dificultades inherentes al estado de enfermedad y vejez”. (Catec.
n. 1527).
Es un hecho que la enfermedad y el sufrimiento
que ellos conllevan son inherentes al hombre, no se pueden
separar de él. Esto le causa graves problemas porque el
hombre se ve impotente ante ellos y se da cuenta
de sus límites y de que es finito. Además de
que la enfermedad puede hacer que se vislumbre la muerte.
Aunque parecería, que ante la enfermedad, el ser humano se
acercaría mucho más a Dios, muchas veces el resultado es
lo contrario. Ante la angustia que provoca la enfermedad, el
miedo, la fatiga, el dolor, el hombre puede desesperarse e
inclusive se puede revelar ante Dios. Muchas veces, el estado
físico en que se encuentra el enfermo, lo lleva a
no poder hacer la oración necesaria para mantenerse unido al
Señor. En otras ocasiones, la enfermedad, cuando se le ha
dado un sentido cristiano, lleva a un acercamiento a Dios.
Sabemos
que la muerte corporal es natural, pero a través de
los ojos de la fe sabemos que la muerte es
causada por el pecado. (Cfr. Rm. 6, 23; Gn. 2,
17). Para los que mueren en gracia de Dios, es
una participación en la muerte de Cristo, lo que trae
como consecuencia el poder participar en su resurrección. (Cfr. Rm.
6, 3-9; Flp. 3, 10-11).
No olvidemos que la muerte es
el final de nuestra vida terrena. El tiempo es parte
de ella, por lo tanto vamos envejeciendo y al final,
llega la muerte. El conocer lo definitivo de la muerte,
nos debe llevar a pensar que no contamos más que
con un tiempo limitado para llevar a cabo nuestra misión
en la vida en la tierra.
En el Antiguo Testamento podemos
apreciar como el hombre vive su enfermedad de cara a
Dios, le reclama, le pide la sanación de sus males.
(Cfr. Sal.6, 3; Is. 38; Sal. 38). Es un camino
para la salvación. (Cfr. Sal.32, 5; Sal.107, 20) El
pueblo de Israel llega a hacer un vínculo entre la
enfermedad y el pecado. El profeta Isaías vislumbra que el
sufrimiento puede tener un sentido de redención. (Cfr. Is.
53, 11)
Vemos como Cristo tenía gran compasión hacia aquellos que
estaban enfermos. Él fue médico de cuerpo y alma, pues
no sólo curaba a los enfermos, además perdonaba los pecados.
Se dejaba tocar por los enfermos, ya que de Él
salía una fuerza que los curaba (Cfr. Mc. 1, 41;
3, 10; 6; 56; Lc. 6, 19). Él vino a
curar al hombre entero, cuerpo y alma. Su amor por
los enfermos sigue presente, a pesar de los siglos transcurridos.
Con frecuencia Jesús le pedía a los enfermos que creyesen,
lo que nuevamente nos pone de relieve la necesidad de
la fe. Así mismo se servía de diferentes signos para
curar. (Cfr. Mc. 2, 17; Mc. 5, 34-.36; Mc. 9,
23; Mc. 7, 32-36). En los sacramentos Jesucristo sigue tocándonos
para sanarnos, ya sea el cuerpo o el espíritu. Es
médico de alma y cuerpo.
Jesucristo no sólo se dejaba tocar,
sino que toma como suyas las miserias de los
hombres. Tomó sobre sus hombros todos nuestros males hasta llevarlo
a la muerte de Cruz. Al morir por en la
Cruz, asumiendo sobre Él mismo todos nuestros pecados, nos libera
del pecado, del cual la enfermedad es una consecuencia. A
partir de ese momento, el sufrimiento y la enfermedad tienen
un nuevo sentido, nos asemejamos más a Él y nos
hace partícipes de su Pasión. Toma un sentido redentor.
Institución
Cuando Cristo
invita a sus discípulos a seguirle, implica tomar su cruz,
haciéndoles partícipes de su vida, llena de humildad y
de pobreza. Esto los lleva a tomar una nueva visión
sobre la enfermedad y el sufrimiento y los hace participar
en su misión de curación. En Marcos 6, 13 se
nos insinúa como los apóstoles, mientras predicaban, exhortando a hacer
penitencia y expulsaban demonios, ungían a muchos enfermos con óleo.
Una vez resucitado, Cristo les dice: “que en Su nombre
……. impondrán las manos sobre los enfermos….” (Mc. 16, 17-18).
Y queda confirmado con lo que la Iglesia realiza invocando
el nombre de Jesucristo. (Hech. 9, 34; 14, 3).
Sabemos que esta santa unción fue uno de los sacramentos
instituidos por Cristo. La Iglesia manifiesta que, entre los siete
sacramentos, hay uno especial para el auxilio de los enfermos,
que los ayuda ante las tribulaciones que la enfermedad trae
con ella. Ahora bien, sabemos que ni las oraciones más
fervorosas logran la curación de todas las enfermedades y que
los sufrimientos que hay que padecer, tienen un sentido especial,
como nos lo dice San Pablo: “completo en mi carne
lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor
de su Cuerpo, que es la Iglesia”. (Col.1, 24)
Ante el
mandato de: “¡Sanad a los enfermos!” (Mt. 10, 8),
la Iglesia cumple con esta tarea tanto por los cuidados
que le da a los enfermos, como por las oraciones
de intercesión.
El Concilio Vaticano II toma como la promulgación del
sacramento, el texto de Santiago 5, 14-15, el cual nos
dice que si alguien está gravemente enfermo, llamen al sacerdote
para que ore sobre él, lo unja con óleo en
nombre del Señor. Y el Señor los salvará. En este
texto nos queda claro, que debe ser una enfermedad importante,
que los debe de llevar a cabo un presbítero, y
encontramos el signo sensible compuesto de materia y forma.
La Unción: signo, rito ministro y sujeto |
Se administra ungiendo al enfermo con óleo y diciendo las palabras prescritas por la Liturgia. |
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Signo: Materia y Forma
La unción de los enfermos se
administra ungiendo al enfermo con óleo y diciendo las palabras
prescritas por la Liturgia. (Cfr. CIC. c. 998).
La Constitución apostólica
de Paulo VI, “Sacram unctionem infirmorum” del 30 de noviembre
de 1972, conforme al Concilio Vaticano II, estableció el
rito que en adelante se debería de seguir.
La materia
remota es el aceite de oliva bendecido por el Obispo
el Jueves Santo. En caso de necesidad, en los lugares
donde no se pueda conseguir el aceite de oliva, se
puede utilizar cualquier otro aceite vegetal. Aunque hemos dicho que
el Obispo es quien bendice el óleo, en caso de
emergencia, cualquier sacerdote puede bendecirlo, siempre y cuando sea durante
la celebración del sacramento.
La materia próxima es la unción con
el óleo, la cual debe ser en la frente y
las manos para que este sacramento sea lícito, pero si
las circunstancias no lo permiten, solamente es necesaria una sola
unción en la frente o en otra parte del cuerpo
para que sea válido.
La forma son las palabras que pronuncia
el ministro: “Por esta Santa Unción, y por su bondadosa
misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la
salvación y te conforte en tu enfermedad”.
Las palabras, unidas a
la materia hacen que se realice el signo sacramental y
se confiera la gracia.
Rito y Celebración
Todos los sacramentos se
celebran en forma litúrgica y comunitaria, y la unción de
los enfermos no es ninguna excepción. Esta tiene lugar en
familia en la casa, en un hospital o en una
iglesia. Es conveniente, de ser posible, que vaya precedido del
sacramento de la Reconciliación y seguido por el Sacramento de
la Eucaristía.
La celebración es muy sencilla y comprende dos elementos,
los mismos que menciona Santiago 5, 14: se imponen en
silencio las manos a los enfermos, se ora por todos
los enfermos – la epíclesis propia de este sacramento –
luego la unción con el óleo bendecido.
Ministro y Sujeto
Solamente
los sacerdotes o los Obispos pueden ser el ministro de
este sacramento. Esto queda claro en el texto de Santiago
y los Concilios de Florencia y de Trento lo definieron
así, interpretando dicho texto. Únicamente ellos lo pueden aplicar, utilizando
el óleo bendecido por el Obispo, o en caso de
necesidad por el mismo presbítero en el momento de administrarlo.
Es
deber de los presbíteros instruir a los fieles sobre las
ventajas de recibir el sacramento y que los ayuden a
prepararse para recibirlo con las debidas disposiciones.
El sujeto de la
Unción de los Enfermos es cualquier fiel que habiendo llegado
al uso de razón, comienza a estar en peligro por
enfermedad o vejez. (Cfr. Catec. 1514).
Para poderlo recibir tienen que
existir unas condiciones. El sujeto – como en todos los
sacramentos - debe de estar bautizado, tener uso de razón,
pues hasta entonces es capaz de cometer pecados personales, razón
por la cual no se le administra a niños menores
de siete años.
Además, debe de tener la intención de
recibirlo y manifestarla. Cuando enfermo ya no posee la facultad
para expresarlo, pero mientras estuvo en pleno uso de razón,
lo manifestó aunque fuera de manera implícita, si se puede
administrar. Es decir, aquél que antes de perder sus facultades
llevó una vida de práctica cristiana, se presupone que lo
desea, pues no hay nada que indique lo contrario. Sin
embargo, no se debe administrar en el caso de quien
vive en un estado de pecado grave habitual, o a
quienes lo han rechazado explícitamente antes de perder la conciencia.
En caso de duda se administra “bajo condición”, su eficacia
estará sujeta a las disposiciones del sujeto.
Para administrarlo no hace
falta que el peligro de muerte sea grave y seguro,
lo que si es necesario es que se deba a
una enfermedad o vejez. En ocasiones es conveniente que se
reciba antes de una operación que implique un gran riesgo
para la vida de una persona.
En el supuesto de que
haya duda sobre si el enfermo vive o no, se
administra el sacramento “bajo condición”, anteponiendo las palabras “Si vives
……”
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La Unción: efectos, necesidad y frutos |
Se recibe una gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades. |
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Efectos
La Unción de los Enfermos es una preparación para
el paso de esta vida a la gloria eterna y
son muchos los efectos y gracias que confiere al enfermo
para prepararse para la entrada a la vida eterna. El
enfermo que confía en sus propias fuerzas, podría desesperarse, pero
Cristo viene a él para reconfortarlo en estos momentos.
Este sacramento
es un sacramento de “vivos”, por lo tanto, incrementa la
gracia santificante en el enfermo.
Se recibe la gracia sacramental
propia de la Unción de los Enfermos, que es una
gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer
las dificultades propias del estado de enfermedad grave o de
la vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo
que nos lleva a renovar la confianza y la fe
en Dios y fortalece al alma para que sea capaz
de vencer las tentaciones de desaliento, y de angustia, especialmente.
(Catec. n. 1520).
Por la gracia sacramental, es posible que el
enfermo obtenga la curación, si es conveniente, la salud
corporal. La asistencia del Espíritu Santo tiene como objeto conducir
al enfermo hacia la curación del alma, pero si es
la voluntad de Dios, también puede recuperar la salud. (Cfr.
Catec. n. 1520). Por ello es conveniente no esperar hasta
el último momento para la administración de este sacramento, los
sacramentos no tienen como fin hacer milagros, al dejar hasta
el final este sacramento, se podría estar poniendo obstáculos para
su eficacia.
La unción de los enfermos puede obtenernos el perdón
de los pecados veniales y la remisión de las penas
del purgatorio, pues son obstáculos que impiden la entrada al
cielo. Este efecto depende de la debida disposición que tenga
el sujeto que lo recibe, se necesita un verdadero dolor
de corazón, en otras palabras, estar totalmente arrepentidos. Normalmente, este
sacramento va acompañado de indulgencia plenaria, la cual perdona la
pena temporal.
Hemos mencionado que este sacramento es de “vivos”, es
decir, se debe de recibir en estado de gracia, sin
pecados mortales. No fue instituido para perdonar los pecados graves,
para esto está el Sacramento de la Reconciliación. Pero, en
caso de que la persona no se pueda confesar y
este completamente arrepentida, la unción perdona los pecados mortales. Esto
fue declarado en el Concilio de Trento, además de estar
insinuado en el texto de Santiago ya mencionado.
Si posteriormente,
la imposibilidad de confesarse se resuelve, el enfermo tiene la
obligación de acudir a la Reconciliación.
Necesidad
Este sacramento no es
absolutamente necesario para la salvación, pero a nadie le es
lícito desdeñarlo, por lo tanto se debe de procurar que
los enfermos lo reciban lo antes posible en caso de
una enfermedad grave o crónica, o en la ancianidad. Sobre
todo se debe de recibir cuando se está en plena
facultades mentales.
El cristiano está obligado a prepararse lo mejor posible
para la muerte, por lo que las personas allegadas a
él tienen el deber – grave – de procurar que
lo reciba, ya sea presentándole la conveniencia de hacerlo, ya
sea mencionándole que se encuentra en una situación de alto
riesgo. Pero, siempre siendo prudentes, utilizando el sentido común y
la caridad. Muchas veces no se hace por el temor
de asustar al enfermo, siendo que en la mayoría de
las veces, lo que se tiene es una visión equivocada
de la muerte en el sentido cristiano. Normalmente el enfermo
acoge la sugerencia con serenidad, sobre todo si se le
explica que es por su bien.
La Iglesia, además, ofrece junto
a este sacramento, la Eucaristía como viático, “a aquellos que
están a punto de salir de esta vida”. La Eucaristía
es el paso de la muerte a la vida. (Cfr.
Catec. n. 1524). Recordemos las palabras de Jesús: “El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día”. ( Jn.
6, 54)
La Unción de los Enfermos puede recibirse más de
una vez, pues no imprime carácter. Antiguamente solamente se administraba
una vez en la vida, pero actualmente se puede recibir
varias veces. Si se ha administrado durante una enfermedad grave
y se recobra la salud, al presentarse otra enfermedad
grave, se puede volver a recibir o en el caso
de una enfermedad que se agrave el enfermo, se puede
recibir nuevamente, o cuando es una enfermedad crónica, en
la cual se necesita fortaleza para sobrellevarla, o en la
vejez.
Frutos
Por la gracia de este sacramento, el enfermo recibe
la fuerza y el don de unirse de manera más
íntima a la pasión de Cristo. El sufrimiento, fruto del
pecado original, obtiene un nuevo sentido, y se participa con
él en la obra salvífica de Jesús.
Al unirse libremente a
la pasión y muerte de Cristo, por medio de este
sacramento, los enfermos contribuyen al bien del Pueblo de Dios.
Al celebrar la Unción de los Enfermos, la Iglesia,
por la comunión de los santos, intercede por el bien
del enfermo. Y este, a su vez, por la gracia
de este sacramento, contribuye a la santificación de la Iglesia
y al bien de todos los hombres por los que
la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios
Padre.
La Unción de los Enfermos es un escudo para defendernos
ante las últimas luchas en nuestra vida y así entrar
a la Casa del Padre. Nos prepara para dar el
paso a la vida eterna.
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