martes, 16 de octubre de 2012

El Pecado y la Vida de Gracia

Pecado, concupiscencia y elevación sobrenatural del hombre
El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
 
Pecado, concupiscencia  y  elevación  sobrenatural del hombre
Pecado, concupiscencia y elevación sobrenatural del hombre
Elevación sobrenatural del hombre

a) Dios ha querido destinar al hombre a un fin último sobrenatural: la participación en la vida íntima de la Santísima Trinidad como hijos adoptivos (cfr. Ephes 1,3-5).

b) Este fin sobrenatural es completamente gratuito; aunque convenga en razón de la creación del hombre "a imagen y semejanza de Dios" (Gen 1,26), no es algo exigido por la naturaleza humana, y es inalcanzable con las solas fuerzas naturales.

c) Para alcanzar su fin último, el primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en un "estado de santidad y de justicia original" (cfr. Catecismo, 374-375).
d) "La gracia de la santidad original era una «participación de la vida divina»105" (Catecismo, 375).

e) Junto con la gracia santificante, Dios concedió a nuestros primeros padres otros dones que ellos debían trasmitir a sus descendientes. Estos dones, que suelen llamarse preternaturales, eran: la integridad, o perfecto sometimiento de los sentidos a la razón; la inmortalidad; la inmunidad de todo dolor; y la ciencia proporcionada a su estado.

f) De este modo, "todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas" (Catecismo, 376):
— "mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cfr. Gen 2,17 y 3,19) ni sufrir (cfr. Gen 3,16)" (Catecismo, 376);
— el hombre gozaba del «dominio de sí»: "estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cfr. I Ioann 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón" (Catecismo, 377).

g) El hombre fue colocado por Dios en el paraíso ut operaretur, "para que trabajara" (cfr. Gen 2,15); el trabajo no es un castigo por el pecado; pero antes del pecado original no experimentaba fatiga alguna en el trabajo (cfr. Gen 3,17-19). El trabajo es, desde los inicios de la humanidad, "colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible" (Catecismo, 378).

h) "La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último, la armonía de ellos con toda la creación constituía el estado llamado «justicia original»" (Catecismo, 376). Toda esta armonía, prevista para el hombre por designio de Dios, se perdió por el pecado de nuestros primeros padres (cfr. Catecismo, 379).

2. El pecado original

a) El hombre, tentado por el diablo, perdió confianza en la bondad paternal de Dios y desobedeció al mandamiento que le había dado, abusando de su libertad (cfr. Gen 3,1-11). En esto consistió el primer pecado (cfr. Rom 5,19) y en esto consiste también todo pecado (cfr. Catecismo, 396-397).

b) El diablo y los otros demonios son ángeles que por soberbia se rebelaron contra Dios y fueron arrojados del cielo (cfr. Apoc 12,9). El diablo es "padre de la mentira" (loann 8,44), y con engaños trata de alejar al hombre de Dios, como hizo para tentar a Eva: "seréis como dioses" (Gen 3,5; cfr. Catecismo, 391-395).

c) Como consecuencia del pecado, nuestros primeros padres empiezan a mirar a Dios con miedo y recelo (cfr. Catecismo, 399), pierden los dones sobrenaturales y preternaturales, y la misma naturaleza —aunque no esencialmente corrompida— queda herida: la inteligencia debilitada para conocer la verdad, cae fácilmente en la ignorancia y en el error; la voluntad, debilitada para el bien, se inclina fácilmente al mal; los sentidos no obedecen a la razón: "la armonía en que se encontraban queda destruida" (Catecismo, 400) y, sobre todo, se realiza la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cfr. Gen 2,17): el hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gen 3,19). De este modo "la muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cfr. Rom 5,12)" (Catecismo, 400).

3. Consecuencias del pecado original para la humanidad

a) Enseña la Sagrada Escritura que así como "por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos en pecadores, así por la obediencia de uno sólo [Cristo] muchos quedarán justificados" (Rom 5,19).

b) ´Todo el género humano es en Adán «como el cuerpo único de un único hombre»106 . Por esta unidad del género humano, todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él sólo sino para toda la naturaleza humana; cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído107. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado «pecado» de manera análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no un acto" (Catecismo, 404).

c) "Aunque propio de cada uno108, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual" (Catecismo, 405).

d) "Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre (...). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres" (Catecismo, 407).

4. La promesa del Redentor

a) Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios, sino que recibió la promesa de la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída por el Mesías Redentor (cfr. Gen 3,15; Catecismo, 410).

b) "Pero ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara?. San León Magno responde: «La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio»109. Y Santo Tomás de Aquino110: «Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de S. Pablo: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5,20). Y el canto del Exultet: Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!»" (Catecismo, 412).

c) Gracias a la Redención obrada por Cristo, hemos sido hechos de nuevo partícipes de la vida de la Santísima Trinidad. Por eso, la elevación sobrenatural es, de hecho, una "nueva creación en Cristo" (cfr. II Cor 5,17; Gal 6,15) que comporta la elevación o divinización de todo el ser humano: de la persona, por la filiación divina; de su naturaleza, por la gracia santificante o habitual; de sus potencias o facultades del alma, por las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo:

— por la filiación divina la persona humana es elevada a la dignidad de hijo de Dios, participando de la Filiación subsistente que es el Hijo; de este modo no somos ya extraños, sino miembros de la familia de Dios, domestici Dei (Ef2,19);
— por la gracia habitual o santificante es elevada la naturaleza humana a participar de la naturaleza divina (cfr. II Petr 1,4). Después del pecado original, la gracia es participación de la plenitud de gracia de Cristo (cfr. Ioann 1,16), y no es ya sólo «elevante», sino además «sanante» de la naturaleza;
— las virtudes sobrenaturales son hábitos infundidos por Dios que nos hacen "capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna" (Catecismo, 1813). Por tanto, nos configuran con Cristo. Virtudes sobrenaturales son las teologales, que tienen directamente a Dios por objeto (fe, esperanza y caridad), y las morales, que tienen por objeto los medios para llegar a Dios (prudencia, justicia, fortaleza y templanza)111;
— los dones del Espíritu Santo "son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo" (Catecismo, 1830). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben (Catecismo, 1831). Son siete: "sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios" (Catecismo, 1831)112.
— las gracias actuales son impulsos de Dios que mueven a obrar; se distinguen de la gracia habitual en que no constituyen una disposición permanente (cfr. Catecismo, 2000).
d) La Santísima Trinidad inhabita en el alma en gracia. Su presencia es fundante del ser y de la vida sobrenatural del cristiano.

5. Algunas consecuencias de nuestra condición de pecadores llamados a ser hijos de Dios

a) Adoración, agradecimiento y humildad ante la Majestad de Dios, a quien todo debemos, tanto en el orden natural como en el sobrenatural (cfr. Catecismo, 2628).

b) Conocimiento de nuestra debilidad de pecadores y de nuestra grandeza de hijos de Dios:
—"Veritas liberabit vos (Ioann 8,32); la verdad os hará libres. ¿Qué verdad es ésta, que inicia y consuma en toda nuestra vida el camino de la libertad? Os la resumiré, con la alegría y con la certeza que provienen de la relación entre Dios y sus criaturas:

saber que hemos salido de las manos de Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad Beatísima, que somos hijos de tan gran Padre. Yo pido a mi Señor que nos decidamos a damos cuenta de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres. No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encuna de todas la cosas"113.

c) Seguridad y confianza en Dios: es Padre misericordioso, que nos perdona siempre; todo lo ordena a nuestro bien: omnia in bonum; paciencia en las adversidades y espíritu de reparación.

d) Humildad para reconocer y no extrañarnos de nuestra debilidad para hacer el bien y evitar el mal (consecuencia del pecado original, aunque esté perdonado por el Bautismo), y para dolemos de nuestros pecados personales; confianza en que Dios nos da siempre las gracias actuales necesarias para vencer toda tentación. Distinguir lo que es propio de la naturaleza humana (lo natural) de lo que es consecuencia de la herida del pecado en la naturaleza humana: después del pecado original, no todo lo que se experimenta como "espontáneo" es bueno. Es preciso luchar para comportarse de modo humano y cristiano (cfr. Catecismo, 409).

d) La consideración frecuente de nuestra filiación divina; buscar el trato con las Tres Personas divinas presentes en el alma en gracia.

Todos los números del catecismo de la Iglesia que tratan el tema:

CONCUPISCENCIA, cf. Deseo;
Concupiscencia de la carne, 2514, 2520;
Ley y concupiscencia, 1963, 2542;
Pecado y concupiscencia, 1869;
Mandamientos y concupiscencia, 2529, 2534;
Lucha contra la concupiscencia, 978, 1264, 1426, 2520, 2530;
Purificación del corazón y concupiscencia, 2517, 2530;
Significado y clases de concupiscencia, 2514-15.

En la suma teológica Santo Tomás de Aquino.

Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre el tema.

Citas:
105 CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, 2.
106 SANTO TOMAS DE AQUINO, De malo, q.4, a. 1.
107 Cfr. CONCILIO DE TRENTO: DS 1511-1512.
108 Cfr. CONCILIO DE TRENTO: DS 1513.
109 Sermo 73,4.
110 Summa Theologiae, III, q.l, a.3, ad 3.
111 En el tema 28, n. 5, se estudian específicamente estas virtudes, y su relación con las virtudes humanas del mismo nombre.
112 Cfr. también tema 28, n. 7.









La gracia, Dios presente en nosotros
El regalo más maravilloso de Dios hacia el hombre
 
La gracia, Dios presente en nosotros
La gracia, Dios presente en nosotros
Dios creó al hombre y a la mujer por amor, en un estado de absoluta felicidad, viviendo en su presencia. Ellos, por su soberbia, quisieron hacerse dioses y cometieron el pecado original. A partir de ese momento perdieron la amistad con Dios.

El pecado original es el primer pecado cometido por la primera pareja humana, mismo que es transmitido por herencia a todos sus descendientes. Adán y Eva transmitieron a toda su descendencia la naturaleza humana herida, es decir con las consecuencias del pecado original, privada por tanto de la santidad y de la justicia original. Desde ese momento todos los hombres nacen con el pecado original. GS 22

Como consecuencia del pecado, la naturaleza humana quedó debilitada de sus fuerzas, sometida al sufrimiento, a la ignorancia, a la muerte, e inclinada al pecado Catec n 418 Con el pecado original todos los hombres pierden la Vida Divina y la imagen de Dios queda deformada.


El Hombre Nuevo

En el Bautismo Cristo nos hace hombres nuevos, dando como resultado que, el hombre hasta ahora averiado, quede restaurado, sin pecado original. No sólo le borra la falta, sino que le añade algo nuevo, le da su Espíritu, una vida nueva, Su vida. Así el hombre se convierte en un hombre nuevo.

Este hombre nuevo tiene unas nuevas fuerzas, puede vivir la ley de la caridad, Puede conocer a Dios por la fe y esperar su ayuda. Pero, estas fuerzas nuevas no le privan de tener que luchar contra el demonio y las tentaciones. En él persiste la inclinación al mal (la concupiscencia) como un residuo del pecado. De hecho los protestantes lo igualan al pecado.

Una diferencia fundamental entre católicos y protestantes es que los católicos sabemos que el pecado queda totalmente borrado con el Bautismo y para los protestantes únicamente está cubierto, pero sigue ahí, se podría decir que para ellos es como si le pusieran un velo.


La Gracia

La amistad con Dios perdida por el pecado original, sólo se puede recuperar por medio de la gracia. Que es un don sobrenatural que Dios concede para alcanzar la vida eterna, y se recibe, principalmente por los sacramentos. Es un regalo de Dios, nadie ha hecho nada para obtenerla por mérito propio. Dios siempre da el primer paso. Es don sobrenatural porque lo que se está comunicando es la vida misma de Dios. Este regalo de Dios exige la respuesta del hombre.

La gracia es una participación gratuita de la vida sobrenatural de Dios Catec.1996-1997 Inicia con el Bautismo y se pierde cada vez que se comete un pecado grave. Ahora bien, la gracia puede perderse o aumentarse, a pesar de ser gratuita el hombre puede favorecer su recepción o impedir su fruto.

Por medio de la gracia somos introducidos a la vida Trinitaria: se participa por el Bautismo de la gracia de Cristo, somos hechos hijos adoptivos de Dios, por lo que se puede llamar “Padre” a Dios, y se recibe la vida del Espíritu que infunde la caridad y que forma la Iglesia.

La vocación a la vida eterna proviene de la iniciativa gratuita de Dios, sólo Él es capaz de revelarse y de darse, por lo tanto es sobrenatural porque sobrepasa las capacidades de la inteligencia y la voluntad humana. El cristiano no puede actuar rectamente si no cuenta con la ayuda de Dios.


Necesidad de la gracia

La gracia es absolutamente necesaria, sin ella es imposible alcanzar la salvación, la vida eterna. La justificación implica el perdón de los pecados, la santificación y la renovación. Es la que arranca al hombre del pecado contrario al amor de Dios y purifica su corazón. Es una acogida de la justicia de Dios por la fe en Cristo, merecida por la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

La justificación es la obra más excelente del amor de Dios. Decía San Agustín “la justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra, porque el cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la justificación de los elegidos permanecerán”. Implica la santificación de todo el ser.

La justificación se le concede al hombre por medio de la gracia, en virtud de los méritos de la redención de Cristo. Pero no se le da sin hacer nada por merecerla. El hombre debe disponerse a recibirla mediante el ejercicio de la virtud.

En el siglo V, los seguidores de Pelagio, decían que sin la gracia el hombre se podría salvar, pues se basta a sí mismo y no necesita de la ayuda de Dios. Esta es la llamada “herejía de Pelagio” o pelegianismo. Esta herejía está muy difundida en la actualidad por el New Age.

Los protestantes en el siglo XVI decían el hombre desde el pecado original no puede hacer nada nuevo, pues quedó totalmente corrompido. Exaltaban tanto la gracia que caían en el extremo de anular la libertad del hombre.


Clasificación de la gracia

La presencia de Dios en la vida del hombre debe de ser continua, porque en Él "somos, nos movemos y existimos”. Para ello se cuentan con diferentes tipos de gracias:

Gracia santificante: Es un don sobrenatural infundido por dios en nuestra alma – merecida por la Pasión de Cristo – que recibimos por medio del Bautismo, que nos hace, justos, hijos de Dios y herederos del cielo. El Espíritu Santo nos da la justicia de Dios, uniéndonos – por medio de la fe y el Bautismo – a la Pasión y Resurrección de Cristo. Catec. nn. 1996ss Es una disposición sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de obrar el bien. Sus efectos son:
  • Borra el pecado
  • Hace posible que Dios habite en nuestra alma
  • Nos hace hijos de Dios y herederos del cielo

    La gracia actual es ese don sobrenatural, pasajero, otorgado por Dios, que ilumina la inteligencia y mueve la voluntad para que el hombre sea capaz de realizar acciones sobrenaturales. Es un don de Dios concedido temporalmente en una circunstancia precisa.

    La gracia habitual, don sobrenatural que permanece en el alma cuando se vive en amistad con Dios, sin cometer ningún pecado grave. Es una disposición permanente para vivir y actuar según la voluntad de Dios.

    Gracia sacramental, gracia propia de cada sacramento.

    Gracias especiales, carismas o dones gratuitos de Dios para el bien común de la Iglesia.

    Gracia de estado, es la fuerza necesaria para cumplir con las responsabilidades propias según el estado de vida de cada quien o su vocación. Son influjos, en la inteligencia o en la voluntad, por los cuales el hombre percibe lo que debe de hacer o dejar de hacer y se siente atraído para conseguirlo, recibiendo las fuerzas para lograrlo.

    Los carismas son gracias especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y son para el bien común de la Iglesia.


    Las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo

    Dios concede unas ayudas especiales para facilitar el proceso de la relación del hombre y Él. Con estas ayudas, las virtudes teologales se participa con mayor intensidad de Su vida, se obtiene una mayor docilidad a Él, logrando así una unión más íntima. Las virtudes teologales sonfe, esperanza y caridad.

    Otras ayudas que se reciben son los dones del Espíritu Santo. Estos dones permiten adquirir el gusto por las cosas de Dios, conocer profundamente las verdades de fe, apreciar en su justa dimensión las cosas de este mundo, poder hacer juicios con rectitud, otorga las fuerzas para hacer el bien, una mayor relación con Dios, rechazar el pecado por amor a Dios.
    Estos dones son:
  • Sabiduría: comunica el gusto por las cosas de Dios.
  • Inteligencia: que comunica el conocimiento profundo de las verdades de fe, dando la capacidad para entenderlas.
  • Ciencia: que enseña la recta apreciación de las cosas terrenas.
  • Consejo: que ayuda a formar un juicio sensato sobre las cosas prácticas de la vida.
  • Fortaleza: da las fuerzas necesarias para trabajar con alegría por Cristo.
  • Piedad: relaciona con Dios como Padre y Creador.
  • Temor de Dios: hace que se tenga temor de ofender a Dios, rechazando el pecado para mantener la unión con Él, siempre por amor a Dios.

    Viviendo la vida conforme a la voluntad de Dios, junto a los dones encontraremos los frutos del Espíritu Santo: caridad, alegría, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.


    Conclusión
    La vida espiritual del hombre es superior a la vida material, de ahí la necesidad de todas estas ayudas. El hombre debe armonizar la vida material y la espiritual. Cuando hay conflicto debe escogerse siempre el bien mayor.

    No hay que confundir la moral natural con la moral cristiana. En la primera existe un código de conducta que el hombre conoce en su interior, en la moral cristiana, es Dios quien revela al hombre cómo debe de actuar y le da todas las ayudas necesarias para vivirla.



    Para profundizar:

    El gran regalo, la gracia

    Gaudium et spes n 17

    El Catecismo nos habla sobre la gracia

  • El misterio de la gracia
    Su naturaleza y la necesidad que hay de ella.
     
    El misterio de la gracia
    El misterio de la gracia


    La Encarnación restableció la unión entre Dios y el hombre, que el pecado había roto; la Redención reconcilió al hombre pecador con Dios ofendido y la muerte del Redentor, ofrecida por todos los hombres, tuvo eficacia y mérito más que suficientes para salvarlos a todos; pero, es preciso que se nos haga participantes de los frutos de la Encarnación y Redención y el agente de la comunicación de los méritos de Cristo al alma es lo que se llama gracia.

    Naturaleza y división de la gracia

    Este nombre, en general, significa un don gratuito que se nos otorga sin ningún mérito de parte del que lo recibe. En sentido teológico, en el cual lo tomamos ahora, quiere decir: "Un don sobrenatural que Dios nos concede gratuitamente, en virtud de los méritos de Cristo, para conducirnos a la vida eterna".

    La Iglesia y los teólogos distinguen dos suertes de gracia: una llamada gracia actual, y otra gracia habitual. La gracia actual, como su nombre lo indica, es transitoria; es un del momento por el cual Dios nos excita y nos ayuda a evitar el mal y obrar el bien. Este socorro divino, que se nos otorga en tiempo oportuno, es una luz que ilumina nuestra inteligencia, una excitación dada a nuestra voluntad, en fin, un buen movimiento, que nos ayuda, pero que no lo hace todo sin nosotros: para obtener su fin, la gracia actual necesita de nuestra cooperación. Si correspondemos fielmente a ella, adquirimos un mérito; si la hacemos ineficaz por nuestra voluntad, somos culpables. La gracia habitual, que también se llama santificante, permanece en nuestra alma y la hace santa y agradable a Dios. No es un socorro transitorio, sino un influencia permanente divinamente difundida en el alma. Por esto la Escritura designa comúnmente a esta gracia con el nombre de vida. Ella es, en efecto, la vida sobrenatural del alma. También se la llama estado de gracia y caridad.

    Necesidad que el hombre tiene de la gracia

    La gracia es necesaria al hombre para todos los actos sobrenaturales; pues, como dijo Jesucristo: "Sin Mí no podéis hacer nada" (San Juan, XV, 5); y San Pablo: "No somos capaces de formar por nosotros mismos ni un buen pensamiento: sólo Dios es quien nos da este poder" (II Corint. III, 5); y el Concilio de Trento: "Sin la gracia de Jesucristo, el hombre no podría ser justificado por las obras que ejecuta ayudado de sus fuerzas naturales. La gracia divina no se le concede sólo como un auxilio útil, sino como un socorro necesario. Sin la ayuda del Espíritu Santo, el hombre no podría creer, esperar, amar, arrepentirse, como es necesario, para merecer la santificación" (Ses. VI, can. 1-3).

    Pero si la gracia es necesaria para las operaciones sobrenaturales del alma, Dios, en su misericordia, concede a todos los hombres los auxilios que necesitan para obtener su fin: y, como dice el Concilio de Trento: "Dios no ordena imposibles, pero cuando manda nos advierte al mismo tiempo que hagamos lo que podemos y que pidamos lo que no podemos y Él nos ayuda a poder" (Ses. VI, cap. 11). Ya antes había dicho San Pablo: "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"(I Tim. II, 4).

    Por consiguiente, Dios jamás niega las gracias necesarias a los justos para cumplir sus mandamientos; ni a los pecadores, por ciegos y endurecidos que estén en la maldad, para arrepentirse y salir del estado de culpa; ni a los infieles, aun a aquellos que no tienen ningún conocimiento de la fe, para salir de su infidelidad.

    Sin embargo, como las gracias de Dios no siempre obtienen el efecto que el Señor pretende, los teólogos las dividen en suficientes y eficaces. Llámese gracia suficiente el auxilio que Dios envía al alma, pero no obtiene resultado porque el hombre la resiste. Se denomina eficaz el auxilio que obtiene realmente el efecto para el que Dios le comunica. Esta eficacia deja siempre a salvo la libertad humana: el hombre, puede, en cada instante, seguir el impulso de la gracia o rechazarlo, consentir a las inspiraciones del Espíritu Santo o resistir a ellas. La gracia no arrastra necesariamente y los actos sobrenaturales que lleva a cabo la voluntad con el auxilio divino son actos libres.

    La predestinación

    Otro carácter, no menos misterioso de la gracia, es el que resulta de la predestinación. Se llama predestinación el acto por el cual Dios nos prepara su gracia en el tiempo y su gloria para la eternidad.

    De aquí que los teólogos distingan dos suertes de predestinación, una a la gracia y otra a la gloria. La segunda presupone la primera, porque nadie puede salvarse sin la gracia; pero la primera no lleva consigo la segunda, porque desgraciadamente hay quienes, después de haber recibido el don de la fe y de la justificación, no perseveran en el bien y mueren en desgracia de Dios.

    Sin embargo, la Iglesia afirma con el Concilio de Trento (Ses. VI, can. XII, XVII), que nadie es predestinado al pecado ni al infierno; los que se pierden, se pierden libremente; se pierden por elección, por obstinación, por efecto de una perseverancia voluntaria en el mal; se pierden a pesar del mismo Dios, que quiere su salvación y que les prodiga hasta el fin los medios para obrar bien.

    La predestinación y la libertad

    La enseñanza católica, que acabamos de resumir respecto de la gracia, y, en especial, la eficacia de la gracia divina y el dogma de la predestinación, dan lugar a uno de los problemas más difíciles que tienen que resolver la razón humana y la teología: tal es la conciliación de la acción eficaz de la gracia y de la predestinación con la libertad del hombre.

    Los que Dios ha predestinado a la gloria, diremos con Cauly, serán infaliblemente salvos: esta verdad es de fe. Por otra parte, la predestinación no destruye la libertad: esto es, igualmente de fe. ¿Cómo conciliar estas dos verdades? Repitamos primero con Bossuet: Es preciso no abandonar dos verdades igualmente ciertas porque no veamos el nexo que las une.

    "El decreto beatífico o reprobador nos e ha dado sino en vista de los méritos o deméritos del hombre. Dios destina eternamente a la gloria a aquellos que prevé que aceptarán y conservarán la gracia. No es su presciencia lo que determina la elección y asegura su suerte; sino que su presciencia se ejerce a causa y en consecuencia de su elección, y da el decreto de gloria a causa y en consecuencia de esta presciencia" (Besson, Les Sacrements, 2a. Conferencia). Así, la predestinación a la gloria o al castigo sería cronológicamente ulterior a ella, porque Dios ha visto los méritos o deméritos del hombre libre antes de predestinarlo al cielo o al infierno. Sin duda, el decreto providencial surtirá necesariamente su efecto, porque Dios, en su presciencia, no puede ver las cosas de distinto modo de lo que han de ser; pero el decreto en sí no es más que la consecuencia de nuestras obras.

    ¿Qué se ha de pensar, pues, de esta objeción?: "Si estoy predestinado a la gloria, me salvaré infaliblemente; si estoy predestinado al infierno, me condenaré indefectiblemente. Luego, es inútil que trabaje; no me queda sino esperar la ejecución de mi predestinación".

    Nada hay más falso que este raciocinio y nada hay tampoco más absurdo. Nada hay más falso, puesto que la predestinación, no destruye para nada la libertad, sino al contrario, la respecta y la supone. El Cielo es una recompensa, el infierno un castigo, que nos esperan con certeza. ¿Pero sabemos cuál es respecto de nosotros el decreto de la Providencia? De ningún modo, y el justo no menos que el pecados más obstinado, no tiene conocimiento de él. Lo que sabemos es que Dios es justo y que somos libres; que nuestra obras buenas merecerán el Cielo y nuestros crímenes el infierno. En nuestra mano está ganar el Cielo, haciendo, con el auxilio de la gracia, todo el bien que podamos; de nosotros depende el trabajar por evitar el infierno; pues obrando así estamos ciertos de que no somos del número de los réprobos.

    El raciocinio del fatalista no solamente es falso sino también absurdo. En efecto, Dios no ha previsto solamente desde la eternidad lo que concierne a nuestra suerte en la vida futura, sino que juntamente ha previsto todos los acontecimientos de la vida presente. Sabe que tal enfermedad será mortal o no, que tal proyecto debe realizarse o fracasar, que tal trabajo será fructuoso o estéril, que tal hombre será rico o pobre. ¿Y por este solo razonamiento "Dios sabe con ciencia cierta lo que sucederá", el enfermo va a renunciar a los cuidados del médico, el hombre de negocios o de labor a su proyecto o a su trabajo? No; todos se acuerdan prácticamente de la frase de La Fontaine: "Ayúdate y el Cielo te ayudará", y obran, en la medida de sus fuerzas, para llegar al fin que desean. Así debe hacerse en orden a la salvación. El cristiano sabio y prudente se esfuerza por preparar su destino, sabiendo que Dios se lo dará tal cual sus obras lo hayan merecido.

    La eficacia de la gracia y la libertad humana

    El problema de la armonía entre la eficacia de la gracia y la libertad humana, no es más insoluble, a pesar del misterio que a menudo le envuelve. A la luz de la eternidad todas las tinieblas habrán desaparecido; en este Mundo quedan algunas sombras. Cualquiera que sea la opinión teológica que se admita sobre la causa real de la eficacia de la gracia, no es por eso menos cierto que la libertad humana queda entera en todas las circunstancias y condiciones en que la gracia puede obrar.

    En efecto, tres estados de presentan en que el alma se halla particularmente bajo la acción de la gracia. Ahora bien, sea que se trate de pasar de la infidelidad a la fe, o del pecado al estado de justicia y santidad, o bien que sea cuestión de la perseverancia del alma justa, la libertad humana permanece intacta.

    El infiel es libre en todos los actos que preparan su conversión; si cree en la palabra de Dios, si confía en sus promesas, si comienza a amarle, si se arrepiente, si cambia de vida, tiene conciencia de que ejecuta estos actos libremente. Lo mismo sucede con el pecador: la justificación no la recibe sino mediante un acogimiento espontáneo y libre hecho a la gracia que le previene; la idea de volver a Dios, el arrepentimiento, la confesión, la reparación, otros tantos actos absolutamente libres. Y en fin, el alma justa que persevera, practica de un modo enteramente libre todos los actos que aumentan su santidad y su recompensa, si bien bajo la influencia de la gracia. Su oración, sus limosnas, sus actos de virtud, todo es libre: y esta alma tiene conciencia de que bajo el influjo de esta misma libertad puede en un momento, por un solo acto, por una palabra, un pensamiento, un deseo de hacerse rebelde, comprometerlo todo.

    Es, pues, cierto que la conciliación de la gracia y de la libertad, aunque a veces sea misteriosa, no es imposible ni irracional, y esto es lo que debíamos demostrar.

    ¿Qué es el Pecado?
    Es toda acción u omisión voluntaria contra la ley de Dios
     
    ¿Qué es el Pecado?
    ¿Qué es el Pecado?
    El Pecado es toda acción u omisión voluntaria contra la ley de Dios, que consiste en decir, hacer, pensar o desear algo contra los mandamientos de la Ley de Dios o de la Iglesia, o faltar al cumplimiento del propio deber y a las obligaciones particulares.


    «En sus juicios acerca de valores morales, el hombre no puede proceder según su personal arbitrio. En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer... Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente (2).


    «El pecado es un misterio, y tiene un sentido profundamente religioso. Para conocerlo necesitamos la luz de la revelación cristiana. (...) El pecado escapa a la razón. Ni la antropología, ni la historia, ni la psicología, ni la ética, ni las ciencias sociales pueden penetrar su profundidad»3.

    Algunos dicen que Dios no es afectado por el pecado. Efectivamente, no afecta a la naturaleza divina, que es inmutable; pero sí afecta al «Corazón del Padre» que se ve rechazado por el hijo a quien Él tanto ama
    4.

    Si el pecado no ofendiera a Dios sería porque Dios no nos quiere. Si Dios nos ama, es lógico que le «duela» mi falta de amor. Lo mismo que le agradaría mi amor, le desagrada mi desprecio: hablo de un modo antropológico.

    Pero es necesario hacerlo así, para entendernos. Si Dios se quedara insensible ante mi amor o mi desprecio, sería señal de que no me ama, que le soy indiferente.

    A mí no me duele el desprecio de un desconocido; pero sí, si viene de una persona a quien amo.

    No es que el hombre haga daño a Dios. Pero a Dios le «duele» mi falta de amor.

    El bofetón de su niñito no le hace daño a una madre, pero sí le da pena. Ella prefiere un cariñoso besín. Es cuestión de amor.

    La inmutabilidad de Dios no significa indiferencia. La inmutabilidad se refiere a la esfera ontológica, pero no a la afectiva. Dios no es un peñasco: es un corazón. El Dios del Evangelio es Padre. La Filosofía no puede cambiar la Revelación.

    Es un misterio cómo el pecado del hombre puede afectar a Dios. Pero el hecho de que el pecado afecta a Dios es un dato bíblico
    5.

    La Biblia expresa la ofensa a Dios del pecado con la imagen del adulterio
    6.

    El pecado es ante todo ofensa a Dios
    7.
    El pecado ofende a Dios por lo que supone de rebelión.

    David, arrepentido de su pecado, exclamaba: «Contra Ti pequé, Señor»
    8.

    «El pecado es un no deliberado dado al amor redentor de Cristo, y esta negativa lastima a Cristo»
    9.

    Hay hechos que tienen un significado importante.
    Por eso Pío XI se negó a pagar al Estado Italiano una lira al año de contribución, pues eso suponía que el Estado Vaticano no era independiente
    10.

    «La Iglesia ha condenado la opinión de quienes sostenían que puede darse un pecado puramente filosófico, que sería una falta contra la recta razón sin ser ofensa de Dios»
    11.

    «La Iglesia ha condenado la idea de que pueda existir un pecado meramente racional o filosófico, que no mereciera castigo de Dios»
    12.

    El pecado está en la no aceptación de la voluntad de Dios, más que en la transgresión material de la ley.

    Por eso, puede haber pecado sin transgresión material de la ley si existe el NO a Dios en la intención; mientras que puede haber transgresión de la ley sin pecado, si no se ha dado el NO a Dios voluntariamente.

    El pecado no es algo que nos cae inesperadamente, como un rayo en medio del campo. El pecado se va fraguando, poco a poco, dentro de nosotros mismos
    13.

    Las repetidas infidelidades a Dios, los apegos desordenados consentidos, el irresponsable descuido de las cautelas, van preparando la caída.



    La moral no consiste en el cumplimiento mecánico de una serie de preceptos, sino en nuestra respuesta cordial a la llamada de Dios que se traduce en una actitud fundamental en el servicio de Dios.

    La opción fundamental es la orientación permanente de la voluntad hacia un fin.

    Esta actitud debe explicitarse en el fiel cumplimiento de los preceptos, no de modo rutinario, sino vivificado por el dinamismo que el Espíritu imprime en nuestros corazones.

    La opción fundamental no consiste en liberarse del cumplimiento de determinadas normas o preceptos, sino muy al contrario, en hacer una llamada a la interiorización y profundización de la vida de cada cristiano.

    La opción fundamental por Dios consiste en colocar a Dios en el centro de la vida.

    »Concebirle como el Valor Supremo hacia el cual se orientan todas las tendencias, y en función del cual se jerarquizan las múltiples elecciones de cada día»
    14.

    La opción fundamental es una decisión libre, que brota del núcleo central de la persona, una elección plena a favor o en contra de Dios, que condiciona los actos subsiguientes, y es de tal densidad que abarca la totalidad de la persona, dando sentido y orientación a su vida entera.

    «Es claro que las actitudes determinan nuestro comportamiento moral de forma positiva o negativa»
    15.

    Las actitudes son predisposiciones estables o formas habituales de pensar, sentir y actuar en consonancia con nuestros valores. Son, por tanto, consecuencia de nuestras convicciones o creencias más firmes y razonadas de que algo «vale» y da sentido y contenido a nuestra vida. Constituyen el sistema fundamental por el que orientamos y definimos nuestras relaciones y conductas con el medio en que vivimos.

    Evidentemente que en el hombre tienen más valor las actitudes que los actos. Hay «actos que expresan más bien la periferia del ser y no el ser mismo del hombre.

    »Los actos verdaderamente valiosos son los que proceden de actitudes conscientemente arraigadas.

    »Se ve claramente que, aunque la actitud sea lo que define auténticamente al ser moral del hombre, los actos tienen también su importancia, porque, repetidos, conscientes y libres van camino de convertirse en actitud»
    16.

    Incluso podemos decir que hay actos de tal trascendencia que, si se realizan responsablemente y sin atenuantes posibles, son el exponente de una actitud interna
    17.

    No hace falta que el acto se repita para que sea considerado grave
    18. Por ejemplo: un adulterio o un crimen planeado a sangre fría, con advertencia plena de la responsabilidad que se contrae, buscando el modo de superar todas las dificultades, y sin detenerse ante las consecuencias con tal de conseguir su deseo, ¿qué duda cabe que compromete la actitud moral del hombre?

    La opción fundamental puede ser radicalmente modificada por actos particulares»
    19.

    No es sincera una opción fundamental por Dios, si después esto no se confirma con actos concretos. Los actos son la manifestación de nuestra opción
    20 .

    Si la opción fundamental no va acompañada de actos singulares buenos, se ha de concluir que la tal opción se reduce a buenas intenciones
    21.

    Es en las acciones particulares donde la opción fundamental de servir a Dios se puede vivir de verdad. (...) La ruptura de la opción fundamental no es sólo por apostasía»
    22.

    Lo que sí parece cierto es que la actitud no cambia en un momento.

    Los cambios vitales en el hombre son algo paulatino.
    El pecado mortal que separa al hombre definitivamente de Dios es la consecuencia final de una temporada de laxitud moral
    23.

    Por eso decimos que el pecado venial dispone para el mortal.



    Algunos opinan que al final de la vida, Dios dará a todos la oportunidad de pedir perdón de sus pecados; pero esta posibilidad de la opción final no tiene ningún fundamento en la Biblia
    24. Por eso es rechazada por teólogos de categoría internacional como Ratzinger, Rahner, Pozo, Alfaro, Ruiz de la Peña, etc.



    Hay, además otros pecados llamados pecados de omisión: «los pecados cometidos por los que no hicieron ningún mal..., más que el mal de no atreverse a hacer el bien, que estaba a su alcance»
    25.

    Jesucristo condena al infierno a los que dejaron de hacer el bien: «Lo que con éstos no hicisteis»
    26. A veces hay obligación de hacer el bien, y el no hacerlo es pecado de omisión.

    «Se equivocan los cristianos, que pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga a un más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno.

    Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fueran ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales.

    El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época»
    27.

    «Hoy es muy usual en algunos ambientes hablar de pecado social.

    »Pero el pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona.

    »Una sociedad no es de suyo sujeto de actos morales.

    »Lo cierto es que el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás.

    »Pero en el fondo de toda situación de pecado hallamos siempre personas pecadoras»
    28.

    Las estructuras de pecado se deben a los pecados de los hombres.

    «Todo pecado es un ultraje a Dios. (...) En un sentido propio y verdadero tan sólo son pecado los actos que de forma consciente y voluntaria van contra la ley de Dios. (...) Por eso, precisamente, el hombre es la única creatura que puede ser pecadora entre los seres que componen la creación visible»
    29.

    Aunque es cierto que pecados personales generalizados crean un ambiente de pecado, «no se puede diluir la responsabilidad personal en culpabilidades colectivas anónimas»
    30

    Hay que sentirse responsables de nuestros pecados que deterioran el ambiente. Hausherr, Profesor del Instituto Oriental de Roma, publicó un libro titulado Le Penthos en el que habla del influjo de algunos pecados en el medio ambiente espiritual del Cuerpo Místico de Cristo
    31.

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    1. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº1849regresar
    2. Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes: Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 16regresar
    3. Pedidos al autor: Apartado 2546. 11080-Cádiz. Tel.: (956) 222 838. FAX: (956) 229 450regresar
    4. MIGUEL PEINADO: Exposición de la fe cristiana, 3ª, II, 50. Ed. BAC. Madrid. 1975.regresar
    5. JOSÉ A. SAYÉS: pecado Original, VI, 1. Folleto JRC nº 13. EDAPOR. Madrid, 1988.regresar
    6. JOSÉ A. SAYÉS: Jesucristo Nuestro Señor, VII, 4, 2. Ed. EDAPOR. Madrid, 1985.regresar
    7. Profeta ISAÍAS, 57: 8regresar
    8. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1440regresar
    9. Salmo 51: 4regresar
    10. BERNHARD HÄRING: Shalom, Paz, II, 4. Ed. Herder. Barcelona. 1998.regresar
    11. LAMBERTO DE ECHEVARRÍA: Creo en el perdón de los pecados, IV. Cuadernos BAC, nº 67. regresar
    12. GARRIGOU-LAGARNGE: DIOS, su existencia, I,4. Ed. Palabra. Madrid. 1976.regresar
    13. JUAN M. IGARTUA, S.I.: Revista REINO DE CRISTO, 342 (V-1990) 5regresar
    14. JUAN PABLO II: Ejercicios Espirituales para jóvenes, 1ª, IV. Ed. BAC-POPULAR. Madrid.1982.regresar
    15. RAFAEL CANALES, S.I.: Revista PROYECCIÓN, 62(X-68) 281-8regresar
    16. JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Antropología y moral, VII, 1. Ed. Palabra. Madrid. 1997.regresar
    17. LUIS ELLACURÍA,S.I.: Moral de actos y Moral de actitudes. Estudios de Deusto, Vol XV, 30 (IV-67) 145ssregresar
    18. RONALD LAWLER, O.F.M.: La Doctrina de Jesucristo, XIX, 4, e. Ed. Galduria. Jódar (Jaén).regresar
    19. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe: Declaraciones sobre cuestiones de Ética Sexual nº 10. Revista ECCLESIA, 1773 (17-I-76) 73regresar
    20. JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia, nº 17regresar
    21. AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, V, 3. Ed. Palabra. Madrid. 1995.regresar
    22. AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, XI, 2,1,a. Ed. Palabra. Madrid.1995.regresar
    23. AUGUSTO SARMIENTO: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 5. Ed. Palabra. Madrid. 1990.regresar
    24. HEGGEN: La Penitencia, acontecimiento de Salvación, I, 2. Ed. Sígueme. Salamancaregresar
    25. JOSÉ ANTONIO SAYÉS: Más allá de la muerte, VI, 1. Ed. San Pablo. Madrid. 1996.regresar
    26. ORTEGA Y GAISÁN: Valores humanos, 2º, VI, 7. Vitoriaregresar
    27. Evangelio de SAN MATEO, 25:42sregresar
    28. Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes: Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº43regresar
    29. JUAN PABLO II: Reconciliación y Penitencia, nº 16. Revista ECCLESIA, 2204(5-I-85)26regresar
    30. AUGUSTO SARMIENTO: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 6. Ed. Palabra. Madrid. 1990.regresar
    31. JOSÉ MARÍA IRABURU: El matrimonio católico (Separata). Apéndices, III, 2. Ed. Gratis Date. Pamplona. 1989.regresar
    32. BERNHARD HÄRING: SHALOM: Paz, XX, 7. ed. Herder. Barcelona. 1998.regresar
    Pecados según su gravedad
    Pecado Venial, Mortal y contra el Espíritu Santo.
     
    El pecado es toda acción u omisión voluntaria contra la Ley de Dios o de la Iglesia, o cualquier falta en el cumplimiento del deber y de nuestras obligaciones.


    Hay diferentes pecados según su gravedad:

    Mortal:

    Es el que separa totalmente al hombre de Dios y requiere del sacramento de la Reconciliación para que sea perdonado. Para que un pecado sea mortal, se necesita que haya materia grave, pleno conocimiento, y consentimiento. En otras palabras, que lo que se hace sea grave, que se conozca la gravedad y que aún así se cometa. Se merece el castigo de vivir apartados de Dios en la vida eterna. También hace que se pierdan los méritos alcanzados por las buenas obras.

    Venial

    Cuando la materia es leve o cuando se desobedece una materia grave, pero sin conocimiento, ni consentimiento. El pecado venial deliberado y sin arrepentimiento nos dispone poco a poco al pecado mortal, pero no rompe la amistad con Dios totalmente, es humanamente reparable con la gracia de Dios.

    Si alguien se niega a recibir la misericordia de Dios, no será perdonado. Es lo que llamamos el pecado contra el Espíritu Santo.

    El pecado genera una facilidad para el pecado, la repetición de los malos hábitos nos lleva al vicio. Por ello se nos oscurece la conciencia y llega un momento en que no sabemos que está bien y que está mal. Es conveniente luchar contra nuestros malos hábitos antes que nos lleven a la enemistad total con Dios.

    El pecado es una realidad opuesta a la Salvación que Dios nos ofrece. El pecado nos esclaviza, nos hace menos libres, ya que estamos esclavizados por nuestras pasiones, vicios, etc.

    No hay pecado que no pueda ser perdonado si nos acogemos a la misericordia de Dios con un corazón arrepentido y humillado.

    Pecado Original
    El primer pecado que se cometió en la Tierra, en los principios de la humanidad.
     
    43.- Empezamos a vivir la vida de la gracia con el sacramento del bautismo.


    2. Cuando nacemos a la vida natural, nacemos muertos a la vida de la gracia, porque nacemos con el pecado original.

    El pecado original se lava con el bautismo.

    El bautismo es como un segundo nacimiento: un nacimiento a la vida sobrenatural.

    Dios creó a nuestros primeros padres en estado de gracia.

    Dios en señal de su soberanía les dio un mandato para que ellos cumpliéndolo mostraran su aceptación. Ellos cediendo a la tentación del demonio desobedecieron32.

    «Puesto que el fin propio del precepto era probar la obediencia, no podemos medir la gravedad de la culpa por la acción exterior en que se manifiesta»
    33.

    «El hombre creado por Dios en la justicia, sin embargo, por instigación del demonio, en el mismo comienzo de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios»
    34.

    Este pecado de desobediencia
    35 fue el pecado original, llamado así porque fue el primer pecado que se cometió en la Tierra, en los principios de la humanidad. Dice San Pablo que Adán introdujo el pecado en el mundo36.

    El pecado original es origen de otros muchos.

    El pecado original es la raíz de los demás pecados de los hombres
    37.

    La realidad del pecado original es dogma de fe
    38.

    Con este pecado de desobediencia nuestros primeros padres perdieron la gracia para ellos y para nosotros sus hijos
    39.

    Lo mismo que lo pierden todo los hijos del que se arruina en el juego de la ruleta.

    Si un monarca concede a una familia un titulo nobiliario con la condición de que el cabeza de familia no se haga indigno de semejante gracia, ¿quién puede protestar si después de una ingratitud de este cabeza de familia, el monarca retira el título a toda la familia?

    Lo mismo que cuando el embajador de una nación firma un tratado compromete a todo su país, lo mismo nos afecta a todos el pecado de Adán, que fue la cabeza del género humano.

    «En su voluntad estaba incluido nuestro destino. Las aguas corren putrefactas porque la fuente está contaminada»
    40.

    El Concilio de Trento «el más trascendental de toda la Historia de la Iglesia»
    41 define como de fe que el pecado original se transmite por generación, por herencia42.

    Dice Pablo VI en el Credo del Pueblo de Dios: "Mantenemos, siguiendo el Concilio de Trento, que el pecado original se trasmite juntamente con la naturaleza humana, por generación"
    43.


    2. Nosotros no somos responsables del pecado original porque no es pecado personal nuestro
    44; pero lo heredamos al nacer45.

    «Por eso el pecado original es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado "contraído", no "cometido"; es un estado, no un acto»
    46.

    En virtud de la ley de solidaridad de Adán con toda la humanidad, por ser su cabeza físico-jurídica
    47, nos priva de los dones extraordinarios que Dios había concedido en un principio a Adán para que los comunicara a sus descendientes48.

    «Del mismo modo que entre Adán y sus descendientes hubiera existido solidaridad si hubiera sido fiel, del mismo modo existe también solidaridad en su rebeldía»
    49.

    El gran desastre del pecado de Adán fue que arrastró consigo a toda la naturaleza humana
    50.

    De igual manera que si Adán se hubiese suicidado antes de tener hijos, hubiera privado de la vida a todo el género humano, así con su pecado nos priva de la gracia. Fue un suicidio espiritual.

    No debemos protestar por sufrir nosotros las consecuencias del pecado de Adán. ¿Habríamos sabido nosotros conservar estos dones?
    51 ¿No son nuestros pecados personales una prueba de que también nosotros habríamos prevaricado?

    El pecado original fue un pecado de soberbia
    52.

    El pecado de Adán y Eva es un pecado muy frecuente hoy día.

    Hombres y mujeres autosuficientes, independientes, rebeldes a toda norma, orden o mandato, aunque venga del Papa.

    Para ellos sólo vale lo que ellos opinan, y lo que ellos quieren.
    No se someten a nadie.

    Quieren ser ellos los que deciden lo que es bueno y lo que es malo.
    Quieren ser como dioses.

    Ése fue el pecado de Adán y Eva.


    3. Antes de pecar, el demonio dijo a nuestros primeros padres que si pecaban serían como dioses.

    Ellos pecaron y se dieron cuenta del engaño del demonio.

    Con esto el demonio logró lo que pretendía: derribar a Adán de su estado de privilegio.

    El demonio es el «padre de la mentira»
    53.

    Eva fue seducida por él
    54.

    El que peca se entrega al espíritu de la mentira.

    En la medida que somos pecadores somos «mentirosos»
    55, pues el pecado es el abandono de la verdad, que es Dios, por la mentira.

    El demonio también nos engaña a nosotros en las tentaciones
    56 presentándonos el pecado muy atractivo, y luego siempre quedamos desilusionados, con el alma vacía y con ganas de más.

    Porque el pecado nunca sacia. Pero el demonio logra lo suyo: encadenarnos al infierno.

    El demonio nos tienta induciéndonos al mal
    57, porque nos tiene envidia58 , porque podemos alcanzar el cielo que él perdió por su culpa59 .

    Todas las tentaciones del demonio se pueden vencer con la ayuda de Dios
    60.

    El demonio es como un perro encadenado: puede ladrar, pero sólo puede morder al que se le acerca
    61.

    «En el estado de pecado original el hombre carece de la gracia y amistad de Dios, y su libertad está debilitada e inclinada al mal; no podemos ser totalmente dueños de nosotros mismos y de nuestros actos»
    62.

    La vida de la gracia que empieza con el bautismo necesita respirar para no ahogarse.

    Lo mismo que la vida del cuerpo que, si no se tiene aire para respirar, también se ahoga.

    Dice San Agustín que la respiración de la vida del alma es la oración.

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    1. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 397regresar
    2. BIRNGRUBER: Teología Dogmática para Seglares, nº 16. Ed. Litúrgica Española. Barcelonaregresar
    3. Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes: Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº13regresar
    4. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 397regresar
    5. SAN PABLO: Carta a los Romanos, 5:12ssregresar
    6. Conferencia Episcopal Española: Catecismo Escolar, 5º EGB, nº4regresar
    7. DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 787-792. Ed. Herder. Barcelonaregresar
    8. DENZINGER: Magisterio para la Iglesia, nº 789. Ed. Herder. Barcelonaregresar
    9. JESÚS Mª GRANERO,S.I.: Credo - Jesucristo, VII. Ed. Escelicer. Cádiz. 1943regresar
    10. Revista ROCA VIVA 315 (X-1994) 415-418regresar
    11. DENZINGER: Magisterio de la Iglesia, nº 790, y DS, 1512s. Ed. Herder. Barcelonaregresar
    12. PABLO VI: Credo del Pueblo de Dios, nº 16regresar
    13. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 405regresar
    14. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 403regresar
    15. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 404regresar
    16. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 404regresar
    17. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 416regresar
    18. EDWARD LEEN, C.S.Sp: ¿Por qué la cruz? 1ª, VIII. Ed. Rialp. Madridregresar
    19. MIGUEL PEINADO: Exposición de la Fe Cristiana, 1ª, I, 7, 4. Ed. BAC. Madrid. 1975regresar
    20. LELLOTTE, S.I.: La solución al problema de la vida. Ed. Librería Religiosa. Barcelonaregresar
    21. LEO J. TRESE: La fe explicada, 1ª, V, 3. Ed. Rialp. Madrid 1981regresar
    22. Evangelio de SAN JUAN, 8:44regresar
    23. SAN PABLO: Primera Carta a Timoteo, 2:14regresar
    24. SAN PABLO: Carta a los Romanos, 3:4,7regresar
    25. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 394regresar
    26. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 414regresar
    27. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 391regresar
    28. Libro de la Sabiduría, 1:13; 2:24regresar
    29. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 395regresar
    30. ANTONIO TAPIES: Nuestra salvación, 1ª, I, 4. Ed. Claret. Barcelona, 1987regresar
    31. Conferencia Episcopal Española: Ésta es nuestra fe, 2ª, I, 3. EDICE. Madrid, 1986regresar
    Malicia del pecado: ¿Por qué mi pecado hiere a Dios?
    El principal es el demonio, lo negativo del mundo y su ambiente y los instintos humanos que no están sometidos a la inteligencia.
     
    ¿Cuál es la causa del pecado?

    Dios nos da la vida, con ella la inteligencia, la voluntad y por lo tanto la libertad; además no ha dotado de una conciencia y una ley natural que está inscrita en nuestro ser, por ejemplo la noción de bien y mal, para que cumplamos con nuestra misión.

    Dios no puede ser responsable del mal uso que hagamos de aquello que nos ha dado. El pecado es, por lo tanto, una "iniciativa del hombre", es una negativa a colaborar con el plan de Dios en una circunstancia determinada.

    El no querer colaborar con el plan del Autor generará forzosamente desorden en la obra de Dios y las consecuencias de este desorden se revertirán contra el mismo hombre que peca y contra sus semejantes, tal como ya hemos visto.

    Pero, ¿por qué pecamos aún cuándo conocemos la verdad?


    Causas del pecado

    Aunque la causa del pecado es el mismo hombre que abusa de su libertad, haciendo lo que me más le gusta y le agrada, sin embargo, hay unos factores que inclinan al hombre a pecar:

    1. El principal es el demonio, que nos presenta realidades desfiguradas como si fueran algo deseable y bueno, aunque realmente sean malas. Provoca al hombre tentándolo. Es un ser inteligente y, por ello, engaña al hombre para que se acerque al mal y no al bien.

    2. Carne o concupiscencia: instintos y apetitos humanos desordenados. La carne convierte en pecado realidades que son buenas en sí mismas, dentro del plan de la creación de Dios: convierte el sexo en lujuria, el deseo de buena fama en vanidad, la justa aspiración a poseer lo necesario en avaricia, el amor a la patria en nacionalismo exarcebado.

    3. Vicios o hábitos de pecado: repetición de actos malos que hacen más difícil la enmienda. Un hombre habituado a la pereza, a malgastar su tiempo, fácilmente tenderá a rehuir el esfuerzo, a no rendir en su trabajo y estará robando a su empresa.

    4. Tentaciones: realidades desfiguradas que aparecen ante el hombre como bienes deseables, cuando realmente son nocivas. Hay muchos campos y pueden ser muy sutiles, internas o externas.

    5. Peligros de pecado: situaciones externas que propician el ambiente de pecado: falta de educación, hambre, ociosidad, malos ejemplos, anomalías familiares, influencia de estereotipos sociales. P.e. hoy está muy difundida la promiscuidad sexual juvenil a causa de los modelos de comportamiento que se presentan en el cine, televisión, etc.

    6. Atractivos del mundo: poder, riquezas, situación social. Son valores buenos en sí mismos si van ordenados al fin de la propia felicidad, a la gloria de Dios y a la salvación del alma. Sin embargo, cuando se convierten en fines en sí mismos nos llevan fácilmente al pecado. P.e. matar para adquirir poder, hacer trampas para conseguir dinero, arruinar a otros para ganar estatus social, etc.

    7. Simple egoísmo o apego desordenado a sí mismo: el que sólo busca satisfacer sus deseos es fácil presa de desviaciones morales. Al contrario, el hombre altruista que piensa siempre en los demás, que vive para Dios...tiene grandes garantías de perseverar en el bien.


    ¿La tentación es pecado?

    La tentación, es sólo una inclinación y que no hay que confundir con el pecado, pues en este último se da el paso. No es lo mismo “sentir que consentir”.

    Sentir es una reacción de los sentimientos ante algo que provoca atracción o rechazo.
    Consentir es un acto de la voluntad, es una decisión.

    No es pecado sentir. Para que haya pecado tiene que intervenir la voluntad. Sólo cuando decidimos aceptar la invitación hay pecado.

    La tentación es una sugestión interior, que por causas internas o externas, incita al hombre a pecar. Actúan engañando al entendimiento con falsas ilusiones, debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer en la comodidad, la negligencia, etc., instigando los sentidos, principalmente la imaginación, con pensamientos de sensualidad, de soberbia, de odio, etc.

    Por ello hay que huir de toda ocasión de pecado, es decir las situaciones que favorecen la aceptación del pecado.

    El ambiente nos puede arrastrar a cometer muchos pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión, pero nuestras conciencias, si están bien formadas, nos ayudarán a distinguir si nuestros pecados son lo suficientemente graves como para haber roto la amistad con Dios.



    Para que sea pecado mortal, deben cumplir con tres condiciones:

    1. Materia grave.
    Esto se cumple cuando vamos directamente en contra de la ley de Dios, cuando rompemos con el orden establecido por Él. No es que nos desviemos, sino que vayamos exactamente en sentido contrario a las indicaciones que Dios nos da a través de nuestra conciencia y de la ley.

    2. Pleno conocimiento.
    Sabemos que la materia es grave, sabemos que es una rebeldía contra Dios y aún así elegimos hacerlo.

    3. Pleno consentimiento.
    Usamos nuestra libertad y nuestra voluntad para hacerlo. Lo queremos realizar conscientemente y no porque algo o alguien nos obliga.

    Cuando falta alguna de las condiciones anteriores, entonces se trata de un pecado venial. No nos hace merecedores del infierno, pero debilita la amistad con Dios y nos hace más débiles para luchar con las tentaciones del demonio, del mundo y de la carne.

    Un hombre que se habitúa al pecado venial es muy fácil que se acerque al pecado mortal.



    Opiniones

    1. Laxismo permisivista: todo está permitido al hombre.
    2. Relativismo: es la religión del “viste como quieras”, total, todo es relativo, depende desde donde lo mires.
    3. Moral de situación: depende de la situación o circunstancia.
    4. Liberalismo total: yo tengo mi libertad y puedo hacer lo que quiera.
    5. Epicureísmo: es bueno lo que me agrada, es malo lo que me molesta o fastidia.



    Malicia del pecado: ¿Por qué mi pecado hiere a Dios?

    A) Porque se desobedece a la conciencia que es la voz de Dios que resuena en nuestro interior, mandándonos unas cosas y prohibiéndonos otras. El hombre al pecar desprecia esta voz de Dios.

    B) Porque Dios es el fin y felicidad del hombre, y el hombre al pecar toma como fin a las criaturas en lugar de Dios. En todo pecado hay una elección implícita pero consciente en favor de otros fines que no son Dios, de otros fines que Dios ha creado precisamente como medios para acercarnos a Él: el amor sexual, los bienes materiales, la capacidad de juzgar, etc. El hombre prefiere quedarse con los medios y disfrutar de ellos, olvidándose de su verdadero fin, que es Dios.

    C) Porque Dios es el Bien Sumo e infinito que se ve rechazado por un bien creado, perecedero y de menor calidad. Deleitándose en bienes que producen placeres efímeros y fugaces, se desprecia el único bien que puede saciar las ansias de felicidad.

    D) Porque Dios, siendo el Señor, es despreciado, ya que el hombre al pecar se sustrae a su dominio, no quiere obedecerle. No hay motivos para justificar este rechazo ante la grandeza de lo que se desprecia. Simplemente no lo valora, y esto duele al que hace el regalo.



    Consecuencias del pecado

    A) A nivel personal: hastío, desánimo, desesperación y ansiedad, falta de paz, idolatría práctica, vivir sin brújula, inmadurez crónica (capricho, egoísmo, soledad).

    B) A nivel social: injusticias, explotaciones, estructuras de pecado



    Ánimo, amigo, vive la amistad con Dios, como el tesoro más importante. No te dejas robar este tesoro. Echa fuera de tu vida el pecado, y vive la amistad con Dios, transmitida con alegría y ganas de vivir.

    Sentido del pecado y remordimiento
    Es el juicio de la conciencia por el cual juzgamos como ofensa a Dios.
     

    «Al dirigir nuestra mirada ahora al mundo contemporáneo, debemos constatar que en él la conciencia del pecado se ha debilitado notablemente... Es preciso hacer que la conciencia recupere el sentido de Dios, de su misericordia y de la gratuidad de sus dones, para que pueda reconocer la gravedad del pecado, que pone al hombre contra su Creador...

    A mediados del siglo pasado, Manzoni nos dejó una fina descripción psicológica del problema del pecado en su caracterización del Ignominato, el "Caballero sin Nombre" de I promessi sposi, esa hermosa novela en que el gran autor italiano recrea una vieja historia del siglo XVI: "Hacía ya algún tiempo que sus fechorías le causaban, si no remordimientos, al menos cierta desazón importuna. Las muchas que conservaba aglomeradas en su memoria, más bien que en su conciencia, se le presentaban vivamente al cometer una nueva maldad, pareciéndole harto incómodo su recuerdo, y abrumándolo su excesivo número, como si cada una agravase sobre su corazón el peso de las anteriores.

    Empezaba ya a sentir otra vez aquella repugnancia que experimentó al cometer los primeros delitos, y que vencida después, había dejado de importunarlo por espacio de muchos años. Pero si en los primeros tiempos la idea de un porvenir indefinido y de una vida larga y vigorosa llenaban su ánimo de una confianza irreflexiva, ahora por el contrario, la consideración de lo futuro era la que le presentaba más desagradable lo pasado. ¡Envejecer!... ¡Morir!... ¿Y luego? ¡Cosa admirable! La imagen de la muerte, que en un peligro inmediato, delante de un enemigo, aumentaba el ánimo de aquel hombre, añadiendo el valor a la ira, la misma imagen ofreciéndosele durante el silencio de la noche, en la seguridad de su castillo, le causaba una extraordinaria consternación, porque no era un riesgo que provenía de otro hombre también mortal, ni una muerte que pudiera repelerse con mejores armas y brazos más vigorosos, sino que venía por sí sola, estaba dentro de sí mismo, y aun cuando tal vez se hallase lejana, se acercaba por momentos paso a paso: y cuanto más se esforzaba la imaginación por alejarla, se aproximaba más y más cada día. En los primeros años, los ejemplares sobrado frecuentes, y el espectáculo incesante, digámoslo así, de violencias, venganzas y asesinatos, inspirándole una atroz emulación, le servían al mismo tiempo de disculpa, y aun de autoridad para adormecer los clamores de su conciencia; pero ahora se despertaba en él de cuando en cuando la idea confusa, aunque terrible, de un juicio individual y de una razón independiente del ejemplo.

    Por otra parte, el haberse distinguido de la turba de los malhechores, siendo solo en su especie, excitaba en su espíritu la idea de un espantoso aislamiento.

    Representábase también la idea de Dios, aquel Dios de quien desde tiempo muy antiguo no pensaba ni en negar ni en reconocer, ocupado únicamente en vivir como si no existiera. Y ahora en ciertas ocasiones de abatimiento, sin causa de terror conocido, sin fundamento, le parecía que en su interior le gritaba: Yo existo.

    En el fervor juvenil de sus pasiones, la ley que había oído anunciar a nombre de ese mismo Dios, la hubiera juzgado aborrecible; pero ahora, cuando la memoria se la recordaba, su razón la admitía, a pesar suyo, como cosa practicable y aun obligatoria. Sin embargo, lejos de traslucir ni en obras ni en palabras algo de esta nueva inquietud, la ocultaba cuidadosamente, y disfrazándola con las apariencias de una más intensa y profunda ferocidad, trataba por este medio de ocultársela a sí mismo o de disiparla. Envidiando (ya que no le era dado aniquilarlos ni olvidarlos) aquellos tiempos en que solía cometer maldades sin remordimientos, y sin más cuidado que el de su feliz éxito, hacía los mayores esfuerzos a fin de que volviesen, y de robustecer de nuevo aquella antigua voluntad resuelta, orgullosa, imperturbable, persuadiéndose a sí mismo que era todavía el hombre de entonces" .

    Encontramos en este relato lo que llamamos sentido del pecado, conciencia obtusa, remordimiento de las faltas pasadas, angustia moral, etc. Quiero considerar algunos aspectos de estos temas.

    El sentido del pecado es el juicio de la conciencia por el cual juzgamos como ofensa a Dios los actos que se oponen a la ley moral; el sentimiento de culpabilidad es el pesar por ser los autores de tal transgresión; se presenta a menudo como remordimiento de conciencia.

    La conciencia es un juicio de la razón por el que aplicamos nuestro conocimiento moral a los actos particulares; nos acompaña a lo largo de todo nuestro obrar propiamente humano. Ordinariamente actúa antes de que obremos (conciencia "antecedente") mostrándonos la bondad o malicia de los actos que se nos presentan como posibles de realizar (es decir, la moralidad de nuestros planes, proyectos, tentaciones, deseos) y consecuentemente juzga que debemos realizar tal o cual porque es obligatorio para nosotros, o que debemos abstenernos de tal otro porque pesa una prohibición sobre él, etc. Luego sigue actuando mientras obramos (conciencia "concomitante"); aquí actúa como testigo de nuestro buen o mal proceder según que estemos actuando a favor o en contra de nuestros juicios de conciencia.
    Finalmente la conciencia sigue actuando después de realizados los actos (conciencia "consiguiente") tranquilizándonos y aprobándonos si hemos obrado bien; reprendiéndonos si hemos actuado mal.


    1. El sentido del pecado

    El "sentido del pecado" es la sensibilidad ante el pecado, es decir, la adecuada y delicada percepción del pecado y se sitúa en los tres momentos de la conciencia. El sentimiento de culpabilidad se sitúa en la conciencia concomitante (cuando la conciencia nos reprocha lo que estamos realizando) y sobre todo en la conciencia consiguiente (como tormento por el mal que hemos cometido); en menor grado se verifica en la conciencia antecedente, mientras estamos analizando la posibilidad de realizar acciones que nuestra conciencia nos reprocha.

    Tanto el sentido del pecado como el sentido de la culpabilidad admiten diversos grados, según el tipo de conciencia:

    1º Hay personas que tienen una percepción clara del pecado, de su gravedad, de sus consecuencias; y, consecuentemente, tienen un sentimiento normal, realista, de su responsabilidad y culpabilidad.

    2º Otros parecen ciegos ante la realidad del pecado; consecuentemente parecen insensibles ante sus faltas y crímenes. Se habla generalmente de conciencia "cauterizada", y suele darse en quienes se han habituado y se aferran pertinazmente a sus pecados.

    3º Algunos, por el contrario, sufren con una conciencia escrupulosa y angustiada, tal vez por faltas que no existen o al menos por pecados que no tienen la gravedad que ellos les asignan.

    4º Finalmente, otros tienen lo que se llama una conciencia "farisaica", que se turba ante actos objetivamente insignificantes, pero se hacen los ciegos ante sus propios grandes crímenes. Así los fariseos del Evangelio que se escandalizaron porque Jesucristo transgredía el descanso sabático para curar enfermos, pero fueron insensibles al juicio inicuo y cargado de injusticias al que ellos mismos sometieron al Señor.

    En la génesis de las diversas modalidades de conciencia y de sentido de culpabilidad, juegan como importantes factores (aunque no sean totalmente condicionantes) la civilización en que se vive, la educación recibida, la religión que se profesa, los hábitos buenos o malos contraídos voluntariamente.

    El sentido del pecado manifiesta en cierta medida nuestro "sentido de la realidad", porque expresa que vemos las cosas tal como son, y en este caso, los actos deformes como deformes. Guarda cierta analogía con el sentido del humor; nos causa hilaridad lo que resulta extravagante o fuera de lugar, lo ridículo; esto supone que tenemos ciertos parámetros de la realidad, comparados con los cuales tal o cual cosa resulta desproporcionada; una nariz demasiado grande o demasiado chica nos causa gracia, porque al mirar el tamaño de una cara, espontáneamente nos damos cuenta de las dimensiones que tendría que tener una nariz para que resulte armónica en ella. Análogamente, el sentido del pecado se da en quien es capaz de percibir que una acción desfigura la norma moral (no ya estética, como en el caso del humor) a cuya medida debería corresponder. Así, cuando una persona normal percibe la "injusticia" con la que está tratando a un inocente al que le castiga sin que haya cometido delito alguno, percibe antes cómo y cuál debería ser el acto con que debería realmente tratarlo.

    Se dice, incluso, que esta conciencia moral tiene una base fisiológica (hablan por eso de "conciencia biológica"). Según esto, nuestro cuerpo responde con cierto "bienestar" cuando es usado según sus fines propios, mientras que produce una depresión incluso biológica cuando es usado contra su propia naturaleza; por ejemplo, cuando se practica la anticoncepción, o en los intentos de suicidio, y especialmente en el aborto.

    Ahora bien, como la conciencia moral se limita a manifestar una norma moral que es superior a ella (por lo que se trata de algo subordinado y relativo) resulta ser el portavoz de esa norma (la ley natural y la ley positiva conocida por nosotros) y de su autor. Como el autor de la ley natural y de la ley divina positiva es Dios, la conciencia es la voz de Dios: "La conciencia, dice el Concilio Vaticano II, es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella". John Henry Newman, escribía al Duque de Norfolk en una célebre carta: "La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo".

    Sin embargo, lo que caracteriza al hombre moderno es la pérdida del sentido del pecado, como decía el Papa Pío XII: "El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado". Juan Pablo II ha escrito en la Exhortación Reconciliatio et poenitentia que el hombre contemporáneo vive "bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia". ¿Cuál es la causa? Esta hay que buscarla en la pérdida del sentido de Dios, es decir, "la progresiva ofuscación de la capacidad de percibir la presencia vivificante y salvadora de Dios". Perdido el sentido de Dios, la sensibilidad ante la ofensa de Dios se amortigua y pierde –valga la redundancia del término– "sentido". Las responsabilidades de este oscurecimiento pesan tanto sobre las ideologías reinantes en el mundo intelectual de los últimos siglos (psicologismo, sociologismo, historicismo ético, antropologismo cultural, etc.) cuanto a verdaderas desviaciones dentro del campo eclesial como ha sido, dice el Papa Juan Pablo II, el combatir la exageración de ver pecado en todo con la exageración de no verlo en ninguna parte, el predicar un amor de Dios incompatible con el castigo por el pecado, el hablar de un respeto por la conciencia que suprimiría el deber de decir la verdad, el ofuscar el sentido y el valor del sacramento de la confesión o darle sólo un significado comunitario, el negar que cada uno pueda conocer en el fondo su realidad pecadora, como afirma, por ejemplo, Rahner: "Jamás sabemos con última seguridad si somos realmente pecadores".

    Hay que ver en todo esto una auténtica cadena que amenaza con atenazar al hombre: la violación sistemática de la ley moral amortigua la percepción de Dios (autor de la ley moral); la disminución del sentido de Dios apaga el sentido del pecado y por causa de esto las violaciones se hacen cada vez más crueles e insensibles. "Cuando se pierde el sentido de Dios, dice el Papa, también el sentido del hombre queda amenazado y contaminado... La criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida". Y más adelante: "Una vez excluida la referencia a Dios, no sorprende que el sentido de todas las cosas resulte profundamente deformado... En realidad, viviendo ‘como si Dios no existiera’, el hombre pierde no sólo el misterio de Dios, sino también el del mundo y el de su propio ser".

    Explica el Papa: "El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo... La sexualidad se despersonaliza e instrumentaliza... La procreación se convierte en el enemigo a evitar en la práctica de la sexualidad... Las relaciones interpersonales experimentan un grave empobrecimiento. Los primeros que sufren sus consecuencias negativas son la mujer, el niño, el enfermo o el que sufre y el anciano... Es la supremacía del más fuerte sobre el más débil". Por eso el Papa ha advertido seriamente contra esta tendencia: "El hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre".

    Esta pérdida del sentido del pecado engendra lo que hoy se denomina "cultura de la muerte". "Lamentablemente, dice el Papa con palabras duras, una gran parte de la sociedad actual se asemeja a la que Pablo describe en la carta a los Romanos; está formada de hombres que aprisionan la verdad en la injusticia (Ro 1,18): habiendo renegado de Dios y creyendo poder construir la ciudad terrena sin necesidad de Él, se ofuscaron en sus razonamientos de modo que su insensato corazón se entenebreció (1,21); jactándose de sabios se volvieron estúpidos (1,22), se hicieron autores de obras dignas de muerte y no solamente las practican sino que aprueban a los que las cometen (1,32). Cuando la conciencia, este luminoso ojo del alma (cf. Mt 6,22-23), llama al mal bien y al bien mal (Is 5,20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la más tenebrosa ceguera moral".

    En otro documento ha escrito: "La pérdida del sentido del pecado es una forma o fruto de la negación de Dios: no sólo de la atea, sino además de la secularista... Pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria".

    Sin embargo, "no se puede eliminar complemente el sentido de Dios ni apagar la conciencia, [así] tampoco se borra jamás completamente el sentido del pecado". Si no se puede borrar totalmente el sentido de Dios, entonces éste se hace presente de otra manera: el hombre puede sentirse huérfano de un Dios que no percibe por sus pecados; o bien mirará a Dios como el enemigo de su conciencia pecadora, es decir, pasa a tener un "sentido amenazador" de la Justicia divina.


    2. El sentimiento de culpabilidad y el remordimiento de la conciencia

    El sentimiento de culpabilidad consiste en la conciencia de que ha sido quebrado el orden moral y de que nosotros somos los responsables de tal quebrantamiento; el remordimiento es el pesar y la angustia que acompañan ordinariamente tal conciencia y recuerdo. A él se refiere el torturado Macbeth de Shakespeare, cuando dice que "nuestros actos son lecciones sanguinarias que, una vez aprendidas, vuelven a atormentar a quien las ha inventado. Y una justicia imperturbable acerca a nuestros labios, una vez y otra, la mezcla emponzoñada de nuestro propio cáliz". Puede presentarse como dolor, como intranquilidad o como angustia por lo sucedido; no tanto por las consecuencias que pueden seguirse sino por el hecho mismo de cuanto ha sucedido y que no debía suceder y no hubiera sucedido a no ser porque con nuestros actos libres lo hemos realizado. El remordimiento o sentimiento de culpabilidad es una realidad a la que toda persona se enfrenta. El signo más claro de esta verdad es el hecho de que han tenido que buscarle una explicación incluso quienes no creen en el pecado, ni en la validez de las normas morales, ni en Dios; como Freud, Marx, todas las escuelas filosóficas y psicoanalistas ateas, etc.

    Si hemos dicho antes que la conciencia es la voz de Dios, entonces debemos añadir que también el remordimiento es, de algún modo, un llamamiento de Dios al pecador, una gracia iluminativa; cuya privación en las conciencias, que se llaman cauterizadas (las que dicen no sentir remordimiento) es ya un temible castigo. "En las personas que van de pecado mortal en pecado mortal –enseñaba San Ignacio en el Libro de sus Ejercicios– ... el buen espíritu usa... punzándoles y remordiéndoles las conciencias por la sindéresis de la razón". Este llamamiento de Dios tiene algo de trágico pero también mucho de misericordioso, como se manifiesta en algunos episodios bíblicos. Caín después de matar a Abel exclama: Grande e insoportable es mi pecado (Gn 4,3-16); Judas grita su pecado diciendo: Pequé entregando sangre inocente (Mt 27,3-10). "No hay cosa que más apesgue [agobie] el alma –predica San Juan de Ávila– que tener un pecado en el ánima, agravada la conciencia con remordimiento, y con sentimiento, que te digas tú a ti mismo, viéndote perdido por el pecado: ¡Oh pecador! Malo vas, infierno tienes, perdido te has; justicia tiene Dios, que te condenará por lo que has hecho contra Él. ¿Cómo te puedes sufrir a ti mismo? ¿Cómo cabes en ti? ¿Cómo no revientas?".

    Sin embargo, no en todos los que son agitados por el remordimiento éste se desarrolla de la misma manera. En algunos es el primer paso para el arrepentimiento que concluye en la conversión. Tal es el remordimiento fructuoso que Jesús nos describe en la parábola del "hijo pródigo" (Lc 15,11-32). Para otros es motivo de desesperación que puede terminar incluso en el suicidio; ya señalaba Newman: "El remordimiento no es arrepentimiento". El remordimiento no acompañado de la humildad afirma la voluntad del pecador en el orgullo del pecado, por lo que resulta estéril, más aún, agrava la situación. Pero en quien reconoce humildemente su propia responsabilidad, el remordimiento es el primer paso para la contrición.

    El sentimiento de culpabilidad puede ser, pues, proporcionado al acto del pecado (sentimiento "justo") o desproporcionado al acto. El sentimiento normal de culpabilidad brota únicamente del pecado personal y ayuda al sujeto a ser perfectamente consciente de su pecado y a dolerse de su acción; de modo consecuente, le ayuda a arrepentirse (pasado), purificarse mediante la confesión (presente) y enmendarse y cambiar de vida si es necesario (futuro). Al ser normal desaparece de suyo al extinguirse la culpa con el perdón sacramental, aunque puede perdurar el dolor intenso de la ofensa hecha a Dios. Puede sentirse la culpa real y normal, aun angustiosamente, cuando el amor a Dios es grande y lo fue también la falta; pero, obtenido el perdón, la posible angustia de la culpa tiende a desaparecer.

    El segundo caso es un sentimiento anormal. Como anormal admite dos variantes. La primera es el sentimiento exagerado de culpabilidad; éste puede proceder de una falta real cuyo remordimiento perdura largamente después de haber sido perdonado el pecado, o también de faltas inexistentes. Se trata de un remordimiento amargo, que hunde muchas veces a la persona en estados auténticamente depresivos. En realidad, podemos encontrar aquí lo que algunos llaman "hipermoralismo", es decir, la exacerbación de los sentimientos morales del deber, de la culpabilidad y del remordimiento; y el "dismoralismo", o sea, la exacerbación más aguda que la anterior pero transportada a una zona no ética (es una conciencia de la culpabilidad o del deber con ocasión de hechos que de suyo carecen de carácter moral; es el caso típico de los escrúpulos enfermizos).

    Encontramos rasgos de sentimientos enfermizos en gran parte de la literatura contemporánea afectada de cierto morbo existencialista. Ejemplos tenemos en Kafka para quien el hombre es prisionero de sus pecados, o en Graham Green quien, dominado por una verdadera obsesión por el mal, hace proclamar a uno de sus personajes que no hay inocentes ni siquiera entre los niños. Jean Guitton ha hecho notar a este respecto que así como hacia 1880 una encuesta sobre este tema entre los literatos podría haberse resumido en la fórmula "incluso los culpables son inocentes", en torno a la mitad del siglo XX, en cambio, el resultado sería: "hasta los inocentes son culpables". Este sentimiento, especialmente si se trata de pecados no perdonados por la confesión sacramental, si no procede de un natural enfermizo, al menos puede causar un estado enfermizo. Estas personas se sienten perseguidas por la ansiedad, viven en constante tensión y pueden llegar a experimentar una especie de locura persecutoria. Shakespear bosquejó la silueta de este sentimiento en la figura de Lady Macbeth atormentada en sueños por sus crímenes y por sus manos ensangrentadas: "La mancha sigue aquí –exclama entre sueños y sonambulismo mirando sus manos–. ¡Aléjate, mancha maldita! ¡Fuera, he dicho!... ¡Cómo! ¿Es que nunca van a estar limpias estas manos?... ¡Hasta aquí llega el hedor de sangre! ¡Todos los aromas de Arabia no podrían perfumar mis manos!". El gran dramaturgo pone en boca de su galeno: "Más que de médico, de sacerdote está necesitada". El mismo Macbeth, viendo la turbación que va llevando a su esposa a la locura, increpa al médico: "¡Cúrala [de sus visiones nocturnas]! ¿Es que no puedes aliviar a un espíritu enfermo, arrancar los pesares arraigados en la memoria, borrar las inquietudes grabadas en el cerebro y, con dulce antídoto de olvido, vaciar el pecho de materia peligrosa que pesa sobre el corazón?".

    A veces toma la forma patológica de angustia existencial. Un ejemplo de esta personalidad la hallamos en las descripciones que de Lutero dan algunos de sus íntimos. Melanchton, por ejemplo, cuenta que el Reformador frecuentemente era víctima de "ataques angustiosos". "Él mismo –dice su compañero de la Protesta– me ha contado, y muchas personas saben, que estos terrores le sobrecogían muy a menudo, cuando pensaba en la cólera de Dios o cuando recordaba ejemplos patentes de su justicia vengadora y ello con tal violencia que poníase a punto de morir". Una vez, al oír en el coro del convento la lectura del evangelio del poseso, cayó convulsivamente gritando: "¡Yo no soy! ¡Yo no soy [poseso]!". Parece que tuvo frecuentes angustias por causa de la predestinación y una verdadera "manía del diablo" u obsesión diabólica.

    El segundo caso es el del sentimiento de culpabilidad demasiado débil, el que se encuentra en personas de espíritu obtuso; y como tal puede considerarse, dice Bless, "como fenómeno de degeneración" (de hecho se verifica en muchos psicópatas criminales que toman una actitud de indiferencia cínica ante sus actos). Esta actitud se relaciona mucho con las personalidades psicóticas que presentan precisamente una frialdad afectiva muy típica. Son más o menos insensibles al dolor ajeno y aun al propio. El caso extremo es el perverso, quien carece de conmiseración y puede llegar a causar daño sólo para divertirse. "Hay personas que sin salirse de los parámetros de la normalidad, acusan una estructura de la personalidad en la que despuntan tendencias psicóticas, por ejemplo, ésta de la insensibilidad. Gente dura, sin vibración afectiva social (subrayamos ‘afectiva’ porque pueden ser superficialmente extrovertidos, sociables y divertidos). Dicho déficit afectivo influye, por supuesto, en la esfera moral".

    En este campo podemos encontrarnos con diversas desviaciones éticas como el "amoralismo", que consiste en la carencia de sentimientos morales de culpabilidad, deber y remordimiento; el "hipomoralismo", que es algo semejante al amoralismo, pero en tono rebajado; y el "inmoralismo", que añade al amoralismo cierto egocentrismo exacerbado que puede conducir a acciones delictivas e incluso al crimen.

    Este sentimiento es hoy "culturalmente masivo", propio de una "cultura de la muerte". Ésta, por lógica interna y para mantenerse, necesita crear una conciencia común que se ajuste a sus principios, y tal es la conciencia "cauterizada". Esta conciencia se manifiesta y se alimenta en la sistemática violación de la ley moral respecto de los valores más fundamentales y sagrados, como, por ejemplo, la vida humana en sus estadios más inocentes y desamparados. Hay que tener en cuenta que se da una interacción entre factores psicológicos y morales: "lo que debe haberse producido en la generalidad de los casos de cegueras y sorderas [morales] es un proceso interactivo de factores psicológicos y morales. Una conciencia encallecida en el mal ya no percibe el bien".

    Aquí puede verificarse el efecto feed-back o "rulos de retro-alimentación", es decir: ante el horror natural que causa el cometer un grave delito, la conciencia trata de buscar justificativos o atenuantes para realizarlo; esta amortiguación del sentido moral que es resultado del esfuerzo psicológico por silenciar la voz de la conciencia va creando una psicología dura, que va progresivamente insensibilizándose, la cual va tornando al sujeto potencialmente capaz de cometer delitos cada vez más graves. Tiene mucho que iluminar aquí la doctrina de los hábitos, aplicada al terreno del hábito malo o vicio: los vicios corrompen en cierta medida la disposición de la voluntad respecto de su fin, haciéndole tender connaturalmente a los fines malos; esta tendencia hacia los fines viciosos es la base a partir de la cual el sujeto elabora sus juicios electivos, proponiendo como máximamente elegible (es decir, bueno y conveniente para él) tal fin que, en realidad, es un mal con apariencias de bien. Los vicios, por tanto, terminan "condicionando" en cierta medida nuestros juicios apreciativos sobre la realidad. Esto no es más que la confirmación del dicho popular: "vive como piensas o terminarás pensando como vives".

    Así como, según dijimos antes, no puede perderse totalmente el sentido de Dios, tampoco se borra totalmente el sentimiento de culpabilidad. Pero surgirán inevitablemente quienes traten de explicarlo de alguna manera que permita eludir la responsabilidad de los actos realizados.

    Freud, por ejemplo, lo reduce a un impulso interior inconsciente, puramente natural, cuyo origen confiesa desconocer; para él se trata de un miedo, una simple fobia sin contenido moral alguno y sin fundamento bien conocido. Para Sartre, el sentido de culpa es efecto de la mirada reprochadora de los demás sobre nuestros actos, confundiendo así el sentimiento de culpa con la vergüenza de verse descubiertos por el prójimo. Lutero consideraba que era una mala pasada de esa "mala bestia" que es nuestra conciencia, enemiga implacable que se esfuerza por convencernos de pecado; para Marx es una alienación de la sociedad capitalista y para Nietzsche se trata de una enfermedad que nos contagia la sociedad por lo cual exige del "superhombre" creado por su imaginación el mantenerse al margen de toda moral, de toda regla, de todo escrúpulo y de toda sensibilidad ante el mal causado por sus propias acciones. Podríamos seguir la lista. Todos ellos tienen en común el querer diluir la realidad del pecado y solucionar los remordimientos con una "explicación-terapéutica" ya apelen al historicismo, a la sociología, al psicoanálisis o al antropocentrismo cultural. A la postre obtienen idénticos resultados: sólo han conseguido crear un monstruo insensible ante el dolor ajeno, resentido y endurecido en sus vicios, apático ante su destino eterno, explotador de la debilidad ajena... en fin, creaturas de barro a las que han convencido de ser "semidioses paganos" y que, como tales hacen su historia marcados por la tragedia de la profunda amargura y desesperación causada por el fracaso de los principios amorales que profesan... ¡Y pensar que una lágrima bien derramada puede purificar tanta miseria!


    3. El sentido del perdón

    La sana conciencia de la transgresión y el remordimiento posterior no serían una gracia de Dios si no llevaran a experimentar el misterio del perdón divino. Sin duda... es grande el misterio de la piedad, dice San Pablo (1 Tim 3,15). Hay dos expresiones de San Juan que deben complementarse entre sí para que nuestra visión del pecado no reste tullida. La primera dice: Si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros (1 Jn 1,8); la segunda es cuanto el mismo Apóstol añade a continuación: Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad (1 Jn 1,9). Más adelante él mismo dice: Si nuestro corazón nos reprocha algo, Dios es más grande que nuestro corazón (1 Jn 3,20).

    El verdadero sentido del pecado, así como el sano remordimiento, deben llevarnos a reconocer nuestro pecado y a reconocernos pecadores (responsables de nuestros delitos); como exclama David: Reconozco mi culpa, mi pecado está siempre ante mí; cometí la maldad que aborreces (Sl 51,5ss). Jesús hace decir al hijo pródigo arrepentido: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti (Lc 15,18.21).

    Cuando el remordimiento viene de Dios, junto con él, Dios muestra el remedio, es decir la vía para borrar el pecado que lo causa. El remordimiento sano, aun pudiendo llegar a la angustia, no va contra la esperanza (esperanza informe); el pecador sabe qué tiene que hacer para acabar con su estado y tormento. Sólo cuando rechaza esta luz sobrenatural se cierra totalmente sobre sí mismo. Pero Dios es infinitamente poderoso para borrar todos los pecados de los hombres y ofrece su perdón: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán (Is 1,18). Por boca de Ezequiel dice Dios: ¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado –oráculo del Señor Yahveh– y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (Ez 18,23). Y más adelante lo repite nuevamente: Diles: Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su conducta y viva. Convertíos, convertíos de vuestra mala conducta. ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? (Ez 33,11).

    El sentimiento de culpa equilibrado es el que pasa de la autocondenación por el mal cometido al arrepentimiento y del arrepentimiento al pedido sincero de perdón; es decir, el remordimiento auténtico es el que termina destruyendo el pecado y salvando al pecador.

    En definitiva, podemos redondear lo dicho con las palabras del Santo Padre: "Restablecer el sentido justo del pecado, ha dicho Juan Pablo II, es la primera manera de afrontar la grave crisis espiritual que afecta al hombre de nuestro tiempo. Pero el sentido del pecado se restablece únicamente con una clara llamada a los principios inderogables de la razón y de la fe que la doctrina moral de la Iglesia ha sostenido siempre".
    Lo que es el pecado y lo que no es
    Dios juzga nuestros pecados tal como los tenemos en la conciencia.
     
    5. Conviene instruirse bien de lo que es pecado y de lo que no lo es, pues si creo que algo es pecado grave -aunque de suyo no lo sea- y a pesar de eso lo hago voluntariamente, cometo un pecado grave.


    «La educación de la conciencia es indispensable»122 .

    «La formación de la conciencia es una grave obligación moral: el hombre está obligado a formar una conciencia recta.

    »En caso contrario, se hace responsable de todas sus faltas, aun las cometidas con ignorancia»123.

    «Una conciencia equivocada es culpable si se debe a despreocupación por conocer la verdad y el bien»124.

    «La conciencia es la norma subjetiva próxima del actuar.

    »Es decir, que en la determinación última, la conciencia decide.

    »Esto parece obvio cuando se trata de la conciencia recta, asentada en criterios verdaderos.

    »Pero, ¿también en caso de error invencible, el hombre ha de seguir el dictamen de su conciencia? La respuesta es afirmativa. (...)

    »Pero la conciencia errónea plantea hoy serios problemas pastorales dado que, debido a la situación doctrinal confusa, (...) no es fácil discernir cuándo alguien está en ignorancia culpable, o simplemente se debe a que ha sido instruido en tales errores»125.




    6. Por lo tanto, una acción pecaminosa no será pecado, si al hacerla yo no sé que es pecado.

    Una acción lícita y permitida será pecado, si al hacerla yo creo erróneamente que es pecado y la hago libremente.

    El pecado será grave, si al hacerlo yo lo tenía por grave, aunque de suyo la materia no sea grave.

    El pecado será leve, si al hacerlo yo lo tenía por venial, aunque después me entere que la materia fue grave.

    El pecado ya cometido fue leve, pero si lo repito después de conocer su gravedad, la misma acción será ahora pecado grave.

    La razón de todo esto es que Dios juzga nuestros pecados tal como los tenemos en la conciencia.

    Lo que Dios castiga es la mala voluntad que tenemos al hacer una cosa, no las equivocaciones o errores involuntarios.

    Pero debemos procurar tener bien formada la conciencia.

    «Quien duda de si está en la verdad, ha de poner los medios para salir de esa situación»126.

    Evidentemente que la moralidad de un acto está condicionado por circunstancias que pueden ser agravantes, atenuantes y hasta excusantes. Pero esto no obsta para que haya normas morales objetivas.

    La moral de situación descarta estas normas objetivas y sólo atiende, como norma de moralidad, al juicio particular de cada uno, prescindiendo del recto orden objetivo127.

    Algunos, siguiendo la doctrina de Max Weber, de la «ética de la intención», sostienen que la fuente de la moralidad es el fin que se proponga el agente. Pero Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor rechaza esta doctrina diciendo: «Si el objeto de la acción concreta no está en sintonía con el verdadero bien de la persona, la elección de tal acción es moralmente mala»128.




    7. Para pecar basta tener intención de hacer lo que es pecado, aunque después no se realice.

    Soy culpable del pecado en el momento en que he decidido cometerlo.

    Por ejemplo: peca gravemente quien ha tenido intención de cometer un adulterio, aunque después, por alguna dificultad que surgió, no lo haya realizado en la práctica.

    El pecado realizado es más grave, pero sólo el intentarlo ya es pecado.

    Uno coge cierta cantidad de dinero con intención de robar, y luego se entera que robó su propio dinero: ha cometido pecado formal aunque no haya sido pecado material.

    Dos palabras sobre la doctrina del doble efecto:
    «Se puede tener en cuenta la doctrina clásica sobre las cuatro condiciones que se requieren para actuar cuando de la acción se siguen dos efectos, uno bueno y otro malo.
    Son las siguientes:


    a) Que la acción, en sí misma, sea buena o al menos indiferente.
    b)Que el fin perseguido sea obtener el efecto bueno y, simplemente, permitir el m alo.
    c) Que el efecto primero o inmediato que se ha de seguir sea el bueno y no el malo.
    d) Que exista causa proporcionalmente grave para actuar»129.



    8. El 6 de agosto de 1993 el Papa Juan Pablo II firmó la encíclica «Veritatis splendor». La encíclica ha venido a terminar con el subjetivismo moral que se estaba extendiendo en la Iglesia.

    Muchos se creen con el derecho de decidir ellos mismos lo que es bueno y lo que es malo, según su conciencia; prescindiendo de la ley de Dios, tanto natural como positiva.

    El bien y el mal tienen un valor objetivo, y no dependen de las opiniones de los hombres.

    Es importante la opción fundamental de orientar la vida hacia Dios. Pero, aunque no haya un rechazo explícito de Dios, se incurre en pecado mortal por una transgresión voluntaria de la ley moral en Materia grave.

    Monseñor Yanes, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha dicho: «Veritatis splendor» es una presentación amplia de algunos aspectos fundamentales de la moral cristiana. (...). La encíclica es una invitación a la reflexión. Supone el sincero deseo de buscar y encontrar la verdad. Exige tomar en serio nuestra vida y nuestra vocación delante de Dios»130.


    Dice la encíclica:
    «La conciencia no está exenta de la posibilidad de error (nº62). El mal cometido a causa de una ignorancia invencible o de un error de juicio no culpable puede no ser imputable a la persona que lo hace (...), pero cuando la conciencia es errónea culpablemente porque el hombre no trata de buscar la verdad, compromete su dignidad (nº63).

    El hombre tiene obligación moral grave de buscar la verdad y seguirla una vez conocida (nº34).

    Es pecado mortal lo que tiene como objeto una Materia grave y es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento (nº70).

    Con cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que ha dado la ley (...); a pesar de conservar la fe pierde la gracia santificante (nº68).

    La opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones conscientes de sentido contrario en materia moral grave (nº67).

    Los cristianos tienen en la Iglesia y en su Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia (nº64). La Iglesia ilumina sobre la verdad objetiva de la ley natural, obra de Dios (nº40).

    El hombre que se desengancha de la verdad objetiva de la ley natural se equivoca (nº61).

    Es inaceptable que se haga de la propia debilidad El Criterio de la verdad para justificarse uno mismo (nº104), adaptando la norma moral a los propios intereses (nº105).

    La conciencia no es una fuente autónoma para decidir lo que es bueno o malo (nº60). Por voluntad de Cristo la Iglesia Católica es maestra de la verdad, y su misión es (...) declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana (nº64).

    El Señor ha confiado a Pedro el encargo de confirmar a sus hermanos (nº115). La Iglesia se pone al servicio de la conciencia ayudándola a no desviarse de la verdad (nº 64, 110, 116).

    Los fieles están obligados a reconocer y respetar los preceptos morales específicos declarados y enseñados por la Iglesia en el nombre de Dios (nº76). Los fieles, en su fe, deben seguir el Magisterio de la Iglesia, no las opiniones de los teólogos (Prólogo).

    La Iglesia tiene autoridad no sólo en cuestiones de fe sino también en cuestiones de moral (nº28 y 95). La fe tiene un contenido moral: suscita y exige un compromiso coherente con la vida (nº83).

    Una verdad no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica (nº88). La libertad no es un valor absoluto (nº32). La libertad debe someterse a la verdad (nº34).

    No hay libertad fuera de la verdad (nº96). Se llegaría a una concepción relativista de la moral (nº33). La revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino sólo a Dios (nº35). La doctrina moral no puede depender de una deliberación de tipo democrático (nº113).

    La ley natural es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los hombres (nº51). A ella deben atenerse tanto los poderes públicos como los ciudadanos (nº97 y 101).

    Las opiniones de los teólogos no constituyen la norma de enseñanza (nº116). En la oposición a la enseñanza de los Pastores no se puede reconocer una legítima expresión de la libertad cristiana ni de las diversidades de los dones del Espíritu Santo (nº113).

    Los Pastores tienen el deber (...) de exigir que sea respetado siempre el derecho de los fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e integridad (nº113). Hay verdades y valores morales por los cuales se debe estar dispuesto a dar incluso la vida (nº94).

    Ninguna doctrina filosófica o teológica complaciente puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la cruz y la gloria de Cristo resucitado, pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida (nº120).



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    1. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1783regresar
    2. AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, IX, 6. Ed. Palabra. Madrid. 1995.regresar
    3. Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1791regresar
    4. AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, IX,4,1, a. Ed. Palabra.Madrid.1995.regresar
    5. JESÚS MARTÍNEZ GARCÍA: Hablemos de la Fe,III, 7. Ed. Rialp. Madrid. 1992.regresar
    6. AUGUSTO SARMIENTO: 39 Cuestiones doctrinales, IV, 4. Ed. Rialp. Madrid. 1990.regresar
    7. JUAN PABLO II: Encíclica Veritatis splendor, nº 72.regresar
    8. AURELIO FERNÁNDEZ: Compendio de Teología Moral, 1ª, VIII, 3. Ed. Palabra. Madrid. 1995.regresar
    9. Revista ECCLESIA, 2653-54 (9-16, X, 93) 6regresar

    Los pecados Capitales
    Son siete: Orgullo, Avaricia, Gula, Lujuria, Pereza, Envidia e Ira.
     
    Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada. Es por eso muy importante para todo el que desee avanzar en la santidad aprender a detectar estas tendencias en su propio corazón y examinarse sobre estos pecados.

    Los pecados capitales son enumerados por Santo Tomás (I-II:84:4) como siete:

  • Orgullo
  • Avaricia
  • Gula
  • Lujuria
  • Pereza
  • Envidia
  • Ira.

    San Buenaventura (Brevil., III,ix) enumera los mismos. El número siete fue dado por San Gregorio el Grande (Lib. mor. in Job. XXXI, xvii), y se mantuvo por la mayoría de los teólogos de la Edad Media. Escritores anteriores enumeraban 8 pecados capitales: San Cipriano (De mort., iv); Cassian (De instit. cænob., v, coll. 5, de octo principalibus vitiis); Columbanus ("Instr. de octo vitiis princip." in "Bibl. max. vet. patr.", XII, 23); Alcuin (De virtut. et vitiis, xxvii y sgtes.)

    El término "capital" no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados. De acuerdo a Santo Tomás (II-II:153:4) “un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que en su deseo, un hombre comete muchos pecados todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”.

    Lo que se desea o se rechaza en los pecados capitales puede ser material o espiritual, real o imaginario.


    1. Soberbia u Orgullo

    Consiste en una estima de sí mismo, o amor propio indebido, que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios (Catecismo Iglesia Católica 1866)

    Virtud a vencer:

    Humildad

    La virtud moral por la que el hombre reconoce que de si mismo solo tiene la nada y el pecado. Todo es un don de Dios de quien todos dependemos y a quien se debe toda la gloria. El hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios es un valor muy superior. Va tras otros tesoros. No está en competencia. Se ve a sí mismo y al prójimo ante Dios. Es así libre para estimar y dedicarse al amor y al servicio.

    La humildad no solo se opone al orgullo sino también a la auto abyección (auto humillación) en la que se dejaría de reconocer los dones de Dios y la responsabilidad de ejercitarlos según su voluntad.


    2. La Avaricia

    Inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones. Es uno de los pecados capitales, está prohibido por el noveno y décimo mandamiento. (CIC 2514, 2534)

    Virtud a vencer:

    Generosidad

    Dar con gusto de lo propio a los pobres y los que necesiten.


    3. La Lujuria

    El deseo desordenado por el placer sexual. Los deseos y actos son desordenados cuando no se conforman al propósito divino, el cual es propiciar el amor mutuo de entre los esposos y favorecer la procreación.

    Es un pecado contra el Sexto Mandamiento y es una ofensa contra la virtud de la castidad.

    Como vencer la lujuria:

    Dios bendijo al hombre y a la mujer con atracción mutua. Mientras ambos viven bajo el amor de Dios, sus corazones buscan el amor divino que es ordenado hacia darse buscando ante todo el bien del otro. El placer entonces es algo bueno pero muy inferior. En comunión con Dios se ama verdaderamente y se respeta a la otra persona como hijo o hija de Dios y no se le tiene como objeto de placer. En el orden de Dios se puede reconocer la necesidad de la castidad para que el amor sea protegido. Es necesario entonces conocer y obedecer el sentido que Dios ha dado a la sexualidad.

    Pero el pecado desordenó la atracción entre hombre y mujer de manera que el deseo carnal tiende a separarse de propósito divino y a dominar la mente y el corazón. La lujuria crece cuanto mas nos buscamos a nosotros mismos y nos olvidamos de Dios. De esta manera lo inferior (el deseo carnal) domina a lo superior (el corazón que fue creado para amar). Cuando la lujuria no se rechaza con diligencia, el sujeto cae presa de sus propios deseos que terminan por dominarle y envilecerle.

    La lujuria se vence cuando guardamos la mente pura (lo cual requiere guardarse de miradas, revistas, etc. que incitan a la lujuria) y dedicamos toda nuestra energía a servir a Dios y al prójimo según nuestra vocación. Si nos tomamos en serio nuestra vida en Cristo podremos comprender el gravísimo daño que la lujuria ocasiona y, aunque seamos tentados estaremos dispuestos a luchar y sufrir para liberarnos. Un ejemplo es San Francisco, quien al ser tentado con lujuria se arrojó a unos espinos. Así logró vencer la tentación.

    Virtud a vencer:

    Castidad

    Es la virtud que gobierna y modera el deseo del placer sexual según los principios de la fe y la razón. Por la castidad la persona adquiere dominio de su sexualidad y es capaz de integrarla en una sana personalidad, en la que el amor de Dios reina sobre todo.


    4. La Ira

    El sentido emocional de desagrado y, generalmente, antagonismo, suscitado por un daño real o aparente. La ira puede llegar a ser pasional cuando las emociones se excitan fuertemente.

    Virtud a vencer:

    Paciencia

    Sufrir con paz y serenidad todas las adversidades.

    "Si buscas un ejemplo de paciencia encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo en la cruz sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión "no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca" (Hch 8,32). Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: "Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia" (Heb 12,2). -Santo Tomás de Aquino. Exposición sobre el Credo.


    5. La Gula

    Es el deseo desordenado por el placer conectado con la comida o la bebida. Este deseo puede ser pecaminoso de varias formas:

    1- Comer o beber muy en exceso de lo que el cuerpo necesita.
    2- Cortejar el gusto por cierta clase de comida a sabiendas que va en detrimento de la salud.
    3- Consentir el apetito por comidas o bebidas costosas, especialmente cuando una dieta lujosa está fuera del alcance económico
    4- Comer o beber vorazmente dándole mas atención a la comida que a los que nos acompañan.
    5- Consumir bebidas alcohólicas hasta el punto de perder control total de la razón. La intoxicación injustificada que termina en una completa pérdida de la razón es un pecado mortal.

    Virtud a vencer:

    Templanza

    Moderación en el comer y en el beber. Es una de las virtudes. Vence al pecado capital de gula.

    La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de exceso, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por aficción inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables (CIC 2290).


    6. La Envidia

    Rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien, junto con el deseo desordenado de poseerla. Es uno de los siete pecados capitales. Se opone al décimo mandamiento. (CIC 2539)

    Virtud a vencer:

    Caridad

    La tercera y principal de las Virtudes Teologales. La caridad es el amor de Dios habitando en el corazón.


    7. La Pereza

    Falta culpable de esfuerzo fisico o espiritual; acedia, ociosidad. Es uno de los pecados capitales. (CIC 1866, 2094, 2733)

    Virtud a vencer:

    Diligencia

    Prontitud de ánimo para obrar el bien.
















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