|
Tomás Maxfield, Beato |
Sacerdote y Mártir
Tomás Maxfield nació alrededor de
1590 en The Mere del condado de Stafford. Su padre,
llamado Guillermo, había confesado valientemente la fe católica y, cuando
nació Tomás, estaba sentenciado a muerte por haber dado asilo
a varios sacerdotes. Tomás partió a la misión de Inglaterra
en 1615, después de haber recibido la ordenación sacerdotal.
Tres meses después, fue arrestado en Londres y encarcelado
en la prisión de Westminster. Al cabo de ocho meses
de prisión, Tomás, con la ayuda de un jesuita que
estaba también preso, trató de escapar descolgándose por la ventana
del calabozo. Desgraciadamente, un transeúnte dio la voz de alarma
a los guardias, quienes le echaron mano y "le colocaron
bajo una mesa con una cadena alrededor del cuello, atada
a otra cadena que pesaba más de cien libras ...
Y en esa incómoda posición le mantuvieron hasta la mañana
siguiente". Después le trasladaron a un sombrío y pestilente calabozo
subterráneo, con las piernas atadas a unos zancos de madera,
de suerte que no podía ponerse en pie ni recostarse
bien. Así estuvo desde la madrugada del viernes hasta el
domingo por la noche. Algunos de sus compañeros de prisión
consiguieron hacerle llegar un cobertor, y su confesor, que era
un jesuita, le dirigió unas palabras de aliento a través
de un agujero del techo. Según el testimonio de dicho
jesuita, el mártir no había perdido el ánimo en lo
absoluto.
Conducido ante el tribunal, el P. Maxfield
se negó a prestar el juramento de fidelidad al rey
en la forma en que los jueces se lo exigían,
pero protestó de su lealtad, pues le consideraba como su
verdadero y legítimo soberano. Al día siguiente, fue condenado a
ser ahorcado, arrastrado y descuartizado por ser sacerdote. El duque
de Gondomar, embajador de España, trató en vano de obtener
que los jueces perdonasen al mártir o le mitigasen la
pena.
Al día siguiente, 1º de julio, una
multitud más numerosa que de ordinario, acudió a ver al
Beato Tomás cuando le trasladaban de la prisión a Tyburn.
Muchos siguieron a la comitiva hasta el cadalso; entre ellos,
numerosos españoles. Las autoridades se enfurecieron al descubrir que alguien
había adornado con guirnaldas de flores y había esparcido en
el suelo hojas y yerbas aromáticas. El Beato Tomás habló
a la multitud desde la carreta y declaró que había
predicado la misma fe en que San Agustín de Canterbury
instruyera a sus antepasados, "con el único fin de prestar
servicio a las almas de los ingleses". El oficial que
dirigía la ejecución, dio al verdugo la orden de cortar
la cuerda de la horca rápidamente; pero la multitud exigió
que se dejase morir al mártir en la horca para
evitarle los horrores del descuartizamiento.
Las autoridades
tomaron todas las precauciones posibles para impedir que se conservasen
reliquias de Tomás Maxfield. A pesar de ello, el embajador
español consiguió recuperar algunos restos del mártir y todavía se
conserva parte de ellos en la población española de Gondomar
y en la localidad inglesa de Downside.
El
Dr. Kellison publicó una biografía del P. Maxfield el año
mismo de su muerte, y al año siguiente, un testigo
presencial de la ejecución la relató por escrito. Véanse las
publicaciones de la Catholic Record Society, vol. III; MMP., pp.
344-353; DNB., vol. XXVIII; y Downside Review, vol. XXXIV.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario