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Junípero Serra, Beato |
Apóstol de California
Nacido en Petra (Mallorca) el 24 de noviembre
de 1713, Miguel José fue hijo de Antonio Serra y
Margarita Ferrer, agricultores. Después de la enseñanza primaria en los
Franciscanos de Petra, Miguel marchó a Palma, la Capital, e
ingresó en los Frailes Menores en 1730, tomando el nombre
de Junípero en honor de uno de los primeros seguidores
de San Francisco. Ordenado de sacerdote en 1737, Serra fue
destinado a enseñar filosofía. Entre sus alumnos hubo dos que
fueron sus últimos colaboradores en el Nuevo Mundo, Francisco Palou
y Juan Crespí. Tras doctorarse en Teología en la Universidad
del Beato Ramón Llull en 1742, Serra continuó enseñando filosofía
y teología y adquirió gran fama como predicador.
En 1749,
en unión de Palou, partió para el Colegio de San
Fernando, en la Ciudad de México. Temiendo comunicar a sus
padres su próxima partida, Serra pidió a un fraile compañero
suyo que les informara sobre el particular. «Yo quisiera poder
infundirles la gran alegría que llena mi corazón», decía. «Si
yo pudiera hacer esto, seguro que ellos me instarían a
seguir adelante y no retroceder nunca». Les pedía que comprendieran
su vocación misionera y prometía recordarlos en la oración.
Poco después
de su llegada a México, Serra sufrió la picadura de
un insecto que le produjo la hinchazón de un pie
y una úlcera en la pierna de la que le
resultó una cojera para el resto de su vida. Tras
unos meses en el Colegio de San Fernando, Serra fue
destinado a las misiones de Sierra Gorda al nordeste de
la ciudad de México. Allí trabajó durante ocho años, tres
de ellos como presidente de las misiones. Llamado a la
Ciudad de México, fue maestro de novicios durante nueve años
y continuó su predicación en las zonas alrededor de la
capital. En 1767 los jesuitas fueron expulsados de México y
sus misiones de la Baja California fueron encomendadas al Colegio
de San Fernando. Serra fue nombrado presidente de esas misiones,
cuya cabecera estaba en la Misión de Loreto.
En 1769, la
Corona de España decidió colonizar la Alta California (hoy Estado
de California en los EE.UU.). Serra fue nombrado nuevamente presidente;
supervisó la fundación de las nueve misiones: San Diego (1769),
San Carlos Borromeo (1770), San Antonio de Padua (1771), San
Gabriel Arcángel (1771), San Luis Obispo (1772), San Francisco de
Asís (1776), San Juan de Capistrano (1776). Santa Clara de
Asís (1777) y San Buenaventura (1782).
En 1773 Junípero fue a
la Ciudad de México para entrevistarse con el Virrey Bucarelli
y tratar de resolver los problemas que habían surgido entre
los misioneros y los representantes del Rey en California. La
Representación de Serra (1773) ha sido llamada «Carta de los
Derechos» de los indios; una parte decretaba que «el gobierno,
el control y la educación de los indios bautizados pertenecerían
exclusivamente a los misioneros». Durante esta visita a la Ciudad
de México Serra escribió a su sobrino, el Padre Miguel
Ribot Serra diciéndole: «En California está mi vida y allí,
si Dios quiere, espero morir».
Ni siquiera el martirio del Padre
Luis Jaime en la Misión de San Diego (1775) apagó
el deseo de Serra de añadir nuevas misiones a la
cadena de las ya existentes a lo largo de la
costa de California. En todas estas misiones, Junípero y los
frailes enseñaron a los indios métodos de cultivo más eficaces
y el modo de domesticar a los animales necesarios para
la alimentación y el transporte. Cuando fue capturado el indio
que dirigía a los rebeldes en la Misión de San
Diego, Serra escribió al Virrey, pidiéndole que perdonara la vida
del indio. Los que fueron capturados, fueron eventualmente perdonados. En
la misma carta al Virrey, Serra pedía que «en el
caso de que los indios, tanto paganos como cristianos, quisieran
matarme, deberían ser perdonados». Serra explicaba: «Debe darse a entender
al asesino, después de un moderado castigo, que ha sido
perdonado y así cumpliremos la ley cristiana que nos manda
perdonar las injurias y no buscar la muerte del pecador,
sino su salvación eterna».
Serra pasó los últimos años de su
vida ocupado en las tareas de la administración, la necesidad
de escribir muchas cartas a las otras misiones y a
la Iglesia y a los oficiales del gobierno en la
Ciudad de México, y con el ansia de fundar las
misiones necesarias. Sin embargo, trabajó con gran fe y tenacidad,
aunque le iban faltando las fuerzas. Los indios le pusieron
de apodo «el viejo», porque tenía 56 años cuando llegó
a la Alta California, pero Serra trabajó constantemente hasta su
muerte el 28 de agosto de 1784 en la Misión
de San Carlos Borromeo, que había sido su cuartel general
y se convirtió en el lugar de su descanso definitivo.
Los indios y los soldados lloraron la muerte de Serra
y lo llamaban «Bendito Padre». Muchos se llevaban un trozo
de su hábito como recuerdo; otros tocaban medallas y rosarios
a su cuerpo.
Poco tiempo después de la muerte de Serra,
el Guardián del Colegio de San Fernando escribía al Provincial
de los Franciscanos en Mallorca: «Murió como un justo, en
tales circunstancias que todos los que estaban presentes derramaban tiernas
lágrimas y pensaban que su bendita alma subió inmediatamente al
cielo a recibir la recompensa de su intensa e ininterrumpida
labor de 34 años, sostenido por nuestro amado Jesús, al
que siempre tenía en su mente, sufriendo aquellos inexplicables tormentos
por nuestra redención. Fue tan grande la caridad que manifestaba,
que causaba admiración no sólo en la gente ordinaria, sino
también en personas de alta posición, proclamando todos que ese
hombre era un santo y sus obras las de un
apóstol».
El 14 de septiembre de 1987, el Papa Juan Pablo
II tuvo un encuentro con los Indios nativos americanos en
Fénix, Arizona, durante el cual alabó los esfuerzos de Serra
para proteger a los indios contra la explotación. Tres días
más tarde el Papa visitó la tumba de Serra en
la Misión de S. Carlos Borromeo y recordó la Representación
de Serra en 1773 en favor de los indios de
California. Juan Pablo II dijo que Serra y sus misioneros
compartían la convicción de que «el Evangelio es un asunto
de vida y de salvación. Ellos estimaban que al ofrecer
a Jesucristo a la gente, estaban haciendo algo de un
valor, importancia y dignidad inmensos». Esta convicción los sostenía «frente
a cualquier vicisitud, desazón y oposición».
El mismo Juan Pablo II
beatificó solemnemente en Roma a Fray Junípero el 25 de
septiembre de 1988.
En los Estados Unidos se lo festeja el
1 de julio, el resto del mundo lo recuerda el
28 de agosto
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