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Liberato y Compañeros, Santos |
Mártires
Martirologio Romano: Conmemoración de los santos mártires Liberato, abad, Bonifacio,
diácono, Servo y Rústico, subdiáconos, Rogato y Septimio, monjes, y
el niño Máximo, quienes en Cartago, durante la persecución desencadenada
por los vándalos bajo el rey arriano Hunnerico, por confesar
la verdadera fe católica y un solo bautismo, fueron sometidos
a crueles tormentos, clavados a los maderos con los que
iban a ser quemados y golpeados con remos hasta que
sus cabezas quedaron deshechas, triunfando ellos brillantemente, por lo que
merecieron ser coronados por el Señor (484).Grandes fueron los estragos que hizo en África el
furor del rey vándalo llamado Hunnerico, que seguía la secta
de los herejes arrianos; pero en el año séptimo de
su reinado, publicó un edicto sobremanera impío y sacrílego, por
el cual mandaba que se arrasasen todos los monasterios, y
se profanasen todas las iglesias con sagradas a honra de
la santísima Trinidad.
Vinieron, pues, los soldados de Hunnerico a
un convento de monjes que vivían con gran ejemplo y
opinión de santidad, bajo del gobierno del santo abad Liberato,
entre los cuales se hallaba el diácono Bonifacio, los subdiáconos
Servo y Rústico, y los santos monjes Rogato, Séptimo y
el niño Máximo: habiendo los bárbaros derribado las puertas del
monasterio, maltrataron con gran inhumanidad a aquellos inocentes siervos del
Señor, y los llevaron presos a Cartago, y al tribunal
de Hunnerico.
Ordenóles el tirano que negasen la fe del bautismo
y de la santísima Trinidad; mas ellos confesaron con gran
conformidad, un solo Dios en tres Personas, una sola fe
y un solo bautismo: y añadió en nombre de todos
san Liberato: «Ahora, oh rey impío, ejercita, si quieres, en
nuestros cuerpos las invenciones de tu crueldad; pero entiende que
no nos espantan los tormentos, y que estamos prontos a
dar la vida en defensa de nuestra fe católica». Al
oír el hereje estas palabras, bramó de rabia y furor,
y mandó que le quitasen de delante aquellos hombres y
los encerrasen en la más obscura y hedionda cárcel.
Pero
los católicos de Cartago hallaron modo de persuadir a los
guardas, que soltasen a los santos monjes; y aunque éstos
no quisieron verse libres de las prisiones que llevaban por
amor de Cristo, aprovecharon alguna libertad que se les concedió
en la misma cárcel, para esforzar a otros muchos cristianos
que por la misma fe estaban cargados de cadenas, esta
novedad llegó a oídos del tirano, quien ordenó severo castigo
a los guardas, y despiadados suplicios a los santos monjes.
Dio luego orden que aprestasen un bajel inútil y carcomido,
y que habiendo echado en él buena cantidad de leña,
pusiesen sobre ella a los santos confesores atados de pies
y manos, y los quemasen en el mar, Mas aunque
los verdugos una y muchas veces aplicaron teas encendidas en
las ramas secas amontonadas en el barco, nunca pudo prender
en ellas el fuego. Atribuyó el bárbaro monarca aquel soberano
prodigio a artes diabólicas y de encantamiento: y bramando de
rabia, mandó que a golpes de remos les quebrasen las
cabezas hasta derramarles los sesos, y los echasen en la
mar. Arrojaron las olas a la playa los sagrados cadáveres
de los santos mártires; y habiéndolos recogido los católicos los
sepultaron honoríficamente.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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