|
Laureano, Santo |
Arzobispo de Sevilla Mártir
Etimológicamente significa “ laureado, coronado”. Viene de la
lengua griega.
El portentoso san Laureano, arzobispo de Sevilla y glorioso
mártir de Cristo, nació de padres nobles en la provincia
de Pannonia que ahora llamamos Hungría.
Dejó su patria siendo
de poca edad, y fue a Milán donde por misericordia
del Señor se hizo cristiano, recibiendo el bautismo de manos
del obispo Eustorgio II, y ordenándose de diácono a la
edad de treinta y cinco años.
Pasó después a España,
guiado por la Providencia, para resistir con su predicación y
doctrina a los herejes arrianos que eran muy poderosos y
señores de la nación, y perseguían a los católicos.
Muriendo
en esta sazón Máximo, arzobispo de Sevilla, por la malicia
de los herejes, estuvo vacante aquella cátedra por espacio de
dos años, hasta que por común voto de los prelados
sufragáneos fue elegido para aquella dignidad el varón de Dios
san Laureano, el cual gobernó diez y siete años aquella
Iglesia. Mas como los herejes levantasen en Sevilla una grande
persecución contra el santo arzobispo, y el mismo rey Theudes
que injustamente ocupaba el trono, enviase gente que le matasen,
el santo, avisado de todo por un ángel, dijo misa,
convocó al pueblo, hizo un largo sermón, y tomando después
su báculo rodeó parte de la ciudad, llorando y dando
voces diciendo: «Haced penitencia, y mirad que está Dios enojado
y tiene levantado el brazo para heriros»- y en efecto,
poco después fue reciamente castigada de Dios aquélla ciudad con
sequedad, hambre y pestilencia.
Saliendo desterrado de ella el santo
obispo, en el camino sanó a un ciego; entró en
un navío llegando a Marsella, donde resucitó a un hijo
de un hombre principal. De allí pasó a Italia y
llegó a Roma, sanando muchos enfermos. En Roma visitó al
Sumo Pontífice y consolóse con él; dijo Misa Pontifical delante
del Papa el día de la Cátedra de san Pedro,
y allí sanó a un viejo que desde niño estaba
tullido de pies y manos.
Partió después para visitar el
cuerpo de san Martín, en Francia, y tuvo la revelación
de que venían por parte del rey Totila algunos soldados
con el fin de quitarle la vida. No se turbó
el santo, ni se congojó, antes encendido de amor del
Señor y deseoso del martirio, salió a buscarles, y encontrándose
con ellos en un campo raso, siendo conocido por ellos,
dieron en él y le cortaron la cabeza.
Tomáronla y
la llevaron al tirano, el cual cuando la vio y
supo lo que había pasado, la envió a Sevilla, y
con su entrada respiró aquélla ciudad y cesó la sequedad,
hambre y pestilencia con que había sido azotada y afligida
por el Señor a causa de sus pecados. El cuerpo
del santo lo sepultó Eusebio, obispo de Arlés, en la
iglesia de la ciudad de Bourges: y el Señor glorificó
su sepulcro con innumerables prodigios.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario