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Pier Giorgio Frassati, Beato |
Laico
“Vivir sin fe, sin un patrimonio que defender, sin mantener
una lucha por la Verdad no es vivir, sino ir
tirando...”
“Cada día comprendo mejor la gracia de ser católico. Vivir
sin fe, sin un patrimonio que defender, sin mantener una
lucha por la Verdad no es vivir, sino ir tirando...
Incluso a través de cada desilusión tenemos que recordar que
somos los únicos que poseemos la verdad”.
Quizá sean pocos los
que se atrevan a escribir hoy día, con grandes letras,
el párrafo anterior. Escribirlo no sólo con las palabras, sino,
sobre todo, con la vida. Como lo hizo un joven
decidido e intrépido que se llamaba Pier Giorgio Frassati.
Pier Giorgio
había nacido el 6 de abril de 1901 de una
rica familia de Turín. Su padre, Alfredo, era el fundador
del periódico La Stampa, en el que se divulgaban ideas
liberales, no ciertamente favorables a la Iglesia. Alfredo llegó a
ser embajador de Italia ante Alemania, lo cual permitió a
la familia el vivir y establecer amistades en el mundo
alemán.
Pier Giorgio recibió en casa una educación correcta, pero sin
una fe vivida. Al iniciar la adolescencia sintió una fuerte
necesidad de zambullirse en el Evangelio, de ser un cristiano
al cien por ciento. Por eso fue miembro de un
gran número de asociaciones católicas: tenía un gran anhelo de
conocer más su fe, de crecer en la vida de
oración, de vivir en un sincero compromiso por los demás,
sea en la asistencia social, sea en el enseñar y
dar testimonio de sus convicciones cristianas.
Cuando llega a la Universidad,
percibe un ambiente hostil contra todo lo que huela a
católico. Pier Giorgio no duda en promover actividades espirituales entre
los universitarios. A veces a riesgo de más de algún
choque violento con grupos intolerantes (esos que presumían de “liberales”,
de “libertadores comunistas”, o de “patriotas” en las filas del
fascismo).
En el panel de anuncios de la universidad de Turín
pone un día, entre las muchas hojas y folletos que
hablan de fiestas y diversiones, un cartel para invitar a
los estudiantes a la adoración nocturna. Los “anticlericales” deciden intervenir
para arrancar la “provocación” de Pier Giorgio. Al llegar, se
encuentran allí delante al joven, que defiende enérgicamente su derecho
a expresar las propias convicciones. Al final el panel queda
completamente destruido, y el anuncio de Pier Giorgio acaba hecho
pedazos...
Además del trabajo con los jóvenes universitarios, Pier Giorgio quiere
dedicarse a los más necesitados, a los pobres, a los
enfermos. Encuentra también tiempo para acompañar a un sacerdote dominico
que da catequesis a los niños de un barrio obrero
para defenderle ante los insultos y agresiones de algunos comunistas
amenazadores, y no pocas veces se llega a los golpes...
Cuando
el fascismo llega a su apogeo, Pier Giorgio intuye el
carácter anticatólico (y antihumano) de la nueva ideología, y no
duda en enfrentarse con los nuevos enemigos. Se irrita especialmente
cuando ve cómo algunos católicos muestran su simpatía hacia los
fascistas. Su fama de enemigo del nuevo poder llega a
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Pier Giorgio Frassati, Beato |
ser conocida. Hasta tal punto, que un domingo, cuando Pier
Giorgio come en casa con su madre, un escuadrón de
fascistas entra para destrozarlo todo. Nuestro joven aparece en el
vestíbulo de ingreso, arranca un bastón a uno de los
agresores y, con el bastón en mano, pone en fuga
a los fascistas.
Es una vida apasionante: compromiso social, compromiso político,
compromiso militante en numerosas organizaciones católicas, especialmente en los grupos
de universitarios católicos. Compromiso, como dijimos, entre los más necesitados.
A muchos impresiona ver al hijo de los Frassati por
las calles con un carro con los bártulos de gente
pobre que busca una casa, o mientras visita a los
hijos de los obreros para darles catequesis. En su familia
lo tienen por loco. Casi siempre llega tarde, muchas veces
sin dinero. No duda en prescindir del tranvía para dar
lo ahorrado a quien pueda necesitar una limosna.
Un día invita
a uno de sus amigos a un mayor compromiso de
caridad, a visitar y atender a los pobres. El amigo
le dice que tiene miedo, que no se atreve a
entrar en casas miserables, donde todo es suciedad, donde las
enfermedades contagiosas dominan por doquier. Pier Giorgio le responde con
sencillez y convicción: visitar a los pobres es ¡visitar a
Jesús!
Entre los pobres la providencia tenía prevista la llegada de
la hora definitiva. Un día de finales de junio de
1925, el peligro se hace realidad. Pier Giorgio contrae, después
de una de sus visitas, una poliomielitis fulminante.
Empieza a sentir
fuertes dolores de cabeza y pierde el apetito. En su
casa, sin embargo, no le hacen mucho caso, pues apenas
tiene 24 años y es un joven robusto. Además, la
abuela se encuentra muy grave, y todos están volcados sobre
ella.
Pier Giorgio siente cómo el mal va avanzando, sin que
se le atienda debidamente. Sólo cuando ya se encuentra en
una situación dramática, sus padres se dan cuenta y reaccionan.
Demasiado tarde. Desesperados, piden un suero especial al instituto Pasteur
de París, pero ya no queda nada por hacer.
Con la
humildad y el desapego con el cual había vivido se
enfrentaba ahora, en plena juventud, a la muerte. O, mejor,
al encuentro con aquel Jesús que tanto había amado, por
el cual había luchado en la universidad y en la
calle, entre los pobres o entre jóvenes de clase media
poco activos en su fe.
Por eso no resultó extraño su
último gesto. Pidió a su hermana Luciana que tomase de
su habitación una caja con inyecciones, y escribió encima de
ella la dirección de la persona a la cual había
que llevar la medicina.
La muerte llega el 4 de julio
de 1925. Los funerales se tienen dos días después. Son
una explosión de cariño y afecto hacia un joven que
había vivido para los demás. Son también el momento en
el cual los padres de Pier Giorgio descubren realmente quién
era su hijo, cuánta gente lo quería, lo mucho que
había hecho, sencillamente, sin aspavientos, en las largas horas que
pasaba fuera de casa.
“Vivir sin fe, sin un patrimonio que
defender, sin mantener una lucha por la Verdad no es
vivir, sino ir tirando...”. La vida de Pier Giorgio fue,
realmente, vida. Porque amó su fe, y porque su fe
le llevó a amar y a servir a Jesús en
sus hermanos.
Pier Giorgio Frassati fue declarado beato por Juan Pablo
II el 20 de mayo de 1990. Sobre su personalidad,
Benedicto XVI comentaba:
"Joven como vosotros, vivió con gran compromiso su
formación cristiana y dio su testimonio de fe, sencillo y
eficaz. Fue un muchacho fascinado por la belleza del Evangelio
de las Bienaventuranzas, que experimentó toda la alegría de ser
amigo de Cristo, de seguirle, de sentirse de manera viva
parte de la Iglesia" (a los jóvenes, Turín 2 de
mayo de 2010).
(Esta breve biografía se inspira en un
trabajo de Antonio Sicari, Retratos de santos, vol. 2, Editorial
Encuentro, Madrid 1996).
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