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Antonio María Zacarías, Santo |
Presbítero Fundador de la Congregación de Clérigos Regulares de San Pablo
Martirologio
Romano: San Antonio María Zaccaria, presbítero, fundador de la Congregación
de los Clérigos Regulares de San Pablo o Barnabitas, para
la reforma de las costumbres de los fieles cristianos, y
que voló al encuentro del Salvador en Cremona, ciudad de
la Lombardía (1539).
Etimológicamente: Antonio = Aquel que es digno
de estima, es de origen latino. Nació en Cremona (Italia) el año 1502
y murió en la misma ciudad el 5 de julio
de 1539. Basta la escueta indicación de estas fechas para
comprender la trascendencia que, para la vida de la Iglesia,
tuvieron los días que vivió Antonio María Zacarías. Inquietud y
aspiración de reforma, ansias de renovación por caminos no siempre
gratos a la jerarquía eclesiástica, miedo pusilánime en unos y
excesos imprudentes en no pocos, definen el clima en el
que debía germinar la semilla de un nuevo reformador santo,
entre otros que, como San Cayetano de Thiene
y San Ignacio de Loyola, produjo la Iglesia
católica en el siglo XVI. Reformador, santo y, además añadimos,
precursor del gran San Carlos Borromeo en la
elevación espiritual de la diócesis de Milán.
Antonio María fue obra de la gracia, que comenzó por
materializarse en el regalo de una piadosísima madre; de su
seno salió a contemplar la luz de este mundo y
de sus brazos tuvo la dicha indecible de volar a
contemplar la claridad de Dios. La buena Antonieta Pescaroli recibió
con conciencia de responsabilidad el encargo y la confianza que
la Providencia en ella depositó al darle un hijo para
hacer de él un buen cristiano; por fidelidad a él,
y para mejor dedicarse a su formación, rehusó la joven
viuda un nuevo matrimonio. Antonio María Zacarías pudo así aprender
de su madre a ser pobre para poder ser caritativo,
hasta tanto que, con el fin de facilitar a ésta
el ejercicio de la caridad en favor de los necesitados,
renunció notarialmente a los bienes que le correspondían por herencia
paterna; se nos hará, pues, natural que, como un necesitado
más, solicite humilde de su madre lo indispensable para su
sustento, sin permitirse jamás nada que pueda parecer superfluo o
lujoso; para Antonio María supondría ello privar a otros de
lo necesario para vivir.
Quiso prepararse por el
estudio de la medicina para ser un ciudadano útil a
sus hermanos los hombres. Pero el Señor le quería escoger
para curar dolencias de otra índole. En los años de
estudiante la piedad y amor a la Santísima Virgen, a
quien había consagrado su virginidad, sostuvo firme su propósito de
virtud y su espíritu de caritativo servicio a los hermanos,
que fue poco a poco transformándose en el deseo de
ser sacerdote. Pero, a pesar de que la decadencia de
las costumbres, aun en el clero, hiciera a sus contemporáneos
poco respetable la dignidad sacerdotal, supo él descubrir la grandeza
de la misión del sacerdote, a la vez que la
profundidad de su indignidad, de manera que sólo por el
prudente consejo de su director espiritual se decidiera a entrar
por el camino del sacerdocio.
En una época
en que la Reforma de la Iglesia aspiraba no solamente
a la purificación de las costumbres, sino a la consolidación
de la doctrina, no bastaba ser virtuoso para responder a
las exigencias que su tiempo tenía, consciente o inconscientemente, respecto
de los sacerdotes. Hacía falta doctrina sólida inspirada precisamente en
las fuentes puras de la revelación, en la Sagrada Escritura.
Visto desde la perspectiva del siglo XX, nos parece sumamente
moderno y actual el esfuerzo puesto por Antonio María Zacarías,
estudiante para el sacerdocio, de llegar a la comprensión de
la doctrina católica, en la teoría y en el espíritu
de San Pablo, a través de sus preciosas epístolas. Libertad
y gracia, virginidad y cuerpo místico, locura por Cristo crucificado
y desprecio de las realidades terrestres, son unos de los
muchos temas en los cuales se fue empapando el futuro
apóstol y reformador, cuya íntima preocupación no fue otra que
la de reproducir la imagen del apóstol Pablo, gran enamorado
de Cristo.
Once años escasamente fue Antonio María
sacerdote; pero los santos saben vivir con intensidad su tiempo,
y así debió vivirlo quien en tan poco tiempo mereció
ser llamado por su bondad y caridad, por su prudencia
y celo, el "Ángel de Cremona" y el "Padre de
la Patria". Su madre le enseñó a compadecer y a
aliviar el sufrimiento ajeno, y, ordenado sacerdote, no tuvo que
hacer otra cosa que seguir la misma trayectoria, poniendo al
servicio de sus hermanos el gran don del sacerdocio, que
fue en él luz, mortificación, amor.
En un
siglo de exaltación de la razón y de la cultura,
y de optimismo desbordado por los valores humanos, Antonio María
Zacarías luchó por llevar a los creyentes la ceguera de
la fe y la locura de la cruz; la Eucaristía
y la pasión fueron las devociones que con mayor ardor
trató de inculcar en el pueblo cristiano, y aún perduran
todavía ciertas prácticas que él introdujo, como son el recuerdo
piadoso de la pasión y de la muerte del Señor
al toque de las tres de la tarde de todos
los viernes, y la práctica de las cuarenta horas de
adoración al Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto sucesivamente en diversas iglesias
para salvar la continuidad del culto.
Los santos
no suelen ser guardianes egoístas de los tesoros que en
ellos deposita la gracia; buscan la comunicación abundante y fecunda,
en vistas a una mayor eficacia apostólica; por esto es
frecuente que en torno a ellos surjan familias religiosas vivificadas
por su espíritu y penetradas de su misma inquietud apostólica.
Antonio María descubrió en el mundo en que la Providencia
le situó, una gran indigencia; vio en su cristianismo una
radiante luz que la colmara; y su vida personal, lo
mismo que la de los clérigos de la Congregación de
San Pablo, no será otra cosa que la dedicación a
la obra de la salvación de los hermanos, en el
sacrificio total de las apetencias puramente personales. Así nació en
Milán esta asociación para la reforma del clero y del
pueblo, que más tarde sería conocida con el nombre de
los "barnabitas", por la sede en que se instalaron definitivamente
a partir del año 1545. Clemente VII la aprobó en
1533. Un sacerdote y un seglar, Bartolomé Ferrari y Jacobo
Morigia, fueron sus primeros colaboradores. Y no solamente en el
espíritu y la doctrina quisieron estos hombres de Dios imitar
a San Pablo; como éste en el foro, se lanzaron
ellos a las calles de Milán, predicando, mucho más que
por la preparación de su elocuencia, por la austeridad y
la mortificación de la vida. No faltaron quienes se escandalizaron
ante estas santas "excentricidades", acusándoles de hipócritas y aun heréticos.
Se les promovió una causa ante el senado y la
curia episcopal de Cremona, de la que la nueva asociación
salió fortalecida, pues le valió la bula de Paulo III,
quien el año 1539 puso a la nueva Congregación religiosa
bajo la inmediata jurisdicción de la Santa Sede.
Con el fin de llevar el espíritu de la Reforma
a las jóvenes y a las mujeres, Antonio María transformó
un instituto erigido, con esta finalidad por la condesa Luisa
Torrelli de Guastalla en monasterio de religiosas que tomará por
nombre el de Angélicus, que fue también aprobado por Paulo
III. Siguiendo fiel a su espíritu, la base de la
transformación religiosa y moral la puso el fundador en la
instrucción religiosa, sin la cual no puede existir una verdadera
reforma. San Carlos Borromeo se sirvió de ella aun para
la reforma de los monasterios, elogiándola tanto que la llamó
"la joya más preciosa de su mitra".
No
sería completa la reseña sobre la obra de San Antonio
María Zacarías si pasáramos por alto una de sus preocupaciones
que plasmó en una realización que a nosotros, hombres del
siglo XX, nos parece especialmente interesante y actual. Consciente por
experiencia propia de lo que la vida familiar, honradamente vivida,
puede colaborar en la elevación de las costumbres privadas y
públicas, creó una Congregación para los unidos en matrimonio, ordenada
a la reforma de las familias.
Al echar
ahora una mirada retrospectiva sobre la vida de Antonio María,
canonizado el 27 de mayo de 1890 por Su Santidad
el Papa León XIII, llama poderosamente la atención no sólo
la abundancia de su obra, realizada en tan breve espacio
de tiempo, sino también, y en mayor grado aún, la
perspicacia y claridad de la visión que tuvo de los
problemas, que le hizo buscar los remedios verdaderos y permanentes
de todas las situaciones difíciles de la vida de la
Iglesia: el estudio de la verdad, el amor de la
caridad, el sacrificio por el hermano. Por esto San Antonio
María Zacarías nos parece aun hoy un santo moderno, actual,
capaz de iluminarnos con el resplandor de su vida y
de su espíritu.
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