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Pedro Kibe Kasui y 187 compañeros, Beatos |
Mártir
Presentación histórica del martirio realizada
por monseñor Juan Esquerda Bifet, director emérito del
Centro internacional de animación misionera (Ciam).
A fin de resaltar
la actualidad del tema de la esperanza, decía el Papa
Benedicto XVI a los obispos del Japón en la visita
"ad limina" del 15 de diciembre de 2007, citando su
segunda encíclica: "Quien tiene esperanza vive de otra manera;
se le ha dado una vida nueva" (Spe salvi, 2).
Y para contextualizar esta afirmación añadió: "A este respecto,
la próxima beatificación de 188 mártires japoneses ofrece un signo
claro de la fuerza y la vitalidad del testimonio cristiano
en la historia de vuestro país. Desde los primeros días,
los hombres y mujeres japoneses han estado dispuestos a derramar
su sangre por Cristo. Gracias a la esperanza de esas
personas, "tocadas por Cristo, ha brotado esperanza para otros que
vivían en la oscuridad y sin esperanza" (Spe salvi, 8).
Me uno a vosotros en la acción de gracias a
Dios por el testimonio elocuente de Pedro Kibe y sus
compañeros, que "han lavado sus vestiduras y las han blanqueado
con la sangre del Cordero" (Ap 7, 14 ss)" (L´Osservatore
Romano, edición en lengua española, 28 de diciembre de 2007,
p. 8).
Fueron muchos miles los cristianos japoneses que, en
el decurso de cuatro siglos, pero especialmente durante los siglos
XVI-XVII, dieron este testimonio heroico de esperanza. Algunos ya han
sido canonizados. El 8 de junio de 1862, Pío IX
canonizó a veintiséis. El mismo Papa beatificó a 205 el
día 7 de julio de 1867. Juan Pablo II canonizó
a veintiséis el día 18 de octubre de 1987. Los
nuevos 188 mártires —han sido beatificados el pasado 24 de
noviembre— se suman, pues, a una cifra considerable que, no
obstante, viene a ser sólo una pequeña representación de los
muchos miles que dieron la vida por Cristo, además de
los innumerables que afrontaron toda suerte de sufrimientos por el
Señor.
Esta realidad histórica queda ya como un hecho salvífico
imborrable en la evangelización del Japón y es también una
herencia común para toda la Iglesia. Será siempre un punto
de referencia, como lo ha sido para toda la historia
eclesial la realidad martirial de los primeros cuatro siglos del
cristianismo bajo el imperio romano.
Entre estos mártires se encuentran
todas las clases sociales. Cabe recordar que hubo también algunas
apostasías, como en toda persecución. Pero, al contemplar el conjunto
admirable de unas estadísticas controladas, cabe preguntarse sobre el punto
de apoyo de su perseverancia ante el martirio. ¿Qué preparación
y medios habían tenido? ¿Cuál fue y sigue siendo la
clave de la perseverancia?
Las circunstancias actuales han cambiado en
todas las latitudes. Pero será siempre una realidad la "persecución"
contra los seguidores de Cristo como él mismo profetizó
(cf. Jn 15-16; Mc 13, 9). La Iglesia estará siempre
"en estado de persecución" (Dominum et vivificantem, 60). Las dificultades,
siendo muy diversas, no son menores en la actualidad, especialmente
en una sociedad donde se sobrevalora lo útil, lo eficaz,
lo inmediato, la ganancia, el éxito, las impresiones, las leyes
que contrastan con la conciencia... El cristiano que quiera ser
coherente, tendrá que estar dispuesto, en cualquier época, como decía
san Cipriano refiriéndose a los mártires y confesores del siglo
III, a "no anteponer nada al amor de Cristo".
Afirmar
hoy explícitamente la divinidad y la resurrección de Jesús es
un riesgo de "martirio", de marginación y descrédito... Decidirse por
seguir los principios básicos de la conciencia y de la
razón iluminados por la fe —sobre la vida, la familia,
la educación— será frecuentemente fuente de malentendidos y tergiversaciones por
parte de los que se oponen a los valores evangélicos.
La beatificación de los nuevos 188 mártires, todos ellos japoneses
y casi todos laicos (183), tendrá ciertamente una gran repercusión,
especialmente en el Japón. Si "la sangre de mártires es
verdadera semilla de cristianos" (según Tertuliano: PL I, 535),
esta realidad martirial actual anuncia, a pesar de las previsiones
humanas, un resurgir de la comunidad eclesial en el Japón,
con repercusión en la Iglesia universal.
El martirio cristiano es
siempre un "misterio" de la historia. Ninguna figura histórica ha
sido tan amada y tan perseguida como la figura de
Jesús, que prometió estar presente entre los que creen en
él. Pero la vida martirial de los discípulos de Jesús
es siempre una gracia que tiene un dinamismo misionero imparable.
Un hecho histórico de valor permanente: los mártires japoneses, especialmente de
los siglos XVI-XVII
El 15 de agosto de 1549 llegó
san Francisco Javier al Japón, donde desarrolló su actividad apostólica
durante unos tres años. Los jesuitas fueron llegando continuamente. Los
primeros franciscanos misioneros llegaron de Filipinas en 1592. Los dominicos
y agustinos, también procedentes de Filipinas, llegaron en 1602. Hay
que recordar que las Filipinas fueron evangelizadas inicialmente por los
misioneros agustinos, ya desde la ocupación española, en 1565. Fueron
cuatro las Órdenes religiosas que evangelizaron el Japón durante estos
inicios: jesuitas, franciscanos, dominicos y agustinos.
Los años que
transcurren entre 1549 y 1650 se han calificado de "siglo
cristiano" del Japón; en 1644 los católicos eran unos 300.000,
según la cifra aceptada por algunos historiadores. San Francisco Javier
había escrito en 1552 que se produciría persecución azuzada por
algunos bonzos. Él mismo había manifestado la alegría de poder
llegar a ser mártir.
Se pueden observar, en el contexto
histórico, diversos motivos circunstanciales que dieron origen a la persecución:
las luchas comerciales por parte de navegantes ingleses y
holandeses, que sembraban la sospecha y el rechazo hacia los
portugueses, provenientes de Macao, y hacia los españoles, provenientes de
Filipinas; el temor de algunas autoridades japonesas a una invasión;
la inquina de algunos bonzos budistas que veían disminuir a
sus seguidores. Pero los mártires japoneses murieron por no querer
renunciar a su fe; se les proponía la posibilidad de
salvar su vida a precio de esta renuncia a la
misma, aunque fuera simulada.
Un primer edicto de persecución en
todo el país fue firmado en 1614, y se enviaron
copias a todos los "daimyós" del Japón. Hay que recordar
que existía un ambiente de guerra civil en Japón entre
dos "shôgun" o gobernadores mayores; de hecho, el emperador estaba
como "prisionero" en Kyoto. Tokugawa Leiasu se proclamó "shôgun" en
1603 y murió en 1616, contra el "Shôgun" Toyotomi Hideyoshi,
dejando fundada la dinastía "Tokugawa". Tokugawa Yemitsu asumió la plena
autoridad del "shôgunado" en 1632 y reclamó obediencia absoluta a
su autoridad por parte de los cristianos, por encima de
la fe y de la conciencia.
Estas dificultades se acentuaban
por el hecho de que, para los perseguidores, los "shôgun"
—gobernadores mayores— eran la ley suprema. Los cristianos tenían que
ser eliminados porque seguían el primer mandamiento del decálogo:
amar a Dios sobre todas las cosas. Ese es el
argumento del apóstata Fabián Ungyô, con su libro: "Ha
Deus, Contra la secta de Dios", año 1620.
Se puede
constatar la internacionalidad de los mártires, aunque la inmensa mayoría
eran japoneses. En la documentación y también en las listas
de los ya beatificados o canonizados, se encuentran coreanos, mestizos
(luso-japoneses, chino-japoneses), de Malaca, un indio de Malabar, un indio
de Bengala, uno de Sri Lanka, algunos chinos, etc. Entre
los misioneros, casi un centenar, había portugueses, españoles, italianos, mexicanos
y algunos de Flandes, Francia, Filipinas, Polonia...
Los primeros mártires
fueron asesinados ya en 1558. Desde entonces están documentados los
martirios, al inicio casi anualmente y en diversos lugares del
Japón, hasta 1867. Pero especialmente quedan documentados con más precisión
hasta el año de la clausura del Japón, en 1639,
época "Sakoku" o de país clausurado. Todavía después de esta
fecha, quedaron —o ingresaron clandestinamente— muchos cristianos, misioneros y catequistas
que fueron mártires durante el decurso de todo el siglo
XVII.
Desde el martirio masivo de Nagasaki, el 5 de
febrero de 1596, con Pablo Miki, s.j., a la cabeza
—veintiséis mártires ya canonizados el 8 de junio de 1868,
entre los que aparece san Felipe de Jesús—, hubo siempre
"grandes martirios": en Edo —Tokio— (año 1613, con veintitrés
mártires), Arima-Kuchinotsu (año 1614, con cuarenta y tres mártires), Miyako-Kyoto
(año 1619, con cincuenta y tres mártires), Nagasaki (año 1622,
con cincuenta y tres mártires), Shiba-Edo (año 1623, dos grupos,
con cincuenta y veinticuatro mártires), Minato-Akita (año 1624, con treita
y dos mártires), Kubota-Akita (año 1624, con cincuenta mártires), Okusanbara
(año 1629, con cuarenta y nueve mártires), Omura (año 1630,
dos grupos, con setenta y tres, y diez mártires), Aizu-Wakamatsu
(año 1632, con cuarenta y tres mártires), Edo -Tokio— (año
1632, con quince mártires), etc.
Es imposible concretar con exactitud
el número de mártires. Ciertamente pasaron de varios miles. El
cálculo más conservador sobre este número, desde finales del siglo
XVI hasta mediados del siglo XVII, indica entre 5.000 y
10.000 mártires (cf. Positio, p. 40). Los mártires extranjeros no
pasan del centenar. Pero sólo en la llamada "insurrección" de
Shimabara, abril de 1638, según algunos escritores modernos, pudieron haber
llegado a 20.000 —aparte de los caídos en la guerra—
los japoneses que fueron sacrificados por el hecho de ser
cristianos. En una publicación reciente, las fichas documentadas y precisas,
con nombre, fecha, lugar, modalidades, etc., pasan de dos mil,
pero alguna de estas fichas se refieren a algún grupo
sin poder precisar más (El Martirologio del Japón 1558-1873; ver
el grupo de Shimabara en la página 740).
Es impresionante
la actitud de muchos niños mártires, en solitario, en grupo
o con sus padres. Algunos eran de muy tierna edad.
Un testimonio muy documentado habla de un grupo de dieciocho
niños, en el segundo gran martirio de Edo-Tokio, 24 de
diciembre de 1623: "Los seguían (a los mártires adultos)
dieciocho niños, que como casi todos eran pequeñitos y no
sabían todavía temer a la muerte, iban alegres y risueños
como si fueran a jugar, llevando algunos de ellos en
las manos los juguetes que en esa edad suelen usar,
moviendo con ello a lágrimas a los mismos gentiles que
lo veían... Llegados al lugar determinado, los primeros en que
se ejecutó la cruel sentencia fueron los dieciocho niños, en
los cuales ejecutaron crueldades tan bárbaras que sólo oírlas causa
horror" (ib., p. 490).
Los suplicios fueron variando y recrudeciéndose,
como puede constatarse en el conjunto de los 188 que
resumiremos más abajo. Además de la cárcel y arresto domiciliario,
se produjo frecuentemente la pérdida de todos los bienes y
el exilio. Pero en el caso de martirio cruento, además
de las decapitaciones, hogueras y crucifixiones, se ejercieron toda clase
de humillaciones o vejaciones y torturas, que constan detalladamente en
los documentos de la época, por parte de testigos presenciales.
Además de la amputación de miembros y el apaleamiento, se
practicaba el ahogo lento o repetido en agua, el veneno,
el aceite hirviendo, la crucifixión, alanceados o también quemados, el
lanzamiento al mar, la inmersión en los sulfatos del monte
Unzen en Nagasaki, lapidación, tormento de la fosa —colgados boca
abajo y metida la cabeza en una fosa—, etc.
Eran
de todas las clases sociales: nobles samurais, autoridades civiles,
artesanos, profesores, pintores, literatos, campesinos, ex-bonzos convertidos, esclavos ya liberados
y prisioneros de guerra (de Corea), algún corsario convertido, trovadores
ciegos especializados y diplomados en el arte melódico-narrativo. Pero dentro
del cristianismo se sentían todos como en familia.
Como dato
interesante hay que constatar que en 1632 fueron desterrados a
Manila más de cien leprosos cristianos. En 1601 tuvieron lugar
las primeras ordenaciones de sacerdotes japoneses, jesuitas y diocesanos. A
pesar de la fidelidad por parte de la inmensa mayoría,
se constata también la primera apostasía de un misionero europeo,
el padre Cristóbal Ferreira, en 1633.
La invasión de Corea,
a finales del siglo XVI, había dado como resultado la
llegada de muchos esclavos coreanos, que vivían en el distrito
de Nagasaki llamado Korai-machi. En una reunión de los misioneros
con el obispo de Nagasaki, padre Cerqueira, s.j., en 1598,
se inició un proceso de liberación. Muchos coreanos se hicieron
cristianos; algunos serían mártires, ya beatificados y canonizados.
La persecución
y los martirios continuaron hasta 1873. Fueron todavía muchos los
mártires de la segunda mitad del siglo xix, al inicio
de la "apertura" comercial del Japón. En 1873, por presión
de los gobiernos occidentales, un decreto oficial hizo retirar los
bandos oficiales que habían prohibido la religión cristiana durante siglos,
desde el inicio del siglo XVII; los cristianos apresados pudieron
volver a sus casas. Pero en los años inmediatamente anteriores
a 1873 habían muerto en las cárceles 664 cristianos, por
inanición o por torturas. La discriminación respecto de los católicos,
a veces por parte de algunos bonzos budistas, continuó hasta
casi la segunda guerra mundial, a mediados del siglo xx.
El nuevo elenco de 188 mártires beatificados
El conjunto
de los 188 mártires corresponde a una
misma época (1603-1636). Todos ellos fueron víctimas de la misma
tendencia claramente persecutoria respecto del cristianismo, con el objetivo claro
y planificado de borrarlo totalmente del Japón. Esta lista de
188 corresponde a quienes fueron compañeros de otros numerosos mártires
ya reconocidos precedentemente por la Iglesia como tales, y que
sufrieron el martirio en las mismas circunstancias.
En la presente
lista destaca la fidelidad a la Santa Sede, por parte
de Julián Nakaura; la tenacidad en seguir la vocación, padre
Pedro Kibe; la heroicidad de misioneros y catequistas japoneses perseguidos
y ocultos durante años; la vida cristiana de familias enteras
sacrificadas, etc. Los treinta samurais martirizados, nobles y casi siempre
con sus familias, junto con numerosos fieles del pueblo sencillo,
son una muestra de la importancia de este martirio para
la historia del Japón, en un momento clave de su
unificación política en el inicio del siglo XVII; fueron fieles
a la autoridad civil, dispuestos a dar su vida y
sus haciendas por sus señores, pero nunca a renegar de
su fe ni de los deberes de conciencia.
De los
detalles concretos del martirio consta por parte de numerosos testigos
y por documentos contemporáneos eclesiásticos y civiles, puesto que las
autoridades dieron pie a la máxima espectacularidad de cada evento.
Muchas veces, los perseguidores hicieron desaparecer los restos, por ejemplo
arrojando las cenizas en el mar, para evitar el culto
a las reliquias de los martirizados. Pero, todavía hoy, algunos
de estos mártires son considerados como héroes por la sociedad
japonesa no cristiana.
La intención anticristiana de los perseguidores es
evidente, como consta por los edictos de los gobernantes, así
como por la búsqueda organizada para apresar a todos los
cristianos y la invención de toda clase de tormentos para
conseguir la apostasía, con la cual hubieran quedado liberados del
suplicio.
Cinco son religiosos: cuatro jesuitas —tres sacerdotes y un
hermano— y un padre agustino; ciento ochenta y tres son
laicos. Los treinta samurais murieron indefensos, dejando aparte las armas,
hecho inexplicable y señal de cobardía en ellos si no
fuera por un ideal superior. Hay niñas y niños pequeños,
ya llegados al uso de razón, que mostraron una tenacidad
heroica unida a su candor y fervor cristiano. Hay familias
enteras, madres embarazadas o con sus hijos muy pequeños, jóvenes
y ancianos, catequistas —uno era ciego— y gente sencilla del
pueblo, que se prepararon asiduamente con oración y penitencias para
el martirio, mostrando siempre no solamente entereza y fortaleza, sino
también la alegría de dar la vida por Cristo.
Algunos
de los mártires ya beatificados o canonizados anteriormente, habían dejado
escrito su testimonio sobre estos 188 mártires, que han sido
beatificados el pasado 24 de noviembre . La causa de
los nuevos mártires, todos ellos japoneses y casi todos laicos
(183), no había sido estudiada hasta hace pocos años. Fue
Juan Pablo II, en su visita al Japón (año 1981),
quien alentó a recordar y estudiar otros muchos mártires además
de los ya reconocidos; esta invitación fue corroborada por una
carta del entonces prefecto de la Congregación para la evangelización
de los pueblos, cardenal Agnelo Rossi.
Estos 188 mártires, distribuidos
en 16 grupos, fueron martirizados entre 1603 y 1639, prácticamente
de todas las zonas geográficas del Japón, las diversas diócesis
actuales. La investigación fue realizada por una comisión de cinco
historiadores, especializados en temas japoneses, y se hizo con toda
precisión y seriedad histórica, aprovechando el material existente en numerosas
bibliotecas y archivos de dentro y de fuera del Japón:
once archivos japoneses y doce archivos o bibliotecas occidentales.
A veces son fuentes civiles, pertenecientes a los mismos perseguidores,
donde no se oculta el motivo de la persecución, el
género de martirio, algunas apostasías y la tenacidad en afirmar
la fe cristiana por parte de las víctimas. Son muy
importantes las "cartas anuales" contemporáneas que enviaban a Roma los
superiores jesuitas del Japón, misioneros y algunos de ellos también
mártires posteriormente.
Ha habido una petición oficial de la Conferencia
episcopal del Japón, firmada por todos los obispos el 14
de junio de 2004, suplicando la beatificación de los 188,
que dieron su vida "por Cristo y por la Iglesia",
y motivándola con razones de actualidad pastoral. Los 188 mártires
corresponden a las actuales diócesis de Nagasaki, Fukuoka, Kyoto, Niigata,
Hiroshima, Kagoshima, Oita, Tokio (Edo) y Osaka.
1) Once mártires
de Yatsushiro, hoy Kumamoto, diócesis de Fukuoka: seis de
familia de samurais (año 1603) y cinco de gente del
pueblo (años 1606 y 1609)
Entre los samurais, destacan dos
familias: Juan Minami y su esposa Magdalena, con su
hijo adoptivo Luis, de siete años; Simón Takeda y su
esposa Inés, con su madre Juana. Los varones samurais mueren
decapitados. Las mujeres y el niño, crucificados. Destaca la alegría
en el momento del martirio, vistiendo su mejor vestido de
fiesta. Magdalena Minami, desde la cruz, rezaba a coro con
su hijo Luis. Juana Takeda predicaba desde la cruz.
Entre
la gente sencilla del pueblo: Joaquín y Miguel, con
su hijo Tomás, de trece años; Juan y su hijo
Pedro, de cinco o seis años. Son tres catequistas, con
sus hijos. Mueren decapitados, menos Joaquín, que muere en la
cárcel a causa de los tormentos. Todos muestran alegría, oración
y firmeza en la fe. Se conservan algunas cartas desde
la cárcel, donde leían libros de espiritualidad.
El caso del
niño Pedro Hatori, de cinco o seis años, es emblemático.
Vestido con su kimono de fiesta, en el lugar del
suplicio se acercó al cadáver de su padre, martirizado unos
momentos antes, se bajó el kimono de los hombros, se
arrodilló, juntó las manos para orar y presentó su cuello
desnudo ante los verdugos aterrorizados; estos no acertaron en el
primer golpe, hiriéndolo en el hombro y tumbándolo a tierra,
de donde se levantó para seguir arrodillado en oración; murió
decapitado pronunciando los nombres de Jesús y María. Algo parecido
pasó con el niño Tomás, de trece años, hijo de
Miguel; este niño tenía el brazo izquierdo atrofiado, pero lo
levantó con su brazo derecho para morir en actitud de
oración (cf. P. Pasio, o.c., cap. 9, foll. 328-330).
2)
Mártires de Yamaguchi y Hagi, Melchor Kumagai, samurai, y Damián,
catequista ciego, año 1605, 16 y 19 de agosto respectivamente,
en la diócesis de Hiroshima
El samurai Melchor muere decapitado
en su casa, por defender la fe cristiana, mientras oraba
y meditaba la pasión. La importancia del martirio de este
samurai estriba también en su calidad de descendiente de familia
noble que se remonta al emperador Kammu (782-805).
El samurai
Melchor precedentemente se había enfriado en la fe, pero luego,
después de la guerra de Corea, tomó un camino de
segunda conversión, entregándose con generosidad hasta el momento de su
martirio. En sus cartas dirigidas a sus amigos manifiesta su
adhesión incondicional a la fe, mientras, al mismo tiempo, estaba
dispuesto a servir con fidelidad a su señor el "daimyó",
pariente suyo.
El catequista ciego Damián muere también decapitado, de
rodillas y orando, por defender y propagar la fe. Su
cuerpo fue mutilado y arrojado al río por los verdugos,
con la intención de hacer desaparecer los restos, de donde
los cristianos rescataron la cabeza para enviarla a Nagasaki. Los
perseguidores intentaban conseguir la apostasía. Hay que notar en este
caso y en algunos otros, la acción persecutoria de algunos
bonzos de una secta budista, que instigaron a los gobernantes.
Este catequista ciego, que se había convertido del budismo, dedicó
su vida a la catequesis, con su arte musical y
narrativo, llegando a convertir, sólo en un año, a ciento
veinte personas, además de dedicarse durante años a fortalecer la
fe de los ya cristianos. Con sus cantos y narraciones,
el ciego "iluminaba" a todos por el camino de la
fe. En el momento en que iba a ser decapitado,
le conminaron por tres veces a que apostatara de la
fe, pero Damián ofreció su cuello mostrando gran paz y
alegría. Sus restos, recuperados por los cristianos, fueron trasladados a
Nagasaki y luego a Macao.
3) León Saisho Shichiemon Atsutomo,
samurai de rango alto (1608, Hirasa, hoy Sendai, diócesis de
Kagoshima)
Había recibido el bautismo el 22 de julio de
1608, de manos del futuro mártir Jacinto Orfanel, o.p., beato.
El samurai convertido se entregó a un camino de oración
y perfección. Instado repetidamente por su señor a apostatar, León
resistió con fortaleza y ánimo tranquilo. Fue condenado a muerte
por haberse bautizado en contra de las órdenes de su
señor. Decía que "estaba dispuesto a morir antes que dejar
de ser cristiano" (Carta de Mons. Cerqueira a Pablo V,
5 de marzo de 1609).
Salió para el lugar del
martirio habiendo dejado sus armas, vestido con traje de fiesta;
se arrodilló sobre una estera de paja ante una imagen
pequeña del descendimiento de la cruz, que luego metió en
su pecho, mientras enrollaba en su mano derecha el rosario.
Lo decapitaron el 17 de noviembre de 1608, a los
tres meses y medio después de haber recibido el bautismo.
Su martirio tuvo lugar donde él mismo había pedido, es
decir, en el cruce de caminos (por significar la cruz
de Cristo). El hecho de morir "con tanta seguridad y
alegría... era cosa nunca vista en aquel reino" (Cerqueira, o.c.,
fol. 482).
4) Mártires en Ikitsuki (Hirado): el samurai
Gaspar Nishi Genka, con su esposa Úrsula y su hijo
primogénito Juan Mataichi Nishi (año 1609), diócesis de Nagasaki
Se
trata de una familia de mártires. Estos tres fueron martirizados
el 14 de noviembre de 1609. Hijo de Úrsula es
el padre Tomás, o.p., mártir en 1634, ya canonizado por
Juan Pablo II en 1987; también fue martirizado su otro
hijo Miguel con su esposa e hijo en 1634, por
haber dado alojamiento a su hermano, el padre Tomás.
El
samurai Gaspar Nishi era protector y padre de los pobres
y campesinos. El martirio de esta familia fue promovido de
modo especial por un bonzo principal de Hirado, de una
secta budista, mitad bonzos mitad soldados, prohibidos posteriormente, que era
amigo del "daimyó". Los datos precisos del martirio se encuentran
en la carta de monseñor Cerqueira, del 10 de marzo
de 1610, dirigida al Papa Pablo V.
Los mártires se
prepararon con oración para el martirio. Gaspar, samurai, pidió morir
como Jesús en una cruz, pero sólo se le concedió
ser decapitado en el lugar donde anteriormente el misionero padre
Torres había levantado la cruz.
Úrsula y su hijo Juan
murieron decapitados, arrodillados y pronunciando los nombres de Jesús y
María. En sus cabezas, expuestas públicamente, pusieron la causa de
la muerte: "por ser cristianos". Sus cuerpos fueron llevados
a Nagasaki y posteriormente, en 1614, a Macao.
5) Mártires
de Arima (diócesis de Nagasaki), año 1613, tres familias de
samurais: Adriano con su esposa Juana, León con su
esposa Marta y sus dos hijos (Magdalena de diecinueve años,
Diego de doce años), León con su hijo Pablo de
veinticuatro años.
Las tres familias de samurais (ocho personas) murieron
quemados vivos el 7 de octubre de 1613. Este martirio
tiene un significado especial: representa la cristiandad de Arima,
la más cultivada del Japón, semillero de mártires. Estas tres
familias fueron siempre fieles a sus "daimyós" en guerra y
en paz. El odio a la fe provenía especialmente del
"daimyó" apóstata Arima Naozumi. Miles de cristianos, organizados en cofradías,
pudieron asistir al martirio con el rosario en la mano
y velas encendidas; habían pasado una noche entera velando en
oración. Cinco días después del martirio, daba cuenta detallada de
todo ello el obispo monseñor Cerqueira al prepósito general de
la Compañía de Jesús, padre Claudio Acquaviva.
Todos los mártires
se habían preparado con oraciones y sacramentos. La numerosa comunidad
cristiana de la ciudad participó en la preparación espiritual. El
influjo de sus gestos audaces llegó hasta conseguir que algunos
apóstatas volvieran a la fe. Estos arrepentidos, no habiéndoseles permitido
sumarse a los presentes mártires, renunciaron a sus rentas y
se exiliaron.
Cada uno de los mártires muestra alguna peculiaridad
personal: los tres samurais anuncian a Cristo sin ambigüedades
hasta el último momento. Marta anima a sus hijos, Magdalena
y Diego. Magdalena, de diecinueve años, levanta y ofrece al
cielo con sus manos las brasas. El niño Diego, de
doce años, al vadear el río de camino hacia el
suplicio, no permitió que le ayudara un samurai compasivo, sino
que le dijo: "Déjame ir a pie como mi
Señor, ya que no llevo la cruz a cuestas" (cf.
Carta anual de 1613, fol. 271); en el momento del
suplicio, al quemársele las cuerdas, los vestidos y los cabellos,
corrió hacia su madre y quedó muerto a sus pies;
la madre acogió al niño señalando el cielo. Todos ellos
confesaron su fe con toda claridad y con alegría, pronunciando
los nombres de Jesús y María.
6) Adán Arakawa de
Amakusa (1614, diócesis de Fukuoka)
Se trata de un hombre
del pueblo, casado con esposa cristiana, de fe sencilla y
bien formada, siempre contento, catequista ("kambó") y, al marchar los
misioneros, responsable de la comunidad cristiana, dedicado a ella con
gran celo. Se alimentaba de libros espirituales: la "Imitación
de Cristo", libro impreso en japonés en Amakusa y Nagasaki.
Fue encarcelado y repetidamente torturado desde el 21 de marzo
de 1614. Afirmó su fidelidad a las autoridades civiles, pero
también la independencia de su fe. En medio de las
torturas, después de anunciar a Cristo, permanecía continuamente en oración.
Fue decapitado el 5 de junio del mismo año (por
la noche y en clandestinidad, mostrando más ánimo que sus
verdugos) por no querer apostatar de su fe y por
su calidad de animador catequista de la comunidad, que constaba
de varios miles de cristianos. Su cuerpo, envuelto en redes
y con piedras, fue arrojado al mar. Los cristianos sólo
pudieron recoger algo de su sangre. Tenía sesenta años. La
investigación fue dirigida por el futuro mártir beato Francisco Pacheco,
según orden del provincial padre Carvalho, elegido como sucesor de
monseñor Cerqueira, que había muerto en febrero de 1614.
7)
El gran martirio de Miyaco (Kyoto), 6 de
octubre de 1619 (cincuenta y dos mártires)
Este es uno
de los martirios numerosos, o masivos, de Japón que hemos
citado más arriba. En el martirio de Kyoto murieron cincuenta
y dos cristianos quemados vivos: un samurai de alto
rango, Juan Hashimoto con su esposa Tecla, encinta, y sus
seis hijos, de entre tres y doce años; la mayoría
eran gente sencilla del pueblo, madres jóvenes con sus hijos,
que vivían agrupados en una calle de Kyoto ("calle de
los que creen en Dios") y que habían sido atendidos
anteriormente por misioneros y catequistas, también martirizados posteriormente, algunos ya
beatificados. Las madres martirizadas ofrecían a sus hijos pequeños:
"¡Señor Jesús, recibe a estos niños!". Todo el grupo siguió
la misma suerte: encarcelados en diversas fechas, orando y
cantando en la cárcel, crucificados y quemados todos juntos, afirmaron
su fe. Constan los nombres de cada uno y su
testimonio cristiano y martirial, algunas familias enteras. El samurai Juan
fue un apoyo para todos.
Destaca el martirio de Tecla,
en medio de las llamas, sujeta a la cruz con
tres hijos pequeños, consolándolos, apretando a la más pequeña, Luisa,
de tres años, entre sus brazos, mientras los otros tres
ardían en la cruz próxima. Destaca también la actitud martirial
de la niña Marta, de siete años, que quedó ciega
en la cárcel y a quien los mismos guardias quisieron
liberar haciéndola apostatar; la niña Marta respondió profesando la fe
en nombre de todos y pudo morir junto a su
madre.
El martirio fue contemplado por numerosos cristianos y miles
de paganos. De este martirio quedan numerosos testimonios, incluso de
un anticatólico —trabajador de la compañía inglesa de Hirado, quien
también describe la muerte y oración de Tecla con sus
hijos— y de los archivos civiles japoneses. El martirio fue
divulgado de inmediato en Occidente, gracias a la carta anual
de Rodrigues Giram, del año 1619 —el mismo año del
martirio—, que tomó los datos de la relación del padre
Benito Fernández, mártir dos años después.
8) Familia Kagayama-Ogasawara (18
miembros), en Kokura (1619), Hiji (1619) y Kamamoto (1636), diócesis
de Fukuoka y Oita
Diego Kagayama, noble samurai, que era
gobernador de Kokura, murió decapitado el 15 de octubre de
1619, con su primo y yerno Baltasar, este con su
hijo Diego, de 4 años. Fueron decapitados, por orden del
"daimyó" Hosokawa Tadaoki, el mismo día (15 de octubre de
1619), en distinto lugar (Kokura y Hiji respectivamente). El samurai
Diego marchó descalzo hacia el lugar del suplicio, encargó dar
sus vestidos de fiesta a un pobre y murió orando
y arrodillado con un crucifijo en la mano. Baltasar explicó
a los verdugos el porqué de su alegría al morir
defendiendo la fe y oró antes de ser decapitados él
y su hijo pequeño.
Los dieciocho mártires murieron por no
querer apostatar de la fe, en actitud de oración. Pertenecían
a una cristiandad, la de Buzen, muy numerosa —quizá unos
tres mil cristianos— y muy bien formada. Los miembros de
la familia samurai Kagayama-Ogasawara eran fieles a las autoridades superiores
y colaboraron en sus empresas, pero no quisieron abandonar la
fe, a pesar de las promesas, amenazas y castigos.
La
familia Ogasawara Gen´ya (él con su esposa Miya, nueve hijos
y cuatro sirvientes) fueron decapitados en Kumamoto, año 1636. Después
del martirio de sus parientes —familia Kagayama— habían sufrido destierro
y prisión, confesando su fe cristiana ante todo género de
amenazas. Clandestinamente recibieron ayuda espiritual y sacramentos, especialmente por parte
del futuro mártir japonés padre Julián Nakaura. De los esposos
Ogasawara y Miya Kagayama, y de algunos de sus hijos
mártires, se conservan cartas, escritas desde la cárcel, que reflejan
claramente sus actitudes martiriales y las de toda la familia.
Después de pasar cuarenta días en la cárcel, el 30
de enero de 1636 los esposos con sus nueve hijos
y cuatro sirvientes fueron todos decapitados en el patio del
templo budista Zengo-In de Kumamoto. Posteriormente se ha descubierto la
tumba de la familia Ogasawara, y se han hallado dieciséis
cartas, a modo de testamento, escritas desde la cárcel, donde
aflora la actitud martirial cristiana ante la incomprensión de sus
parientes.
9) Juan Hara Mondo No Suke, mártir de Edo
(1623), hoy diócesis de Tokio
El samurai Juan Hara Mondo
es el único que pudo ser escogido, entre los cuarenta
y siete laicos que, junto con tres religiosos, fueron quemados
vivos en la colina de Shinagawa, a la entrada de
Tokio, en la presencia de una inmensa muchedumbre y de
numerosos "daimyós", que acudieron a Edo (Tokio) de todo Japón,
para celebrar el inicio del gobierno del nuevo shôgun, Tokugawa
Yemitsu, que había dado la orden de eliminar a todos
los cristianos. Era el 4 de diciembre de 1623. Además
de los cuarenta y siete laicos, de los que se
destaca como representante Juan Hara Mondo, había en el mismo
grupo tres religiosos: un franciscano y dos jesuitas, que
ya fueron beatificados en 1867, juntamente con otros doscientos cinco.
El samurai Hara Mondo procedía de familia enlazada con el
emperador Kammu (782-805). Nació en 1587. Servía como paje del
shôgun Tokugawa, se bautizó en Osaka cuando tenía unos trece
años. En su primera juventud fue acusado de faltas graves
dentro de la corte, pero luego consta que vivió una
vida cristiana ejemplar. Se han documentado los detalles más importantes
de su vida. El shôgun Tokugawa Ieiasu, hacia 1612 había
iniciado abiertamente la persecución, intentando hacer apostatar a sus vasallos
cristianos.
Ya en 1612, Juan Hara Mondo, por no querer
renunciar a su fe, recibió la orden de destierro, pero
se ocultó para poder propagar el cristianismo. En 1615 fue
descubierto, encarcelado y condenado. Le imprimieron en la frente con
hierro candente una cruz y le mutilaron los dedos de
manos y pies. Pudo todavía vivir oculto y sirviendo espiritualmente
a la comunidad cristiana, desde una leprosería. En 1623 fue
delatado y, junto con otros cristianos, condenado a morir en
la hoguera. Todos murieron "invocando los santísimos nombres de Jesús
y María" y "no hubo entre ellos quien se moviese".
10) Mártires de Hiroshima: Francisco Tóyama Jintaró, Matías Shóbara
Tchizaemon, Joaquín Kuroemon (1624)
De entre un gran número de
mártires de Hiroshima, de algunos de los cuales se desconocen
los nombres, se han escogido estos tres más documentados, todos
ellos martirizados por no querer apostatar.
Francisco Tóyama era noble
samurai, cristiano de vida muy ejemplar, que "tenía ofrecida su
vida a Dios", uno de los cinco firmantes de la
carta a Pablo V en la que prometían fidelidad. Su
ejemplo cristiano influyó en la conversión de muchos. Por no
querer apostatar, murió decapitado en su casa el 16 de
febrero de 1624, después de recibir los sacramentos, teniendo en
sus manos un crucifijo, mientras oraba ante un cuadro de
la Virgen atribuida a san Lucas (copia de la de
Santa María la Mayor). Unas horas antes de morir, escribió
una carta alentando a otro encarcelado, Matías Shóbara, donde manifiesta
claramente su disponibilidad martirial.
Matías Shóbara, mientras era guardián en
la cárcel, fue bautizado por uno de los presos, futuro
mártir, el jesuita padre Antonio Ishida. De camino hacia el
lugar del martirio, iba rezando el rosario y explicando a
la gente la doctrina cristiana; murió crucificado, después de ser
atormentado para hacerlo apostatar (17 de febrero de 1624). Antes
del martirio, todavía pudo responder a la carta de Francisco
Tóyama (ver arriba), donde manifiesta sus actitudes martiriales.
Joaquín Kuróemon,
hombre del pueblo, era catequista encargado de las obras de
misericordia y de la animación de la comunidad. Por este
motivo fue condenado a morir en cruz. Marchó con alegría
al lugar del martirio, orando y exhortando a aceptar la
fe cristiana. Fue alanceado en la cruz el 8 de
marzo de 1624.
11) Mártires del monte Unzen, Nagasaki, 1627
Son un grupo de veintinueve, todos ellos indicados con sus
nombres y datos concretos. Destacan el samurai Pablo
Uchibori, con sus tres hijos, y el anciano señor ("tono")
de la aldea Hachirao, Pablo Onizuka, padre del mártir beato
Pedro Onizuka, s.j., quemado vivo en 1622. Pero los veintinueve
mártires se distribuyen en tres grupos, según la fecha del
martirio: 21 de febrero, 28 de febrero y 17
de mayo de 1627.
Casi todos habían sufrido anteriormente cárcel
y torturas. Algunos son descendientes o familiares de mártires. Otros
mueren con su esposa e hijos. Algunos eran catequistas o
jefes de aldeas, o habían hospedado a los misioneros ocultos,
arriesgando su propia vida.
A los tres hijos de Pablo
Uchibori, antes de matarlos y arrojarlos al mar (21 de
febrero de 1627), les cortaron los dedos de las manos,
ante su padre y ante un gran grupo de condenados
al martirio, para presionarlos a apostatar. El niño Ignacio Uchibori,
de cinco años, sufrió la mutilación con gran serenidad, levantando
sus dedos y mano mutilada y sangrienta, con la admiración
de todos los presentes. Con ellos murió del mismo modo,
con los dedos mutilados y arrojada al mar, Gracia, esposa
de Tomás Soxin, porque no quiso renegar de la fe;
también mataron allí mismo, arrojándolos al mar, a otros doce.
Cinco de los veintiséis mártires de la presente lista, martirizados
en los sulfatos del monte Unzen —en dos grupos y
fecha distinta: 28 de febrero y 17 de mayo—
son firmantes, entre otros doce, de la carta dirigida anteriormente
a Pablo V (18 de octubre de 1620), expresando su
disponibilidad de "ofrecer nuestras vidas en testimonio de Cristo y
de la santa Iglesia romana... Nada tenemos tan grabado en
el corazón como el padecer el martirio, cuando la ocasión
se ofrezca, con la gracia de Dios".
El samurai Pablo
Uchibori, ya desde las torturas en la cárcel y durante
los tormentos de los sulfatos, animaba a todos sus compañeros
a perseverar en la fe, mientras él y otros eran
torturados y mutilados en rostro y manos. Murió diciendo:
"Alabado sea el Santísimo Sacramento". De él se conserva una
carta escrita desde la cárcel, en la que explica el
martirio de otros mártires anteriores y su propia disponibilidad martirial
por amor a Cristo: "Deseo padecer por su amor".
Todos murieron orando, fuertes en la fe y con alegría,
a veces dejando escritas, durante el trayecto hacia el martirio,
expresiones poéticas de despedida, como hicieron los mártires Joaquín Mine
y Bartolomé Baba con esta afirmación: "Hasta ahora creía
que el cielo estaba muy lejos; ahora, viéndolo tan cerca,
me llena de alegría". El samurai Juan Marsutake murió orando:
"¡Señor Jesús, no me dejéis de vuestra mano!". Los
testigos han dejado constancia de la actitud martirial de todos.
12) Los cincuenta y tres mártires de Yonezawa, hoy diócesis
de Niigata. Luís Amagasu y cincuenta y dos compañeros, año
1629
La comunidad cristiana de Yonezawa, ciudad situada al norte
del Japón, en los "reinos del norte", fue iniciada por
un samurai cristiano bautizado en Edo (Tokio). Desde su hogar
cristiano, fue expandiendo la fe por toda la comarca, predominantemente
budista, con la ayuda de algún misionero escondido o que
pasaba para administrar los sacramentos. Dos son los samurais que
encabezan el grupo: Luis Amagasu Uyemon y Pablo Nizhihori
Shikibu. Sus esposas e hijos colaboraron en la evangelización entre
amigos y conocidos, convirtiendo también a algunos bonzos, y permanecieron
firmes durante el martirio. Los misioneros ocultos o de paso,
dejaron constancia de los hechos por medio de cartas y
relaciones.
El grupo de los cincuenta y tres mártires, todos
ellos seglares, se divide por familias —esposos, hijos y sirvientes—
y por lugar de procedencia. De todos ellos se conserva
el nombre y otros datos esenciales: edad, etc. Entre
ellos, hay ancianos y jóvenes, esposos y muchos niños pequeños,
de entre uno y trece años de edad.
Los cincuenta
y tres mártires fueron sacrificados en la misma fecha, el
12 de enero de 1629, conforme iban llegando los grupos
al lugar del suplicio. No hubo encarcelamiento ni fugas. Murieron
todos dando testimonio cristiano, en medio del silencio y las
lágrimas de amigos y conocidos, cristianos y paganos. El shôgun
Yemitsu, desde Edo, había dado la orden de eliminar a
los cristianos, pero fue el "daimyó" Uesugi Sadakatsu de Yonezawa,
quien llevó a cabo la orden. A todos se les
ofreció la libertad si apostataban.
El primer grupo en ser
sacrificado fue el del samurai Nishihori, decapitado con toda su
familia y sirvientes (esposas y niños pequeños). Al recibir la
noticia de que serían ejecutados, se vistieron de fiesta, tomaron
su rosario y pasaron en oración las últimas horas. El
camino hacia el lugar del martirio estaba cubierto de nieve.
Antes de ser decapitados, todos besaron un medallón del Santísimo
Sacramento, presentado por un cristiano, repitiendo tres veces: "Alabado
sea el Santísimo Sacramento".
El samurai Pablo Nishihori había instruido
y bautizado a cuatro no cristianos la víspera de su
martirio. Antes de ir al lugar del suplicio, tomó un
dibujo de la Virgen y lo puso en la funda
en lugar del puñal, además de colocarse el rosario al
cuello. De otros grupos se van narrando detalles de delicadeza,
alegría, vida familiar y espiritual antes del martirio y en
el mismo martirio.
De todos los grupos también se dan
detalles precisos, con la edad de los niños y el
grado de parentesco. Son familias enteras alentándose mutuamente para
dar testimonio de fe, orando, predicando la fe, ofreciéndose en
sacrificio...
La niña Tecla, de trece años, hija del samurai
Simón Takahashi, escapó de quienes la querían hacer apostatar y
corrió hacia donde se habían llevado a su padre; llegando
al lugar donde la nieve estaba teñida de sangre, se
quitó las botas de paja para acercarse con respeto y
unirse al martirio de su padre; los dos oraron antes
de ser decapitados. Ignacio Iida arregló la cabellera de su
esposa antes de ser decapitada juntamente con él. Miguel A.
Osamu, de trece años, hijo de Antonio Anazawa, mientras oraba,
se arregló él mismo el cabello para ofrecer su cuello
desnudo al verdugo. Cándido Bozo, de catorce años, defendió su
fe ante las repetidas ofertas de libertad si apostataba, diciendo:
"Si para vivir he de apostatar, no quiero la
vida".
13) Mártires de la colina Nishizaka, Nagasaki, año 1633:
Miguel Kusuriya, Nicolás Nagawara Keyan Fukunaga, s.j., y Julián
Nakaura Jingoró, s.j.
Miguel Kusuriya, laico, ha sido llamado "el
buen samaritano de Nagasaki", por estar dedicado a las obras
de misericordia para con los pobres, así como con las
viudas y los huérfanos de los mártires. Subió a la
colina cantando el "Laudate Dominum". Le pusieron en la espalda
una banderola con el motivo de la condena: por
ser cristiano y haber prestado ayuda a los cristianos. Murió
quemado vivo el 28 de julio de 1633. Son muchos
los testigos que dejaron escritos los detalles del martirio.
Nicolás
Nagawara Keyan Fukunaga, de familia de samurais, hermano jesuita, se
dedicaba a la predicación y catequesis. Son numerosos los detalles
de su vida que se encuentran en los documentos de
la época. Es el primer misionero que murió en el
tormento llamado de la fosa: colgado, con la cabeza
metida en un hoyo, durante varios
días. Murió durante el tormento (28-31 de julio de 1633)
predicando e invocando a la Virgen; tal vez, según testigos,
experimentando una aparición o locución de María.
Julián Nakaura Jingoró,
sacerdote jesuita, había sido uno de los niños enviados a
Roma en 1582, de parte de los "daimyós" cristianos. Es
una figura japonesa, símbolo del intercambio cultural entre Oriente y
Occidente. Se dedicó a la evangelización en medio de grandes
peligros, como misionero oculto, durante muchos años. Le llevaron a
la colina Nishizaka, con las manos atadas a la espalda
y en compañía de un grupo de misioneros jesuitas y
dominicos. Murió en el tormento de la fosa (18-21 de
octubre de 1633), confesando su fe, diciendo: "Este gran
dolor, por amor de Dios". Son muchos los testigos de
su martirio en todos sus detalles.
Las autoridades civiles quisieron
dar publicidad a los martirios, para atemorizar y conseguir apóstatas
entre los cristianos. Por esto, fueron muchos los testigos de
los hechos, especialmente portugueses comerciantes (algunos jóvenes nacidos en Nagasaki,
que conocían bien el japonés).
14) Diego Yuki Ruosetsu, s.j.,
martirizado en Osaka, 1636
El padre Diego Yuki, sacerdote japonés,
era en 1621 el único misionero estable en Japón central
(cerca de Kyoto, Osaka). Había pronunciado sus primeros votos en
la Compañía de Jesús cuando fueron crucificados en Nagasaki san
Pablo Miki y compañeros (año 1597). Diego Yuki se formó
en Macao junto con futuros mártires, como el beato Antonio
Ishida. Antes de adentrarse como sacerdote en Japón, escribió una
carta al padre general, donde aflora su actitud martirial.
Ordenado
sacerdote en 1615, fue misionero oculto en Japón desde 1616
hasta su martirio en 1636, animando y confortando con los
sacramentos a los cristianos perseguidos. Una carta del padre Yuki,
del 18 de diciembre de 1625, describe con detalle la
situación de la comunidad eclesial en aquel ambiente persecutorio.
El
padre Diego Yuki, apresado en Osaka, lugar de su apostolado,
fue condenado a morir en la fosa (Osaka, febrero de
1636); afirmó siempre su fe, sin delatar a sus colaboradores
ni a los cristianos que le habían albergado; de haberlos
delatado, hubiera sido señal de apostasía y le hubieran liberado.
Los testigos ofrecen testimonio fehaciente de su actitud martirial, sin
callar la defección de otros. Con él murió su catequista
Miguel Soan.
15) Tomás de San Agustín, o.s.a., Kintsuba Jihyoe,
1637, diócesis de Nagasaki
El padre Tomás de San Agustín
pertenecía a familia de mártires; así se afirma de sus
padres, León y Clara. Fue ordenado sacerdote en 1626 ó
1627 en Manila, en la Orden de San Agustín. Logró
introducirse en Japón (Nagasaki), el año 1631, después de varios
intentos y de un naufragio. Realizó su apostolado primero disfrazado
de samurai, pudiendo así asistir a los cristianos detenidos en
la cárcel, donde estaba preso también su superior, el mexicano
Bartolomé Gutiérrez; muchos de ellos ya fueron beatificados por
Pío IX. Luego, disfrazado de diversas maneras y escondido en
lugares desconocidos y abruptos, lograba atender a los cristianos perseguidos.
Las autoridades civiles organizaban verdaderas y costosas cacerías por los
montes, pero le descubrieron cuando atendía a los cristianos en
Nagasaki.
Fue apresado el 1 de noviembre de 1636, por
ser cristiano y sacerdote. Por estos mismos motivos y por
no querer delatar a sus protectores, sufrió martirio con refinados
tormentos en la cárcel, intentando hacerle apostatar; pero el mártir
proclamaba siempre su fe. Sufrió el martirio de la "horca
y fosa" ya una primera vez los días 21-23 de
agosto, llevándolo de nuevo a la cárcel para que apostatara.
Nuevamente fue puesto en la "horca y fosa" el 6
de noviembre de 1637, cuando murió, junto con otros
cristianos. Mostró gran fortaleza. Cuando lo llevaban al lugar
del martirio, la colina de los mártires de Nagasaki,
amordazado para que no predicara, no pudieron impedir
que mostrara con gestos su adhesión a
la fe.
Su nombre ha quedado ligado durante siglos a
dos lugares ahora famosos (uno cerca de Nagasaki y otro
en los montes), donde él atendía a los cristianos, desbaratando
la búsqueda de los perseguidores. Su recuerdo y su martirio
se conservaron durante siglos por parte de los cristianos ocultos.
16) Pedro Kibe Kasui, s.j., mártir en Edo (Tokio), 1639
Constan con precisión los datos más importantes de la vida
de este mártir japonés, que encabeza la lista de los
188 mártires. De joven era catequista y, con un grupo
de catequistas también japoneses, acompañó en el exilio a los
jesuitas hacia Macao, cuando estos fueron desterrados (1614). Debido a
las circunstancias del momento, y a la opinión de algunos
misioneros, no se permitía ordenar sacerdotes a jóvenes japoneses. Los
catequistas se fueron dispersando: algunos volvieron al Japón para
continuar como catequistas; cinco de ellos ya han sido beatificados
como mártires de Nagasaki; otros marcharon a Manila para ingresar
en los dominicos o en los agustinos.
Pedro, que en
1606 había hecho el voto privado de ingresar en la
Compañía, por amor a su vocación y junto con otros
compañeros, todos aconsejados por algunos superiores, emprendió el viaje a
Roma, en medio de grandes dificultades, siguiendo la ruta de
la seda, por Persia, Goa, Jerusalén. En Roma estudió teología,
se ordenó sacerdote y entró en la Compañía como novicio.
Continuó el noviciado en Portugal, donde hizo la profesión religiosa.
Reemprendió el viaje, con otros veintitrés misioneros, hacia el Japón,
viaje que duró seis años, en medio de dificultades, enfermedades,
naufragios, para entrar en su patria el año 1630. Misionó
en la clandestinidad primero en Nagasaki, hasta 1633, y luego
pasó a las regiones del norte, Oshu y Dewa.
En
1638 fue apresado, con algunos de sus catequistas, en el
reino de Sendai y luego llevado a Edo (Tokio) donde
fue interrogado por el gran perseguidor, el shôgun Tokugawa Yemitsu,
quien cerraría las puertas del Japón al resto del mundo.
Un apóstata, padre Ferreira, intentó hacerles apostatar, pero Pedro animó
a todos a la perseverancia en la fe. Después de
diversos tormentos, fue martirizado en la "horca y fosa" y
quemado a fuego lento, en Edo, en julio de 1639,
juntamente con dos de sus catequistas, a quienes el padre
Pedro exhortó a perseverar en la fe, hasta que a
él, para reducirlo al silencio, le acabaron de matar; tenía
cincuenta y dos años.
La clave de la perseverancia y
su significado actual
La aprobación del martirio de estos 188
mártires es una óptima oportunidad de renovación eclesial y de
evangelización, después de haber celebrado el V centenario del nacimiento
de san Francisco Javier (1506-2006), que dio inicio a la
evangelización del Japón, al llegar a esas tierras tan martiriales
y tan marianas, el día 15 de agosto de 1546,
Asunción de María.
Este evento es de suma actualidad eclesial,
no sólo para Japón. Al mismo tiempo, suscita un cuestionamiento
y presenta un reto a todas nuestras comunidades actuales y
a cada creyente en particular: ¿Estamos preparados como estos
mártires para afrontar las situaciones actuales de cierto rechazo a
los valores de la fe cristiana?
San Cipriano, en los
tiempos martiriales del siglo III y en un ambiente de
persecución y de molestias de todo tipo, instaba a adoptar
una actitud de "no anteponer nada al amor de Cristo".
La instancia de aquel mártir y santo obispo de Cartago
sigue siendo apremiante e insoslayable.
El ejemplo de los mártires
japoneses es un testimonio imborrable de "fidelidad a Cristo y
a la Iglesia de Roma". Es la afirmación que algunos
de ellos, cristianos de la península de Shimabara, dejaron escrita
en la carta enviada a Pablo V el 18 de
octubre de 1620. De los doce firmantes de la carta,
cinco serían mártires en las aguas sulfurosas del monte Unzen
(Nagasaki).
Muchos de estos mártires se habían alimentado con la
relativamente abundante lectura espiritual, impresa en japonés ("Imitación de Cristo",
meditaciones de los Ejercicios, "Historia de la pasión"), y todos
vivían una intensa vida sacramental (confesión y Eucaristía, gracias a
los misioneros ocultos) y mariana (rosario, imágenes, medallas), como vivencia
del Bautismo. La imprenta se había introducido en Japón el
año 1590, para editar libros religiosos, además de estudios sobre
idiomas. El libro de la "Imitación de Cristo" tenía edición
japonesa en Amakusa y Nagasaki.
Algunas cartas, escritas por los
mártires desde la cárcel, fueron una gran ayuda para perseverar
en la fe y afrontar el martirio. En esas cartas
se refleja la situación dolorosa de las cárceles y el
ambiente de oración y alegría que se mantenía en ellas.
La "Hermandad de la Misericordia", radicada en Nagasaki, se dedicaba
a la acción caritativa.
La comunidad eclesial los arropaba, en
todos los sentidos, desde el compartir familiarmente los bienes, hasta
el acompañamiento hacia el lugar del suplicio, en medio de
cantos y oraciones. Precedentemente al martirio, las comunidades se agrupaban
por cofradías, de piedad, de catequesis o formación y de
caridad. Una comunidad eclesial fruto de tantas "lágrimas" tenía asegurado
un porvenir de fidelidad martirial. Se puede afirmar que las
comunidades actuales del Japón son fruto de aquellas lágrimas del
pasado y que, por tanto, tienen asegurada la fecundidad espiritual
y apostólica si se abren a esta nueva gracia fruto
de innumerables mártires, casi todos desconocidos.
Como caso concreto, cabe
recordar que en Arima había la Congregación Mariana llamada de
los mártires, que en el año 1612 afiliaba a más
de tres mil cristianos. En sus reglas se comprometían a
aceptar el martirio. En la Congregación se habían integrado algunos
arrepentidos de sus fallos anteriores, es decir, que habían simulado
una especie de apostasía. La Congregación Mariana estaba fundada en
varias localidades.
Las familias cristianas se animaban mutuamente a perseverar
en la fe. El martirio sería la prueba de amor
a Cristo crucificado. "Las madres enseñaban a los hijos pequeños
cómo tenían que descubrirse el cuello de la yukata o
del kimono, cómo poner las manos y mirar al cielo,
qué oraciones jaculatorias debían decir cuando llegase el momento supremo"
(El Martirologio del Japón, p. 838).
Los niños eran adoctrinados
para anunciar el Evangelio por las calles. Esta acción catequética
y misionera llegaba a donde no podían llegar los misioneros.
Esta misión infantil estimuló a los adultos a profundizar la
fe. A su vez, los recién convertidos eran fervientes anunciadores.
A veces hubo conversiones masivas espontáneas.
En 1615 circulaba el
libro "Exhortaciones para el martirio", compuesto por los misioneros para
alentar a los cristianos. Para superar el fervor imprudente de
algunos, se llegó a la conclusión de no provocar positivamente
a los perseguidores. Las cartas escritas desde la cárcel servían
de estímulo. Los testimonios de mártires y sus reliquias, cuando
podían conseguirse, eran una preparación para el martirio.
Los cristianos
eran asiduos a la catequesis postbautismal, que les llevaba siempre
a la celebración sacramental y a la caridad. Había algunos
catequistas, como el ciego Damián, mártir, que exponían los temas
con su arte musical y narrativa. Practicaban la devoción a
las imágenes de la pasión, especialmente la cruz, y de
María, como puede verse en pinturas de la época, ahora
en los museos del Japón. En el museo de la
universidad estatal de Kyoto se puede ver uno de estos
cuadros, del año 1611, anónimo, de la cofradía del Santísimo
Sacramento de Nagasaki, encontrado en 1930. En torno a la
Eucaristía están dibujados los misterios del rosario.
La pasión del
Señor, meditada con el rezo del Rosario, y especialmente celebrada
en el sacrificio eucarístico, era fuente de audacia. La referencia
a la cruz o a sus signos es frecuente durante
la cárcel o el martirio cruento.
No era raro que
la comunidad cristiana, y las masas del pueblo, acompañasen a
los mártires, puesto que los perseguidores querían dar publicidad al
caso con el objetivo de suscitar escarmiento. Así se explica
que frecuentemente los mártires eran acompañados con cantos y velas
encendidas. Por esta misma razón, fueron numerosos los testigos que
dejaron por escrito su testimonio.
A veces los cristianos podían
recoger algunas reliquias, que los perseguidores intentaban hacer desaparecer. Pero,
en su mentalidad japonesa, el lugar donde habían dado la
vida era más importante que las reliquias.
Como caso concreto,
que refleja este ambiente de una comunidad cristiana martirial, podemos
recordar a Francisco Tóyama (Hiroshima, 1624), que era noble samurai,
cristiano de vida muy ejemplar, y que "tenía ofrecida su
vida a Dios". Había sido uno de los cinco firmantes
de la carta a Pablo V, en la que prometían
fidelidad a Dios y a la Iglesia. Su ejemplo cristiano
influyó en la conversión de muchos. Por no querer apostatar,
murió decapitado en su casa el 16 de febrero de
1624, después de recibir los sacramentos, teniendo en sus manos
un crucifijo, mientras oraba ante un cuadro de la Virgen
atribuida a san Lucas, copia de la de Santa María
la Mayor.
La perseverancia de tantos mártires es una gracia
y un misterio. Pero hay que recordar que la comunidad
cristiana se había preparado por medio de una catequesis organizada
y permanente, la frecuencia de los sacramentos, y la dedicación
a la caridad. Hay que notar que eran frecuentes las
visitas de catequistas y misioneros escondidos e itinerantes. La costumbre
de pasar la noche orando en la cárcel, antes de
la muerte, era una continuación de una vida cristiana ejemplar.
La vida familiar e intercomunitaria que se había llevado anteriormente,
se continuaba con alegría y piedad durante el encarcelamiento antes
del martirio.
Beatificación realizada en Nagasaki el 24 de noviembre de
2008, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.
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