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Toribia (María de la Cabeza), Beata |
Esposa de San Isidro Labrador
Martirologio Romano: En Castilla la Nueva,
región de España, beata Toribia, llamada María de la Cabeza,
esposa de san Isidro labrador, con quien llevó vida humilde
y hacendosa (s. XII).
Fecha de beatificación: El Papa Inocencio XII,
confirmando y aprobando el culto inmemorial dado a la sierva
de Dios, por la Bula Apostolicae servitutis officium del 11
de agosto de 1697, inscribe su nombre en el santoral.
El 15 de abril de 1752, por decreto de Benedicto
XIV, se concede en su honor Oficio y Misa (culto
confirmado).
Sus padres, piadosos y honestos,
pertenecían al grupo de los llamados mozárabes. Fue esposa de
san Isidro Labrador. No es fácil decir con
qué santidad y trabajos llevó su vida de mujer casada.
Sus ocupaciones eran arreglar la casa, limpiarla, guisar la comida,
hacer el pan con sus propias manos, todo tan sencillo
que lo único que brillaba en su vida eran la
humildad, la paciencia, la devoción, la austeridad y otras virtudes,
con las cuales era rica a los ojos de Dios.
Con su marido era muy servicial y atenta. Vivían tan
unidos como si fueran dos en una sola carne, un
solo corazón y un alma única. Le ayudaba en los
quehaceres rústicos, en trabajar las hortalizas, y en hacer pozos
no menos que en el oficio de la caridad, sin
abandonar nunca su continua oración.
Como para ambos esposos no había
mayor ilusión que llevar una vida pura y fervorosamente dedicada
a Dios, un día se puso de acuerdo para separarse,
después de criar su único hijo, quedándose él en Madrid,
y ella marchándose a una ermita, situada en un lugar
próximo al río Jarama.
Su nuevo género de vida solitaria, casi
celeste, consistía en obsequiar a la Virgen, hacer largas y
profundas meditaciones, teniendo a Dios como maestro, limpiar la suciedad
de la capilla, adornar los altares, pedir por los pueblos
vecinos ayuda para cuidar la lámpara, y otros menesteres.
San Isidro
con sus propios ojos vio que su mujer, como de
costumbre, con la mayor naturalidad, se acercó al río, que,
aquel día bajaba lleno de agua, por las lluvias abundantes
caídas y, con mucho ímpetu extendió su mantilla sobre la
corriente y, como si fuera una barquilla, pasó tranquilamente a
la otra orilla, sin dificultad alguna.
En los últimos años de
su vida regresó a Madrid y de nuevo empezó a
vivir con la admirable vida santa de antes. Después de
morir su marido, volvió a su querida casa de la
Virgen, como si fuera una ciudad bien defendida por Dios.
En este lugar murió, llena de años y méritos. Presente
una gran concurrencia de gentes de aquellos pueblos, fue enterrada
piadosa y religiosamente en la misma ermita, en un lugar,
especialmente escogido por miedo a una posible profanación de los
sarracenos.
Cuando éstos fueron expulsados a sus tierras africanas, vigente todavía
el ejemplo de la vida santa de esta mujer, fueron
localizados sus restos, gracias a una inspiración del cielo. Al
sacarlos, todos advirtieron un olor especialmente agradable, nunca percibido. Hoy
sus restos se veneran en Madrid. Muchos aseguran que hace
incontables milagros, principalmente curaciones repentinas de dolores de cabeza.
Todas esas
circunstancias, examinadas por jueces apostólicos, hicieron que Inocencio XII aprobara
su culto inmemorial y que últimamente Benedicto XIV le concediera
Misa y Oficio propio, asignando la fiesta para un día
de mayo en Madrid y en toda la diócesis toledana.
Las
tradiciones orales de Madrid sitúan su casa en los arrabales
mozárabes de san Andrés, (donde hoy se levanta el Museo
de san Isidro). Allí se muestra el pozo donde cayera
su hijo. Ante una persecución almorávide, que deportaba a los
cristianos a Fez y Mequinez, el matrimonio huye de la
Villa. A su vuelta, se cuenta de ella cómo trabajaba
junto con su marido en las tierras allende el río
hacia los Carabancheles, en el lugar donde Isidro hizo brotar
un manantial en un lugar completamente seco y árido.
De aquel
manantial relata la Bula de canonización de san Isidro que
hay que reconocer en ella el poder divino, puesto que
Dios, por intercesión de san Isidro, hace continuos prodigios con
los enfermos que se acercan a ella. Sobre ella, se
levantó la Ermita, que inmortalizara Goya.
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