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María Catalina Troiani, Beata |
Fundadora de la Congregación de las Franciscanas Misioneras
Martirologio Romano: En
El Cairo, en Egipto, beata María Catalina Troiani, virgen de
la Tercera Orden de San Francisco, que desde Italia fue
enviada a Egipto, en donde fundó una nueva familia de
Hermanas Franciscanas Misioneras (1887).
Etimológicamente: María = Aquella señora bella
que nos guía, es de origen hebreo.
Etimológicamente: Catalina = Aquella
que es pura y casta, es de origen griego.A nuestra María Catalina se la llama
también con frecuencia simplemente Catalina, y a veces María Catalina
de Santa Rosa de Viterbo, que es el nombre completo
que tomó al ingresar en religión; de seglar se llamaba
Constanza Troiani.
Nació en Giuliano di Roma, provincia de Frosinone, en
el Lacio, un centenar de Km. hacia el sur de
la capital de Italia, el 19 de enero de 1813.
Fue la cuarta de cinco hermanos, el segundo de los
cuales llegó a ser sacerdote y los otros tres murieron
a edad temprana. Sus padres, de posición desahogada, fueron Tomás
Troiani y Teresa Panici Cantoni. Constanza pasó feliz en el
hogar paterno los 6 primeros años de su vida, pero
su madre falleció en 1819, y su padre se vio
en la necesidad de confiarla, para su educación, a las
religiosas que tenían un colegio pensionado en el convento de
Santa Clara de la Caridad situado en Ferentino (Frosinone). Esta
comunidad observaba unas constituciones inspiradas en la Regla de Santa
Clara, guardaba clausura episcopal y se dedicaba a la educación
y enseñanza de niñas. Inteligente, sensible, vivaracha, era a la
vez obediente, y en el silencio y con aplicación iba
desarrollando su personalidad humana y espiritual. Llegó el momento en
que algunos familiares suyos le propusieron volver a su puesto
en la vida social. Pero ella rehusó tales propuestas porque
pronto sintió la vocación al claustro, y de hecho el
8 de diciembre de 1829, a la edad de 16
años, vistió el hábito franciscano allí mismo. Al año siguiente
fue admitida a la profesión religiosa, y Constanza tomó el
nombre de Sor María Catalina de Santa Rosa de Viterbo.
Se le confió enseguida el cargo de enseñante en la
escuela y luego el de vicemaestra de las educandas, además
de otros varios oficios en el seno de la comunidad
religiosa. Escribió entonces la crónica de su monasterio desde que
se fundara en 1803.
Desde aquel tiempo se sintió fuertemente atraída
por la contemplación de Jesús crucificado, por el amor a
la penitencia y a la vida oculta imitando la de
Cristo en Nazaret: «Quiero ser siempre la última en la
casa de Dios, que eso es lo mejor para una
religiosa», escribe el día de su profesión, a lo que
añade: «Me acostumbraré a ofrecer cada acción antes de emprenderla
y a vivir sin pausa en presencia de Dios, esforzándome
en ser cada día mejor que el anterior». Su trato
íntimo con el Señor fue progresando, y a veces se
la oía exclamar: «¡Oh Jesús, dame el fuego de tu
amor para que pueda consumirme por ti!» Se complacía en
decir: «Penetremos en el interior del Corazón de Jesús: allí
se está bien, y nadie puede hacernos daño».
El año 1835,
cuando contaba 22 años de edad, se sintió fuertemente llamada
a trabajar en las misiones extranjeras, pero tuvo que esperar
muchos años, unos 24, para poder llevar a cabo esa
vocación. Mientras tanto se dedicó a la animación misional entre
sus compañeras. Y tan acertadamente lo hizo, que florecieron en
su monasterio las vocaciones misioneras. En efecto, cuando el Vicario
apostólico de Egipto, el franciscano Mons. Perpetuo Guasco, siguiendo la
sugerencia que le hizo la misma Sor María Catalina por
medio de su confesor que había ido a Egipto por
motivo de predicación, propuso a las monjas de Santa Clara
de Ferentino, que ya eran de clausura, la apertura de
una casa en Egipto para la educación de niñas, especialmente
pobres, de cualquier color, nación y religión, las encontró prontas
para secundar el proyecto. Y así, el obispo de Ferentino,
con la aprobación de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide,
envió un grupo de seis clarisas misioneras que, presididas por
la madre M. Luisa Castelli y animadas por sor María
Catalina, llegaron a El Cairo el 14 de septiembre de
1859. Durante el viaje, cuando hicieron escala en Malta, se
enteraron de que había fallecido repentinamente Mons. Guasco, que era
quien las había invitado a establecerse en Egipto. Este suceso
provocó dudas en las monjas viajeras, pero Sor María Catalina
las hizo reflexionar diciéndoles: «Nos hemos puesto en camino para
responder no al deseo de un prelado, sino a la
llamada de Dios».
De inmediato ocuparon la casa misión de Clot-Bey
que se les había preparado en El Cairo Nuevo, aunque
su primer trabajo lo desarrollaron en la iglesia católica de
Muski que regían los franciscanos de la Custodia de Tierra
Santa. Muy pronto la superiora que había guiado al grupo
de misioneras hasta Egipto cayó gravemente enferma, y Sor María
Catalina tuvo que ponerse al frente de las obras que
habían emprendido. Luego, en 1863, fue elegida superiora de la
casa misión.
La comunidad de Santa Clara de Ferentino se transformó
en 1842 en monasterio, aceptando la clausura, y, aunque en
1859 había organizado la primera expedición de religiosas a Egipto,
en 1865 decidió renunciar a aquella misión tan distante dadas
las nuevas circunstancias y las dificultades surgidas. A ello contribuyó
el hecho de que el delegado apostólico que sucedió a
Mons. Guasco redactó unas constituciones nuevas para las misioneras, que
debían sustituir a las que ellas habían traído de Ferentino,
lo que no fue del agrado del obispo de esta
ciudad ni de las monjas del monasterio de Santa Clara.
Así sucedió que, buscando todos el mayor bien, surgió un
conflicto entre autoridades y proyectos. En consecuencia, Sor María Catalina
y sus hermanas tuvieron que afrontar la alternativa en que
al fin las puso la comunidad de Ferentino: abandonar las
obras emprendidas y regresar a la casa madre, o independizarse
de ésta. Fue un trance muy triste y doloroso para
las misioneras. Sor María Catalina y las demás religiosas decidieron
permanecer en Egipto, separándose con dolor de su casa de
origen. En 1868, después de los acuerdos alcanzados entre las
autoridades afectadas, la Orden de Hermanos Menores y la Congregación
de Propaganda Fide, mediante decreto pontificio, la misión de Clot-Bey
(El Cairo, Egipto) quedó constituida como instituto autónomo, del que
fue reconocida como fundadora y nombrada superiora general la Beata
María Catalina, la cual fue confirmada en su cargo en
el primer capítulo general, celebrado en 1877, y después de
nuevo en 1883. El nuevo instituto adoptó desde el primer
momento la Regla de la Tercera Orden Franciscana, aprobada por
León X para los terciarios regulares (TOR), con unas constituciones
adaptadas a la situación misionera del mismo, que fueron aprobadas
en 1876. De este modo nació una nueva congregación de
derecho pontificio, la de las Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado
de María, hasta 1950 llamadas Franciscanas Misioneras de Egipto, que
en 1897 fue agregada a la Orden Franciscana (O.F.M.).
A las
obras y actividades iniciales, la madre María Catalina fue añadiendo
otras nuevas como respuesta a las muchas necesidades con que
se encontraba en la población y particularmente en la infancia
de aquel país. Su celo apostólico y su caridad se
desarrollaron especialmente en dos obras misionales y sociales: la una,
iniciada en 1860 en colaboración con dos sacerdotes, Olivieri y
Versi, empeñados en la lucha contra la esclavitud, y destinada
a rescatar y educar a las niñas negras esclavas, y
la otra, iniciada en 1872, dedicada a recoger a los
expósitos, recién nacidos abandonados. Las niñas pequeñas abandonadas al nacer
o destinadas a los harenes turcos eran buscadas o acogidas,
incluso pagando rescate por ellas. Para las niñas que gozaban
de buena salud buscaba nodrizas que las criaran, y más
tarde las confiaba a familias adoptivas. Con todo, eran muchas
las pequeñas que estaban exánimes y pronto fallecían. Las niñas
y las gentes, conmovidas por su bondad y entrega, la
llamaban cariñosamente "Mamá Blanca". Con estas obras la madre María
Catalina se insertó en lo más vivo de la lucha
por el rescate y redención de los esclavos y por
la dignificación de la mujer, uniéndose a los grandes líderes
anti esclavistas de aquel tiempo como Olivieri, Versi, Daniel Comboni
y el franciscano Ludovico de Casoria.
En 1882, cuando la Beata
estaba proyectando la apertura de nuevas casas, estalló la guerra
angloturca. El consulado italiano pidió a las religiosas que salieran
del país porque no podía garantizar su seguridad. La Madre
y las hermanas tienen que marcharse a Roma; pero, tan
pronto como se restablece la paz en Egipto, vuelven a
su casa y misión, que permanece intacta, y reanudan su
labor misionera y social. De nuevo son incontables las niñas
y jóvenes que llenan sus aulas y sus centros de
acogida. Pero en 1883 se extiende la epidemia del cólera,
y las víctimas son incontables; las religiosas, a las que
no falta el ejemplo y las palabras de aliento de
la madre María Catalina, no abandonan sus puestos de trabajo
sino que se multiplican en sus tareas para asistir a
los apestados aun exponiendo las propias vidas.
Durante sus 28
años de actividad misionera, la madre María Catalina abrió, con
la colaboración de las autoridades y la ayuda de las
personas a las que tendió la mano, numerosas casas en
Egipto, en Jerusalén, en Malta, en Italia. Ella procedía de
un ambiente de fuerte espiritualidad franciscana, e imprimió esa espiritualidad
en su propia vida y en todas sus obras.
El 10
de abril de 1887, víspera de Pascua, la Madre Troiani,
enferma y agotada, tiene que meterse en cama, sin esperanza
de recuperación porque su organismo está exhausto. Y el 6
de mayo de 1887, después de haber recibido por última
vez la Eucaristía, fallece plácidamente en Clot-Bey, a los 74
años de edad. Al día siguiente, sus funerales se trasformaron
en una solemne celebración con la presencia de cristianos y
de musulmanes y entre el llanto especialmente de tantas mujeres
beneficiarias de su obra, todos los cuales querían rendir un
último homenaje a aquella apóstol de la caridad. Fue enterrada
de momento en el cementerio latino de El Cairo, pero
sus restos mortales fueron luego trasladados a la capilla de
Clot-Bey, y en 1967 a Roma, y se veneran en
la iglesia de la casa general del Instituto, dedicada al
Corazón Inmaculado de María. «Tenemos dos vidas -había escrito-, la
presente y la futura. La primera está hecha de luchas,
la segunda es el final de todas ellas, la recompensa
y la corona. La primera representa la navegación, la segunda
el puerto. La primera dura sólo un instante, la otra
no conoce la vejez ni la muerte». Y con frecuencia
había recomendado a sus hermanas: «Cumplid bien vuestro deber; esperamos
ir un día allá arriba, al Paraíso, llenas de gozo
y alegría. ¿Después de haber soportado tantas fatigas y sufrimientos,
qué podemos esperar mejor que el Paraíso? Para vivir como
verdaderas religiosas, hay que comportarse cada día como si fuera
el primero de nuestra vida consagrada y el último de
nuestra vida terrena».
Su fama de santidad se extendió enseguida, y
desde el primer momento las autoridades civiles egipcias, los diplomáticos
y gobernantes europeos y cuantos tuvieron conocimiento de la obra
desarrollada por la Beata y su Congregación, le mostraron la
más grande estima y gratitud. El papa Juan Pablo II
la beatificó el 14 de abril de 1985 y estableció
que su memoria se celebre el 6 de mayo.
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