Veinte días después, apareció en la herida una mancha gangrenosa, que me angustió y que alarmó sobre manera a toda la familia. Después he sabido que los médicos se habían preocupado muchísimo. Yo no dejé de conocer la extraordinaria gravedad del mal, y entonces prometí a la Santísima Virgen del Carmen, cuyo bendito y milagroso Escapulario llevo con gran fervor desde muy niño, que si no me tenían que amputar la pierna rezaría diariamente su Oficio Parvo y pondría en el camarín una pierna de plata.
Comencé una novena a la Virgen en compañía de mi esposa e hijas, que son muy piadosas y amantísimas de la Reina del Carmelo. Coloqué el bendito Escapulario sobre la parte dañada, y, ¡oh prodigio!, al siguiente día comenzó a desaparecer la manchita de gangrena, quedando dos días después la carne sana por completo.
Los médicos han quedado tan sorprendidos como nosotros por este prodigio".
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