E
n los diversos casos expuestos la oración concluye con un beneficio para el orante. No puede ser de otro modo pues
el amor de Dios siempre busca el bien de quien se acerca confiado a Él.Pero para crecer en el amor, se requiere que
nosotros no nos busquemos cuando oramos, sino que, poco a poco, el centro de nuestra oración sea ocupado por Dios.
Escuchar al maestro
Las predicaciones de Jesús a la muchedumbre y los diálogos con sus discípulos son auténticos momentos de oración en cuyo centro está la palabra del Señor.
Jesús habla, los demás escuchan. Necesitamos este tipo de oración. No hablar ni pedir, sino
escuchar lo que Él quiera decirnos. No es fácil, pues parecería que nuestro silencio de palabras y obras expresan falta de amor; pero, es justo lo contrario. El amor callado y silencioso se convierte en
fe y confianza plena, abierto a lo que Él quiera enseñarnos y dispuesto a recibir el obrar de Dios.
A Dios se le escucha con la razón, como los apóstoles que indagan, preguntan y piden explicaciones al Maestro. Así, nosotros, tomando el
evangelio, escuchamos a
Cristo quien nos da luz y comprensión de los textos. Pero también
se le escucha con el corazón. En este caso, ya no interesa tanto saber o comprender, simplemente dejamos que su palabra, siempre buena, moldee y
transforme nuestro corazón. Es lo que hacía María, la hermana de Lázaro.
Escucha, Israel
También esta etapa de oración implica dificultad. No se percibe el fruto de la oración en el
alma. Así ocurrió a los discípulos de
Emaús. Escucharon la explicación del transeúnte con aparente poca repercusión. Pasadas las horas, “se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Entonces, comprendieron: “¿no ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las
Escrituras?”. Así ocurre cuando nuestra oración se convierte en amor silencio que escucha su palabra de Amor.
Orar no es, principalmente, hablar a Dios; es, sobre todo, escucharlo. Por eso, el primer mandamiento es: “
Escucha, Israel…”.
Callarse es hacerse capaz de escuchar a Dios.
Hemos hablado de la oración en la que las palabras son expresión de amor. Después, haciendo silencio de nuestras palabras, la escucha se ha convertido, a su vez, en expresión de amor. ¿Qué ocurriría si silenciamos nuestra escucha? Muy sencillo: quedaría solo el amor.
Así hizo María tras escuchar, en Nazaret, el querer divino, por medio del ángel, y el “¡ahí tienes a tu hijo!” de Jesús en el Calvario. Desde esos momentos, María “conservaba todo esto en su corazón”, sin necesidad de más palabras ni de más escucha, solo amor hecho
don a Dios y a los demás.
Oración de escucha
Leo unas palabras que expresan este tipo de oración: “Llega un momento donde Dios solo te pide amar, no hacer nada. Simplemente me arrodillo a sus pies y lo amo: yo le amo y Él me ama, es un perderme en Dios. La inteligencia, la imaginación, la
memoria, están en silencio, no hacen ruido, no me distraigo, el alma está como suspendida, el corazón ama, AMA, la mirada ama, me dejo amar, el tiempo vuela. Algunas veces Él me consuela, su mirada me ama, descanso en Él. Otras tantas, sentada a sus pies lo acompaño, le digo que no está solo, le pido que me permita ser bálsamo para su Corazón. Algunos días me arrodillo y mi corazón ya está amando, me pierdo en Dios. El Espíritu Santo lleva al alma. Hay días que hay como una barrera, mi corazón está insensible, entonces sí, es amar con la voluntad. Callo y vuelvo mi mirada a Él y mi corazón lo ama. La oración es no hacer nada más que amar, pero salgo de ahí inflamada de amor y amo a las personas, mi mirada ama, miro diferente, es una mirada de
misericordia, mi corazón ama y no sé porqué”.
Una anotación, antes de terminar. Todo lo dicho en el día de hoy, no son pasos que uno tenga que dar, son pasos que Dios da en cada uno. A nosotros solamente nos toca callar, amar y dejar que Él obre en nuestra oración.
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